Partida Rol por web

La taberna del Turco se sitúa en la calle Toledo, taberna de vino peleón pero bien servida por Caridad la Lebrijana antigua puta, pero querida entre sus parroquianos, dispuestos a tirar de acero si algún extranjero se sobrepasaba con la sin hueso.

A la mesa se sentaban Diego de Mendoza; su criado, Néstor Romerales; Nuño de Calatrava, aventurero y jugador; y Alejandro de Ladero pintor aficionado a vino. Hablan animadamente al calor del vino sobre el último rumor escuchado en el mentidero de las gradas de San Felipe.

Que es cosa sabida que no hay dama más bella en esta Villa y Corte que doña Itziar de Motrico, hija de don Cosme de Motrico, conde de Sotomayor. Esta el buen conde tan harto de que, recién calzados los chapines, hayan aparecido tantos rondadores de la moza como moscardones, que ha estipulado que quien se acerque por la noche a turbar el sueño recibirá una buena tunda de palos por parte de sus criados, que bien está que le salgan partidarios a su hija, pero que está mucho más que cansado que no le dejen dormir por las noches…

También es sabido en la Villa y corte que Diego de Mendoza, ya sea por capricho o por amor verdadero, se encuentra enamoriscado de la bella joven. Procurando abordarla a la entrada o la salida de la iglesia que frecuenta, intentando hacerse el encontradizo cuando sale de paseo, y anda siempre al acecho, siempre que pueda, por las cercanías de la mansión del conde, en espera de darle requiebros a tan bella moza.

-¡Por el de Mendoza!- exclamó Alejandro con fuerte vozarrón levantando su copa en alto y luego llevándosela a los labios. Soprendió a propios y a extraños cuando volvió a dejar el vaso medio lleno sobre la mesa, sin meterse de golpe todo el vino entre pecho y espalda.

-Se cuenta por Madrid, amigo mío, que una muchacha de buen ver te ha atrapado el corazón y nublado el juicio. ¿Qué es eso de andar persiguiendo mozas por la plaza? Jamás lo hubiera pensado de tí- mientras más hablaba más se le ensanchaba la sonrisa. Probablemente no había bebido lo suficiente para emborracharse, pero sí para lanzar una que otra broma.

¡Calmad, calmad, amigo! -dije un servidor alzándo la mano para hacer el gesto de que fuera prudencia su palabra, et no palabrería en la boca ajena-. Ejem... -me llevé la mano a la garganta, y carraspeé a la vez, et que luego lancé verso por beneplácito y con permiso de los buenos escritores de la Imperial y Coronada villa de Madrid-:

¿Cada cuán nace un ángel sobre la faz de la térrea? -recité-
Ni en capitel, ni en palacios, ni siquiera en los dinteles,
nacerá sólo en planteles, pues flor amada ella es.

¡Pardiez! ¡Que no me la mienten!
No impacienten su vergel
pues quien la mire vehemente...
¡puntada al vientre al aquel!

Levanté entonces de nuevo la copa dando gracias a Alejandro. Suspiré entonces, sin miramientos.

¡Aaaay...! -la guerra es dura, el tercio es fiero, et que la vida amigo mío, se disfruta doble en el amor, os hago saber. Esa fermosura es digna de cuchilla por mal galanteo y de rumores mil en San Ginés...Aaaay... -volví a suspirar-.

- Pero no habéis de extrañaros, mi buen Diego, que tanta fermosura no halle sino miradas y cabezas y aceros rendidos a sus pies; ni tampoco que en esta Villa y Corte no hallen los oídos indolentes otra cosa que hacer que recoger tales palabrerías-alzo mi jarra y brindo-. Más, pardiez que ya os toca iniciar una nueva ronda, que no es cosa que dejemos a la hermosa sin un brindis por su gentileza en obsequiarnos con su presencia a la salida de la iglesia.

Pues si es bien sabido que la moza es la más bella, no menos conocido es que si juegas naipes con borrachos es más fácil desplumarlos. Y voto a bríos que hoy me conformaré con llenar la andorga de buen pan y tocino a costa del enamoriscado pretendiente...

-¡Sabias palabras las vuestras, Don Nuño! Que ni todos los brindis de esta noche serían suficientes para facer justicia a las muchas et grandes virtudes de aquesta dama. Pues, lo menos que podemos hacer es tratar de honrarla lo mejor posible. Todo sea por llamar al buen agüero para mi señor: ¡Que seáis vos quien se lleve el favor de la de Motrico!- Digo, siguiendo los pasos de mis compañeros de mesa y brindando yo también.

Apoyo la propuesta del buen amigo de mi señor de iniciar otra ronda, pues entre amigos, y enardecido por mentar a la fermosa Itziar de Motrico, Don Diego es más proclive a mostrarse afable y generoso. Y hay que aprovechar, ya que de puertas para adentro, la dadivosidad con un pobre servidor de ustedes no se cuenta entre sus virtudes... 

