Partida Rol por web

El sonido de los tambores resuena en tu cabeza.

¡BUM, BUM, BUM!

El estruendo se siente cada vez más fuerte a medida que tus pasos se acercan a la fuente.

¡BUM, BUM, BUM!

¿Es, acaso, una simple caja de madera la causante de tal estremecimiento en tus entrañas?

¡BUM, BUM, BUM!

El ruido te llama y reclama, te invita e incita a tocar sus paredes. Sabes que no debes pero en cuanto tus yemas entran en contacto con el frío roble. El silencio acaricia tus oídos.

Eres consciente de que ya no hay vuelta atrás, tu destino es presa de los antojos de Jumanji. 

Había ocurrido, habían escuchado los tambores del juego de Jumanji y no habían podido evitar acercarse a él. Junto a la orilla del lago, un extraño juego de mesa cubierto de algas emitía un extraño sonido.

Ahora que lo habían tocado, era como si una extraña sensación, un extraño magnetismo les invitase a jugar y a no poder dejarlo nunca. Era como si su mente se hubiese sido atrapada por él. O como si la Maldición Imperius les hubiese poseído y no pudieran evitar jugar. El problema era, que no eran conscientes de ello. Tenían que jugar, tenían que hacerlo ya y no podrían parar hasta que llegasen al final... ¡Aunque aquello les costase la vida!

El tablero era bastante extraño, estaba mojado y carcomido por la humedad del lago. Parecía de madera y piedra y en el centro había una esfera de cristal que cuando el primero de ellos lo tocó, empezó a brillar con intensidad.

Lo primero que apareció fueron unas palabras:

Bienvenidx a Jumanji

Decían las palabras del juego. Luego el holograma, o el conjuro que estuviese generando todo aquello siguió poniendo palabras.

Jumanji es el juego de la selva, en el que solo tendrás dos posibilidades. O acabas el juego, o mueres en el intento.  

Decía de forma cruel y horrible.

Un montón de pensamientos pasaron por su cabeza:

Todo esto es muy extraño, aunque desde que llegué al colegio de Hogwarts de Magia y Hechicería cosas más raras he visto. Soy un mago bastante experto (o eso creo) a pesar de que aún no he finalizado mis estudios.

Además, no debe de ser muy difícil terminar este dichoso juego. Total, ¿qué era lo peor que podía pasar? ¿La muerte? Eso era algo sumamente exagerado y mínimamente probable. De todas formas, no había más opción:

¡Tengo que probarlo! 

Antes de empezar, si no lo estoy ya, sácame al aire libre, seguro que luego me lo agradecerás.

Era la primera norma del juego. No entendía a qué se refería con eso de jugar al aire libre, pero ¿por qué no obedecer? 

Cualquiera que haya tocado el juego tendrá que jugar. No hay vuelta atrás.

Solo hay dos posibilidades: acabar o morir.

El juego parecía querer insistir en eso. 

Cualquiera será el primero en lanzar los dados, quizá el más valiente, quizá el menos consciente, pero cualquiera puede empezar tirando dos dados de seis.  

De pronto dos dados de seis caras de color blanco hueso con muescas negras se materializaron sobre el tablero.  

Quien saque dobles, repite.

Continuó. 

Cuando llegues al final grita ¡Jumanji! y todo habrá terminado.

Y entonces la bola de cristal dejó de mostrar las palabras y pareció perder intensidad en el color. Era como si el juego hubiese terminado, pero no había hecho más que empezar. Los tambores habían dejado de sonar en sus cabezas. Y efectivamente, no podía, pero tampoco quería escapar.

Sus destinos estaban ligados al del juego y su futuro dependía de lo que allí sucediese.

Finalmente, cuatro figuras se colocaron en los extremos del tablero. 

Un rinoceronte, un mono, un tigre y un elefante. 

El tablero tenía 34 casillas.

Había llegado el momento de elegir ficha y lanzar los dados. 

