Recordó a Mirsad en la salita del retrato mencionado anteriormente, nada en su atuendo actual había variado, excepto el vendaje de su muñeca y el hecho de que durante unos segundos en aquel otro emplazamiento el verde del iris de los ojos del escultor se había intensificado de tal modo que había resultado fuera de lugar, ajeno a sí mismo. Una sonrisa burlona se había columpiado entonces en la comisura de sus labios y le había anunciado:
Puedes verme porque soy lo que habita en tu interior desde que me descubriste aquella mañana donde ella te dejó, porque la conozco, y a través de ella, te conozco a ti…
En aquel momento había tenido la certeza de que aquel no era Mirsad, por más que externamente lo pareciera. Le echó un vistazo al cuadro allí presente, recreándose mentalmente en toda aquella saga familiar tan atada al arte e incluso a su atesoramiento, y de nuevo la última nota del padre del escultor le vino inexorablemente a la memoria:
Para que por fin todo lo que queda de la familia, desaparezca… Ahora no tengo ninguna duda de que siempre ha estado conmigo, de que me ha llevado de la mano, de que mis intereses sólo eran los suyos... he decidido por fin hacerle frente…
Se alegraba de veras de que Alek no creyera en los fantasmas, se alegraba sin sarcasmos ni ironías, porque para Ywen eso implicaba que no los “tenía”, o lo que era lo mismo, que no los portaba en su interior. Ella, sin embargo, los veía cada mañana, devolviéndole el saludo en el espejo. Dentro, muy dentro, encerrados. Sin sábanas ni cadenas.
Se acercó a ambos y se sentó en silencio. Se acababa de dar cuenta de que no tenía sentido temer ser encerrado en aquel cuarto o que alguien irrumpiera en la fortaleza de improviso o que Mirsad perdiera una vez más el tino. Todo aquello carecía de importancia, porque estaban literalmente encerrados con el enemigo. No, no había lugar seguro, más aún cuando la lógica, la razón y el sentido común parecían haberse colado directamente por el retrete, arrastrando por el camino a todo el pensamiento histórico de los grandes filósofos.
Aquellos que no estaban con él estaban contra él, y poco a poco fue convirtiéndose en la leyenda que ha alimentado a mi familia durante siglos, pero al final fue traicionado y vilmente asesinado a manos de su tercera mujer había continuado el relato en cuanto tomaron asiento, mirando al fuego, buscando en sus recuerdos los cuentos infantiles que su padre nunca debió contarle.
Dicen que cuando murió, pronunció un juramento anunciando su vuelta, y lo hizo a la manera de la época, con una especie de profecia, que ahora no recuerdo desvió la cabeza para mirar a Ywen, y se encogió de hombros despreocupadamente quizás venga en su libro doctora se recostó ligeramente sobre el respaldo, mirando a la negrura de la noche, de todas formas, como bien dice nuestro amigo el policía, no creemos en más fantasmas que en los nuestros esbozó una sonrisa que se tornó macabra, quizás por el efecto de la iluminación.
Puedo decirle que se dirigió a Tasic que aunque hace tiempo que abandoné este lugar el tono de su voz cambió, no mucho, pero se había vuelto un poco más chillón, o tal vez irreverente Dejan distaba mucho de ser un reconocido botánico, no tiene nada más que fijarse en el jardín se calló y sonrió aunque supongo que eso tendrá que esperar a mañana, si es que sobrevivimos añadió arqueando las cejas y dudó mucho que durante mi ausencia se haya dedicado a cultivar su mente en ese sentido, de todas formas siempre podemos ir a preguntarselo para que no queden dudas seguía hablando con despreocupación y también podemos comprobar los grifos de la casa, para su tranquilidad, aunque le advierto que son independientes a los del pueblo, ya sabe, las clases altas tienen sus privilegios.
Giró su cuerpo para encararse con la británica, buscando una vez más sus azules ojos y siento no poder aportar mucho más sobre tu brazo, ya que sólo una vez vi algo parecido, y fue hace mucho tiempo, recuerdo que el calor aliviaba el dolor pero... negó con la cabeza con eso será suficiente por ahora zanjó antes de volver y sobre los motivos de mi padre, los desconozco, siempre me esforcé por intentar saber lo menos posible de él, lo siento de nuevo suspiró, estaba cansado, el día había sido largo, y la noche no se estaba quedando atrás, aderezada por sucesos de los que hubiera preferido no saber nunca.
