En esta sección vamos a presentar nuestro marco para comprender los Mitos de Cthulhu, un marco que pretende ser fiel al canon de Lovecraft y, al mismo tiempo, una evolución del mismo para integrarlo en la actualidad.
Lo que contemplas a tu alrededor y que llamas realidad ¿es una mentira? No. Pero es una visión incompleta, no solo porque es un fragmento del todo, también porque lo que ves es una representación casi esquemática de la realidad, producida por tu mente finita. De hecho, los grandes avances en física del pasado siglo xx han mostrado que la realidad desafía y supera por completo nuestra intuición. Las matemáticas permiten obtener respuestas que nos hablan de múltiples dimensiones «enrolladas» en el espacio y el tiempo, de materia y energía oscura, de partículas subatómicas con propiedades físicas que no sabemos cómo llamar porque están más allá de cualquier concepto conocido. Y todo eso, por extraño que parezca, nos rodea y nos conforma. Tenlo por seguro, lo que percibimos es una simplificación de una naturaleza inconcebiblemente compleja que, sencillamente, nuestro cerebro no puede procesar.
Lovecraft vivió cuando esta física, más allá de los sentidos, comenzaba a desentrañarse, y entendió lo que podía implicar en sus versiones más perturbadoras. Se dio cuenta de que la realidad podía ser mucho más compleja, misteriosa y terrible de lo que podemos imaginar, y aun mucho más que todo lo meramente sobrenatural, pues incluso lo sobrenatural es racional y obedece a unas leyes inteligibles: bien y mal, vida después de la muerte, maldiciones, espíritus y pasiones humanas. La literatura de Lovecraft se aleja, por tanto, de la idea del terror tradicional, como demonios que llegan del infierno o ánimas atrapadas por una maldición o la sed de venganza, y nos presenta, en cambio, dimensiones imposibles, tiempos y distancias que, según nuestra experiencia, son inalcanzables y criaturas que surgen de ángulos de la realidad que no podemos concebir.
Partiendo de aquí, Lovecraft juega con el miedo más primitivo del hombre: el temor a lo desconocido, planteando que en los ignotos abismos del universo hay otros entes además de nosotros, de un poder y una naturaleza que nos resultan tan incomprensibles como la física moderna podría ser para una hormiga. Así, el terror surge no solo del monstruo que se oculta en las sombras, sino de lo que implica la posibilidad de que exista tal ser, y de que cuando los humanos se enfrentan a lo desconocido con su arma natural, la curiosidad, puedan hallar algo que es muchísimo peor que la propia ignorancia y que lo desconocido jamás debiera haberse contemplado. En este sentido, la victoria es imposible: la ignorancia es amenazante y ominosa, pero el conocimiento hace enloquecer de terror.
Dentro de esta visión, cuando uno habla de dioses, magia o monstruos hace referencia a la idea que puede tener una persona de poderes, acontecimientos y seres que escapan a su comprensión, más que al hecho de que auténticamente sean eso. A los hombres también podría llamársenos dioses si se nos compara con un insecto, nuestros antepasados llamarían magia a nuestra tecnología y, si un ratón de laboratorio pudiera ser plenamente consciente, seguramente nos llamaría monstruos por lo que le hacemos. Después de todo, las historias de Lovecraft y sus seguidores están enfocadas desde el punto de vista de seres humanos que se enfrentan a fuerzas y seres muy superiores. Lo que hace siglos eran milagros y magia, hoy es ciencia, lo que hoy son magia y milagros, en el futuro puede ser ciencia. Esto no significa que no lo sean ya aunque no lo entendamos. Están ahí, queramos mirar hacia ello o no, seamos o no capaces de comprenderlo.
A lo largo de este capítulo, más que describir un mundo exacto y una mitología detallada, van a darse pinceladas que sugieran qué son o pueden llegar a ser los Mitos y cómo encajan con el mundo que tú conoces. Recuerda, además, que los Mitos no tienen un canon completamente definido, aunque a veces puedan dar esa sensación, sino que están formados por un conglomerado de historias, acontecimientos y criaturas que son inconexos e incluso contradictorios, pero que comparten el mismo fondo y los mismos temas: la pequeñez humana frente a otras criaturas, lo desconocido a la intuición humana, el misterio por resolver seguido de respuestas enloquecedoras y la derrota que puede ser brevemente aplazada, pero no evitada.
En resumen: piensa en los Mitos como si fueran los recuerdos fragmentarios que se tienen, al despertar, de una pesadilla. Ni más ni menos.
