La noche oscura comienza a consumir los restos del día, mientras las sobras de los árboles se alargan cubriéndolo todo de oscuridad. A lo lejos, ocultos por los árboles, se empiezan a oír los aullidos de los lobos y el ladrido de los perros que responden a sus provocaciones. La cacofonía de ladridos se vuelve confusa y en más de una ocasión crees ve el lomo pardo de un lobo corriendo entre los árboles.
Entonces de entre los arboles aparece una antorcha y una cara inexpresiva, es Tsibulia. Con voz de pocos amigos el cosaco recrimina que hubierais huido a lo que Nadia responde defendiéndote. El intercambio de palabras entre Tsibuliay Nadia es corto pero cargado de tensión. ¡Bien! No hablemos más. Sentencio el cosaco. Los seminaristas tienen que estar en la iglesia rezando y el tiempo que estemos discutiendo es tiempo que les quitamos de rezos.
Ahora quien hizo de guía con rudeza es Tsibulia, que sin pronunciar ni una palabra os conduce hacia la iglesia. Nadia sigue de cerca al cosaco, y a media que os aproximáis a la iglesia los aldeanos se acercan. Veis entre ellos al niño parlanchín; también se juntan a la extraña procesión Halia, la mujer de Tsibulia; también ves a la vieja cocinera y los pastores; y a otros muchos aldeanos que ni siquiera conoces. Todos os acompañan hasta el destartalado pórtico de la iglesia.
Cuando cruzas el umbral de la puerta, como las dos noches anteriores, los cosacos se fueron después de cerrar las puertas, dejándoos solo en la destartalada iglesia.
Dentro de la iglesia todo continuaba con el mismo aspecto lúgubre, misterioso y amenazador. Cerca del altar mayor se podía vislumbrar una mancha de color parduzco en el sitio donde Fiódor fue golpeado por el ataúd en la cabeza. También estaba el atril con los textos sagrados y el círculo protector dibujado con sal la primera noche, ahora medio desdibujado por los pasos de los feligreses. Y en el centro de la iglesia había dos ataúdes, uno contenía el cuerpo de Fiódor y otro de mejor manufactura donde descansaba el cuerpo de la bruja.
La fuerza de la curiosidad os obligó a contemplar de nuevo aquel rostro de sobrenatural belleza. Un nuevo estremecimiento, esta vez más profundo, volvió a recorrer vuestros cuerpos. En aquel rostro no se veía nada que fuera propio de un cadáver: ni la más pequeña mancha, ni la más leve deformación. Tampoco se observaba ningún signo de maldad o de odio. Era el rostro de una joven durmiendo.
-¡Rápido, rodead el ataúd con la sal! Y esta vez tened cuidado de no romper el círculo- dije mirando al pelirrojo- Espero que eso la mantenga atrapada el tiempo suficiente de poder enterrar al bebé.
Busqué cerca del altar tablones levantados o fáciles de levantar para poder enterrar el pequeño cuerpo.
-¡Mykola!, ayúdame. Necesito más de una mano para ello.
Cuando entraron en la iglesia y volvieron a cerrarles las puertas, Ilya quedó en suspenso, de pie en medio del templo con cara de vacío. Habían llegado casi corriendo desde el bosque y casi a empellones, sin tiempo para pensar el plan. Él hubiera deseado tener tiempo para enterrar a la criatura en el cementerio, pero ahora ya estaban de nuevo encerrados en la iglesia, en la cual habían sumado un segundo ataúd.
—Kravchenko —susurró Ilya casi en estado catatónico.
Hasta ahora, el pelirrojo se había tomado con cierta indiferencia la muerte de aquel compañero seminarista, probablemente más por el efecto abrumador de todos los acontecimientos sobrenaturales que por una frialdad emocional de su parte. Sin embargo, al ver al bohemio en el ataúd, una pena inmensa invadió a Borotkin, quien no era proclive a sentimentalismos, pero los hechos de las últimas noches estaban afectándole.
