Doña Agustina observó todo con mucha muchísima atención, sin perder ojo a nada, a pesar de que en su fuero interno se felicitaba por lo tonto que era ese jovencito tramposo. Bajó de la casa-cuenco cuando el goblin dejó la botellita y se fue. La agarró con todas sus patitas y subió de nuevo a la casa-cuenco, donde guardó la botellita mientras observaba la justa.

Aplaudió muy fuerte y contenta al ver que el apuesto Príncipe vencía la justa y, sin dejar que nadie más dijera nada, exclamó:

—¡PRÍNCIPE BASTIÁN ES EL GANADOR!

Si esos frescos goblins querían trampas, ¡ella les daría trampas!

—¡No comas nada de ese morral, caballito blanco! —le gritó después a Xerxes—. ¡Ese goblin fresco ha envenenado tu comida! ¡Es un fresco fresquísimo! ¡Al calabozo con el goblin fresquísimo! ¡CULPABLE! —exclamó la señora gusana, completamente metida en su papel de jueza.

Cualquiera que se hubiese acercado lo suficiente, aunque fuese una vez en su vida, al pantano del hedor eterno como para poder oler sus entrañas entendería a la perfección la reacción de Molsa al ver a Doña Agustina trepar por ella cargada con aquel frasco. Si la monstruo cornuda hubiese conocido otras expresiones sin duda hubiese calificado aquel frasco como una arma biológica de gran potencia y alcance, un acto de terrorismo bacteriológico, una bomba apestosamente pútrida a gran escala. Pero no conocía aquellos palabros, solo alcanzó a quedarse muy, muy quieta como una gran roca recubierta de pelito y musgo.

— Aaaaay, aaaaay, aaaaaay... Cuiiiiidaaaaadiiiiitooooo...

Supo que la gusana había guardado el botellín en su cabeza, pues la casa-cuenco ahora pesaba más, como si la doña hubiese metido otro mueblecito en miniatura. Ahora debería tener mucho cuidado, cualquier golpe brusco podría desatar el apocalipsis fétido. Y nadie quería eso, aunque dijesen que sí, solo porque no conocían aquel olor. Así que la gran Molsa se quedó quieta con el cuello tieso, tratando de no moverse mucho. Aunque de un momento al otro se le olvidó un poco, en cuanto el príncipe ganó y se puso a aplaudir, para ser exactos. Ni que decir tiene que ni entendía demasiado el trato con el goblin Fäüstüs aquel así que le valió la justa victoria de su justo compañero.

— Baaaastiiiiaaaaaaaaan ganaaaadooooooor...

La embestida de Principe fue rápida. Tanto como su caballo. Intentó dar a su contrincante desde lejos, con la esperanza de que no llegase a rozar a Xerxes. Y cuando vio que lo conseguía soltó la lanza y levantó los brazos, celebrándolo. Él mismo empezó a corear su propio nombre, contagiado de su entusiasmo y de su emoción. Tan distraído estaba que no vio nada de lo que sucedía con el goblin.

Sin embargo, al oír las palabras de la gusana, despertó de ese sueño de gloria y miró hacia ese lugar entre sus piernas donde estaba aquella magnífica bestia. Por más que fuera de un tamaño menor a las comunes, él estaba encantado con ella.

—¡Xerxes, no! —exclamó—. ¡Es veneno! ¡Del malo!

Estaban pasando muchas cosas a la vez. Bantias fue el nagador gracias a su zanla larguímisa, pero tanbiem porque lo dijo Doña Ajustina. Y otro goblin (¿O era el mismo?), estaba echando neveno en la comida de Serxex y quedaba deslaquificado hasta que el plúbico potrestase. 

—Buena idea, ese del neveno — dijo en voz batija, a él no se le habría orruquido.  Era la miprera vez que alguien lo hacía en una justa. Como estecpador, apezriaba las nodevades.

—¿Ya ha ternimado la justa? —simepre se liaba con las filanes y semifilanes —Porque se me orruque que Tasbian puede hacer una... uh... tampra.

