—Eso —corroboró Blogz dándose la razón a sí mismo—. Yo seré un mosoco. Aún me aduerco de cuando lo era, así que podré retepirlo. ¡Está chudapo!

El enano rodó los ojos al escuchar la corrección sobre el nombre del ave. Se notaba lo que estaba pensando, que Tuberías o como él quisiera, pero que seguía siendo un pollo. 

Sir Arthur, mientras tanto, recogió aquella semicircunferencia de césped. ¿Por qué le llamaría tanto la atención a Tuberías? A simple vista no parecía que tuviera nada especial. 

El pájaro intentó picotear para recuperar aquello, pero al ver que Sir Arthur no lo soltaba, se quejó aleteando un poco mientras emitía un graznido agudo. Apenas le duró el berrinche unos segundos, porque enseguida se metió entre los montones de trastos olvidados que allí había, picoteando aquí o allá, como buscando algo interesante y, a poder ser, comestible.

Sir Globz, caballero de helarte, espacador del oldivadero, futigivo pronominal, canpeom aumotático y guardián del río. Un tonmón de títulos que añadir a su atuscia natural.  Pero cuando llegaba la hora de poner en tráctipa sus atustos planes, le entraba muchíimiso miedo. Miró a Blogz un momento, por si él quería meterse primero entre los vileontos mosocos.  

—No es un plan muy nuebo — dijo muy batijo. No le oyó nadie más que Glo..uh...Blogz, pero no impotarba porque era casi tan suyo como de Blo...Glogz. Globz.

—Nos memetos dentro, nos memetos con todos, les decimos lotais y escapamos cada uno para un lado  ¡Nada de espacar esta vez! Los mosocos nos siguen y Molsa y el Picinpre, cruzan con carelozas y chapas diszrafados entre los papás goblin.   Luego nos tanjumos en el medio y apovrechamos la cofunsión para salir.  Muy fácil. Muy facil. Si.

El plan propuesto por el caballero castaño para Príncipe Bastian fue... inesperado. Inesperado cuanto menos, sí. Él no estaba seguro de que funcionase por claro, él era un Príncipe y eso se veía a leguas. Podían cubrirlo con cien disfraces y estaba seguro de que se seguiría notando. Pero bien mirado, si quienes lo miraban eran goblins, bueno... Esas criaturas no siempre veían lo que vería cualquiera con dos ojos en la cara. Y es que en realidad algunos ni siquiera los tenían, como la goblin de antes. Pensándolo así, bueno... podía funcionar. Aunque había algo que aclarar antes.

—¿Quién es Bátisan? —preguntó, con dificultad al hacer esdrújula aquella palabra.

Las palabras de la gusana le hicieron mirarla un instante.

—No se preocupe —le dijo—. Si viene la policía pronominal, yo me encargo, mientras tanto...

Empezó a mirar alrededor, buscando. tenía claro lo que necesitaba para engañar a esos goblin: un sombrero. Un pelo como el suyo a la vista delataría a cualquiera. Aunque necesitaba uno con clase. Eso complicaba las cosas. Se dirigió a Xerxes.

—¿Y tú qué harás?

El caballo relinchó, pensativo, antes de responder. 

—Yo tengo mis coces —dijo pavoneándose un poco—. Mis patas son potentes y al que se me acerque para pegarme con un palo, le daré una buena. Además, puedo ser errr… ¿vuestra mascota? Sí, eso. Vuestra real y gloriosa mascota.

—De aquí pallará, yo, de allá pallará, tú — dijo a Globz, ¿O era Blogz?, con la concivción de un vedardero caballero tomáutico.  Esa desición era la única direfencia entre ellos dos.

—Cuando lleguemos, gitraremos "Sois unos lotais, os pesa el culo y los socabos os huelen como un pedo del hedor erteno".  Tiene que ser con esas,  pabralas ecatxamente, Gl...Blogz, porque no son las peores que hay. Luego corremos y satalmos para que no nos pillen. Buen plan.