Fueron las palabras de Yure y su estado hiperactivo los que sacaron a Ilya de su aturdimiento.
—La sal —murmuró Ilya buscando el saco con la mirada. Cuando lo encontró, lo agarró y trazó un círculo alrededor del ataúd de la muchacha. Miró por unos segundos el ataúd de Kravchenko y, tras dudarlo brevemente, decidió trazar un círculo también alrededor de su ataúd. Más vale prevenir que curar, pues ya se veía que eran malos «curanderos».
Y ya estaban allí, con esa pobre criatura que en sacrificio había dado. Pero la inmediatez de una situación que puso en peligro la vida de todos los seminaristas, los llevó de nuevo a la iglesia y al encierro aquel que tanto la tenía agobiada. Un poco nerviosa, ni miró de soslayo a la mujer que perfecta allí se encontraba en el ataúd y luego revisó cada rincón de la iglesia perdida en la ansiedad que le provocaba aquello.
Pero las indicaciones de Yure la regresaron medianamente a la realidad, a la situación de terminar con aquello de una vez por todas. Así que cogió la sal junto a Inha y comenzó a dibujar el círculo con sumo cuidado, reforzando el que iba realizando el pelirrojo. Esto la distraía de la sensación que ya tenía en el cuerpo, no quería darle voz, prefería ser útil y llevar a cabo lo que sea que sirva para todo esto.
Tras agarrar el saco de sal, la joven Inha se le acercó para ayudarle. Notó que la muchacha estaba nerviosa y todavía recordaba el ataque de histeria que había tenido la noche anterior, cuando el desaliñado Mykola la había besado.
Los eventos sobrenaturales que estaban ocurriendo durante esos días estaban golpeando a Ilya. Especialmente, el abismo que había visto en los ojos de la bruja la noche anterior le había sumido en ciertos sentimientos de culpa por su vida pasada. Nunca había contado con que la fuerza de lo sobrenatural fuera tan real: él se había unido al seminario en busca de una vida fácil, no por una profunda fe religiosa, ni mucho menos por un afán de servicio pastoral, sino más bien para sacar provecho de sus futuros feligreses… y feligresas. Pero ahora se sentía distinto, veía que todas esas historias de cielo, infierno, pecado y demás que les contaban en el seminario quizá eran estrictamente ciertas.
Miró a Inha mientras trazaban los círculos de sal. Pero esta vez la miró de modo distinto, con una mayor simpatía.
—Todo va a salir bien, señorita Inha —le dijo en un tono calmado, casi dulce—. Al amanecer, seremos libres de nuevo.
Seguían echando sal y la mano de Ilya se deslizó por el saco hasta tocar la de la joven. Agarró su mano suavemente y miró despacio a los ojos a la muchacha, cuyo rostro estaba apenas a un palmo del suyo.
—Le he prometido ver el amanecer tras el Dniéper y le aseguro que lo haremos cuando salgamos de aquí —le dijo con una sonrisa.
La cercanía y la delicadeza que tenía al trato Ilya ayudó a distraer un poco a Inha cuando entre los dos pudieron crear el círculo en torno a los ataúd. Ella en ese instante se encontraba muy nerviosa, lidiando con la agobiante sensación que produce la ansiedad de una fobia y el hecho de sentir aquel roce delicado sobre su mano, le devolvió un ratito a este eterno presente del cual solía escapar para no alimentar a sus terrores.
Con una sonrisa que pese al cansancio no ha perdido su luz, aceptó aquel efímero instante y escuchó con mesura las palabras que le dedicó el pelirroja a través de una promesa que seguramente cumplirán más pronto que tarde si el plan salía como se esperaba.
—Eso espero, realmente eso espero—respondió y alzó la mirada, sólo para encontrarse con aquella bonita mirada—. Estaré encantada de cumplir con ello y antes de nada...
