La casa de Beorn

Llegar hasta la casa de Beorn no les hubiera costado más de media jornada de viaje en circunstancias normales, pero la compañía se vio lastrada por el peso de la funesta carga que custodiaban y eso les obligó a tomar descansos y caminar con un ritmo más lento, por mucho que eso impacientara a Ainar. Por fortuna no tuvieron problemas en el camino, y no encontraron presencia de los orcos. Hacia mitad de tarde, el grupo atravesó los enormes campos de tréboles de distintos colores que crecían en las tierras de los beórnidas. El aire era fragante, cargado con los suaves aromas de las flores y el zumbido de docenas de grandes abejas que recolectaban el polen para las colmenas de Beorn. Podían verse varias granjas al norte y al sur que pertenecían a aquellos que habían escogido ir a vivir bajo la protección de Beorn. Un campo hermoso y una apacible vista que les hubiera renovado de esperanzas el corazón si no fuera por las malas nuevas que con ellos portaban.

Al atardecer, la compañía llegó a un antiguo cinturón de poderosos robles tras el cual se alzaba el alto seto de espinos que bordeaba una amplia zona como si de una muralla natural se tratase. En el lado norte de aquel seto se abría un enorme portón de madera alto y ancho, tras el cual un amplio sendero torcía al sur y se dirigía a la casa de Beorn y a los edificios que la rodeaban. Mientras caminaban en silenciosa procesión a lo largo de aquel sendero se les fueron acercando un nutrido grupo de perros que les ladraron excitadamente para alertar a todos de su presencia y que alzaron sus hocicos para olfatearlos, pero que cuando notaron el peso con el que cargaban los aventureros se quedaron momentáneamente en silencio. Esos perros conocían y querían a Merovech, y al darse cuenta de su muerte empezaron a aullar con desgarradora tristeza. Los perros se colocaron tras el grupo, siguiéndoles con su lamento durante el resto del trayecto. 

Cuando abrieron el pesado y crujiente portón del seto y encaminaron sus pasos hacia las edificaciones que había tras él, una extraña sensación de paz invadió sus cuerpos. Era como si volvieran al hogar después de una larga ausencia. Se sentían aliviados, contagiados de una tranquilidad que les abrazaba amistosamente. Incluso los cuerpos de los beórnidas que cargaban parecían de repente más ligeros y, al ver sus rostros, se sorprendieron al ver el cambio en la expresión de sus rostros: sus rasgos faciales ya no estaban distorsionados por el dolor y el sufrimiento sino que ahora lucían serenos como si simplemente estuvieran durmiendo. Esa experiencia les hizo sentirse agradecidos de quienes viajaban con ellos hombro con hombro, los lazos de amistad que los unían se fortificaron como si el propio Merovech les hubiese convencido de que eran hermanos que debían mantenerse unidos contra el mal que acechaba fuera¹.

Los aventureros, acompañados por los aullantes perros, llegaron hasta el patio que había frente a la casa de Beorn, un edificio largo y bajo con varias alas y edificios exteriores. Las abejas zumbaban allí somnolientas mientras caía la noche. El propio Beorn estaba sentado en el porche de su casa, tallando una pieza de madera con sus manos, arrancando las virutas de madera con sus uñas, que eran más duras que el roble.

Al verlos llegar, Beorn alzó la vista y miró con preocupación la barcaza y los cuerpos que allí yacían. Después dirigió su mirada hacia los viajeros y los miró con una mezcla de tristeza e ira en sus ojos. Poniéndose en pie, los miró desde las alturas y su voz sonó como un rugido enfurecido.

—Conozco a estos hombres. Ése es Merovech, y ese otro es su hermano de batalla Odo. ¿Quién ha hecho esto a mis amigos? ¿Cómo murieron?

     Welf retrocedió un paso y notó como el color llenaba su cara. Quería ser una persona locuaz, presentarse ante los pueblos libres como alguien que quiere lo mejor para todos, darles esperanzas cuando les faltara, llevar noticias de uno a otro rincón de las tierras ásperas, de norte a sur del Anduin, desde las Montañas Nubladas hasta Erebor pasando por el Bosque Negro y Valle... pero su lengua parecía pesar más que todo su cuerpo, la voz había desaparecido y todo lo que había pensado decir se quedó en una tos nerviosa.

