Partida Rol por web

Ya que nadie le hacía ni caso y se ponían a registrar la habitación, fue ella misma a recoger un poco de agua y volvió de inmediato al lecho donde yacía Sunny inconsciente.

Durante la larga espera, se percató del bulto que había en el suelo; el otro enmascarado que había atacado a Onfale. Le pidió al perfumista que le atase bien por si acaso se le ocurría levantarse.

Siguió velando a la niña, aplicando paños húmedos a su frente, cantándole en susurros, dándole todo el cariño que seguramente no había tenido desde que murió su madre.

- ¡Aja!-Exclamó triunfante Onfale al ver que el cuerno del unicornio-balancín era desenroscable.- Aquí está.- Comprendía la felicidad que sentía Aire al encontrar su peluche. Él también deseaba con todas sus fuerzas encontrar sus cosas y, por supuesto, también a Perezoso. Como esclavo había vivido sin pertenencias materiales, aunque rodeado del lujo de su Creador, y siempre había deseado en secreto poder tener todas aquellas cosas, no sólo disfrutarlas cuando le dieran permiso para hacerlo. Era un vicio peligroso. ¿Acaso no era más feliz quien menos necesitaba? Había corrientes filosóficas que predicaban eso mismo, incluso no luchar contra el propio Destino y poner la otra mejilla. Sin embargo, el perfumista, no estaba de acuerdo. Podía vivir sin lujos, pasando hambre y humillaciones de todo tipo, pero siempre con  la esperanza de dar la vuelta a la situación. Era fuerte, como había demostrado en múltiples ocasiones. Pero si podía evitarlo, ¿para qué sufrir? ¿Cómo no deleitarse con los placeres más exóticos de aquel mundo? El dinero no daba la felicidad, pero llenaba la barriga, y eso era un buen comienzo. Así que, cuando consiguieron abrir las puertas dobles y encontraros sus cosas, el perfumista se abalanzó hacia sus pertenencias, no fuera a ser que aquellos desarrapados locos se pensaran que eran parte de su botín.

- Esto es mío, y esto, y esto...- Reuniendo todo su equipo de pronto se sentía poderoso, más él que nunca. Ni la austera toga, el hambre, las secuelas de las tortura, ni la máscara que les había puesto Rehner, podían ya alienar al mago. En cuanto tocó sus preciados objetos volvió a ser el de siempre.

Aristóteles le anunció la proximidad de Platón y el resto de sus cosas, así que la muchacha se puso a rebuscar por la habitación para ver si encontraba sus cosas. Pero no hizo mucho caso a su osito, que le estaba diciendo que estaba tras la puerta de las aldabas.

Sólo Onfale estaba allí cuando ella llegó cuál histérica y rápidamente cogió a Platón, que no tardó en empezar a orbitar a su alrededor.

¡Platón! ¡Qué bien! Ya estamos todos juntos, qué bien Estaba muy contenta, casi como si hubiese recuperado su magia. Ahora todo parecía mucho más fácil y mucho más sencillo. Y en cuanto se pudiera quitar esa maldita máscara, todo estaría mucho mejor.

Estaban tan contentos con sus cosas, y vistiendo al enano tullido con una armadura, que habían bajado la guardia. La puerta que aún quedaba por explorar en aquella sala del tesoro, la que emitía una luz por el ojo de la cerradura, se abrió de pronto...

La sala contenía un montón de piezas de oro, además de más objetos mágicos que no habían tenido nunca. Pero también había cosas extrañas... luces, formas... Alice, Aire y Onfale las identificaron como peligrosos "conjuros vivientes", es decir, energía mágica de conjuros y hechizos que se solidificaron hasta tomar la densidad de los cienos.

Una de las formas se moldeó hasta convertirse en un pequeño marco con una pequeña puerta. La pequeña puerta hecha de magia se cerró a la vez que la puerta que separaba a los conjuros vivientes de los humanos sintientes, de modo que la amenaza volvió a quedar fuera de la vista. Era un conjuro viviente de abrir/cerrar puertas.

Un mal presentimiento abordó a Onfale. Ya sabía, por el nacimiento de Fifí, que había campos mágicos invisibles fluctuando por el Sanitarium que hacían cosas inesperadas. Onfale ojeó su libro de conjuros a toda velocidad, comprobando que algunas de las páginas estaban en blanco. Y uno de los conjuros que le faltaban era precisamente el de abrir y cerrar. La única manera de que los conjuros volviesen a los libros era destruyéndolos en su forma de cieno.

Piedmon vio algunos objetos que estaban esparcidos por el montón que le llamaron la atención. No sabía porqué, pero le sonaban soberanamente. Le pasaba algo similar que a Aire, pues el trío de espadones que se hallaban allí le llamaban a gritos. Junto a ellos había bastantes otras cosas, como corazas, cinturones, colgantes, objetos muy interesantes que por alguna razón tenía la sensación de que eran suyos.

