EPILOGO:
- "El camino de ida y el de regreso, es uno y el mismo." -
EPILOGO:
- Los héroes regresaron por la montaña, portando con ellos inconsciente al noble Lao Tse Huong. Aún tardaría varios días en recuperar la consciencia y las fuerzas.
- La noche siguiente, Riqueza Efímera conversó largo rato con Lao Hu Ren Xia Tian. De qué hablaron, tan sólo ellos lo saben.
Tras el diálogo, un carruaje celestial surcó los cielos volando a gran velocidad desde Pueblo de Chou. Xia Tian subió al carro celeste y después ascendió de regreso a los Cielos, su hogar como divinidad.
- La semana siguiente viajaron los demás sin mucha prisa ni agobios hasta el Pueblo del Halcón Rojo. La presencia callada de Halcón de Sombras seguía con ellos, dentro del cuerpo del febril Lao Tse Huong.
De algún modo, al retornar a la vieja Escuela del Halcón, Lao Tse Huong se sintió revitalecido y recuperado. La presencia de Halcón de Sombras también se hizo más fuerte y evidente.
- Dulce Loto se quedó algunos meses en la Escuela del Halcón, en compañía de Lao Tsé Huong, del Viejo Cho, y de las sutiles presencias de Halcón de Sombras y del Espíritu Halcón (el dios menor de la Escuela del Halcón, una presencia muy tenue, esquiva y débil en este dojo, que representa el espíritu de este lugar).
- Riqueza Efímera y Patán Sabio apenas se quedaron una semana más en la Escuela del Halcón, pues pronto el mercachifle de río sintió la inquietud por volver a viajar.
Riqueza les hizo prometer a Lao Tse Huong y Dulce Loto que serían muy discretos en el uso de sus poderes y él mismo se ofreció a llevar las cenizas de Emisario del Dragón al Templo de los Cinco Dragones. Para los dos Exaltados Solares, acercarse a ese lugar podría ser letalmente peligroso, pues los monjes inmaculados tal vez pudieran ser capaces de notar su presencia e identificarlos como Anatemas.
- Riqueza Efímera y Patán Sabio entregaron las cenizas una semana después de partir de la Escuela del Halcón, y asistieron a la ceremonia funeraria en honor al caído monje inmaculado.
- Pasaron los meses y Riqueza y Patán viajaron arriba y abajo por el Hu y más allá, en tierras de los Cien Reinos. Negociando un cargamento aquí, una antigüedad artística allá, pero en general sin alcanzar la verdadera riqueza. Tan sólo lo bastante como para vivir adecuadamente y poder continuar sus viajes.
- Cuando faltaban pocos meses para que expirase el plazo dado por el Administrador Han Quai de Arrozal Número Uno; Riqueza Efímera, Patán Sabio, Lao Tse Huong, Dulce Loto, e incluso Halcón de Sombras viajaron al pueblo natal de la dulce Dulce Loto.
Allí, Riqueza Efímera se presentó como nuevo tutor legal de la joven, pues el anterior, el honorable Martillo Blanco-sama, había fallaecido combatiendo al mal.
En una bella ceremonia y en medio de un rico festival dedicado en honor al dios Hu, se celebró la boda entre Lao Tsé Huong y Dulce Loto.
Si este matrimonio fue sólo para evitar que Dulce Loto perdiera la herencia de sus padres, o si entre ella y el noble Lao Tse Huong llegó a florecer realmente el amor, es algo que tal vez sólo ellos dos sepan.
- Durante unos cuantos meses, al menos, el antiguo reino de Wu-Chia vivió tranquilo, en paz, e incluso con cierta armonía.
- Se oían noticias acerca del ocasional bandido. Si eso ocurría cerca del Pueblo del Halcón o de Arrozal Uno, algunos bandidos recibían una desagradable visita, y la paliza de sus vidas. En el caso de los bandidos más crueles y desagradables, algunos desaparecieron para nunca más ser vistos. Se dijo que "el Hu se los había tragado".
- En cierta ocasión, un vengativo muerto sin reposo amenazó el Arrozal Quince y Minas de Jade, pero se dice que un hombre calvo y misterioso, con una armadura gris de escamas y unos guanteletes con tremendas garras, acudió para expulsar al difunto y a sus esbirros fantasmales.
- Con el tiempo, surgirían problemas mayores. Los monjes del Templo de los Cinco Dragones se verían acudiados por sueños y visiones de dos terribles Anatema, tal vez los Reyes de la Antigüedad incluso, los mismos que aterrorizaran Pueblo de Chou y la Aldea de Entrecaminos.
- Algunos mercaderes traían noticias de crecientes avistamientos de duendes malignos en el Norte.
- Llegarían extraños rumores sobre el Rey Que Fue y un grupo de bandidos norteños mancillaría el nombre de aquél que fuera conocido como Martillo Blanco.
