¡Nooooo...! Buaaaaah. ¡Mi posada! ¡Mi sueño! No le prendáis fuego. El vampiro se aburrirá y se irá. Dejad todo como está, para que así pueda volver y reabrir mi posada...
Estragón zarandeó a Sapo, que no tenía la culpa de nada. Después forcejeó con Benn tratando de arrebatarle la antorcha, pero el humano se deshizo del cocinero empujándolo al suelo con el brazo.
Ya solo quedaba portar a los heridos y cruzar el portal. Benn cargó con Menon. Los demás, en mayor o menor medida, podían moverse por su propio pie.
Del otro lado... oscuridad. Güilian, Quiora y Qym pudieron distinguir un nuevo sótano, algo distinto. Sus paredes y suelo estaban excavados en tierra, así como las escaleras que subían a la planta baja.
Estragón cruzó el último, cuando no tuvo más remedio. Trató de apagar el trabajo hecho por los demás cuando ya no estaban, y había fracasado.
Mi posada...-se volvió a lamentar-Estoy endeudado hasta lo alto del sombrero, ¿qué va a ser de mí ahora? ¿Cómo le voy a devolver el dinero al cara de calamar?
La planta baja, sobre aquel sótano, tenía una puerta abierta a la calle, y una ventana escarvada por el que entraba la luz. Al salir, vieron la Ciudad de las Mil Puertas con sus calles iluminadas por su sol alquímico.
El no tener dinero no era un problema para Estragón, sabia sobrevivir por sus propios medios, el problema era deber mucho dinero. Estragón no tenía dinero suficiente para cancelar la deuda que había adquirido con las mafiosos de la ciudad. Solo le quedaba una solución, "la retirada estratégica en busca de un punto donde reorganizar las fuerzas" o como preferían decir las mentes más simples, "la huida".
En la mano llevaba en el Bastón de Eralion y en su mochila las dos filacterias. Puede que vendiéndolo todo pudiera pagar la deuda, pero también vendería su alma y la razón por la que vivía.
Puedes usar esta escena para completar más información sobre la historia de tu personaje, la relación con sus aliados/enemigos, como ha conseguido partes de su equipo, etc. Claramente todo ello médiate descripciones en el post.
En aquella habitación oscura y húmeda, el puño del ilícido Vlotung golpeó la mesa.
¡Humano Benn Krescott! Me recomendaste al semiorco Estragón, te hago responsable de que pueda o no devolver su deuda. ¿He de sumarlo a lo que tú ya me debes?
No... No es justo, señor Vlotung. Yo he ido tirando, le he devuelto las pagas estipuladas. Ese imbécil de Estragón tiene un bastón mágico carísimo, le dije que lo vendiera y le pagase todo a usted. ¡Se lo dije! Pero no se lo cree. Como ve en la oscuridad y no se sube a lugares altos, piensa que un bastón que da luz y usa caída de pluma es una chuminada inservible, y que nadie se lo iba a comprar, y menos por una cantidad tal que sirviese para resarcir sus deudas. Es un subnormal integral.
¡Traedme al mediano Rimsley!
Estoy aquí, Vlotung...-dijo el sacerdote, saliendo de las sombras-Recuerda que soy adivino. Sé cuando mis servicios serán requeridos. Y recuerda que no trabajo para ti. No soy uno de tus esbirros. Solo colaboramos cuando puede haber un beneficio mútuo. Pero lo que te voy a pedir como pago esta vez, no te va a gustar...-el ojo de cristal de Rimsley empezó a brillar, mientras vislumbraba en el tejido del tiempo-Estragón ha abandonado la Ciudad de las Mil Puertas. Ha usado uno de los umbrales de la Torre de los Portales. La puerta número uno, ya que para acceder a otros portales, según él, "tenía que subir demasiadas escaleras". Pero has de saber una cosa, Vlotung: cualquier esbirro que mandes para buscar a Estragón tendrá una muerte horrible en ese plano. Aunque ese Estragón no sea muy hábil, aunque los tuyos logren matarlo, y arrebatarle su caro cayado, los horrores que hay en Ravenloft podrán acabar con tus secuaces antes de que logren traerte el Bastón de Eralion.
Mientras, muy lejos de allí, en otro plano...
Arf, arf, arf... No sé cómo soportáis el calor de este infierno, Iqbal-dijo, mientras usaba su gorro de gran chef para abanicarse, mientras sus grasas sebosas se contorneaban a medida que era mecido por el caminar del camello.
Iqbal no protestó. Aquella criatura horrible y estúpida le había dado ochenta y cuatro monedas de oro solo para cruzar el desierto montado en su camello. Aquella fortuna bien le valía al lugareño tener que caminar a la sombra de su animal. Aún así, el humano estaba deseando dejar al sudoroso y maloliente pasajero en cualquier lugar para poder irse a su propia casa.