Respiró después de tanto hablar seguido.  No se creía lo de la pocilía pornonimal, estaba claro que eran un tonmón de socomos y ya.

—Uno a cada lado y ellos — señaló con una ojera hacia Molsa, Bátisan, Xreses y Doña Arruguita —, que avropechen la ocasión para escapar distrafados.  Nada de espacar, Blogz. 

El gatete observó la semicircunferencia y lo primero que hizo fue morderla. Instintivo. No tenía mucho sentido pero quería probar. Luego lo agitó y luego lo volvió a agitar frustrado.

Se quedó con aquella semicircunferencia y se metió en el amasijo de cosas olvidadas a rebuscar, a rebuscar algo que le permitiera salir de allí para volver con la raposa.

La pobre doña Agustina había quedado aterrada, esdonqui… escondida dentro de la casa-cuenco-sombrero encima de la cabeza de Molsa. Al escuchar las palabras tranquilizadoras del Príncipe, la señora ni siquiera salió de allí:

—^{_{Sí, sí, usted encárguese, señor Príncipe… Yo… me quedo aquí dentro calladita, muy calladita, no diré nada. Nada de nada. Muy calladita.}}

Y así se quedó doña Agustina, dispuesta a pasar aquel trance esdon… escondida dentro de su casa-cuenco, temblando de miedo por lo que pudiera pasar. En último caso, si le caía una madera en la cabeza a la pobre Molsa, su casa-cuenco la protegería a ella. Bueno, y a Molsa, claro.

— Mooooooooooolsa mamáaaaa...

Aseguró de nuevo. Ahora bien, ¿cómo era una mamá goblin? De eso no podía estar segura, ella solo había tenido una mamá monstruo cornuda. Doña Agustina hubo un tiempo que había sido mamá pero ahora era abuela. Se fijó en las mamás goblin que no se diferenciaban de los papás pero recordó que Nicolasín una vez le dijo que su madre llevaba delantal en casa, que era como una bufanda pero para delante y no mancharse. También le dijo que siempre le decía que se portara bien, claro que Nicolasín era un niño humano y no un goblin. La monstruo pensó que daba igual, que quizá ponerse encima un poco de todo para parecer una mamá sería lo ideal. Así que se puso a buscar algo que se pareciese a una bufanda grande, un trozo de tela o algo del estilo.

— Pooooortaaaar bieeeeeeen —advirtió a Globz y Blogz (o Blogz y Globz?) levantando su dedo musgoso y se puso a buscar—. Deeeelaaaantaaaaaal...

Esperaba que aquel plan de Globz, el cual no entendía mucho aunque pareciese que sí, funcionase.

Algo que sucedía en los olvidaderos era que uno se ponía a rebuscar y a rebuscar y perdía la noción del tiempo. Eso le pasó a Sir Arthur, que se sumergió en aquel montón de objetos en busca de algo interesante y cuando se quiso dar cuenta había pasado una hora entera. Aunque, claro, era difícil que el gatete lo supiera estando ahí dentro y entretenido como estaba. 

El caso es que encontró algo más. Encontró otra semicircunferencia de hierba como la que ya tenía. Al morder la primera solo había notado su sabor a hierba fresca, tan fresca que parecía aún cubierta por el rocío de la mañana, algo que también era curioso estando como estaba en un sitio cerrado y olvidado. Le costaba llevarla entre las patas porque no era tamaño de bolsillo, no, era una semicircunferencia de buen tamaño. 

Así que ahora tenía dos semicircunferencias de hierba, las dos iguales, las dos grandecitas. Y también tenía un enano que le seguía por todas partes, vigilando lo que hacía como si fuese un jovenzuelo mal vestido paseando por los pasillos de su tienda. En realidad el enano lo que no quería era quedarse solo si el caballero de antaño encontraba una salida. 