     Tenía todavía mucho que aprender sobre la gente, las costumbres y sobre como presentarse. Mucho... mucho trabajo por delante.

Por el camino Miriel rememoró todo lo que había aprendido de los Beornidas y lo compartió con sus compañeros para ilustrarlos en sus costumbres a fin de que pudieran causar una mejor impresión, siempre con tacto para no herir la posible sensibilidad de Baldbrand.

Al llegar a la casa de Beorn, el ímpetu y la rabia de Baldbrand se vieron apaciguados. Aquel lugar siempre le traía buenos recuerdos, especialmente la invitación para celebrar Yule que hiciera el cambiaformas hacía 5 años. Él y su extraña familia de supervivientes habían sido de los primeros en aceptar aquella invitación. Beorn les dio cobijo, protección y conocimiento. Por ello siempre estaría agradecido.

Lanzó una mirada a sus compañeros de viaje y asintió en señal de que tomaría la palabra. Después de todo, era lo más sensato.

Dio unos pasos hacia delante y se inclinó con respeto y admiración. Luego se aclaró la voz con un carraspeo y empezó diciendo:

-Gran Beorn, como sabéis soy Baldbrand, hijo de Randmar. -se golpeó el pecho con energía. Aquello sonó con respeto, pero al mismo tiempo con orgullo. Su padre siempre había sido una gran inspiración para él y siempre que le nombraba esperaba transmitir esas sensaciones que aún atesoraba- Mis pasos se han unido a los de este grupo de buena gente: Ainar, hijo de Ai. Welf Ramaverde, hombre de los bosques. Y los elfos Vanwa y Miriel. Hace semanas, caminaron entre nosotros e incluso tuvieron a bien pagar su deuda con una hermosa canción. -volvió a carraspear. En otras circunstancias no habría sabido que decir, pero Beorn era alguien a quien respetaba y conocía. Se sentía lo suficientemente seguro como para ser claro y directo.

-Me uní a ellos en su camino de regreso a la Posada Oriental, por consejo de mis allegados y tras haber hecho un intercambio provechoso en la Aldea. Todo iba bien, pero entonces nos encontramos con esta balsa a orillas del gran río. -señaló la embarcación de forma clara, quizá algo exagerada- Por desgracia, Merovech y su hermano, habían sido presa de un ataque de orcos repugnantes y cobardes que les dieron caza con arcos y flechas desde la orilla. El gran Merovech llegó a atravesar a dos de ellos con su lanza pero... no fue suficiente. -hizo una pausa y, como si se le olvidara añadió tomando los restos de la cuerda- Creemos que Merovech llevaba a alguien prisionero pero... debió aprovechar el ataque para robar su espada y huir lanzándose a las aguas.

-Debo reconoceros que sentí la llamada de la Caza pero... apoyado por mis compañeros de viaje, decidimos que lo mejor era traer a vuestra casa las malas noticias y los cuerpos de estos dos valientes que deben ser honrados. Todos sabemos el bien que hacía Merovech el Poderoso. Hoy es un día de lamento. -un sincero pesar se adueñó de sus palabras. Parecía que iba a finalizar ahí cuando añadió: Por supuesto mis compañeros podrían daros más detalles. Han demostrado tener conocimientos y habilidades que superan los míos y podrían sernos de utilidad para averigüar este oscuro suceso que clama venganza. -dijo aquello con fervor, puesto que así lo creía. La muerte de aquellos dos hombres necesitaba algún tipo de revancha, especialmente si aquel prisionero había tenido algo que ver.

Dicho eso, miró a sus compañeros como indicando de forma quizá algo exagerada, que había terminado. Lo cierto es que estaba hablando aquel día, más que en las última semana...

Vanwa escuchó y se mantuvo en silencio. Ya había conocido a Beorn y sabía que era mejor no tomarse muchas licencias ni hablar de más. Y menos en situaciones como aquellas. El elfo, de natural bromista y algo farfullero y liante, no se atrevía a hacer su juego con el gran hombre.

Balbrand había hablado bien. Como mínimo se podía decir de él que era un digno interlocutor de su pueblo. Igual de directo y descarnado.

