20 de abril de 2000
La celebración por su nuevo estatus en la manada tocaba a su fin. Las hogueras crepitaban y los Garou, cansados de danzar alrededor del fuego, habían decidido ir retirándose. Sólo quedaban algunas Furias y un par de Hijos bebiendo cerveza en honor de los nuevos Cliath. Los Garou celebraban las fiestas con gran pasión. Al principio no habían comprendido por qué, pero ahora sí. Después de luchar cara a cara contra la muerte y tomar decisiones duras, debían celebrar que seguían vivos y enteros. Y eso era ya mucho.
La manada se había juntado en torno a unas brasas. Una pata de ciervo goteaba grasa sobre ellas dado que alguien la había puesto a calentar otra vez. Ashley seguía en forma Lupus, que apenas había cambiado en todo el día. Hécate no podía mover la mano afectada. Los Ancianos habían dicho que, aunque podían limarle el hueso (dolorosamente) para quitarle las puntas sobresalientes, no podían reconducirlo para que conectase con la mano. Había quedado tullida para toda su vida. Y aún así, el reconocimiento que le habían dado en el Clan, mayor que nunca, hacían que en su corazón cosquillease la alegría.
La noche moriría en breve. Era el momento de decir adiós a sus vidas de cachorros y abrazar las de adultos.
Durante algunas horas, entre la algarabía de sus mayores y la narración que habían entretejido Edgar y Hécate de sus propias aventuras, Kate había llegado a creer que todo aquello no había pasado, que era una historia más, y ella sólo una espectadora. Pero en el silencio que precedía al alba, mientras el crepitar del fuego era lo más ruidoso que ocurría a kilómetros a la redonda, un peso extraño se estaba instalando en su corazón.
Levantó la cabeza silenciosamente, observando como una a una las estrellas iban ocultándose, hasta que sólo restó el lucero del alba en el firmamento, como desafiándola a que la olvidara a ella también mientras durara el día. Cuando desapareció del todo, Kate se dio cuenta de que estaba apretando los dientes con fuerza mientras alguna que otra lágrima se le escapaba.
Lo triste era que no lloraba por aquel pobre desgraciado al que habían tenido que matar. Ni siquiera podía asegurar si parte de aquellas lágrimas eran por el terrible daño que Hécate tendría que cargar el resto de su vida. Se dio cuenta de que se sentía complacida y condenada a la vez por haber cumplido su deber. Había hecho lo que se esperaba de ella, había enorgullecido a todas las personas que se habían molestado en acogerla, enseñarla y cuidarla. Sí, ahora era una garou por derecho propio... igual que su padre, maldito fuera cien veces. Y lloraba, por que muy a su pesar, seguía sintiendose un triste ejemplo de garou que no le llegaría a aquel monstruo a la suela del zapato. Cualquiera de sus compañeros era más y mejor que ella... ¿Cómo podía esperar vengar algún día a su madre?
- Debería ir a visitarla. - Murmuró, tan bajito, que dudaba incluso que Ash hubiera podido oírla.
Devolvió la vista a las ascuas moribundas, soltando un único suspiro resignado. Y allí se quedó, incluso cuando todos sus compañeros se hubieron levantado y marchado, esperando por un sol que, sabía, no iba a lograr calentar su triste alma.
Pobre Kate xD Me da pena y todo la muchacha, pero es que ha pillado un complejo de inferioridad que te cagas xD
Aprovecho para avisar: me voy de vacaciones :) Hasta el lunes que viene no puedo asegurar que conecte.
Al igual que el fuego de las hogueras, el ánimo de Viviane comenzó a avivarse con las historias que los Galliard narraron sobre ellos, relatando sus hazañas y proezas durante aquel Rito que los convertía a todos en Garous de pleno derecho, aquello que al menos ella había ansiado desde que supo la verdad. En su interior el desasosiego dio paso al júbilo, uniéndose a las canciones que tejían los aullidos del Clan intentando contagiar su alegría al resto de compañeros. Sabía que su manada (porque por fin podía decir que sentía a todos los demás como hermanos) no estaba en su mejor momento y que posiblemente aquello hiciese mella en ellos para siempre, sobre todo en Ash, cuya decisión pesaría en su conciencia, y Hécate, cuya pata inútil le recordaría siempre la maldad de aquellos monstruos por si ser metis no la hacía la existencia ya de por sí bastante complicada. Pero aquella noche era un paso más hacia su victoria sobre el Wyrm, y la Ragabash mantenía las expectativas altas.
