¡¡¡NOOOOOO!!!! -Hierónimus, que así se llamaba el monje, lanzó un grito horroroso al ver que los terribles monstruos demoníacos comenzaban a cargar contra él. En breves segundos lo devoraron vivo, y aquella experiencia se quedó en vuestra mente el resto de vuestros días como la más sanguinaria que habíais visto nunca.
Ramiel os hizo entonces un gesto para que os diérais prisa, mientras las criaturas estaban entretenidas con su presa y ahora comenzaban a cargar contra él mismo. Las enormes moles del demonio saltaban de forma increíble, como leguas de distancia hacia arriba, pero el ángel alado las esquivaba como podía.
¡Avanzad! -os gritaba mientras el suelo temblaba y el cielo se estremecía en terribles rayos de diferentes colores- ¡Yo me encargaré del Lugarteniente de Belzebuth! ¡El Palacio del rey del infierno no está lejos! ¡Marchad hacia delante!
No hicísteis más que correr, corren como si no hubiera un mañana (y tal vez así fuera); pero el caso es que marchábais a las puertas del palacio del origen del Mal, y aquello no era ninguna decisión de una elección posible, no quedaba más que avanzar. Charles de Lupo y Richard McCormack eran empujados por Nadir y por don Álvaro, pues éstos quedaban atrás, ya que no tenían la juventud y entereza del resto. El suelo temblaba, el cielo se estremecía y los truenos amenizaban la apresurada carrera.
Cruzábais la ciudadela de Dite, y edificios derruidos había a izquiera y derecha. Habitantes de rostros deformes copaban las maltrechas calles ennegrecidas; algunos de ellos estaban roídos por las enfermedades, otros con la carne podrida y descompuesta, y algunos era simples esqueletos con apenas pellejo sobre sus hombros. Había también seres de pesadilla: grotescos, medio monos-medio hombres, demonios cornudos con el cuerpo lleno de pústulas sangrantes y leprosas; mujeres desnudas con el cuerpo sensual repleto de gusanos y cabeza de cerdo o de bestia; y también avestruces montados por leprosos, y otros seres cuya carne parecía líquida. Una blasfemia total para la vista y el entendimiento humano.
El caos reinaba constantemente, y delante de vosotros pronto se alzó una gran cadena de montañas... aunque os frotásteis los ojos y comprobásteis que no eran tales, sino un gran palacio con cúspides a modo de estribaciones montañosas. Una gran nube retorcida pendía sobre el Palacio, y de ella emanaba un influjo maligno, infernal, a modo de rayo rojizo, que parecía alimentar de más mal aquel lugar... Ese sitio era siniestro y terrorífico, y tal vez la meta final de vuestras vidas. El Diablo os esperaba.
La gran puerta negra se os presentó. Si los antiguos romanos tenían varias palabras para designar el color negro, ninguna de ellas describiría lo suficiente como para atestiguar el color de dicha entrada. Dos enormes columnas a cada lado era protegidas por un demonio con alas abiertas; y en las puertas en sí centenares de cráneos del mismo color, como bañados en aquel tono oscurísimo, estaban colocadas sobre sí.
Las puertas se abrieron por sí solas. Seguramente os esperaban. Una vez cruzásteis la entrada avanzásteis por un gran pasillo de mármol oscuro, rectilíneo y frío. Era grande, más grande que cualesquier castillo hubíerais pisado en vuestra vida. Se diría que vosotros parecíais hormigas en un mundo de gigantes,pues tal de enorme era aquel palacio. La vista se os perdía en las alturas y al final, pues no llegaba a ningún sitio más que a la oscuridad.
Tras unos quince minutos caminando, y creyéndoos ya perdido en el lugar más profundo de los avernos universales, divisásteis unas luces al fondo. Tras alcanzarlas en no poco tiempo, entrásteis en un salón oscuro y mal iluminado; un salón con trono rodeado de columnas derruidas y otras aún en pie, y arcos de medio punto desgastados por los eones. Algunas esculturas de imágenes terroríficas amenizaban el ambiente, y numerosas cadenas decoraban el lugar. La fría piedra con la que estaba construida toda esa sala parecía contrastar con el calor infernal de ahí afuera...
Entonces apareció, detrás de aquel trono puntiagudo y feroz, un muchacho joven, casi adolescente, un par de alas de águila negra a su espalda, y de rostro tan inhumanamente hermosos e impasible que os era imposible mirarlo fijamente a los ojos más de un instante. Se quedó de pie, allí, delante de vosotros, como esperando.
Era Lucifer.
Cuando Roderigo vió la aparición del ángel su cara cambió. Se le abrieron mucho los ojos y por primera vez desde que llegaron a este lugar albergó en su corazón laesperanza. Si un ángel entraba alí para protegerlos quizás significaba que le importaban al de allí arriba. ....incluso Roderigo. El de Lorca se tiró de rodillas al suelo y con lágrimas en los ojos dió gracias mentalmente. Después vino el expectáculo con el monje....fué desagradable, pero el gallego se alegró de no ser él el devorado. Después le faltó tiempo para echar a correr.