Sencillamente sonrió... No, no. Borró la sonrisa, que Beorn podía interpretar aquello de forma equivocada. Simplemente se mantuvo a la espera de saber si quería saber más cosas o no.

Beorn era muy intimidante, tanto por su envergadura como por su sempiterna mirada iracunda y su fuerte voz. No necesitaba hacer alardes para demostrar lo peligroso que era. Todos lo sabían. También era alguien que prefería las palabras honestas y directas a los relatos edulcorados y las suposiciones, o al menos eso era lo que Miriel había oído hablar sobre el líder de los beórnidas. Tanto los enanos como los elfos irritaban a Beorn de sobremanera, por eso dedicó funestas miradas a Ainar, Vanwa y Miriel. De hecho, en el caso de Vanwa, debió ver algo que no le gustó en su actitud, porque torció el gesto y frunció el ceño al mirarle. Sabían que lo mejor es que fuera Baldbrand quien hablase, pues pertenecía a su pueblo, aunque cuando alguien hacia enfadar a Beorn poco importaba aquello. 

Baldbrand presentó al grupo y Beorn asintió con la cabeza en señal de que reconocía al Beórnida; no así al resto del grupo, pese a que habían estado de paso por aquella misma casa unas semanas atrás. Beorn los miró con desconfianza, ceñudo y aguardando las explicaciones sobre lo ocurrido con Merovech y Odo, aunque agradeció que Baldbrand fuera escueto en las presentaciones. Nada irritaba más a Beorn que aquellas largas y pomposas introducciones que hacían otras razas como los elfos antes de llegar al meollo del asunto. 

—Baldbrand, hijo de Randmar, y sus amigos, pasad inmediatamente a mi casa y ponedme al día de lo sucedido. 

Beorn llevó al grupo al interior de la casa y les señaló que podían sentarse a ambos lados de una larga mesa, mientras que él aposentaba su enorme cuerpo en una silla de madera, igualmente enorme y maciza. Beorn era un hombre gigantesco, vestido con una túnica de lana atada con un sencillo cinturón. No lucía ni joyas ni objetos de plata que denotasen su elevado estatus, y aún así sabían que todos aquellos fornidos hombres que se encontraban en los alrededores lo seguían como un líder. El hacha que llevaba al cinto era el único objeto que traía consigo, y era un arma sencilla y sin adornos, rozada y mellada por una vida de uso. La única señal de que era un gran líder de los hombres y no un solitario hombre del bosque era el hecho de que su cabello y su barba negra estaban ahora peinados. Su barba lucía unos recientes mechones grises que cinco años atrás no tenía, como pudo advertir Baldbrand, pero si eso era debido al avance de la edad o a la preocupación por sus nuevas responsabilidades era imposible de averiguar. 

—Orcos tan cerca de mi casa... o bien eran muy osados, o muy, muy imprudentes—masculló Beorn al escuchar el relato de Baldbrand—. De una u otra forma han matado a mis hombres, y eso no lo permito. Envié a Merovech al sur, a los otros poblados a lo largo del Gran Río para dirimir disputas y asegurarme de que todo iba bien. Por lo que cuentas, parece que él y Odo me traían a un prisionero para que lo juzgara —luego e encogió de hombros y continuó—. Nunca quise gobernar a los hombres, pero quien escoge servirme debe regirse por mis leyes, y quien las trasgrede debe presentarse ante mí para un juicio en la Carroca. 

Beorn se quedó pensativo unos instantes. Después dirigió la penetrante mirada que había bajo sus pobladas cejas hacia todo el grupo, fue más indulgente con Baldbrand y con Welf pero se clavó intensamente en Ainar y los elfos, a quienes miró con profunda desconfianza. 

—Merovech llevaba consigo una bolsa cargada de monedas de plata que yo mismo le di cuando partió de viaje. ¿La habéis encontrado? —Inquirió tras inclinarse hacia delante sobre la mesa frunciendo el ceño y apoyar sus enormes manazas sobre la madera—. Sé que ninguno de mi pueblo osaría tomarla y no presentarla junto a los cuerpos de nuestros caídos, y mis tratos con los hombres del bosque me han demostrado su honradez, pero los enanos y los elfos son codiciosos y en el pasado ya han librado guerras y sumido el mundo en el caos por joyas y cosas aún más insignificantes. ¿La has cogido tú, enano? ¿Tengo que registrar bajo tu barba a ver si se esconde en ella? ¿O ha sido uno de vosotros, elfos? ¿Sois tan codiciosos como se dice que lo es vuestro rey?

