Este es tu guión para la historia de Cine Negro:
1.- Aparece un brazo amputado en la calle.
2.- Los invitados a la fiesta son gente importante, no pueden ser molestados a la ligera.
3.- Un testigo afirma que vio a la victima discutiendo fuertemente con otra persona
4.- El principal sospechoso tiene coartada
5.- Otra de las camareras desaparece horas después
6.- El detective se va de la casa. Parece enfadado, pero en su bolsillo descansa el diamante de la marquesa; el que queda en la mansión no es más que una falsificación.
Cagate lorito!
Todas las grandes historias de detectives comienzan en una noche como ésta. Dios debe de odiar a los detectives.
Alex mascullaba para sí mientras sacudía el pie, que acababa de meter en un charco. La lluvia le había tomado ventaja a la noche, y llevaba mojando las calles desde varias horas antes. El risueño hombre del tiempo había augurado tormentas para toda la zona de Nueva Orleans, convirtiendo a Alex en un ceño fruncido con un cuerpo debajo. Refugiándose en su gabardina, se acercó al cordón policial.
En los adoquines húmedos del callejón yacía un brazo humano cercenado, como esperando a que alguien lo llevara con su antiguo dueño. Un oficial se acercó para informar a Alex.
- Lo encontró una mujer cuando paseaba a su perro. Parece ser que el chucho se puso a husmear en la basura y le dio un par de mordiscos. - Señaló hacia una pareja de policías que hablaban con la testigo.
La señora, entrada en años, lucía un extravagante peinado tintado de rubio, un exceso de maquillaje, un abrigo corto de pieles, una falda corta negra y unos zapatos de tacón rojos. Mientras se cubría con un paraguas, su perro olisqueaba por todas partes empapándose con la lluvia. Alex se acercó deseando que, realmente, las apariencias engañasen.
El interrogatorio contribuyó notablemente a que la tormenta arreciara en el interior de la cabeza de Alex. La mujer tenía una voz aguda y chillona que parecía penetrar en la cabeza más por la sién que por el oído. La guinda fueron los gritos histéricos cuando Alex “insinuó” que su perro había escarbado en la basura. Cuando Alex intentaba calmarla para sacar algo en claro de la entrevista, llegó la caballería.
- Detective, hemos encontrado algo.
Entre los desperdicios de una de las bolsas de basura, habían encontrado un anillo: un sello de oro con un grabado de una pluma y un bastón. El dolor de cabeza comenzó a silbar por lo bajo, en la cabeza de Alex, cuando identificó el emblema.
En Nueva Orleans, el bastón y la pluma era el símbolo de una asociación elitista donde los miembros eran elegido por su contribución monetaria. Todos eran gente con influencias, poder y dinero. Cualquiera de estas tres razones podría ser el móvil de un asesinato.
Alex suspiraba mientras llamaba a su superior para informar del hallazgo. En el exterior, la lluvia repiqueteaba sobre el parabrisas del coche. Alguien descolgó al otro lado del teléfono y el detective se lanzó cerrando los ojos.
- Señor, creo que tenemos un problema...
La Sociedad Cultural Libre de Nueva Orleans celebraba esa misma noche una gran fiesta, en honor de la marquesa de Stuart-Lion, que había llegado a la ciudad el día anterior. Toda la gente importante de la ciudad, y algunos de fuera, estarían en el club. Tomas Nagin, el hijo del alcalde, varios concejales, directores de banco, empresarios incluso un lord inglés que acompañaba a la marquesa.
Alex contempló la abarrotada sala, tras convencer a los gorilas de la entrada de que era mejor uno dentro que dos en el calabozo. Era un farol, por supuesto, su jefe le había hundido un poco más el hierro al rojo en la cabeza, gritándole una y otra vez que no montara un espectáculo delante de esa gente. Debía llevar el asunto con discreción. Alex odiaba la lluvia y las jaquecas que le producía, pero odiaba todavía más que no le dejaran hacer su trabajo tranquilamente.
Las arañas del techo arrojaban una luz suave sobre la multitud engalanada, y las camareras que se movían por todo el salón. Con su gabardina mojada, Alex destacaba como un perro verde.
Las sienes le palpitaban al ritmo de su corazón y el dolor de cabeza se extendía por detrás de sus globos oculares, cuando llamó a una camarera que se acercaba a la barra. Era una joven rubia, de grandes ojos azules.
- Perdona. ¿Sabes dónde están los fundadores?
