Bertrand Dotter
Raza: Humano. Clase: paladín. Oficio: sacerdote.
Concepto: Hombre de férreas creencias, en constante crisis de fe.
Frase: La fe puede ser sucintamente definida como una creencia ilógica en que lo improbable sucederá.
Infancia:
Bertrand nación en una granja cercana a la ciudad de Ristalt, junto a las Montañas Muralla y a pocas millas de la carretera del Rey. Su familia era bastante humilde, pero al menos no pasaba hambre. Su padre llamado también Bertrand Dotter, era un hombre agrio y algo gruñón, pero de buen corazón y sobre todo quería a sus hijos aunque nunca lo demostró con hechos. Su madre Alafreda era una mujer analfabeta que sabía hacer pocas cosas más que coser, cuidar de los cerdos, cultivar el campo y tener hijos.
Bertrand, o Bert como le llamaban sus hermanos y amigos tuvo doce hermanos, siendo los más próximos a él por edad Tonfred un año mayor y Tomino, siete años menor. Su hermana Trinya la mayor de todos ellos fue la que siempre cuidó de sus hermanos, pues su madre no dedicaba el tiempo necesario al cuidado de sus hijos, pues realmente le era materialmente imposible.
El anciano Halsan Fal, se puede considerar el primer mentor de Bertrand, no sólo por ser la persona que le enseñó cálculo, lectura y escritura, sino porque fue realmente el primer adulto que comenzó a moldear junto al resto de niños de los alrededores, al hombre en el que aquel hijo de campesinos llegaría a convertirse. Tras la muerte de su mentor, trabajó un tiempo en la granja familar y como mozo de cuadra en una taberna fronteriza, hasta que decidió partir a la ciudad de Ristalt junto con dos de sus hermanos.
Fue nada más cumplir los dieciocho años cuando se aventuró junto a sus dos hermanos Tonfred y Tomino, a marchar a la ciudad. Su intención no era otra que labrarse un futuro diferente al que estaban predestinados en la granja. Mientras Tonfred se convirtió en aprendiz de tonelero y Tomino de sólo once años por aquel entonces trabajaba como fregaplatos en una taberna, Bertrand se convirtió en el asistente de un sacerdote local, entrando a formar parte de la iglesia de Mitra como novicio.
Primera época en Ristalt:
Bertrand tan solo tardó unos meses en poder entrar a formar parte de la llamada Hermandad de Novicios de Mitra. Una organización paralela a la iglesia de Mitra que se dedicaba a formar y a entrenar a los futuros miembros de todo derecho de dicha iglesia en Ristalt. A cambio de formación académica, religiosa y marcial, los novicios se convertían en asistentes de los clérigos y sacerdotes de las diferentes órdenes de seguidores de Mitra o bien en escuderos de sus paladines.
Bertrand fue aceptado mucho antes que la mayoría, pues demostró una base muy amplia de conocimientos y unas aptitudes innatas para el oficio del sacerdocio. Comprendía las escrituras mucho mejor que la mayoría de ajenos a la iglesia y se esforzaba como el que más para ser aceptado. La sacerdotisa Lessien Bardehall, directora de la Hermandad de Novicios de Mitra, reconoció en Bertrand a alguien con un futuro alentador si no se torcía en su camino, por lo que dedicó muchos esfuerzos en su formación.
No se equivocó con él, pues en unos pocos meses pronto le dio la alternativa a Bertrand ofreciéndole entrar a formar parte del séquito de un importante clérigo de Mitra que residía en la ciudad. Bertrand, eclipsado por las posibilidades que aquello le otorgaba y tras conocer el nombre del susodicho clérigo, aceptó sin pensárselo demasiado.
Pese a que ya con veinte años no era ningún niño, Sir Everek Lacrua se había fijado en él, gracias en parte a las constantes recomendaciones de la sacerdotisa Bardehall y acabó aceptándolo como su asistente personal. De esta forma, Bertrand Dotter se convirtió a los veintiún años en un miembro de pleno derecho de la iglesia de Mitra. Gracias a ellos obtuvo una paga suficiente como para subsistir sin problemas en Ristalt junto con sus dos hermanos, llegando a poder comprar una pequeña casa a las afueras.