Asombrado por la originalidad del juego, William quedó un rato pensativo. Qué más da si echamos una partida en lugar de seguir limpiando. Total, esto siempre está sucio, ¿no?. Así que se encendió un cigarro y, tras dar una profunda calada, dijo:

—Bueno, ¿esto qué es? Creo que puede ser divertido, ¿os apuntáis? Me llamo William Smith, pero me podéis llamar Willy.—Hizo una graciosa y teatralizada reverencia. Se sentó junto al tablero, acomodándose la túnica como cojín, y cogió los dados— A ver si es una partida rápida, no como un Risk o un Monopoly, que luego tengo que seguir limpiando hasta que MacGonagall me diga lo contrario o termine, lo que sea antes.—dijo riendo.

Luego cogió los dados y, como activada por un resorte, la figura del mono se activó. William dio otra calada, más breve, y con los ojos entrecerrados por el humo volvió hablar:

—¿Quién empieza?

Cuando descubrió que otros habían sido convocados por aquellos extraños tambores Phoebe se sintió aliviada: todavía no había perdido la cabeza. Pero el alivio se esfumó al leer las advertencias de la esfera. ¿Un juego que no puede abandonarse? ¿Era un artículo de broma especialmente inquietante, o magia oscura tal vez?

Miró al chico con envidia. Se habría metido en el nido de un dragón por tener tabaco a mano, pero desgraciadamente seguía en su habitación. Solo quedaba acabar cuanto antes.

-Yo tiro, si no prefieres empezar tú.   -Dijo alargando la mano hacia Willy pero sin establecer contacto visual-   Soy Phoebe, a todo esto.

Se encontraba paseando por las inmediaciones de la escuela sin mucho más que hacer cuando un sonido comenzó en su cabeza. Al principio creía que había alguien haciendo el idiota a su alrededor, pero luego fue buscando el origen de este sonido casi inconscientemente. Consiguió encontrarlo, esa dichosa caja y a otros tres alumnos de Hogwarts.

No preguntó, no se presentó. Se quedó absorta en el tablero, acariciando su superficie con curiosidad, leyendo las normas y avisos sin aparente rastro de preocupación. Un juego... Inconscientemente, mientras los otros dos decidían quién comenzaba, Elisabeth alargó la mano hacia los dados y los lanzó.

Alisha absorta en los tambores, no se había dado cuenta de que habían otras tres personas hasta que estuvo prácticamente tocando el tablero. Miró fugazmente los rostros de los otros, al chico lo conocía de haberlo visto en la casa común de Gryffindor, a las chicas, solo vio sus colores de Hufflepuff antes de que las letras del juego atrajeran de nuevo su atención.

Jumanji es el juego de la selva, en el que solo tendrás dos posibilidades. O acabas el juego, o mueres en el intento. 

Esto debía ser parte de la broma de Charlie, aunque le extrañaría que se hubiera atrevido a hablar con alguien para confabularla, sobretodo con chicas, si cada vez que miraba a una tartamudeaba, se ponía rojo y tenía que salir corriendo. Esta vez miró a ambas, sí, ambas Hufflepuff y guapas. No, Charlie no había confabulado nada con ellas, así que sin miedo a que el juego explotara en moco de trol manchándolos a todos continuó leyendo las instrucciones del tablero.

Cuando las instrucciones acabaron el chico tomó la palabra, entonces cayó en de qué le sonaba.

- ¡Ahhh! tú eres el que... -se calló y guardó silencio dejando asomar una enigmática y pícara sonrisa a sus labios. Luego le contaría de qué le conocía-. Sí, sí, te he visto limpiando la sala común, tranquilo no creo que Mcgonagall lo alargue mucho -asintió con cara de circunstancia luego le contaría que tenía locas a las chicas de su curso y lo que le pasó a Claudia embobada al mirarle-. No me río de tu castigo -dijo al darse cuenta de que probablemente parecería que se reía de él. Negó con las manos frente a la cara- luego te contaré algo gracioso, de verdad, prometido -puso la mano sobre el pecho de manera teatral.