- Ni todos los elfos deben juzgarse por el ejemplo de un rey de elfos, ni se sabe si una gallina es ponedora por el hecho de tener una que sí lo es.- Se atrevió a decir Vanwa.- De la misma manera que tras las barbas de hijo de Ai se esconden cosas mucho más valiosas que la plata, tampoco es plata lo que codicia Miriel. Y mucho menos lo que codicio yo, que os lo podría decir, pues es mucho más hermoso e inalcanzable que la vulgar plata, pero tampoco habéis pedido saber eso, pues nada tiene que ver con plata.- Se atrevió a decir Vanwa, enigmático.- Plata no vimos en parte alguna, y difícil resulta tomar lo que no vimos.*

Algo picado estaba por el hecho de sentirse menospreciado e insultado a pesar de traer hasta allí a los cadáveres de su gente, y aunque no se atrevía a más ante la imponente presencia de aquel hombretón, sí se permitió confundirlo un poco.

- En cualquier caso, quisiera añadir, sin robaros más tiempo, que os quería agradecer, ahora que tenemos oportunidad, la ayuda que nos prestásteis hace unas semanas y que vuestros patelitos de miel tienen una más que merecida fama.**

Miriel aguantó la mirada que les lanzaba Beorn quizas con la misma fiereza con la que el les miraba. No era una elfa remilgada, ni de cortes. Era una elfa del bosque, una protectora, una guardiana, curtida en cientos, sino miles, de misiones y escaramuzas con los siervos de la Sombra y toda una estirpe de hombres del bosque se remontaban hasta ella. Por Eru que aquel hombre hosco que no demostraba la más mínima cortesía iba a intimidarla. Le contestó sin alzar la voz, como era su costumbre. Ella no necesitaba alzar la voz para demostrar su fortaleza.
- Lo que Vanwa dice es que no vinos ninguna bolsa con plata y por lo tanto no pudimos cogerla. - ella siempre era directa - Puedes tomar por buena mi palabra por mi misma y mis compañeros, incluido a Ainar, hijo de Ai, si es que de algo te sirve ver que una elfa responde por un enano. Yo fui la única que subió a la barca. - guardó silencio un momento, pero fue incapaz de contenerse
- ¿A qué vienen estas suspicacias, Beorn, lider de tu pueblo? ¿Acaso no son estos dos elfos, este enano y este hombre del bosque a quienes pediste hace escasas semanas que buscaran y trajeran con vida al mediano por cuya posada tanto interés muestras? ¿Acaso no son estos dos elfos, este enano y este hombre del bosque quienes junto a tu seguidor te han devuelto los cuerpos de tus hombres para darles la digna sepultura que merecen sin pedir nada a cambio, tan solo porque sus corazones les dictaron que era lo correcto?

    Señor, se acercó Welf con timidez, Señor carraspeó. Mi vida por la palabra y la confianza en mis compañeros. Hace no mucho tiempo acabamos con un grupo de trasgos y orcos y allí quedaron sus inmundos tesoros,  ninguno tenemos interés en la plata de ningún tipo. Vivimos gracias a la hospitalidad de los medianos y trabajamos para expulsar la Sombra de estas tierras.

Ainar estaba en ese momento mirando a Beorn con cara de pocos amigos. Los recuerdos de las horas anteriores afloraban a su mente: llevar un bote con muertos que no son enanos, protegerlos, embarrarse las botas, la barba y la armadura por gente que no era de su pueblo, preocuparse por gente que no era de su pueblo... eso y más había sucedido en el camino hacia allí. Claro, que con la advertencia de Miriel, nuevamente, el enano alertó su desconfianza una vez más.

