Partida Rol por web

El resto de los que quedaban, los lanceros, salen a todo correr para ocultarse entre las rocas. El último de todos ellos es el mago que viste.

Maldiciendo para mis adentros toda vez que lanzaba una fugaz, y furibunda, mirada a los artilleros por el patético espectáculo. Lo que podría haber sido una más que grata masacre se convirtió tan sólo en un ‘cumplir las órdenes’.

Con un silbido y un gesto de la mano, daba la orden de replegarse, maniobrando y sacando lo mejor de mí para salir de lo que acabaría siendo una peligrosa ratonera. No iba a arriesgarme a perder la nave aquí dentro, no con tan mala mar, y mucho menos a desembarcar sin apoyo ni factor sorpresa.

La fragata maniobró con dificultad, e incluso en dos ocasiones hubo que usar las defensas, incluso con el barco enemigo que había quedado varado.

Al terminar de salir de allí, cosa que costó un mundo, pudiste notar como la tormenta aumentaba por momentos y hacía cada vez más difícil maniobrar. - Menos mal que has salido. Un poco más y hubieras quedado allí. Comentó por lo bajo el viejo marino.

Por la popa, lo poco que se puede ver del trasporte, se está zarandeado. El aumento de la marea lo acerca peligrosamente contra las rocas, y el maretón lo lanza contra ellas. No tardará más que unas horas en ser serrín mojado.

Por los pelos del coño de una puta rasurada. A eso estuve de perder el control de la nave y acabar estrellado contra las rocas, quedando varado o directamente hundido en medio de este infierno salado.

“Una nave sin muescas no es una verdadera nave…”, respondo al viejo marino, dominando el timón con decisión. El Águila Negra había salido nuevecita del puerto y eso, para mí, no era tan sano. Al menos unas marcas en un momento de peligro eran algo que ahuyentaría mal agüeros y demás basura.

“¡Seguid con los cojones y los ovarios al cuello, haraganes!”, digo a la tripulación tras echar un vistazo al transporte élfico. Si la marea no arreciaba, quedaría reducido a astillas en unas horas. “¡Quiero el arma lista y todo bien atado como si fuerais a violar a una puta presa!”, añado maniobrando con firmeza.

Sólo tras haber guiado a mi nave satisfactoriamente lejos del peligro, me permití el lujo de respirar. La tormenta empeoraba por momentos, casi como si de un preludio al Arca Negra que se aproximaba.

“…y un capitán que no cumple su palabra no es un capitán”, añado, al viejo marino, en clara relación a la misión que me habían dado. La embarcación de esos malditos ‘altos’ no escaparía así como ellos mismos, atrapados como ratas.

Los marineros trabajaban diligentemente, sobre todo con la motivación de tus amenazas.

El Viejo marino te miró de soslayo, amagando una sonrisa, y con una mueca de orgullo. No era él quien comandaba la nave, pero seguro que le recordaba sus tiempos mozos.

Durante un instante se corva y parece hablar al cielo, pero ningún sonido surge de sus labios.

Se arqueó como si le hubiera dado un relámpago.

Tras eso te miró, con los ojos inyectados en sangre, pero controlando sus palabras. El tono era el de siempre, pero creías que se había hecho dañó y estaba disimulando esa "sensación". El orgullo le impedía mostrarse débil. - Vamos a rodear la isla hacia el este. Si hay algo extraño tenemos que informar de inmediato. Luego te confesó. - Están contentos por haber forzado el varado y destrucción del barco enemigo, pero no les ha gustado que desembarcasen tropas en la isla.

Un silbido y unas nuevas señas fue cuanto necesitó la tripulación para entender que volvíamos a la caza. Ya tenía intención de rodear la isla pero la extraña… compulsión… por decirlo de alguna forma, del veterano, decantó el rumbo.

“Yo tampoco lo estoy…”, respondo al marino, maniobrando hábilmente el timón, “…pero mi nave compensa su falta de artillería con velocidad”.

Y tanto que sí. Nuevecita, ligera, y con una tripulación más que sobrada para manejarla. Si llegase a cambiar de nave, bien tendría que compensarme renunciar a ésta preciosidad… aunque reconozco que más espacio y más armas se me antoja muy atractivas.

“Quizás deba pedir un lanzavirotes más si la cacería sale bien…”, añado, divertido, osado, pero con la mira fría, fija en el nuevo rumbo trazado.