Lacrua era nada más y nada menos, que la principal autoridad religiosa del ducado de Fortaleza. Por ello los viajes a la Abadía de Mitra en la pequeña población de Puente Galeon y a la capital del valle Ultimo Hogar, fueron una constante durante aquellos primeros años. Lo cierto fue, que durante casi tres años, Bertrand se dedicó en exclusiva a atender los deseos de Lacrua, a asistir a los oficios y a copiar los manuscritos y textos sagrados de la iglesia de Mitra en Ristalt. Pero todo cambió una noche de verano.
Asalto a la Abadía de Puente Galeon:
Un día cualquiera de verano, Bertrand se dirigió a sus aposentos tras los últimos oficios del día. Tras asearse y comer algo de forma furtiva en su celda, se dispuso a dedicarle una última oración a Mitra, rogándole por su bendición y protección. Cuando tan solo llevaba unos pocos versículos pronunciados en voz baja comenzó a escuchar un gran alboroto en los pasillos.
Alguien estaba golpeando contra las puertas de las celdas y llamaba a gritos a sus ocupantes. Bertrand se alzó, agarró su espada bastarda y con el ceño fruncido esperó unos instantes tratando de escuchar algo a través de las delgadas paredes de su celda. Fue entonces cuando alguien golpeo con fuerza contra su puerta.
- ¡A las armas! – Gritó desde el exterior una voz conocida, la de Uliam Taclan, paladín de Mitra y capitán de la guardia del templo.
Bertrand se dispuso a abrir rápidamente. Uliam era su ejemplo a seguir. El hombre en el que quería convertirse. Un ejemplo de virtud y valor para todos los novicios que pretendían aspirar a ser llamados paladines de Mitra. Para cuando Bertrand abrió la puerta, Uliam ya se hallaba dos celda más allá y el rostro de otro de sus compañeros surgió del marco de la puerta contigua tan confuso como el suyo propio.
- ¿Qué sucede, mi señor? – Preguntó Bertrand.
- ¡Armaos y estad listos cuanto antes! – Respondió. – ¡Alguien ha atacado la Abadía de Puente Galeon y debemos partir hacia allí a la menor brevedad posible!
Bertrand no había entrado en batalla todavía. No al menos en una de consideración y estaba ansioso por demostrar sus dotes a Uliam y a la propia Mitra. Quería que su mentor, Everek se sintiera orgulloso de él. Esa era la oportunidad que había estado esperando.
Lo cierto fue que se dieron mucha prisa en llegar a la Abadía. La iglesia de Mitra tenía sus métodos para acortar distancias y para media hora antes del alba, un ejército de diez paladines, treinta clérigos y medio centenar de hombres de armas, se hallaban en las proximidades de la Abadía, la cual se encontraba a casi diez kilómetros de la ciudad de Puente Galeon.
El edificio principal estaba en llamas. El patio de los robles centelleantes arrasado y las estatuas de Mitra y de los otros dioses del bien, habían sido descabezadas y desmembradas, tumbándolas contra el suelo y machacadas con picos y martillos. En el patio se hallaban los monjes y custodios fallecidos y para cuando lograron apagar el incendio, no hallaron ni una sola de las reliquias que albergaba aquel santuario.
No hubo supervivientes más allá de veinticuatro horas. Tan solo dos monjes terriblemente desfigurados por la acción del fuego, vivieron unas pocas horas. Contaron que habían sido atacados por una horda de hombres bestia. Seres con apariencia animal, pero hibridados de alguna forma con humanos. Seres deformes con cuernos y pezuñas en lugar de pies. Uno de los monjes alcanzó a decir que aquellos seres no hablaban un idioma conocido, pero que reconoció el nombre de uno de ellos.
Ya de regreso en Ristalt, Bertrand empezó a obsesionarse con lo sucedido. La desolación que experimentó aquella mañana en la Abadía quedó grabada en su alma. Las atrocidades de las que podían llegar a ser testigos los dioses sin hacer nada para interponerse a dichos actos, empezó a atormentarle. Seres tan poderosos como los dioses debían intervenir en momentos como aquel. Gente de bien, gente honrada y gente de fe habían muerto como perros sin que ni uno sólo de los dioses garantes de la palabra bondad, movieran un solo dedo por ellos.