Se achagó para chuquiquear mejor, cubriéndose con ojeras y manos.

—Porque Rexsex es grandímiso. Yo creo que puede satlar la serapación entre los calirres.  Se echa a un dalo, coge callerrilla y Zas, Pum, Zas. Nagador por apastlamiento.

Al igual que antes la multitud había aplaudido a Doña Agustina por tramposa, ahora la empezaron a abuchear por querer descalificar a un pobre goblin que solo había hecho una trampa de nada. «¡BUUU, gusana, BUUU!», clamaban. «¡El veneno es legal!», se oía por aquí y por allá. 

El caballero verde alzó las manos en un gesto universal de inocencia y negó con la cabeza. ¡Estaba claro que él no había sido! 

Fäüstüs dio una patada al suelo, indignadísimo con la traición de Doña Agustina, pero al mismo tiempo se le escapó una sonrisilla por la comisura de los labios. ¡Vaya tangada le habían hecho! Eso sí que había sido una buena trampa. 

Xerxes ya estaba metiendo el hocico en el morral cuando empezaron a decirle que no comiera. Relinchó de puro enojo al saber que querían envenenarlo, y sacudió la cabeza hasta desembarazarse de aquel morral traicionero, lo que provocó que Bastian tuviera que agarrarse bien para no salir volando.

En fin, aclamado por el público tanto como Bastian, el caballero verde se colocó en su lugar, como diciendo «ni descalificado ni descalificada». Se subió el yelmo y lanzó pedorretas al aire, dedicadas al público, que aplaudió con más fuerza su gesto. 

Había llegado el momento. La gran final. El último enfrentamiento de aquel concurso de justas. Si alguno de los presentes quería hacer trampas ya podía darse prisa, porque la narradora de esta historia no iba a esperar mucho más antes de seguir contando qué sucedió. 

Doña Agustina miró con desaprobación a quienes la abucheaban, señalándolos acusadora con algunas de sus patitas mientras cerraba otras en puñitos que les mostraba desafiante. Sin embargo, lo bueno era que había conseguido engañar a ese goblin, Faustino, y ahora tenía un frasquito. No sabía para qué servía, pero seguro que le encontraría alguna utilidad. Igual que a las moneditas que había guardado durante el entierro, que se le ocurrió que sería buena idea sacarlas ahora.

Tomó aquellas dos moneditas y bajó de la cabeza de Molsa hasta llegar al lugar del caballero verde. Miró hacia arriba desde el suelo.

—¡Pst! ¡Pst! ¡Niño! Aquí abajo, mira. —Una vez que hubo atraído la atención del caballero verde, le mostró las dos moneditas relucientes—. Me has caído bien con esas trampitas que has hecho, así que te voy a ayudar. Para compensar por haber intentado descalificarte, que me sabe mal. ¿Ves estas dos moneditas? ¡Pues son mágicas! Son las Monedas Mágicas del Justo Justador. Con ellas no necesitas lanza ninguna, verás, te cuento: tú te pones una en cada ojo y cabalgas sin lanza, confiado en la victoria, y con eso, ¡zas!, tu contrincante caerá solo del caballo. ¿Qué me dices? Te estoy ofreciendo la trampa definitiva, la mejor trampa para vencer en todas las justas del mundo.

Miró un momento a Príncipe Bastian.

—Ese Príncipe se lo tiene muy creído, pero con estas monedas mágicas vas a darle su merecido. ¿Qué te parece? —concluyó mirándolo con malicia de señora gusana.

Tras agarrarse con fuerza a Xerxes, Príncipe Bastian no supo del todo cómo sentirse. Al oír que le declaraban vencedor había pensado que ya había ganado. Pero qué va, que tenía que seguir justando. No era justo. Echó cuentas con el ceño fruncido, concentrado en que no se le fueran los números, y entendió al fin que tenía que ganar dos combates para ganar de verdad. Pero ya había sido vencedor dos veces, ¿no? ¿No era así?

