Ya separado de sus compañeros, Onfale se dirigió hacia su familiar con la precisión de una brújula. Su camaleón Perezoso estaba cerca, lo presentía, pero requería una gran precisión óptica distinguirlo en la maleza. Sabiendo que estaba cerca, el eunuco decidió esperar. Se sentó en la hierba en posición de loto y dejó que fuese Perezoso quién lo encontrase a él. Notó las pequeñas patitas aferrándose a su ropa, trepando hasta su hombro. Al fin.
Entonces el suelo retumbó por un instante, volviendo a la calma. Retumbó una segunda vez. Retumbó por tercera vez, como quien aporrea una puerta.
¡Groooaaawwwwfch!
Abrió los ojos a tiempo para ver un vórtex surgiendo de la boca abierta del pequeño camaleón, algo tan grande como una persona saliendo por un lugar tan pequeño como el grosor de un dedo.
Hooooola, buenos días-saludó la figura recién llegada.
A Onfale le resultaba familiar, a pesar de los meses que habían pasado (o siglos, teniendo en cuenta el distinto transcurrir del tiempo entre dos dimensiones). Se trataba del Gentil Que Llama, aquel diablo atrapado por Strahd en una antigua posición de guardia en forma de torreón, cuando tenía el aspecto de una mujer hermosa y se hacía llamar Sandansola. El diablo que el Aquelarre había liberado durante la Edad del Lobo en Dorvinia.
Ssssh... No digas nada, Onfale. Saltémonos la parte en la que me insultas por el odio y repulsa que te causo. Es una parte que me deleita, sí, pero llevo un siglo falto de tiempo por la cantidad ingente de trabajo atrasado. ¿Sabes que hace tiempo vi a Tremens? Me liberó de un lamasu que me tenía cautivo.
Se arregló la ropa, alisándola con la mano hasta quitar todo atisbo de arruga y pliegue por arte de magia. El Gentil Que Llama también aprovechó la pausa para arreglarse el nudo de la corbata. Por contra, Onfale sentía el ligero dolor de mandíbula de Perezoso, que ya había vuelto a su sitio en el pequeño craneo del reptil.
Lealtad Venenosa, eso es lo que busco. Es el nombre de una espada mágica. Quiero que la robes para mí. Los Guerreros del Amanecer la guardan en Krezk, al oeste de aquí. La cogería yo mismo, pero tsk, ya sabes... la tienen en el Santuario de la Primera Luz, y yo no puedo acceder a suelo sagrado.
A cambio de ese pequeño favor, puedo darte lo que más deseas en el fondo de tu corazón. Tráeme a Lealtad Venenosa y yo te devolveré... tus... atributos... mas-cu-li-nos. ¿No quieres saber qué se siente? Conocer el sexo de nuevas maneras que un "educador" de harén como tú no ha experimentado... Recuperar el deseo por las mujeres, e incluso... corresponderlas.
La propuesta del Gentil Que Llama sonaba a algo que podía reconciliar a Onfale con la despechada Leiath. Incluso desde el punto de vista racional, aunque no la amase, tenía cierta lógica querer que la Bruja de Hala estuviese contenta, ahora que se había vuelto tan poderosa y era tan importante tenerla de su lado. Pero aunque rechazase la oportunidad con la que el diablo le tentaba, si Onfale decidía seguir fiel a sí mismo todavía podría pedirle al Gentil Que Llama otro tipo de recompensa a cambio de la espada.
¡Oh, sí! Sí que hacía falta que el diablo le mandara callar porque le apetecía chillarle, gritarle y mandarlo al carajo. ¿Es que no podía tener la fiesta en paz? Acababa de recuperar, por segunda vez, la libertad y no precisamente sin penalidades. La mención de Tremens le dejó un poco descolocado. Le hizo pensar que no sabía en qué momento temporal se encontraba y que quizá cualquier ayuda podría ser provechosa. El Gentil Que Llama era un ser peligroso, no le quedaba duda, pero también poderos y, si algo ponía "cachondo" a Onfale , eso era el poder.
