Nota del traductor: esta es la historia real del Águila y sus tripulantes, según la perspectiva de Knut Fraenkel. Su deteriorado diario fue hallado junto a sus restos en White Island, en 1930. Afortunadamente, he logrado restaurar y traducir muchas de sus entradas, pero no estoy seguro de la veracidad de su relato…
2 de septiembre de 1896
Estocolmo
Esta noche he cenado con Andrée y Strindberg. Ambos han insistido en que me una a ellos, puede que un poco locuaces de más sobre por qué Eckholm estaba tan equivocado, lo cual me pone un poco nervioso. Pero la información facilitada parece sensata. He prometido darles una respuesta definitiva mañana.
3 de septiembre de 1896
Estocolmo
He dormido poco esta noche. He andado de acá para allá, lamentando no tener mis botas para dar una caminata como es debido. He escrito cartas a D. y a K. a primera hora, y aquí reproduzco el texto:
Querido amigo,
Sin duda estás al corriente de que S.A. Andrée ha estado intentando reclutarme para su segunda travesía en globo hacia el Polo Norte. Su fotógrafo, el excepcional Nils Strindberg, me lo volvió a preguntar ayer.Bien, ya sabes que los peligros de los viajes en globo no me son nada ajenos. De hecho, estábamos juntos durante uno de mis accidentes, y recordarás la caminata de regreso a lugar seguro tan bien como yo. También sabes que respeto los peligros inherentes a los climas extremos y lo que pienso de los necios que no gozan de la preparación adecuada. De modo que, si conoces las publicaciones que se han realizado sobre los esfuerzos de Andrée, puede que te sorprenda que haya aceptado su oferta.
Lo cierto es que el asunto no está del todo documentado. No es que los hechos reflejados en la prensa sean especialmente incorrectos, si bien opino que se ha dado una innecesaria vehemencia en su relato. Pero Andrée sabe algo que muy pocos conocen gracias a sus viajes de exploración sobre el terreno previos al lanzamiento abortado de este año. Él y Strindberg me han mostrado algo que me ha inspirado confianza. Aún no te puedo contar de qué se trata, ni siquiera a ti, querido amigo, pero a estas alturas del año que viene, albergo la certeza de que el mundo lo sabrá. Atentamente, en la esperanza de mayores aventuras,
Knut
Dado que mantengo el diario oculto con el mayor de los celos, y deseo elaborar una precisa cronología de mis experiencias, aquí anoto el secreto: hay una corriente permanente que conduce a las profundidades del polo, un viento de unos cuatro a doce nudos que sopla de forma sostenida casi directamente hacia norte, comenzando no muy lejos de donde Andrée trató el lanzamiento este verano. Él y el meteorólogo Ekholm, a quien sustituiré en la próxima expedición, la descubrieron mientras realizaban sondeos aéreos a la espera de que el barco trajese el globo y demás pertrechos de vuelta a Suecia.
Andrée es sincero sobre su falta de información acerca de qué causa la corriente, pero me mostró los informes de campo del punto de lanzamiento en Danskøya. Los vientos registrados en la corriente se han mantenido en los mismos parámetros desde su descubrimiento. Es posible que la volvamos a encontrar la próxima temporada. Me pregunto si no habrá una apertura en el hielo, más al norte, una especie de volcán que haya creado un efecto de succión. Puede que se trate de algo incluso más exótico. Ya lo descubriremos. Lo que ahora importa es que existe.
¡Qué maravillas nos aguardan!
Nota personal: las entradas de los meses de entrevistas no están transcritas en mi diario de expedición, pero se conservan en el volumen que dejé en la caja de seguridad.
8 de julio de 1897
Danskøya, Spitsbergen
Estamos casi listos para el lanzamiento del Águila, pero ha surgido un problema: pierde aire. No entiendo muy bien por qué, ya que el diseño parece del todo impecable y más personas, aparte del propio Andrée, avalan la construcción. Con todo, el Águila pierde entre dos y tres docenas de metros cúbicos al día, después de inflarlo. Esto plantea un dilema.
