Una cafetería, de esas semisótano que entras bajando escaleras y cuyas paredes recuerdan épocas mejores, una era dorada donde las cafeterías de sótano y el café expreso molaban.
Un tipo rectísimo está sentado frente a la barra leyendo el periódico, Seattle Sensational and Amazing News. No es otro que Neil O'higgins. Es evidente que le siguen porque cada vez que suena la puerta, mira en su dirección, listo para encararse a un destacamento del FBI.
El bar tiene poca clientela:
Una monja que, nada más llegar a la barra, se ha quitado el habito mientras exclamaba –¡Lo dejo! No aguanto más!- y que ya lleva 7 copazos y tres rallas consumidas en esa misma barra.
Una pareja de ancianas octogenarias con gafas de culo de vaso que debaten apasionadamente sobre si es mejor programar con Java o con Bali. Mientras hablan entre ellas no paran de desviar sus miradas a sus respectivos móviles, donde se comunican vía caralibro, gorjeo y veinte con medio país, a veces incluso entre ellas mismas.
-Pues me van bien estas pastillas para la artrosis, en lo que se queda una: 25 segundos para escribir 160 caracteres, que malo es envejecer. ¿Oye y como te va a ti con el médico nuevo?
-Estupendamente, se lo cree todo. Estoy haciéndome una pasta vendiéndole a mi sobrino nieto las pastillas. Insiste en que nadie cocina cristal como su abuela, pero yo le he dicho que espabile y aprenda a hacérselo él, aunque cuando cocino en casa le guardo un tupperware.
-Si es que hacen con nosotras lo que quieren, no podemos resistirnos a malcriarlos.
Un punki con cresta de mohicano, color violeta, un par de cadenas que unen piercings entre la orejas y la mejilla. Que se ha adueñado de uno de los rincones y con sus botas sobre la mesa lee apasionadamente una obra de Faulkner mientras consume zumo de arándanos y lacasitos, aunque aparta los verdes, porque de críos su hermano hizo una broma sobre mocos y lacasitos verdes que se quedo para siempre en su mente.
Una figura misteriosa entra por la puerta. Mediante sutiles y discretas artimañas jaimesbondnescas, tales como aprovechar las sombras, mirar a otro lado y cubrirse el rostro de manera casual y disimulada con una raqueta de pádel, mantiene su anonimato en todo momento.
Mira a los presentes es evidente que busca a alguien. Se centra en Neil, el es lo más parecido que hay a un periodista de investigación. Se pone a su lado en la barra y deja un maletín sobre un taburete entre ambos.
-No me mire, ¡que no me mire joder! Creo que me siguen. Tiene que ver esto, el pueblo de los Estados Juntitos merece saber la verdad. Alguien tiene que hacer algo.-
Tan rápido como ha entrado en la cafetería, sale. Aunque se escuchan sirenas, disparos, un grito de ¡No podréis tapar esto para siempre! Y varias explosiones.
Al poco de sonar la última explosión, entra un tipo vestido como solo un periodista puede vestirse que se dirije directamente al camarero.
-¡Joder la que hay montada afuera! Oye Manolo ¿Ha preguntado algún cliente por mí? Iba a reunirme con un soplón. Si lo ves llegar entretenle, tengo que matarlo y destruir sus pruebas. -tras decir eso, se dirige a los servicios.
¡Este chiflado! piensa molesto Neil. "El pueblo de los Estados Juntitos merece saber la verdad" ¡¿PERO QUIÉN DIABLOS SE CREE? ¡SI YO SOY EL ÚNICO QUE LA SABE! bufa irritado e intenta volver a la lectura de aquel periódico, estaba obcecado con una imagen en donde se mostraba el cielo nocturno, estaba seguro que las estrellas tenían un patrón casi indescifrable que podían explicar los sucesos raros que describían los artículos de Seattle Sensational and Amazing News. Pero no podía concentrarse por las explosiones en el exterior.
Al entrar el tipo con el traje marrón, Neil se sobresalta, ¡lo reconoció!, era uno de esos asquerosos y despreciables encubridores de la verdad. Aunque realmente no creía que el chiflado de hace rato supiese la verdadera verdad verdadera que él, y sólamente él, sabía.
