30 de noviembre de 1999 - 22:45
Mientras contemplaba los fuegos artificiales en el despejado cielo griego, Viviane iba rememorando lo que había vivido el día anterior en el Clan. Oculto en un bosque en el lado sur de la isla, rodeado de acantilados que hacía que nadie pudiese acercarse a él, el Túmulo representaba un antiguo templo griego a la diosa Ártemis, la diosa de la Luna. Había aprendido que las Furias Negras griegas, de sangre más pura, reverenciaban a Selene como tal.
Su entrada en el Túmulo había sido en solitario. Su padre no tenía permitido pasar, y pisar el sendero que llevaba al asentamiento se habría castigado con su muerte. Así eran las Furias griegas, duras como un hueso y despiadadas para con los hombres. Sin embargo, con ella habían sido amables.
Todas conocían a su antepasada, Abrazo-de-piedra, una Galliard. Había destrozado a un Danzante de la Espiral Negra entre sus brazos durante su Rito de Iniciación, ganándose el sobrenombre. Además, después se había hecho forjar un peto de metal con púas de plata, con lo que el abrazo se volvía mortal para los Garou caídos y para sus enemigos. Abrazo-de-piedra había tenido seis hijas y dos de ellas habían emigrado a Estados Unidos. Su muerte se produjo en una pelea entre manadas, a manos de un Caminante Silencioso turco, en Chipre. Según Aullido-de-piedad-a-la-Luna, la Galliard que le relató esta historia, mientras que el peto de plata se había perdido en la batalla, pudieron recuperar el medallón que su tatarabuela llevaba al cuello.
Ahora lo tenía en el bolsillo del pantalón, y acariciarlo le producía un cosquilleo muy fuerte en los dedos. Aullido-de-piedad le había dicho que en su interior había un espíritu de Dolor. El medallón había pertenecido a la madre de Abrazo-de-piedra, que fue asesinada por su marido a finales del siglo XIX. Aquello había hecho que su hija, al cambiar, se uniese a las Furias Negras, iniciando la línea de sangre que terminaba en Viviane.
Con el regalo de las Furias, la cabeza despejada y llena de historias y algo más de conocimiento sobre su Tribu y su estirpe, Viviane había regresado sobre sus pasos para encontrar a su padre leyendo un libro, muy tranquilo al abrigo del bosque.
Habían regresado al hotel y Viviane había tenido en sueños la visión de su tatarabuela, tal y como se la imaginaba, luchando codo con codo junto a sus hermanas Furias. La mujer se había dado la vuelta y le había dicho "Ya es hora". Y se había desvanecido.
Mientras miraba los fuegos, supo a qué se refería. Los estallidos en su interior le recordaban algo dormido, un recuerdo que no era suyo, sino de aquellos que la habían precedido. Era el estallido de los cañones turcos a las puertas de los templos griegos, las mujeres violadas, los hombres asesinados, los niños moribundos. Vio a su alrededor un montón de turistas sonrientes observando los fuegos, ajenos a la mujer a la que su jefe gritaba en griego porque se le había caido una bandeja llena de vasos. En ese momento, el medallón le dio una descargada en la yema de los dedos y Viviane supo a qué se había referido Abrazo-de-piedra.
Se volvió hacia su padre y vio cómo la miraba. Adam echó a correr poseido por el terror. En sus pupilas, Viviane descubrió su propio reflejo. Su ropa estallaba a medida que crecía y crecía, dejando atrás sus propios pies.
Las luces de colores resplandecían en cielo, reflectándose en las pupilas de la gente. Se escuchaban sonidos de asombro y frases entusiasmadas dichas en idiomas que ella no entendía por encima del estruendo de los fuegos artificiales. Aunque tenía una leve sonrisa dibujada en los labios, su mente seguía atrapada en aquel templo, con la voz de Aullido-de-piedad-a-la-Luna resonando en su cabeza.