Unos sencillos cálculos revelan que, bajo las habituales circunstancias conocidas del entorno, corremos el grave riesgo de no alcanzar el polo. Al parecer, no contamos con los suministros suficientes para el viaje por tierra que también habría que acometer posteriormente. Solo nosotros tres sabemos que estamos dentro del margen de seguridad gracias a la desconocida corriente de aire que Andrée y Ekholm descubrieron el año pasado. Pero Andrée teme revelar el hallazgo, sospechando —no sin razón, me inclino a pensar— que tan pronto como la notica alcance a los medios de comunicación, alguien con mayor apoyo financiero aprovechará la oportunidad de quitarle el hallazgo, a él y a nuestra querida Suecia.
En resumidas cuentas, ¿nos contenemos o nos arriesgamos a que nos tomen por locos? Nos es una decisión fácil, ya que la mala prensa de ahora podría ser difícil de contrarrestar más adelante, por muy gloriosa que sea la expedición. Hemos llegado al acuerdo de tomar una decisión definitiva no más tarde del 10 de julio de 1897.
9 de julio de 1897
Danskøya, Spitsbergen
Esta mañana me he despertado convencido de que solo hay una solución posible. Mientras desayunaba, descubrí que A. y Strindberg piensan exactamente lo mismo que yo: que el mundo crea que estamos locos. Dejaremos una nota sellada con la condición de que se abra justo al mismo tiempo que nuestro primer mensaje al mundo desde los confines del polo. Esto demostrará que la nuestra no fue una apuesta a ciegas o fruto del azar, sino que procedimos en base a información fiable, aún desconocida para el grueso de la humanidad.
11 de julio de 1897
Danskøya, Spitsbergen
¡Estamos en el aire!
Tripular el Águila transmite una serie de sensaciones muy particulares. En otros globos, nuestro deseo era elevarnos por encima de los accidentes del terreno hasta alcanzar cotas de aire más sosegadas. Pero el globo de Andrée no es como los demás. Puedo otear por el lateral de la góndola y contemplar las muchas cuerdas que penden hacia el suelo, puede que a unos trescientos metros por debajo de nosotros, cada una de ellas con la posibilidad de izarse o soltarse independientemente. Su lastre hace que no nos desplacemos a la misma velocidad del viento. Al ir más lentos, podemos virar gracias a unas pequeñas velas desplegadas a ambos lados de la cubierta superior y a lo largo de la góndola. Yo ya conocía todos estos particulares, por supuesto, pero la teoría no siempre es tan glorioso como la propia experiencia.
Sin embargo, nuestro ascenso no estuvo libre de incidencias. Las cuerdas de arrastre funcionaban demasiado bien, y nos vimos obligados a arrojar parte del lastre para no estrellarnos en el mar. Sabemos que nuestros observadores más informados deben de palpar el desastre, pero sabemos lo que ellos aún no saben. Ahora viramos lentamente hacia la corriente secreta y nos disponemos para una travesía más acelerada.
¡Menuda aventura esta! No me la habría perdido por nada del mundo.
12 de julio de 1897
Al norte de Spitsbergen
A primera hora de la mañana hemos dado con la corriente secreta. Ahora avanzamos a unos respetables nueve nudos. El propio viento corre a unos diez o doce nudos, con picos puntuales, así que desplegamos las cuerdas de lastre para mantener cierto control. En el horizonte solo se ven hielo y nubes, pero sentimos las mariposas en el estómago ante el inminente descubrimiento. Nuestro rumbo está muy ajustado al norte, y aunque debamos tomar tierra a cierta distancia del polo, andamos sobrados de trineos y suministros para seguir avanzando por el hielo tras aterrizar sanos y salvos y regresar al globo sin mayores problemas. Espero no estar comportándome de manera demasiado infantil al sentir que el secretismo de todos estos cruciales conocimientos no hace sino añadir dulzor en mi paladar.
