Ruinas de Lordsholm. 36 h desde el inicio de la invasión
La ciudad se había sumido en el Caos más absoluto. Se habían sucedido escenas de heroismo y cobardía, inmensas derrotas y pírricas victorias. El tiempo se había comprado con sangre, con vidas humanas, pero a precios desorbitados. Mucha de la población superviviente, incluidos muchos de aquellos rebeldes que no estaban infectados por los Genestealers y que demasiado tarde habían comprendido que aquella no era su guerra habían huido de la ciudad al campo. Tiempo, solo compraban un poco de tiempo.
Os habíais atrincherado en la Casa de los Ecos, posiblemente el lugar más seguro de la ciudad. Las fuerzas combinadas de la Guardia Sin Sombra, los más fieles de entre la FDP, la guardia personal del Gobernador y los Astartes habían conseguido mantener a raya a los gantes, pero aquello no iba a durar mucho más. Vuestro número disminuía a cada asalto, lenta e inexorablemente como las gotas en una clepsidra. Aquella parecía la última resistencia, un acto heroico que caería en el olvido del tiempo. Pero quedaba un rayo de esperanza: el mensaje de socorro había sido mandado. ¿Llegarían a tiempo para ver la muerte de un planeta? Eso habíais reflexionado durante horas, en los breves instantes de descanso insuficiente que habíais tenido cada asalto. No habíais llegado a resignaros del todo, un Marine nunca se resigna del todo. O mejor dicho, ya está resignado desde que es Explorador. Sabe su función y su destino: es eso lo que les hace guerreros insustituibles.
Estaba anocheciendo, una sensación más que un acontecimiento visible pues día y noche resultaban ya indistinguibles tonos de carmesí cuando en uno de los canales públicos de vuestros receptores de Vox...
— ¡Ira a Astartes! ¡Ira a Astartes! Les habla el Comandante Arastus del Grupo de Batalla Expedicionario Calixtino 112 de la Armada Imperial ¿Me reciben? ¡Ira a Astartes! ¿Me reciben?
Elyas terminó de aplastar unos cuantos gantes con su puño y se apartó del frente para responder a la llamada, mientras el combate seguía rugiendo a su alrededor
- ¡Aquí el Marine de Asalto Elyas de la Deathwatch, le recibo!
El comunicador rechinó. Era jodidamente difícil de entender en aquel maremágnum:
— ...Tengo instrucciones de sa... de ahí con vida junto con la inquisidora Kalistradi y su séquito. Necesito saber asimismo si el ... gob... sigue con vida. Nuestros sensores detectan masiva actividad xenos en órbita, atmósfera y superficie............... ... ..........esporas. Voy a mandarles una lanzadera. ¿.......... que reportar?
Parecía que por fin iban a sacarlos de allí
- Si, el gobernador se encuentra con vida, pero la inquisidora Kalistradi ha caido. Estamos la escuadra al completo junto a las FDP combatiendo en la Casa de los Ecos. De momento mantenemos la posición pero pueden sobrepasarnos en cualquier momento; somos cada vez menos y ellos son interminables.
Casi pudísteis escuchar un asentimiento:
— Pongo inmediatamente en marcha la operación de rescate. Traten de .......... depejar la zona. Que el Emperador les guarde.
Y un sonoro ¡clic! puso fin a la transmisión.
Dejo esto abierto por si queréis hablar algo entre vosotros, tenéis algo que añadir o, más probablemente, queréis poner un post de conclusión o alguna reflexión de vuestros personajes, ya sea en el día y medio que estáis aislados o bien ahora mismo
Elyas se acercó al gobernador. Si por el fuera, dejaría allí a ese petimetre y pondría en su lugar a cualquiera de los soldados de la FDP que estaban allí combatiendo y serían abandonados a una muerte cierta y horrible, pero las órdenes son las órdenes.
- Gobernador, van a sacarnos de aquí. Prepárese para la evacuación.
Tenían que coger también los restos del xenos y el artefacto para que su misión en aquel planeta condenado hubiese servido de algo. Cogió el artefacto con su mano derecha, mientras que con la izquierda siguió disparando a los gantes que se le ponían a tiro.
