Una vez se terminó el desayuno todos fueron guiados hacia el lugar donde se encontraba el Centurión, claramente era el padre de la difunta y desde el fuero interno de Inha no quería realmente estar allí porque sabía perfectamente que la hija de aquel hombre ya estaría en el fondo de aquel río. Pero como algo de educación tenía pese a su pasado, se comportó como una pequeña dama incluso cuando aquel hombre los recibió con tantas preguntas que los comprometían aún más. Aunque no llegó a entender como es que esa joven sabía de ellos.
Por esa razón intentó ser sincera, ocultando lo que sabía por un bien mayor ya queno quería ver a ninguno colgado por asesinato en el centro de aquel pueblo. Además que ese punto de verdad sí que existía, la conocieron cuando estaba a punto de morir y ninguno de los presentes sabían como diantres ella apareció allí porque Inha, tanto como los demás se supone que han imaginado lo que ella también:era la bruja.
—Señor mis condolencias por su situación... Mi nombre es Inha soy Seminarista e hija adoptiva de Ivar Hochi. Nunca conocí a su hija, mi vida es siempre de casa al Seminario—explicó desde su actitud inocente—. Y no comprendo el hecho de que mi nombre o el de algunos de mis compañeros esté allí.
Bajó la mirada, juntó sus manos y agregó:
—Lo siento, no sé que más decirle.
Motivo: Parece inocente
Tirada: 4d6
Resultado: 3, 5, 3, 5 (Suma: 16)
A mi tirada se le suma el +1 y es un dado menos. Supongo que el último 5 se va y queda 3, 5, 3 y el +1=12
Aunque no nos atrevíamos a hablarlo abiertamente, sentía que todos pensábamos que la joven del río era la hija del centurión.
- Señor, ante todo, lamentamos profundamente su pérdida, pero... no sabemos quien es su hija ni cómo podría conocer nuestros nombres. Somos seminaristas del seminario de Kiev, y allí, salvo nuestra compañero Inha, no hay mujeres. Mi nombre es Yure, mis padres son Mihail e Ivana, y viven en una aldea a algunas millas de aquí- respondí al centurión.
Hice una pausa para estudiar por un momento la expresión del afligido padre y continué:
- No obstante, si desean que nos unamos a ustedes en sus plegarias por su alma, no tengo el menor inconveniente.- dije mirando a mis compañeros, aunque Mykola no parecía tan dispuesto a pasar un minuto más de lo imprescindible en aquel lugar.
Aquello se ponía cada vez peor. Lo que Ilya no lograba entender era en qué momento podría haber pronunciado aquella joven los nombres de ellos. ¿Y de qué ataúd estaban hablando? ¿Habían encontrado su cuerpo? De ser así, aquello era sólo una trampa, pues habrían encontrado el cuerpo junto al morral de Fiódor en el mismo punto exacto del río donde los encontraron a ellos. El centurión simplemente estaba dándose el gusto de jugar con ellos, seguramente, y ya tenía diseñado su destino. O, quizá… Quizá les estaba tendiendo una trampa para ver si confesaban alguna culpa, sin saber si realmente habían tenido algo que ver.
—Estimado centurión —comenzó Ilya con elegancia, pero sin pedantería, tratando de mostrarse cercano y sereno—. Mi nombre es Ilya Fiódorovich Borotkin y mi padre es Fiódor Mijaílovich, honrado comerciante que, de pueblo en pueblo, va ofreciendo sus santas mercaderías a quien buenamente puedan ayudar, a cambio de unas pobres monedas. Por mi parte, no puedo sino compartir las palabras de mis compañeros y el dolor más profundo por la pérdida de su querida hija, que Dios la tenga en su gloria. Si lo que se nos pide es rezar frente a su ataúd, lo haremos de buen grado, aunque no cabe duda de que debe ser ya santa quien conoce los nombres de aquellos a los que nunca pudo conocer en vida. —Más bien una bruja, pensó Ilya—. Muéstrennos el camino y rogaremos a Dios por su alma. Como seminaristas, nuestro camino de aprendizaje es la servidumbre a las buenas gentes que requieran de consuelo divino en el dolor.