Ahora que progresamos sin contratiempos, tengo más tiempo para observar a mis compañeros de viaje. Tomo notas aquí para registrar mis impresiones en lo sucesivo.
Salomon August Andrée no es el tipo de hombre que tendría como amigo. Es quince años mayor que yo, pero va más allá de la edad. Combina una meticulosidad elegante con la tremenda confianza en uno mismo que tan a menudo ha llevado a muchos montañeros a la locura. Lo que le redime de este riesgo es el simple hecho de tener razón. Su diseño del globo y su plan de ruta para la expedición han demostrado funcionar sobre el terreno. Solo por eso se le pueden perdonar muchas cosas.
Nils Strindberg, por otro lado, es un tipo agradable. Algo más joven que yo y mucho menos experimentado en los menesteres de la exploración, goza de muy buena mano para manejar el equipo fotográfico más delicado en las peores condiciones. Confieso no alcanzar a comprender todas sus preocupaciones técnicas, pero los resultados —sus excelentes negativos— hablan por sí mismos. Será un viaje muy bien documentado. Andrée y yo encontramos también una agradable calidez en la devoción que Strindberg profesa por su novia, a quien escribe largas misivas que luego nuestras palomas transportan junto con datos de orden más científico.
¿Y qué decir de mí? ¿Qué diría de mí mismo si no me conociese? Knut Fraenkel, veintisiete años, ingeniero civil, veterano montañero y algo bregado en asuntos de vuelo: un ciudadano del mundo. Me gusta pensar cuánto quisiera conocerme.
El viento parece arreciar. Es hora de hacer más mediciones.
13 de julio de 1897
Al norte de Spitsbergen
Ayer por la tarde, la fuerza del viento aumentó considerablemente, lanzando intensas ráfagas con puntas de veinte a veintidós nudos. Las cuerdas de lastre han reducido nuestra velocidad a diecisiete nudos, pero incluso eso es demasiado para el diseño estructural del Águila. Además, el viento vira ligeramente hacia el oeste, llevándonos no demasiado lejos del polo, aunque hacia
un terreno mucho menos explorado de lo que teníamos previsto. No me importaría tener un poco más de lastre, pero temo que nuestras cuerdas acabarían soportando demasiada tensión y se partirían. Mientras tanto, nos limitaremos a observar.
Ahora tengo la sospecha de que mi hipótesis sobre la presencia de un volcán acabará siendo correcta. El hielo que se extiende por debajo de nosotros muestra unas grietas muy evidentes, de entre uno y dos metros de anchura, todas orientadas hacia nuestro ignoto destino. Solo las erupciones de un volcán pueden presionar la capa helada de esa manera. Ahora observo en busca de grietas longitudinales que me permitan ver el mar.
Más tarde.
El viento sigue arreciando y ha alcanzado picos de veintiocho nudos en dos ocasiones. Hemos perdido algunas cuerdas de lastre y ambas velas han sufrido daños significativos; he sugerido que las metamos en la góndola por motivos de seguridad. Por ahora, el viento nos arrastra a voluntad, y ni siquiera estamos a un nudo por debajo de la velocidad terminal.
Mirando hacia el frente, veo unas nubes peculiares. Se dan unas condiciones del todo inexplicables para lo que parece un incipiente frente tormentoso, pero aunque las condiciones fuesen las más idóneas, los cúmulos no permanecerían sobre el hielo de esa manera. Solo puedo decir que mi percepción debe de ser errónea. Dentro de unas horas sabremos cuál es la verdad de todo este asunto, de un modo u otro.
14 de julio de 1897
Al norte de Spitsbergen
Hemos perdido mucha altura después de la cena, hasta estabilizarnos en los cuarenta metros. El aire se antoja más húmedo de lo que parece posible dadas las condiciones, ¡y he descubierto, tras trepar por la cubierta, que el aire arrastra corrientes cálidas! Son diez o más grados por encima de la temperatura de congelación impregnados de densas gotas de agua, responsables del aumento de capas heladas sobre el Águila. Los tres nos hemos turnado para rascar la acumulación que haya a nuestro alcance, y Andrée ha puesto a prueba su plan de rotar y ladear la cubierta para desembarazarnos de más capas. Por desgracia, el resultado ha sido mucho menos impresionante de lo esperado.