"¡Ahhh! Phoebe, juega en el equipo de quidditch de Hufflepuff" recordó al escuchar el nombre de una de las Hufflepuff, le dedicó una sonrisa, había oído que era muy buena. Estaba empanada mirando quién de ambos empezaba a jugar cuando la otra chica cogió los dados y sin más dilación los lanzó sobre el tablero.

- ¡Oh, mierda! -exclamó sorprendida mientras éstos sobrevolaban por el aire-. Ups -se mordió la comisura del labio cuando éstos tocaron el tablero, un 9-, vale se acabó el tiempo de las presentaciones -no tenía ni idea de qué pasaría, no conocía aquel juego, nadie le había hablado nunca de un juego de tablero así, pero... ¡era Hogwarts! algo mágico seguro y ella ya no llegaba a clase ni de coña ¡Malditas escaleras!-. Soy Alisha Klaus y creo que vamos a jugar -se arremangó la túnica dispuesta a que aquella esfera les lanzara alguna adivinanza o desafío, eso o moco de trol. Estaba preparada, entornó los ojos, por si acaso, en una mueca graciosa; seguro que era moco de trol.

William fue el primero en encontrar el juego y Liz en tirar los dados. El juego tardó un rato en reaccionar, como si no hubiese pasado nada, aún así los tambores seguían sonando por todas partes. Nadie sabía si de verdad se escuchaban o si simplemente era fruto de su imaginación.

Cuando el cuarto de los jugadores llegó junto al lago, en la esfera de cristal que había en el centro se materializaron unas palabras:

De noche vuelan.

Es mejor huir.

Estos seres con alas no hacen reír.

Y entonces el día se tornó en noche y la oscuridad cubrió por completo el lago y los jardines. A lo lejos se podía ver el Castillo iluminado por las luces de las velas que estaban prendidas en su interior. Bajo las ramas de los árboles, cerca del puente y en general por todos lados aparecieron pares de ojos dorados. De pronto múltiples chillidos empezaron a sonar por todas partes. 

Las criaturas de pronto empezaron a volar y atacaron a los cuatro niños que había por ahí. Sin más, se lanzaron sobre ellos para morderles y chuparles la sangre.

Pues no eran colacuernos húngaros, pero al parecer era cierto que el juego no les daría tregua. Phoebe se cubrió la cabeza con los brazos en un acto reflejo al sentirse acosada por aquella marabunta voladora, y una idea un tanto suicida brotó en su mente.

Ecolocalización. Era la clave. Todo se reducía a dispersarlos lo suficiente como para que pudiesen desembarazarse de ellos. Claro que lanzarse a las alturas rodeada de murciélagos constituía, en el mejor de los casos, una apuesta arriesgada. Tras unos segundos de duda que las criaturas aprovecharon para desgarrarle los brazos con demasiado entusiasmo se dicidió.

-Voy a desorientar a los bichos. Ahuyentadlos. Coon fuego o lo que coño sea.   -Gritó a sus compañeros.

Se montó de un brinco en la escoba que llevaba al hombro y ascendió con dificultad, comenzando a gritar a lo loco a un volumen amplificado, como un comentarista de quidditch al que hubiesen golpeado un par de desafortunadas bludgers.

"¿Pero qué demonios...?" William ni articuló palabra cuando la marabunta de murciélagos les rodeó, pero inmediatamente pensó en proteger al grupo. En el tiempo que tardaba en sacar la varita, Phoebe ya estaba ascendiendo por los aires y leyó los labios de Liz repasando rápidamente un conjuro de luz. Así que no lo pensó más.

—¡Acercaos a mí, rápido!—apenas dejó el tiempo justo para que se pegaran algo más a él y lanzó el encantamiento— ¡CAVE INIMICUM!

Y una esfera protectora empezó a rodearles, emergiendo desde la punta de su varita que estaba alzada firmemente hacia arriba.