Apenas conozco a Jerbko, y sobre mi sobrina puede hacerme las preguntas que quiera, pero no tenía conocimiento de su existencia hasta que el abogado de la familia, el señor Lazovic, me lo comunicó hace apenas unas horas afiló la mirada sobre Aleksandar y sobre mi hermanastra recalcó la palabra de manera notable no quiero hablar.
No puedo evitar un carraspeo cuando el amigo finiquita su declaración. Me revuelvo incómodo en el butacón y levanto las cejas, insatisfecho, cansado. Harto. Tengo aún los ojos clavados en la puerta, pero de vez en cuando se me van solos al charco de sangre, resíduo de un susto de los de triple bypass coronario que te deja fibrilación permanente en esa parte indeterminada del cerebro donde reside el miedo. Aún así parece que ahora estoy mejor, más calmado. Y más alerta. Pasó ese momento de exigencia máxima en el que, lo admito, perdí los papeles. Me faltó esto para liarme a tiros con el individuo, con el cuadro y con la escultura. Balas rebotando en una estancia cerrada. Madre mía. Mejor ni pensarlo ya.
- Desconozco si está usted bien considerado como artista, pero le aseguro que no tiene precio como político.- digo mientras alargo el brazo hasta coger la mochila. Voy recogiendo los avíos que dejé en la mesa para atender esa mano y empiezo a guardarlos sin demasiada pulcritud.- No ayuda usted, Misimovic.
Y es que, en este momento, no necesito un divulgador del patrimonio histórico local, como tampoco me hace falta uno de esos tarados que profetizan las siete plagas con el advenimiento del Anticristo. Cuanto más lo escucho, más me doy cuenta de que lleva ya un buen rato jugando la última mano al todo o nada sin tan siquiera haber mirado las cartas. Mal compañero de viaje.
- Trate de verlo como yo lo hago, como una persona racional en la medida que le sea posible.- digo señalando con la cabeza a la escultura - Me niego a creer en...en...¡bah!. Miren, llevo veinte años como forense, trabajando con cadáveres hasta domingos y festivos. Ni uno se me ha levantado. Ni uno. Así que no voy a seguir por ahí.
Apoyo las manos en los muslos y me incorporo. De donde no hay no se puede sacar.
- A la gente como usted les suele gustar la caza y todo eso. Supongo que tendrá algún lugar donde guarde las armas y unos establos o algo así..., como se llame donde tengan a los perros. También necesitaría un teléfono. Quizá en esto sí me pueda ayudar. Y no se moleste en acompañarme. Si me indica creo que me las podré apañar solo.
Agarro la mochila y me la coloco a un hombro. La miro ahora a ella, en nombre de la falsa cortesía y del interés fariseo.- ¿Se queda o se viene?.
- Voy – Respondió sin más, alzándose en simultáneo del sofá para seguir al policía sin dudarlo y siendo consciente de que a lo mejor ésa precisamente era la última respuesta que el susodicho deseaba oír, además de no tener muy claro a dónde se suponía que iban a dirigirse – que ya estoy saturada de que me hablen a medias – esta frase se le cayó de camino, mascullando para sí en un tono apenas perceptible, porque realmente prefería dedicar el resto de su vida pura y exclusivamente a descifrar jeroglíficos encerrada dentro de las paredes de un laboratorio arqueológico a someterse a la tiranía de aquel tipo de verdad velada – Por cierto... a lo del teléfono le puedo responder yo – pausa breve, mirada al frente, clavada en él – no hay.
Lo que se calló fue que todavía había otra cuestión que aún aguantaba menos y era compartir espacio vital con personas que se atrincheraban detrás del emblema del “yo no sé nada” o “no sé nada más” o “pregúnteselo a otro”, cuando no había duda de que se guardaban para sí el cuerpo del iceberg, o al menos eso era lo que pensaba una Ywen que ya no se creía la incertidumbre del escultor. Llevaba todo el día preguntando a diestro y siniestro hasta que le había quedado claro que en aquella mansión el que no era mudo, pretendía serlo y a esas alturas de la función a la británica ya le daba igual en lo que Alek creyera o no, lo que es más, se la traía al pairo si había que soltar a los perros de caza del establo o ponerse a disparar escopetazos a un ejército disfrazado con uniformes de la primera guerra mundial o si lo más acertado era encerrarse en las mazmorras acompañando a la colección Misimovic, en aquellos instantes lo único que le importaba era alcanzar algún tipo de conclusión, aunque fuera errónea a todas luces, como ésta llevaba camino de serlo. Al fin y al cabo, tiempo habría de parchear, ¿no?