Hemos atravesado unos densos bancos de nubes durante los últimos tres cuartos de hora. Diseminados por la masa surgen corrientes ascendentes de aire caliente y húmedo. En vez de un volcán, ahora mis sospechas se posan en otro tipo de actividad geológica: una grieta, como las de Islandia, con corrientes de lava desde ambos extremos. Algunos de los témpanos que vimos antes de entrar en el banco de nubes parecen confirmar esta teoría, ya que había presencia de zonas elevadas, algunas cónicas y otras a modo de grietas simétricas. Algunos de estos témpanos elevados presentaban también una llamativa tonalidad verdosa, que bien podría ser una inyección de cobre u otros minerales presentes en el agua expulsada por la actividad volcánica, tal como he visto en los manantiales montañosos de agua caliente.
De alguna manera, la superficie del hielo parece adquirir una tendencia descendente hacia el norte y el oeste. Cuesta confirmar tales observaciones, dada la variabilidad de las condiciones, pero espero que arribemos a aguas abiertas en las próximas horas a poco que la pendiente se mantenga.
Lo más inquietante son las crecientes fluctuaciones que experimentan nuestras brújulas. Algo así nos esperábamos; es bien sabido que el polo norte magnético se encuentra a cierta distancia del eje geográfico de la Tierra, y normal que los instrumentos magnéticos cercanos registren algunas fluctuaciones. Si bien nos encontramos relativamente lejos de esto, se trata de condiciones realmente inusuales. Aun así, solo puedo esperar que el fenómeno que nos aguarda provoque mayores anomalías. Ahora voy a complementar los datos habituales con mis estimaciones.
Más tarde.
El banco nuboso persiste y, además, se ha vuelto más denso. Inutilizadas nuestras brújulas, solo nos quedan mis medidas. Las cuerdas de lastre nos proporcionan una noción de la velocidad y el curso que seguimos. Asumiré que los errores empiezan a salpicar los registros, emplazando a futuros viajeros a que corrijan mi relato.
Ahora nos encontramos sobre el agua. Hemos atravesado una zona de transición de uno o dos kilómetros, donde la capa de hielo desapareció. Desde entonces, solo hemos visto la superficie marina salpicada por ocasionales formaciones de hielo a la deriva. Hay una corriente marina constante de unos cuatro nudos que discurre en la misma dirección que el viento. De vez en cuando, cuando las nubes permiten el paso de la luz, el mar parece ladearse, aunque es obvio que se trata de una ilusión óptica.
16 de julio de 1897
Ubicación desconocida
No sabemos dónde estamos ni hacia qué rumbo navegamos. Debajo de nosotros se extiende un mar oscuro. Detrás, el mundo que conocíamos se ha desvanecido. Por delante, ¿qué misterio? ¿Qué aciago destino?
17 de julio de 1897
En tierras extrañas
Al despertarnos esta mañana, hemos percibido una variación en la calidad del aire. Frente a nosotros hemos podido ver el resplandor del amanecer. No tenemos una noción clara de la distancia que hemos recorrido, pero estoy casi seguro de que hemos rebasado el polo norte y nos dirigimos hacia el este. Puedo equivocarme mucho en la valoración de nuestros progresos. Confío en mis estimaciones, pero la confianza no es la base de la ciencia, por lo que, en lo sucesivo, consideraré mis conclusiones como discutibles hasta que puedan ser verificadas objetivamente.