Las cosas eran extrañas en aquel lugar, desagraables, perversas. Tenía que salir de allí como fuese y asegurarse de no volver en el futuro. Lo único que podía salvar al de Loca era cumplir la misión.
Llegaron por fin ante el rey del infierno. Roderigo se sorprendió al ver a un niño alado....pero sabía de quien se trtaba y que era mucho más temible que todos los horrores que habían visto hasta ahora. Roderigo se tiró al suelo para mostrarle respeto, pasado un tiempo alzó la cabeza para mirar al muchacho y le habló-Señor, nós traemos-lle unha misión. Conciliar o ceo e o inferno. Que é o que queres?
- ¡Que situación más extraña!. - Pensé, mientras contemplaba al mismísimo Lucifer, que no era para nada como me lo había imaginado: Ni macho cabrio, ni gigante alado de dos metros llevando una espada de fuego ni parafernalias bíblicas. Esperaba que toda esta situación era lo que aparentaba ser y no hubiéramos iniciado el Apocalipsis o algo parecido.
¡El Cáliz! -respondió a Roderigo secamente, sin más palabras, pero señalando a quien realmente lo tenía... que era Jaume-. Aquel adolescente extendió su blanca mano, en contraste con sus negras y plumosas alas, esperando que así fuera. El médico catalán recordó que él se había quedado con aquel cuenco de barro que la mujer les entregara en aquel Limbo, en aquel paraíso. Sin dudarlo, pues parecía que ni él mismo controlaba sus pensamientos o movimientos, buscó entre sus pertenencias aquel cuenco maltrecho y se lo entregó. Sus manos rozaron las del niño y su boca enseguida se secó, y sus vellos del cuerpo se erizaron al instante. Pero duró muy poco.
Bien -dijo solemne el Rey de la Maldad-. Entonces se giró un instante, y de una pila de piedra que no os dísteis cuenta hasta ahora que estaba allí, en donde caía un líquido oscuro de un caño (vino o sangre, tal vez), hundió en ella el cuenco sagrado y lo miró. Delante de vosotros comenzó a beber un gran sorbo y luego terminó.
Apuntáos todos 50 puntos más de IRR por todo lo que habéis vivido en el infierno (aunque paséis de 75).
El suelo tembló, el palacio de la ciudadela de Dite, donde moraba Luicifer, comenzó a separarse: las grandes columnatas y arcos de medio punto empezaron a disolverse, disperarse, separarse, yéndose en diferentes direcciones; el techo lejano se levantó hasta descomponerse y el suelo comenzó a teblar hundiéndose en la tierra. En breves estábais al aire libre, y era como si toda la ciudad se hubiera desecho. Tan sólo quedó el trono de aquel niño alado, el propio Lucifer y vosotros seis. McCormak, De Lupo, Nadir y don Álvaro estaban anonadados, y tal vez aquellos dos que parecían estar siempre más callados (Jaume y Roderigo) fueron los que más reaños tuvieron al tomar la iniciativa y hablar con El Maligno.
El Cielo y el Infierno se estremecieron un isntante, y antes de sumergiros en la piadosa inconsciencia y el olvido infinito, vísteis cómo un puño negro surgió de la misma tierra rojiza y sulfurosa, y se fundió con otro puño blanquecino surgido de las alturas. Ambos se dieron la mano y fue lo último que recordásteis...
Pasamos al epílogo.
Aparecísteis en las cercanías de un terreno conocido, al menos sabíais que los matorrales y los arbustos de ese tipo no crecían en los infiernos. El escoces Richard se levantó y oteó el horizonte en derredor. Aseguró con el gesto sonriente que aquellas eran las tierras del Papa, ¡estábais cerca de Peñíscola!
Recordábais vagamente lo que sucedió desde que entrásteis en la ermita de San Cipriano, pero vuestra estancia en el Infierno, y todas las criaturas avistadas en él, no eran sino la sensación de un mal sueño, apocado, vago, poco creíble y realmente extraño. Eso sí: algunos detalles los recordábais muy bien, sin saber porqué, pero tal vez el mismísimo Lucifer no dejara que un humano fuera a sus dominios y regresara con la mente fresca para otorgar descripción de su Reino más allá de la muerte.
Tras andurrear un poco (estábais mareados todos), Charles de Lupo comenzó a correr. Había divisado el castillo de Peñíscola, y quería cuanto antes ver a su señor el Papa Luna. Tras seguirle (tampoco teníais mucho que hacer, y además debíais comprobar el estado de la misión), os adentrásteis en la ciudad y vísteis el gran movimiento de personas: viajeros, habitantes, comerciantes, soldados y un sinfin de gentes estaban agolpados como nunca dentro y fuera de sus muros. La presencia militar era importante, y jamás habíais visto ese crecimiento en el lugar: algo había ocurrido, esa era la sensación.
