Información histórica que no tienen por qué conocer los personajes pero que es interesante que conozcan los jugadores para entender mejor la partida.
Manuscrito 1: El Cisma de Occidente
El 21 de marzo de 1309 el entonces Papa Clemente V decidió abandonar Roma, huyendo (al menos teóricamente) de la anarquía causada por las bandas armadas de las diferentes facciones. En la práctica éste pontífice no hacía más que arrimarse bajo el ala de su amo, el rey francés Felipe el Hermoso, al que ya había prestado buenos servicios (no siendo el menor la disolución de la orden de los Templarios en 1307). Se instaló en la ciudad de Avignon, que sus sucesores convirtieron en un auténtico estado eclesiástico, construyendo el Palacio Viejo (residencia pontificia), adquiriendo la propiedad de la ciudad y del territorio que la rodeaba (el condado de Venaisin) a la familia de los Anjou, y hasta creando dos residencias veraniegas; Pont Sorgue y Chateauneuf du Pape. Sin embargo, 66 años más tarde (el 17 de Enero de 1378), Gregorio XI decidía abandonar la sede pontificia francesa para regresar a Roma, para regocijo de los habitantes de la ciudad.
Desgraciadamente, Gregorio XI moría dos meses más tarde, el 27 de marzo. Los romanos, movidos tanto por sentimentalismo como por intereses económicos, estaban decididos a que el nuevo Papa fuera romano, o al menos italiano, con la certeza de que así no abandonaría la ciudad. Por otra parte, la presión francesa era muy fuerte, para intentar devolver al Pontífice al que ya era llamado por todos «el cautiverio de Avignon». La situación era tan tensa que de 23 cardenales convocados a cónclave solamente se presentaron 16. En efecto, la multitud romana asaltó el palacio apostólico donde estaban reunidos, teniendo los cardenales que elegir Papa al arzobispo de Bari, Bartolomé Prignano, que adoptó el nombre de Urbano VI.
No obstante, tras la designación los cardenales huyeron a Fondi, donde tras un par de días anunciaron que la elección no era legítima, pues había sido forzada, y proclamaron Papa a Robert de Ginebra, que tomó el nombre de Clemente VII, y que se instaló en Avignon. La Iglesia católica cristiana tenía dos Papas. Se había producido el Cisma de Occidente.
A la obediencia de Roma se adhirieron el Imperio Alemán, los países Escandinavos, Polonia, Hungría, Flandes, Portugal, Irlanda e Inglaterra, así como la mayor parte de los Señores italianos. Por su parte, la obediencia de Avignon cuenta con el apoyo de Francia, Castilla, Aragón y Navarra. Ambos Papas excomulgan a su rival, al que denuncian como el antipapa del Apocalipsis.
A la muerte (loco de atar) de Urbano VI en octubre de 1389 sus pontífices eligen un nuevo pontífice, el napolitano Pietro Tomacelli, que toma el nombre de Bonifacio IX. El Cisma continúa. Así que cuando en septiembre de 1394 muere Clemente VIl a nadie le extraña que en el cónclave de 21 cardenales que se reúne en Avignon (11 de ellos franceses) salga elegido Pedro de Luna, cardenal de Aragón, que llevará la mitra con el nombre de Benedicto XIII. Dos años más tarde una triple embajada de prelados franceses, ingleses y castellanos, enviados por sus respectivos reyes, se dirige a Avignon y a Roma proponiendo la renuncia simultánea de ambos pontífices, y la elección de un tercero. La embajada fracasa estrepitosamente: Benedicto XIII los echa a cajas destempladas, en Roma solamente reciben largas. Ante ello, los tres países se retiran de la obediencia de Avígnon. El Papa Luna se queda solamente con seis cardenales fieles.