- Habla, te escucho.- Dijo con frialdad mientras se tomaba un respiro para acariciar a Perezoso, quien ya se metía entre los pliegues de su sucia ropa. Era curioso la emoción que sentía al recuperarlo. Era como si fuera una parte de él que le hubieran extirpado y ahora se sentía completo de nuevo. Era curioso que justo esa emoción fuera con la que jugaba su interlocutor para que aceptara la seguro peligrosa misión que le ofrecía.
- Mis... atributos...- Titubeó. Le había descolocado el ofrecimiento y se quedó un largo tiempo ensimismado en sus pensamientos, presa de terribles recuerdos despertados en lo más profundo de su subconsciente.
Atado de pies y manos, con los ojos vendados y desnudo. Lo recordaba todo como algo muy difuso, pues sólo era un niño cuando ocurrió. Normalmente eran los barberos quienes hacían la operación pero en el caso de Onfale su Amo se jactaba de ser uno de los mejores en dicho campo. Su Creador fue el mismo que le había comprado. Era su afición. ¡Sus perfectas y caras creaciones! Sus obras de arte que gustaba lucir en su vida social.
Su Creador envolvió la base del pene y los testículos en una venda que ajustó fuertemente para después retorcer hacia un lado. Puesto que era de su propiedad no hizo falta la parafernalia de preguntar a nadie si quería sufrir aquella mutilación o no. Cogió un cuchillo curvo bien afilado y realizó un corte fuerte y veloz, cercenando los genitales y quedando solo visible el conducto urinario, que se cortaba al ras del pubis para poder orinar. No le tembló el pulso y, con el tiempo, Onfale aprendió a agradecérselo. Muchas otras creaciones, imperfectas, morían entre terribles sufrimientos al, por ejemplo, no poder orinar fruto de un corte poco preciso.
Dicen que los gritos de dolor eran indescriptibles, pero lo peor era la recuperación. A pesar de todo ello, Onfale sólo había sido un niño y su mente, maleable, se amoldó a su nueva vida. Lo que sí que recordaba era el olor penetrante de la mezcla de la sangre, las sales y aceites usadas para desinfectar, y la orina purulenta. Todo aquello mezclado con el penetrante olor almizclado de su Creador. Le producía nauseas sólo de pensarlo, hasta el punto de casi hacerle vomitar.
- Mis "atributos" están en el fondo del mar, en un lugar y tiempo que no puedo determinar.- Dijo en respuesta. Los miembros cercenados de los eunucos quedaban en poder de su amo, conservados en líquido. Durante un tiempo el niño que había sido había vivido obsesionado por ellos, escurriéndose hasta las estancias de su Amo para quedarse embobado mirándolos. Cuando el barco naufragó, sus restos debieron hundirse con todo lo demás. No se podía confiar en aquellos diablos. Puede que le consiguiera la espada y luego le entregara su miembro cercenado conservado en formol.
¿Deseaba por tanto sentirse de nuevo completo como había sentido al recuperar a Perezoso? Desde luego era un sentimiento gozoso y una propuesta tentadora que trastocaba su forma de pensar. Ahora bien, después de tanto tiempo, ya tenía asumida su condición. Podría decirse que se gustaba a sí mismo y le había constado un duro camino. Con tal de consolarse había despreciado a los varones completos y considerado que su mayor punto débil era lo que tenían entre las piernas. La sangre que allí se acumulaba dejaba al cerebro vacío. ¿No sería hipócrita ahora reclamarlo para sentirse realizado como persona? Era más que unos genitales. ¿Y qué pasaría cuando los recuperase? ¿Se casaría con Leiath recuperado su gusto sexual o acabaría tan obsesionado con recuperar el tiempo perdido que moriría presa de múltiples enfermedades sexuales?