Mas eso son otras historias, historias que deberán ser narradas en otra ocasión.
Xia Tian corrió hasta verse fuera de peligro y miró atrás. No le preocupaba el desprendimiento en sí pues eso no lo mataría, pero sí los yoma y las criaturas malignas que había dejado atrás. Cuando sintió que nada quedaba de las criaturas se tranquilizó un poco y se fijó en sus compañeros. Parecía que estaban todos, aunque el que más le preocupaba era Lao Tse Huong que había salido herido.
-¿Está vivo?
La respuesta afirmativa le hizo sonreír. Aunque había todavía cosas que lo inquietaban y mucho pero ahora necesitaban llegar a un lugar donde Lao Tse Huong pudiera descansar y recuperarse de sus heridas.
Él también estaba bastante malherido y debería volver a la Ciudad Celestial cuanto antes pues habían pasado muchas cosas de las que había que informar y asegurarse que el rumbo de las cosas había vuelto a la normalidad. Además tendría que ver como se resolvían ciertos asuntos allí arriba que había dejado pendientes y a los que tendría que enfrentarse en cuanto regresara.
Cuando llegaron a su destino y todo se hubo calmado se reunió con Riqueza Efímera, pues tenía muchas preguntas que hacerle antes de partir y sus respuestas serían cruciales para el devenir de los hechos futuros. Tras una intensa conversación Xia Tian se despidió del mercachifle.
El regreso de su carruaje celestial le hizo comprender que su estancia en la Creación había llegado a su fin y por primera vez en toda su existencia prefería quedarse en aquel maloliente lugar que tener que enfrentarse a lo que podía venírsele encima. Pero no era tiempo para remilgos. Él era el Dios de la Irónica Predestinación y su vida debía ser así, siempre luchando con los reveses del destino mientras cumplía su trabajo de la manera más eficiente posible. Se sentía orgulloso esta vez y eso no se lo podrían quitar en la Ciudad Celestial con ningún castigo.
No quería marcharse sin despedirse de los jóvenes Anatemas, así que se acercó a ellos.
-Tengo que irme.
Les sonrió y tendió una mano a Lao Tse Huong.
-Espero que no tardes en recuperarte. Sigue como hasta ahora y que el destino te sea favorable. Tienes un brillante futuro por delante y estoy seguro que podré sentirme orgulloso de ti. No sigas metiéndote en problemas mientras yo no esté o nadie podrá echarte una mano. Será mejor que te cases y tengas mucho hijos. Poco disimuladamente ladeó la cabeza y los ojos en dirección a Dulce Loto. Y no te olvides nunca de tu Dios favorito o tendré que bajar de nuevo y patearte el trasero con el Viejo Chou.
Tras estrecharle la mano al joven se acercó a la dama y la abrazó. Él no entendía porqué había que mantener contacto físico, pero a los humanos parecía gustarles ese tipo de cosas. Además lo había hecho egoístamente para oler el pelo de Dulce Loto por última vez, quería que la Creación fuera recordada en su mente por ese olor y no por otros mucho menos agradables. Se despidió de ella sin dejar de abrazarla y apoyar su cabeza contra su hombro.
-Te echaré mucho de menos Dulce Loto, eres lo más agradable que he olido en mucho tiempo. Eso sin lugar a dudas debía ser un enorme cumplido para la muchacha. No te conozco tanto pero a ti también te deseo una vida feliz. Encuentra a un hombre que te quiera y proteja. Xia Tian movió su cuerpo de tal manera que la cabeza de Dulce Loto mirase hacia donde estaba Lao Tse Huong. Nunca se sabe cuan cerca podría estar el amor de tu vida. Si alguna vez quieres, puedo llevarte a la Ciudad Celestial, al menos tu no apestarás y darás que hablar en el vecindario, claro que antes debo arreglar unos asuntos.
Se separó de ella y le sonrió. Seguía convencido que siendo él el Dios de la Irónica Predestinación no podía ser casualidad que dos Anatemas Solares, uno macho y otra hembra, hubieran coincidido bajo un mismo sino y en su compañía. Aquello debía llevar algún tipo de significado y resultado.
De camino a su carro se despidió también de Patán Sabio.
-Viejo amigo, sigue recorriendo estas tierras con la misma sabiduría que hasta ahora. Has sido de mucha utilidad en esta aventura y me alegro de encontrarte tan bien. Xia Tian se acercó un poco al automatón y le susurró. Y si te cansas de tu jefe dímelo y te llevaré a vivir conmigo, seguramente vivirás mejor y yo soy más guapo, simpático y menos oloroso.
Con un gesto grácil de su mano se despidió de todos y montó en su carro, pero antes de comenzar su marcha alzó su voz al viento.