Motivo: Pico de oro
Tirada: 5d6
Resultado: 1, 4, 3, 6, 6 (Suma: 20)
Tirada de interacción (5d6) + rasgo «Pico de oro» (+1): 6+1+1 = 8 [anteriormente había puesto 7, suspendido en matemáticas de primero de primaria...]
Edito: no había respondido la pregunta sobre los padres.
¡Ah, si mi hija no hubiera muerto tan pronto...! Dijo el centurión con la pena reflejada en su rostro, sin hacer caso aparente de los comentarios de los tres seminaristas. Con tiempo ella podría haberme explicado todo, pero no tuvo tiempo. Sólo pudo decirme con apagada voz de agonizante: "Los cinco visitantes de esta mañana son seminarista: un estudiante expulsado del seminario llamado Mykola Ivanovich; una estudiante mujer de teología llamado Inha Holub; dos filósofos llamados Yure Kovalenko y Fiódor Kravchenko; y un estudiante de Retórica llamado Ilya Borotkin. Ellos son quien debe rezar ante mi ataúd durante tres días y tres noches y rogar por el eterno descanso de mi alma." Y agregó: "Ellos son los únicos que conocen mi pecado." Y acto seguido mi querida palomita dejó de existir. Esta es la causa de que no pueda hasta ahora entender lo que me quiso decir con esas sus últimas palabras. ¿Será, acaso, buenos hombres, que sois famosos por vuestras buenas obras y por vuestra piedad, y ella las conocía?
El centurión se levantó de la silla que ocupaba y se irguió todo lo largo que era. El hombre que había estado triste y melancólico en una esquina como un perro apaleado se había trasformado en un hombre impotente y majestuoso. Pero sea como sea, deberéis cumplir al pie de la letra la última voluntad de mi pobre hija. Preparaos para cumplir vuestra tarea y satisfacerla.
Lo siento, pero en esta escena las tiradas no sirven de mucho. Exigencias del guion. ;)
¡Vamos! Exclamó el centurión dijo dirigiéndose hacia la cámara mortuoria que se situaba en una habitación de la misma casa.
El aposento estaba bellamente adornado con un tapiz de color carmesí. Debajo de los iconos, en un rincón, estaba el cadáver, cubierto con terciopelo azul bordado de oro. Cuatro velas cuya luz se confundía con la del sol alumbraban su rostro. Al principio los jóvenes no lograron ver la cara de la difunta porque el padre estaba inclinado sobre ella. El viejo centurión, como si su hija pudiera oírle, le dijo: Por mucho que sienta tu muerte, mi querida palomita, más doloroso me resulta no saber quién ha sido el culpable, quién es el que ha truncado tu vida justo en el momento en que deberías comenzar a disfrutar de tu juventud y conocer las delicias que tendrías. Si supiera quién es el autor de tan miserable villanía, te aseguro que nunca más volvería a ver a sus padres ni a sus hijos: ordenaría su muerte y haría arrojar su cadáver en medio del campo para que se lo comieran los buitres y los perros. ¡Cómo me duele y me atormenta pensar que mientras yo soportaré lo que me queda de vida llorando con desesperación hasta perder la vista, mi enemigo disfrutará de la vida y se burlará de mi infortunio!
Luego calló, ahogándose su voz en conmovedores sollozos que enternecían a quienes lo rodeaban. Después de un largo silencio, un pájaro canto y el viejo centurión, saliendo de su duelo, se movió pesadamente dejándose caer en una silla.
Una horrible impresión estremeció a los seminaristas delante de ellos yacía una mujer de una deslumbrante belleza, una belleza como nunca habrían podido imaginar que existiera. La muchacha yacía como si estuviera viva. La muerte no había desfigurado los finos trazos de su rostro. Su cutis era lozano y blanco como la nieve, y sus cejas, negras como la noche, estaban suavemente delineadas sobre sus ojos cerrados. Sus finas y largas pestañas se inclinaban sobre sus pómulos y se hubiese dicho que ocultaban indefinibles anhelos. Incluso sus labios conservaban todavía el color del rubí; parecía que quisieran sonreír, que prometiesen una inefable felicidad.
Sin embargo, algo extraño e inexplicable se notaba en aquel rostro. Era algo que atravesaba el corazón como una flecha, algo que hería en lo más profundo del alma, que producía la misma sensación que si de repente alguien entonara en una alegre fiesta un canto fúnebre. De repente creyeron reconocer a esa mujer tan bella; pero, ¿Dónde y cuándo la habían visto?