Ya habían estado allí, y aunque la sensación de paz era increíble, la posibilidad de ser juzgado por su barba y ascendencia le era molesto de antemano. Es cierto que él primero desconfiaba, y luego desconfiaba una vez más. Por las dudas. Pero cuando le demostraban la valía, era una montaña a la hora de mantener su posición. También es verdad que no era un dechado de cosmopolitismo, como tal vez lo eran sus anfitriones de la Posada, o el mismo Vanwa que hacía hablar hasta a las piedras... literalmente, pero si él había ayudado a un pueblo, por más hosco que éste fuera, exigía un mínimo de respeto.

Y allí no lo había tenido... y hasta se lo tildaba de ladrón.

-Ni necesito plata ajena, ni permito que se me falte el respeto en mi cara o a mi espalda- comenzó a responder Ainar con los brazos en jarra, mirando muy por encima de su altura, pero con el temple firme -Luego de haber luchado codo a codo con uno de tus valientes hombres, haber pagado cada peaje como se debe, proteger tus tierras como si fueran las nuestras, y ahora traer muertos suyos para ser honrados, como mínimo espero una disculpa de tan noble señor de estas tierras, que más muestra de unión no podemos mostrar los aquí presentes- y extendió su mano con la palma hacia arriba abarcando a su variopinto grupo -Y si no fuera usted, a quien respeto, hubiera recibido otra cosa en vez de palabras... como seguramente usted hubiera hecho en mi lugar si hubiese sido acusado de ladrón y saqueador- agregó finalmente.

Baldbrand había percibido el mal ánimo de Beorn. Igual sus palabras deberían haber sido pronunciadas con más cuidado, pero tampoco es que hablar fuera su fuerte...

Baldbrand estaba algo nervioso por tener que ser el portador de tan malas noticias, y también afectado por la pérdida de Merovech y Odo, y por ello sus palabras no salieron con el convencimiento que al impaciente Beorn le hubiera gustado escuchar. Baldbrand no estaba acostumbrado al uso de la palabra, ni a dar explicaciones, y menos en momentos tensos como aquel. Beorn se mostró impaciente ante su relato, y torció el gesto cuando el muchacho lanzó suposiciones sobre cómo debía haber huido el prisionero. A Beorn le gustaban las certezas. 

Después, cuando les preguntó por la bolsa de monedas, la mirada suspicaz del gran hombre se centró en Vanwa, Miriel y Ainar. Estudiándolos con sus penetrantes ojos como si fuera capaz de ver en sus entrañas cuál era la verdad. Las justificaciones de los elfos parecieron convencer a Beorn, que asintió con su pesada cabeza y se mesó la barba ante el extravagante palabrerío de Vanwa. No es que a Beorn le gustase demasiado escuchar aquellas confusas palabras que trataban de engañarle, pero la cortesía final desplegada por Vanwa le hizo tomar una mejor impresión de él. Al menos era agradecido, un valor que poco abundaba en aquellos tiempos. Aunque Beorn no dio muestras de reconocer al grupo de su anterior visita, y cuando Miriel aclaró que eran ellos quienes habían sido recibidos de mejor agrado semanas atrás para facilitarles la búsqueda del pequeño de los Brandigamo, tampoco pareció importarle. Los elfos y los enanos eran todos iguales para Beorn, quien tenía muchas virtudes, pero que a veces no era capaz de mirar más allá de sus propios prejuicios. Y así fue con Ainar, quién además se defendió como gato panza arriba y exigió una satisfacción por la ofensa recibida. Entre la rudeza de la cortesía del enano y las suspicacias de Beorn, la conversación llegó a un abrupto final. 

—¿Disculparme yo? ¡Ja! Te atreves a venir a mi casa con exigencias. Suerte tiene que no haga que esa cabeza tozuda de enano salga rondando por el suelo de mis estancias —las palabras de los elfos habían mitigado suficiente a Beorn para no considerarles culpables del robo de las monedas de plata, pero no dejó de mirar con desconfianza al enano, considerándolo cuanto menos sospechoso y frunciendo el ceño cada vez que miraba hacia él. 

—Bien, os agradezco que hayáis traído de vuelta a Merovech y Odo —gruñó Beorn poniéndose en pie, dando por concluida la reunión e invitándoles a salir de su casa—. Mañana empezaremos con los preparativos para su funeral. Se hace tarde y tanta conversación me ha dado hambre. Buenas noches. 