-¡Eh fantasma! ¡Se que estás ahí! Espero que no volvamos a vernos, eso significará que ya habrás cumplido tu propósito aquí y que dejarás en paz a estos jóvenes, que necesitan un poco de intimidad.
Xia Tian se rió y accionó los mecanismos del carro que hicieron que se elevara hacia el cielo a gran velocidad. Atrás dejó a sus amigos y compañeros humanos esperando que sus simples vidas no encontraran tantos problemas como los que él estaba a punto de enfrentar. ¿Pero que problema grande para un simple mortal no es una minucia a los ojos de un Dios? ¿Y como comprenderían la magnitud de un verdadero problema las simples mentes humanas? Aquello era algo que Xia Tian debía afrontar en solitario, pero esta vez era optimista pues tenía la experiencia de la que carecían la mayoría de sus posibles rivales y enemigos. Pero lo que sería de él o de sus amigos tan solo el tapiz del Destino lo sabía. Pronto cada uno averiguaría su camino y lo que el futuro les deparaba.
¿Solo para el director? ¿Y yo hablando con la gente?
Epílogo Ojos Rojos:
Las cadenas resuenan mientras sigo debatiéndome para retirarlas de mis muñecas. El calor es sofocante y quema si permito que traspasen mi voluntad. Mis ojos revolotean desesperados dentro de sus cuencas mientras miro a mí alrededor intentando identificar la fuente del sonido que creo reconocer como pasos que se acercan. Finalmente veo quien es y sé lo que me espera pues es lo que me han hecho desde que llegué:
Una risa sigue a mis palabras, pero no he sido yo el que la hace. El cuchillo ardiente se acerca nuevamente a mi abdomen mientras permanezco suspendido por las cadenas que atan mis muñecas y estirado por los grilletes que se aferran a mis pies. Siento el dolor lacerante del metal y la quemadura que causa su calor dentro de mi carne, mientras mi sangre ebulle en la periferia de aquel terrible instrumento. El dolor es inmenso y me pierdo dentro de mi mente y mis recuerdos con la esperanza de alejarme lo suficiente para escapar de él, aun sea por solo unos instantes.
Veo a Riqueza Efímera en mis pensamientos y deseo estar con él, compartir sus viajes y tener una vida. Estoy seguro de que si esto hubiese terminado de otra manera, él habría aceptado mi compañía y hubiésemos surcado las aguas por siempre. Veo a Patán Sabio y lo amable que era, a pesar de siempre tenerme miedo. Finalmente veo a Dulce Loto y el corazón se me aprieta al saber que no la veré más.
La verdad es que mi vida con ellos fue corta, pero es lo mejor que me ha pasado, lo único bueno que he tenido en mi vida después de mi madre. Lo único que me mantiene humano.
Los pensamientos se alejan de mí como robados por un delincuente y siento las manos sucias y ásperas del torturador demoníaco arrancando mis entrañas mientras corta con el cuchillo y otros instrumentos más terribles que soy incapaz de describir.
En cualquier circunstancia eso me mataría y pondría fin a mi tormento, pero no esta vez. Ni esta ni las anteriores, pues no es la primera vez que mi cuerpo es reducido a nada después de ser torturado. Aquí, en el Malfeas, la muerte que me brindan no es permanente, no es una escapatoria pues de ser así, no estaría aquí ahora. ¿Por qué? Porque en realidad es justamente muriendo como llegué aquí.
¿Cómo no imaginarlo? Por eso mi padre siempre estuvo tan tranquilo, pues sabía que mi muerte me llevaría a sus manos. Probablemente su único miedo fuese que envejeciese demasiado para serle útil y por eso enviaba demonios cazarrecompensas a matarme, pues sería una buena forma de llegar a él una vez asesinado.
Aun recuerdo todo como si hubiese sido ayer, el momento en el que aquella Reina Yoma me acabó como una esfera enorme e incandescente, aplastando y quemando por igual como una estrella terrible de destrucción caída del cielo. Mi cuerpo resistió pocos momentos más y alcancé a hablar con mis amigos antes de ser arrancado por las garras de Ligier de mi cuerpo y traído a este infierno del que no puedo escapar.
Mi alma y el cuerpo que proyecta han sido torturadas desde entonces, cuando al llegar me negué a todo lo que él me dijo. Negué mi interés por sus regalos, negué cualquier posibilidad de servirle e incluso negué que su sangre impía fuese algo de lo que alegrarse, asegurando que hubiese preferido no nacer que ser hijo suyo. No le gustó mucho y me aseguró de que me arrepentiría de haber dicho eso prefiriendo no haber nacido tal como dije.