Ya no cabía la menor duda. Tenía ante ellos a la bruja, fueron ellos quienes la mataron al hacer con sus rezos que cayera de su escoba, negarle el posterior auxilio y hundirla en el rio con un zurrón lleno de piedras.
Conflicto de Cognición peligroso (podéis perder uno o más puntos de cognición permanentemente si falláis). Dif. 6 todos menos Ilya e Inha que ya mencionaban en el post la posibilidad de que la hija del centurión fuera la bruja y están “un poco sobre aviso” para ellos Dif. 4.
El centurión los guio hasta una sala oscura, en la que había un ataúd. Se aproximaron y, como sospechaba, vio a la joven bruja. A pesar de la impresión que le causó ver a la joven, consiguió mantener la compostura... y la cordura. Aun así, aquello era preocupante, pues debieron hallar el cuerpo en el mismo lugar que a ellos. Ilya seguía convencido de que aquello era una trampa y mantenía sus sentidos atentos.
Aunque no sabía si tendría sentido alguno, se santiguó, juntó las manos en señal de plegaria y pronunció algunas oraciones fúnebres:
—Dale, Señor, el descanso eterno y brille sobre ella la luz eterna. Amén.
Motivo: Reto cognición
Tirada: 2d6
Dificultad: 4+
Resultado: 1, 6 (Suma: 7)
Exitos: 1
He superado el reto con un 6, por lo que entiendo que el 1 no me quita ningún punto de cognición.
No había dudas ante aquello, no cuando Inha caminó junto a los demás hacia el lugar donde descansaba en teoría la hija del Centurión. Pero lejos de ser la persona que ellos creían—a excepción de los seminaristas que estaban al tanto de que era la bruja—la joven tuvo que fingir pena, incluso cuando se dió cuenta de que la verdadera estaría en lo profundo del río.
—Señor, ten piedad de su alma. Que la luz eterna la aguarde, la cobije y le dé toda la paz que necesita.
Y tras acariciar la frente de la joven, hizo la señal de la cruz con suavidad. No podría hacer mucho más, pero al menos su padre los dejaría libres. Incluso cuando estaban realizando el funeral a una vieja y no a su hija. Pero de la boca de Inha, jamás saldrá lo que realmente pasó.
Motivo: Cognición
Tirada: 2d6
Dificultad: 4+
Resultado: 6(+2)=8 (Exito) [1, 5]
Cuando pasamos a la zona donde el centurión velaba el cadáver de su hija, mis sospechas se hicieron ciertas. Efectivamente, la bruja era la difunta.
Después de todo lo acontecido, no debería sentirme extrañado por ver que la joven, a pesar de llevar horas muerta y haber sido sumergida en el río, tenía un aspecto incorrupto, que para nada mostraba los crueles rigores de la muerte. Eso era algo que me inquietaba... parecía como... si se pudiera levantar en cualquier momento para señalarnos como sus verdugos.
Este pensamiento empezó a rondarme la cabeza incómodamente y sólo deseaba salir de allí cuanto antes. Bien sabe Dios que no tenía ninguna prisa por volver a mi casa, pero no pensaba, de ninguna manera, quedarme tres días con sus noches velando el cuerpo de la bruja. Además, si llegaban a averiguar que éramos "los culpables" de su muerte en ese tiempo, no saldríamos de allí con vida.
- Qué Dios la acoja en su seno y le procure descanso eterno.- alcancé a decir, mientras me santiguaba frente al cuerpo.
A continuación, me aparté del grupo para intentar pasar desapercibido en la escena. No creía que el centurión nos dejara marchar por las buenas, por lo que empecé a intentar idear un plan para escapar de allí.
Motivo: Reto cognición
Tirada: 2d6
Dificultad: 4+
Resultado: 5, 1 (Suma: 6)
Exitos: 1
Al ver el rostro del cadáver me quedé más helado que aquel inerte cuerpo si cabe y palidecí. Intentando achacar mi desazón a la confrontación con la muerte me acerqué y dije al centurión:
-Es terrible cuando el señor reclama a su reino almas tan jóvenes. Y sobre todo tan bellas. Mas ahora ya no tendrá que soportar la carga de la vida terenal. Sin duda había tenido nuevas de nuestros esfuerzos académicos por algún compañero que nos debió preceder en el viaje, y yo honraré tanto su memoria como mi buena fama velándola en la ruta hacia su descanso.
