Partida Rol por web

Vísteis que don Richard tenía cara de pocos amigos. Temíais que hiciera alguna locura.

Su Santidad, de manera sucia y rastrera se me ha utilizado desde esta cámara, a través de mi hospitalidad para con uno de vuestros fieles -se atrevió el escocés-, después de que tan buenos y fieles servicios siempre vos presté en el pasado y a su causa.

Viejo amigo -respondió el Papa-, Dios ha querido que lo represente en la Tierra, et que por eso ni Dios ni yo habemos de dar cuentas a nadie, y mucho menos a los que hace tiempo han dejado de rendirme homenaje -los años, veíase claramente, habían dejado a un papa con un carácter completamente intransigente, pero no se habían llevado en absoluto ni un ápice de su inteligencia ni agudeza dialéctica-.

Fue entonces, en este pequeño momento de tensión, cuando vuestro señor, lanzando un largo suspiro y alzando con orgullo la cabeza, el barón MacCormak dijo algo en alto, en medio de la sala.

Señor don Pedro de Luna, yo, Ricardo, ricohombre, bésoos la mano, y de ahora en adelante ya no me llaméis vuestro vasallo -aquellas palabras no eran sino las dispuestas por el mismo Alfonso X, llamado El Sabio, como pequeño ritual de rotura de vasallaje, formulado en sus famosas "Partidas"-.

Tras lo cual, Benedicto XIII palideció ostensiblemente, mientras los ojos se le salían de las órbitas. Sus cuatro hombres de confianza se agitaron inquietos, mientras que los soldados de armas y vosotros mismos tragábais saliva. Romper el vasallaje era el mayor insulto que se le podía hacer a un noble (don Álvaro lo sabía bien), ya que es considerarlo indigno de los servicios que se le prestan... Lo normal, en estos casos, no era sino hacerlo por delegación, favorecido por el derecho de embajada, y mediante un mensajero (el cual no quedaba bien parado...). No obstante, don Richard parecía muy tranquilo. Mientras se producía ese pequeño murmullo, se giró hacia vosotros, y os susurró:

Lo siento -dijo-, pero me juró que quería vuestra vida, no vuestra muerte.

Y a continuación gritó en voz alta, haciendo de aquella tensión escarnió ý desacato:

¡¡SARIEL!! ¡¡CUMPLE LO PACTADO!!

Tras un pequeño brillo en medio de la sala... desapareció.
Lo hizo.
Don Richard... ¡desapareció!
Et que pareció que nunca estuvo allí, dejando tras de sí un leve olor a humo como formado por leña mojada...

Fue entonces que el Papa, anonadado por lo que pasó, no se quedó en la sorpresa, sino que reacción... precisamente con vosotros.

¡¡COGEDLOS VIVOS!! -ordenó a sus soldados -. Y los guardias se abalanzaon sobre vosotros.

En cualquier otra circunstancia, el carácter desconfiado de Roderigo le habría llevado a desobedecer descaradamente las órdenes de sus anfitriones, y casi con seguridad se las habría ingeniado de alguna forma para evitar desprenderse de todas sus armas. Incluso a riesgo de ser descubierto, por supuesto.

Pues la experiencia le había enseñado (y de la manera más dolorosa) que una miserable púa de hierro escondida en su bota podía resultar de más confianza que el más honorable de los señores.

De todos modos, con los músculos agarrotados por la presurosa cabalgada, y la mente ya embotada por el cansancio, al extenuado Roderigo no le quedaban muchas ganas para mostrarse demasiado avispado. Así que, desoyendo todas las alarmas que su bien desarrollado sentido del peligro le susurraba, se limitó a entregar mansamente el estilete y el terciado que llevaba a la cintura, sin detenerse siquiera por un instante a cuestionarse la conveniencia de dicha acción.

De momento, solo podía pensar en una pieza de carne bien asada y un lecho cómodo donde tumbarse. 

 Miré sorprendido lo que ocurría a nuestro alrededor, entonces, cuando los hombres del Papa se abalanzaban sobre nos, solo podía lamentarme, ya que sin armas, no tenía ninguna oportunidad, puesto que no era un luchador. Miré a mis compañeros, a la espera de hacer lo que ellos hacían...