Aún así se giró levemente, encarando a Mirsad que había quedado sentado atrás y constatando lo obvio: - Sabes mucho más, aunque está más que claro que son historias que ni deseas contar ni recordar – hablaba con el típico tono de abandono del que ya no esperaba nada más, decepcionada, cansada y asqueada de tanto dar vueltas a la misma diana.
Entonces se giró de nuevo hacia el agente, junto al cual se hallaba: - Aquí residen dos personas más que quizás puedan ayudar, - aunque no sabía a ciencia cierta lo que Alek tenía en mente - lo digo más que nada porque son los que no han dejado de vivir aquí - Si alguien tenía respuestas para el tipo de cuestiones que Alek estaba planteando, debían ser ambos - ¿Desea hablar con ellos?
Apenas se había distráido unos instantes el inspector para hablar con la doctora, pero fueron suficientes para que Mirsad se movieran con la agilidad y rapidez de un felino, abalanzándose sobre el serbio con el verde centelleante, y fue en ese preciso momento cuando el dolor se multiplico en el brazo de la británica, que para colmo fue barrida por el frenesí que había sacudido al escultor.
El choque le dio el tiempo justo a Tasic para esquivar la embestida, pero desequilibrado por el peso y tamaño de la mochila que cargaba, no pudo evitar caer al suelo, con la mala suerte de que su rostro fuera justamente sobre la mancha de sangre que había junto a la estatua. Aún estaba ligeramente tibia al contactar con su piel. No muy lejos, el dueño de la casa hincó ambas rodillas en tierra, agarrado al borde de la escultura. Ywen en cambio había conseguido aferrarse a duras penas al brazo del sillón para evitar la caida.
Una sonrisa de triunfo se dibujó en el rostro de Mirsad, los ojos brillantes por la repentina excitación, y la lengua mojando sus resecos labios al ver la situación del policía.
¿Es real? ¿O es sólo el producto de una mente enferma? Señaló los restos de sangre ¿Acaso crees que me gusta todo esto? Sus manos aferraron a su cabeza, arrastrándolas sobre ella con fuerza ¿Acaso crees que me gusta saber lo que aborreces a los que no consideras dignos de pertenecer a este pais? ¿Acaso crees que me gusta compartir el dolor y la tristeza que se escapa a borbotones del corazón de Ywen? Se puso de pie con la misma facilidad con la que saltó del sillón se está haciendo más fuerte, sólo hay una manera... sólo hay una manera ahora ya no hablaba para ellos, sino que sus labios se movían en un mantra continuo cada vez más tenue.
Se dio la vuelta, intentando escapar de una cárcel sin paredes.
Motivo: Inicitiva Mirsad
Tirada: 1d10
Resultado: 10(+5)=15
Motivo: Inicitiva Tasic
Tirada: 1d10
Resultado: 1(+3)=4
Motivo: Ataque Mirsad
Tirada: 1d20
Dificultad: 5-
Resultado: 10 (Fracaso)
Motivo: Esquiva Tasic
Tirada: 1d20
Dificultad: 10-
Resultado: 20 (Fracaso)
Creo que tengo un buen concepto de mí mismo. Creo. En realidad no suelo hacerme ese tipo de preguntas, pero de vez en cuando uno se mira al espejo, enarca una ceja y el piloto automático se apaga: en ese momento bien parece que alguien aprieta el botón de pausa y ahí estás tú, de cara a tu reflejo. Y te haces preguntas.
Como digo, no es algo que me suceda muy a menudo. La última vez fué - y lo recuerdo perfectamente por lo señalado del día- en torno a la una y media de la madrugada del 1 de Enero de este año, del 96.
...
- ¡¡ALTO!!. ¡¡ALTO O DISPARO!!.- digo con media cara blanca por la impresión y, la otra media, roja por la sangre. Desde el suelo, aún con la incomodidad que supone el bulto de la mochila, he podido echar mano a la funda sobaquera y agarrar la pistola. Tumbado de medio lado, extiendo los brazos en dirección a ese hijo de puta y apunto con el arma.
...
Venía de despedir el 95 en casa de mis padres. Cenamos mamá, yo, mis tíos Dino y Martha y la señora Vlaovic, una vecina viuda y sin hijos que nos ayudó mucho cuando las cosas estaban tiesas. A mi tío, con el vino del bueno, se le empezaron a marcar en malva sobre granate las venillas de los cachetes y mi tía maldecía una artritis reumatoide que -apuesto- arrastra desde los dieciséis. Brindamos por el año nuevo, mamá soltó la lágrima de rigor en recuerdo de mi padre y la señora Vlaovic miraba la tele con seriedad ausente: Jelena Karleusa, la reina del turbo-folk serbio, cantaba en playback el "Ogledalce".