Acortó las distancias con tal de susurrar:
—Me cuesta estar en espacios cerrados, si observa que no puedo con mis nervios le encargo que me ayude.
No le estaba pidiendo un beso, simplemente contención.
Un terrible estallido repercutió de un extremo a otro de la iglesia, levantándose en el acto el cadáver de la bruja. Los dientes le castañeaban y sus labios farfullaban horribles invocaciones. Dentro de la iglesia empezó a bramar un viento huracanado que derribó de sus hornacinas las imágenes de los santos, arrancó de sus jambas las ventanas, derribó las puertas, y centenares de diabólicos monstruos irrumpieron en el sagrado recinto.
¡Que llamen a Viy! ¡Mandad llamar a Viy! Gritaba furiosa la bruja muerta.
No lograbais verlo con claridad, pero notasteis que recostado contra uno de los muros de la iglesia había aparecido un monstruo de gran tamaño. Media casi dos metros y su cuerpo estaba cubierto por una larga pelambrera de un pelo duro como el alambre, semejantes a raíces de viejos árboles y cubierto de un manto rojo. Sus ojos se encontraban ocultos detrás de dos largos parpados que caían flácidamente hasta el suelo. De sus costados salían garras que parecían tenazas y colas de escorpiones. Su voz asemejaba al rugido de un león. ¡Levantadme las cejas y las pestañas, pues así no veo nada!
Tras tranquilizar a la joven Inha, esta se le aproximó para pedirle ayuda si volvía a entrar en pánico. Pudo sentir el cálido aliento de la joven muy cerca de él. La miró despacio y aproximó su rostro un poco más, de forma que podía sentir la respiración de ella, pues sus caras estaban a apenas unos centímetros de distancia.
—Por supuesto —le susurró—, cuente con mi ayuda.
Pero en ese momento, un crujido proveniente del ataúd rompió la intimidad de aquellos dos. Ilya se volvió a mirar: la bruja se había incorporado. Entonces, las puertas y ventanas volaron por los aires mientras la bruja emitía maldiciones y llamó a un tal Viy.
Ilya vio la extraña y descomunal sombra que surgió de junto a uno de los oscuros muros de la iglesia. Aquel monstruo espantoso gritó pidiendo que le abrieran las cejas y las pestañas, que le cubrían los ojos.
El pelirrojo se giró para mirar a Yure y Mykola, a quienes gritó:
—¡Por todos los santos, enterrad a la criatura y rezadle un réquiem! ¡Ahora!
Ilya e Inha habían conseguido terminar el círculo de sal. Miró a la joven.
—Quédese fuera del círculo de sal, señorita Inha.
Tras decir esto, corrió hacia el altar, del cual agarró el crucifijo que allí había. Blandiendo este crucifijo frente a él, se acercó lentamente al monstruo peludo mientras rezaba la oración de exorcismo que aprendió del pope cuando era niño:
—Kyrie eleison, oh Dios soberano de cielos, tierras e infiernos, omnipotente y victorioso, oh arcángel san Miguel que diriges las huestes angélicas, haz que toda potencia diabólica sea expulsada y desaparezca de tu hijo penitente, Kyrie eleison, Christe eleison, por los siglos de los siglos. Amén.
Mientras caminaba lentamente hacia esa criatura con el crucifijo firmemente agarrado con las dos manos, repetía una y otra vez aquella salmodia.
La cercanía ruborizó a la joven de cabellos dorados, perdiéndose en el mar profundo de aquellos ojos y el calor de ese aliento que le acarició la piel. Pero poco duró el embrujo realmente cuando la presencia de la bruja les indicó a los seminaristas que debían volver al ruedo, a la lucha contra la oscuridad. Por ello llena de tensión por la situación del momento, tuvo que hacerse pequeña cuando las ventanas explotaron y cuando finalmente aquello cesó mientras la presencia de un ser habló desde una profundidad tan tétrica que la dejó helada.