- Poco me importan ya mis genitales, el sexo poco me interesa...- Aunque sabía hacerlo, y muy bien, sin necesidad de un pene.- Sin embargo sí que hay algo relacionado con eso. Quiero descendencia.- Se sorprendió hasta a sí mismo al oírselo decir. Alguien como él, al que la presencia de los niños le producía repelús.
El diablo sonrió. Tenían un trato: la Lealtad Venenosa del Santuario de la Primera Luz a cambio de un hijo para Onfale. O hija. O puede que la descendencia fuese numerosa y de todos los sexos, toda una ruidosa prole, como una maldición. Cerraron el trato sin que Onfale se parase a matizar sus palabras, ni a meditar los problemas que podría traerle la paternidad. Al fin y al cabo, se encontraba en una etapa de su vida en la que no veía más aventuras en su horizonte, y en la que creía, el pobre, que podría sentar la cabeza y llevar una vida tranquila.
Tras cerrar el pacto con el diablo, el diablo se desvaneció. Onfale y Perezoso se quedaron solos, comenzando su viaje a Krezk. Rodearon la ciudad para hacer una visita a la familia Watcher, buscando la guía de Lovina. En la hacienda había un pequeño cementerio familiar antes de aproximarse a la casa. Allí vió la tumba de Victor Watcher (310-372) y la de Lovina (342-398), confirmando que no tenía aliados allí a los que recurrir. Sorprendentemente había una tercera tumba que le llamó la atención, por ser de un apellido distinto a Watcher... Se trataba de Leo Dilysnia (320-398), con el mismo año de fallecimiento que Lovina. La lápida de Lord Dilisnya ponía: "Que sirva de recordatorio a todos los que osen oponerse a la voluntad de su Señor". Onfale no pudo acercarse más a la casa, pues uno de los sirvientes salió escoba en mano para espantarle. El eunuco se había enfrentado a armas más afiladas, y vencería en duelo singular, pero las barbas de la escoba estaban lo suficientemente sucias y asquerosas como para no acercarse.
Horas más tarde, en la posada del Ascua Candente, Onfale conoció a uno de los descendientes de los lugareños que cavaron la tumba de Leo Dilisnya. Invitarle a unas copas bastó para que aportara algo de luz sobre el tema. Resulta que hace cien años requirieron varios peones en la hacienda de los Watcher sin mediar explicación. Pagaron una pieza de platino por cabeza por cavar una fosa en la que enterrar un cofre de hierro. La tarde transcurrió tranquila, pero no se terminó el trabajo antes del atardecer, y en cuanto el último rayo de sol se consumió, algo sobrenatural encerrado en el cofre golpeó con tanta fuerza que hacía al metal retumbar. Les ordenaron que siguiesen con su cometido. En cuanto tuvieron su dinero, los peones se alejaron en plena noche. Que lo del interior del ataúd de hierro "despertase" al anochecer sugería que dentro había un vampiro. Encerrado como estaba, sin sangre que beber, el hambre se convertiría en dura tortura, y consumiría al chupasangre hasta dejar solo un esqueleto. Sin embargo, Onfale sabía que eso no bastaba para acabar definitivamente con un vampiro: una gota de sangre bastaría para sacarlo de su estado latente. El vampiro Leo Dilisnya tenía el potencial de convertirse en una destructiva distracción para los Guerreros del Amanecer que custodiaban la espada Lealtad Venenosa.
Además de la posada del Ascua Candente y la hacienda de los Watcher, Onfale visitó la Aguja del Ghaddar. Se trataba de un minarete de principios de siglo, de construcción Terg, levantado en el centro de la ciudad. Las invasiones de los bárbaros Terg duraron del año 320 al 347, y eran adoradores de un demonio llamado Zagaz. En sus paredes había inscripciones y runas que Onfale creía interpretar como sellos y como las instrucciones para romperlos. Tal vez, como alternativa a soltar un vampiro, Onfale podría entretener a los Guerreros del Amanecer liberando un peligroso demonio.