Pero la pasividad de los dioses no fue lo que más ofuscó a Bertrand, sino el nombre de que el monje en su último aliento pronunció diciendo que pertenecía a uno de aquellos seres del averno. Velris dijo haber escuchado. Velris como su hermano desaparecido. Sabía que era imposible, pero las dudas le asaltaban y una corazonada le obligaba a enlazar a su hermano con aquellos actos horrendos. Sabía que Velris era un nombre poco común en la zona, pero aun así, era casi imposible que uno de los asaltantes de la Abadía fuera su hermano, pero… ¿Y de ser así?
El exorcismo:
Pocos meses después de la masacre de la Abadía, su maestro le pidió a Bertrand que le acompañara a la casa de Umsaralen Carsio Casmaxadel, un importante noble muy cercano a la iglesia de Mitra en Último Hogar. Al parecer requería de inmediato los servicios de Everek por un caso muy urgente que debía tratarse sin demora.
Como de costumbre partieron al alba y en menos de ocho jornadas se encontraron en la capital del ducado. El sacerdote y el novicio viajaron solos y a caballo, pues no necesitaban de más séquito que pudiera retrasar más el viaje. Bertrand no entendió, porque lo hicieron con tanta furtividad. ¿Si era realmente tan urgente el viaje, por qué no recurrir a la magia arcana que les podía teleportar directamente al lugar indicado?
Lo descubrió nada más llegar a Último Hogar. Los guardias de la ciudad los esperaban a la entrada de la muralla y los escoltaron de forma veloz hasta el palacio de Amatista, domicilio de la familia Casmaxadel desde tiempos inmemoriales. Una vez en su interior y rodeados de todo lujo y opulencia, fueron conducidos a través de una angosta y oscura escalera de caracol a las mazmorras de palacio.
En una celda, encadenada a la pared y custodiada por cuatro sacerdotes que no dejaban de rezar, lanzar bendiciones y mostrar objetos sagrados, se hallaba una joven de cabellos claros. Su cuerpo encadenado a la pared, mostraba infinidad de moratones, cortes, yagas y heridas purulentas. Los labios de la joven estaban cortados y eran de color oscuro, como las muchas manchas de sangre seca que se hallaban en su camisón.
Bertrand se fijó en el rostro de la joven. Sus ojos eran completamente negros y sus dientes apretaban con fuerza llegando a provocar el sangrado en sus propias encías. Aquel ser, aunque tenía apariencia de mujer, no era otra cosa que un demonio. Comenzó a vociferar maldiciones en un idioma desconocido para Bertrand.
Everek se puso al frente de aquellos cuatro fatigados monjes al instante, pidiéndole a Bertrand que rezara por el alma de aquella joven poseída por un demonio. El ritual de exorcismo duró un mes y tres días. Everek acabó agotado, al igual que los otros monjes y Bertrand no sólo sufrió fatiga física, sino que también espiritual. Todo lo que había vivido durante aquel periodo de su vida, le pasó factura.
Demasiada crueldad, demasiado sadismo en todo aquello. Aquella muchacha sobrevivió al ritual. Aunque su cuerpo se recuperó de las heridas, su alma quedó para siempre oscurecida. Aquella mujer resultó ser Lachard Casmaxadel, hija del noble que les había convocado. De ahí que su padre quisiera ocultar todo lo referente a la posesión y al exorcismo.
Lo cierto fue que Lachard, resultó ser un alma pura y de una belleza que cautivó a Bertrand tan solo con un vistazo. Tras el exorcismo, Bertrand y Everek permanecieron dos semanas en Último Hogar. Fue cuando Bertrand tuvo la oportunidad de conocer bien a Lachard. Con la excusa de que necesitaba consejo y consuelo, pues Lachard tenía momentos buenos durante el día, pero intensas pesadillas durante la noche, Bertrand se convirtió en su sombra.
Para cuando Everek y Bertrand regresaron a Ristalt, Lachard y Bertrand se habían enamorado y ya habían consumado su amor en un par de ocasiones. Bertrand le prometió que volvería y ella le creyó. Pero su amor era imposible. Él era un aspirante a Paladín y ella una mujer noble con un matrimonio concertado con un aristócrata local a la vista. Lo cierto fue que su historia no acabó allí, pero tardó demasiado en reanudarse.
Crimen y castigo:
Ya de regreso en Ristlat, Bertrand le acabó confesando sus sentimientos hacia la hija Umsaralen Casmaxadel a su antiguo mentor y amigo. Omitió ciertos detalles, como el hecho de que su amor fuera correspondido y que la relación hubiera pasado más allá de un mero amor platónico para verse consumada en diversas ocasiones, pero bastó para que Everek tomara cartas en el asunto.