Apenas era capaz de ver lo que sucedía a su alrededor. Lo último que recordaba era haber tirado esos dados, ver el resultado, esperar... y de repente se encontraron allí. Sin duda era algún juego de mal gusto a la par que atrayente.

Solo escuchó las indicaciones y gritos de una de sus compañeras, intuía que la mayor, la que pertenecía a su misma casa, así como las del chico, pero era incapaz de verlos. —¡Lumos Solem!— exclamó tras sacar y extender su varita por delante de ella mientras continuaba cubriendo sus ojos y parte de la cara con el otro brazo flexionado. No sabía si esto ahuyentaría a lo que fuera que les estaba atacando, pero al menos ayudaría a ver lo que les rodeaba.

- ¡Mierda! -gritó Alisha cuando vio como millones de ojos dorados empezaban a iluminarse en la oscuridad antes de abalanzarse sobre ellos.

El caos se adueñó del momento, una marabunta de alas y colmillos les envolvió. Gritó como un ratón asustado, cosa de la que seguramente se avergonzaría después, pero a pesar del miedo, su primer instinto fue coger a Cosquillas y meterlo en la mochila, cerrándola tras de sí y protegiéndole del ataque. Se dedicó a dar manotazos o ahuyentarlos con la ayuda de la túnica, evitando que se acercaran a la mochila donde estaba su hurón. Pero pronto los cortes empezaron a ser demasiado numerosos y las gotas de sangre empezaron a resbalar lentamente por su piel.

Por suerte, sus compañeros reaccionaron rápida y, esperaba, eficazmente; Phoebe salió volando en escoba, William conjuró una protección que ni ella conocía, la chica desconocida conjuró luz. Alisha contempló atónita el despliegue de magia como si fuera la primera vez que veía algo así.

- ¡Ostia puta! -dijo boquiabierta (si su madre hubiera estado allí tendría la boca llena de jabón). Parpadeó un par de veces y se frotó los ojos, dejando un restregón de sangre en su mejilla derecha.

Pero aquellos continuos e irritantes cortecitos la sacaron de aquel ensimismamiento. Eran demasiados, cientos de ellos, miles quizás, y parecían enfadados. ¿Qué leches les habrían hecho ellos? ¿Les había invocado aquel juego o prevenido de ello? ambas opciones eran válidas y no se había decantado todavía ni por la una ni por la otra.

Un corte en su pierna, otro en su brazo, otro en el cuello y entonces, uno de ellos se enredó en su pelo ¡en su pelo! Alisha dio un grito mientras levantaba el mechón de pelo y miraba al pobre bicho debatiéndose por liberarse de aquella trampa mortal. Dio un par de saltos graciosos, acompañados de sendos gritos, antes de darle un manotazo y lanzarlo varios metros atrás.

- Vale ¡se acabó! -se arremangó de nuevo la túnica pero se quedó un momento parada, frunció el labio mirando su brazo lleno de cortecitos... "Mejor no", volvió a bajársela.  Y en ese momento con un acrobático movimiento de muñeca y dedos, que había ensayado durante meses para sorprender a Charlie y Chloe, sacó su varita y gritó- ¡Incendio! -apuntando a una rama de árbol rota que había cerca de sus pies. 

Cogió la rama, ahora en llamas, y empezó a zarandearla contra a aquellos bichos chillones, con cuidado de no golpear a William y la chica desconocida. 

Phoebe alzó el vuelo con intención de lanzar un conjuro sonoro desde allí, pero montar en la escoba rodeada por esas criaturas que no paraban de acosarla y agobiarla resultaba más complicado de lo que parecía. Así que, la Hufflepuff no fue capaz ni tan siquiera de alzar el vuelo unos metros antes de caer contra el suelo y empezar a sufrir los mordiscos de las ratas voladoras.

