Estrasburgo. Martes 23 - Abril - 1996, 09:32. Aeropuerto de Estrasburgo-Entzheim
Soledad
Mientras vidas ajenas la inundaban con cada paso que daba a través de la multitud, pugnando inútilmente por no ahogarse en las profundas aguas por las que se había acostumbrado a nadar.
Su vuelo salía a las diez en punto, y su destino Belgrado, el motivo de su viaje quedaba solo para ella, a nadie más le importaba, a nadie quería ella que le importara.
Belgrado. Martes 23 - Abril - 1996, 12:44. Aeropuerto Nikola Tesla.
Inquietud
Las dudas se cernían implacables sobre ella mientras su destino se acercaba. Estaba en el país que lo vio nacer, en el país que lo vio morir, y sus pasos firmes disimulaban mientras dos hombres jóvenes, elegantemente vestidos, la miraban intercambiando cómplices sonrisas.
Sólo quedaba recoger el coche que había alquilado y viajar hasta Pec, y desde allí hasta Dacijaj.
Si hubiera sido capaz de interesarse por el tiempo en las últimas horas, se habría enterado del temporal de frío y nieve que invadiría Europa en los días venideros.
Pec. Martes 25 - Abril - 1996, 19:08.Carretera Comarcal 212.Dirección Dacijaj.
Nostalgia
Deseados, temidos, pero tantas veces revividos que se perdían en la protectora saturación que con la que los datos ocultan los sentimientos.
Nunca le había hablado de su lugar de nacimiento, sólo una vaga promesa de un futuro viaje que nunca se cumplió. Prometer lo que no se va a cumplir. Otra de esas cosas que nos convierten en humanos. Pero era inteligente, había dado gran parte de su vida a una guerra y una región, y aunque la obviara en voz alta, la información fluía en su cabeza desordenada.
Dacijaj. Pequeño pueblo perdido en los Balcanes, él mencionó que tuvo su importancia durante el esplendor de Bizancio. Mayoría de población kosovar.
Misimovic. Conoció este nombre durante la guerra. Misántropo y enigmático, se rumoreaba que financiaba con los ideales de una serbia independiente, y más concretamente aún, con una Kosovo independiente. Pero siempre desde la paz, su arma para la lucha eran el conocimiento y la información. Es de Dacijaj, como él.
ELK. Ejército de liberación kosovar. Un grupo que lucha por la independencia de Kosovo, relacionado esporádicamente con Misimovic. A pesar de que había intentando abstraerse de la política, en su cabeza se había grabado la idea de que la guerra en los Balcanes no estaba del todo terminada.
Le dolía la cabeza para seguir pensando, pequeños copos de nieve le auguraban un viaje poco agradable para la conducción.
Población Desconocida. Fecha y Hora desconocidas. Lugar Desconocido.
Le dolía la cabeza. Hacía frío y le costó un enorme esfuerzo abrir los ojos.
Una canción que desconocía sonaba de fondo.
Pero lo hizo, y sus manos manchadas de sangre medio congelada la hicieron reaccionar con mucha más rapidez de la que se hubiera creído capaz hace unos segundos.
Estaba en el interior de un coche, pero no podía ver el exterior, pues un manto blanco de hielo y nieve cubría prácticamente en su totalidad los cristales. Estaba sentada en el asiento del conductor, y junto a ella, había un hombre joven, no más de veinte, con un cuchillo de tipo militar atravesándole el cuello y clavándolo contra el respaldo del asiento. La sorpresa aún se reflejaba en sus ojos muertos.
Olía como en un matadero.
Sus músculos se quejaron al moverse, entumecidos por el frío que se extendía por todo su cuerpo, exceptuando su mejilla izquierda, que le ardía. Observó mejor sus manos, la derecha tenía mucho menos sangre en la palma que la izquierda, y entonces recordó la naturalidad y fuerza con la que había introducido el cuchillo en la garganta del desconocido.