Piedmon no había usado nunca nada de eso, lo tenía claro. Quizá alguna que otra pértiga, una gran cantidad de sábanas para hacer su magia y cartas, muchas cartas. Pero cuando tomó dos de los espadones sintió que también era parte de su ser. Ahora tan solo tendría que quitarse la máscara y poder pintarse la cara de negro y blanco, los colores a los que estaba acostumbrado. Pero entonces recordó que tenía esa repugnante máscara y que no iba a poder volver a tener su apariencia hasta que no se la quitara.

Al menos él se había hecho con una gran cantidad de objetos, al igual que sus compañeros e incluso sentía un gran vínculo hacia ellos, como si los llevara portando durante años. No entendía por qué un saltimbanqui había usado esas armas en una vida anterior, ni por qué los necesitaba, pero así era y no tendría ninguna intención de soltarlos.

Sin moverse del lado de Sunny, Leiath escuchó como habían recuperado sus pertenencias y pidió amablemente que se las trajesen. En cuanto estuvieron en sus manos, no tardó en ponerse todo.

Sus botitas! Sus botitas nuevas!

Miró dentro de su bolsa de contención y palpó su contenido; sí el huevo seguía ahí dentro... Y el cadáver del vejete también. Lo que le hizo recordar que en realidad no habían tenido ni un descanso desde lo que parecían siglos. Había conservado el cuerpo de ese hombre con la esperanza de preguntarle si quería ser resucitado, pero ya todo eso estaba tan lejano y sin sentido.

Con los utensilios encontrados, seguramente que Onfale o, cualquier otro con una daga, ya podía quitar las máscaras de todos sin el peligro de dañarles. Era el momento de que todos los presentes dieran la cara y mostrasen quienes eran.

Señores- dijo muy ceremonial ella- quítense las máscaras y presentémonos como es debido.

- ¡Mis conjuros!- De acuerdo, era un mago mediocre, sobre todo en comparación con la Maga Roja o la poderosa Aire. Sin embargo no iba a dejar que lo que tanto le había costado construir, su libro de conjuros, se quedase en blanco así como así.- Tenemos que recuperarlos.- Entonces Leiath habló, tan calmada como siempre, diciendo que debían quitarse las máscaras. ¿No había tiempo para eso!. Primero los conjuros.- Yo puedo ayudaros con mis ganzúas, que acabo de recuperar, pero ayudadme a recuperar mis conjuros.

Alice, literalmente, arrapiño las cosas del montón, buscando y encontrando sus cosas como una loca. Esto es mío, solo mío. Esto también…. Oh mi libro de conjuro. Cuanto te he echado de menos. Entonces la maga pelirroja empezó a besar el gastado y sucio cuero de la cubierta del libro, y luego a acunarlo como si fuera un bebe recién nacido.

Ahora tenemos dos opciones, arrasar este lugar y tomarnos nuestra venganza a sangre y fuego; o marcharnos sigilosamente de aquí, dejándolo atrás como una mala pesadilla. Volvemos a tener nuestros cachivaches, volvemos a ser poderosos. Acentuó la palabra poderosos con los dedos a modo de comillas. Pero no sabemos hasta donde llega el poder de ese doctor.

Entre tantos tesoros que había en aquel lugar, nada brillaba más a la vista de aquel pequeño y valeroso guerrero que sus propias pertenencias, arrebatadas hará ya tiempo por aquellos carceleros que se hacían llamar Doctores. La esperanza con reencontrarse con sus objetos personales nunca se había esfumado, al menos no al completo, y ahora que las tenía ante él, no paraba de sollozar de gozo y lástima.

¿Quien querría un hacha guerrera enana si no tenía brazos activos para portarla? Y en su condición, aquella armadura reluciente y valiosa, no era más que un burdo caparazón pesado que incluso lograba ralentizarlo más aún si cabe. Sus deliciosas y preciadas pertenencias, convertidas en meros objetos que ni podía dejar atrás ni podía usar debidamente, solo meras molestias. Ojalá alguien pudiera sanar sus miembros restantes, ojalá su condición mejorara. Pero eso no ocurriría, al menos aún no.

-¿Conjuros? ¿Más Conjuros? ¿Aún más Conjuros? ¿Acaso aquí todos sacáis conejos de chisteras? ¿No hay ningún guerrero de verdad en esta sala? Salvo yo, por supuesto. Yo soy un valeroso, poderoso y fuerte Guerrero.

Cállate espetó Aire al enano. La muchacha era dulce y parecía encontrar siempre el lado bueno de todo, pero ese enano le superaba. Y eso que la de los ojos oscuros todavía no había salido a la luz.