...
El malnacido no hace caso al alto. Se me escapa. Albaneses de mierda..., no te puedes fiar de ninguno. Tengo la pistola bien sujeta con ambas manos y la trayectoria queda segura, dejando a Ywen - sí, a Ywen. Claro que recuerdo su nombre, déjemonos de historias - fuera de la linea de tiro. El gatillo está duro, mucho más que en los ejercicios de tiro. Y más frío también.
...
A cosa de la una se fueron todos y yo me quedé a solas con mi madre. Sabía que le haría ilusión el que durmiese en casa, en mi vieja habitación, y así lo hice. Tampoco me pillaba mal situado de camino al trabajo. Sí, me tocó. Turno de mañana en el cuadrante: 1 de Enero, Domingo/Guardia Dpto. Archivos/Tasic A.
...
El disparo suena, primero, con un estallido seco que se multiplica por toda la estancia como quien hace explotar un petardo de los gordos dentro de una caja de resonancia. Siento el fuerte retroceso del arma, y en los tímpanos viene para quedarse un pitido tan característico como desconocido para mí. Es mi primera vez. Nunca había usado la reglamentaria contra algo que no fueran papeles pintados con monigotes-diana. Y he fallado.
...
Preparó mi cama como horas más tarde se levantaría para prepararme una tostada. No hubo un "que duermas bien" ni me dió un beso de buenas noches. Solo dijo "Mi niño" y dió media vuelta. Casi no pude dormir esa noche. Tumbado en mi cama de toda la vida, mirando al techo y pensando en cómo demonios había llegado hasta aquí. Débil, cobarde y mala persona: así acerté a definirme aquella madrugada.
...
Ahora veo cómo Misrad Misimovic enfila la puerta a la carrera, intacto gracias a mi bala perdida. También veo a Ywen, libre al menos de mi pésima puntería. Y me veo a mí, respirando entrecortado y con los ojos como platos. La boca abierta y el pulso firme. Asustado, si, por ese fulgor verde, por esas palabras y por lo que parecen significar. Pero recompuesto a todo ello.
Y pienso que esta vez, sin proponérmelo, actué de forma valiente y decidida. Que miré por la seguridad de la señorita y por la vida - a pesar de todo - de Misimovic, apuntando a las piernas. Que a lo mejor por ello fallé el tiro...,
"Ni tú te conoces como te conozco yo, Alek", me dijo una vez mi padre.
...y que quizás no soy tan mala persona.
Demasiado rápido y en el momento más inesperado, siempre pillándote de improviso pese a estar completamente alerta, como casi todo lo mejor y lo peor que podía sucederte en la vida. Toda una paradoja aplicable a polos opuestos. Mirsad les había embestido, empujándola a ella y arrojando al agente sobre el suelo, el cual había esgrimido su arma reglamentaria, barajando en el proceso tres cartas con significados muy distintos: empuñar, amenazar y usar. La última la más compleja, las otras dos demasiado fáciles de repartir en las manos de un tahúr.
El dedo que presionaba el gatillo no era el culpable de la fuerza ejercida sobre el mismo… No, no lo era…pero sí que se transformaba en el verdugo… en el propulsor de la fuerza que accionaba el mecanismo… que empujaba al proyectil hacia el exterior del cañón… que lo enviaba en un vuelo obligado hacia la boca del mismo… un rápido trayecto ralentizado por el hiriente arañazo de las estrías… parecidas quizás a las que arañaban al ejecutor por dentro… a las que le aletargaban y le atormentaban a uno día a día… la superficie de la bala giraba y giraba… bailando un vals intrincado similar al del debate interno del pensamiento del que empuñaba el arma… que debía mantener la mente en calma… un folio en blanco de sentimientos…
Se hallaba apoyada contra la mesa, casi empotrada, algo que quizás la había salvado de perder el equilibrio en el embiste. Entonces, su mano, temblando y atenazada por el dolor de nuevo, se alzó de motu proprio hasta cubrirle la boca. El libro que portaba se deslizó de su abrazo abruptamente, golpeando el suelo a sus pies y mostrando al universo una página al azar. Ni un solo sonido abandonó la boca de la británica. Ni tampoco se produjo movimiento corporal extra alguno, a parte del parpadeo continuo de unos ojos que trataban de mantenerla atada al presente, que evitaban sin saberlo una regresión que de otro modo hubiera sido irrefrenable.