Pero el recuerdo anterior no concordaba con este último. Era de ella sentada en un pequeño descanso de una preciosa carretera de montaña, a mitad de camino de Dacijaj. El paisaje de los nevados Balcanes se le antojó terriblemente conmovedor.
Lo que había sucedido en medio de ambos recuerdos era un misterio para su confundido cerebro.
Pesadillas.
Había aprendido a convivir con ellas, a acostarse cada noche en Francia para despertar de Bosnia. Dos largos años no habían sido suficientes para que la suiza olvidara las caras de la guerra, las mismas que se reflejaban en el espejo cada mañana, las mismas que le susurraban al oído y que la visitaban en sueños. La imagen del cadáver había revivido en ella la cara oscura de su pasado, y Jean respiró rasgando el aire, entornando los ojos sin dejar de encarar su infierno una vez más...
¿...Dónde...?
Pero en esa ocasión, para su horror, el frío y la peste habían materializado sus miedos. Confusa, instintivamente se llevó una mano al rostro, palpándolo mientras comenzaba a ser consciente del fuerte helor que se había adherido con un ansia devoradora a sus huesos. Fue el rojo carmesí que teñía sus delicadas manos lo que dió la voz de alarma a su cerebro, seguido del profundo hedor del muerto que la acompañaba. No estaba dormida. No sabía dónde se hallaba, ni quién era aquel joven, ni de dónde había salido aquel cuchillo... Su corazón comenzó a bombear con violencia.
- Haaaaaaaaaaaaaahh... - ahogó un grito, y sin pensarlo se dispuso a abrir la puerta del conductor para huir de aquella imagen bizarra, con la expresión del horror plasmada en su rostro, echándose a toser con los ojos inundados de lágrimas repentinas.
Asió la manivela con fuerza, pero la puerta apenas si se
abrió unos centímetros, la nieve impedía que lo hiciera más. Tras unos breves
momentos de pánico, Jean bajó el cristal de la ventanilla, y tras sentir en sus
manos el roce helado de la escarcha que se había desprendido de la parte
superior del vehículo, pudo deslizarse sin demasiado esfuerzo por el huevo que
había dejado el cristal.
Cayó de rodillas sobre el blanco lecho que lo cubría todo a
su alrededor, hundiéndose ligeramente en él. Alzó la cabeza para descubrir un
desconocido paisaje. Había árboles a su alrededor, no sabía de que clase, pero
eran abundantes. El coche había quedado a su espalda, en una posición más baja,
dando idea de la fisonomía del terreno, prácticamente cubierto de nieve, y con
la parte trasera detenida bruscamente por un gran tronco que yacía en el suelo
del bosque.
Al mirar hacia arriba, el mismo panorama, pero con un
abrupto corte de la vegetación a unos diez metros.
Nevaba profusamente, y el frío congelaba las lágrimas que se
deslizaban por su herida mejilla.
Los sollozos comenzaban a asomar a medida que Jean se iba haciendo consciente de la crudeza de la situación. Una vez fuera, la mujer se puso en pie con torpeza y se pegó de espaldas al coche, dedicando grandes esfuerzos a controlar la respiración mientras sus músculos se agitaban a causa del miedo. Por suerte o por desgracia sus vivencias en el campo de batalla habían paliado a golpes la histeria y la hipocondría que acompañaba a situaciones como aquella, y Jean cerró los ojos con fuerza, aún respirando agitadamente...
- Tranquila... Tranquila... Tranquila... (...) Tranquila... - musitó entre bocanadas de aire, como un mantra, con los ojos aún cerrados y sin perder el contacto físico con el coche, que le servía de apoyo. Permaneció de aquella guisa durante dos minutos, ordenando sus pensamientos, intentando volverse más fría que la nieve para conseguir mantener el control sobre sus miedos.