Lamentablemente la conversación con Beorn no había salido lo suficientemente bien como para que les invitara a comer de sus deliciosos pastelitos de miel, y tampoco para que les ofreciera el uso de sus cómodas camas. Cuando salieron al exterior, la noche ya estaba cayendo sobre el mundo, y uno de los beórnidas que custodiaban las tierras de su señor, y que también sujetaba su manto con un pasador con forma de cabeza de oso como el de los fallecidos, les dijo que podían pasar la noche en los establos. 

Miriel reunió toda su paciencia y templanza para no comportarse como una joven humana. Aquella no era su casa, estaba ante un gran líder de los hombres y uno muy peligroso, con un humor tan cambiante como las nubes. Mantuvo el silencio apoyando una mano sobre el hombro de Ainar tanto para transmitirle su apoyo como para recordarle que no era momento de sacar el hacha.

Una vez fuera miró largamente al beórnida que les ofrecía los establos, para luego mirar a sus compañeros.

- No tengo por costumbre quedarme donde no soy bien recibida. Estoy acostumbrada a dormir al raso, así que ese establo no me hará ninguna falta. Salvo que tengáis algún motivo para quedarnos, yo optaría por dormir por nuestra cuenta y terminar mañana con nuestro cometido, que es regresar los tarros de miel a los medianos que buena falta les hará para el invierno. – aún le dolía no haber podido recuperar las provisiones que los medianos necesitaban para poder hacer funcionar su taberna.

El jóven Beórnida gruñó algo frustrado por cómo habían salido las cosas. Su propio relato había sido algo abrupto y la disposición del enano tampoco había ayudado.

Asi que, simplemente se golpeó el pecho con el puño e hizo un cabeceo en señal de respeto hacia su líder, para luego salir con el resto.

La invitación de uno de los hombres de Beorn para quedarse en los establos no pareció ser bien recibida por la elfa.

-Lo que decís no tiene sentido. -espetó el hombretón- Si no hubiéramos sido bien recibidos, no se nos ofrecería quedarnos. -dijo como si fuera una obviedad- Además... Merovech y Odo merecen ser honrados. Yo por lo menos si lo haré. De todas formas, entiendo vuestra prisa. -terminó de decir el joven dejando claro que su prioridad era quedarse y honrar a los muertos.

     Orcos en el Anduin... no debemos olvidarnos de ellos. Tal vez Beorn se centre en sus tierras y en su gente pero nosotros debemos mirar más allá de esas fronteras y pensar en la gente que va a viajar cerca del Anduin, cerca de la posada de los medianos.

    Se quedó pensativo unos instantes Sabemos  que había un prisionero, unas monedas y una emboscada del Enemigo. Pero no sabemos si hay relación entre todo ello. Vayamos tras ellos al amanecer.

Vanwa se encogió de hombros ante los comentarios de sus compañeros, cuando se quedaron solos.

- Beorn es susceptible como un gran oso...- Bromeó.- Que nos permitan dormir con sus caballos es cierta muestra de confianza. Tengo entendido que le tiene más aprecio a sus caballos que a muchas personas.- Comentó.- A mí tampoco me ha gustado el trato dispensado por Beorn, pero si nos ofrecen un techo, tampoco lo despreciemos. El invierno se acerca y mejor tener algo sobre nuestras cabezas que nos cubra del rocío nocturno.

Entonces miró a Baldbrand.

- Entiendo que queráis presentar vuestros respetos a los muertos. Pero también entenderéis que no queramos molestar en un acto que es propio de vuestro pueblo. No queremos ser una molestia. Está claro que no somos del agrado de vuestro señor, y sus razones tendrá para ello, no lo dudo. Yo mismo he tenido problemas con gente de mi pueblo, y al hijo de Ai... Bueno, hay que conocerlo mejor para saber apreciarlo.- Remata con una pícara sonrisa.

- En cualquier caso, Miriel, si insistís en dormir al raso, no seré yo quien no os acompañe. Pero será mejor para nuestra dignidad levantarnos secos y frescos después de dormir en los establos, que húmedos y fríos después de pasar la noche aquí fuera.- Acabó por decir. Vanwa estaba acostumbrado al trato hosco y la costumbra había conseguido que ignorara en muchos casos ese comportamiento por parte de los demás.