Ante la ausencia de un sombrero adecuado. Príncipe Bastian no supo muy bien qué hacer. No se creía capaz de aparentar ser un goblin sin algo como eso. Y oía al caballero castaño —¿era a él, no? ¿O era al otro?— hablar de cómo se lanzarían para permitirles pasar disfrazados y se daba cuenta de que él no tenía ni lo más mínimo del atuendo. Y claro, así no se podía. Su principesidad salía por cada poro de su piel, claro, él exudaba majestuosidad aún cuando no quería. Y eso en algunos casos podía ser un problema.

Tuvo que pensar rápido. Y a veces cuando uno piensa rápido no toma las mejores decisiones. Y más cuando por rápidos que sean los pensamientos, no hay demasiados. Príncipe Bastian tenía tanta realeza en la cabeza —que no realidad— que no le cabían demasiadas ideas.

Al final se quedó con la primera que le vino tras las palabras de Xerxes. Se montó en él de un salto, que era algo que podía hacer porque el caballo era exactamente de su tamaño ideal, y levantó la voz.

—¡Vamos a dar coces entonces! —dijo, seguro de sí mismo.

Aquello, en su mente, no se diferenciaba demasiado del plan que ya tenían. Solo que en lugar de liarla el caballero castaño y el que no era ni caballero ni castaño, bueno... la liaba Xerxes. Seguro que a ellos se les daba mejor disfrazarse de goblins.

El plan salió… pues de aquella manera, como solían salirle los planes a nuestro grupo de buscadores.

Blogz no tenía muy claro si él tenía que ir de aquí pallará o de allá pallará, era muy difícil porque no estaba seguro de si él era «yo» o «tú» cuando hablaba consigo mismo, es decir, con Globz. Así que cuando el príncipe se lanzó montando a Xerxes, el goblin echó a correr hacia cualquier dirección, que resultó ser la misma en la que corría Globz. Y los dos corriendo juntos, lograron llegar al otro lado gracias a su bien conseguido disfraz de mocosos goblins. O de goblins a secas, que no es muy distinto.

Molsa no paraba de buscar delantales para disfrazarse, pero es que allí ni siquiera era sencillo diferenciar a los hijos de los progenitores y tampoco a las madres de los padres, con los goblins todo era un poco confuso. Sin embargo, de algún modo inesperado, la bestia cornuda logró pasar desapercibida y atravesar aquella multitud vociferante sin llevarse más que alguna patada que no le hizo ni cosquillas. 

En su cabeza estaba escondida, escondidísima, Doña Agustina. Y bien que le venía en ese momento ser diminuta, minúscula, microscópica, porque nadie se percató siquiera de su presencia. 

Fue increíble, una proeza de destrabajo en equipo monumental, y todos lograron atravesar la calle sanos y salvos. Los que no quedaron tan sanos fueron los goblins que se interpusieron en el camino de Bastian, porque entre él y Xerxes les pegaron unas buenas coces. 

El camino se abría ante ellos, cada vez podían ver el castillo más cerca, pero el tic tac del reloj no dejaba de sonar en algún lugar del Laberinto.

Concurso de justas

Escaparon de los mocosos goblins con mucha suerte y algunos rasguños sin importancia, y de repente se encontraron en un patio lleno de goblins pendencieros. ¡Cómo le gustaban a los goblins las peleas, de todo tipo! En el centro, cuatro caballeros goblin vestidos con distintos colores galopaban de un lado a otro, con las lanzas bajas preparadas para la justa. 

La llegada de los viajeros atrajo la atención y pronto se vieron rodeados por los caballeros. 

—¡Vosotros! —exclamó uno de ellos, señalándolos con su lanza—. ¡Seréis nuestros jueces!

Blogz y Globz sabían cómo funcionaban esas cosas, que para algo eran goblins. Y el Príncipe Bastian también, que para algo era un príncipe. Habría tres combates, en los dos primeros se enfrentarían por parejas y en el último se enfrentarían los ganadores de los dos primeros. Los jueces tendrían que decidir quién era el ganador después de presenciar los tres combates. Claro que no había que perder de vista que aquello era un concurso de justas… goblin. Eso significaba que estaría lleno de trampas. De hecho, ¡hacer trampas formaba parte del juego!

