¡Un mes entero preparando el gran día de las audiencias, dando indicaciones a cocineros, sastres y carpinteros, para que al final empecemos con retraso!
La reina de corazones llamaba con fuerza a la puerta de su hija la princesa Peach.
- Ya voy. Solo me falta un momento.
Pero llevaba ya tres horas diciendo lo mismo. Primero que si aquel precioso vestido rosa de volantes le hacía el culo gordo. Después, que el azul de lentejuelas no le marcaba lo suficiente el pecho. El peluquero real había probado con cuatro o cinco peinados distintos antes de dar con el que le gustaba, y por último, que las joyas de su madre eran viejas y anticuadas.
El rey Picas y su hija Zelda resoplaban en el pasillo. ¡Los príncipes de Muy Lejano los estaban esperando y era una descortesía hacerlos esperar tanto tiempo! Pero la familia debía presentarse al completo para mostrar la unidad de la corona, a pesar de que el rey y la reina hacía ya tiempo que dormían en camas separadas y que últimamente solo se dirigían la palabra para lanzarse reproches.
-¡Megaguay, es súper súper i-deal!-Exclamó Peach al mirarse al espejo pero el destino no quiso darle la razón y un mechón de su perfecto y rubio cabello resbaló hasta quedar sobre su nariz, ains... su nariz.-¡Jopelines!-Masculló molesta, se dio la vuelta pesadamente y se quedó mirando al peluquero.
-¿Desde el principio?-Preguntó resignado. La princesa sonrió y asintió. Se sentó en la silla y el maestro de cabellos hizo su trabajo con exquisito esmero.
Volvió a enfrentarse al espejo y cuando comprobó que estaba perfecta, otra vez ese mechón rebelde cayó sobre su nariz. El peluquero rápidamente se acercó a ella y recogiendo el mechón, le colocó una pinza con un gran floripondio que le quedaba horterísimo.
-¡O sea, es total!-Exclamó mientras daba una palmada y un saltito en el aire. Salió de la habitación y se reunió con su adorable familia.-¡¡Omg¡¡ Se me escurrió el rimen- Se disculpó.
La puerta lleva un buen rato cerrada. ¿Pero como puede tardar tanto en arreglarse? Y lo peor es que por mucho que golpeaba y golpeaba la puerta, la princesa Peach hacía caso omiso.
De nuevo, golpeó la puerta, esta vez ya un poco desesperada por la tardanza de su hija, aunque ella también tuvo su edad y entiende en parte esos problemas de la juventud. ¡Ah, juventud, divino tesoro! Pero no puede evitar divertirse en parte por verse reflejada minimamente en una de sus hijas, aunque ella no fuera tan exagerada.
-¡Peach, estás tardando demasiado!-Una vez más pega a la puerta.-Como no salgas en menos de dos minutos, entraré y te sacaré tengas el pelo como lo tengas. Tu hermana ya lleva un buen rato preparada.
Peach se quedó mirando a su madre y torció el gesto cuando escuchó sus palabras. Volvió la vista hacia Zelda y sonrió casi despectivamente.
-Pero, mamichuuuuuu.-Replicó poniendo morritos mientras se dirigía a su madre. Pero no llegó más allá, ¿por qué? Pues Peach al lado de Zelda no tenía comparación. Pues la primera iba impecablemente rosa y floreada, con muchas joyas y perfumes pero la segunda distaba mucho de parecer lo que era.
Tanto golpe, tanto golpe, su esposa era una cansina !Ya saldría la niña cuando quisiera! pero cualquiera se lo decía a su mujer, buena fiera estaba hecha y era calladita cuando se casó con ella !la virgen que petarda le metieron! pero cualquiera se lo decía, !ah!!los tiempos de soltero!!Como los echaba de menos el Rey! Ir, venir y entrar donde quisiera y con quien quisiera, de vez en cuando se acordaba de la sota de oros y de su hermana la de copas que buenas copas tenía la jodia, como la cabeza de Picas de grandes.
Mejor sería que la parienta no se enfureciera que seguramente todo rebotara hacia el bueno de Picas que si no te preocupas por el reino, que si eres un casquibano, que si no se te puede dejar solo, que si por ahí no que duele !Aquella mujer era un calvario! Una criada apareció de la nada con una especie de pergamino con muchas páginas. El monarca dio un par de golpecitos con su nudillo en la puerta.
-Peach, querida, ha llegado el último número de tu Supermegafantasía, y está justo aquí, el que traía el poster a toda página con Tarzán -el Rey desplegó el poster del jamelgo de la selva con cara de desagrado- y el test de "Descubre si eres Blancanieves o Cenicienta" ¿por qué no sales?¿No la quieres? mmm Tal vez deba dársela a tu hermana, !anda mira!!Si de regalo viene una pulsera de Unicornios del infierno
El Rey miró a ambos lados con la pulsera en la mano, eran unicornios, unicornios nazis, unicornios nazis del infierno...Disimuladamente se llevó la mano al bolso interior de su jubón como si se guardara un soborno cual político corrupto !suerte que el era muy campechano!