En un local conocido como el Escaparate se concentraban los matones de una organización mafiosa llamada los Comerciantes del Vardo Rojo. Seguramente, pagando una fuerte suma, podrían organizar unos altercados por toda la ciudad... o podrían robar a Onfale y dejarle sin nada, que son los dos resultados que puedes obtener si enseñas una bolsa de monedas a un montón de tipos peligrosos.
Si no recurría a ninguna distracción, Onfale tendría que colarse en el Santuario de la Primera Luz en plena noche, ante las narices de los guardias...
Puedes rolear como quieras. No doy descripción del Santuario para que no tengas limitaciones arquitectónicas para colarte dentro. Si necesitas una ventana para colarte, la ventana estará ahí.
Estamos en el año 499.
El diablo no era más que un trilero por lo que Onfale se quedó algo inquieto cuando el trato se hubo sellado y el Gentil Que Llama desapareció tal cual había venido. Bueno, esta vez no usó al pobre Perezoso y su pequeña mandíbula, sino que se desvaneció. Acarició la fría piel de su camaleón deleitándose en ese momento.
A pesar de sus reticencias, al llegar a Krezk, pensó en que había tomado la mejor decisión al ver que Lovina reposaba bajo tierra para la eternidad.
- Leo Dilysnia (320-398).- Leyó en voz alta para ver si al escucharlo de su propia voz le traía algún recuerdo más. Ese maldito nombre le sonaba. ¿No les había dicho Victor Watcher que era el culpable de traer las brumas a Barovia? Sí, estaba seguro. Pero si le sorprendió encontrar su tumba junto la de Victor Watcher, quien le había odiado por lo que hizo, más le sorprendió saber, a través de uno de los descendientes de los pueblerinos que cavaron su tumba, que el hombre era un vampiro y que permanecía allí encerrado.
El asunto era complejo. Colarse en el Santuario de la Primera Luz no le parecía que fuera a ser una tarea fácil. Iba a necesitar una distracción y las opciones que se le presentaban, así de primeras y de forma rápida, eran cuanto menos cuestionables en cuanto a la ética. ¿Qué pensaría Leiath? Negó con la cabeza abordado por un sentimiento de rencor que recorrió con avidez su cuerpo. ¿Qué le importaba esa santurrona? Sí, le había salvado la vida en múltiples ocasiones, algo que él mismo ya le había devuelto, y sí, habían recorrido un largo camino juntos lleno de penurias. Después de todo eso, despechada como una vulgar pueblerina enamorada, le había despreciado y se había ido al hospicio de Hala sin ni siquiera dejarle acompañarle por el camino. Respiró hondo para tratar de tranquilizarse. Sin aliados reales en una tierra extraña no podía despreciar así el poder de Hala que se canalizaba con fuerza a través e Leiath. Mejor no tener que confesarle una acción como la de "resucitar" al vampiro que creó las brumas. Tampoco iba a gastar ni una moneda de cobre de su bolsillo para pagar al gremio de ladrones y que le recuperaran el objeto que él mismo podía obtener. Si al menos el Gentil Que Llama le hubiera dado el dinero...
- Pues sólo me queda una opción entonces.-Se apoyó con ambas en el murete de la Aguja del Ghaddar desde el que se podía apreciar una espectacular vista de la ciudad. Cuando creyó estar preparado se internó en la construcción con el fin de descifrar las inscripciones y runas de sus paredes. Después de todo iba a ayudar a un diablo así que pensó que liberar a otro no marcaría una gran diferencia. Con ello esperaba distraer a la mayor parte de los soldados e internarse sin demasiado peligro en el Santuario para "recuperar" la espada.
Comenzó así el periodo de descifrado. Noche a noche. Un símbolo Terg Þ, que podía ser una deformación del ß arcano; el ø era universal, la nada absoluta; si ¥ significaba demonio, y § era la serpiente, entonces...
Tres noches después, pronunció el encantamiento que debía romper el sello en voz alta. Nada. No podía ser culpa de la traducción, Onfale no cometería un error en algo así. Tenía que ser cosa de la pronunciación. Probó varias variantes: la e más cerrada, la r suave como r doble... Al final resultó ser cosa de la h, que se debía aspirar.
