Partida Rol por web

A Helvio parece sorprenderle la pregunta, como si lo hubieras pillado in fraganti.

"¿De qué vivo?", repite a modo de eco. "De lo que puedo... A veces ofrezco mis servicios como escribiente, aunque poco trabajo tengo de eso. La mayoría de los que necesitan a alguien que le lleve las notas ya tiene esclavos bastante competentes. Mira Hýlax, en tu caso. Aún así, suelo acudir al foro boario* a ofrecer mis servicios a los provincianos, que son menos letrados que la gente de la ciudad. Al menos me daría para sobrevivir si no fuera por la deuda."

No ha sonado muy convincente. Helvio vive en el Aventino, un barrio peligroso en el que ni siquiera tu hermano Marco es capaz de imponerse, aunque tenga el respaldo del estado. Lo más probable es que sea un soplón o algo por el estilo, y ese tipo de "trabajos" garantizan una corta vida. Pero tampoco es que tenga mucho remedio su situación; más que nada por él mismo, pues siempre anda metido en líos y parece que hasta le gusta esa forma de vida. El juego, los burdeles, las bandas callejeras... no es la vida que imaginaría nadie que se lance a la aventura viajando a Roma en busca de un nombre como poeta. Pero lo triste es que así termina la mayoría; Helvio tiene talento, pero eso no basta para triunfar; también es necesario que te acompañe la diosa Fortuna. Y no a todo el mundo se le planta delante un Mecenas que sufrague su arte. Incluso hoy en día, los Mecenas prefieren componer ellos los versos, pagados de sí mismos cuando leen sus poemas insulsos y carentes de todo arte ante sus ejércitos de aduladores.

Helvio sigue comiendo mientras le observas; es como el hermano pequeño que nunca tuviste. Pero no debes tomarle excesivo cariño; nunca se sabe hasta dónde es uno capaz de llegar cuando está hasta el cuello. ¿Te vendería si con ello consiguiera solucionar su situación? Es probable. Pero aún así, además de que admiras su talento, te resulta simpático. Y esa puede ser su salvación.

"Ya..." musito, más para mí que para él con un tinte agrio en el tono.

Las personas impredecibles son las más peligrosas, eso siempre se lo escuchó a Marcus. Quizá fuese hora de hacerle una visita a su hermano mayor para que ahondase en los escabrosos temas que envolvían la enredada vida de Helvio. Por su bien y por el mío. Un hombre desesperado que no tiene nada que perder, es el más peligroso de todos pues no le importa nada, ni a quién llevarse por delante.

Decido en última instancia reservarme mis ideas y pensamientos, por precaución, cuando esté frente a él. Eso hace que se me retuerzan las entrañas, como si traicionase la confianza de un ser querido. Pero él no es familia, ni siquiera se acerca a lo que Acté significa para mí. Es un muchacho con talento, vivo, lleno de ideas. Quizá esa oda, si la compone como es debido, pueda otorgarle un haz de luz en su vida.

"Bueno, mi querido Helvio" Alzo la voz de nuevo para captar su atención, sólo cuando ya no hay más que vaciar en el plato. "Es un placer recibirte. Espero verte en unos días."

"Claro", dice Helvio. "Siempre a tu disposición."

El inquieto hispano se levanta y se limpia los dedos pringosos en la ropa.

"Gracias por la cena", añade antes de desaparecer por el vestíbulo y dejarte a solas en el peristilo.

Aquello no era una cena, sino un aperitivo. Reflexionando sobre ello vuelves a pensar que eres afortunado. Las personas que te rodean, sea por la razón que sea, no lo son tanto como tú. Helvio, Acté, Marco, no tienen una vida fácil. Sin embargo, eres consciente de dónde te encuentras: Roma es una amante traicionera que puede darte la espalda en cualquier momento. La suerte puede cambiar; ¿quién sabe, en estos tiempo convulsos que corren, cuánto durará el emperador que te mantiene en tu cargo? Pertinax solo duró unos meses.

Pertinax... Flavia... todo te lleva a ella. Te es imposible dejar pensar en esa mujer en estos momentos. ¿Cómo es posible que hayas olvidado a esta mujer, que tan familiarmente te invita a su cena? Mañana saldrás de dudas. O al menos eso esperas.

Te resulta gracioso que el desencadenante de esto haya sido Helvio; gracias a que te pidió un trozo de papiro, Sira halló sin querer aquel escrito tuyo en tus viejas capsas. La vida es un cúmulo de casualidades.

Despido a Helvio, rogando por volverlo a ver sano y salvo, y hago llamar a Sira para que retire el plato vacío y traiga algo con lo que llenar el estómago y deleitar el paladar. Sí, soy afortunado y quizá no me lo he ganado más que otros. La rueda gira sin cesar y hoy puedo hallarme en la cima, como Helios, y mañana amanecer tan frío como el hielo. No es un pensamiento alentador, pero en el hermoso tapiz del destino todo tiene su lugar y su papel. Quizá Minerva me acogió en su regazo y me brindó la inteligencia para aprovechar las oportunidades que la vida me ha puesto delante. Quizá en una de esas bifurcaciones ya haya escogido mi destino hacia los brazos de la muerte sin saberlo. O quizá la rueda siga girando de forma azarosa sin tener ninguna de mis decisiones en cuenta. Quién sabe...

Dejo pasar el tiempo, notando un pinchazo en el pecho que se acentúa conforme el velo estrellado cubre Roma con su singular belleza. Contemplo las constelaciones, inquieto, deseando alcanzarlas con los dedos de mi única mano y saber lo que dicen, por qué están ahí tan hermosas, lejos y perfectamente colocadas. Me dejo perder en la añoranza de tiempos más fáciles, más despreocupados. Pienso si Agatocles estará mirando también el cielo desde su barco, y Acté en su alcoba, y Flavia Juliana... Donde quiera que esté.