Desde entonces, hace ya un año, he sido torturado a diario hasta verme reducido a trozos separados, para volver a unirme momentos después. Dicen que mi alma es fuerte y que por eso es posible torturarme más seguido de lo común. ¡Como desearía ser más débil! Siquiera he caído en la inconsciencia ni he dormido, posibles formas de evitar algo de sufrimiento.
El tiempo ha sido aun peor, pues en el lugar en el que estoy cada día parece ser un año. Ligier con su infinito control del Malfeas había preparado el tiempo de este lugar para optimizar mis entrenamientos, pero ahora lo utiliza para hacerme sufrir hasta el día en el que acepte sus dones y me ponga a su completo servicio, cosa que ocurrirá cuando mi voluntad se termine de quebrar y decida someterme al mal en mi interior.
El torturador termina su labor cuando se da cuenta de que no hay más órganos que sacarme ni músculos que desprender de mi esqueleto colgante, reducido ahora a mi cabeza, mis brazos encadenados y mi columna vertebral. Miro mis partes regadas por el suelo en medio de una enorme piscina de mi propia sangre. Veo al demonio retirarse frustrado y le sonrío pues sé que es otra batalla que he ganado, victoria que cada vez me cuesta más conseguir.
Mi alma vuelve a formar mi cuerpo y escucho nuevamente pasos mientras me preparo para el dolor que llegará ahora. Miro a la entrada y veo con sorpresa que no es el torturador quien me está mirando desde allí, sino que mi propio padre. Miro el suelo pues cuesta sostenerle la mirada a un ser que domina hasta el aire a su alrededor. Un ser al cual el mismo cielo y el fuego le temen.
Se acerca a mí y me mira con esa clásica mirada de piedad con la que me ve. ¿Sentirá lástima? Probablemente solo del hecho de que su instrumento esté “Sucio” con sangre humana, pero jamás de mi sufrimiento ni mi destino. Sus palabras suenan como millones de agujas enterrándose en mis oídos y en mi corazón mientras sus frías palabras se entierran en mis sentidos:
Sé que sus palabras son mentiras, sé que intenta manipularme. Pero pienso en Martilo Blanco siendo cercenado y muriendo para siempre. Él era un excelente Sangre de Dragón y yo le quería, pero ya no está y no volverá a estar nunca. Luego pienso en los tres que conocí en Entrecaminos: El noble indiferente, el Fantasma ofensivo y el Dios menor arrogante. Me odiaban, entonces lo notaba de algunos, pero ahora lo veo con claridad. Son malditos y se alegraron de mi muerte pues yo era un obstáculo para ellos, como lo he sido para todos.
Pero entonces pienso en Riqueza Efímera y en Patán Sabio. Ellos me querían y estoy seguro de que se alegrarán en recibirme, más Riqueza Efímera es anciano y no sé cuanto más vivirá. Desconozco la naturaleza de Patán Sabio y no sé si me recordará una vez que el Lord Carroñero se haya ido. Además, puede que solo sea amable conmigo por miedo y no es eso lo que deseo.
Finalmente pienso en Dulce Loto. Nunca supe lo que sentía por mí y no sé si ella sabía lo que siento por ella, pero si he de aguantar años, lo haré para volver a verla y que ella se encuentre con el mismo.
Mi padre sonríe y con el poder de su mano me muestra una escena hecha de energía. Una esfera brillante hecha de fuego verde desde la que puedo ver imágenes de cosas que ocurren en otros lugares. Ahora veo la Creación y veo una ceremonia. La imagen se acerca y noto que es lo que parece ser un matrimonio. Hay una pareja y reconozco al Hombre como el noble que conocí antes de morir. Luego la imagen se posa en ella y veo que es Dulce Loto. Mis ojos se abren de sorpresa y mis brazos luchan de ira para liberarme mientras Ligier ríe y comienza a hablar:
- “Así es, hijo mío. Tu amada Solar se ha casado con otro igual que ella. Al parecer nunca fuiste correspondido y aprovechó tu muerte para unirse a quién realmente amaba. ¿Lo ves? Finalmente todos te han dado la espalda y nadie te queda allá. Nadie te quiere, hijo, solo yo. Solo me tienes a mí.”
Sus palabras resuenan en mis oídos, haciendo de música para la terrible escena del matrimonio de Dulce Loto. Siento como mi mundo se cae y que ya no hay razón para nada. Siento que nada de lo que hice sirvió y que nada de lo que haga como lo he hecho hasta ahora será de utilidad. Cada día siento que mis fuerzas se van más. Cada día siento que tengo menos voluntad para resistir, cada día siento que estoy más dispuesto a aceptar el otro camino. He pasado mucho tiempo aquí sufriendo por mis ideales, siendo completamente desintegrado, cortado, quemado, desprendido, incinerado, congelado, corroído, aplastado, mutilado y asesinado de las peores maneras a diario. Todos los días veo mi final y ahora dudo de las razones que me han permitido aguantarlo. Ahora, después de “Morir” 116.281 no sé si volveré a negarme.