¡PLOFFF!
¡Hola, holita! ¡Me llamo Shippo!
Onfale miró al canijo con decepción. No alcanzaba los dos pies de alto. Al final tendría que recurrir a Leo Dilisnya. Se dió media vuelta para marcharse, pero el mini-demonio se agarró a la pernera de su pantalón.
¡Espera...! ¡No puedes marcharte! ¡Me has
liberado! Te puedo ser útil, de verdad...
Onfale le explicó la situación. Después de todo, si los Terg se habían tomado la molestia de sellarlo, debía de tratarse de un demonio muy problemático. Shippo accedió, y abandonó la Aguja con pasitos rápidos y silenciosos. Onfale salió justo después, y buscó un callejón para vigilar el Santuario de la Primera Luz. Y esperó.
Un batacazo en la lejanía, y la luz de las estrellas se reflejó en una enorme nube de harina sobre los edificios. Los perros de toda Krezk empezaron a ladrar. Dos caballos desbocados tirando de un carro pasaron por delante del callejón y siguieron sin control hacia la otra punta de la ciudad. Un pequeño pajar entró en llamas. Sonido de cristales rompiéndose. Gente peleándose en la calle. Dos o tres turbas con antorchas y horcas perseguían sombras sospechosas e irreales. Shippo estaba haciendo bien su trabajo.
La pareja de guardias que daba vueltas en torno al perímetro se marchó para tratar de paliar la situación. De los dos guardias de la puerta principal, uno entró en el santuario, y luces empezaron a encenderse en las plantas superiores. Pronto todos saldrían con sus armaduras, sus símbolos sagrados y sus buenas intenciones. Pero había una zona del templo que permanecía a oscuras, y que por tanto no formaba parte de las habitaciones de los Guerreros del Amanecer. Onfale se dirigió hacia la parte trasera, trepó y usó sus ganzúas para mover el cierre interior de la ventana.
El interior estaba a oscuras, conjuró una luz, y entonces se dió cuenta que delante de él no había suelo, estaba sobre un friso de la pared, en lo que parecía una sala de museo. Había allí varios expositores, y descendió para investigarlo todo.
Solo había una espada, no tenía pérdida, y al acercarse comprobó que el letrero decía Lealtad Venenosa. El resto de objetos no despertaron la atención de Onfale, eran cosas de clérigos: había un inciensario, una armadura pesada, un escudo de acero, un símbolo sagrado... Todo con decoración de su dios, es decir, marcado de manera que fuese difícil de vender en el mercado negro.
Yo que tú no lo haría...
La voz hizo volverse a Onfale. Un débil anciano entró en la sala desde el extremo más alejado.
No agarres esa espada, está maldita.
No conozco tus motivaciones, pero sea
lo que sea, tenlo muy presente: no merece la pena.
Se presentó así una última escapatoria para hacer lo correcto y no ir por el mal camino. El moralismo de Leiath repiqueteaba en la cabeza de Onfale como un grillo; un picor en su vieja herida de la entrepierna le recordaba que aquella era su última oportunidad para tener un hijo...
Por un momento había pensado que el diablo liberado iba a ser un fiasco tan apoteósico como el reencuentro con Fosco en Krezk. Sin embargo el pequeño diablillo, de aspecto inofensivo, parecía más molesto que un grano en el culo.
El plan está saliendo bien.- Algo inusual. Quizá es que trabajara mejor solo que con el Aquelarre. Después de todo siempre decía aquello de "si quieres que algo salga bien, hazlo tú mismo".
Cuando ya tenía la espada a su alcance la voz de aquel anciano le hizo volverse. Le recordó al Wu Jen que había causado toda la maldición en la Aldea de la Locura. ¿Qué sabía ese viejo de Onfale? ¿Cómo podía decirle que no valía la pena?