Cuando fue capaz de devolver la vista al paisaje los copos caían sobre ella con una suavidad casi macabra. Sorbió la nariz y enjugó sus lágrimas con la manga de su chaqueta, que se imprengó de sangre al rozar con su mejilla. Estaba herida, helada y perdida. También confundida y profundamente aterrorizada, pues la acompañaba un cadáver del cual no tenía ningún tipo de información, sólo un vago recuerdo, una sensación... Intentó recordar, y concentró todas sus fuerzas en hacerlo, pero algo se los había llevado. ¿Quizás el trauma? ¿Ahora sufría de amnesia?
Afortunadamente, el pragmatismo era una de sus grantes virtudes, y no tardó en darse cuenta de que, si no hacía algo, moriría perdida en mitad de la nada. Alguien debía de haber detrás de todo aquello, pues Jean se sabía completamente incapaz de atentar contra la vida de una persona.
No he sido yo...
Tenía que estudiar la situación del coche y la del interior del vehículo, así como la identidad del cadáver... Y eso fue lo que con sangre fría se dispuso a hacer con urgencia, haciendo acopio de la energía que le quedaba.
La nieve no presentaba rastro alguno del paso de vehículo,
aunque si llevaba un rato nevando de la misma forma que ahora mismo, existía la
posibilidad de que cualquier huella se hubiera borrado. Echó un vistazo también
a la parte trasera del vehículo, que no presentaba demasiados daños, si había
chocado con el árbol, no lo había hecho a mucha velocidad.
El exterior del vehículo no le ofreció a la suiza más datos
que ella pudiera considerar valiosos, así que decidió concentrarse en el
interior, no sin antes buscar en su rostro reflejado en el retrovisor. Lo que
vio fue una herida abierta, de unos cinco centímetros de largo, con restos de
sangre coagulada sobre ella, y con aproximadamente un centímetro de ancho.
Esta visión se unió al desagradable olor que de nuevo inundó
su nariz cuando volvió a “arrastrarse” dentro del vehículo, provocándole una
molesta nausea. Pero se sobrepuso y comprobó que el cadáver debía rondar los
veinte, tal vez algo más, ojos oscuros y cabello de color pajizo. Parecía de
complexión fuerte, y vestía un anorak de plumas de color verde oscuro y unos
pantalones bastante adecuados para la nieve de color marrón, que sin duda
habían conocido tiempos mejores. Las botas eran recias, de estilo militar, también
preparadas para este tipo de clima.
El cuchillo seguía sujetándolo al asiento, y las manchas de
sangre de la ropa eran grandes y oscuras. Jean se atrevió a rebuscar un poco
entre sus bolsillos. Un encendedor barato, algunas monedas y una especie de
intercomunicador en bastante mal estado.
La mujer se sorprendió a sí misma cuando vió el intercomunicador temblequear entre sus manos, dejándolo caer a los pies de la víctima y guardándose el mechero y las monedas en uno de sus bolsillos. Hizo un esfuerzo biperino por no echarse a llorar frente al muerto y se llevó la mano a la boca, aguantándose el llanto. Sus pertenencias habían desaparecido. Ni siquiera tenía algo para echarse a la boca, ni una triste documentación...
Fue entonces cuando fijó su vista en el volante, como si observara conmocionada la bajada de Cristo del mismísimo cielo. Inmediatamente introdujo de nuevo el brazo por la ventanilla del conductor y presionó la bocina con tal ansia que la estridencia le heló la sangre del cuerpo.
La mantuvo pulsada durante casi dos minutos, haciendo sonar el claxon numerosas veces, rompiendo el silencio mortal de aquel paraje olvidado...
Una vez finalizada su llamada de auxilio, Jean se separó unos pasos del vehículo para posteriormente abandonarlo a su suerte, comenzando a guiar sus pasos hacia el corte de vegetación que quedaba a pocos metros. Quería pensar que daría con alguna carretera perdida, o quizás con una vivienda asediada entre la arboleda. Quería creer que no moriría sola, confusa y abandonada en mitad de la nada... Pero su tormento se agravaba conforme iba hundiendo sus torpes pasos en la nieve: la sensación de flaqueza que le provocaba el estómago vacío y una garganta seca anunciaban un desfallecimiento no muy lejano, y aquel estremecimiento aceleró sus pasos, convirtiéndolos en una carrera cuesta arriba...