Mi padre se retira riéndose y dejándome en esa habitación llena de cadenas ensangrentadas y llamas, mientas vuelve a entrar el torturador. Hoy me tocará ración doble de sufrimiento y mis ojos no buscan al demonio pues tengo en mi interior más dolor del que podría causarme en mil años. Elige un instrumento apropiado para lo que desea haberme hoy y yo estoy triste por todo lo visto y porque realmente no sé si volveré a negarme otra vez.
Hacía ya un año de aquella terrible batalla, especialmente vívida para Riqueza Efímera, como lo eran también los recuerdos de aquella época. El Lord Carroñero se recordaba en aquel período, en aquel momento justo posterior al colapso del Templo de la Iluminación y el cierre de la fisura. La sensación de fracaso pese al éxito, el dolor sin igual que atenazaba su cuerpo y su espíritu, su confusión. Especialmente su confusión. Eran muchos los sucesos acaecidos, muchas las pérdidas, muchas las preguntas y pocas las respuestas. Todo parecía haber caído en el pozo oscuro del desequilibrio, de la sinrazón y el mercachifle de río se sentía abrumado por un universo que, súbitamente, parecía haberle dado la espalda.
Había hablado con el dios, pero su conversación solo había reafirmado su necesidad, su hambre de respuestas, pero hubo de esperar a mejores tiempos para iniciar el periplo que lo llevaría a lo largo del Hu y más allá. Pero no hay camino grande que no se inicie con otro menor y Riqueza, acompañado de su fiel automatón, había acompañado a los jóvenes Lao Tsé y Dulce Loto al pueblo de Halcón Rojo. Su estancia en la villa apenas duró una semana, días corrompidos por la angustia y el deseo de partir, y si bien su marcha era inevitable, no por ello dejó de tener un poso nostálgico y triste. Atrás había de quedar Dulce Loto, una separación que bien sabía mortificaría a Patán, y que a título particular suponía una herida en el corazón de aquel hombre que había aprendido a querer a la doncella como un padre.
-Volveré, Dulce Loto, en el plazo de un año, antes de que expire el plazo dado por el administrador para tus esponsales y negociaremos juntos tu tutela. Sabes que te echaré de menos. Ambos lo haremos. Mi buen Patán y yo, pero es hora de que vueles sola. Ante ti se abre una nueva vida, pequeña. Disfrútala y deja atrás el dolor y la muerte. Pero no nos olvides.
Fueron sus últimas palabras antes de que su sampang, con la gran vela extendida e inflamada por la brisa que rizaba el Hu, se perdiera hacia un destino que ni el propio Riqueza conocía. Fueron largos meses de soledad pese a las muchedumbres y al propio Patán. Meses de compraventas, de mercadeos que no le satisfacieron y que acabó limitando a lo meramente imprescindible de cara a su subsistencia y un magro ahorro. Su rostro y su nombre fueron reconocidos en algunos lugares, asentando su fama de mercachifle honesto. En otros, apenas fue una figura de paso. Más cuando no negociaba, Riqueza buscaba. Sus viajes lo llevaron más y más lejos. Visitó espacios que no habían sido hollados por el hombre en mucho tiempo. Paseó por calles repletas de caras de extraños rasgos. Subió montañas y descendió a valles. Recorrió desiertos y vadeó junglas. Visitó ruinas y ciudades populosas. Siempre en pos de su búsqueda.
El sol se puso y nació múltiples veces, los meses transcurrieron y las estaciones se sucedieron. Mas no hubo día en que, fiel a sus costumbres, no orara y ofreciera sus rituales sacrificios y que no dedicara algunos minutos a meditar y recordar a sus compañeros caídos. Garra de Halcón, Emisario del Dragón, Martillo Blanco y sobretodo, Tiwoka. Aquel pequeño engendro, aquel híbrido demoníaco había tallado un nicho en su corazón y se alojaba permanentemente en él. Quizás por ello había encargado a un artesano que tallara en madera una pequeña figurilla siguiendo sus instrucciones, una bella obra decorada con grandes cuernos y garras de hueso blanco y dos pequeños cabusones rojos como el fuego, brillantes como el sol y que descansaba en una pequeña balda de su camarote. Cada noche era lo último que miraba y lo primero que veía al despertar, incluso en las noches en las que despertaba bruscamente víctima de una pesadilla que no llegaba a recordar, pero que sabía plena de dolor y sufrimiento y en la que resonaba el eco de unos gritos cuya voz creía reconocer. Tiwoka.