La camarera le miró de arriba a abajo con una ceja enarcada, sin molestarse en disimular. Señaló hacia el fondo de la sala, donde un corro de trajeados atendían a una elegante mujer. Esquivando a la multitud, intentando no golpear ningún brazo que sostuviera alguna copa, Alex se acercó a los que, sin duda, eran los mayores de la Sociedad.
- Buenas noches, caballeros. Soy el detective Alexander Roach. Necesito hablar con ustedes en algún lugar más tranquilo.
En una sala contigua, sentados a una enorme mesa de madera pulida, Alex informó a los cinco hombres sobre los hallazgos de esa noche.
- Sin duda debe de tratarse de Herbert Downy - respondió uno de los empresarios más poderosos de la ciudad. - No puedo responder por todos los miembros de la Asociación, pero Downy la fundó con nosotros, y no es normal que haya faltado hoy.
Los cinco intercambiaron miradas y parecieron esperar a que el portavoz expresara sus pensamientos.
- Escuche señor... Roach. Esta noche es muy importante para la Asociación. Miss Henriette ha venido desde Londres aceptando nuestra invitación, y no queremos que la noche se estropee por los asuntos turbios que pudiera tener Downy.
Alex se incorporó al escuchar las palabras mágicas.
- ¿Asuntos turbios?
Al salir de la sala, Alex llamó a la oficina desde el teléfono del club. Su compañero anotó lo que le iba indicando y le prometió que investigaría. A continuación, Alex se despidió del bullicio de la fiesta y salió a la apacible tormenta que descargaba en el exterior. Se dirigió a la casa de Herbert Downy, una gran mansión en la playa, al norte de la ciudad.
La mujer que abrió la puerta, una señora de mediana edad, resultó ser la mujer de Downy. Alex se presentó y pasaron al salón, donde se sentaron para hablar. Tras un incómo silencio, mientras buscaba la manera de suavizar el golpe, Alex dijo:
- Señora Downy... no sé muy bien cómo decirle esto, pero creemos que su marido puede haber sido asesinado.
- ¿Asesinado? ¿Qué? - los ojos de la mujer se abrieron de par en par, mirando a Alex como si fuera la mismísima parca. - No es posible.
- Esta noche encontraron un brazo en un callejón, el sello de su marido se encontraba a pocos metros.
La mujer rompió a llorar mientras pronunciaba palabras ininteligibles. Alex intentó consolarla sin mucho éxito, hasta que, tras varios minutos, comenzó a controlarse.
- Señora... ¿ha visto últimamente que su marido se comporte de manera extraña? ¿Quizás sepa de alguien que le guardara rencor?
Enjuagándose las lágrimas en un pañuelo de tela negó con la cabeza.
- No, no. Un momento... ¡snif! Hace unos días vino alguien a casa. Era tarde y ya me había acostado, pero Herbert solía trabajar hasta tarde. A veces llegaba a casa a las dos o las tres de la madrugada. ¡snif! Aquella noche habló con aquel hombre, pero parece que algo no iba bien, al final acabaron discutiendo a voz en grito.
- ¿Sabe con quién discutió su marido?
- Era el joyero... ha hecho algunos trabajos para nosotros... creía que quería hacerme un regalo... pero ahora... - la frase terminó con un gemido de dolor y la mujer comenzó a llorar de nuevo.
Tras realizar otra llamada a la oficina para averiguar la dirección del artesano, atravesó la ciudad para interrogar al sospechoso. Llamó repetidamente al timbre del apartamento, hasta que le abrió un anciano de cabellos blancos. Todavía en pijama, con unas gafitas que bailaban sobre la delgada nariz.
Le ofreció una taza de café caliente, que Alex agradeció con toda su alma. El hombre conservó la calma durante toda la conversación. Respondió, tranquilamente, cuando Alex le preguntó sobre las últimas horas.
- Precisamente acabo de volver de un congreso. He estado todo el día allí. Se reunieron casi todos los joyeros y artesanos de la ciudad.
El anciano se levantó y rebuscó en su cartera. Le enseñó a Alex la entrada del evento. A falta de corroborar la coartada, Alex pasó a la siguiente cuestión.
- Tengo entendido que usted y el señor Downy tuvieron una importante discusión hace dos días.
- En efecto. El señor Downy me había encargado una pieza, pero cuando se la llevé no tenía dinero para pagarme. Dijo que me pagaría en una semana, pero yo no estaba dispuesto, y se enfadó mucho.