El pobre Iqbal iba envuelto en lo que parecía una mortaja de seda azul que solo permitía verle los ojos. Aunque Estragón sabía que había deja bajo de tanta tela azul, había tenido la desgracia de verle destapado mientras negociaba con él (o intentabas negociar). Iqbal era un hombre de piel morena casi negra de unos sesenta años con solo tres dientes mal puestos, a pesar de su avanzada edad el hombre se movía con gran agilidad y dirigía hábilmente a las extrañas bestias de carga que tenía a su cargo.
De repente, como movido por un resorte interno, Iqbal giro la cabeza y a continuación todo el cuerpo para mirar a retaguardia. هربوا من الأنبياء وأولئك الذين هم على استعداد للموت من أجل الحقيقة ، لأنهم غالباً ما يتسببون في موت العديد من الآخرين ، وغالباً قبل موتهم ، وأحياناً بدلاً من موتهم. Empezó a gritar mientras levantaba las manos por encima de la cabeza.
Movido por la curiosidad te giraste con pesados movimientos sobre la silla de monta. A lo lejos se estaba levantando una nube de polvo. Seguramente el pobre infeliz estaría gritando a sus dioses por la desgracia de haber levantado la arena del desierto. Pero al fijarte un poco más pudiste reconocer que delante de la nube de polvo iban varios jinetes espoleando a sus cabalgaduras.
Espera. ¿Qué? ¿Qué me estás diciendo? Habla más despacio. Majalajá-majalajá mis cojones. Eso lo serás tú.
Con dificultad, Estragón trataba de girarse sobre el camello para ver lo mismo que Iqbal, pero su flexibilidad era la de un mago artrítico. Para cuando llegó a tener una vista de la retaguardia, los jinetes que levantaban esa nube de arena ya eran palpables.
Oooooh, Shóndakul nos asista. ¡Pero si son viajeros! ¿Sabes una cosa, Iqbal? En mi religión, encontrarse con otro viajero es augurio de buena suerte. ¡Sopa de calabazas, si hasta creo que son más de uno! Eso es doble de suerte. Jejeje...
Estragón buscó a Rata en los bolsillos de su mochila y lo puso en su coronilla. Después lo tapó poniéndose el gorro de chef, que desde el cercenamiento de su oreja para hacer de tope, se le caía un poco más de un lado. Había que estar presentable para recibir a los recién llegados, y había que descabalgar para recibirles como Shóndakul mandaba.
Ey, Iqbal... Quiero bajarme de aquí. ¿Cómo chorizos se baja uno de un caballo jorobado? Jálama májala: bajar. ¿Entiendes bajar?
Miró con pavor al suelo. Los caballos jorobados de Iqbal eran mucho más altos que los caballos normales a los que Estragón estaba acostumbrado a ver, y ya esos tampoco le gustaban demasiado. Al ver la distancia con la arena, y temiendo la caída, se agarró con fuerza a su bastón: si se caía, por lo menos poder invocar el poder de caída de pluma del cayado de Eralion. Ni se le pasó por la cabeza saltar del camello con una caída de pluma, ya era bastante peligroso descolgarse a las bravas como para aún por encima meter magia de por medio. Estragón esperó a ver si Iqbal era capaz de hacer que el camello se volviese a poner de rodillas, como cuando el cocinero se subió a él, pero por algún motivo su guía estúpido parecía algo nervioso.
¿Iqbal? ¿Todo bien?-preguntó, como si el anciano pudiese entenderle.
Iqbal continuaba con su retahíla ininteligible. وقال الله. يجب أن يكون هناك ضوء. Pero hasta un kobold con la inteligencia disminuida por un hechizo de atontar habría interpretado que no era el momento oportuno de bajar del caballo con jorobas a saludar. El gesto de pasar el pulgar por debajo de la garganta de izquierda a derecha significaba lo mismo en todos los lugares.
Iqbal azoto el caballo jorobado con su fusta de mimbre tejido y tiro de las riendas del tuyo sin darte tiempo a cambiar de postura. Agarrado de la mejor manera posible a la silla y con una visión privilegiada de las ancas traseras la montura, también podías ver a los perseguidores. Vestían túnicas de color rojo, a diferencia de Iqbal que vestía azul oscuro, montaban caballos normales sin jorobas y este hecho les hacía ir mucho más rápido, acortándoos distancia poco a poco.
Tras varios minutos u horas de persecución. Con un súbito tirón la montura se detuvo y comenzó a ponerse de rodillas, mientras los perseguidores comenzaban a acercarse peligrosamente. Algunos comenzaban a desenvainar cimitarras y otros empezaban a cargar sus arcos. Debían de ser una docena. ¿En qué pensaba el viejo para detenerse en ese punto?