Mas se acercaba el plazo y su sampang, fiel a la promesa formulada, deshizo el camino que lo devolvería a Dulce Loto. A Arrozal Número Uno, allí donde todo empezó, allí donde todo debería terminar. Se gestionó una vez más, sin traba administrativa alguna, la tutela de su protegida. Poco después, fiel a otra promesa, organizó un bello homenaje al dios Hu, un magnífico festival que consumió sus ahorros y que sirvió de marco a la boda de Dulce Loto y Lao Tsé. Allí donde la muerte había sido el desencadenante de un horror sin igual, ahora florecía la vida. Y en aquella felicidad, algo retirado y bajo la sombra de un gran sicomoro, Riqueza Efímera miraba sonriente hacia los recién casados y sus invitados, a Patán que bailaba torpe y mecánicamente con Dulce Loto. En el bolsillo de su chaqueta asomaba una pequeña cabeza de madera ornada de cuernos y los diminutos ojos rojos parecían sonreír a su vez. Creyó sentir una presencia bajo la forma de una brisa irregular, una sombra desdibujada y una cercanía que erizó el vello de sus brazos. Su sonrisa se amplió.
-Flexible como el bambú -murmuró.
Riqueza y Patán habían vuelto al sampang tras la ceremonia funeraria de Emisario del Dragón. Ya habían resuelto todos sus asuntos pendientes, de momento.
-Por fin algo de calma...
Patán Sabio se encontraba mucho más cómodo con la calma de ver pasar salir el sol por el este y ponerse por el oeste, observando su reflejo en el Hu, despidiéndose de el por las noches y agradeciéndole su vuelta por la mañana, sin preocuparse del siguiente Yoma, o de la seguridad de sus amigos en este mundo lleno de peligros. Tal había sido su vida junto a Riqueza Efímera durante los últimos cientos de años, y así prefería que siguiera. Las últimas semanas habían sido intensas, demasiado para su mente. Muy lejos también de lo que había sido su rutinaria y controlada vida en la Corte de la Emperatriz Celeste.
¡Oh, la Primera Edad! Aquellos sí que habían sido buenos tiempos, y se esforzaba por no olvidarlos. Pero en esta era, le correspondía acompañar a Riqueza. Incluso sentía que así serviría mejor la voluntad de la Emperatriz, enemiga de los Yoma, que como sirviente en la casa de Dulce Loto, por mucho cariño que le tuviera, por mucha nostalgia que le produjera el saber que era la reencarnación de su Emperatriz. Debía tener presente y aceptar que la Emperatriz y Dulce Loto eran personas distintas y que sus caminos también lo serían. Así, pensaba Patán, Dulce Loto podrá vivir feliz junto a Lao Tse. Además, sabía que algún día volvería a verla: antes de que transcurriera un año de los terribles eventos que vivieron combatiendo a los Yomas.
-¿Crees que Dulce Loto y Lao Tse estarán bien, Riqueza? Seguro que sí, porque así es como han de acabar estas historias, al menos hasta que haya que escribir una tragedia. Espero que este no sea el caso, pues ya tenemos la de suficientes amigos... Pobre Tiwoka, y Mazo, y los demás..., y creo que Dulce Loto merece tener un destino que sea distinto al de la Emperatriz, aunque esté también ligado a enfrentarse a los Yoma. Además, no sé de dónde voy a sacar la historia de Dulce Loto y Lao Tse. Porque yo solo sé recontarlas, no escribirlas. Si yo contara las historias tal y como las recuerdo, serían como los registros de una hacienda. Y cómo le cuentas a la gente que los dos son Anatema, y que luchamos junto al hijo del Sol Verde, sin meternos a todos en un buen lío y hacer que nos echen de cualquier pueblo. Sería malo para el negocio, sin duda, además de para nuestra vida. Siempre nos quedaría el Hu pues no creo que nadie en esta Edad lo conozca tan bien como tú, pero... -y así seguía Patán cuando se ponía reflexivo, hasta que se ponía el sol y Riqueza se iba a dormir con la cabeza como un bombo.
La tarde estaba resultando fresca, y el paseo agradable. Sin pretenderlo sus pasos la llevaron junto al río, el eterno Hu que no hacía mucho estuvo amenazado. Pero ahora sus aguas estaban limpias, fluyendo con la fuerza vital que protegía a todos de forma silenciosa.
Se acercó a la orilla y con cuidado se agachó para meter una mano con delicadeza en las aguas, como si estuviera pidiendo permiso al mismísimo Espíritu del Hu. Retuvo en el hueco de la palma de su mano un poco de vitalidad, fuente de vida para todos los pueblos junto al río.
- ¿Cuánto has visto y cuánto verás? -susurró dulcemente antes de dejar que el agua se escapara de entre sus dedos.
Así debía ser: libre.