Tras una hora de viaje, realizas en rendez vous con el Arca. En otra hora más, estás abarloado, o mejor dicho, atracado, en el mismo muelle que no mucho tiempo atrás. Tu último puerto. Pensaste con sorna.

Otra vez los jinetes esperaban en el cantil, pero esta vez dos corceles estaban sin jinete. Nada más llegar montáis, y la tripulación inicia las operaciones rutinarias bajo el mando de tu "segunda".

Esta vez la escolta es más testimonial que otra cosa. Un par de esos "cabalgadores" os acompañan, más como guía que como otra cosa. Ya están todos en la sala, esperando, sentados y comiendo. - Son unos tragones. El noble ocupó su lugar, y comió, pero no se llegó a sentar. En el lugar que te correspondía, había comida y buen vino, pero no había asiento sobre el que posarse y relajarse, aunque fuera un instante. Para ti es una ofensa, pero aún demostraba que te recibían. Y además, agradeces el gesto del viejo marino, que permanece en pie.

- No estamos contestos con la acción. Dio una larga pausa en la que dio un buen trago del vino especiado, y lo paladeó con gusto, como una burla, y haciendo que la demora y la espera se alargase. - Pero hemos acordado que puedes redimirte. Y miró al resto del consejo en busca de su aprobación. Parecía que todos temían al señor, pero este hablaba como si de verdad considerase su voto y voz.

- Encabezará un grupo que nos traerá las cabezas de los Ascetas de Khaien, y los 17 cofres que se encuentras bajo la cúpula mayor del Templo de Dios. Y advirtió. - Siempre y cuando ninguno sea abierto.

Un gesto te dio permiso para comer y beber, pero en ningún momento fue cortes para darte permiso para hablar o si quiera para sentarte, cosa que no podrías, ya que no hay donde.

- Dos carros tirados por gélidos harán de trasporte de las reliquias, y además 10 caballeros reales te acompañarán. Y aclaró. Tienes permiso para disponer de tu tripulación al gusto para esta misión, pero decapitaré a un marino tuyo por cada jinete que pierdas y dos por cada montura...y si no quedan, el siguiente cuello será el tuyo.

Se puso en pie y señaló al viejo marino con una orden: - Acompáñale y si no cumple, que su cabeza, por tu mano, sea lanzada ante los pies de este consejo.

El viejo se sentó y comió con paciencia, y te dijo: - ¿Algo que alegar?

Parecía que la reunión no había terminado, o que por lo menos, este almuerzo, aunque incómodo, podrías disfrutarlo.

Unos pesados pasos se escuchaban en el exterior, y sabías que estaban ya llegando ya las tropas que te acompañarían, pero no tenías valor suficiente acumulado para girarte y mirar tras esas grandes puertas abiertas.

El Brujo hizo un gesto y todos empezaron a comer. No te habías dado cuenta que los únicos que se habían permitido el placer era el propio líder y el viejo marino. - Comamos. Ordenó. Era tu turno de hablar o replicar si tenías algo que decir, pero la prudencia te aconsejaba no decir nada fuera de lugar, y que tus aportes fueran totalmente incontestables. Si no, sabías que habrían cortaduras, y estimabas tu cuello lo suficiente como para hacer que siguiera, sin daños, en su lugar.

Insultante era decir poco. Había cumplido la misión perfectamente: no dejar escapar a la nave; pero estos cerdos, o concretamente ‘ese’ cerdo, no estaba contento. Podía entender quejas, réplicas e intentos de intimidación, pero lo que no soportaba era que se me tachase de incompetente, máxime cuando había dado lo mejor de mí para posicionar la nave durante la cacería, evitando también que nos estrellásemos.

Además de ese hecho insultante, ahora no estaban nada interesados en los Altos Elfos sino en la leyenda de los Ascetas, una gente que a saber si seguían existiendo o no, que con la misma eran unos bárbaros trogloditas o un suspiro al viento. ¿Y qué pasaba con los Altos Elfos? ¿Van a dejarlos campar a su aire?

Un encuentro con nuestros odiados primos se me hacía imposible de evitar. Superaban en número a mi tripulación, con creces, y un enfrentamiento directo sería poco menos que un suicidio. Pero claro, aquí los cerdos tuvieron la brillante idea de ‘prestarme’ no unos carros para transportar la mercancía, sino uno grupo de caballeros nobles que tendría que tener entre algodones o mi tripulación, y yo mismo, lo pagaríamos con la vida.