A William le pasó algo muy parecido que a Phoebe, el juego le había dejado más impresionado de lo que había pensado y ver toda aquella colonia le puso muy nervioso y no fue capaz de proteger a sus compañeros, por lo que los murciélagos le generaron varios cortes en la ropa y otros aún más dolorosos en la piel.

Y a Alisha le pasó lo mismo que al resto, sentir ese murciélago en su pelo, tan cerca, y otros tanto mordiéndoles sin parar provocó que el conjuro de fuego que quiso lanzar no tuviera ningún éxito. La única que logró espantar a la marabunta de murciélagos fue Liz que logró ejecutar un conjuro de luz solar que asustó a todas las ratas voladoras y salieron huyendo de allí dejándolos en paz.

Les había dejado bastante heridos a todos menos a Liz, ese juego era mucho más terrible de lo que habían sospechado en un principio pero... ¿por qué no seguir jugando?

—Soy la ostia— murmuró con una sonrisa triunfal. Parecía que había conseguido ahuyentar a los murciélagos. Al menos por el momento...

Los demás no parecían haber estado tan acertados con sus movimientos, ¿les iría bien en ese juego? Se giró hacia ellos mientras volvía a guardar su varita. —Soy Liz, de 3º— puesto que iba con la ropa de calle y no con el uniforme —, Hufflepuff— aclaró la casa a la que pertenecía.

Se acercó para examinar las heridas que tenían cada uno. —Quizás venga bien lanzar Episkey— ella conocía lo justo de medicina, no estaba segura de si eso sería suficiente ni si sería capaz de lanzarlo. Esperaba que alguno de los mayores se viese más capaz o incluso conociera un hechizo más eficaz.

—Ya hemos empezado este juego— fuera lo que fuera —y una vez se empieza solo nos queda acabarlo. ¿Quién se anima a ser el siguiente en lanzar los dados?— preguntó con una media sonrisa animada.

Al dispersarse los murciélagos se puso en pie con un resoplido de frustración sin poder apartar la incrédula mirada de su escoba. Nunca le había ocurrido tal cosa, nunca volando, creía que el aire era su elemento. La rabia eclipsaba las punzadas de dolor de sus heridas y su voz interna no dejaba de increparla con una miríada de flagelaciones mentales: "La vergüenza de tu familia. Vuelas para meter una pelota en un aro pero a la hora de pelear no consigues mantenerte en el aire. Porque solo sirves para alimentar bowtruckles. Cualquier squib se merecería tu puesto. Cualquier muggle con dos dedos de frente." 

Caminó hacia el grupo con paso inestable y se dejó caer en la hierba con su escoba al lado. Enterró la cabeza entre los brazos durante un segundo para respirar hondo y la irguió de nuevo cuando escuchó la voz de Liz. Al menos esa niña sí que usaba bien la varita, si seguía así se ganaría unas cuantas Es en sus Timos. La recordaba de la sala común, y le parecía que también era una de las pocas personas que había visto charlar con la Dama gris, lo cual la situaba en el área de gente respetable. Trató de evocar el momento de su selección para obtener el nombre completo. Al menos le había sido legada una de las virtudes de su padre, el cazador, el auror que reconocería el rostro de un mortífago fugitivo incluso en medio de un concierto de los Beatles:

-Buena esa, Murphy. Yo también me he lucido, ¿te gustó mi truco con la escoba?, lo aprendí de los Cannons.   -Dijo con una amarga mueca que pretendía pasar por sonrisa, y se incorporó aferrando la varita.

-Lo puedo intentar, aunque la curación se me da de pena. Igual os convierto en magnolias.   -Todavía sentía la furia envistiendo el interior de su pecho como si albergase en él una quimera a punto de escupir fuego-   Esta mierda de cooperar y lamernos las heridas unos a otros muy bien, pero si descubro que alguno de vosotros ha traído ese juego voy a practicar la Cruciatus con él hasta que me salga de puta madre. Y luego lo llevaré a su casa y haré que sus padres empiecen a ver thestrals.