Pero la impronta de Ilya y su determinación hizo que la rubia esté a su lado sosteniendo la cruz mientras pronunciaba las mismas palabras que el pelirrojo. Estarían juntos en esto, le daría fuerza y viceversa en paralelo con sus compañeros que en ese instante debían enterrar a la criatura.
—Kyrie eleison, oh Dios soberano de cielos, tierras e infiernos, omnipotente y victorioso, oh arcángel san Miguel que diriges las huestes angélicas, haz que toda potencia diabólica sea expulsada y desaparezca de tu hijo penitente, Kyrie eleison, Christe eleison, por los siglos de los siglos. Amén.
La bruja se levantó, invocó a un... monstruo. Mantenía la esperanza de que enterrar a la criatura nonata hiciera que se esfumara toda esta magia maligna.
Sujetaba la pequeña mortaja con mi brazo seco contra el cuerpo mientras excavaba con mi mano buena.
Motivo: Enterrar cuerpo
Tirada: 4d6
Resultado: 3, 3, 2, 2 (Suma: 10)
Gasto punto de superación para encontrar un lugar donde poder enterrar el cuerpo y hago tirada de acción para excavar la tumba.
Supongo que Mykola podría ayudarme a excavar con otra tirada, ¿no?.
Vamos Yure, vamos, vamos- decía Mykola nervioso mientras quitaba algunas maderas del suelo y se ponía a escarbar clavando sus uñas en la tierra, entre los dos, pudieron hacer un pequeño agujero, lo suficiente para poder proceder a realizar un enterramiento.
Miraba, cada poco, hacía el ataúd, nervioso. La bruja ``parecía´´ dormida- enseguida se despertará- hasta que de repente la oyó.
Cita:
- gritaba furiosa.
Inha y Ilya se pusieron a rezar- eso creo que ni le molesta a esa hija del demonio...pero, espera, ¿quién era ese Viy?-giró la cabeza y en un rincón, empezó a aparecer un ser.
Las pestañas le tocaban el suelo y pedía incesantemente que se las levantaran para poder ver. Un escalofrío recorrió su espalda, tuvo la sensación de que si miraba hacía los ojos de la bestia, sería lo último que haría en la vida.
Sea como sea, no le miréis a los ojos...Yure, ¿cómo vas?- miró a su compañero, el cual estaba terminando de enterrar al neonato.
El músico fue hacía la bruja, avanzando unos metros y mirándola de frente le dijo.
Sabemos el dolor que te aflige. Tenemos a tu hijo, ese vástago que abandonastes para tener ese poder. Cierra el círculo, olvida todo aquello que y permite que le demos una digna sepultura. Ya ha sido suficiente, deja que descanse en paz.
Dile a VIY que se vaya.- ordenó el pequeño de los Ivanovich.
Motivo: Acción
Tirada: 2d6
Resultado: 5, 5 (Suma: 10)
Ya estoy de vuelta, joder..cada vez se levanta antes la bruja xD
Entiendo que VIY es el ser con el que hizo el pacto la hija del centurión en la cabaña del bosque. Si no es así, modifico post.
Ayudo a Yure a enterrar al neonato en la Iglesia.
Pero antes de que los pequeños diablos acudieran a la llamada de auxilio de la gran bestia, antes incluso que la bruja pusiera sus largas unas sobre vuestras blancas carnes. Mykola anuncio el verdadero contenido del hatillo, nunca un borracho había dicho una verdad más amarga.
***¡Tenemos a tu hijo, ese vástago que abandonastes para tener ese poder! ***
Inmediatamente reinó el silencio en la iglesia y sólo se oyó el lejano aullido de los lobos. La cara de la bruja se había tornado en una mueca de asombro.
La voz de la criatura volvió a resonar en la iglesia. ¡Bruja, me has traicionado! Has roto el sello que cerraba el trato, has traído tu retoño no nato a tierra santa. ¡SU ALMA SE HA SALBADO! ¡Por ello te privo te tus poderes y rompo el pacto que me unía a ti! La criatura comenzó a desvanecerse poco a poco.