La arrogancia de mi especie es legendaria pero jamás me había cruzado con alguien tan soberanamente estúpido… y tragón. Casi echaba de menos tener que tratar con la señora del puerto estando ésta enfadada. Al menos tendría mejor compañía y aun mejores vistas.

Tomándome yo a su vez mi tiempo para responder, partí un gran pedazo de carne con los cubiertos, llevándomelo a la boca y degustándolo, acompañado, como no, de un largo trago de vino, el cual olí, disfrutándolo, antes de beber.

“Os agradezco que tengáis a mi tripulación en tan alta estima…”, respondo, dejando los cubiertos para coger una servilleta y limpiarme. “Un balance de uno a uno, y uno a dos, respecto a nobles caballeros, es una nota apreciativamente alta. Se los comunicaré a los malditos bastardos”.

Siguiendo ese mismo balance, y viendo el lugar, prefería tener tropas de infantería que caballeritos. Un buen muro de lanzas, escudos y ballestas acabaría con toda oposición… pero no soy yo quien decide, claro.

“Necesito información fresca de la zona de caza, como mapas, así como un número exacto de Ascetas o de cabezas de Ascetas que queréis que os traiga. El de los cofres está claro, y yo mismo cortaré la mano a cualquiera… bajo mi mando… que se atreva a abrir cualquiera de los 17”, puntualizo. No iba a tolerar que sus caballeros me la jugasen abriendo un cofre sólo para hacer que yo pierda la cabeza, literalmente.

“Esas son las órdenes y tropas dadas respecto al templo…”, comento, con un leve asentir, todo lo respetuoso de lo que era capaz. “Respecto a los odiados Altos Elfos, también necesitaría órdenes de cómo actuar… tropas de refuerzo, claro. Conté un nutrido grupo de soldados, una unidad de putas de Hoeth… que escoltaban a un individuo en particular”, puntualizo, resaltando ese detalle. “Trató de pasar inadvertido como la puta rata cobarde que es pero no escapó a la mirada de Elfos Oscuros más atentos…”.

Muchos rumores se levantaron entre los presentes. Múltiples cuchicheos y al final, el brujo, con un gesto lo acalló todo. Sabías que no les hacía ninguna gracia que hubiera un grupo de Espaderos de Hoet, y máxime, escoltando un "individuo". Entendían que tenía que ser un tipo poderoso o importante. El gran temor era que fueran ambas cosas.

- Visto tus informes, deliberaremos.

Y un ademan insultante con la mano derecha te despidió.  - Retírese a su barco, y ya cuando hubiéramos decidido, le entregaremos instrucciones precisas.

Esto te enfurecía, además, ahora, perdiendo el tiempo. Incluso muchos se negaban a que si había un grupo de espaderos por allí, los caballeros salieran. Habían voces que se alzaban para no mandar a nadie del Arca, y eran muchas.

Te habían dejado a medio cenar.

El súbito inicio de cuchicheos, susurros y no tan susurros me descolocó un poco pero pronto entendí lo que estaba pasando y era que no todos los que estaban sentados a la mesa tenían idea de quiénes iban en el transporte Alto Elfo. Aunque, por supuesto, eso no quitaba para que se mostrasen tan atemorizadas. Estábamos hablando de una jodida Arca Negra contra un transporte de tropas… ¡que encima ni podían escapar de una isla tan pequeña!

La sala empezó a apestar a miedo y eso me puso enfermo. Gordos cebosos muertos de miedo. Tal era así que ya no solo no querían mandar a los Caballeros sino, directamente, no mandar a nadie. ¡Insultante!, casi tanto como la forma en la que me despedían.

Con un gesto firme, me retiré de la sala, notando cómo la sangre me hervía por dentro. Ya no era que me hubiesen insultado dos veces, no, era que en lugar de planear una auténtica cacería, convirtiendo la isla en un coto de caza, querían largarse cagando leches.

Mis pasos de vuelta al barco eran duros, con mi humor agriado, y dejado con hambre. Tendría que echar mano no sólo de mis reservas sino de mi segunda y su culo.

Khaine, sin lugar a dudas, se sentiría insultado ésta noche ante tal espectáculo.