لموتك. يعمل Dijo el viejo Iqbal, que ya se había bajado del caballo jorobado y empezaba a correr hacia unas ruinas que no habías visto antes.
Parecian las antiguas ruinas de un templo, con grandes columnas y paredes de sillería pintadas con símbolos rojos. El techo se había derrumbado completamente y la arena del desierto se acumulaba sobre las paredes.
Cuando Estragón vió el gesto del pulgar de Iqbal, se le cambió la cara.
Ah, sí, tienes razón. Es mejor que nos afeitemos la papada para estar más presentables ante los otros viajeros.
Pero a medida que los perseguidores recortaban distancias, Estragón se fijó en sus cimitarras desenvainadas y sus arcos tensados. Y no hacía falta ser un semiorco idiota para darse cuenta de lo que significaba eso.
Iqbal... Me parece que estos tipos no vienen en plan amistoso. ¡Acelera!
Vaya, para esto Iqbal sí le había entendido, porque el lugareño gastaba mimbre que era una maravilla, y a pesar de la dureza de la piel de camello, se hicieron sentir las marcas enrojecidas de los latigazos en el costado del animal para azuzarle. Menos mal que tenía a Estragón para dar aviso del peligro, con su habitual perspicacia semiorca. Cuando la velocidad empezó a amenazar con hacer volar su toque blanche, se lo sujetó con fuerza. No era necesario, ya que Rata también se afanaba sobre la coronilla de su amo en agarrar el gorro para poder seguir estando bajo la sombra fresquita de aquella cúpula de tela sucia.
Una vez llegados a las ruinas, con el camello arrodillado y cerca del suelo, Estragón se bajó y empezó la segunda parte de la persecución. Contrariamente a lo que cabría esperar para alguien de su complexión y peso, el semiorco era más rápido que la mayoría de los humanos. Estragón no tenía especial interés en ser agujereado por las flechas de los túnica-rojas, y las ruinas le daban la posibilidad de buscar cobertura, y tal vez esconderse.
Motivo: Esconderse en las ruinas
Tirada: 1d20
Resultado: 14(+4)=18
Algunas flechas se cavaron cerca de la arena donde Iqbal había aparcado el camello. El viejo no se molestó en atacar la montura. Nada más que sus babuchas de tela tocaron el suelo salió corriendo a toda velocidad hacia las ruinas. El orco podía ser más rápido que el humano medio pero Iqbal no era un humano normal en ese momento, era un humano muy asustado, y todo el mundo sabe que el miedo da alas.
A lo lejos vistes como la túnica azul de Iqbal desaparecía por debajo de una gran piedra, al llegar a la altura de la piedra, y tras mirar un par de veces, descubrirte un agujero. Tras pasar por el agujero, con alguna que otra dificultad, te encontraste en una pasillo de piedra de grandes dimensiones que se adentraba en la oscuridad.
En el exterior se escuchaban las voces de los perseguidores. Puede que fuera un idioma distinto que el de Iqbal, o un dialecto diferente, pero sonaba igual.
Estragón lamentó no haber estudiado idiomas, como le decía su madre antes de morir. Si supiese lo que estaban diciendo, habría entendido eso último, que podía significar un "por aquí no están, vamos a pasar de largo inofensivamente" o un "vamos a ver si ese puerco verde está en este agujero de Ra".
A mí sí que me van a dar por el agujero de Ra como me encuentren...
Por curarse en salud, el semiorco siguió avanzando por el túnel. Sus esperanzas estaban puestas en que aquel túnel eminentemente recto tuviese algún recodo o algún cruce que le permitiesen esconderse, aunque lo más probable es que le bastara con alejarse más allá de lo que podía iluminar una antorcha desde la entrada. ¿Bastaría? No con el sonido de su respiración acelerada, que delataba la posición de un gordo cansado más adelante en el túnel incluso para aquellos que entrasen con los ojos vendados.
Estragón se llevó una mano a la cara, para taparse o medio taparse la nariz y la boca, amortiguando el ruido de sus exhalaciones para no delatarse. Como fuere, siguió avanzando un poco más. Si el cocinero tuviese la misma afinidad a la piedra que tienen los enanos, habría notado la ligera pendiente descendiente que le estaba guiando más y más profundo bajo las ruinas...
Cuando llevas un buen trecho andado por el túnel, ya no escuchas el parloteo de los beduinos azules, empiezas a escuchar pasos delante de ti. La oscuridad del túnel parece aumentar por momentos y el polvo en suspensión se hace más denso. Mientras, los pasos resuenan por todo el túnel, son pasos pesados y regulares. Los pasos de Iqbal serían más ligeros. Ese viejo solo es pellejo, huesos y telas.