Durante gran parte de la ceremonia buscó los ojos de Lysandra. Quería hablar con ella, abrazarla como a la madre que era, mirarla a la cara y decirle “Ya he encontrado mi sitio. Sé que lucharé hasta el final igual que tú.” Se sentía orgullosa de ser hija de quien era, de pertenecer a una estirpe tan antigua, y no le importaba en absoluto tener “pedigrí” pues significaba mucho más de lo que podía imaginar. El orgullo y el valor recorrían sus venas y estaba decidida a hacer honor a sus antepasados y al colgante que pendía de su cuello hasta caer en batalla combatiendo el Wyrm, exactamente como decía la Letanía.
Al final de la velada el cansancio comenzó a hacer mella en su ánimo. Decidió pasar a lupus para hacer compañía a Ash y así resguardarse del frío con su tupido pelaje. Las ascuas aún emitían algo de calor cuando se tumbó junto a sus compañeros de manada esperando el amanecer. Se dio cuenta de que sólo acababan de empezar un largo y peligroso viaje, y al repasar sus rostros con la mirada comenzaron a entrarle dudas sobre cuánto aguantarían allí. ¿A caso era la única que celebraba con tanto entusiasmo haber encontrado su lugar en la vida? No era una decisión fácil de aceptar, pero era todo cuanto tenían. Ellos eran ahora todo cuanto tenía.
Hécate no retiraba la mirada de las ascuas una vez que terminó la ceremonia. Cuando sintió el dolor algo en su interior le dijo que no volvería a poder utilizar ese brazo pero... pero el que los ancianos lo confirmasen había caído sobre ella como una losa. Sabía que la herida le daba gloria pero... pero bastante complicada era su vida como para, además, convertirse en una tullida. Sólo esperaba que el resto de la manada no la viese como una carga.
Suspiró ya que seguía preguntándose si habían hecho lo correcto, aún sabiendo que era la única de toda la manada que se lo cuestionaba. Miró de reojo a Ashley y se preguntó también como de afectada estaría por los hechos. Seguramente su padre estaría orgulloso pero se preguntaba si eso sería suficiente para ella. Pese a todo no había nada que pudiese hacer.
Miró a su alrededor si toda la ceremonia significaba que, aún a pesar de ser metis, empezaba a tener el respeto del clan aunque sabía que tendría que esforzarse el triple de sus compañeros de manada para conseguirlo. Eso no le importaba, pero... seguía sin ser justo. Aunque claro, nada en la vida lo era.
Donny nunca había aprendido a celebrar, y no se le daba muy bien. Al principio, mientras volvían al clan, pensó que tampoco había muchos motivos. El novio de Ashley o lo que fuera estaba muerto, no habían tenido la gloriosa batalla que todo el mundo prometía, y ahora que ya no eran cachorros estaban mucho más cerca de la muerte.
Pero después, cuando obtuvieron su rango y empezaron las celebraciones, Donny sintió durante un rato que pertenecía al clan. Se había hecho un sitio entre los garous, y ahora era uno de ellos. Lo sabía, lo sentía, y nunca le había sucedido antes, ni con su familia. Incluso confiaba en que la manada, hasta ahora inconexa a pesar de lo que habían pasado, se uniera de ese momento en adelante.