Siempre pensando en el bien de su discípulo y también en el de la joven Casmaxadel, decidió poner la situación en consenso con varias figuras notorias. Primero habló con la sacerdotisa Lessien Bardehall. Ella conocía muy bien a Bertrand y sabía cómo apaciguar su temperamento. Entre los dos decidieron poner en conocimiento aquel hecho en cocimiento de Uliam y también del patriarca de la iglesia de Mitra en Ristalt, Harlak Burroms de la raza enana.
Harlak Burroms era ya un enano muy anciano para ese entonces. Un ser tradicional al que empezaban a venirle grandes los cambios sociales de los nuevos tiempos. Un amor entre un siervo y una noble era algo prohibido en Ristalt y también en Último Hogar. Más si uno de ellos era un novicio de Mitra y la otra estaba prometida con otra persona. Harlak quiso castigar a Bertrand por su osadía, aun sin conocer el alcance de sus “delitos”. Decidió enviarlo muy al sur, donde la iglesia de Mitra todavía libraba guerras de fe.
Uliam, Lessien y Everek lograron convencer al patriarca de que aquel era un castigo demasiado severo para su crimen y dejaron la pena en una simple labor, la compleja misión de recuperar los objetos robados del Abadía de Puente Galeon. Bertrand aceptó su penitencia y así fue como estuvo varios años sin ver a su amada Lachard y sin pensar tampoco demasiado en ella. Para ese entonces ya le habría olvidado y posiblemente estaría felizmente casada con su marido.
Bertand nunca olvidó la deslealtad que Everek había cometido contra él. No volvió a hablar con él hasta pasados algunos años, aunque lo cierto fue que acabó perdonándole, la confianza entre los dos nunca volvió a ser la misma. La amistad que les unía se resintió y la persona en la que Bertrand más confiaba, dejó de ser Everek para siempre, sin que hubiera una figura que le sustituyera. Bertrand se encontró bastante solo y quizás fue por ello que decidió iniciar en soledad su penitencia.
Los objetos recuperados:
La búsqueda de Bertrand comenzó sin una sola pista, salvo la de los hombres bestia y la de la extraña coincidencia con el nombre de su hermano pequeño desaparecido. Sus investigaciones le llevaron a las montañas Cetriences, al norte del Relicario de Jamboor. Había reunido diversas historias que situaban a los hombres bestia en el valle de Yolbiac. Bertrand viajó en solitario haciendo paradas en Metzel y Coelum, donde confirmó actividad de aquellos extraños seres en la zona.
Al llegar al valle, la nieve tapaba por completo la región. Se rodeó de un equipo de expertos en montaña que contrató en Coelum. Ellos le condujeron a través de diversos pasos montañosos y le mostraron el valle de cabo a rabo. No dieron con los hombres bestia, pero si con indicios que los situaron allí poco tiempo atrás.
Varios campamentos recientemente desmontados trazaron un recorrido hasta unas cuevas en las montañas. En ellas hallaron pinturas en las paredes hechas con carbón en las que se mostraban figuras humanoides con cuernos en la cabeza, cascos por pies y colas a la espalda. Diversos enseres como pieles, o herramientas fueron abandonadas allí. Aquello parecía indicar que los que moraron en aquella caverna tuvieron que salir de allí de forma apresurada.
El mismo día que hallaron la cueva, comenzó una fuerte tormenta de nieve, por lo que decidieron esperar bajo cubierto hasta que pasara el temporal. Por desgracia no fueron los únicos que conocían la existencia de aquella caverna y recibieron una visita hostil durante la noche. Un grupo de cuatro ogros irrumpieron en la caverna.
Se trataba del grupo de Rumush Piesgrandes, un conocido asaltante de la región, que llevaba de cabeza a las autoridades locales con sus actos de pillaje y sus numerosos asaltos a caravanas comerciales. Su actividad en la zona había causado importantes pérdidas económicas a las diferentes ciudades y pueblos que se nutrían el comercio gracias al paso del Gemelo Fantasma.
Lo cierto fue que Bertrand trató de plantar cara a Rumush. El grupo de guías locales colaboró haciéndose a las armas, pues sabían que no habría opción de negociar con Piesgrandes. Uno de los ogros cayó en combate, pero finalmente Bertrand y sus hombres fueron derrotaros y solo él sobrevivió.