En 1398 Francia decide terminar con el Cisma de una para siempre, enviando tropas contra Avignon. Los habitantes de la ciudad, temerosos de un asalto y del consabido saqueo, abrieron las puertas de la ciudad a las tropas. Benedicto XIII tuvo que refugiarse en el palacio pontificio (que llevaba meses avituallando y fortificando en previsión de algo parecido) con unos trescientos seguidores. Tras un asedio de siete meses, la fortaleza capitula. El Papa de Avignon queda prisionero de su propio palacio, vigilado por cien soldados franceses al mando del duque de Orléans, En 1403 protagonizará una fuga rocambolesca, poniéndose bajo la protección de Luis de Anjou e instalándose en Marsella. Poco tiempo después moría Bonifacio IX, siendo elegido nuevo Papa de Roma Inocencio VII, y a la muerte de éste en 1406, a Gregorio XII. Mientras tanto, tras la muerte por asesinato del poderoso Luís de Anjou, Benedicto XIII ha de refugiarse en Perpignan, en la Corona de Aragón.
En marzo de 1409 tiene lugar el Concilio de Pisa, donde se destituye a ambos Papas para así dejar vía libre a la elección de un tercero, terminando con el Cisma. Entre otras cosas, se acusa al Papa Luna de haber favorecido a herejes, violar la inmunidad eclesiástica, encarcelar, torturar y condenar a muerte a prelados, así como de practicar la hechicería. En 1410 era elegido nuevo Papa de la Iglesia Católica Juan XXIII. Evidentemente, ni Gregorio XII ni Benedicto XIII abdican, antes al contrarío, se ponen de acuerdo por primera y única vez para declarar herético al nuevo Papa...
En 1415 un nuevo Concilio, el de Constanza, convoca a los tres Papas para encontrar una vez por todas la solución al conflicto... que no es otra que hacerlos abdicar por la fuerza. Gregorio XII acepta bajo amenazas, Juan XXIII (acusado entre otras lindezas de inmoralidad, tiranía y ambición) es encerrado en un calabozo (en el que morirá en diciembre de 1419). Solamente Benedicto XIII, de 89 años, queda libre, pues se negó en redondo a asistir al Concilio, sin duda temiéndose lo peor. Delegados enviados a su sede en Perpignan le presionan para que renuncie a su cargo, cosa a la que nuevamente se niega. Navarra le retira su apoyo. El Papa Luna ya solamente gobierna sobre las almas de los súbditos de la Corona de Aragón.
Al año siguiente abandona por razones de seguridad Perpignan para instalarse en la antigua fortaleza templaría de Peñíscola, una ciudadela inexpugnable situada en una pequeña península. En abril de 1417 la Corona de Aragón, el último país que le rendía obediencia, se retira de ella. En Noviembre, en Colonna, es elegido nuevo Papa Martin V.
Olvidado por todos, Pedro de Luna «seguirá en sus trece» (frase que le hace referencia directa) negándose a abdicar. Morirá asistido por únicamente cuatro cardenales fieles en 1422, a la edad de 94 años. Sus cuatro seguidores mantuvieron su muerte en secreto, mientras se repartían entre ellos el fabuloso tesoro papal que, según la leyenda, escondía en las profundidades de su fortaleza.
Manuscrito 2: El Grial de Valencia
Según la leyenda, hacia el siglo III después de Jesucristo llegó a Huesca el Santo Grial, el cáliz del que había bebido Nuestro Señor durante la última cena, y en el que José de Arimatea había recogido algunas gotas de la sangre de Jesús, mientras era martirizado en la cruz. La sagrada reliquia había sido llevada a Roma por San Pedro, convirtiéndose en el cáliz en el que tradicionalmente los primeros pontífices celebraban la eucaristía.
Fue una de las posesiones que según la tradición del Papa Sixto II no quería que fueran profanadas por los romanos, y que entregó a San Lorenzo para que las escondiese o las repartiese entre los pobres. San Lorenzo envió el cáliz a su pueblo natal, Loreto, cerca de Huesca, donde permaneció hasta la invasión musulmana de la Península. En el año 715 el obispo Ascislo huye con la reliquia, llevándosela a una caverna del monte Yebra, donde hará vida de ermitaño. Los obispos de Aragón se convierten en custodios del cáliz, que fue entregado al monasterio de San Adrián de Sasabe. Según parece los monjes del cenobio se corrompieron, ya que hacia el año 1044 les es arrebatado el cáliz, por ser considerados indignos de custodiarlo (de hecho, todos los monjes del monasterio serán expulsados de la Iglesia). El cáliz fue llevado a la catedral de Jaca, donde permaneció hasta 1076, año en el que el obispo don Sancho renunció a su cargo y marchó al monasterio de San Juan de la Peña… llevándose consigo la reliquia, que se guardaba en un arca de marfil usándose como cáliz de misa en los días de mayor solemnidad.