Hemos aumentado nuestra altitud en unos ocho o diez metros, hasta los treinta, y hemos vuelto a desplegar las cuerdas de lastre con la esperanza de recuperar cierta capacidad de maniobra. El aire está brumoso y nuestra visibilidad solo se extiende unos pocos kilómetros, pero todos hemos tenido la misma sensación de apreciar colinas dibujándose por todas partes a nuestro alrededor, por lo que entendemos que la formación de agua debe de ser una especie de embalse natural. La temperatura aumentó en cuanto emergimos, ascendiendo un mínimo de diez grados en el espacio de medio kilómetro, por lo que no hemos tardado en desprendernos de las capas externas de abrigo.
Hemos divisado islotes diseminados y una extensión de costa frente a nosotros. Todas las formaciones de tierra muestran unas orillas escarpadas de entre dos y diez metros de altura, recortadas por cauces de riachuelos ocasionalmente colapsados. El accidentado interior está cubierto por una densa jungla de árboles desconocidos. Strindberg lamenta por primera vez, según dice, no haberse familiarizado nunca con las tierras salvajes que hemos dejado atrás, con lo que Andrée y yo hemos convenido rápidamente. Si fuésemos a enfrentarnos a un bosque de coníferas, una tundra o cualquier otro tipo de terreno como el de nuestra amada Escandinavia, deberíamos poder analizarlo profunda y diligentemente. Pero tendremos que ir resolviéndolo lo mejor que podamos.
Las islas parecen estar habitadas por cierta fauna. La costa es harina de otro costal. A medida que nos aproximábamos, una bandada de aves se elevó desde sus nidos en las copas de los árboles… o lo que parecían aves a primera vista. Cuesta mucho determinar la distancia y la velocidad contra el brumoso lienzo de fondo y estas condiciones desconocidas. Pronto nos dimos cuenta de que eran mucho más grandes de lo que habíamos imaginado, y tampoco eran aves, por mucho que volaran. Por el contrario, tenían la piel expuesta, colmillos y garras que solo habíamos visto en las reproducciones de los extinguidos dinosaurios y demás criaturas prehistóricas. Estas, por supuesto, estaban muy vivas, y volaban a toda velocidad hacia nosotros. Aún nos encontrábamos contemplando sumidos en la conmoción cuando sus garras rasgaron la cubierta del Águila, provocando importantes daños.
Súbitamente, tuve la visión de lo que debíamos hacer. Andrée y yo habíamos experimentado con maquetas a escala en Suecia para poner a prueba los diseños para ascensos y descensos bruscos. Este no era el tipo de contingencias que habíamos previsto, claro, pero la preparación es, como suele pasar, la madre de todo éxito frente a las más extrañas adversidades. Grité a los demás que se echasen abajo y se quedasen quietos y me hicieron caso. Seguidamente, tiré con fuerza de las cuerdas de lastre para forzar un ascenso rápido mientras las extrañas aves reptilianas nos perseguían. El súbito ascenso de varios centenares de metros me provocó mareos. Luego, cuando las criaturas se habían concentrado a nuestro alrededor, desplegué las velas y realicé una serie de ajustes que culminaron con el apagado del quemador del Águila. Nos precipitamos hacia abajo casi tan deprisa como habíamos ascendido. Finalmente, con una plegaria dedicada a los sabios espíritus de la química y la ingeniería, encendí una bengala y la arrojé al cielo teñido por los rayos del sol, apenas capaz de seguir su trayectoria.
Afortunadamente, obró el efecto que esperaba. Se cruzó con la corriente de hidrógeno que se había desprendido de la cubierta y la incendió. En un instante, una columna de fuego envolvió a dos de las criaturas atacantes. Estas, a su vez, extendieron el fuego por otras trazas de hidrógeno que provocaron una barrera defensiva de fuego mientras yo maniobraba para quedarnos a
cinco metros del suelo, tierra adentro, lejos de sus nidos. Lo último que vi de ellas fue que volaban en círculos envueltas en una ciega agonía mientras trataban de alejarse de nosotros.
Entonces me derrumbé, agradecido más allá de las palabras de que Strindberg y Andrée estuviesen dispuestos a emprender las reparaciones. Yo me dejé llevar por las penumbras del aturdimiento.