Al cabo de un rato, cuando ese sentimiento ya se estaba disipando, abandonó su forma homínida por la de lupus y miró alrededor. Ashley debía de estar hecha una piltrafa, aunque en su forma lupus no podía saberlo. A lo mejor esa era la idea. Hécate estaba tullida, como si no tuviera ya bastante. Kate estaba siendo rara y callada, como siempre, y procuraba no hacer caso a Edgar porque no estaba de humor para escuchar la adaptación de su Rito a Star Wars. Viviane parecía en su salsa, eso sí. Las Furias Negras iban a tener tres nuevas chicas guerreras más, por lo menos. Él ya había tomado su decisión, y no eran los Hijos de Gaia. Después de aquella noche no creía que el diálogo solucionase nada. No había ayudado a Roland, ni a Ashley, ni lo había hecho más fácil para el resto. Iría a la ciudad y pediría a los Roehuesos, a Tony, que le aceptaran. No sabía qué esperarse después, o cómo iba a reaccionar la manada. Y Tommy. Se acordó de que una vez Kate le había llamado Roehuesos y se sintió extraño.
Sintiendo un ramalazo de cariño hacia la Theurge y hacia el resto de su manada se enroscó entre ella y Hécate y se quedó dormido con un gruñido de satisfacción.
Durante la celebración, Edgar había estado totalmente en su ambiente, como pez en el agua, tejiendo un relato épico, medio narrado y medio actuado, sobre su rito de iniciación y cómo lo habían superado. Él y Hécate, la otra Galliard de la manada, habían narrado juntos la mayor parte del tiempo, y había dejado a la metis la voz cantante en lo que al enfrentamiento contra el segundo vampiro se refería, pues él sólo había presenciado el final del mismo. Exageró un poco, poniendo frases épicas en boca de sus compañeros de manada (estaba especialmente orgulloso del "¡hora de pagar la cuenta, sabandija!" que según él había dicho Donny antes de fulminar al tal Jason) y en general disfrutó mucho de poder contar una historia a su manera, ante un público deseoso de oírla... como cuando hacía teatro. Sintió un pinchazo de nostalgia pero lo reprimió, ¿qué otra cosa podía hacer? Sabía que no había vuelta atrás.
Fue más difícil hacer retroceder la tristeza cuando los ánimos se hubieron apagado y la celebración hubo tocado a su fin. Realmente habían cruzado la línea, habían dado un paso que no podía deshacerse. Eran garous, ahora ya de forma definitiva y para siempre. Su etapa de "padawans" quedaba en el recuerdo, ahora muy vivo pero más lejano con cada día que pasase, igual que había ocurrido con su vida antes del clan. Demasiados cambios en demasiado poco tiempo... pero quizá esa era la esencia de crecer, madurar, hacerse mayor; y no sólo para ellos, quizá los jóvenes que no se convertían en monstruos de dos metros y medio también pasaban por etapas de inestabilidad, cambios y confusión.
Permaneció en forma de homínido cuando todos sus compañeros ya hubieron cambiado a lupus y algunos se hubieron echado a dormir. Seguía siendo su forma, con la que se sentía más cómoda y con la que mejor sabía expresarse. Y estaba bastante harto de tener que ir en plan perro cuando visitaban Naperville. Pasó un rato mirándose las manos vacías. La verdad era que no sabía luchar, no tenía ni idea; antes de su primer cambio, nunca se había metido en una sola pelea, excepto algunas involucrando floretes, coreografías ensayadas y frases de Shakespeare entre estocada y estocada. Pensó que quizá podía aprovechar algo de las lecciones de esgrima que había tomado desde casi un año antes de su primer cambio, que quizá así no sería tan inútil en combate. Estaba demasiado acostumbrado a ser bueno en todo lo que se proponía, así que no estaba llevando muy bien ser una carga en cuanto empezaban las tortas. Sí, desde luego que todos apreciaban que estuviese a la hora de curar las heridas del grupo, ¿pero y si un día no tenía a Donny o a Ash para dar y recibir guantazos por él? Incluso las otras tres chicas de la manada le parecían más competentes. Inconscientemente, acarició la cicatriz de su pecho con las yemas de los dedos. Quizá podía conseguir una daga de colmillo como la que usaba Ismene...
Ya habría tiempo de pensar en todo eso. Los párpados le pesaban, así que finalmente adoptó también su forma lobuna y se echó junto a sus compañeros, su manada. No sabía qué les aguardaría mañana, pero desde ese momento, fuese lo que fuese tendrían que hacerle frente juntos.