En el año 1399 el rey Martín el Humano lo hizo trasladar al palacio de la Aljafería, en Zaragoza. Más tarde, durante el reinado de Alfonso el Magnánimo, fue llevado al Palacio Real de Valencia, situado junto al río Turia. En 1424, a la muerte de Antonio Sanz, capellán mayor de la capilla regia, don Juan, rey de Navarra y hermano del rey Alfonso, dispuso que la reliquia fuera trasladada a la sacristía de la catedral de Valencia… donde continua en la actualidad, en la capilla del santo cáliz.
Manuscrito 3: La Muerte Negra
En 1347 tres naves mercantes genovesas llegaban al puerto de Mesina, en Silicia, procedentes de la península de Crimea. En sus bodegas viajaban ratas negras, y ellas trajeron la peste a Europa.
El causante de la peste es un microorganismo llamado Pasteurella pestis, o bacilo de Yersin, que muchas veces aparece endémico en la rata negra. Estas tienen pulgas que pasan a los seres humanos y les contagian la enfermedad, que también puede ser transmitida por contacto prolongado con un enfermo. Los síntomas de ella son una fuerte fiebre, con intensa sudoración de olor fétido (de ahí el nombre de peste), acompañada de una extrema debilidad durante dos días. A continuación aparece un bubón, un tumor de las glándulas linfáticas, hinchado y muy amoratado, que se forma en las axilas y en el cuello. Casi al mismo tiempo el enfermo sufre de fuertes dolores abdominales, siendo incapaz de comer o beber apenas nada. El bubón revienta por sí mismo al cabo de una semana. Si el enfermo logra sobrevivir hasta entonces es muy posible que se cure por sus propios medios… pero lo más probable es que muera antes. Una variante de la peste es la pulmonar: los síntomas son similares, pero el paciente lanza esputos y vómitos sanguinolentos, tosiendo y ahogándose en sus propias secreciones, y no le aparecen bubas. En la Edad Media, esta variante es una sentencia de muerte…
Esta enfermedad era originaria de Asia Central, una zona con una densidad demográfica baja, en la que la infección no llegaba a convertirse en epidemia. Pero claro, ese no es el caso de la Europa de 1347, con su hacinamiento urbano, su falta de higiene y su desnutrición debida a una serie de años de malas cosechas. Se calcula que en cinco años aniquiló a un tercio de la población europea.
Las gentes se enfrentaron a la enfermedad como mejor supieron: los eruditos discutían sobre la transpiracion de la Tierra o la influencia de las estrellas como causante de la epidemia. Pronto cobró fuerza la idea de una artimaña del Diablo, o mejor aún un castigo Divino. Se empezó a hablar del Juicio Final, y se realizaron rezos y procesiones, los poderosos adquirieron a precio de oro indulgencias papales para escudarse de la ira de Dios… Fue inútil, la muerte no distinguía ricos de pobres, virtuosos de pecadores. Alguien dijo que los culpables eran los judíos, que envenenaban el agua, y se desató la violencia y las masas saquearon las juderías.
Mientras los sacerdotes rezaban, los médicos hacían lo que podían, que tampoco era mucho: se tenía la creencia de que la enfermedad se transmitía por los miasmas del aire, así que se mantenía a los enfermos en lugares cerrados. Muchos médicos vestían un largo abrigo, guantes, zapatos de suela gruesa (para resguardarse del humo pestífero que podía surgir del suelo), se cubrían la cabeza con una capucha y el rostro con una máscara en forma de pico de pájaro, en cuyo extremo depositaban hierbas aromáticas.
Cada médico tenía su propia teoría sobre cómo curar la enfermedad, y los tratamientos que recetaban eran tan variopintos como inútiles. Solamente aquellos que se fijaron en que los pacientes a los que se les reventaban las bubas sobrevivían, y empezaron a sajar ellos mismos los bubones, lograron salvar a algunos de sus pacientes…