El viaje transcurre cómodamente durante la media hora larga que cuesta desplazarse hasta el hotel. Cuando finalmente llegáis y el chofer abre la puerta estáis ante uno de esos maravillosos bloques de cristal con entrada de piedra y metal que saplican las metrópolis. El paisaje alrededor es de más bloques de metal y cristal elevándose amenazadores contra un cielo nocturno aclarado por la luz eterna de las noches eléctricas.
Y como curiosidad, os dáis cuenta de que vuestro hotel está ante el mundialmente famos Watergate.
La recepción, de líneas limpias, el ocasional toque de horterismo dorado indispensable y una enorme bandera, es espacioso y diáfano. A estas horas hay poca gente, pero algunas personas pululan arrastrando sus maletas con ruedas o dormitando junto a ellas. Un joven con la cara aún marcada de acné os contempla somnoliento, seguramente preguntándose qué hace un grupo tan variado en la sala.
Llego al hotel acompañado por el vario pinto grupo de personas que me acompaña a deseando encontrar mi habitación para por fin descansar al menos un poco.
-Mierda...estoy realmente cansado...
Miro al rededor mio con la intención de fijarme en cada mínimo detalle. Y me percato del joven que nos mira.
Vale...ya veo que no vamos a ser precisamente unos espías...apenas hemos llegado y ya llamamos la atención mas que nadie.