Partida Rol por web

Numerosos y dispersos eran los sirvientes de palacio, pero cuando se acercaba la hora de comer todos sabían cual era su trabajo. Algunos preparaban mesas o estaban en las cocinas, las obligaciones en palacio no se detenían a pesar del incidente. Una de las reglas principales de palacio era que, incluso cuando no tuvieran nada que hacer, fingieran que estaban ocupados con alguna tarea menor para hacer de palacio un lugar confortable y vivo. Reinhard debería encontrar y saber diferenciar los que trabajaban de los que no, pues los ocupados no le dedicarían tiempo ni atención.

Soltando un suspiro al encontrarse solo, Reinhard no pudo sino preguntarse cómo habían llegado a ese extremo. Sus labores cuando fue asignado a la guardia personal del rey se limitaban a permanecer junto al anciano durante sus audiencias y en los raros casos en los que abandonaba los seguros muros del palacio. Inmiscuirse en asuntos de la nobleza no estaba entre ellas.

El guerrero dirigió sus pasos hacia las cocinas. La mayoría de los criados debían pasar en uno u otro momento por esa zona y muchos de ellos ya estaban más que acostumbrados a su presencia. No era la primera vez que el ceñudo guardaespaldas se colaba en busca de algo para saciar el apetito en aquellos momentos en los que el monarca prescindía de sus servicios. Haciéndose con una triste manzana que descansaba en lo alto de un saco de arpillera, se apoyó contra una de las mesas mientras seguía con la mirada el ir y venir de la servidumbre. Quizá, si se mantenía quieto y en silencio el tiempo suficiente éstos no se sentirían tan cohibidos y soltarían algún comentario.

El sonido de la cacharrería de la cocina y las instrucciones que el chef impartía estaba dentro de lo que se podía considerar "normal". Solo uno de los mesoneros preguntó a su compañero si la reina acudiría a la comida esa tarde o si se encontraba "indispuesta" otra vez. El capataz se dio cuenta de que empezaban a crear un rumor y les azotó con un cucharón de madera, deteniendo el cuchicheo en seco y ordenando que siguieran con su tarea.

Con un chichón en la cabeza, los mozos salieron frotándose al cabeza, sin ganas de retomar el tema... Al menos en un futuro cercano.

Reinhard se rascó la barbilla distraídamente y acto seguido atacó el resto de su manzana, metiéndose el corazón entero en la boca. Masticando con poca educación, sacudió sus manos y se limpió en la ropa antes de abandonar las cocinas en pos de aquellos muchachos.

Aún vestido con sus galas de palacio, el guardaespaldas daba impresión de pocos amigos y él lo sabía. Intentó seguir a la pareja. No quería alterarlos, dado que eran su única pista, así que procuró acercarse a ellos con el gesto más afable que pudo elaborar. Y aquello no era decir mucho en el sombrío guerrero.

Los mozos seguían haciendo su trabajo hasta que Reinhard se acercó a ellos y silenciosamente interrumpió su tarea. No dijeron nada y ralentizaron su trabajo en preparar la mesa, esperando a que el hombre empezara la conversación, si era que pretendía decir algo o solo incomodarlos con su mirada y extraña sonrisa.

Aquello no estaba funcionando. Reinhard abandonó sus intentos por evitar intimidar a aquel par de muchachos y retomó su gesto adusto y sombrío. Aquellos dos no parecían estar dispuestos ni a saludar al veterano. Más le valía tomar cartas en el asunto.

- Decidme - dijo colocándose frente a los dos con los brazos en jarras - ¿Qué es aquello que comentábais de que la reina está indispuesta? ¿Desde cuándo?

Aunque no era su intención no podía impedir que aquello sonase más a una exigencia que a una pregunta sincera. Evidentemente le preocupaba el estado de salud de la mujer del rey, en tanto y en cuanto afectase aquello al ánimo y la seguridad del monarca. Como guardaespaldas debía estar al tanto de todo.

- Si tenéis algo que comentar más os vale que soltéis prenda - Reinhard se cruzó de brazos -. El rey está sumamente alterado y rumores sin fundamento sólo conseguirán empeorar su situación.

Los mozos intercambiaron miradas antes de responder.

-Bueno... Verá, mi señor. -Empezó a decir con titubeos uno de ellos. -Se rumorea que la reina no es demasiado feliz en su matrimonio e intenta estar lo menos posible con el monarca. La excusa que suele dar es de estar indispuesta en "uno de esos días" en los que las mujeres sangran.

- Estoy familiarizado con ese fenómeno, pero tengo entendido que en las mujeres sólo dura unos pocos días - dijo casi para sí mientras sopesaba la información-. ¿Cómo es que la reina justifica esta costumbre sin caer en el absurdo?

Una excusa usada demasiadas veces pierde su credibilidad. Sin más explicación el monarca sospecharía al poco tiempo. Salvo, claro está, que su estado de agitación le impida prestar atención a estas "minucias".

- ¿Y porqué decís que la reina no es feliz en su matrimonio? Paso mis días en compañía de nuestro rey y no estoy al tanto de que ambos estuviesen sufriendo... desaveniencias. ¿Desde cuándo es así?

El rey no era una persona fácil y su trato no resultaba afable. En la corte los matrimonios no solían nacer de un sentimiento sincero de amor, sino por una cuestión de linaje. Aún así las parejas solían convivir con una cierta armonía. Tener problemas, sobre todo si se habla de la pareja real, no se referían a pequeños desacuerdos.

- Si sabéis algo hacédmelo saber. Debo velar por el bienestar de nuestro monarca, tanto física como mentalmente. Y la reina forma una parte muy importante de mi labor.

-Comprendemos, señor, y si supiéramos más se lo diríamos, pero ya sabe como son los rumores, cada vez más ambiguos según pasa de unos a otros. Quizás debáis preguntarle a la reina. -Sugirió el mozo, encogiéndose de hombros e intentando quitarse de encima a su interrogador, demostrando su indiferencia y desconocimiento sobre el tema.