Mentira… todo mentira… llegado a ese punto uno suplicaba… sí, suplicaba que la bala alcanzara su objetivo… todo ello en unas centésimas de segundo antes de producirse el ruido… árido y conciso… anunciando la ruptura de la barrera del sonido… gritando que el proyectil al fin había abandonado el nido y se alzaba en vuelo libre… y entonces uno apretaba la mandíbula porque ya no había marcha atrás… y volvía a suplicar, sí, solo que esta vez porque la bala no perdiera demasiada fuerza, ni velocidad, maldiciendo al aire por la fricción ejercida…
Un terreno resbaladizo, conocido y doloroso y, por ello, obviamente su reacción no fue la de alguien que se hallaba por primera vez entre armas o enfrentada a un tiroteo.
- Que se vaya… - Le hablaba a Alek y jadeaba, lívida, tratando de controlar una respiración entrecortada que, por su comportamiento, parecía deberse a algún devenir personal que la ajetreaba internamente – déjele que se vaya… - sugería, porque era mejor así, porque cuanto más alejado estuviera uno del diablo, mejor que mejor, porque a esas alturas Ywen ya se había dado cuenta de que Mirsad también era una marioneta, al igual que lo había sido su padre antes que él, como lo eran todos, pero al menos que no los encerrara, no una segunda vez, ya que él poseía la llave de aquella estancia, y menos aún junto a aquel cuadro que parecía una entrada, junto a aquel charco de sangre en absoluto ilusorio y a aquella estatua descabezada que sellaban la promesa de peores situaciones futuras que afrontar. De manera que, a pesar de lo absurdo que pudiera resultar su comportamiento, se apresuró hacia la puerta abierta, descargando el peso de su espalda sobre ella, la mano diestra atrás anclada con fuerza sobre la manilla, esperando sin más que el escultor abandonara la estancia sin generar prisioneros – preocupémonos de lo verdaderamente importante… – de algo que se le empezaba a antojar bastante complicado – de sobrevivir a las circunstancias. De ser necesario, ya nos ocuparemos de él más tarde – La vista fija en Alek, su interlocutor, mientras su tono, sorprendentemente lleno de calor, parecía más bien una promesa. Sus mejillas comenzaban a recuperar el color y, aunque aún seguía luchando por controlar el pulso, resurgía de sus cenizas.
Dacijaj. Casa Misimovic. Viernes 26 - Abril - 1996, 03:00. Estudio de Mirsad Misimovic
El sonido de los apresurados pasos que se alejaban se perdió al cabo de unos segundos, dejando la estancia en un silencio casi absoluto y una sensación de calma tras el trueno que había sido el disparo. Mirsad había salido sin volver la vista atrás, sin aparentemente alterarse más de lo que ya estaba por el disparo, sólo un pequeño e instintivo encogimiento del cuerpo.
¡DING! ¡DING! DING!
Tres agudas campanadas resonaron justo a la espalda del inspector serbio, volviendo a sobresaltarle una vez más, debían provenir de alguno de los bultos cubiertos por las viejas sábanas
Que el hábitat natural de la mujer está entre la cama y los fogones es algo que aquí todo el mundo sabe. Se trata de algo tan arraigado en mi familia que se presenta de forma totalmente natural: una tradición que los Tasic hemos cuidado a través de generaciones y que, al igual que cualquier miembro de nuestra comunidad, tomamos como buena costumbre.
Así, papá - al que recuerdo por su candidez - le soltaba de vez en cuando a mi madre un buen sopapo cuando estimaba que su esposa se había salido del tiesto. Él propinaba aquellos tapabocas como ejercicio de un deber, y ella los recibía sumisa, sabiendo que algo malo habría hecho.
Y como eso recuerdo que siendo un chaval, llegaba desde su habitación hasta mi cuarto - a través de un muro de papel - la voz imperativa de papá diciendo: "Jelena. Ponte", como mandato previo al ruido de muelles..., tuviera mi madre ganas o no. Así, como ya hicieron mis antepasados y como dicta nuestra cultura, yo debería seguir ese mismo camino: el de la autoridad del macho. Y tras siglos de historia, de solera machista y de buenos hábitos..., yo habría de ser el primero de mi linaje en - cagado como estoy - agachar la cabeza y ponerme en manos de una mujer. Y para ello, aquí y ahora, sólo hacen falta tres palabras:
- Dígame qué sugiere.
