Partida Rol por web

Oh, bueno, pensó Verónica, entonces me quedo más tranquila. No se atrevió a ser sarcástica en voz alta, fuera de su mente. Seguía recogida contra los lavabos. La mujer ya no daba miedo, ya no le intimidaba. Pero saber que la había asustado con tanta facilidad... eso sí la intimidaba, y mucho.

No quería hablar más tade. Quería que le contara qué estaba pasando en ese mismo instante, en ese cuarto de baño, antes de que volviese a pensar que simplemente se estaba volviendo loca. Pero no se atrevió a decir nada. Aceptó la tarjeta y asintió dócilmente. Ella, por su parte, iba a esperar a quedarse sola en el baño para refrescarse y tratar borrar el efecto que la mujer había tenido en ella.

La mujer se marchó. Tras un momento en el baño Verónica volvió a su mesa. La gitana estaba en la suya, pero esta vez la ignoró y siguió comiendo, ya le quedaba poco.

Horacio saludo a Verónica y continuaron con una conversación insustancial, aunque él parecía que, al menos, se distraía con aquello.

Cuando terminaron cada uno pago su parte.

No ha estado mal reencontrarnos por un rato. Quizá no para todos los días, pero en algún momento podríamos repetirlo.

Dijo Horacio mientras se despedían.

A pesar de todos sus intentos Verónica sólo pudo prestar atención a Horacio a medias. Creyó haberlo disimulado bien, sin embargo. Era agradable hablar de la vida de una, la verdad.

Cuando se separaron Verónica asintió, medio abrazada a su bolso.

-Llámame cuando quieras y lo repetimos. Y cuídate mucho, Horacio -se despidió, empezando a alejarse de vuelta a la tienda.

La verdad es que era cierto. Había sido agradable verle y comprobar cómo le iba. Y, quizá porque sus pensamientos estaban ocupados por sueños premonitorios, acosadores y mujeres misteriosas, no había notado de manera tan intensa a Fernando. Normalmente era un muro invisible que les mantenía separados e impedía la comunicación. No podían mirarse sin mirar a través de ese muro que era su hijo, y en el pasado había sido demasiado doloroso.

Casi sin darse cuenta, Verónica dio un pequeño rodeo para evitar el sitio en el que habitualmente se encontraba al mendigo.

El estar con Horacio le había servido para volver un poco al mundo real y apartarse de las cosas extrañas que le habían pasado en los dos días anteriores. Volvió a la aburrida rutina de la tienda y a sus revistas, que, a su manera, también la distraían. La tienda estuvo ligeramente más llena que otros días, quizá por ser viernes, pero eso seguía sin ser mucho.

Parecía que iba a terminar siendo un día como cualquier otro, pero no fue así. A media tarde entró un hombre en la tienda, bajo y rechoncho. Verónica lo reconoció al instante, era él que la había seguido.

-Eh…¿Disculpe?

Dijo con un tono de voz que hacía parecer que le hubiera costado horas reunir el valor para entrar.

Verónica empalideció. Toda la sangre de su cuerpo abandonó su rostro y alargó la mano, buscando algo con lo que defenderse. Cuando su mano no encontró nada en su viaje por el mostrador, miró de reojo y vio el teléfono.

-Voy a llamar a la policía. Lárgate de aquí.

- N n no, por por favor. No quiquiero problemas. – Dijo, con un fuerte tartamudeo y alzando los brazos como para protegerse.-Solo venvengo a dar un memensaje de mi señor. Mi señorñor te invita al castillo estata noche. Solo era eso. Yo me me voy.

En ese momento comenzó a retroceder lentamente pero se tropezó. Cuando se levantó salió corriendo de allí.

Tuvo que dejarle marchar. Su contestación la había dejado pasmada. Tardó unos instantes en darse cuenta de que no había dicho más que un montón de locuras, y un par más en darse cuenta de que se había ido.

Después de unos minutos sin saber qué hacer, rebuscó en su bolso y sacó la cartera. Consultó la tarjeta y marcó el número de Lola.

El teléfono dio un par de tonos y Lola lo descolgó.

-Digame.- Dijo. Resultaba curioso ya que, por teléfono, no sonaba con esa extraña despreocupación que la caracterizaba, además de que también resultaba raro que una persona capaz de saber lo que otra ha soñado no pudiera saber quién la llama por el móvil.

Cuando Lola contestó se preguntó qué estaba haciendo, y estuvo a punto de colgar.

-Soy, eh. Soy Verónica. La de la plaza. ¿Puedes hablar ahora?

-Oh, sí claro.- Contestó, bastante más emocionada. –No esperaba que llamaras tan pronto. ¿Qué has decidido?

-No, eh... el tío que te dije, el que me sigue. Acaba de estar aquí. Me ha dicho que su señor me invita a su palacio esta noche o algo así. Y se ha ido.

-Oh. Durante un momento solo se oyó como Lola murmuraba para si. -Pues si es así poco podemos hacer ya. Esta noche visitarás el castillo de Sueño cuando te quedes dormida. Mmm.- Hubo otro momento de murmuros.- Lo más que puedo hacer es estar contigo en ese momento si quieres. Esperemos que no haya decidido nada drástico.

-¿Qué? -Verónica se puso el auricular en la otra oreja y miró la puerta de reojo, temiendo  el regreso del acosador o la aparición de un cliente despistado-. No es por ponerme pesada pero creo que si me van a llevar a rastras a un castillo me merezco por lo menos una explicación clara.

Bueno, no es como si te llevaran a rastras…aunque si, no creo que vayas a tener otra opción. Yo no puedo explicarte más de lo que ya te dije, porque la verdad es que la idea era descubrirlo sobre la marcha. Las cosas de palacio van despacio y esperaba que Sueño tardara más en decidirse. –Suspiró- En fin, tampoco merece la pena el preocuparse por lo que no tiene solución. Ya te digo que lo único que puedo hacer es estar ahí contigo cuando ocurra. Y bueno, esto me ha chafado el plan, si quieres hablar de algo…

-Me gustaría saber qué está pasando, pero parece que no va a poder ser. -Verónica suspiró con resignación y se cambio el teléfono de oreja-. En fin. Adiós.

Esperó a que Lola devolviese la despedida y colgó. Estaba igual que antes de llamar. Pero bueno. Si iba a tener otro sueño, e iba a ser el último, suponía que podía soportarlo. Volvió la mirada hacia la tienda. Estaba vacía y no había nada que hacer, pero no podía quedarse ociosa, así que sacó un trapo y un limpiacristales y fue a limpiar el cristal del escaparate.

Verónica optó por la actitud quizá más inteligente. Todo aquello era una locura y si igualmente no podría hacer nada para evitar lo que iba a pasar, no merecía la pena seguir preocupándose. Siguió por tanto su rutina diaria y se fue a dormir como si nada de aquello estuviera pasando.