Hacía rato que se había abandonado a sus miedos, y las lágrimas recorrían sus pálidas mejillas sin ningún control.
- ¡¡¡¡SOCORRO!!!! - aulló en serbio durante la carrera - ¡¡¡AUXILIO!!! ¡¡¡QUE ALGUIEN ME AYUDE!!! - el aire le colapsaba la garganta, que parecía estrecharse conforme sus palpitaciones se aceleraban por el esfuerzo...
Llegó a la cima tras una breve pero extremadamente
dificultosa ascensión debido a las circunstancias, y como pequeño consuelo,
descubrió que, efectivamente, se trataba de una estrecha carretera de montaña,
eso si, cubierta completamente de nieve y sin rastro de que ningún vehículo
hubiera transitado por ella recientemente.
Sus gritos se perdían entre el sonido del viento, mucho más
poderoso y molesto en el pequeño espacio abierto. También la luz del día había
ido tocando a su fin en el corto tiempo que la suiza había estado intentando
aclarar su situación, ayudado por lo que empieza a parecerse a una tempestad de
nieve en toda regla.
No había rastro algo de vida humana, y sus huellas
rápidamente se borraban gracias a la nieve que cada vez caía con más profusión.
No recibió ninguna señal como respuesta a sus peticiones de
ayuda, y sus gritos habían agravado la sequedad de su garganta. A su izquierda,
la carretera ascendía de manera continua, aunque no con demasiada pendiente, a
su derecha, por lo tanto, bajaba. De frente el paisaje era bastante parecido al
que había dejado a su espalda. Árboles que hubiera reconocido como hayas y
abetos en caso de durante algún periodo de su vida hubiera tenido algún interés
en la flora de los bosques europeos.
El frió se había acentuado, y probablemente continuará
haciéndolo mientras las horas sigan avanzando.
Una vez arriba se aferró a su abrigo negro azabache, acomodándose la capucha mientras observaba con desazón ambos caminos, jadeante por el esfuerzo. Una leve esperanza había despertado en ella el encuentro con la carretera. Aún se sentía con algo de fuerzas para continuar caminando, aunque la proximidad de la noche anunciaba un temporal mucho menos benévolo y sus fuerzas habrían menguado drásticamente para entonces. Así que dada la emergencia, no necesitó de mucho tiempo para tomar una dirección, y la joven prosiguió su camino hacia la izquierda, a mitad de carretera. El escozor de su herida la ayudaba a mantenerse más activa, y usó sus manos de pantalla para poder visualizar mejor el infierno de nieve, en busca de alguna forma, algún color, algún movimiento que delatase una forma de vida...
Decidió no volver a elevar la voz a que encontrase un buen motivo para volver a hacerlo. Decidió confiar en que el viento conduciría el eco del claxon, y que el negro de su ropa hiciera el resto. Sólo estaba segura de una cosa: Aquella carretera debía de conducir a algún lugar. Cuánto tiempo le tomaría encontrarlo quedaba en manos de su propia suerte...
Había estado andando durante un rato, cada vez más despacio
sin que el paisaje diera ningún indicio de cambio, siempre cuesta arriba y con
el despiadado abrazo del frío cada vez más intenso. Daba los pasos por inercia,
primero un pie y luego otro, así, siguiendo un imaginario compás y demasiado
sedienta, cansada y hambrienta como para tener mucho tiempo para pensar.
Algo cayó al suelo desde algún lugar de su abrigo. Jean miró
el objeto.
Se trataba de su reloj, debía haberse quedado enredado en
alguna parte de su vestimenta y ahora le había dado por aparecer. Se agachó
para recogerlo.