Uhmmmm... -murmuré ante la petción de Nuño; y es que tal cantábase el basto cuando el naipe apuntaba bien, et muy pronto-. ¡De acuerdo! ¡Todo sea por el buen hacer de la mía de pensamiento, et por salvaguardarme de un "padreamén" puntaguado si por tales cuestiones de galanteo se me presenta la desdicha! ¡Caridad!, buena dama -dije buscando los ojos de la dueña-, llenad vos aquestos vasos de buen vino a mis tres amigos, que sin duda los necesitaré, no por ello desdibujando mi buen hacer con la mujer, de la suya ayuda para superar traba et tormento en esta lucha de amor... ¡Ayyy! -suspiré intencionadamente-.

La Lebrijana, siempre con los odios en la  mesas, atentos a los pedidos de los parroquianos o a los rumores de la Villa. Se acercó con la jarra dispuesta a rellenar las copas de los caballeros. Mire Don Diego y escuche a una que sabe de faldas. La tabernera acompaño la frase con un moviente rápido de caderas que hizo que sus faldas flotan en el aire.  Porque a diferencia de sus compañeros, una las lleva puestas y no se dedica solo a levanta para hurgar en el paraíso que esconde debajo. Escuche Don Diego, vaya a cantarle una sonata a esa moza y caerá en sus brazos. Vaya a rondarla por la noche y demuestre a esa moza que tiene bravura.

Tras escuchar las palabras de la tabernera, comento animado: 

-Si la Lebrijana lo dice, buena cosa será facerle caso, mi señor. Que una criatura tan endiabladamente enrevesada como una mujer solo puede ser entendida en su forma y ser por otra de su misma condición. O será cosa mía, pero ¡que me lleven los demonios si alguna vez entiendo lo que pasa por sus cabezas!-Doy un trago a mi copa, y prosigo:-Tal vez sea provechoso para vos acudir a rondarla, para dejar claro vuestras intenciones y mostrar vuestras mejores virtudes a la dama.

No estaba del todo confiado, pues muchos pretendientes, dispuestos a hacerle la corte a la de Motrico, habían aparecido en los últimos días. Y probablemente pudieran ser igual de interesantes o incluso más que mi señor a ojos de aquella mujer. Pero si Caridad la Lebrijana lo decía, eso ya era otro cantar. O puede que simplemente estuviera dorándole la píldora a Don Diego en busca de envalentonarlo y tal vez recibir una buena propina ese día. Quién sabe...

Alejandro empinó la copa, hizo segunda a Nuño y a los demás y siguió con la mirada a la Lebrijana mientras esta envalentonaba al de Mendoza. En otro momento y lugar, tal vez, la hazaña se le antojara peligrosa. Don Cosme no era persona de palabras vanas o amenazas vacías y mucho le desagradaría andar por Madrid a oscuras y con el cuerpo molido a palos. Pero ya para esa hora, era evidente que el vino le animaba el ánima.

-¿Escuchó Don Diego? ¿Qué más puede pedir una mujer que un pretendiente dispuesto a enfrentarse a lo que sea, incluso a la ira del padre, para ganar su corazón? ¡A ella pues y si esto no es amor que no sea nada de una vez!-

Temor no hallo en las vuestras palabras, Caridad -le dije al oir su consejo-; et que aunque lleve a mi siervo y la guardamano en la espalda, el padre no tardará en tirarme a mi y a mi coleto descosido a una pira, si es que rondarle el sueño no puede... Pero... ¡pardiez! ¡Que si yo no la galanteo bajo las estrellas, otro biensabido lo hará! Así es mi querido Néstor -ahora a mi siervo-, iremos pues, cítola y espada en mano -era un decir- a amedrentar los malos sueños de doña Itzíar, ¡y hoy mismo! Así es Alejandro, que la guerra no se gana en esperando a que el enemigo ande de capa caída, ¡asi que vendrás con nos! ¡Y tú también Nuño! Entrambos que aguardaréis las mías espaldas de los matasietes de la Coronada y Villa, que "¡a canto de jilguero águila rasante viene!". ¡Vigiladme bien y otra ronda de vinos caerá a la vuelta y buen pago para la Lebrijana!

El pintor se mordió los labios, porque ya envalentonado don Diego lo había llamado por nombre para hacerla de comparsa en tan peligroso lance. Aunque no dudaba de su acero, ni era ningún cobarde, mala cosa era ir a meterse a la boca del lobo estando tan cómodos lejos de los palos.

-También está estotra opción, si le place- dijo acercándose a su amigo -Fama y Fortuna podrán no ser dos damas que me sonrían, pero alguna reputación tengo con mis pinceles. Deme venia para buscar a la de Motrico en su casa, so pretexto de hacerle un cuadro a la familia, a sus expensas y como regalo. Quedareis bien con el padre y la muchacha y me daréis excusa para intercambiar con ella cartas escritas de su puño y letra y traeros las contestaciones. Un amor secreto también podría enternecer el corazón de Doña Itziar y será ciertamente más atrevido que lo que sea que emprendan sus otros pretendientes.-

Volvió a servirse lo que quedaba en la botella y luego de pasársela por la garganta terminó.