Más tarde:
Sea lo que sea la luz que pende sobre nuestras cabezas, no es el sol, tal como conocemos al poderoso orbe. Permanece constantemente en lo alto del cielo, sin levantarse o ponerse en ningún momento. Nos hemos retirado a la cabina y hemos corrido las cortinas para aliviarnos un poco del aparente día eterno que reina fuera.
Día 2
He decidido cambiar a esta nomenclatura de lo que percibo como días desde nuestra llegada a esta tierra desconocida. Solo puedo intuir el paso del tiempo en función de nuestras horas de sueño. Nuestra adaptación con respecto a nuestros ritmos circadianos se antoja complicada en el mejor de los casos, hecho que me parece relevante de cara a la actual experiencia.
Hemos seguido navegando hacia lo que intuyo como el sur, si es que puedo confiar en mis sensaciones. La bruma persiste, así como la sensación de curvatura, y hemos debatido este asunto profundamente. Strindberg cree que nos encontramos en una especie de cámara que ocupa buena parte del interior de la Tierra y que supone un fenómeno completamente real. Andrée comulga con que debemos de hallarnos en una suerte de mundo interior, pero no cree que vaya más allá de algún tipo de efecto óptico. El ingeniero Fraenkel se declara indeciso, poco dispuesto a aceptar la hipótesis de Strindberg debido a sus implicaciones, pero también reacio a aceptar el perpetuo espejismo que requeriría la teoría de Andrée. No es esta una situación para la que el estudio académico, ni siquiera la experiencia sobre el terreno ártico, pueda prepararle a uno, me temo.
En líneas generales, la masa de tierra mantiene cierta constancia. En el detalle, las variaciones son infinitas. Hay volcanes en miniatura de hasta medio kilómetro de altura, crestas arqueadas esculpidas por la constante lava caliente que podrían demostrar mis sospechas acerca de las grietas del hielo que vimos durante nuestra aproximación. Las cenizas que rodean las erupciones recientes apenas suponen una interrupción para la densa vegetación que llega hasta la misma orilla. Ríos y arroyos recortan estas tierras bajas provenientes de unas cumbres que no podemos ver por culpa de la bruma.
La vida salvaje de manifiesta de mil maneras por debajo de nosotros. Hemos visto más de esas aves reptilianas, pero no nos han atacado (quizá arrastremos con nosotros algún tipo de olor; no imagino ninguna forma de vida cómoda en las condiciones del embalse). Unas criaturas peludas que recuerdan a los mamuts pisotean los matorrales, al igual que unas curiosas aves incapaces de volar que llegan a los tres metros de altura y muestran la más feroz de las disposiciones. Reconozco algunas de esas bestias como la viva representación de las reconstrucciones paleontológicas de nuestros dinosaurios, algunas de las cuales parecen especies contemporáneas pero sobredimensionadas. Otras son quimeras que desafían mi capacidad descriptiva. Menos mal que
Strindberg las está fotografiando todas.
Han hecho falta dos días para que recarguemos nuestras reservas de gas adecuadamente, y ahora mantenemos una satisfactoria altitud de cien metros por encima de las copas de los árboles, que serán unos doscientos o trescientos sobre el suelo. Merced a las agradables brisas que parecen soplar constantemente en las inmediaciones del embalse, las velas de Andrée parecen rendir a la perfección. Esto no es el polo, seguro, sino un mundo de maravillas que me regocija poder ver con mis propios ojos.
Día 3
Una tormenta. Apenas si soy capaz de mantenerme en pie, ya ni hablemos de escribir. Los relámpagos son asombrosos. Seguiré luego.