El judío iba a tirar de lanza cuando se dio cuenta que esta la había dejado a la entrada. Malandrín, malandrines todos. La ira consumía por dentro a Nadir. Estaba acostumbrado a los actos viles, a las traiciones y a la muerte; pero nunca se esperó que la traición viniera de manos de su señor. Ese prometió a si mismo que viviría para devolver el golpe.

Levanto las manos para dar a entender a los soldados que se rendía. Era estúpido combatir en circunstancias tan desfavorables, sería un suicidio.

Viéndome atrapado en aquel brete inexplicable, miré en derredor en busca del que hasta no hace tanto fuere mi señor, mas no pude encontrarlo. Tal entonación no podía ser sino salmo al Maligno, y demostrándose tal cosa, no me quedó sino aceptar que había llegado allí como siervo de quién no debía, y que esto habría de mal me reputar.

- ¡Deteneos, non osades ponerme una mano encima! - grité con rabia a los soldados - ¡Soy don Álvaro Ulloa, legítimo señor de Finisterre! - miré entonces al Papa Luna, viendo en él quizá un último y posible aliado - Non pagades con los siervos os pecados do senhor, Santidad. Pues tan engañado e humiliado he sido yo en aqueste encuentro como habéislo sido vos.

Que mi rango pudiere pesar en aquel encuentro era mi única esperanza, y quizá vana, pues muchos preguntaríanse quién era yo, y porqué no hallábame en mis tierras, dándoles gobierno. Mas tiempo habría de tal cosa, si la cuestión así se presentaba.

En menos de lo que dura un suspiro, todo el cansancio y abatimiento que abrumaba de manera tan agobiante a Roderigo pareció esfumarse de repente, en el mismo y preciso instante en que desaparecía de su vista, y sin previo aviso, aquel que alguna vez había sido Don Ricardo. También en ese momento, todos los anhelos y deseos relativos a una cama caliente y una bebida fresca dejaron paso en su mente a la más completa fascinación que aquel pobre diablo hubiera experimentado jamás.

Pues lo cierto es a nadie sorprenden más los portentos que a aquellos que no los creen posibles. Y, aunque pocos lo supieran, Roderigo se enorgullecía de ser uno de los más irredomables escépticos que hubiera dado nunca la cristiandad.

De modo que, abrumado por aquella maravilla, y tras un primer instante de negación, en el que intentó aventurar alguna explicación plausible al suceso, no pudo más que rendirse ante  lo irrefutable de aquel suceso y se sumió en el más absoluta embobamiento.

Por fortuna, aquel estado lo dejó sin el ánimo, ni la cabeza suficientes como para reaccionar ante la acuciante amenaza que representaba aquella situación, y ni siquiera le permitió tomar una remota conciencia de los guardias que se cernían sobre su posición. Lo cual, en verdad, resultó toda una suerte, pues le evitaba a todos los presentes el tener que asistir al lamentable espectáculo de un sujeto adulto sollozando y pataleando por su vida de la manera más abyecta y ruin...

Los soldados se abalanzaron sobre vosotros. Ni atendieron a la apelación de don Roderigo por su propia estirpe y el ultraje de la órden del Papa. Nadir, si ya de por sí evitaba a los cristianos, estar delante del Papa cual hebreo hacía sentir asco, cuanto más siendo ahora apresados. Lo mismo ocurría con Rasiq, que junto a Jaume nada podían hacer. Eso sí, Roderigo aprovechó para retirar un cuchillo a uno de los soldados que le apresó. Y es que al tomarle del brazo, uno d'ellos escurrió por las manos de su captor, "resbalándos" hasta el cinto, donde pendía una bonita daga. Roderigo cayó al suelo, recibiendo una patada para que se calmara, et que lo que hizo fue meter la daga en la caña de la suya bota, en un hueco hecho a propósito para ello.

Os condujeron entonces por un pasillo, y por los gritos que oíais, os llevaba a una celda, seguramente.