- ¿Qué le había encargado?
- Una reproducción del diamante Hope.
Al ver la cara de Alex, el amable anciano se explicó.
- Es un diamante de gran valor, que forma parte de la colección personal de la marquesa de Stuart-Lion.
Alex le pidió la piedra, como posible prueba.
Mientras entraba en el coche, recibió la llamada que estaba esperando. Su compañero en la oficina, le informó que el señor Downy, director de una empresa de software informático, estaba en números rojos, aunque, parece ser, que lo había mantenido en secreto. Además, en el último trimestre, había lapidado lo que le quedaba en viajes, hoteles y joyas caras.
- Parece ser que tenía una querida...
De vuelta al clubo, el dolor de cabea de Alex rivalizaba seriamente con la tormenta sobre Nueva Orleans.
Se dirigió directamente a Robert Green, el portavoz de la Sociedd, y le preguntó si sabía algo de la bancarrota de Herbert o la supuesta amante.
El empresario contestó que no conocía el estado de los negocios de su compañero, pero que siembre había hecho "buenas migas" con el servicio: camareras, secretarias...
Alex solicitó que las camareras pasaran de una en una al a sala de reuniones, para que pudiera interrogarlas. Tras varias entrevistas con resultados nulos, una de ellas afirmó que el señor Downy se estaba viendo, desde hacía tres meses, con su compañera Erica, una jóven rubia de grandes ojos azules.
Desgraciadamente, parecía haberse esfumado desde hacía varias horas.
Maldiciendo para sí, Alex corrió a buscar a los mayores de la Sociedad.
- Debo ver el diamante de la marquesa. Sé que forma parte de su colección privada, y, si no me equivoco, la idea de traerla fue de Herbert Downy. Es posible que, con la ayuda de una cómplice en el servicio, planeara robarla.
Alarmados por la posibilidad de perder el diamante, todos corrieron a acompañar a Alex a la caja fuerte.
En el interior, entre papeles y joyas diversas, un pañuelo de seda ocultaba lo que venían buscando. Mientras lo desenvolvían, todos contuvieron el aliento, pero, al fin, el cristal resplandeció entre los pliegues del pañuelo.
Se escuchó un suspiro colectivo y toda la tensión acumulada dió un latigazo en la cabeza de Alex. Un estallido de dolor atravesó su cabeza, nublando su visión, y le hizo perder el equilibrio, de tal manera, que cayó contra el hombre que sujetaba el diamante.
Los dos cayeron al suelo con un golpe ahogado por la tupida alfombra. Alex se recuperó rápidamente, y, al sentarse, vió junto a él el diamante falso que le había requisado al artesano.
Guardándoselo en el bolsillo, se levantó y ayudó al infortunado que se había llevado por delante.
El resto de caballeros buscaban el diamante de la marquesa por la habitación. Cuando lo encontraron, bajo un escritorio, se encararon con Alex.
- ¡Estúpido pusilánime! ¿Qué se cree que hace, tirando el diamante de esa manera? ¡Tenga por seguro que sus superiores seran informados!
Como esperaba, la llamada de su jefe no tardó en producirse. Dos horas más tarde, estaba despedido. Injusto, pero irrevocable. Los miembros de la Sociedad tenían demasiada influencia.
Al amanecer Alex se acercó al taller del artesano joyero, para devolverle la prueba que de nada le había servido.
El amable anciano le invitó a otra taza de café, al verle demacrado. Mientras Alex le contaba lo que había sucedido esa noche, inspeccinó la piedra con expresión de asombro. Tras unos minutos interrumpió a Alex.
- Esta piedra... es auténtica.
- ¿Qué quiere decir?
- Que... es auténtica.
Alex pensó en la posibilidad de volver a enfrentarse con la turba de señoritos mientras trataba de explicar su error... luego se le ocurrió otra opción.
- ¿No le interesará hacer un buen trato?
El anciano sonrió.
------------------ Fin -------------------
Después de leer el resto de relatos me doy cuenta de que me he pasado un poco con el mío. Lo siento, la próxima vez seré más breve.
A mi me ha gustado. Teniendo en cuenta la dificultad de escribir una historia con un guión de este tipo te ha quedado bastante bien.
Y más creíble que la mía, je je
También me ha gustado la historia. Y para nada se hace larga al leerla.
Cierto, no creo que sea larga, para nada.