Población Desconocida. Jueves 25 - Abril - 1996, 23:53. Carretera de
Montaña.
No tuvo tiempo para asimilar los nuevos conocimientos
adquiridos. Una luz precedió al inequívoco sonido del motor de un coche. La tormenta
y el gorro del abrigo que cubría la cabeza de la chica habían impedido que se
escuchara antes
La suiza reaccionó con rapidez…
Tirada: 1d20
Motivo: Esquivar
Dificultad: 13-
Resultado: 3 (Exito)
Jean Leroy sale de escena hacia --------------> Jueves 25 Abril 1996
Población Desconocida. Jueves25 - Abril - 1996, 23:53. Carretera de Montaña.
Jean Leroy regresa de las escena ------------------------> Jueves 25 Abril 1996
Población Desconocida. Jueves25 - Abril - 1996, 0:04. Carretera de Montaña.
Población Desconocida. Jueves 25 - Abril - 1996, 0:04. Carretera de Montaña.
Un pequeño portazo indicaba que la oscuridad volvería a
cernirse sobre Jean en breves instantes. Y así se fue, en cuanto el coche
arrancó y continuó su ascendente camino, perdiéndose cualquier vestigio del
mismo cuando dobló la siguiente cuerva hacia la derecha.
El cuerpo muerto de lo que, tras la breve iluminación, le
había parecido un hombre mayor, era la única compañía con la que ahora contaba
la suiza en medio de aquella oscura y desconocida montaña.
Apenas si era capaz de distinguir ya nada, el tenue reflejo
de la nieve parecía haberse apagado a la vez que las luces del vehículo.
Jamás se hubiera imaginado una vuelta como aquella a Serbia. Si alguna vez había intentado persuadir a su marido para visitar aquel infierno Jean se alegraba enormemente de que éste terminara esquivando su propuesta.
Leroy hiló sus sospechas en torno al criminal que la había dejado en la drástica situación en la que había despertado aquel día, y las entrelazó con el hombre que acababa de dejarla a su suerte junto al cuerpo que yacía en la nieve. El segundo muerto del día. A ese paso, la mujer comprendió que tendría la misma suerte. Y realmente, dado sus antecedentes, no le costó mucho darse a aquella idea. Su vida se había detenido años atrás, ¿qué importaba?
- Cabrón...
Con el sonido del motor, Jean se colocó de nuevo la capucha y se lanzó a cachear al muerto, tendido mas allá de sus botas. El golpe de adrenalina había revivido las pocas energías que le quedaban, y decidió dedicar un último esfuerzo en salir de allí. Así que, lo más rápida que pudo y sin perder de vista el vehículo que empezaba a alejarse, registró los bolsillos de la víctimas para luego seguir las luces del coche. O sus huellas. O lo que fuera que dejase aquel indeseable. Quería creer que en aquella dirección encontraría alguna población, algún indicio de vida.
Las luces se perdieron demasiado rápido para ser perseguidas, así que fue a tientas como Jean registró el cadáver, que aún conservaba un poco del calor que la vida le proporcionaba. En su exploración no obtuvo ninguna pista sobre la manera de morir del desgraciado, pero si consiguió un preciado botín en los bolsillos saqueados.
Una linterna, cuadrada, del tamaño de una mano, que emitió un pequeño haz de luz cuando la accionó durante unos instantes para comprobar que funcionaba. Un viejo paquete de tabaco de una marca que no conocía, con un único cigarrillo en su interior. Varios billetes y alguna moneda suelta. Un pequeño encendedor plateado, que también funcionaba. Un sencillo llavero dorado con cinco llaves de diferentes tamaños y formas enganchados a él. Un bote transparente con redondas pastillas blanquecinas sin ningún texto identificativo en el mismo.
No había nada más, aparte de algo de nieve aún cuajada.
El muerto era un hombre mayor, vestido bastante adecuadamente para la nieve, y tenía los ojos aún abiertos, con el rostro contraído en una horrorizada mueca. La otra parte visible de su anotomía era una mano, que tenía una antinatural color negro, un negro sin brillo, opaco.