Se lo suelto a Ywen mientras trato de incorporarme. Me paso los dedos por esa parte de mi cara que noto viscosa y me los miro. Rojo oscuro, intenso y brillante a luz de la chimenea. Huele. No sé si mal o bien, pero huele..., y no me dan naúseas en absoluto. Supongo que mi cara se torcería en un gesto de repugnancia si no hubiese otra emoción superior en intensidad al asco. Lo hay..., y no sé cómo llamarlo. ¿Miedo?. Demasiado simple. Correcto pero incompleto.
Así que finalmente me pongo en pié y me refugio en ella. La miro a los ojos mientras esa...cosa...lo que sea...me ha dado otro susto de muerte al tintinear bajo alguna sábana. Aún tengo la pistola en la mano, sorprendentemente firme. Todo lo contrario que mi corazón y mis pulmones: esos van a revienta calderas. Aguanto un poco la respiración y el aire que quería soltar lentamente sale a espasmos de tiritona. A ella me encomiendo y hacia ella voy, dejando atrás esa puta ¿campanilla?. Ywen Roth, así se llama, y como aval de su criterio sólo tengo lo que reflejaron sus ojos, lo que me transmitió su porte y lo que dijo su boca. Más que suficiente.
- ¿Qué hacemos, Ywen?.- digo sin haberme limpiado la sangre, y alternando la mirada entre la puerta y el lugar de donde creo proviene el sonido.- ¿Qué hacemos...- repito ya absolutamente rendido. Unos nacen líderes, otros seguidores. -..., porque yo..., a mí se me han agotado las respuestas..., y creo que todo lo que se mueve en este pueblo, en esta casa, lo puso alguien para..., ya sabe,...para...para jodernos, vaya,...si me permite la expresión.
A estas alturas más me vale asumir el reparto de papeles. Valiente mierda de forense y valiente mierda de policía, Alek. Valiente mierda de tío, así en resumen. Lo de antes se conoce que fué sólo un espejismo.
Cariño…
Los rasgos del rostro de Alek comenzaron a transformarse rápidamente en los de otro que reproducían en su interior un dolor absurdamente actual a esas alturas y habría que añadir que íntimamente casi podía oír acompañándola una muy apropiada canción de los Smiths. Todo ello mientras ese otro él se alzaba del suelo e Ywen no dejaba de pensar que debiera estar muerto. Muerto y bien muerto.
Se trataba de la reconstrucción de una pesadilla. Esa misma pesadilla que le había invadido los sueños en innumerables ocasiones.
Cariño… sólo estaba bromeando cuando dije que me gustaría estamparte todos los dientes en la cabeza...
Sí, se alzaba del suelo con medio rostro manchado de sangre mientras las líneas espacio temporales difuminaban sus límites en la mente de Ywen, recordándole una vez más que no todo tiempo pasado fue mejor. Sus labios se movían, dirigiéndose a ella. Le hablaban de nuevo, sólo que lo que ella oía eran áridos términos arrastrándose hacia el presente procedentes del pasado.
Cariño...
Apretó los labios y la mandíbula, como si de cascar nueces se tratase, y tragó saliva. El suelo ya no era de piedra, como debía ser, sino de una madera oscuramente envejecida y después de una década, las lágrimas amenazaban de nuevo con inundarle a traición las cuencas oculares.
Cariño… sólo estaba bromeando cuando dije que por derecho deberías ser apaleada en tu cama…
Y sí, el bocazas atacaba de nuevo... junto a la canción de los Smiths, como si de una banda sonora retro se tratase.
Y no, su bocazas personal tampoco tenía derecho a ocupar un lugar en la raza humana.
Y sí, en su día tuvo que ser ella la que se lo explicara más allá del límite obsoleto de las palabras.
Parpadeó entonces y se enfrentó a sus fantasmas mientras la cavidad bucal se le llenaba de sabor a óxido por culpa de la fuerza con la que sus dientes se habían clavado en el interior de su labio inferior, regresando al fin en el proceso mental junto a Alek en el presente, reconociéndolo ante ella y procesando con lentitud las palabras que éste le dirigía en realidad.