La bruja continuaba con su cara de asombro, no se podía leer en su rostro otro sentimiento que no fuera aturdimiento. En aquel preciso instante se escuchó en la iglesia el segundo canto del gallo, pues el primero nadie lo había oído. La bruja arrastrada por una fuerza invisible se recostó en su ataúd. En la iglesia no quedaba signo del paso de los monstruos.
Unas minutos más tarde llegó uno de los cosacos seguido del centurión a abrir la pesada puerta de la iglesia. Sin prestarte atención, se lanzaron sobre el ataúd de la joven. Mientras corrían por la iglesia hablaba acerca de luces y gritos escuchados por la noche en el interior de la iglesia, más propios de una batalla que de una noche de duelo. El centurión estaba preocupado que durante “la supuesta batalla” el cuerpo de su querida hija hubiera quedado destrozado.
Al inclinarse sobre el féretro el centurión deja escapar un suspiro de alivio. Mi palomita estas bien. ¡Qué hermosa cara de paz tienes! Y era totalmente cierto, la hija del centurión permanecía, como dormida, con un semblante de auténtica paz interior.
-FIN-
Mientras Ilya e Inha avanzaban agarrados al crucifijo hacia ese monstruo infernal, Yure y Mykola se esforzaban por enterrar a la criatura. Sin embargo, fueron las palabras de Mykola las que hicieron que toda aquella batalla demoníaca terminara abruptamente.
El monstruo se desvaneció como había aparecido y la joven bruja volvió al ataúd. De pronto, se había hecho de día de nuevo y no tardaron en entrar el centurión y sus cosacos, quienes no parecieron notar la presencia de los seminaristas.
Ilya notó que sus manos, al agarrar el crucifijo, estaban agarrando también las manos de la joven Inha. El pelirrojo soltó el crucifijo, lo dejó en el suelo y puso las manos de la muchacha entre las suyas, mientras la miraba a los ojos.
—Señorita Inha, ya ha pasado todo, ya ha pasado todo —le dijo casi en un susurro mientras acercaba su rostro al de ella—. Somos libres.
El hombre guardó silencio durante unos segundos mientras sus miradas se cruzaban. Miró en la profundidad de los ojos de Inha y recordó el hechicero pero espantoso abismo que había visto la noche anterior en los ojos de la bruja. Sin embargo, al mirar en las pupilas de la joven Inha, vio algo distinto; vio un inmenso espacio de inocencia, vio un delicado sentimiento de amor hacia el mundo, vio su redención. Sí, aquellos ojos, aquellos ojos eran los que podrían salvarlo de una vida malvivida; había errado el tiro por muchos años, entregado a una vida disoluta, pero los eventos de esas noches lo habían cambiado. Era el momento de empezar de nuevo y aquellos dulces ojos le ofrecían un nuevo comienzo.
—Señorita Inha —le dijo con la mayor dulzura—. Me haría usted el hombre más feliz de Ucrania y del mundo si quisiera acompañarme en mi viaje al sur a lo largo de las suaves y murmurantes ondas del río. Tengo una promesa pendiente con usted, pero ahora quisiera hacerle una nueva: le prometo serle su más leal y amante sirviente si me acepta a su lado. A cambio, le daré toda la felicidad que esté en mi mano y que nos haga olvidar para siempre los aciagos y oscuros sentimientos de estos días, para recordar únicamente que fue junto a Viy, sea eso lo que fuera, que nuestras manos al fin se unieron. ¿Acepta a este pobre hombre como su más fiel servidor, señorita Inha?
Sí, era hora de empezar de nuevo. Sí, esos inocentes ojos serían su salvoconducto al paraíso, tras haber conocido el infierno de Viy.
