Partida Rol por web

Debía decírselo a sus padres. No podía soportar la situación, Daniel se sentía enclaustrado, acotado por todas partes.

Daniel no había tenido mala vida, lo que si tenía era una curiosidad ilimitada. De pequeño el hecho de que sus padres tuvieran una cafetería le dio la oportunidad de conocer gente interesante. Durante la adolescencia tuvo tiempo de hacer de todo, de probarlo todo, eso le provocó algún que otro problema, se ganó más de una bronca pero él nunca hizo caso del malo conocido.

Aun con todo eso no le fue demasiado mal en el ámbito de los estudios, no era un genio, pero si lo suficientemente listo como para pasar sin demasiados esfuerzos por los cursos que se iba encontrando. Incluso logró entrar en la universidad, para regocijo de sus padres, que esperaban que su hijo tuviera una vida menos sacrificada que la de regentar una céntrica cafetería.

Y ahí fue donde comenzaron los problemas.

Los estudios universitarios exigían una dedicación que Daniel difícilmente podía darles, aquellas responsabilidades le abrumaron, difícilmente podría continuar con la carrera.

Pero en la universidad también aprendió alguna que otra cosa. Entre otras que las relaciones de pareja no eran para él. Le coartaban su libertad. El necesitaba poder hacer lo que quisiera, en cuanto quisiera, y pocas parejas podrían aguantar eso. Pero también aprendió que había un mundo allá afuera. En la universidad había gente de otros países, alumnos que volvían de Erasmus y en general un ambiente muy cosmopolita.

Fue entonces cuando lo decidió. Ver cuán distinto era el cielo desde distintas partes del mundo. No estar retenido en la ciudad y a la vida limitada que llevaban sus padres.

Era fácil decirlo, en la práctica había algún que otro problema. Y en este momento Daniel se debatía pensando en cómo se lo diría a sus padres, los cuales descansaban en casa después de la jornada de trabajo.

    “Hay un mundo ahí fuera…”

     Prometió no quitarse esta frase de la cabeza en ninguno de los amargos momentos que seguirían al anuncio. Sabía que le esperaba una noche larga, una densa discusión…

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     Todos los padres piensan que lo mejor para sus hijos es una formación superior, con su consecuente curso de postgrado y un puesto de trabajo considerado socialmente (estable, seguro, preferiblemente en despacho con sillón de cuero…). El muchacho lo sabía de sobra, fue por ellos por lo que consiguió aguantar tantos años entre aquellas viejas paredes, entre aquellos polvorientos libros que adornaban la regia biblioteca, entre tantos “Ilustres” portadores de Conocimiento…

     No recordaba haber recibido de los suyos una mirada tan cargada de orgullo e ilusión como la de aquélla vez que les dijo que estudiaría Historia. Y es que hasta el más impasible tiene su talón de Aquiles: en este caso, los sentimientos de un padre…

     Tras cuatro mediocres años de carrera universitaria la situación actual le ahogaba por momentos:  ya no era capaz de “salir del paso” estudiando la noche antes del examen, y en sus escasas asistencias la concentración se escabullía por los resquicios de los amplios ventanales de la clase, perdiéndose con el viento que azotaba las enormes montañas que colindaban con el histórico edificio de la Universidad…   

    “Las montañas…  ¿Qué habría tras esas gigantescas montañas…?" 

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     Un amargo y reprochable silencio siguió a la discusión, que duró hasta la madrugada. No quedaba nada por decir y, tras preparar con avidez un modesto petate, el joven de 23 años se dispuso a abandonar el hogar paterno. Antes de cerrar con suavidad la puerta de su (ya antiguo) hogar, su mirada tropezó con la de su madre: no recordaba haber recibido nunca una mirada tan desencantada; una desilusión que estaría presente en cada uno de sus viajes…

Su madre estaba desencantada y su padre francamente enfadado, aún así la mujer le dió algo de dinero, su disgusto era más porque su hijo se iba a no sabía donde más que porque dejara los estudios.

Y los viajes comenzaron, el primer destino evidente era partir hacia Francia ya que desde allí podría seguir su travesía por el mundo. Decidió partir en autobús y dormir en albergues, era lo más económico aunque no lo más rápido. Aunque eso, evidentemente daba igual ya que lo importante era el viaje en si ya que el destino era…¡Todos lados!

Poco después de pasar la barrera pirenaica estuvo alojado en el albergue de un pueblecito francés y un día decidió ir a visitar la zona y se levantó muy temprano. Aún así al salir ya había alguien despierto mirando el paisaje desde la fachada del albergue. Era un hombre alto y fornido. Llevaba el cabello pelirrojo recogido en una pequeña coleta e irradiaba energía ya desde esas horas de la mañana.

El personaje se giró hacia ti y dijo muy efusivamente.

Un estupendo día para viajar ¿No es así, muchacho?

Ante un prometedor amanecer, la mañana se presentaba fresca y cargada de energía. ¡Los ánimos estaban al 100%!

Y, como sabe todo caminante que se precie, el viaje no lo hace únicamente el lugar: sus gentes son una parte muy importante de la aventura. Por eso, al descubrir al desconocido madrugador de cabellos color zanahoria, la curiosidad inicial de Daniel dio paso a una temprana simpatía:

- ¡Ya lo creo que sí! Queda mucho camino por delante, y se agradece que el tiempo acompañe... Por cierto, su acento no tiene nada de francés: ¿viene de muy lejos?