Entre Will y Alisha se decantó por la segunda dado que era la más joven. Se aproximó y masculló el conjuro de curación, poniendo en él toda la concentración que logró reunir.

Liz se quedó contemplando al resto de sus compañeros que no parecían estar muy por la labor de tirar los dados para continuar el juego. Ella había sido la más valiente y la que había puesto final a los murciélagos. Al menos Phoebe intentaba ayudar a sus compañeros curando a Alisha.

Lo que no se esperaba la chica de segundo es que cuando la de quinto le apuntó con su varita, en lugar de curarle sus heridas se las abrió más. Y lo que eran pequeños mordiscos, ahora se habían convertido en unos tajos sangrantes y profundos. Alisha se estaba empezando a marear de ver la sangre correr por sus brazos. ¿Por qué le había hecho eso la tejona?

Cuando por fin le bajó la adrenalina, William se centró a su alrededor. Vio la situación y trató de ayudar a Alisha. Sabía que los conjuros no siempre salían bien, menos a los alumnos, aún menos en estas circunstancias. Por lo que sintió la presión de ser el alumno de mayor curso. Pensó en otro hechizo más adecuado, o eso esperaba, y se acercó a la pequeña Gryffindor. Entonces pronunció las palabras adecuadas a la vez que movía su varita.

—Vulnera sanentur

Había hecho lo que podía. Luego, miró a las demás. 

—Continuemos este juego. O acabamos o nos quedaremos encerrados aquí, a saber con qué otros peligros.

Por fin cogió los dados y los tiró: 4. William notó cómo se le erizaba la piel, como un gato en alerta.

- Creo que voy a vomitar -dijo la Gryffindor cuando el conjuro de Phoebe falló, reprimió una arcada llevándose la mano a la boca, pero miró a sus compañeros de aquella extraña aventura y dejó escapar una risa-. No es broma, pero -algo andaba mal, los tajos se habían profundizado y empezaban a sangrar profusamente- me... estoy mareando... necesito sentarme -consiguió articular sin poder fijar los ojos en ningún lugar en particular.

La tez de la chica, ya pálida de por sí, estaba adquiriendo un color más que preocupante. William se inclinó sobre ella. 

- Sí que tienen razón -dijo alargando la mano sin saber muy bien la distancia a la que estaba el chico de ella- eres guapo, aunque haya que verlo de cerca -la chica parpadeó varias veces tratando de centrarse, la pérdida de sangre la estaba haciendo perder la conciencia y el control, eso o hacía el payaso como siempre.

- Vulnera sanentur

Sintió un poco de alivio al reducirse la pérdida de sangre, aunque la sensación de mareo continuaba. Vulnera Sanentur... ese encantamiento se ha de pronunciar tres veces para sanar las heridas, ¿solo si eran ocasionadas por Magia Oscura? Alisha repasó mentalmente el libro de encantamientos hasta dar con la respuesta; "no, se desconocía si eso era así", por lo que era mejor aplicarlo tres veces. De fondo la voz de William hablaba algo y, con sus reflejos ralentizados por la rápida pérdida de sangre, no tuvo de tiempo de reaccionar y decirle lo del encantamiento antes de que lanzara los dados. Así que como si de un déjà vu se tratase, antes de poder decir nada, éstos volaron frente a sus ojos.

- ¡Oh mierda! Ups -el déjà vu seguía-. Will, hay que pronunciar el conjuro tres veces y aplicar Díctamo después para las cicatrices. ¿¡Cosquillas!? -pareció recordar de repente Alisha.

Intentó levantarse demasiado deprisa y cayó al suelo por la bajada de presión arterial, aún así estiró la mano hasta su mochila y la abrió para comprobar que su familiar estaba bien. Un hurón asomó la cabeza y les miró curiosos, la chica respiró aliviada y volvió a cerrar la mochila, dejándole solo un pequeño hueco para respirar, si ese juego traía de nuevo los murciélagos, no iba a dejar que le hicieran daño. Tenía que prepararse por lo que pudiera pasar, miró los árboles con recelo antes de coger su varita e intentar acabar el conjuro que Will había empezado.