Día 4
Aquí terminan los días de vuelo del Águila, me temo. Justo cuando la tormenta escampaba, una potente corriente descendente nos ha hecho chocar contra lo que parece el helecho más gigantesco que quepa imaginar, y su áspera superficie ha desgarrado cubierta, góndola y cuerdas por igual. Fuimos cayendo al suelo de rama en rama, a tramos de entre uno y cinco metros, hasta estrellarnos en el suelo con un gran estruendo. Afortunadamente, el mullido fondo ha amortiguado la caída, ya que, de lo contrario, podría haber sido el fin para nosotros. En estos momentos estamos bastante magullados y nos las arreglamos para montar las tiendas muy lentamente. No puedo seguir escribiendo.
Más tarde:
Unas criaturas similares a una mezcla entre tigre y lagarto nos han atacado. Hemos tenido que buscar refugio en altura, ya que parece que no gustan de escalar. Nos hemos pasado la tarde manteniendo el equilibrio sobre unas ramas a diez metros de altura, hasta que esos pájaros que no vuelan han espantado a nuestros cazadores. Han matado a todos, salvo a dos, y han salido en pos de ellos sin demora. Después nos hemos vuelto a quedar solos para temblar de miedo en la intimidad.
Día 5
Confirmado: no tenemos la menor esperanza de reparar el Águila sin las sofisticadas herramientas que no hemos traído con nosotros y no podemos fabricar en este entorno salvaje. Ahora ponemos todo nuestro empeño en acoplar ruedas a los trineos, con la esperanza de convertirlos en carromatos que podamos arrastrar sin demasiado esfuerzo. Tras hablarlo, todos deseamos proseguir hacia el «sur» y ver qué nos aguarda allí.
Hemos descubierto que no estamos solos en estas tierras extrañas. Mientras recogíamos leña, descubrí unas huellas indiscutiblemente humanas cerca del arroyo más cercano. Calculo que tienen una semana y parece que proceden de río arriba (o, lo que es lo mismo, del frente), recorriendo el arroyo a lo largo de su curso (o sea, hacia el mar que se extiende a nuestra espalda).
He convocado a los demás, pero varias horas de exploración no revelan ninguna presencia humana. Procederemos con cautela, esperanzados con que sean neutrales, o incluso dispuestos a prestarnos ayuda, aunque estamos listos para posibles hostilidades.
Día 7
Nos hemos tomado un día de descanso y hemos partido «temprano » esta mañana, o al menos eso nos parece. Estamos recorriendo el sendero que parecen haber practicado los desconocidos. Los carros no progresan con demasiada fluidez, pero tampoco van tan mal como había previsto. Conseguimos avanzar entre kilómetro y kilómetro y medio por hora de esfuerzo. Podría haber sido mucho peor.
Lo que sí es un fastidio son los mosquitos y demás insectos sobredimensionados que comparten el apetito de sus parientes más pequeños por la carne y la sangre humanas, siendo mucho más agresivos en su afán. Más de una vez he estado a punto de disparar mi pistola contra una de esas criaturas, antes de recordar el absurdo desperdicio de munición que eso supondría. Andrée ha ideado unos ingeniosos remedios para la transpiración a partir de las deshilachadas cuerdas de lastre, pero esto sigue distando mucho de parecerse a un paseo por el jardín.
Día 8
¡Hemos descubierto un poblado! Y es muy significativo, recordándonos al señor Verne, o quizá a ese clásico de La familia Robinson suiza, del señor Wyss. Se trata de un enclave arbóreo, encaramado a una docena de árboles gigantes, conformando un rompecabezas tridimensional de plataformas, puentes y escalas de cuerda, con algunos refugios excavados en los propios troncos. Cestillas de todos los tamaños y formas están sujetas a ingeniosos artilugios de cuerdas que dan lugar a una red capaz de transportar cualquier cosa.
No hay nadie, pero es evidente que el lugar no está abandonado. Algunas de las cestillas están llenas de frutas, grano y exóticos y aromáticos panes. Los hogares están debidamente alimentados, cada cual con su montón de leña cercano. Sin embargo, no parece haber el menor rastro de pertenencias personales: es como si el enclave fuese un lugar de paso o un refugio para cazadores, más que una residencia habitual.
