Bien entrada la mañana vienen a buscaros de nuevo los soldados, acompañados de un consejero del noble. No os dan muchas explicaciones, solo dicen que han cometido un triste error con Tobías y que sois inocentes y libres a los ojos de don Gonzalo y de Dios. Sospecháis que han visitado la cueva y el cementerio a fondo con las primeras luces, encontrando datos reveladores. Sin demasiada sutileza dejan caer que será mejor para todos no hablar de nada con nadie de lo hayáis podido averiguar en el día de ayer.
Con ayuda vuestra, vuestro padre consigue ponerse en pie y salir de la celda. Os acompañan hasta la puerta del castillo, donde os encontráis con una muchedumbre a la espera. Muchos son los que os dan la enhorabuena al tiempo que os fundís entre la gente.
Al poco rato, los soldados salen a la entrada del castillo llevando en volandas a Gregorio, con claros signos de tortura.
—¿Has matado tú a mi hijo? —grita el conde con semblante victorioso, sentado en una grada de madera construida para la ocasión, acompañado de sus parientes y consejeros —. ¡Confiesa de nuevo!
—¡No! —exclama un aterrado Gregorio—. ¡Fue la mujer de la cueva! ¡Ella lo mató!
A los ojos de todos los presentes, Gregorio empieza a desvariar hablando de venta de cadáveres a una mujer misteriosa y asegurando que fue ella quien le obligó a culpar a Tobías, vuestro padre. Nadie os menciona ni dice nada de la verdad que vosotros y los hombes del noble sabéis. Los soldados rápidamente le callan la boca y nadie intenta hacer por creerle, pues las gentes quieren enterrar este asunto ya. Sin más preámbulos disponen su soga.
—¡Por el profanamiento del cementerio y el asesinato de mi hijo, te condeno a muerte! —dice con semblante serio el noble—. ¡Que tus horribles pecados recaigan sobre tu alma!
Todo el pueblo asiste expectante a la ejecución de Gregorio, mientras Don Gonzalo se mantiene orgulloso de poder demostrar que tiene el señorío bajo control. Varios campesinos insultan y arrojan piedras contra el abrumado enterrador. Finalmente el verdugo da una patada al barril que le sostiene y cae hasta que la soga le rompe el cuello.
Acto seguido don Gonzalo, contento por la justicia hecha y consciente de los errores cometidos, invita a una pequeña fiesta y comida en honor a su fallecido hijo a todos sus súbditos bajo las murallas del castillo. Por primera vez desde que llegó a Zuheros el nuevo señor se respira un buen ambiente entre el señor y sus vasallos.
Vuestros padres, deseosos de olvidar todo este mal, deciden que lo mejor es partir de vuelta a vuestro pueblo natal. A los pocos días os despedís de esta villa-fortaleza para no regresar jamás.