- Perdona – le tuteó y se disculpó por confundirle mentalmente con alguien que ella aún hoy en día odiaba y por tardar tanto en reaccionar a sus palabras. Acto seguido, soltó la manilla de la puerta a su espalda y se pasó las manos sobre el rostro, como quién se estuviera lavando la cara a primera hora de la mañana – llevo todo el día en tensión – musitó y ahora mantenía su mirada y le observaba con detenimiento. Las líneas del rostro de la británica se habían apaciguado palpablemente y su tono de voz de pronto había perdido todo su educado comedimiento habitual, sonando así mucho más cercano e integro – Si te parece, hablemos con Dejan y Dunja que son los que en realidad viven aquí de continuo y tratemos de ver si pueden y quieren arrojar algo más de luz a todo este embrollo - Recogió el libro del suelo y se dirigió hacia el exterior de la estancia – ¿Vamos? – Acompañó la pregunta con un gesto de cabeza, segura de sí misma y afable en el trato. Después de lo recientemente vivido allí, no se encontraba cómoda dentro de aquella estancia - De todas formas si, como decías, hay peligro de que nos ataquen desde el exterior, yo la verdad es que no conozco más que un acceso a la mansión, la puerta principal, pero resultaría extraño que fuera el único, y hacías bien preguntando porque, visto lo visto,- señaló el charco de sangre - estamos como para que nos den sustos alternativos – En cuanto saliesen de aquella habitación y llegasen a un punto en el que se pudiera llamar al mayordomo a través del cordón pertinente, pretendía justamente tirar de él – Antes mencioné una especie de carta de últimas voluntades del difunto. En ella mencionaba también a su otra hija, aunque el tono resultaba demasiado lúgubre – por decirlo con suavidad – parecía insinuar que las únicas soluciones viables a lo que fuera que él temía eran su reciente descubrimiento de Dios, aferrarse a la bendecida cruz y la desaparición de toda su familia… - dejó la frase colgada en el aire sin pinza alguna que la sujetase al tendedero - Si la quieres leer de primera mano, está en su despacho, junto a otro charco de sangre.- No había sarcasmo en ella, sencillamente trataba de relatar con precisión.
Es muy difícil no contestar a un teléfono que suena a tu lado. Cuando ocurre, supongo que debe haber una conexión en el cerebro humano haciendo masa , se produce un cortocircuito y toda voluntad queda desactivada excepto la que te obliga a alargar la mano. Así, no es raro que ese infernal estímulo te pille en el retrete haciendo aguas mayores...y dejes el trabajo del papel higiénico sin terminar para salir corriendo con medio culo al aire. Hay que descolgar. Te llaman. Rápido.
En la mansión Misimovic, las heces sin limpiar son la sangre de mi cara, y el teléfono que suena es el tintineo que viene de algún lugar bajo esas sábanas. Ahora sé cual es el cable pelado del cerebro: se trata de la posibilidad de resolver un misterio en un segundo. Del no saber a conocer. ¿Demasiada zanahoria para este burro?.
- De acuerdo.- le dijo a Ywen tras resoplar.- De acuerdo.- me digo a mí mismo, convencido de que habría aceptado cualquiera de sus propuestas...
- Hey, Tasic. Leí en National Geografic que tenemos un problema grave de hiperpoblación. ¿Te parece que nos tiremos por un barranco abajo?.
- ¿Como un par de lemmings, señorita Roth?.
- Exacto, querido.
- Ummm...De acuerdo.
..., incluso la que situaría nuestros fríos traseros sobre la vieja tapicería de mi Vectra.- Apostaba a que querría largarse de aquí, incluso después de saber lo que hay fuera.- que es, por otra parte, lo que me pide el cuerpo. ¿Cual es la diferencia entre un par de soldados con bayonetas y el resto rojo de algo inexplicable?. Fácil. Su respuesta ante un impacto de bala. Carne vs. sinsentido. - Pero tiene usted razón.
Aún con la pistola en mano, doy unos pasos hacia mi cicerone y, una vez frente a ella, me giro hasta darle la espalda.- Hágame un favor. En el bolsillo exterior de la mochila, el de abajo, hay un paquete de gasas estériles. Están a mano, tal como abra la cremallera.
Para esto sirve mi equipo médico. Para esto he estado cargando con la mochila desde que llegué a Dacijaj..., para limpiarme sangre de la cara con unas gasas en vez de usar una sábana llena de porquería. La llevo encima como una tortuga traga con su caparazón.
- Lo de Misimovic encaja.- dijo mientras espero a que Iwen hurge a mis espaldas.- Quiero decir..., lo de su..., su repentino "abrazo a la fé". Entre sus pertenencias había sólo dos objetos: una llave y una cruz.- y Dios te libre de decir en voz alta lo que hiciste con ellos, Alek.- Lo que resulta inquietante es que el padre, el coleccionista, parecía un tipo culto, formado. Es así, ¿no es cierto?. Quiero decir..., te esperas extravagancias de su hijo nada más verlo pero,...¿también del viejo?. Sólo conozco de él su curriculum y su tracto digestivo, pero me inquieta que un hombre así sólo encontrase una salida en supersticiones.