Situado en una de las agujas más elevadas de la Casa de los Ecos, una torre de especial robustez, Sepheran escuchó la comunicación entre la flota de rescate y el Hermano Elyas, sin dejar de disparar en ningún insatnte.
Los enormes casquillos de los proyectiles bólter salían despedidos de su mortal receptáculo sin parar, consumiendo cargadores casi más rápido de lo que Sepheran era capaz de recolocarlos en su lugar.
De cuando en cuando, el marine debía ponerse a cubierto, cesar en su infausta orgía destructiva, pues el cañón del bólter pesado se calentaba tanto que amenazaba con hacer explotar los proyectíles antes de ser disparados. En esos escasos segundos en que el astartes le concedía un respiro a su vieja amiga, mientras ésta humeaba enfriándose, el Angel Sangriento sonreía. Sabía que aquel mundo estaba condenado. Quizá hubieran logrado algo importante, o quizá todo había sido una pérdida de tiempo. Pero él había disfrutado cada disparo, cada salpicadura de sangre xenos, cada monstruo abatido. Sonreía como un poseso.
Y en lo más recóndito de su ser, oculto bajo esas capas de satisfacción, delirio y frenesí sangriento, lo que había sido un día un joven prometedor en una de las casas de reclutamiento de la excelsa IX Legión, lo que quedaba de aquel muchacho desaparecido hacía tanto tiempo... temblaba de miedo, por aquello en lo que se estaba convirtiendo.
Sepheran se alzó de nuevo, y se dispuso a llevar la muerte a unos cuantos cientos más de tiránidos.
Riendo entre lágrimas como un loco.
Skold fue el portador y protector del orbe y su soporte durante el día y medio que transcurrió desde el comienzo del desembarco xeno. Al principio el avance hacia el distrito Magistría fue rápido y no tuvieron apenas combates de interés, salvo pequeñas escaramuzas bien solventadas por el bólter pesado de Seph. Más adelante la situación cambió, y a pesar de que numerosos soldados de las FDP se iban uniendo al contingente que marchaba guiado por cuatro poderosos Astartes, los combates eran constantes.
Finalmente consiguieron alcanzar la Casa de los Ecos tras un combate en el que por primera vez Skold se vio obligado a soltar su carga y empuñar su bólter pesado con forma de cabeza de lobo. La llamada xénica había provocado el desenmascaramiento de los soldados afectados, muchos fueron exterminados y otros muchos huyeron, motivo por el cual se les permitió la entrada al bastión planetario.
El planeta estaba condenado como también todos sus habitantes, y por extensión nosotros cuatro, motivo por el cual el lobo no se molestó en disparar una bala. La escasez de armamento era un hecho y todas las balas que disparase el bólter pesado de Skold irían en detrimento de la diversión de Seph ¿para qué privarle de ella? Así pues se dedicó a pasar tiempo con la astrópata pues los juegos de la niña en cierto modo le calmaban, parecía indiferente a todo, ajena a la destrucción a su alrededor, siempre con ganas de jugar. Los niños, los seres más puros de todos, que también se veían inmersos en este bucle sin final que suponía la guerra, la guerra eterna.
...¡Ira a Astartes! ¿Me reciben?...
El mensaje llegó sin previo aviso, y sorprendió por lo inesperado. Sabían que el mensaje de socorro había sido enviado, pero no que hubiese sido recibido, y mucho menos aún que hubiese provocado reacción alguna. Fue por tanto un mensaje de esperanza. Un mensaje de esperanza para ellos, evidentemente y para el Lord Gobernador. El resto continuaban condenados exactamente igual que antes. Aún con todo, todavía tendría que surtir efecto la evacuación, cosa que no parecía probable dada la densidad de naves enemigas.
Skold añoró en este momento la figura del capitán Ascote, la asesina callidus que tan bien sirvió a su ordo. Una verdadera lástima, pues resultaba improbable que hubiese conseguido llegar hasta la Casa de los Ecos abriéndose paso por sus medios desde el distrito Pórtica. No obstante era una asesina y ¿quién sabe? Quizá el cruel destino todavía les tenía reservada alguna jugarreta macabra.
Pequeña. - dijo Skold cálidamente a la niña - Recoge tus juguetes, es hora de que nos vayamos a otro sitio. Es un sitio divertido ya lo verás. Sigue a Skold, vamos.