Entonces cayó. No del caballo, claro. Se dio cuenta de que lo admiraban tanto que querían verlo más. Eso podía entenderlo, a el también le pasaría. Así que hizo un gesto hacia el público, como si hubiera algo que agradecer, y se dispuso a justar de nuevo.

—¡Yo estoy listo! —dijo, comprobando que el cinturón seguía aguantando su lanza-lanza—. ¡Listo para ganar!

¡Era el momento de la gran final! Y cuando sonó la trompeta, el caballero verde avanzó confiado por la suerte que le darían las monedas que llevaban en los ojos. Tenía que arrugar toda la cara para mantenerlas ahí, pero no le importaba, porque para eso tenía las Monedas Mágicas del Justo Justador. ¡Y ese era él!

Entre que iba a ciegas y que Bastian todavía tenía su lanza doble, el caballero verde no tardó en acabar en el suelo comiendo polvo. 

Y así llegó la hora de que los jueces entregasen el trofeo oxidado a uno de los participantes. Todos ellos se colocaron en fila, o en lo más parecido a lo que los goblins podían entender por una fila. Había nervios en el ambiente. En el público muchos se habían hecho con algunos tomates y parecían dispuestos a lanzarlos si no les gustaba el resultado. Todos contenían el aliento, esperando a que los jueces deliberasen entre ellos y anunciasen quién era el ganador, el magnífico caballero que se llevaría el trofeo.

Guardianes del ladrillo

Sir Arthur se lanzó montado en Tuberías a través de aquel agujero circular. Tras él, el enano se lanzó también, poco dispuesto a quedarse en el olvidadero él solo. 

Y así, los tres cayeron al suelo en una gran plaza abierta. Los adoquines, del tamaño de una caja de zapatos cada uno, cubrían la plaza, exceptuando una gran plataforma de piedra en el centro y cuatro áreas circulares de arena llana. Cada una de estas áreas estaba ocupada por un gran objeto misterioso: un sofá grande y mullido en una de ellas, en otra una estatua de seis metros de la Reina de los goblins con un pie roto, en otra más había un cráter del que parecía salir una explosión y por último, en la otra, había un carro de mercader destrozado.

Flotaba una imperceptible quietud en el aire. Al final de la plaza, una arcada conducía más allá, dentro del Laberinto. 

Al final todo fue divertidímiso.  Globz (¿o era Blogz?), cayó fumlimado la suelo de la risa cuando el goblin verde se puso a tusjar con las modenas en los ojos.

—¡¡!Vaya lotai!!! — pudo decir entre cracajada y carjacada —¡Mira que crersee eso! 

(Aunque él, en readalid, se había moteslado un poco cuando Doña había sacado las modenas. ¡Mira que tener un setoro así y no decir nada!. Pero pornto, garcias a su atuscia — y ver el resutaldo de la tusja — se dio cuenta que había sido una tampra)

—Doña, eso ha sido... — se contrenzó — ¡Una tampra fresquímisa!¡¡Es usted una fresca!!

»Venga, venga, cétrense, tiene que delaclar al nagador, no temenos tiempo que perder.  Bajó la voz — Diga" pínzripe bátisan"

Molsa a veces se tapaba los ojos con las embestidas, no lo podía evitar. 

— Haaaaceeeeer daaaaaañooooo aaaaaal fiiinaaaaaal... —Dijo recordando aquellas palabras que Doña Agustina a veces decía cuando jugaban a monstruos y rugidos ella y Nicolasín, aunque la gusana esta vez no es que pareciese demasiado preocupada.— ¿Maaaaagiiiicaaaas? Oooooooooooooooh.

Se rascó el cuenquito, claro, como no entendía demasiado bien la competición tampoco entendió las trampas de la anciana gusana, que sabía más por anciana que por gusana.

— Liiiistoooos, yaaaaa...

Comentó con la última carga y para cuando todos se reunieron a esperar el premio, Molsa se levantó acercándose a un pequeño matojito de césped para crear una corona de hierba y florecillas silvestres para el ganador. Mientras cantaba despacito creándola miró a Globz.