-!Vaya!!que pena no viene la pulsera se debe de haber perdido por el camino !
http://www.youtube.com/watch?v=3yYZa-70u_M <---Unicornios del infierno
Cuando la princesa salió después de tanto berrido, se acercó a ella ignorando al rey Picas que no solo se había vuelto el hombre más irritante del reino, sino que ahora también sobornaba a su propia hija como si fuera una simple campesina. ¡Que insoportable, que suplicio!
Puso los ojos en blanco y le quitó la "Supermegafantasía" de las manos. ¿Cómo que el póster de Tarzán? ¡Cielos, es una dama, no debe deleitarse con tales imágenes! ¿Cómo que Blancanieves o Cenicienta? ¡Su hija es MÁS que esas pricesitas cursis (bueno, sí, es cursi) pero con más personalidad!
-Cariño.-Le dice a su hija.-Estás lista ya, ¿verdad?
Vuelve la mirada hacia el rey que se guardó la pulsera. Unicornios del infierno... ¡pero que estupidez! Si al menos fueran unicornios rosas, seguro que a su hija sí que le encantaría una pulsera así.
Permanecí de pie al lado de la puerta de Peach, sin abrir la boca. Simplemente miraba a mamá desquiciarse ante la tardanza de la rubia y a papá pasearse bufando por el pasillo. Cualquiera diría que la chiquilla estaba dando a luz y el nerviosismo era a causa de algo importante realmente, como fuera el nacimiento de un príncipe... pero no, era simplemente la misma rutina de siempre, esperar a la estúpida y presumida Peach.
-Será posible... niñata tonta y presumida... Para colmo de males, en lugar de dejarla aquí preparándose e ignorar sus frivolidades, mamá y papá la esperan junto a su puerta... Y yo soy invisible para ellos... Ni siquiera me han dicho si voy bien o no para las audiencias. La odio, la odio... ahí le salgan granos en su perfecto rostro...o...o... manchas rojas como las setas que tanto come desde que regresó de su secuestro... maldita sea... ¿Y yo qué?...-
Papá intenta comprarla una vez más, con algún regalo, esta vez, su revista favorita... -¿Por qué a mi nunca me compra nada?-Mamá, viendo que el patriarca no obtiene resultados, continúa llamando a la puerta, hasta que al fin la pequeña tonta con su "floripondio super mega chachi guay de la muerte", se digna a salir. Agradezco que mamá me mencione para dar ejemplo a la mono-neurónica de mi hermana. Aprovecho esa mísera mención, para acercarme a madre con una mirada de orgullo, pero Peach, lejos de amedrentarse, se limita a mirarme con asco, sólo para luego poner uno de sus "adorables" pucheros a mamá. Quién en lugar de regañarla, se dirige a ella con melosas palabras de afecto para preguntarle si está lista.
-Demonios, si fuera yo quién tardara tanto, se habrían largado sin mi... como aquella vez, que casi me dejan olvidada en el campo por entretenerme con una mariposa-
-Oh, por favor, vámonos ya, los príncipes esperan- digo acercándome a padre con ojitos tiernos y una dulce sonrisa, intentando llamar su atención.
¡Oh, por-fa-vor! No me lo puedo creer.La joven princesa saca un pañuelo de seda rosa de la manga como si de un mago se tratase y limpia un pequeño cúmulo de saliva en la comisura de sus labios. Vaya, que literalmente se estaba babando con sola la mención del poster del gallardo y casi desnudo Tarzán.
-¡Jo, Papuchi!-Exclama melosa mientras se acerca al rey para restregársele.-¡Qué bien me conoces! ¿Sa'es?-Dice a la vez que le arranca la revista de las manos para desenrrollarla y comprobar que ahí estaba.-¡Que sortuda esa Jean!-Masculla casi molesta a la vez que lo vuelvo a enrrollar.
-Pero ¿sa'es? Mi grupo amazing es Pegaso en el arco iris, Papi. Y me mola cantidad su último disco "Y su popo son mariposas".-Le explica con lujo de detalle. Posa su vista, de nuevo, en su hermana pequeña.-¡Jo, tía, estás que rompes!-Le dedico un piropo pues a veces se daba cuenta que absorbía demasiado a sus padres y Zelda quedaba en segundo plano. Pero Peach, adoraba a su hermana.-¡Si, Mamuchi! ¡Estoy fabulosa! Aja
Miraba con orgullo a sus dos hijas, a las cuales quería muchísimo sin excepción. Emitió un suspiro de resignación cuando Peach agarró la revista y se puso a mirar como una mujer cualquiera que babea por un hombre guapo y se tuvo que aguantar dejando que mirara ese póster tan extravagante.
-Estáis hermosas las dos.-Dijo como una alabanza a sus hijas con una sonrisa de felicidad. Aún no se había parado a mirar al rey Picas, se pusiera lo que se pusiera, le resultaba ridículo incluso con sus mejores galas.