—¡Participad en nuestra celebración y os dejaremos seguir vuestro camino! —insistió aquel goblin, poco dispuesto a permitir que se fuesen así como así.

Tras pasar desapercibida entre aquella marabunta de mocosos goblin, doña Agustina permaneció todavía un rato escondida. Sólo cuando oyó que podían ser jueces y, además, escuchó el pronombre «Vosotros», supo que el peligro policial había pasado. Asomó la cabecita por la ventana de la casa-cuenco, pero no entendió nada de lo que pasaba allí. Había escuchado hablar de justas como algo así de cuentos y caballeros, pero puras fantasías de niños con la cabeza hueca y llena de zarandajas.

—Niña —le dijo a Molsa en confidencia—. ¿Tú entiendes algo?

Se rascó un poco la cabecita y le gritó a aquel goblin:

—¡Oye, jovencito! ¿Cuáles son las reglas? Si voy a ser jueza de la competición, tendré que saber qué estoy juzgando. Quiero una lista bien clarita con las reglas. ¡Hale, hale! —ordenó mientras daba unas palmaditas.

—¿Las grelas? — Globz cotenstó a Doña Amohína, adetanlándose a los otros goblins —. Si somos jeuces, notrosos dedicimos quien gana y quien se...uh... ha pasado con las — bajó la voz y surrusó, haciendo pantalla con una se sus grandes ojerotas. —...las tampras.

Entonces, en un adarle de atuscia, se le ocurrió una cosa.*

—Es un poco pegriloso porque a veces cargan pórolva en las zanlas, o tiran piniemta, o alguien dispara felchas desde fuera, o usan ateice, o le zanlan un goblin desde los dadros de cédpes, o sierran la zanla —dio un brinco de etixzación, ¡los troneos eran divertidímisos!

—Una vez le merieton un apisvero a uno en el melyo. ¡Y fue legal, los jueces direjon que había sido una caluasidad! Fue genial.

—Uh..me se había orruquido que Sabtian quería praticipar. Por ser pircinpre. Yo y Globz viligiariamos por las tampras.  Y Molsa tanbiem.  Y doña...uh...uh... igual le atepece no mirar, por la vileoncia

En cuanto Príncipe Bastian puso una pata —una de las de Xerxes, ya que él iba montado encima— en aquel lugar, supo que había nacido para aquello. Además para ser Príncipe, claro. Él era un Príncipe apuesto, un Príncipe encantador y, sobre todo, un Príncipe justo. ¿Y qué hacían los justos? Pues justar.

Ya estaba adelantándose con una sonrisa cuando escuchó al caballero castaño hablar.

—¡Por supuesto que participaré! —dijo, antes de incluir a su montura—. ¡Participaremos!

Ya se veía ganador. Era fácil, sobre todo cuando los jueces eran tus compañeros.

—¡Y no necesitaré hacer trampas para ganar, porque la valentía y el arrojo pueden con todo!

De esas palabras casi se arrepintió al momento. En cuanto entendió lo que era un apisvero. Bueno... ¿Qué podía hacerle? Lo tuvo claro: no llevar yelmo.

La perorata de Bastian anunciando que no haría trampas le ganó el abucheo de la multitud, que parecía considerar que precisamente las trampas eran la salsa de aquel concurso. Sus contrincantes, sin embargo, se frotaron las manos mirándolo como si fuera un dulce corderillo a punto de ser masticado crudo. 

—La regla es: para ganar hay que ganar —respondió el goblin a la gusana, muy seguro de sí mismo—. Los participantes justamos, los jueces juzgáis. Y al terminar, anunciaréis al ganador. Y ya está.

Todo se preparó muy rápido. Los llevaron a una tarimita para que pudieran verlo bien todo, y los participantes (que ahora eran tres y el Príncipe Bastian) se prepararon para justar.