—Ya qué —se susurra para sí mismo y extiendió su brazo para recoger la maleta que dejó el muchacho de la raqueta de pádel. Dejó unos dólares sobre la mesa para pagar su pastel de manzana inacabado y se dirigió hacia fuera intentando parecer lo más normal y menos sospechoso posible.
Neil ya no podía esperar para llegar hasta su apartamento y leer los apuntes que seguro habían en la maleta, quería reírse con ganas y burlarse de aquel pobre infeliz que creía saber la Verdad.
Todos los documentos proceden de la misma autoridad, arriba a la derecha de cada folio está el símbolo (una estrella de David) y un nombre (judíos por la dominación mundial)
Los papeles demuestran como esta entidad compro hace unos años un pequeño laboratorio e invirtió hasta transformarlo en una planta química grande, en la cercana y pequeña Tranquility Town.
Los de fecha más reciente indican que los Amos han transmitido por telepatía a sus embajadores en el planeta varios compuestos químicos que deben realizarse en grandes cantidades, sin importar el precio. Por eso la planta está trabajando para fabricar toneladas de esa molécula.
Hay algunos informes de la propia planta sobre las desastrosas consecuencias para la salud humana de la exposición a dicho compuesto. (Impotencia, esterilidad, ganas de comerse a otros empleados de la fábrica, caída del cabello y los dedos meñiques de pies y manos…)
¡Sensacional! ¡Esto es un milagro! ¡Justo lo que necesitaba! Me ayudará increíblemente para mi próximo libro: La superdominación de los Judíos, un ensayo que te hará comprenderlo todo. ¡Esta vez si me lo publican como debe serlo! piensa todo satisfecho y una sonrisa se le asoma en el rostro iluminado. Realmente estaba convencido que las editoriales dejarán de pensar que escribía comedia y empezarán a pujar por la publicación del libro que revolucionará a todo el mundo. Su euforía era tal que arrojó por la ventana todos los afiches que él mismo había imprimido para fines divulgativos.
Encendió su ordenador del milenio pasado. Paseó el mouse entre carpetas y subcarpetas buscando el archivo Borrador58, revisión 4.doc, un tostón de 600 páginas que aún necesitaba pulirse en muchas partes. Apenas podía esperar para escribir como arriesgó su vida para conseguir esos papeles y como su vida seguía corriendo peligro al escribir el ensayo que cambiará al mundo. El chiflado de la raqueta de pádel qué.
El sonido copioso de las teclas del teclado era música para sus oídos.
Las horas pasaron alegremente en una epifanía conspiranoide y un orgasmo de tecleo. Conforme más reflexionaba sobre estos temas más claro le quedaba que tenía que ir a Tranquility Town e infiltrarse en la planta química. Era lo más cerca que había estado nunca de llegar al centro de todo el asunto.
Con los dedos todo doloridos y con algo de dolor de cabeza y cuello, muy opacados por la sensación de gloria inminente, Neil cogió sus llaves y su cámara fotográfica y se dirigió a la máxima velocidad que su humilde y viejo vehículo le permitía a Tranquility Town, el pueblo al que los documentos del tipo de la raqueta citaban como el lugar de la fábrica de químicos. Esperaba que el trayecto se completara sin problema alguno.
Bah.. es Tranquility Town, su nombre ya lo dice todo pensó mientras el frío viento que venía de la ventanilla abierta impactaba en su cara y le desaliñaba su impecable cabellera.
Neil comprobó en el mapa la ubicación del lugar, era un pueblecito lejano y tranquilo con playa. Era evidente que pasaría algunos días allí, así que se hizo una maleta (buscaría alguna pensión local cutre) y partió hacia la Verdad.
[SUPER SHARK Trailer]
El viento meciéndole el pelo mientras conducía con una mano tostándose en la ventanilla y la otra en el volante, escuchando la canción del verano (SUPER SHARK). El viaje se le hizo corto: apenas tres segundos saliendo de la ciudad, diez segundos de cámara fija en los que se alejo hacia el horizonte, doce segundos de toma aérea de un coche de la misma marca y color que el suyo (pero no era el suyo), y ya estaba en una toma donde pasaba junto al cartel de bienvenidos a “Tranquility Town” Agradecía mucho que el montaje no se hubiera cebado con el viaje.