Viviane había tenido una última esperanza de que todo fuese una pesada broma mientras había recorrido el sendero hacia el Túmulo, sola. Había tenido que ignorar aquello que se removía en su interior como un demonio enjaulado, pero una vez llegó y vio todo aquello, las dudas desaparecieron. Empezó entonces su viaje a la memoria de sus antepasadas, a su estirpe, quién había sido aquella gran heroína, su tatarabuela Abrazo-de-piedra. El único recuerdo que le quedaba de ella era un medallón que parecía temblar y agitarse de impaciencia cada vez que su piel lo rozaba.
Desde que había abandonado aquel lugar se había sentido como sumergida en un constante sueño, con una sensación de irrealidad perpetua. Pensó que quizás aquello fuese la Umbra, aunque lo dudaba. Era algo que iba mucho más allá y que nacía más adentro de ella. No lo comprendía, y no estaba segura de querer averiguarlo.
Entonces, mientras estaba allí sentada mirando el cielo, la gente, el bullicio y el estruendo de los fuegos, algo se aclaró en su mente. Fue ese grito de reproche en griego que le hizo girar la cabeza. Fueron los cañones y las imágenes sucediéndose en sus pupilas. Fue la Rabia y el latido de su corazón resonando en su pecho, tan fuerte como un tambor anunciando el comienzo de la guerra.
Adam echó a correr dejándola sola. Más tarde se daría cuenta de que lo había hecho por su vida, porque sino corría un grave riesgo, pero en aquel momento no pudo más que odiarle por dejarla entre aquella multitud. Se iba a convertir… No, se estaba convirtiendo en un monstruo que iba a empezar a matar frenéticamente y sin descanso hasta que alguien lo parase, y allí no había compañeros de clase que pudieran retenerla. Se sintió presa del pánico mientras una punzada de dolor le cruzaba la espalda y sus manos mutaban en garras enormes a la vez que se recubrían de un pelaje color negro y blanco. En menos de medio minuto allí no quedaba ni rastro de la chica de diecisiete años. En su lugar había una especie de lobo erguido sobre las dos patas traseras con las fauces abiertas enseñando una hilera mortal de dientes. Balanceaba la cola de un lado a otro con los ojos inyectados en sangre buscando algo contra lo que arremeter. Emitió un sonido gutural que pretendía ser un gruñido o algo similar y cargó directa contra el hombre que había estado en el punto de mira.
El hombre, demasiado ocupado en gritar a su empleada como para percatarse del horror que acababa de desatarse, cayó hacia atrás golpeándose la cabeza contra una de las mesas de la terraza. Viviane se echó sobre él y le desgarró el abdomen con una garra, haciendo brotar los intestinos del mismo modo que las cascadas de fuegos artificiales se derramaban en el cielo. Pero aquello no fue suficiente. Su Rabia pedía más. La mujer de al lado fue su siguiente víctima. De un mordisco que le llenó la boca de sangre le arrancó un brazo y lo escupió varios metros a su derecha.
Los turistas ya habían empezado a correr de un lado a otro. Algunos estaban en el suelo hechos un ovillo, pero la mayoría se había lanzado a la carrera sin ton ni son, cayendo a la piscina o entrando en tromba al hotel. No había rastro de su padre.
Viviane cazó a dos turistas y les rompió la espalda al dejar caer su peso sobre ellos. Los alaridos le llenaron los oídos. Dos guardias de seguridad salieron de una de las puertas y dispararon contra ella. Viviane notó que el pecho se le desgarraba por las balas, pero para ella eran como picaduras de mosquito. Corrió hacia los guardias y a uno lo estampó contra la pared, dejando una flor roja en ella. Al otro...
Cuando todo pasó y recuperó la conciencia, se encontró a sí misma desnuda, helada, sobre una pulpa roja. A su lado estaba el medallón de Abrazo-de-piedra. Se escuchaban sirenas a lo lejos. Policía. Ambulancias. No lo sabía. Se le había olvidado cuál era el sonido distintivo de cada uno.
Al incorporarse no vio a su padre por ningún lado. Estaba sola en el patio del hotel. La piscina, llena de sangre. La única presencia que percibió fue la de una loba negra que trotó hasta acercarse a ella y le dio un lametón en el brazo.
-Es hora de irse.