Si una maldición tan grande pesaba sobre la espada deberían tenerla más vigilada. - Sonrió ante su cínico pensamiento y la idea de que estaba volviéndose más poderos con el transcurso del tiempo.
- Shammmmbu ajna adr̥śya.- Fue la única respuesta que salió de su boca a la par que formaba el mudra con los dedos untados en las esencias del conjuro de invisibilidad. Sin más, envolviendo la espada con un pañuelo, haciendo que despareciera de la vista, y se dispuso a salir de allí.
No... tan... deprisa...
El anciano sacó un pañuelo, y se tapó los ojos. Cuando Onfale trató de pasar a su lado, el monje desplegó las vendas de sus antebrazos hasta hacer que su estola se enroscara en la muñeca del eunuco invisible. Tensó. Tiró de Onfale hacia él. Onfale desenvainó la espada y cortó la tela, pero el anciano reaccionó agachándose y haciendo un barrido con la pierna. Lucharon. Onfale puso fin a la lucha hundiendo el filo de Lealtad Venenosa en su rival. El monje se dejó caer, con una fea herida en el abdomen. Voces en el pasillo le indicaron que más guardias venían. Ya que la invisibilidad no era suficiente, Onfale corrió.
Al pasar por una calle de Krezk, se cruzó con los caballos de un carro encabritándose y amenazando con aplasatarle con sus cascos. Onfale se apartó. Aún tenía a Lealtad Venenosa empuñada. Corrió. No paró hasta llegar a las afueras. Aguantó despierto cuanto pudo, esperando a que El Gentil Que Llama viniese a cobrar su fetiche, pero al final se quedó dormido. Le despertaron al amanecer dos pinchazos en el tobillo. Notó el veneno recorrer su cuerpo mientras Perezoso se metía bajo el turbante. Abrió los ojos dejando escapar un quejido. Estaba rodeado por multitud de serpientes de todo tipo. Era como si toda víbora de aquel bosque hubiese acudido en procesión a recibir a Lealtad Venenosa.
Toc... toc... toc...
El tronco de un árbol se abrió como si se tratase de una puerta. El Gentil Que Llama al fin acudía a llevarse la espada. Seguro que se retrasó a posta, contemporizando mientras veía cómo las culebras rodeaban al eunuco.
Has hecho un buen trabajo. Uhm... ¿qué te parece la espada maldita apodada Lealtad Venenosa? Es la asesina perfecta. La entregas como si fuese un regalo, y la persona que lo recibe la guarda como un tesoro. Y mientras, la espada maldita llama a las serpientes y las convoca ante ti. Muerte por mil mordeduras y mil venenos. Ahora debo llevármela. Lealtad Venenosa tiene a alguien a quién matar en otro lugar. ¡Vamos, dame esa espada!
Onfale se resistió, no tanto para proteger a la siguiente víctima de la maldición, sino de puro odio hacia el diablo y de cómo le había engañado. De un golpe de muñeca, hizo que la punta de Lealtad Venenosa hiciese un corte superficial en la mejilla del Gentil Que Llama.
Jujujuju...
El diablo sacó un pañuelo de la chaqueta y limpió su herida con pulcritud. Tendió de nuevo la palma de la mano para solicitar la entrega de la reliquia.
Puedes darme la espada, y yo haré que las serpientes me persigan... o puedes quedártela, y yo la recogeré después de que tú mueras. Es tu decisión.
Onfale despertó. No había serpientes. No estaba allí el diablo. Tampoco la Lealtad Venenosa. Pero al examinar su tobillo, encontró dos orificios como los que dejarían los colmillos de una serpiente. Su cuerpo había luchado contra el veneno, pero aún estaba débil. Se puso en pie con dificultad. A los tres pasos, un retortijón, una arcada y un vómito. Se acarició el abdómen... lo tenía hinchado, como lo tendría una embarazada a los cuatro meses. Al fin tenía su hijo. Qué pegas tendría su retoño maldito al nacer y por dónde pariría, no quiso preguntárselo.