Lo que te lleva a pensar...¿qué?. Que lo que acabas de ver es un...¿un...fantasma?. No. No. Y NO. Método, Alek. Método científico. Causa-efecto. Tres dimensiones más tiempo. Me niego, ¡coño!.
- Y hablando de otra cosa...¿qué tal se le dan las armas?.
Se sintió aliviada al tener que responder a esa última pregunta a sus espaldas, ya que así él no podía escrutar su rostro en ese preciso instante.
- La última vez que sostuve una pistola fue hace doce años – Sincera y directa. Todavía notaba el sabor a metal de la sangre en la boca, ese que le acababan de provocar sus propios dientes instantes antes – pero un conocido mío suele bromear asegurándome que no me preocupe… que es como montar en bicicleta – el bromista en cuestión no era otro que su tío carnal y su humor siempre se había caracterizado por ser marcadamente negro y punzante. A pesar de las circunstancias, no pudo evitar sonreír al pensar en él y durante una fracción de segundo se preguntó si volvería a verle. Justo entonces, el gesto se le heló en el rostro para acabar transformándose en otro de profunda tristeza. No entró en disquisiciones sobre hasta qué punto sabía manejar un arma, ya que esa precisa cuestión no se limitaba tan sólo a la puntería o a lo habilidoso que uno fuera con ellas, sino también a si se tenía el empaque suficiente parar apretar el gatillo cuando de verdad importaba y, le gustase o no, ella se había demostrado a sí misma que de ese tipo de agallas andaba sobrada.
Mientras tanto se había limitado a extraer lo que Alek le solicitaba de la mochila y, una vez cerrada la cremallera, se colocó de cara a él y le puso directamente unas cuantas gasas en la palma de la mano que no sostenía el arma.
– Con respecto a lo de salir de la mansión Misimovic ahora mismo, he de reconocer que no ha de ser por falta de ganas por mi parte… pero al escuchar su descripción de lo que había en el exterior tuve la impresión de que no existía lugar seguro al que acudir – hizo una pausa breve, manteniendo su mirada – y con las carreteras para salir de Dacijaj me imagino que aún cortadas por la tormenta, el pueblo con gente enfermando y un grupo paramilitar que también anda por las inmediaciones… - se encogió de hombros, la preocupación reflejada claramente en sus rasgos – ¿A dónde iríamos? – Se disculpó con el tono de voz, mientras se apartaba unos pasos, colocándose de nuevo en su posición anterior – No parece haber solución ni dentro ni fuera, de manera que, si le parece, igual es mejor – se lamentaba abiertamente ante sus propias limitaciones de cálculo – intentar indagar primero si hay una forma de sobrevivir aquí y si al final la única solución es salir pitando, aunque sea a congelarse a la intemperie, pues se abandona la casa – revisó ambos lados del pasillo para asegurarse de la ausencia de Mirsad, pensando en desandar el camino y en tirar cuanto antes de cualquiera de los cordones de llamada.
- Misimovic padre a mí también me ha sorprendido - alzó ambas cejas de súbito - era un hombre meritorio e internacionalmente reconocido, no me esperaba nada de esto a tenor de la carta que me envió, pero quizás solo la utilizara para traerme hasta aquí – Su gestó se agrió durante unos instantes – ¿De qué se moriría exactamente? Espero que no fuera por tocar la figura de abajo… - Sarcasmo en el tono de nuevo, sí, porque la acidez era una armadura fantástica – Dejan dejó entrever cuando le pregunté que no tenía ni idea hasta ese momento de que aquella figura estuviera allí y que la última vez que Misimovic padre había visitado la cueva del sótano había sido tres días antes de morir, pero lo mejor de todo es que no sabía cómo la susodicha figura había llegado hasta allí abajo, ¿habrá otro acceso? No me pareció verlo – Negó con un gesto de cabeza para acabar centrando la mirada en su acompañante una vez más.
- Mire, todo lo que llevo vivido en esta casa escapa a todo razonamiento, lógica o concepto de realidad que haya sostenido hasta ahora, de manera que da igual en lo que creamos o no – Alek ya había manifestado abiertamente su escepticismo y ella por no creer no creía ni en Dios hasta que no se lo presentaran, agnóstica incondicional en todos los ámbitos de la vida – el caso es que está claro que no estamos ante circunstancias normales y no sé usted, pero yo al menos me siento como si estuviera participando en una contrarreloj…