No tenía intención de dejar a la niña en el planeta, aún con el riesgo que podía suponer un psíquico en un viaje como este. Si el malcriado del gobernador planetario se salvaba, también lo haría la niña.
Avalos cae y ante nuestros impotentes ojos un mundo completo es contaminado más allá del punto de salvación. Solo un exterminatus podría eliminar a los enemigos de la faz de éste planeta pero la flota jamás podría acercarse lo suficiente como para realizarlo sin que las enormes e infinitas bionaves tiránidas los destrozasen.
Nuestra resistencia se torna desesperada mientras combatimos en un mundo ya condenado. El bastión de la última lucha es la Casa de los Ecos, donde las fuerzas conjuntas nos permiten no morir aún, a pesar de que no luchamos por ningún fin más elevado que nuestra propia supervivencia. Disparo mi arma sin pensar en nada más que en mantenerme con vida, recordando a cada momento la caída de Macragge, recuerdos y memorias que llenan mi mente y pueblan mis ojos de lágrimas que nadie puede ver a través de mi casco. La rabia y la impotencia son los sentimientos que mueven mis músculos al momento de disparar mi bolter para destrozar a gantes y cuando mi espada de sierra desgarra sus cuerpos asquerosos y manchar mi servoarmadura con sus líquidos tóxicos.
Las esperanzas se pierden a medida que las horas de interminables asaltos se suceden una tras otra hasta que finalmente el mensaje que noa devuelve el alma al cuerpo. Escucho como Elyas responde al llamado de la flota Astartes que viene a rescatarnos de la perdición apocalíptica resultado de la invasión de éstas alimañas. El Hermano Skold prepara a la astrópata para la extracción mientras yo movilizo a las tropas supervivientes:
- "Fuerzas planetarias de defensa, preparense para la extracción inmediatamente. Usen a la Guardia Sin Sombra para proteger un perímetro donde una lanzadera pueda efectuar un descenso seguro. Avancen de inmediato. ¡Por el Emperador!"
Acto seguido avanzo disparando y desgarrando a todo lo que está en mi camino. Aquel camino que me separa de la libertad de seguir viviendo y de poder continuar eliminando a todos los enemigos de la humanidad. Soy un Marine Espacial y la muerte es mi único descanso pero este ángel del Imperium no desea aún dejar de su servicio y, como miembro de la Deathwatch, no deseo que mi vigilia termine.
Avanzo junto a los soldados de las FDP, la Guardia Sin Sombra y la guardia privada del Gobernador para así formar el perímetro deseado.
El ruido es ensordecedor cuando vosotros, los Marines Espaciales, encabezáis una contraofensiva suicida para obligar al enemigo a replegarse para abrir camino a la cápsula de rescate. En el perímetro defendido, los hombres de la FDP, conscientes de que van a morir de todas formas y de algún modo desesperadamente decididos a hacerlo de una forma en que se les recuerde, caen como chinches, acompañados aquí y allá por hombres de la guardia personal del Lord Gobernador y de la Guardia SinSombra. Asombrosamente, logran hacer retroceder al enemigo, o más objetivamente, logran desplazar el frente de combate a base de exterminar a todo cuanto se mueve frente a la Casa de los Ecos. Una segunda línea de heridos, algún civil y voluntarios se apresura a despejar el terreno apilando centenares de cadáveres xenos gorgoteantes en montones de biobasura xénica. El trabajo da resultado a un precio elevado, pero es necesario recordar que Avalos ya había sido vendida y ahora solo se discute el coste.
Finalmente la cápsula llega, sin tripular, aunque esto no supone una pausa a aquella encarnizada matanza. No hay sitio para todos, pero unos y otros sabéis quienes son los náufragos más valiosos. Si a alguno le acecha la sombra de la duda, esta es rápidamente disipada por un par de tiros en la cabeza, lo que disuade al resto de idealistas. Y así, dejáis este mundo como llegásteis a él., tras una batalla perdida, con pocas esperanzas y con escasa munición, aunque algo más acompañados. Syndalla, alias Ascote; el Lord Gobernador, Elysharna, la niña psíquica; el sargento Red y algún otro afortunado.