Viviane abrió los ojos e instantáneamente sintió una enorme presión tras estos, como si le clavasen clavos desde dentro. Intentar recordar suponía un esfuerzo aun mayor, así que sencillamente se incorporó notando la piel fría y húmeda. Cuando fue capaz de entornar los ojos se dio cuenta de que estaba sobre una masa sanguinolenta, desnuda y con la piel manchada de rojo. Un poco más allá el medallón de su tatarabuela parecía como aletargado.
El sonido de la primera sirena le atravesó la sien como si fuese una lanza. Se llevó la mano a la cabeza con un gemido y supo que tenía que irse de allí. Pero estaba asustada, temblaba por el frío y no sabía qué hacer. Su padre no estaba, no había nada más que… Entonces recayó en los cadáveres y la gente que había a su alrededor mientras el sonido se acrecentaba. La piscina estaba roja, como el chasco en el que estaba.
La loba negra se interpuso en su cambio de visión. Fue extraño sentir alivio al verla. En otras circunstancias habría salido corriendo del animal, pero entonces era el ser mas afín que podía encontrar. Recibió el lametón con una sonrisa forzada que rondaba más la histeria que la alegría. Asintió sin decir nada y alargó la mano para coger el medallón. No iba a dejarlo allí, era su más preciada pertenencia. Al tocarlo sintió una extraña calma, no como las veces anteriores. No supo si alegrarse o no de ello. Se incorporó y siguió a la loba sin darse demasiada cuenta de que estaba desnuda. Ya habría tiempo para el pudor más tarde. Las sirenas seguían tronando en su cabeza.
La loba la llevó a la salida del hotel por el lado más alejado del jardín, donde había un agujero en la valla estratégicamente colocado. Pasó por él y esperó a que Viviane hiciese lo mismo.
-El Cambio siempre es letal -dijo, como para quitarle hierro al asunto-. No pienses en eso. Tenía que ocurrir.
Viviane temblaba. Aunque no sólo era por el frío, se debía en gran parte a eso. La loba no tardó en darse cuenta y por eso la llevó entre los árboles.
-Tienes que cambiar a Lupus, Viviane. No hay ropa para ti, el pelo te protegerá del frío.
Le dio otro lametón cariñoso en la pantorilla y asintió.
-Instintivamente sabes cómo es. Concéntrate, ve tu cuerpo como el de un lobo y cambia. Quizás ayude si te pones a cuatro patas.
Sus pasos, temblorosos por las circunstancias, siguieron al animal sin reparo atravesando el lugar devastado. Procuró mirar al frente sin apartar la vista del lomo negro de la loba, como si llevase una brida para dirigir su camino. No quería ser consciente de que todo eso lo había hecho ella. Era mejor así.
Se agachó y cruzó al otro lado agazapándose en el suelo. Cuando alzó la mirada volvió a escuchar a la loba hablar. No sabía porqué la entendía, pero no se hizo preguntas al respecto. Miró hacia atrás y después sus manos, (en las que portaba el medallón) igual que había hecho Adam el día que había llegado a casa sabiendo la verdad. Ahora sí estaban rojas. ¿Dónde estaría su padre? ¿La odiaría por ello? Entonces ella hizo referencia al frío y se dio cuenta de que era cierto, temblaba, no sólo por el miedo sino por la temperatura. Algo en el fondo de su ser comprendió sus palabras, pero ella en sí misma, la chiquilla asustada que había delante, no. Aun así lo hizo.
Viviane se arrodilló en el suelo, encogida sobre sí misma, y miró directamente a los ojos de la loba. En algún lugar había leído que eso inquietaba a los animales, y no supo por qué aquel detalle absurdo había acudido a su cabeza. Aun así, bajó la mirada y se centró en el dorso de sus manos. Buscó en su interior, o trató de hacerlo como le había dicho, pero no sabía qué tenía que buscar. Visualizó a un lobo, tal como los recordaba en las películas o las fotos, y cuando pensaba que aquello no podía ir a peor sintió de nuevo una punzada de dolor cruzando su cuerpo. Cuando volvió a mirar sus manos eran zarpas con pelaje blanco.