Entonces intervino Welf, siempre pensando en la seguridad de su bosque. Como un fiel mastín que mira por su rebaño.

- Sí... Es un buen argumento, Welf.- Dijo.- No queremos el Anduin lleno de orcos disparando flechas, aunque no sé cuanto podremos hacer contra un grupo tan numeroso y osado. Esto es distinto. Los orcos del Paso Alto no se atrevían a salir de su esocndite hasta que bajaba el sol. Estos se pasean y atacan a plena luz del día.- No le gustaba la perspectiva de más combates. Aún tenía fresca la herida del Paso Alto y maldita la gracia que le hacía pensar en volver a ensartar orcos.

El beórnida que les dijo lo del establo se encogió de hombros, esperando a que decidieran el lugar donde pasarían la noche. Mientras hablaban sobre cuál sería el siguiente paso de la compañía, debatiéndose entre regresar a la Posada, continuar investigando aquel misterioso asunto por su cuenta o encargarse de los peligrosos orcos, Beorn salió de su casa y con paso vivo se dirigió hacia la gran puerta del seto de espinos que amurallaba sus dominios. Allí intercambió brevemente unas palabras con unos beórnidas y estos asintieron con la cabeza, dejaron pasar a su jefe y cerraron la puerta tras él disponiéndose a hacer guardia. Parecía que nadie podría salir de allí durante aquella noche y así se lo hicieron saber.

—Me temo que tendréis que pasar la noche aquí. Los establos son una buena opción, pero si preferís dormir al raso no salgáis del recinto que delimita el seto —les advirtió. 

Ante la respuesta de Beorn, Ainar abrió los ojos como platos y miró a los demás. ¿Estaba escuchando bien? ¿Era por hambre que había terminado la conversación? Acompañó a los demás a salir de la estancia más por automatismo que por decisión. Realmente era más animal que hombre... ¡no lo podía creer!

-¿Escucharon eso?- preguntó el enano, intentando encontrar respuestas -No sólo ahora soy yo el que tiene exigencias, si no que además nos echa... ¡porque tiene hambre!- bufó -No lo puedo creer...-

Negaba con la cabeza, como si la conversación siguiera en su cabeza, y luego cayó en la cuenta de que había decisiones que tomar.

-El establo está bien por esta noche, en esta estoy con Vanwa- dijo Ainar -No sé por qué antes nos había dado estancias y ahora no, pero eso es mejor que la intemperie- miró a Miriel -Lo lamento, Miri, sé que te gusta el bosque, pero a mí me gusta más un buen lugar seco- levantó los hombros con una leve sonrisa.

-En cuanto a la miel de los medianos y los orcos del Anduin, podríamos preguntar si podemos dejar los tarros aquí, o si va alguien hasta la posada mejor aún, y cazamos a esos sucios y traicioneros orcos- dijo entusiasmándose con la idea -Claro, si aquí no nos roban la miel...- dijo claramente vengativo, aunque no estaba Beorn para escucharlo...

- Quien teniendo camas ofrece establos a sus invitados solo puede buscar ofenderlos. – contestó a Baldbrand – Y ahora además parece que somos sus prisioneros. – dijo mirando ceñuda al beornida que les había informado de que no podían salir – Al alba nos marcharemos. – le informó. Era una declaración de intenciones. No pensaba tolerar que Beorn la retuviera contra su voluntad. Su paciencia tenía un límite y aquel oso hosco y malhumorado lo había encontrado.

 Se giró a sus compañeros.

- Si no podemos regresar al bosque, durmamos en los establos. Al partir al alba podremos decidir que curso de acción tomar. Entiendo que queráis seguir a los orcos, pero para cuando regresemos al río ya nos llevaran al menos tres días de ventaja. Seguir el rastro será difícil y bastante infructuoso. Creo que lo más sensato sería regresar a la posada con el cargamento que nuestros amigos necesitan para el invierno y si queréis después podemos hacer una expedición para vigilar los pueblos limítrofes con el bosque hasta que caigan los primeros copos. – en su tono y por lo que no decía se podía intuir que la idea de dejar allí las mieles no le agradaba, probablemente fruto del desaire que Beorn les había causado, y que tampoco le importaba si Baldbrand no iba con ellos.