-Si lo de rondarla hoy noche no funciona, piense que quedará en malos términos con la familia. Pero la decisión es vuestra-

Bien puede hacerse, que no sólo con trovas surge el deseo a la mujer... -resopndí-. Pero un servidor et mi siervo,al menos, irán esta noche. A ella pudiendo verla en la noche et a su padre ofrecerle un buen cuadro por el día sería ganarme bien el fruto; mas ahora es de noche. ¡Afilad aceros! ¡abrid las cuencas! ¡y seguidme, pardiez, a convocar a esa bella mujer! -me puse de pie en medio Avemaría, alcé el dedo hacia la puerta y le dejé los cuartos a la Lebrijana sobre la mesa, la ronda incluida. ¡Venga Néstor! ¡He de pensar bien la trova de aquí hasta la casa de doña Itziar!

Confiaba en que los otros dos me siguieran, al menos para no caer en las redes de los matasietes y pinchahombros que rondaban cerca de la plaza de la Paja o la Calle Mayor.

¡Bien dicho don Digo! Animo la posadera. Ahora es tiempo de balcones y saetas; y no de pinceles y pisaverdes. A los gritos de don Diego y La Lebrijana se unieron los gritos de alguno de los parroquianos. Don diego había entrado al juego, y es sabido, que un farol hay que demostrarlo con las cartas sobre el tapete.

Aunque no solo don Diego y su mozo iban a pringar, La Lebrijana no había terminado de repartir estopa. ¿Y vosotros que? Pregunto a los tres amigos que sujetando las copas con mimo en la mesa. Vais a permitir que le calienten las costillas a vuesamercez. Claramente La Lebrijana se refería a don Diego.  ¿Es que solo queréis a vuesamercez para que os page los vinos? La acusación de cobardía de la posadera era cosa muy grave, pero era mujer hábil y con muchas tablas que supo quitarle hierro al asunto rápidamente. ¡Ir a ayudarlo, que uno no es nadie sin sus amigos!

Terminó el vino encogiéndose de hombros y se levantó con pesadez. No iba a dejar que le laceraran el orgullo y la honra, ya de por si golpeada, cuestionando su valentía. Había que reconocerle el empeño a la posadera, pues ninguna vela tenía en aquel entierro y sin embargo se había salido con la suya.

-Hay que hacer, pues- soltó entre dientes y avanzó a grandes zancadas tras su amigo Diego.

Maldigo mil y una veces la lengua viperina de la Lebrijana. Apuro mi jarra y, al dejarla en la mesa y puesto que mis compañeros ya han salido, susurro en bajavoz a la putanga:

- Confío no vaya a resultar que sea vuestra lengua quién caliente las costillas de mi compadre y amigo... Pues sabido es que no es el único que ronda a la dama y que no hay rumor que no roce vuestros oídos como vergas rozaron vuestro coño. Que si así resultara, más os vale guardaros la espalda, que las faldas ya no os las persigue naide...

Y con tales palabras entre la mesonera y servidor, me calo el sombrero y ajusto mi acero y salgo en pos de mis compañeros con un ojo puesto en la arpía.

Don Diego parecía decidido, espoleado en parte por nuestras palabras, en parte por los vinos servidos por la Lebrijana. Se levantó inmediatamente con intención de salir por la puerta, directo a la casa de los Motrico. Había invitado tanto a Don Nuño como al pintor a formar parte de la galante expedición. En mi caso, como buen sirviente, mi presencia era obligada para asistir a mi amo. Así pues, en cuanto se mostró presto para salir por la puerta, no me quedó otra que apurar el vino de mi copa y salir tras él.

-¡Como gustéis, mi señor!-Dije mientras me apresuraba a dar alcance al De Mendoza, evitando a un par de clientes que se cruzaron en mi camino.-Todo mi seso y mi espada a vueso servicio, como siempre, para que aquesta empresa amorosa llegue a buen puerto. Seguro que dáis con los versos adecuados para encandilar a Doña Itziar.

Salí entonces afuera de la taberna del Turco, aguardando a mis nuevos compañeros de naipes y espada, así como a mi siervo.

La posadera le lanzo una mirada de mala gana a Nuño, y le susurro algo como contestación. Aquí nadie es virgen ni santo,  y cada cual conoce su oficio. Sudar un poco corriendo delante de los criados de don Cosme no le hará ningún mal, le ayudara a bajar los vinos que Diego le paga. Lebrijana limpio la mesa con un lienzo roñoso y retiro las copas con maña. ¡Suerte Don Diego!

Cuando el grupo estaba saliendo por la puerta la posadera recordo algo. !Nuño!, cuando vea usted a la de Expósito la saluda de mi parte, hace mucho tiempo que no la veo. Dicho esto la posadera volvió a sus quehaceres y se olvidó del grupo.