No es fácil intuir el nivel de civilización de los constructores de este poblado. No hemos encontrado metal en las construcciones, pero dadas las particulares propiedades magnéticas de estas tierras, puede que sea una inteligente cautela —nos hemos encontrado nuestros utensilios metálicos calentándose o echando chispas durante minutos, y ya sospechamos que, antes de que termine nuestro viaje, tendremos que deshacernos de muchos de ellos, si no todos—. Lo cierto es que la ingeniería desplegada en poleas, palancas, arcadas y demás es superlativa.
Ni siquiera yo podría hacer un trabajo más fino, y creo que no conozco a ningún ingeniero que sí pueda.
¡Qué hallazgo este! Strindberg maldice al infortunio que ha dado al traste con algunas de sus placas de negativos al tiempo que agradece a la providencia que haya preservado tantas. Ciertamente, sin su testimonio gráfico, pocos son los que se creerían este relato.
Más tarde:
Hemos encontrado a los creadores del poblado y ellos a nosotros. De momento permanecen debajo de nosotros, dando vueltas alrededor del árbol que hemos escogido como nuestro refugio. Cuatro docenas de hombres y mujeres y una docena de niños nos observan en silencio. Su piel es de un curioso tono broncíneo que nunca hemos visto ni sabido antes, más allá de las fábulas de viajeros medievales. Son tan altos como nosotros y parecen gozar de una excelente salud. Su pelo es oscuro, con tonalidades que van del castaño al negro azabache, al igual que sus ojos. Visten túnicas y pantalones de fina manufactura, así como sandalias de suela gruesa, todo decorado con rayas en zigzag de varios centímetros de anchura y vivos colores que, de alguna manera, nos sugieren las culturas latinoamericanas. Llevan arcos (y quizá más armas) dentro de sus amplias sacas.
Nos hemos despertado de la siesta y siguen ahí, y en los treinta minutos que han transcurrido desde entonces no han mostrado la menor intención de trepar por una de las escalas. Andrée les ha lanzado saludos en sueco, noruego, inglés y francés; yo he sumado el alemán y Strindberg el italiano. Han respondido a cada llamada con una propia, y estamos casi seguros de que han cambiado a, por lo menos, tres lenguas antes de quedarse con la que parece la de ellos. En lo sucesivo, Andrée ha hablado por nosotros, y el que lleva la voz cantante entre ellos parece gozar de una creciente capacidad mímica respecto a su estilo verbal.
Una habilidad útil donde las haya para un diplomático, creo, pues debe transmitir sensaciones de fondo antes siquiera de que se establezca el significado en sí. He recorrido varios de los árboles y he mostrado a la tribu que no hemos tocado ninguna de sus pertenencias. Esto ha provocado un extraño suspiro que atribuyo a un sentimiento de satisfacción, del mismo modo (como nos dice Burton) que para algunas tribus una negación con la cabeza significa un sí y un asentimiento un no. También me he propuesto aislar objetos concretos, como una cuerda y una polea, y aprender su vocabulario, pero con un éxito limitado. Creo que ha llegado el momento de descender con ellos y comprobar si es cierto su aire pacífico.
Año 3, día 183
Tras una prolija conversación, Andrée, Strindberg y yo hemos decidido irnos. Hemos vivido codo con codo con estos indígenas durante, calculo, unos siete años, y hemos aprendido muchas cosas de ellos. Esto se ha convertido en nuestro hogar, pero sabemos que no lo es, y nunca nos hemos resignado a no volver a ver a nuestros seres queridos. Andrée, en especial, nunca ha dejado de trabajar en algún medio para salir de aquí y parece convencido de haberlo logrado por fin. Strindberg nunca ha dejado de pensar en su casa y a menudo ha expresado su deseo de volver a la civilización. Por mi parte, creo que todo el mundo debería saber lo que hemos descubierto aquí. Aunque el viaje será azaroso, los tres estamos plenamente comprometidos en la empresa.
Nos marchamos hoy y, Dios mediante, pronto estaremos de vuelta entre nuestros amigos y seres queridos.