Desde que el hombre es hombre, la intuición de poderes inabarcables y entidades inhumanas ha teñido la imaginación y los sueños de todos los pueblos dando lugar a las mitologías, religiones y supersticiones de todas las culturas de la Tierra. Pero poco tienen que ver todas ellas con los Mitos.
Es cierto que los Mitos son también una construcción humana, pero se basan en acontecimientos cuya naturaleza es tan enloquecedora que difícilmente pueden considerarse una visión racional. Los Mitos no tienen una estructura definida ni tampoco siguen un canon, sino que están formados por retazos de información dispersos, caóticos, contradictorios y confusos. Y es que las fuentes de los Mitos son escasas y no muy fiables por muy buenas razones.
Ocasionalmente, algunos individuos han entrado en contacto con los Mitos, ya sea por casualidad, porque anden buscando secretos que no deben o por haber seguido inconscientemente los designios de alguna entidad. En cualquier caso, tal contacto suele ser fatal. Pocos son los que sobreviven, y muchos menos los que no enloquecen. Sin duda, ninguno consigue salir de tales encuentros con su cordura intacta.
Abundan entre tales personas historiadores y científicos que se han topado con algún detalle desconcertante en el transcurso de su trabajo, como una estatuilla de orígenes desconocidos en una excavación arqueológica, restos de una criatura imposible o un efecto inexplicable por la ciencia actual, y han decidido investigarlo. Con mucho esfuerzo, y a riesgo de su propia vida y cordura, pueden llegar a unir suficientes piezas del puzle como para percatarse de los horrores cósmicos que acechan a la humanidad y «mirar hacia arriba en la pirámide», como diría L. Edtown siguiendo su teoría de la pirámide escalonada (ver más abajo).
Y es que los pocos testigos que sobreviven suficientemente cuerdos suelen preferir el silencio. Saben que de entre sus amigos y vecinos pocos habrá que no los tomen por locos, y con justicia. Y aún podría ser peor si todo el mundo los creyera, pues tan terrible es lo que han averiguado que podría hacer enloquecer a todo el género humano. Es preferible la ignorancia y el silencio, cargar a solas con tan terrible peso hasta que desaparezca, normalmente con la propia muerte.
Por otro lado, aquellos que han perseguido el conocimiento y el poder a través de los Mitos han guardado sus secretos celosamente para ellos o para el grupo al que pertenecen. No solo por el poder que pueden representar y por el alto precio que han tenido que pagar por él, también porque en cualquier época pasada se les habría acusado de practicar magia negra o adorar a demonios. Y es que la corrupción que provoca la exposición voluntaria y prolongada a los Mitos provoca una degeneración, física y psíquica, que en muchos casos es un aura casi palpable que un humano, de forma instintiva, identificaría como maldad.
Por todo ello, es mucho más sencillo, aunque no más seguro, iniciarse en los Mitos mediante un libro o códice que explique esos temas. Estos tratados, escritos por sabios, locos, magos o las tres cosas a la vez, se han difundido a lo largo y ancho del mundo pese a la persecución constante por parte de las autoridades religiosas y los sabios que entendían el peligro que suponían esos libros. Tales volúmenes están escritos en las lenguas cultas de las épocas en que fueron escritos, generalmente latín, griego, árabe y a veces lenguas aún más antiguas, aunque ocasionalmente pueden encontrarse versiones traducidas a lenguas modernas. Aunque por otro lado, la redacción de estos escritos es oscura y está llena de complejas referencias y simbologías, ya sea para que los no iniciados no puedan provocar un desastre con su lectura casual, porque se trata de un diario de un mago que no fue escrito para explicar nada a nadie, o tal vez porque no hay una forma mejor de explicar ideas para las que no existen palabras humanas, ni siquiera conceptos remotamente similares.
Su contenido varía enormemente de una obra a otra, o incluso a lo largo de una misma obra. Pueden encontrarse desde descripciones de las visiones del autor hasta diarios de sus experimentos, desde reflexiones filosóficas hasta métodos alquímicos, y desde hechizos de protección hasta invocaciones para traer criaturas del «exterior». De estos textos no existe una bibliografía posible. Existen tantos descubiertos como por descubrir. Muchos han desaparecido para siempre antes incluso de ser siquiera conocidos. Otros pasarán desapercibidos unos cuantos años más hasta que alguien los encuentre en un baúl cerrado en algún sótano polvoriento. Hay, por tanto, una cantidad innumerable, y a su vez variable, de ellos, pero entre todos, el Necronomicón es tal vez el más famoso en los círculos ocultistas.