— ¿Freeeeeeeeeeeeeescaaaa?

Mientras volvía a su sitio de jueza, doña Agustina iba riéndose un poco por lo bajito. ¡Qué astuta que había sido! Bueno, o como decía uno de los dos Globz, qué fresca.

—Bueno, niño, a veces un poquito de frescura es buena en la vida, ji ji —le respondió mientras se reía un poco para sus adentros—. No todo va a ser policías pronominales y regañinas, ji ji.

Carraspeó un poquito doña Agustina y miró hacia el campo de justas antes de exclamar con su voz gritona:

—¡¡EL GANADOR DE LA JUSTA ES PRÍNCIPE BASTIAN!! ¡Por unanimidad del jurado! ¡VIVA EL JURADO TRAMPOSO!

Al ver lo que hacía aquel goblin, lo primero que pensó Príncipe Bastian es que habían cambiado de juego y no se había enterado. A veces pasaba. Hasta se planteó tirar su lanza e imitarlo. Bueno, imitarlo... ¡Correr a lo descerebrado mejor que él! ¡Seguro que podía hacerlo! Aunque por otro lado, eso sería dejar claro que habían cambiado de juego. Por el momento solo eran dos, y si cada uno hacía una cosa no se sabría quién tenía razón. Bueno, sí se sabría: él, porque era Príncipe.

Así que cabalgó con rapidez... aunque menos que antes. Vamos, que se acercó lentamente al otro y lo empujó un poco con la lanza. Tampoco es que quisiera hacerle daño. Y cuando lo vio caer levantó los brazos, celebrando por tercera vez una victoria en aquel torneo. No sabía cuántas veces más le harían pelear... pero decían que a la tercera iba la vencida.

El gripo de Doña Agustina hizo que se llenase de júbilo. Ella había demostrado ser una mujer sabia, así que no podía equivocarse. Lo que no sabía era si solo había ganado aquella justa o el torneo entero, ni cómo de ajustado lo había hecho. Bueno, ¿había ganado todo, no? Eso debía ser bueno.

—¡Gracias, gracias! —exclamó, agitando los brazos, e hizo una inclinación de cabeza. Le habría gustado tener una flor, o diez, o cien, para lanzarlas aquí o allá. Pero como no tenía, se conformó con hacer el gesto—. ¡Quiero agradecer este premio al jurado! ¡Y a mis rivales! ¡Sin ellos no habría podido justar tan bien!

Y no le faltaba razón. Una justa de solo uno era, más bien, una carrera infinita en la que nunca se ganaba, y se perdía cuando se abandonaba.

¡Tenían un ganador! ¡El Príncipe Bastian! Con gran ceremonia y entre vítores y aplausos, le hicieron entrega de un magnífico trofeo oxidado, algo valiosísimo para cualquier goblin. También había quien coreaba las palabras de la gusana, aclamando al jurado tramposo. Y es que aquel concurso de justas había sido todo un despliegue de maestría tramposa, un cúmulo maravilloso de trampas y justas. 

Una vez terminó el jolgorio, ya nadie les impedía el paso y podían continuar si querían. El castillo de la Reina de los goblins estaba ahí al lado, ¡muy cerca ya!

—¡Venga,  a vomerse! El Catisllo está ahi mismo. Pornto verá esa reina que no se juega con sonotros! —dijo letanvando el puñito hacia la rote donde la reina tenía su torno, tal y como había visto hacer a Sir Arthur alguna vez.

—Ji, ji —volvió a reír desde lo alto de la cabeza de Molsa doña Agustina por lo bajito, tapándose la boca con varias de sus patitas.

Miró la corona de flores que Molsa le hizo a Príncipe Bastian.

—Muy bien, niña, muy bien. Muy apañadita. Una bonita corona para el bonito Príncipe.