La tormenta duró toda una semana en la que Bertrand, horrorizado tuvo que ser testigo de cómo Rumush y sus secuaces se alimentaban de los cadáveres de sus compañeros. Para cuando amainó, supo que sólo había sobrevivido porque eran tres bocas y no cuatro las que tuvieron que alimentarse. Para entonces no quedaban más que los huesos de sus compañeros y a él le habían mantenido con vida únicamente con la intención de que su carne no se pudriera antes de ser devorado.
Durante su cautiverio, fue consciente de con quien se encontraba. Había escuchado sobre Rumush en las aldeas por las que había pasado camino del valle y sabía de su actividad en la zona. Supuso que regresaban de algún pillaje cuando la tormenta les sorprendió y conociendo aquella caverna se refugiaron allí. Consigo portaban grandes sacos cargados de objetos que de tanto en cuanto manoseaban torpemente. Se trataba de valiosas piezas que habían obtenido en sus asaltos.
Los ogros no le dieron de comer en todo el tiempo que transcurrió cautivo. En cambio le propinaban golpetazos si abría la boca. Le tiraban estiércol por pura diversión y se mofaban de él. Le mostraban las cabezas decapitadas de sus compañeros y como las degustaban tras haberlas cocinado. Fue una experiencia horrible y aterradora para Bertrand, que quedó grabada en su mente de forma duradera.
Pero Mitra velaba por Bertrand y quiso que la misma mañana en la que los ogros habían decidido abandonar la caverna y regresar a donde fuera que tuvieran su guardia, pudo escapar. Rumush mandó matar a Bertrand a uno de los ogros mientras él se marchaba fuera junto con su compañero por tal de reunir leña para preparar un fuego con el que cocinar el desayuno.
El ogro se confió al ver el nefasto estado en el que Bertrand se encontraba tras haber subsistido una semana atado y únicamente a base de agua de nieve derretida. Bertrand sabiendo lo que los ogros tramaban, logró desatarse y en el momento en que el ogro se acercó a él, le clavó una daga en un ojo acabando con su vida.
Bertrand salió corriendo de la cueva, pero entonces se detuvo y regresó al interior para rebuscar entre los sacos que portaban consigo los ogros. En ellos halló algo totalmente inesperado. En aquel saco halló varios de los objetos santificados que llevaba buscando durante casi medio año. El azar hizo que sus captores portaran consigo el cáliz de oro y zafiros de la sacerdotisa Nahham, la túnica de plata que portó Han Nigror, antiguo patriarca de la Iglesia de Mitra durante sus exorcismos, así cómo el arcón de azulita donde otrora se guardara el llamado ojo de Mitra.
Bertrand desapareció tan pronto como se hizo con aquellos objetos y regresó penosamente a Risltalt tras un breve paso por Elet, donde se recuperó de sus heridas. Prosiguió con su búsqueda durante casi dos años, pero no logró obtener ni una sola pista más acerca del resto de reliquias desaparecidas o sobre los hombres bestia o su hermano. Por su parte Rumush siguió operando en la zona del valle, haciéndose cada vez más fuerte.
La etapa en la Abadía de Puente Galeon:
Tras casi tres años de búsqueda, Bertrand recibió el perdón del Patriarca de la Iglesia de Mitra. Tras agotar hasta la última vía y la última pista que podían hacer que diera con el resto de reliquias encontradas hasta el momento Harlak Burroms decretó en su lecho de muerte que Bertrand Dotter debía regresar a Ristlat. La dedicación y el esfuerzo que había dedicado, sin haber reportado queja alguna, valieron para que Harlak admitiera su error y revocara su condena.
Ya de regreso en Ristalt, lo primero que hizo fue ir a ver los tres objetos que había hallado tiempo atrás en la cueva del valle. Los tres se encontraban expuestos en el Templo de Mitra de Ristlat, a la espera de encontrarles un lugar mejor donde ser protegidos. Bertrand se marcó entonces un propósito. No fue otro que los objetos sagrados fueran devueltos a la Abadía.
Tras mucha lucha y casi ocho meses después de su regreso a Ristlat, el nuevo Matriarca de la iglesia de Mitra, Ordsa Frecon, aceptó a regañadientes que los objetos fueran devueltos al a la Abadía de Puente Galeon y que Bertrand Dotter se convirtiera en el nuevo Abad del santuario, a cargo de una decena de monjes que se encargarían de custodiar las reliquias y de administrar los gastos de la Abadía, llevar a cabo los oficios diarios, atender los viajeros y peregrinos y de la explotación en general de aquel enclave religioso.