Durante la historia, los volúmenes más codiciados y conocidos se han guardado muy celosamente y apenas se han copiado. En las épocas más recientes podían encontrarse copias o fragmentos de ellos en universidades y bibliotecas importantes o antiguas, aunque sin duda existían más ejemplares escondidos de lo que se podría imaginar en manos de particulares, iniciados en los Mitos o sociedades secretas. En cualquier caso, estos grimorios eran de muy difícil acceso.
Todo esto ha cambiado con el auge de las comunicaciones y la libertad de expresión durante el último siglo, que han permitido que el contenido de estos libros se difunda más libremente hasta llegar a un nivel alarmante. Se han encontrado fotocopias de algunas de sus páginas e incluso algunos de sus
fragmentos traducidos circulando por Internet. Es evidente que tal situación es extremadamente peligrosa, pues las probabilidades de que el fragmento equivocado llegue a malas manos, o peor aún, a manos demasiado ignorantes, son cada vez mayores. De hecho, en los últimos veinte años el número de cultos, sociedades secretas, brujos y otros grupos que juegan con el poder de los Mitos ha crecido exponencialmente, así como la cantidad de desastres naturales y acontecimientos inexplicables que pueden relacionarse con la actividad de tales grupos. Muchos califican este hecho como un síntoma de que algo terrible va a suceder pronto.
Puede también obtenerse información más directa si se interroga a criaturas inhumanas. Sin embargo, tales seres suelen estar más interesados en devorar el cuerpo y el alma de los humanos curiosos que de revelarles secretos. Tales criaturas solo cederán conocimientos a los humanos por muy buenas razones, como que en realidad siguen el plan de una entidad mucho más poderosa, que el humano las obligue mediante la magia o porque les ofrezca algo especialmente interesante a cambio. Aun así, lo que puedan transmitir tales seres puede estar más allá de la lógica humana, ser falso o letalmente inexacto.
Ahora bien, existe un camino mucho más directo para llegar a conocer los Mitos y que es el más frecuente para la mayoría: ser captados por un culto. Hay organizaciones y grupos que se dedican a explorar en la magia, las tecnologías inhumanas y lo oculto, a las cuales se ha llamado tradicionalmente cultos, aunque no necesariamente tienen un componente religioso. Los pocos individuos que se ven expuestos a la influencia de los Mitos por alguno de los caminos anteriormente mencionados pueden convertirse en nuevos focos desde los que, como una enfermedad, se extiende el conocimiento de los Mitos. Se convierten así en el núcleo de nuevos cultos y reúnen nuevos seguidores, extendiendo su corrupción y conocimientos blasfemos al tiempo que persiguen sus metas particulares, sean las que sean.
Aunque como ya se ha comentado, existe una creciente oleada de nuevos cultos que acarician el conocimiento de los Mitos y persiguen sus secretos. La gran mayoría no llega ni a rascar la superficie. Persiguen habladurías, leyendas y susurros sin llegar nunca demasiado lejos. Son pocos los realmente peligrosos, los que tienen entre sus manos verdaderos conocimientos arcanos. Estos cultos antepondrán sus intereses a los de cualquier otro. Incluso a los de toda la humanidad.
Pese a las diferentes versiones y los dementes desvaríos con los que suelen expresarse, los Mitos tienen un fondo común del que pueden extraerse algunas conclusiones, aunque ninguna de ellas es halagüeña para la humanidad.
Dioses exteriores
Todas las religiones humanas tienen uno o más dioses, que se conciben como seres de enorme poder, incluso infinito, pero que son humanos en sus atributos, motivaciones o pasiones. Ahora bien, cualquier planteamiento humano sobre este tema solo da una idea de la sombra de los seres que aguardan más allá del espacio y el tiempo, pues son los principios nacidos del vacío primigenio y cuya naturaleza trasciende el universo. Por ello, en los Mitos se los suele llamar «dioses exteriores», o simplemente «otros dioses».
Estos seres poseen un poder inconcebible, pues no están sujetos a la naturaleza del universo, todo lo contrario, lo que llamamos leyes de la naturaleza no son más que las expresiones que toman en nuestro universo los principios fundamentales que ellos encarnan. Sin embargo, carecen de lo que los humanos podríamos identificar como una personalidad: no parece que tengan planes, objetivos ni pasiones; y si los tienen, están más allá del entendimiento humano. No son seres bondadosos que cuidan del universo, pero tampoco son demonios que pretendan destruir a la humanidad. Sencillamente son.