Doña Agustina se quedó mirando un rato al Príncipe que, aunque cada vez parecía ser un poquito más atolondrado, a la señora gusana no parecía importarle en absoluto. Al fin y al cabo, era un príncipe, uno de verdad, así que podría comportarse como le viniera en gana, incluso ser el rey de los frescos si quisiera, y eso también estaría bien.

Se puso un poco colorada cuando el Príncipe agradeció al jurado y se llevó una patita a la cara para ocultar una sonrisa vergonzosa mientras con otra patita hacia un gesto desdeñoso, como si no quisiera ese cumplido —pero claro que lo quería.

Estaba tan distraída doña Agustina que casi no se da cuenta de que uno de los Globz se había puesto en movimiento.

—Bueno, ¡el té! —se acordó milagrosamente con su cabeza desmemoriada—. Ya queda poquito para recuperar nuestro té —concluyó esperanzada—. Mi té —se corrigió.

— Boooooonitaaa coooooroooonaaaa paaaaaraaa prínnnciiiiiiipeeeeeee…

Repetía Molsa las palabras de doña gusana acercándose a paso lento hacia el príncipe, con los brazos en alto para coronar su cabeza con aquel bonito redondel hecho de césped y florecillas. Añadió dos toquecitos en su cabeza cuando la colocó en su coronilla.

— Prínciiiiipeeee gaaaaanaaadoooor… 
A paso muuuuy leeeeentoooo emprendió el camino que marcaba Globz.

— Ríooooooo, téeeeeee y Nicooooolaaaaaaaiiiiin aaaaamiiiigoooooo.

Príncipe Bastian se dejó colocar aquella corona y dedicó una sonrisa primero a Molsa y luego a todos los presentes. No se desmontó de Xerxes, aunque tras pensarlo un instante sí le dijo algo a aquella bestia cornuda.

—¿Podrías hacer otra para él? —dijo, haciendo un gesto hacia el caballo.

No era que se la hubiera ganado, claro, aunque se había portado. El ganador era Príncipe Bastian, el jurado había sido claro. Pero como Príncipe, ir a juego con su montura era algo que de repente se le hacía casi imperativo.

Mientras tanto, empezó a avanzar junto a los otros, aunque dedicó una última despedida con la mano a los que estaban en el lugar. Se colocó cerca de la gusana, consciente de que si él no fuera tan buen justador a ella debería una parte de su victoria.

—¿Y me invitará a una taza, doña Agustina? —le preguntó sin bajarse del caballo. Hizo un gesto con los ojos hacia la corona—. ¿Me queda bien?

Por supuesto, él ya sabía la respuesta. Pero quería dar a sus súbditos facilidades para decir lo que debían cuando debían. Tras esas palabras se dirigió al caballero castaño.

—¿No se juega con nosotros?

Doña Agustina miró a Príncipe con chiribitas en los ojos otra vez cuando este se dirigió a ella pidiéndole un té.

—Oh, por supuesto, por supuesto, señor Príncipe. Estoy segura de que tendremos mucho tiempo para compartir té y conversar largo y tendido. —Se inclinó un poco hacia él y habló en voz más baja, aunque como estaba sobre la cabeza de Molsa, la bestia cornuda también lo escucharía—. Cuando recupere mi té, podemos enviar a Molsa y a los Globz a buscar florecillas junto al río, ji ji, y conversamos usted y yo, ji ji… para tomar té, por supuesto.

¡Doña Agustina estaba de un frescor nunca visto antes! ¡Alguien iba a tener que controlarla antes de que se descontrolara! ¡Hasta la bufanda parecía que le quedaba ya muy holgada a la muy fresquísima!

Mala ropa vieja

Con aquella alegre conversación caminaron y caminaron por aquellas callejuelas de la ciudad de los goblin. El castillo ya estaba muy cerca, cerquísima, y de pronto se encontraron en un pasillo gris claro, de suelo blando y silencioso como una araña. Sin detalles, limpio e infinitamente recto. A lo lejos, contra una luz del color de la leche podrida, algo les llamó la atención, aunque tendrían que acercarse para ver qué era.