~ FIN ~
Quizás había sido la fe, el amor o la improvisación de cada uno de los presentes lo que en verdad sirvió de ayuda para terminar con esto. Inha en ese instante creyó en la oración de un hombre que en su afán de comprometerse en la causa con el cuerpo y el alma, alimentó poco a poco un sentimiento que hablaba por si solo. Ilya oraba, la rubia también y mientras las palabras se perdían en la inmensidad de un espacio lleno de desaciertos, fue la sabiduría de aquel loco hombre llamado Mykola el héroe de esta historia cuando le dió voz a sus pensamientos.
Y así fue como la bruja regresó a su ataúd tras romperse aquel trato que había la había condenado en la eternidad misma del dolor, siendo un mero reflejo de lo que una vez había sido. De repente en medio de aquel escenario tan caótico, la calma se impuso como la dueña y señora de la situación mientras las manos de Inha se mantuvieron unidas con las de Ilya. El instante habló por sí solo, sus miradas conectaron desde una profundidad que habla de paz, de fe y amor, no necesitó más que esos segundos de regalo para entender que aquel era el hombre que le cambiaría la vida.
Con ello llegó la propuesta, una que le hizo sonreír luego de tantos días de sufrimiento. Incluso se tomó todo el tiempo del mundo para escucharlo, más allá de que la decisión estaba ya tomada. Luego cuando la espera obró su duda, la seminarista respondió llena de ilusión, quizás llena de emociones en su corazón tan desconocidas que las sintió como un regalo de la vida misma. Ese conocido círculo dónde todo vuelve recompensado.
—Acepto, lo acepto en mi vida—respondió y agregó—. En mi corazón también, Ilya.
Y allí se quedó con su corazón palpitando, feliz pese al cansancio sin soltar las manos del pelirrojo, pendiente de sus gestos. Adoró el instante, la intención, todo.
—Juntos, siempre juntos.
—FIN—
Había llegado a creer que no vería la luz de un nuevo día. Los primeros rayos se colaron por entre las rendijas de los tablones del techo. Todo había acabado.
Terminé de dar sagrada sepultura al hijo de la bruja y me reuní con mis compañeros.
- Su hija puede descansar en paz- dije al centurión.- Al provocar la ruptura de su pacto con Viy, ojalá hayamos podido salvar su alma.
Me dirijo a continuación a Inha e Ilya:
- Les deseo toda la felicidad del mundo. Si necesitan alguien que oficie la boda, cuenten conmigo- dije guiñando un ojo.
Mykola no pudo más que soltar un bufido cuando vió a la bruja volver al ataúd tras la reprimenda de aquel demonio.
Lo hemos logrado- dijo con alegría.
Escucharon el canto del gallo anunciando la tan esperada mañana, el propio centurión fue el que entró en la Iglesia junto a sus hombres, se alegró de ver a su hija descansando- ahora sí- en paz.
El músico se santiguó, todavía no sabia cómo interpretar aquella experiencia que habían tenido, estaba claro que si existían seres como Viy y poderes como las de la bruja, tenían que existir los poderes buenos y puros. Tal vez no era Dios, pero sí un ser benevolente y justo.
El bien y el mal. No puede existir el uno sin el otro.
A partir de aquel día, Mykola intentó ser mejor cristiano, abandonando muchos de sus vicios y esforzándose por ser el hijo que esperaba su padre, Mihai Ivanovich.
Se casó, tuvo hijos e intentó educarlos de una manera, menos severa, de cómo lo hizo su padre. Heredó poco, por el ser cuarto hijo, pero lo suficiente para poder llevar una vida digna y sin penurias en las estepas ucranianas.
Sus compañeros, bueno...habían sido útiles para salvar el cuello, pero cómo lo era el sudor tras un día de entrenamiento. No le dolió lo más mínimo partir de aquel lugar maldito, intentando olvidar todo lo que allí había ocurrido; Yure, Inha, Ilya, Fiódor y Jomá también cayeron en el pozo del olvido.
FIN