La única analogía que la humanidad puede usar para entenderlos es considerar que son como las fuerzas de la naturaleza que conocemos. Nadie diría que la gravedad es maligna o bondadosa, sencillamente es como es, para bien y para mal. Y la gravedad es inconsciente e indiferente al destino de la humanidad: la Tierra existe porque hay gravedad, lo que permite nuestra existencia, pero si cayera un meteorito que arrasara toda la vida en nuestro planeta, no podría decirse más que siguió su curso natural debido a la gravedad. Sin embargo, la gravedad es una fuerza cuya intensidad depende de la cantidad de materia: es finita, medible, exacta; mientras que los dioses exteriores son principios incontenibles, infinitos, inabarcables, que cuando encuentran una brecha por la que desbordarse en nuestro universo pueden arrasar planetas y galaxias con igual facilidad.
En los Mitos hay referencias a muchos nombres diferentes de los otros dioses, pero los principales son tres: Azathoth, el informe caos primigenio al que toda existencia tiende a retornar, por lo que se le identifica con el principio de la destrucción y la degradación; Yog-Sothoth, llamado «la puerta y la llave», pues él está en los intersticios que unen los fragmentos de espacio y tiempo, es lo que mantiene unida la propia realidad y lo que separa un instante del siguiente y el anterior; y Shub-Niggurath, el impulso de la creación y lo que podríamos entender como vida, pero sin objetivo ni sentido, simplemente la propia fecundidad. De la interacción entre los tres surge la naturaleza del universo tal como lo conocemos, en el que sus elementos nacen, tienen existencia en el tiempo y el espacio y finalmente se degradan y se destruyen. Sin embargo, hay otras dimensiones en el que esta estructura no se manifiesta en la misma forma, tal vez debido a que uno de los otros dioses impera sobre los demás o a que el precario equilibrio entre estas titánicas fuerzas se manifiesta de una forma completamente diferente, como ocurre en las Tierras del Sueño.
Primigenios
Los Mitos, sin embargo, se centran más en entidades cuyo poder es muchísimo menor, pero cuya presencia es terriblemente concreta. A estos seres, que existen desde los albores del universo, se los conoce como «primigenios», «primordiales» o, a veces, «falsos dioses». Aunque sus poderes son enormes y pueden violar fácilmente lo que la humanidad llama las leyes de la naturaleza, no están exentos de cumplir ciertas leyes de origen cósmico, incomprensibles o irracionales para la humanidad. Así, los que se cree que habitan la Tierra están dormidos, en una especie de letargo hasta el momento propicio, en el que las estrellas estarán en las posiciones correctas y entonces despertarán para volver a dominar nuestro mundo y muchos otros, como hicieron antaño. La razón de su sueño es desconocida, aunque en los Mitos hay multitud de hipótesis y creencias al respecto. Unos dicen que siguen ciclos vitales de eones de duración, como el oso que se aletarga en invierno y no despierta hasta la primavera, mientras que otros plantean que están cautivos debido a que perdieron una lucha contra otros seres similares o contra los propios dioses exteriores. En cualquier caso, tal es su poder que incluso aletargados en sus sueños filtran su voluntad a sus seguidores y los instan a seguir terribles planes que aceleren el momento de su resurgimiento. Hay incluso libros y tradiciones que sugieren que los primigenios no están dormidos, sino que se esconden de otras fuerzas hasta el momento en que tengan suficiente poder, y prefieren actuar insidiosamente mediante seres inferiores que los sirvan.
Sería necio pensar que todos los primigenios habitan en nuestro mundo. Muchos duermen en lejanas estrellas de este y otros universos, gobiernan abiertamente mundos alienígenas u observan desde antiquísimas fortalezas situadas en lo profundo de las Tierras del Sueño. Aunque no por eso son menos letales para nosotros. Igualmente querrían llegar a este mundo para dominarlo y utilizarlo para sus fines, o simplemente para devorarlo.
Cada uno de estos primigenios tiene su carácter y sus intereses, aunque para los humanos son en su mayoría indescifrables, salvo en sus implicaciones más directas, como que pretendan esclavizar a la humanidad, devorarla o aniquilarla. Por supuesto, eso es solo un paso más en sus planes, no un objetivo final. Aparentemente, el destino de la humanidad les trae sin cuidado, como a los humanos les traen sin cuidado las hormigas que viven donde va a levantarse un rascacielos.