De manera frenética, como si la estuviera encañonando una pistola invisible, Leroy se fue llenando sus bolsillos con todo lo que fue encontrando que pudiera tener algo de utilidad. Una vez que, aparentemente, se había hecho con todo lo que necesitaba del difunto (Jean evitó en todo momento tener cualquier tipo de contacto con la mano del anciano, a la cual no prestó demasiada atención dado su alarmante situación), le desprendió de su anorak y de la capa de ropa que le seguía.
Ignorando la frialdad que demostraba con aquel gesto, la francesa no pestañeó cuando, una vez erguida y cargada con su botín, se echó a un lado de la carretera, inspeccionando su alrededor con los latidos de su corazón martilleándole las sienes.
Su intención no fue otra que buscar una leve inclinación a nivel del suelo, protegida por los primeros árboles que enmarcaban la casi inexistente carretera. Vista su lamentable situación, sólo le quedaba construirse un refugio.
Puedo... Puedo cavar un hoyo. No me llevará mucho tiempo y la ropa de este hombre me serviría...
Total, él ya nunca más volvería a necesitarla.
Aún le quedó al fallecido una gruesa camiseta de ropa interior, manga larga, de color blanco hueso, ese tono que nunca sabes si está limpio del todo, aunque el cuerpo no desprendió ningún olor que llamara la atención de Jean durante el proceso de desvestido, que apenas le llevó unos minutos.
Ayudada por la linterna consiguió encontrar un lugar acorde con sus pretensiones, no demasiado lejos del cadáver, en la parte opuesta de la carretera al lugar donde despertó de su inconsciencia. La tormenta arreció un poco, no demasiado, pero si lo suficiente como para que el aire no fuera tan cortante y el sonido tan insoportable, aún así la oscuridad era total cuando no iluminaba.
Con un par de ramas consiguió un apoyo para las prendas, y gracias a ellos aislarse un poco más del frió, aunque era, a todas luces, insuficiente, la temperatura debía rondar los diez o doce grados bajo cero. Con ahínco, intentó cavar un hoyo, apartando en primer lugar la nieve, pero estrellando sus uñas contra la helada y dura tierra. Ni siquiera notó los primeros hilos de sangre que empezaron a manar por sus rígidos dedos, tampoco el dolor iba más allá de una sorda molestia, incluso el esfuerzo calentó durante unos momentos su cuerpo, pero sus avances resultaban del todo infructuosos.
Si ya resultaba difícil hacer un agujero con unas herramientas en semejantes circunstancias meteorológicas, sin ellas, era del todo imposible.
Al comprobar que sus esfuerzos le conducían a una tortura sin beneficio, Leroy se detuvo, llevándose las manos a los labios justo cuando perdía la vista en la gruesa capa de nieve que encaraba. Se quedó allí, extrañamente más relajada que hacía un momento, preguntándose si ese pequeño hueco que acaba de cavar se convertiría en pocas horas en su propio sepulcro...
Con los ojos entornados y de rodillas en el suelo, Jean dejó caer su cuerpo de lado dejando descansar su espalda contra un árbol. El repentino desánimo había llevado a sus energías al límite, y comprendió que no se movería de allí.
El único esfuerzo que realizó antes de cerrar sus ojos fue destinado a colocarse por encima el anorak del viejo, haciéndose un ovillo, posicionándose casi en posición fetal. A su mente volvío una vez más la imagen del viejo, y Jean, casi delirante, no pudo evitar preguntarse a sí misma si a éste le habría molestado su actitud.
No se enfade, caballero... A donde irá no va a necesitarlo. Y es posible que yo tampoco...
Relajó su respiración, y posó su mano sobre donde debía de situarse la cicatriz de su hombro. En su mente sólo se dibujaban las facciones de una sola persona, la misma que desapareció de su vida cuando aquella herida irrumpió en la suya...