Tardaron sólo nueve meses en tener a punto el antiguo edificio de la abadía, adecentar los jardines y reconstruir el hospedaje que fue derribado cerca de un año y medio atrás tras un huracán que asoló la zona. Una vez se puso en marcha la actividad de aquel lugar de peregrinaje, no tardaron en comenzar a llegar peregrinos y viajeros y Bertrand tuvo que ocuparse de encontrar personal para administrar el hospedaje y guardias para garantizar la seguridad de los objetos sagrados y los monjes.
Pese a que los gastos iniciales fueron muy elevados, no se tardó en comenzar a generar beneficio, el cual íntegramente se rembolsaba la iglesia de Mitra, tras descontar los gastos que generaba la Abadía, así como una pequeña paga que quedaba para los monjes, el propio Bertrand y otra partida que se dedicaba al mantenimiento y mejora de las instalaciones.
Bertrand se sentía orgulloso de todo lo que había conseguido y por aquel entonces, salvo en sueños húmedos en sus solitarias noches el valle de Galeon, había olvidado casi por completo a su amada. No obstante, el destino le tenía reservada una sorpresa. Tan solo dos meses después de que el Abadía de Puente Galeon abriera de nuevo sus puertas, recibió una inesperada visita.
Fue Tobard Thiem, su segundo al frente de la Abadía y el encargado de las cuentas y el inventario, quien fue enseguida a buscar a Bertrand para que acudiera de inmediato ante los recién llegados. Para sorpresa de Bertrand, unos rostros conocidos habían acudido a Puente Galeon para apreciar lo que el hombre que logró el exorcismo de su hija, había erigido en la cima de aquella montaña.
La familia Casmaxadel al completo había peregrinado hasta la Abadía, con Umsaralen Carsio a la cabeza, junto a su esposa, así como su hija Lachard y su marido el barón Tisef Oderlof. Tras un grato reencuentro, acudieron a los oficios del mediodía que a punto estaban de empezar y una vez finalizados, Bertrand invitó a comer a sus invitados, acudiendo también a dicha comida su segundo, el señor Thiem.
Durante aquella comida se hablaron de muchos asuntos, siendo los temas estrella, el exorcismo de Lachard, los viajes en busca de las reliquias de Bertrand, la administración de aquel lugar de peregrinaje, así como los nuevos intereses comerciales de la familia Casmaxadel y las rutas marítimas.
Tisef le desveló a Bertrand que había sido él quien más había insistido en realizar aquel viaje de fe, pues su esposa le había hablado mucho de él y de cómo le ayudó durante el exorcismo y después de éste. Quería conocer a quien había hecho posible su feliz matrimonio y a quien había librado de las garras del maligno a su ferviente esposa.
La familia Casmaxadel pasó una semana en la Abadía dejando importantes beneficios en el hospedaje y haciendo una cuantiosa donación que sirvió posteriormente para construir el campanario del templo. Durante su estada en Puente Galeoan, la relación entre Bertrand y Lachard no fue más allá de la más pura de las cordialidades. De hecho, fue Tisef quien más tiempo pasó con Bertrand fascinado por sus historias y demostrando una férrea fe en Mitra.
Lo cierto fue que Tisef y Bertrand fraguaron durante aquella semana una gran amistad y el joven Oderlof, creyó haber encontrado en Bertrand un consejero y un amigo fiel. A partir de aquel entonces, muchas fueron las cartas que tanto el señor Casmaxadel como Tisef enviaron a Puente Galeon en busca de consejo espiritual y muchos los donativos que llegaban tras sus éxitos mercantiles.
Sin embargo, todo cambió de nuevo cuando el remitente de una de las cartas procedentes de Último Hogar, no fue ni Tisef Oderlof, ni Umsaralen Carsio Casmaxadel, sino su fogosa hija Lachard. El contenido de dicha carta hizo que los cimientos de aquel nuevo Bertrand se tambalearan y que se desmoronada todo lo que había construido tras sus viajes en busca de las reliquias. Lachard Casmaxadel, una mujer casada le acababa de confesar sus más íntimos secretos. Seguía amándole y deseándole como el primer día en que se enamoró de él y quería verle.