Como me gustaría que un día de estos desapareciera y no volviera por aquí. Pensaba, pero sabía que eso no ocurriría.
-Tenemos que ir, Peach, deja esa revista para luego. Como dice Zelda, los príncipes esperan.-Por desgracia.
Pasmada, observo como Peach se acerca a padre cómo si de un gatito ronroneando se tratara. Tras arrancarle la revista de las manos a nuestro progenitor. Me mira y con su estúpido acento aprendido de vete tu a saber dónde, me halaga, -¿Y ésta?- me digo a mi misma mientras arqueo una ceja antes de responder, -Lo sé hermana, no hace falta tardar tres horas para estar bonita y elegante-.
Mamá, por su parte, intenta calmar los ánimos alabándonos a ambas, aunque yo siento que lo dice por cumplir y cortar la posible riña, ya que hasta el momento no ha hecho ningún comentario hacia mi como los que le hace a ella. Vuelvo la vista hacia papá. -¿Qué ocurre papá?, llevamos horas esperando a... -Ésta- Peach, están esperándonos, deberíamos ir ya, ¿Verdad mamá?- me giro hacia madre, esperando su respuesta.
Apoyó un par de dedos sobre su frente, esa situación ya le estaba causando dolor de cabeza. Escuchaba a sus hijas, Zelda parecía enfadada con su hermana, aunque era normal, ella estaba impaciente por conocer a los príncipes. La reina esperaba que sus hijas tomaran una decisión correcta y que se desposaran con un hombre por quién sintieran amor verdadero. "No como me ocurrió a mí..." Pensó mirando de reojo a su marido y emitiendo un suspiro de resignación.
-Claro Zelda, estarán impacientes.-"Pues que esperen, que para eso son príncipes y mis hijas son delicadas princesas."-Así que vamos hacia allá.-Concluyó con falso ánimo.
Que cruz de familia... bueno, toda espera habrá merecido la pena si con ello conseguimos casarla, habrá merecido la pena.
Y a Zelda también! que no se olvide claro....
-Estas..-dijo mirando a Peacho y rapidamente mirando a Zelda - Estáis preciosas las dos. Ahora, por fin, vallamos a atender a los príncipes.
Dedicó una mirada dulce a sus hijas y una mirada algo mas apática a su mujer.
-¿Vamos?- pregunto mirando a esta última
Se le notaba en la mirada. Su insoportable marido deseaba casar a sus hermosas hijas. Pero... ella intentaría evitar que estas accedieran a un matrimonio no deseado porque al rey se le antoja.
-No me preguntes, ya estaba avanzando.-Respondo al rey Picas dándole la espalda volteando simplemente un poco la cabeza, mirando por encima del hombro y acto seguido, girándome por completo para continuar hacia delante.
Jopeta. ¡Qué pesa'os con la audiencia! Ni que se'a cosa de vida o muerte
-Pues ala.-Dijo para echarse a caminar junto a su familia.
Blanqueando los ojos ante las continuas discrepancias entre papá y mamá, comienzo a caminar hacia la gran esperada audiencia.
La familia real descendió con majestuosa parsimonia por la escalinata que comunicaba los aposentos privados de palacio con la gran sala de audiencias. Al frente, sobre una tarima adornada con una alfombra roja, rey y la reina ocupaban los tronos de las audiencias, que pese a resultar de lo más incómodo para escuchar durante horas a todo aquel desfile de súbditos pedigüeños, nadie se había atrevido a cambiar por un mobiliario más confortable por haber pertenecido a algún remoto antepasado de monarca, de esos cuyo retrato, inmortalizado en alguno de los horribles cuadros de los pasillos de palacio, miraba de forma severa su descendiente como recordándole a cada momento el deber de mantener el honor y las tradiciones de la dinastía.
A los ambos lados del trono, habían dispuesto unos asientos para las dos princesas: el de Peach a la derecha y el de Zelda a la izquierda. La función de las dos princesas durante las audiencias era meramente decorativa: sonreír, responder a los frecuentes halagos de los súbditos con forzadas sonrisas y palabras gentiles y vacías, y sobre todo mostrar a todo el reino que la sangre real perduraría en ellas vigorosa y lozana. Un auténtico muermo.
Por suerte, el canciller real había dispuesto a los demandantes por orden de dignidad, de tal modo que pronto podrían despachar el concierto matrimonial con los príncipes de Muy Lejano antes de que los plebeyos llegaran con sus enojosas demandas sobre exenciones de impuestos y concesiones de terrenos de labranza.
Tan pronto como la familia real ocupó sus lugares, seis trompetas sonaron a ambos lados de la sala llamando la atención de los demandantes y un mayordomo de peluca y librea se apresuró a abrir el enorme portalón tallado con la pica y el corazón y a anunciar a los primeros demandantes:
- Sus altezas reales los príncipes Encantador y Séptimus.
Pasamos a la escena de las audiencias.