Uuf, se podría decir que vengo de muy lejos, de lejísimos de hecho. Jajaja- Su risa resonó por toda la zona devolviendo ecos de las montañas- Pero he viajado mucho y no es la primera vez que vengo por aquí, y quién me diría que volvería.- Algo te decía que cuando hablaba de “aquí” abarcaba un lugar mucho más amplio que aquel simple pueblecito. Y no, no soy francés, además siempre me han parecido muy remilgados. JAJAJA

De nuevo su risa resonó por todo el valle, era increíble el volumen que alcanzaba y la jovialidad que tenía.

Bueno y tú, ¿vienes de muy lejos? Discúlpame pero es que tienes todo el aspecto de un joven fugado de casa. ¿He acertado? Supongo que en este pueblecito estarás de paso, pero hace años se comía muy bien por aquí e imagino que seguirá siendo así. ¿Qué nos damos una vuelta por el lugar y nos tomamos algo? ¡Yo invito!

El desconocido te agarró enteró con su enorme brazo y se encamino cuesta abajo hacia el pueblo. Te das cuenta de que no sabes su nombre.

- No de tan lejos, "sólo" del país vecino - respondió el joven en tono amistoso pero esquivo, puesto que le había contrariado la empatía de su nuevo colega. Prefirió centrarse en aquella invitación que no daba pie a una negativa, porque la verdad era que su economía no estaba para rechazar un ofrecimiento tan generoso:

- Te agradezco la invitación, no te negaré que estoy hambriento... Por cierto: me llamo Daniel. ¿Y tú?

¿Mi nombre? Ves, ya sabía que algo se me olvidaba. Puedes llamarme, no sé, Antonio por ejemplo. Es que nunca le he dado mucha importancia a los nombres.

El paseo fue agradable ya que el tal Antonio, aunque hablaba mucho, sabía cuando callarse a apreciar un buen paisaje. Comieron en un mesón que decía que conocía y que merecía la pena pero allí nadie pareció conocerle a él. De todas formas ciertamente comieron muy bien. Al final acabaron despidiéndose ese mismo día ya que “el camino no espera” según decía Antonio. Este le deseó mucha suerte en sus viajes a Daniel además de recomendarle precaución.

Sin dinero, se había quedado sin un duro. Daniel pensaba que le duraría más el dinero. Tal vez no pensó en que los países eran más caros o quizá no había viajado lo suficiente. La cuestión era que se encontraba sin ningún dinero en un pueblo cercano a Paris.

"Y ahora, ¿qué hago?"

Sin dinero y perdido en un pueblo en el que apenas "chapurreaba" el idioma... No esperaba que la vida fuera tan complicada, por un momento hasta llegó a echar de menos las grises paredes de su Facultad.

Se dirigió hacia el hostal donde se había instalado, con la intención de recoger sus cosas y echar a andar hacia ninguna parte... Hasta que un llamativo cartel colgado de la puerta de Recepción interrumpió sus pensamientos: pese a su incompetencia con el idioma y a la torpe caligrafía de su autor, el chico dedujo fácilmente que el negocio precisaba de un nuevo camarero. En ese momento, la mujer que atendía la Recepción hizo su aparición para despedir al joven huésped, pero el muchacho se le adelantó con un "macarrónico"... ¿francés?:

- ¡"Parrrrrrrdoné Moi", amable "feme"! ¡¡¡¡Je "suí" su "garcón"!!! ¿O.K.? ¿Cuándo empiezo? Do you understand me?

Al final consiguió el trabajo. Aunque sus conocimientos de francés eran algo limitados, la necesidad y su propia capacidad de improvisación le proporcionaron las herramientas necesarias para ganarse la vida y ganarse a los dueños, que incluso se apenaron cuando el camino volvio a llamar al joven Daniel.

Este fue uno de los métodos que utilizó durante sus viajes. De una manera u otra acababa consiguiendo un trabajo (bastante cutre y mal pagado normalmente) y aprendiendo el idioma y las costumbres de la zona. Hubo problemas y momentos duros. Más de una vez se vió sin nada que llevarse a la boca. Y hubo muchos momentos que lo hicieron reflexionar.

Entre otras cosas sobre la labor de sus padres, se dio cuenta de lo duro de su trabajo y de lo que habían hecho por él. Quizá fuera eso lo que le hizo volver.

A la vuelta sus padres lo esperaban, para bien o para mal. Primero vino el alivio, llevaban años enterándose de donde estaba su hijo, cada varios meses, cuando este descubría la manera de contactar con ellos desde donde se encontraba. Luego vinieron los enfados, las palabras “inconsciente” o “loco” se repetían en la boca de sus padres. Pero las cosas se suavizaron cuando Daniel consiguió dar entender que ya había tenido suficiente. Que era el momento de tranquilizarse y que por ahora reduciría el tamaño de su mundo.

Sus padres estuvieron encantados, además que le vino que ni pintado ya que necesitaban un nuevo dependiente para la cafetería. Así pues, Daniel comenzó a trabajar.

El bar funcionaba, aunque no era nada que destacase, daba dinero como para vivir cómodamente, eso sí, con mucho trabajo.

Pero las ideas de Daniel fueron calando poco a poco, al principio, más rápido al final, en el ambiente de la cafetería. Él tenía muchas historias que contar y la gente gratamente las escuchaba delante de un buen café o té. Pronto tuvieron un pequeño escenario donde ya no solo Daniel si no cualquiera con capacidad de hablar en público y una historia, podía contar la suya.

La carta se fue llenando de los sabores exóticos que Daniel conocía. Todo esto provocó que el lugar fuera cada vez más conocido entre los habitantes de la zona y atrajera hacia sí a pintoresco personajes que gozaban del ambiente que allí se gestaba.

El negocio fue bien. Sus padres estaban encantados (aunque extrañados) y le dejaban a él casi todo el tema. Al final Daniel fue medianamente conocido en la zona por dirigir la cafetería Luna y por sus nuevas ideas.