Señor, mas deberías llamar al cura que a la gura, que por esta herida se me sale la vida. Al acabar la frase el desdichado escupió un coagulo de sangre. El italiano nos contrató en los Herredores y mas no os puedo decir, pues más no sé. La información aportada por el moribundo era igual que ninguna, la plaza de los Herredores es lugar donde la carda y gente desocupada se reúne en busca de empleo. ¡Ahora, llamar al Jesutia que no quiero irme de este mundo cargado de pecados!
Mi buen amigo -dije girándome hacia Néstor-, dale dádiva a este fullero malparido, que la suya vida que con el recuerdo de haberla salvado nos. Vete a avisar al cura. Et no des nombres... Dile que un hombre hállase a la puerta del Cielo con voraz herida en este sitio. Et luego vayamos a donde cierta mujer nos brinda la suya "Caridad" -dije evitando decir el nombre donde podrían encontrarnos-. ¡Allí vos espero!
Haciendo caso al recado de mi amo, me dirijo a la iglesia o convento más próximo, en busca de algún sacerdote para satisfacer la última voluntad de aquel pobre hombre al que se le escapaba la vida en medio de la calle. El italiano hablo más concretamente de un jesuita, así que trato de hacer memoria por encontrar algún lugar de la Compañía de Jesús próximo a donde nos encontramos*.
*Entiendo que me tocará hacer tirada de Callejeo para orientarme un poco, ¿no?
Néstor sale corriendo en busca de un cura, monja, diacono o alguien lo suficientemente santo para darle le extrema unción al pobre desgraciado, que el jaque había tenido mal tino a la hora de elegir trabajo.
El resto del grupo se dispersó a los cuatro vientos, que era cierto que la ronda no solía pasar por la Huerta del Regidor, pero tampoco había que tentar a la suerte.
Dejo la escena abierta por si alguien quiere comentar algo mas con el moribundo o con el cura, pero por mi parte ya esta todo.
Abro siguiente escena para avanzar con la historia.
Me giro tratando de ser discreto, no ha de ser buen cristiano mostrar las intimidades de uno a los compañeros de naipes y fatigas. Restaño como puedo y con la poca luz que presta la luna la herida que me infligiera el mequetrefe que ahora yace destripado en el suelo.
Ni pizca de remordimiento. Me asusto, pues no he sido quizás el más pío, pero ¡caray! que uno no ha de faltar a misa los domingos y fiestas de guardar, ayunar cuando lo dicta Roma (y cuando no también) y cumplir con lo estipulado por curas y frailes. Pero, entiendo que ahora lo veo todo rojo, como la sangre que me robara el cabrón, pues poco se cuidó de ver sino las monedas que lo pagaran. Sólo aguardo a que Diego dé venia para escabullirme a lo de la Lebrijana.