Quizá, a fin de cuentas, era tiempo para la esperanza. Una esperanza pequeña y maltrecha, insignificante, aquella a la que la Humanidad, en el eterno orgullo de su Imperio decadente, se había aferrado desde antes de que el Emperador pusiera la vista por primera vez en las estrellas...
En la cápsula reinaba un silencio denso. Nadie decía nada porque nadie tenía nada que decir, nadie quería hablar de lo sucedido, y aún en este instante nadie se sentía del todo a salvo. ¿Sería derribada aquella insignificante lanzadera por algún tiránido estelar asesino? Naves más grandes habían caído, y eso bien lo sabíais. Sin embargo, aquella cápsula tomo un rumbo inesperado, siendo proyectada en un ángulo muy lejano a los 90º que exigía la costumbre. Rápidamente fuisteis conscientes de que estábais dando un paseo atmosférico alrededor de aquel planeta, y en medio de aquella lluvia de esporas fatídicas érais lo único que subía. Rodeada buena parte de la superficie, pudísteis contemplar la cara opuesta de aquel planeta condenado. La menos habitada, la menos importante. La más segura. El viaje fue mucho más largo de lo esperado, pero sabíais que quien quiera que había tomado esa posición en la órbita planetaria tenía cierta idea de lo que hacía.
Fue Ascote quien rompió ese silencio observador, aunque ya había roto la atmósfera del momento a base de llenar de un humo espeso de un puro aquel reducido espacio:
— Bueno, increíble. Parece que después de todo hemos salvado el pellejo, ja, ja, ja... —exhaló placenteramente el humo de su boca, ese suspiro pesado de quien retoma un vicio que pensaba no volver a tocar— Ya lo decía mi madre, que mala hierba nunca muere, y yo soy una mala hierba, ¡vaya que sí! Venga, no es momento de pensar en los muertos. Ellos no van a pensar en ti, están demasiado ocupados estando... muertos. Estamos vivos, ¿no? Pues ahora pensad como podemos vengar a nuestros compañeros de esas bestias hijasdeputa —los dos mordiscos tentativos al puro dejaban claro que hablaba en serio, aun en ese tono—. La tristeza no va a salvar a nadie más, pero una buena explosión puede que salve al hermano de alguien algún día, ja, ja, ja... Suputamadre, estos Astartes han salvado lo menos un millón de hermanos allí abajo, no podemos si no darles las gracias, ¿verdad? ¿Usted qué opina, Gobernador? Debería darles la Cruz de Avalos al mérito, aunque —se asomó por la escotilla de la cápsula— lo mismo eso deja de tener sentido en unas horas. Ah, su puta madre, bestias cabronas, ya sabía yo que algún día vendrían a comerse mi planeta... —se le había acabado el puro, y ahora escupió el reborde de otro de ellos, encendió una cerilla en su barba y lo prendió—. Mala peste les coja...
Y aunque no tuviera sentido, la falta de consideración de aquel ajado capitán sirvió para animar un poco más aquel viaje sin retorno.
Skold estaba más silencioso y sombrío de lo habitual, incluso más de lo habitual en los últimos instantes de la misión. Estaba pensativo. Y era por aquello que había dicho la niña, aquellas enigmáticas palabras con las que un ser tan inocente, con aquella voz alterada con la que hablaba aquellas veces había cargado la conciencia del Marine. Había sido en la Casa de los Ecos, cuando estaban condenados, cuando todos menos Skold aprovechaban sus últimas horas de vida para desplegar cólera vengativa sobre sus verdugos. Cuando, qué ironía, jugaban como si nada hubiera más allá de esas paredes malditas. Entonces él había visto en sus ojos la profundidad del vacía y de la incomprensión, la vacuidad de su misión, el sinsentido de su existencia:
"Veo duda en ti, Lobo. Veo miedo. Y los lobos miedosos son los lobos más crueles, aunque a menudo sean líderes de manada. Pero cuando ese despiadado macho alfa es derrotado, su sucesor no le concede el acostumbrado exilio, sino que lo mata frente al resto con sus propios dientes. Recuerda: no hay lugar en la manada para líderes con dudas. Hay lobos solitarios y cobardes gregarios que esconden el hocico ante mejores cabecillas: pregúntate qué lobo eres tú"