Su mirada se perdió en la lejanía, donde se encontraba el embarcadero de Arrozal Número Uno, e inevitablemente se acordó de Riqueza Efímera y Patán Sabio. ¿Dónde estarían? ¿Qué tratos estaban llevando a cabo? ¿Podría algún día volver a manejar el timón del sampang? Negó con la cabeza, no con tristeza sino con una suave sonrisa. Puede que al principio sintiera nostalgia, que su idea de aventuras había llegado a su fin antes de lo deseado. Pero era feliz, realmente lo estaba siendo de una forma sencilla.
Lao Tsé esperaba en casa, en el hogar que ambos estaban formando despacio pero con cariño. No podía decir que lo amaba, aún era pronto para que su corazón se entregara al completo; pero estaba cerca. Se llevó una mano a la boca para esconder su risa, acababa de recordar la despedida de Xian Tian, el Dios de la Irónica Predestinación. Hasta el último momento estuvo dispuesto a emparejar a los dos jóvenes Anatemas, y ciertamente no estaba desencaminado. No pudo evitar oler unos mechones de su largo cabello y sonreír.
Pero duró poco. La sonrisa se esfumó cuando en una rama divisó un cuervo. Su corazón comenzó a latir con fuerza, desbocándose hacia un lugar donde tenía alojado los dolorosos recuerdos. No quería deshacerse de ellos porque formaban parte de su vida. Necesitó apoyarse en el tronco de un árbol y con un suave gesto tranquilizó a la doncella que la acompañaba.
- Estoy bien, es un simple mareo -mintió.
Se arrepintió de su paseo, estaba lejos de poder buscar seguridad en Lao Tsé. Pero aún más lejos estaba Riqueza, siempre dispuesto a escucharla y con sabias palabras reconfortarla. Hasta la presencia del siempre atento Patán la ayudaba, pero en especial el mercachifle, que pronto se había convertido en un pilar fundamental de su vida tras…
- ¡Oh, Mazo! -susurró entre dientes, sujetando el dolor que atenazaba su corazón.
Era necesario respirar profundamente para calmarse mientras evocaba aquellos instantes de tragedia, de vidas sesgadas injustamente. A veces se levantaba creyendo que había sido un sueño, que pronto sabría sobre las hazañas de Martillo Blanco, el Sangre de Dragón que se había convertido insospechadamente en su mentor. Pero la realidad era dura, impertérrita.
Tuvo las fuerzas suficientes para mantenerse en pie, su corazón dolía pero el tiempo comenzaba a curar las heridas. Con suavidad alejó los malos recuerdos, fue llegando a su mente otros momentos repletos de satisfacción, de descubrimiento. Sonrió al recordar la desfachatez de Ojos Rojos, su ingenua desnudez que provocó que toda la sangre de la joven subiera a sus mejillas. No llegó a decirle que realmente estaba esforzándose, que ya no lo veía como un mal a erradicar. Pero se fue pronto, con aquellos ojos que clamaban aceptación y que a veces lo sorprendía observándola.
Respiró hondo, quería alejar el pesar. Necesitaba hacerlo para continuar el camino que no sólo era tierra, era vida. La vida que quería construir de la mejor manera que sabía, tejiendo con esfuerzo cada hebra que el Destino lanzaba en su camino. Y ahora, ese camino, estaba junto a Lao…
A cada paso, cada vez más cercano a la casa, sentía la necesidad de recordar a alguien más. Inevitable, era inevitable. Dos y una, así eran. La Emperatriz quería sentir, quería llorar por Garra de Halcón. Sus almas estaban ligadas por la eternidad, tan cercanos a veces como anhelantes en la distancia, pero no era justo. Era cierto que admiraba a Garra de Halcón, pero no quería sentir aquella desesperación, aquella amargura.
“Está bien. Lloraré por ti…”
Pero no era así. Las lágrimas brotaron por un amor que no era suyo, pero también estaban marcadas con otros nombres: sus padres, siempre firmes pero amorosos; Bambú, el hijo perdido y hermano amado pese a todo; Martillo Blanco, su guía en el camino; Ojos Rojos, la oportunidad perdida. También lloró por los que estaban lejos, y aún estaban con vida. Pero todos, sin excepción, vivían en su corazón.
Apresuró el paso. Las lágrimas ya se habían secado cuando llegó a la mansión y comenzó a buscar a su esposo.
- Lao, Lao… ¡Aquí estás! -sonrió con tristeza en los ojos- Ya estoy en casa…
Mucho tiempo había pasado desde la última vez que Lao Tse Huong había disfrutado de un momento de tranquilidad en el jardín de su mansión en el pueblo de Chou. Tras recuperarse de las heridas sufridas en el último combate contra los demonios había estado realmente ocupado poniendo en orden las cosas en la Escuela del Halcón Rojo y realizando los preparativos de su inesperada (pero deseada) boda con la bella Dulce Loto. El deber le reclamaba de nuevo en la Escuela, aún quedaba mucho por hacer allí y debía hacerlo personalmente, pero en el camino hacia el Pueblo del Halcón Rojo, Lao Tse Huong decidió pasar un par de días en la intimidad de su casa.
