Cuando Aramil echó la vista atrás para comprobar si su cuervo continuaba a su lado se dio cuenta de que no era así. Había perecido en alguna planta de la torre y fue entonces cuando sintió una gran punzada en su corazón. Un familiar era algo más que un simple compañero y si Aramil conseguía salir de la torre, tendría que sufrir la terrible pérdida que suponía la muerte de una parte vital propia.
Y fue precisamente aquello lo que le hizo al elfo no ver el siguiente pedrusco que se le materializó sobre su cabeza. Ahora caían a más velocidad y parecía imposible poder esquivarlos, pero allá donde los demás lograban superar los obstáculos que se les planteaban, Aramil le seguía dando vueltas a lo del cuervo y esa depresión en la que se estaba sumiendo le terminó por pasar factura y terminó por caer insconsciente.
Para cuando quiso gritar de dolor, el resto de sus compañeros ya habían descendido al nivel inferior y él no lo había logrado. Adios Aramil.