Tras preguntar en un puesto, oísteis la noticia de la que todo el mundo hablaba y por lo cual la ciudad así estaba y de esa guisa: el anciano Papa Benedicto XIII, el llamado Papa Luna, nacido como Pedro de Luna, acababa de fallecer hacía muy poco, tras una enfermedad de doce días.
Con cierto raciocinio, Nadir preguntó a qué día estaban, y tras mirarle algo extrañado, unos críos le comentaron que era el 23 de Noviembre del año del Señor de 1422. Tras ir al castillo y residencia de Su Santidad de la mano del prelado Charles, una vez dentro os informaron de todos los detalles del suceso (o eso esperábais todos vosotros): por lo visto Benedicto XIII había muerto en paz, sonriendo; y sus cuatro cardenales andaban de acá para allá, preparando lo que iban a ser sus herencias, pues querían repartirse el tesoro Papal del Castillo.
¡No podéis hacer eso! ¡Malditos! -gritó Charles de Lupo cuando se enteró de las intenciones de los cardenales-. ¡Yo os maldigo, pues tengo potestad para hacerlo! -después de estar en el Infierno, con toda claridad-. Dejad esas riquezas y marchad de aquí ¡Blasfemos!
Uno de los cardenales conminó a los soldados papales que os prendieran y os llevaran al calabozo en el que días atrás estuvísteis, pero éstos, inexplicablemente, tras encararse con vosotros, comenzaron a tragar saliva y a sudar. Su garganta estaba seca y no se atrevieron a moverse contra vosotros, como si tuvíerais un halo de protección divina o malgina. Richard McCormack no conservaba armadura y ni arma alguna (recordemos que le quemaba allá en la tumba donde encontrásteis el pergamino), pero tomó una de las lanzas de los soldados (que no hicieron nada para evitarlo), y amenazó a los cardenales.
¡Marcháos de aquí antes de que os envíe al Infierno de una patada! -les gritó con su peculiar acento-. ¡Creedme si os digo que sé lo que hay allí y que no os haría gracia sufrir tales calamidades! Como si de un monstruo avernal se tratara, los cuatro cardenales y sus criados y siervos soltaron todo lo que tenían en sus manos y salieron corriendo de la cámara papal.
El feudo de Peñíscola es vuestro ahora, don Richard -dijo Charles de Lupo-, y su ciudad y sus gentes os obedecerán. El rey aceptará esta entrega, vos la merecéis: siempre habéis estado de lado de mi señor el Papa.
Richard quedó bastante sorprendido, aunque sin embargo dudó unos instantes, mirándoos a vosotros.
¡No! -respondió el escocés-. Viejo soy, blanco tengo el cabello y no rojizo. Además, no soy digno de tales lides, y mi casa reside en Amposta; pero he aquí a cuatro gobernadores que bien harán por ésta ciudad, con las suyas riquezas, con éste castillo y con todas sus gentes. Don Álvaro, Roderigo, Nadir y Jaume, aquel que bebió del Caliz y tocó a Lucifer -añadió, y no supísteis si aquello era un halago o una maldición-. Gobernaréis en funciones éste lugar, sea dicho. ¡¡Guardias!! Haced que los ediles vengan a tomar nota de la posesión, ¡Estos hombres gobernarán éstas tierras!
De ésta forma el castillo pasó a ser propiedad de don Álvaro, quien gracias a su fama nobiliaria obtuvo la comandancia del mismo; de la judería se encargaría Nadir, muccadim de antigua profesión. Roderigo y Jaumen quedarían al resguardo de su ahora nuevo señor don Álvaro, como médico uno (que ya lo era) y almotacén el segundo (vigilando la ciudad y los mercaderes y tratos en los días de mercado). Y la vida de los cuatro les fue próspera, aunque sólo un tiempo pues... ¿quién podría contar las siguientes aventuras de nuestros aventureros?
Respectro a lo que hablaron Dios y Lucifer... nadie lo sabe. Hay quien dice que el Señor se negó a perdonar al Demonio, diciéndole que no había redención posible para él tras el pecado original. Otros afirman que fue perdonado, pero que sigue en el Infierno, supervisando su buen funcionamiento... porque alguien tiene que hacerlo.
No faltan los que aseguran que se rebeló una vez más, se arrancó las alas y desertó de su puesto, y que hoy en día recorre la tierra junto al Judío Errante...
Por último, algunos, los menos, afirman que Dios le prometió la Redención... si colaboraba con la Redención del Hombre. Si se convertía en custodio del conocimiento, del árbol de la Ciencia, y entregaba la sabiduría a los que realmente lo merecieran.
Muchas leyendas. Quizá ninguna verdadera...
:: FIN ::
Ganáis todos 75 p.Ap para repartirlos en futuras aventuras.