Sentado en la hierba, contempló el bello paisaje que le rodeaba, sus criados habían hecho un excelente trabajo en el cuidado del jardín en su ausencia, e incluso habían conseguido arreglar por completo los destrozos causados por el carro celestial de Lao Hu Ren Xia Tian. Lao Tse Huong no pudo evitar sonreir al recordar al que se había convertido en su amigo fiel. No había vuelto a verle aunque, en algunas ocasiones, sentía que le observaba desde algún lugar del Cielo, así que en cierto modo era cómo si no se hubiese marchado. Resultaba especialmente agradable saber que aún estando tan lejos de allí, podía sentir a su amigo como si estuviera justo a su lado. Instintivamente desvió su mirada hacia el cielo y vio una brillante estrella. Faltaba aún un poco para el anochecer y no se veía ninguna estrella en el cielo, solamente aquel lucero que se apagó rápidamente.
"Saludos a ti también, amigo" - pensó Lao Tse Huong, aunque para él fue como si estuviera hablando con alguien.
El noble se preparó para contemplar una vez más la puesta de Sol, para despedir por aquel día al que le otorgaba sus virtudes, el Sol Invicto. A Lao Tse Huong le gustaba aquel pequeño ritual, pues aunque era una especie de despedida sabía que cuando el Sol Invicto se marchaba por el horizonte otra presencia surgía de la oscuridad. Aún recordaba con cierta nostalgia la primera vez que se encontró con él y todo lo que había ocurrido a partir de entonces. Le fue difícil aceptar su condición, pero gracias a las enseñanzas de su maestro consiguió comprender y amar lo que le había sido concedido.
El Sol se marchó por fin dejando paso a la oscuridad de la noche y, como todas las noches, una sombra grisácea apareció. Lao Tse Huong se levantó del suelo y se giró para mirar a aquella sombra. El espectro tenía apariencia humana, la de un hombre calvo vestido con armadura y que portaba unas terribles garras en las manos. El noble sonrió y le dedicó una reverencia al espectro, que se limitó a permaner en pie en el lugar dónde se encontraba.
- Buenas noches, Maestro, estoy listo para la lección de hoy - dijo, finalmente, Lao Tse Huong al Maestro Garra de Halcón.
- Maestro… Padre.
Halcón de Sombras calló, un silencio que no hizo más que acrecentar su incomodidad. Se removió inquieto en su sitio, se puso en pie y volvió a arrodillarse pero no consiguió nada más que perder tiempo. La razón de su desasosiego no era algo tan trivial como una mala postura. No, era algo más profundo. Era su propia naturaleza.
- Soy yo.
Ni él mismo se reconocía. Ni siquiera los dioses lo hacían. Cada día se veía obligado a sufrir el desprecio del Sol Invicto. Su ardiente mirada le provocaba un dolor que a falta de un cuerpo que llamar suyo quemaba su misma alma. Tan solo en la noche sentía algún alivio. Pobre consuelo para él, pues bajo el amparo de la oscuridad habían actuado siempre las criaturas que más había odiado.
Halcón de Sombras apretó los puños al recordar a los Yoma, pero su recuerdo ya ni siquiera servía para hacerle sentirse vivo. Los habían derrotado. Todos estaban muertos, tan muertos como él. Y sin ellos cada vez resultaban más atractivos los susurros que le invitaban a rendirse al olvido.
- Tantas promesas, padre. Todas incumplidas…
Nada tenía en aquel mundo. Nada le quedaba. Seguía enseñando a Lao Tse Huong lo que había aprendido del hombre junto a cuya tumba estaba, el mismo al que había decepcionado con vanas palabras. Pero qué ocurriría cuando no quedase nada más que enseñarle. Qué le quedaría después de aquello más que el amargo trago de ser testigo de lo que él podía haber sido si no hubiese muerto.
Todos tenían una vida por delante, pero él no tenía nada. Era el recuerdo de una vida pasada, la sombra de una existencia sin futuro. La mayoría se habían marchado a seguir con sus vidas. Solo Lao Tse Huong y Dulce Loto le quedaban y ellos dos se habían casado. Había asistido a su boda para ver cómo disfrutaban de algo que él nunca podría disfrutar. Desde entonces cada día se sentía más como un intruso.
El mundo seguiría girando y cambiando mientras él estaba condenado a ser por siempre cenizas y humo.
- Lo siento.
Halcón de Sombras se puso en pie y se alejó de su tumba y la de su padre. Tal y como le habían aconsejado se adaptaría a las circunstancias y se prepararía para el cada vez más cercano día en el que estas dictasen que su existencia ya no era necesaria.