- Vulnera sanentur, Vulnera sanentur, Vulnera Sanentur -pronunció entre el mareo, pero sintió que algo había ido mal, quizás no había sido tan buena idea.

Le dedicó una media sonrisa de complicidad a Phoebe, la gran jugadora de Quidditch que era imposible no conocer si tenías un mínimo de interés por el deporte o eras de la casa de los tejones. —Tampoco te he podido ver muy bien— admitió con un ladeo de cabeza. Seguramente la chica no estuviera muy acostumbrada a elevarse en un ambiente lleno de murciélagos atacando y completamente a oscuras.

Abrió los ojos como platos con horror al ver lo que hacía el hechizo que había propuesto. Así que eso pasaba cuando no lo lanzabas bien... ¡Pero no era el mejor momento para averiguarlo! —¡Eh!— se posicionó tras la chiquilla para asegurarse de que no se caía de espaldas y perdía el conocimiento, ayudándole a sentarse en el suelo si lo necesitaba.

Entre los murmullos y cosas sin sentido que mencionó Alisha, Will se animó a lanzar los dados después de lanzarle otro hechizo diferente de sanación. Al fin parecía que iban a continuar... Pero entonces, la pequeña de Gryffindor mencionó que el "Vulnera Sanentur" había que pronunciarlo tres veces para que surtiera efecto, lo cual intentó ella misma pese a su evidente falta de control y energía. —Espera...— volvió a sacar su varita y apuntó a las heridas mientras volvía a pronunciar las palabras la tercera y última vez, o eso esperaba. —Vulnera Sanentur.

Se quedó petrificada al ver manar la sangre. Creía que de salir mal el conjuro simplemente no ocurriría nada, de lo contrario no habría actuado.

Cuando Will reaccionó para salvar la situación ella se limitó a apartarse del grupo sin mediar palabra. Había cuatro actitudes posibles para con los desconocidos: confrontación abierta, mutismo hosco, amabilidad y humor ácido. No sabía como disculparse por haber estado a punto de matar a alguien, y pensó que cualquier cosa que dijese sonaría hueca.

Nunca le había causado un daño así a nadie y sus neuronas se debatían entre oleadas de ira impotente, pánico en ebullición y culpa abrumadora. No era ninguna hippy, abrirle las venas a un hijo de puta estaba justificado si con ello mejoraba el mundo. Pero no a una niña, y menos a una niña que se preocupa por su hurón. Mierda. Solo quería partir en dos su varita y largarse a algún paraje aislado, pero había adquirido un compromiso con ese juego siniestro y con el resto de participantes, aunque por lo visto su único papel fuese complicar más las cosas.

Mientras miraba alternativamente al grupo y al tablero con los dientes apretados sentía un leve mareo, debilidad articular y el martilleo de la sangre en los oídos como cuando uno intuye que está incubando fiebre. "Salvadla, cabrones" era la letanía principal que su frecuencia mental emitía en bucle.

Una vez solucionado el encuentro con los murciélagos, William se acercó para tratar de sanar las heridas de su compañera pero sin mucho éxito. El hechizo de curación no había terminado de salir como esperaba. Después, William fue el segundo tentado en tomar los dados y lanzarlos para ver qué era lo que el juego le deparaba.

Los dados de hueso rebotaron por el tablero mostrando un 1 y un 3. La ficha de William se deslizó mágicamente por el tablero hasta que todos pudieron ver como en la diminuta casilla empezaba a crecer un montón de vegetación. Entonces, en la esfera central se materializaron unas nuevas palabras:

En la jungla vas a esperar,

hasta un 5 o un 8 sacar.

Las letras se desvanecieron al instante y un terrible vórtice se abrió en el centro del tablero. Ninguno fue capaz de reaccionar y cuando quisieron darse cuenta, William había sido ido engullido por el tablero.