Fue extraño. Lo primero que pasó es que sentó sus cuartos traseros sobre la tierra al ser incapaz de sostenerse. El centro de equilibrio era diferente, y la visión desde allí abajo también. Los olores, los sonidos… Incluso tuvo que abrir las fauces para sacar la lengua y que transpirase (cosa rara donde las hubiera). Después levantó las patas haciéndose al extraño movimiento de estas. Se movía como si tuviera espasmos, de forma instintiva y descubriendo los cientos de músculos nuevos que tenía. Todo era como un gran cúmulo de sensaciones raras que su cerebro era incapaz de organizar, y se sintió abrumada y confusa, así que gimoteó de forma lastimera por el agobio. Incluso eso fue extraño.
Tras los primeros segundos de total ofuscación, decidió levantarse y ponerse a andar. Los tres primeros pasos fueron un completo error haciéndola trozar e ir al suelo, pues seguía intentándolo como si tuviese dos piernas. Se levantó, frunciendo el ceño (o esa fue la expresión que intentó reflejar en su rostro canino) y buscó en su interior algún tipo de patrón que seguir, como el que tenían las crías de los mamíferos, muchas de las cuales a las pocas horas ya eran capaces de andar. Instinto de supervivencia. Cuando lo encontró y probó de nuevo, fue igual de torpe pero algo más efectivo. Al menos no se enredó con sus propias patas. Todo era cuestión de práctica.
Al fin transformada en lobo y por tanto, habiendo atravesado las tres transformaciones principales, podía decirse que Viviane era ya una Garou de pleno derecho... o al menos así podía empezar a sentirse.
La loba negra la guió hacia el bosque, hacia el Clan. Allí sería recibida de nuevo con gran alegría pese a las muertes que había provocado en su Rabia, pero después de todo era necesario. Una nueva guerrera se unía a las tropas de Gaia.
¿Su padre? Se reuniría con ella al día siguiente y la sacaría del pais con toda la discrección posible. Algo había cambiado entre ellos. Adam seguía queriéndola de modo incondicional, pero algo nublaba su mirada cuando la fijaba en ella. Tal vez fuese el miedo a perderla, el miedo a que se convirtiese de nuevo en una bestia irracional, o tal vez el reproche por lo que había ocurrido. Pero aunque seguía abrazándola con igual fuerza, ya no le parecía lo mismo.
Para el 4 de diciembre ya estaba de nuevo en casa. Pero ya no era su casa. Después de una corta llamada de su padre, su madre llegó a lo que hasta ahora había sido su hogar y le indicó que cogiese ropa de abrigo, la metiera en una bolsa y que se fuese con ella. Le prometió que la dejaría volver para Navidad, pero que no podría hacerlo hasta entonces.
Adam la abrazó como si quisiera romperle las costillas, pero no derramó lágrimas. Besó a Lysandra y le pidió que cuidase de su hija. Y así fue como Viviane abandonó su vida y se trasladó al Clan.
Primero pensó que eran imaginaciones suyas, que era porque estaba nerviosa y confusa tras su viaje a Grecia, pero al bajar del avión y volver a pisar suelo norteamericano se dio cuenta de que no era así. Adam había cambiado hacia ella, tal ve por miedo, porque ya no era su hija, sino una Garou. Tal vez porque llegaba el momento de despedirse… Viviane no lo sabía y tampoco lo comprendía. Le miraba buscando apoyo y, aunque siempre le dirigía una sonrisa amable y paternal, esta iba acompañada de unos ojos empañados de tristeza o algo que no alcanzaba a imaginarse. Fue como si alguien le comiese la voz.
Los pocos días que pasó con él después del cambio fueron los peores que recordaba hasta la fecha. Su casa ya no era su casa, y él no parecía su padre. Era como cuando hacía algo mal y en vez de regañarla sólo le dirigía una dura mirada de decepción. Lo que le carcomía por dentro era no saber qué pensaba, y por eso cuando Lys fue a buscarla y le dijo que no volvería hasta Navidad, no supo si alegrarse por ello.
No dijo mucho al montar en el coche para irse. Tampoco miró por la ventanilla para despedirse de su padre. Se limitó a apretar con fuerza el collar de su tatarabuela que llevaba siempre con ella. Era lo único que le quedaba entonces.