Onfale, sigo sin magia. Hasta que no descanse, si es que puedo hacerlo bien, no la voy a recuperar, lo dice Aristóteles. Puedo dar a esas cosas mágicas con Aristóteles, pero sabemos que no puedo hacerles daño dijo Aire, haciéndole saber que su participación en esa batalla iba a ser nula. Alice, ¿tú tienes magia, puedes usarla? Quizá sería mejor hacer guardia para estar seguro que esos seres no se transportan a ningún lado y descansar hasta reponernos. ¿No crees? Para ser Aire, estaba siendo cuerda e, incluso, sensata. Si esa magia se descontrolaba, no podrían con ella en esa forma. No es que le preocupase que no le quitasen la máscara, al fin y al cabo ya se había acostumbrado. Sólo temía por su vida y por la de sus amigos.

La bruja, que estaba en todo, fue llamando a Onfale, Aire, e incluso al desagradecido del enano, para usar su varita curativa con ellos. No le parecía buena idea enfrentarse ahora a aquella habitación encantada. Ella preferiría esperar a la luz del alba y recobrar su conexión divina antes de meterse en más líos, pero sabiendo la cantidad de locos que andaban por ahí que no querían identificarse quitándose la máscara, prefirió tener a todos de una pieza por si a alguien se le ocurría atraer un nuevo peligro.

- Ninguno podemos después de los que nos han hecho.- Dijo apretándose las sienes y en respuesta a la pregunta que Aire lanzaba a la Maga Roja. Entendía, sin embargo , a Aire. Para ella el uso de la magia era diferente. No necesitaba un libro de conjuros como Alice y él mismo.- Si todos queréis descansar...- Estaba claro que no podía obligar a las frágiles Leiath, Alice y Aire a pelear como si fueran guerreras y que, con el enano y el saltimbanqui no podía contar. Eso sin contar con que Flame y Jadewo estaban desaparecidos. Lo más parecido a un combatiente en el Aquelarre, ahora mismo, era él, lo cual no era nada bueno.

El mal humor se le fue en parte al recuperar la salud gracias a los cuidados de Leiath.- Muchas gracias. Aire, Alice, venid aquí si queréis que os quite esas máscaras. Sólo tardaré un par de minutos gracias a esto.- Mostró sus ganzúas que, como ya sabían sus compañeras, eran mágicas. Ojalá las hubiera tenido con Leiath y no hubiera tenido que desfigurarle la cara.

El perfumista se puso a pasar las hojas de su libro de conjuros tratando de determinar los que le faltaban* y conminó a Alice a hacer lo mismo.- Yo optaría por huir, más que tomarnos la venganza. Lo único que me llevaría a acabar con ese viejo es ver si podemos recuperar a Flame para el Aquelarre.- Con lo recelosa que era la mujerona seguro que si la dejaban abandonada les perseguiría por toda la eternidad hasta cortarles las cabezas con Ayash. Aire proponía hacer guardias. Para ello el mago necesitaba primero ver cuántos conjuros le faltaban, de forma que pudieran saber a qué se enfrentaban. Además, él podía quedarse haciendo guardia, pues su magia era menos poderosa que la de la infantil hechicera.

Aire sonrió satisfecha. Parecía que Onfale había entrado en razón. Dejó que Leiath le curara y le dio las gracias mientras se ponía de espaldas al eunuco para que le quitara la máscara

En cuanto recuperemos nuestras fuerzas podremos recuperar tus conjuros. Y a Flame y a Jadewo, que estarán por aquí seguro. aseguró la hechicera, intentando reconfortar a Onfale. Sabía cómo se sentía. Al fin y al cabo, ella no había podido hacer magia, era como si se la hubiesen arrebatado.

Piedmon se acercó junto a Onfale para que pudieran quitarle la máscara que llevaba. Realmente estaba acostumbrado a tapar su rostro siempre que actuaba o trabajaba, pero esa careta era mucho más incómoda que cualquiera que hubiera usado hasta ahora y llevaba tanto tiempo con ella que deseaba quitársela de una vez. 

Además con eso era imposible comer en condiciones y la dieta de purés y líquidos no había sido de lo más agradecida, así que poder pensar en comer algo sólido hacía que empezase a rugirle el estómago. 

A cada paso que daban veía más cerca las posibilidades de salir de allí, de volver a ser el mismo de antes y especialmente de poder volver de nuevo a su circo, a su trabajo y a realizar sus piruetas y sus trucos de magia.

No, yo tampoco tengo magia. Tengo que descansar para recuperar los hechizos.

Si, deberíamos de rescatar a Flame y a Jadewo. Flame nunca nos abandonaría. De hecho la maga le debía la vida en al menos dos ocasiones a Flame, y Flame lo mismo a la maga roja. Era una relación de simbiosis bastante provechosa. ¿Pero por dónde empezar a buscarlos?

La maga también hizo cola para que Onfale le quitara la máscara.