Me arrodillé junto al féretro y comencé a murmurar oraciones encadenadas sin pausa con los ojos cerrados. La imagen que me atormentaba ya estaba cincelada tras mis córneas, no necesitaba escrutar aquella cara a un tiempo inquietante y acusadora. Si tenían el cuerpo lo habrían repescado del fondo de la poza, y con él mi morral. Pero era una simple bolsa de cuero con olor a hierbas, no tenía ningún signo distintivo. Aunque si convergían el testimonio de los aldeanos que habían escuchado gritos de damisela y la muerte de la joven el crimen saltaba a la vista. ¿Entonces por qué tanta ceremonia?
Yo tenía claro que no iba a aprestarme con facilidad a catar la horca. Había ocultado y tal vez profanado un cuerpo, pero no le había dado muerte. Sacrificas al cánido de la dentellada, no al que entierra los huesos. Si querían poner a prueba mi fuerza de voluntad rezaría tres días con sus noches y no mostraría atisvo de culpa al exterior, pero pobre del miserable que tratase de enjaularme. Había pasado del completo desánimo a una apatía distante, y esta toma de perspectiva con los hechos me estaba devolviendo a mi ser. No me merecía nada de aquello, y la ferviente ira manaba de las fauces de un dragón interno al que era mejor no molestar. Sentía que si alguna calamidad más me golpeaba antes del anochecer podría quemar la aldea, y el continente entero, y apagar el sol con mi sola furia.
Motivo: Reto de cognición
Tirada: 4d6
Resultado: 5, 3, 5, 4 (Suma: 17)
Dos 5 hacen 5+1=6>4
Ivanovich simplemente se santiguo mientras observaba el bello rostro de la joven. No digo ninguna palabra, ya que todo estaba dicho. Había que pasar tres noches rezando junto al ataúd y después serían ricos.
Motivo: Cognición + atento a los detalles
Tirada: 3d6
Dificultad: 6+
Resultado: 2(+1)=3, 6(+1)=7, 2(+1)=3 (Suma: 13)
Exitos: 1
PNJotizado.
El anciano centurión contemplo con agrado las muestras de religiosidad y misericordia de los cinco seminaristas. No lamento, mi queridísima hija, que hayas abandonado la tierra prematuramente, en la flor de la edad, dejándome sumido en la pena y el desconsuelo; lo que me duele, palomita mía, es que desconozco el nombre del responsable de tu muerte, mi más encarnizado enemigo. Pero para mi desgracia, mi florecilla, mi pajarito, mi tesoro, tendré que pasar el resto de mi vida sin alegría, enjugando con el faldón las gruesas lágrimas que fluyan de mis viejos ojos, mientras mi enemigo se regocijará y se reirá a escondidas de este pobre anciano… En ese punto se detuvo, pues el insoportable dolor que le embargaba le hizo prorrumpir en un torrente de lágrimas.
Al atardecer se llevaron el cadáver a la iglesia. Los cinco seminaristas tuvieron que agregarse al cortejo fúnebre. Fiodor, Ilya, Mykola y Yure, siendo cuatro buenos mozos que daba la altura, además tuvieron que llevaban a hombros el ataúd cubierto de terciopelo y con cintas negras. Delante de él iba el centurión, quien también ayudaba a llevar a su querida hija a su última morada.
La iglesia, toda de madera, se veía en un estado ruinoso, a pesar de que para esta ocasión la habían recubierto de musgo y ramas verdes; el triste edificio estaba en las afueras del poblado y elevaba hacía el cielo sus tres cúpulas. Debido a su total abandono, hacía ya mucho tiempo que no se oficiaba en ella, pero ahora todos los altares estaban alumbrados con cirios. El féretro fue colocado en el centro de la nave, delante del altar mayor. El centurión se arrodilló devotamente y durante un tiempo estuvo rezando; luego besó la fría frente de su hija y salió del templo con toda la servidumbre.