Para llevar a cabo sus designios, muchos usan seres inferiores como servidores o esclavos que cumplan sus órdenes y planes, pues aunque a veces quieran dar a entender lo contrario, los primigenios no son todopoderosos y están sujetos por leyes cósmicas. Algunos seducen o engañan a humanos para que creen cultos a su figura y actúen bajo sus órdenes, mientras que otros tienen sus propias criaturas, ya sean solo sirvientes o su inmunda prole.
El papel exacto de sus siervos no está claro del todo y varía de un primigenio a otro. En cualquier caso, les dispensan una adoración divina y realizan abominables rituales en su nombre. Muchas veces no está claro si tales rituales tienen por objetivo mantenerlos vivos en su letargo, aumentar su poder, simplemente rendirles pleitesía o despertarlos. Tal vez exista una forma de llamarlos, como un hechizo o un artefacto suficientemente poderosos, aunque muchos piensan que tales minucias no pueden alterar los ciclos cósmicos por los que se rigen, y consideran que la liberación de los primigenios es exclusivamente cuestión de tiempo, quizás hasta que las estrellas se alineen de una determinada forma. En cualquier caso, estos siervos son los peones que los primigenios utilizan en su eterna lucha de poderes y, como tales, no conocen la estrategia real, si es que existe. Y por supuesto, son completamente prescindibles.
Los primigenios tienen relaciones variadas entre ellos. Algunos parecen ignorarse o incluso colaborar entre sí, mientras que otros son abiertamente hostiles. Obviamente, ningún ser humano ha sido testigo de tales situaciones, pero a lo largo de los siglos han podido extraerse dispares conclusiones a partir de los enfrentamientos entre servidores de las diferentes deidades. De hecho, parece que los primigenios disputan una compleja partida en la que, gane quien gane, la humanidad pierde.
Se conoce un número no pequeño de primigenios, algunos de los cuales duermen en nuestro mundo, pero nadie sabe cuántos otros puede haber, ya sea en la Tierra, en el resto de nuestro universo o incluso en otras dimensiones, como las Tierras del Sueño.
Otras criaturas
Finalmente hay que mencionar que existen otros seres alienígenas, más similares a los seres humanos que a los primigenios en su naturaleza, pero que dominan tecnologías y poderes que la humanidad aún no sueña con alcanzar y que incluso algunos humanos denominan «magia». Algunas de estas especies sirven a los primigenios, mientras que otras simplemente actúan siguiendo su propia voluntad. En cualquier caso, no tienen como objetivo asegurar nuestra supervivencia. De hecho, contemplan a la humanidad como nosotros contemplaríamos a ratones de laboratorio. Nos estudiarán o nos usarán a conveniencia, si es que siquiera se dignan a prestarnos atención antes de pasar sobre nosotros. De hecho, si no los observamos de forma directa y nos dejan más o menos en paz es por dos razones: la primera, porque nos consideran inofensivos y creen que estorbamos poco en sus planes; la segunda, porque saben que otras fuerzas, como algunos primigenios, actúan a través de nosotros, por lo que prefieren esconderse de tales agentes.
La gente del siglo xxi está acostumbrada a oír historias de todo tipo, a leer sobre multitud de testimonios de sucesos extraños, a ver películas donde contemplan acontecimientos catastróficos, aterradores o increíbles. Podría decirse que sus mentes están anestesiadas. Sin embargo, cualquier contacto con los Mitos en sus formas menos diluidas es absolutamente impactante y destructivo para la mente humana, que intenta defenderse con alguno de los siguientes mecanismos:
Negación o rechazo: Es el más común en el primer contacto con los Mitos. La incredulidad, la racionalización de lo imposible o la negación de lo evidente son las reacciones humanas típicas. No obstante, es solo una defensa temporal. Pronto esta negación no será posible y los acontecimientos superarán la resistencia de la persona, haciéndola ver que lo que sucede es muy real. Incluso demasiado real.
Locura: La mente humana no está preparada para enfrentarse a los horrores cósmicos de los Mitos. La incapacidad de la mente para asimilar la información a la que se ve expuesta provoca que esta colapse y se fragmente, como en un cortocircuito ante una subida repentina de tensión.
Obsesión: Experimentar con los Mitos y entenderlos puede alterar completamente la personalidad. Así surge la obsesión por ellos. Para algunos es una cuestión de curiosidad malsana y corruptora, como una droga. Para otros, descubrir la verdad y darse cuenta de la insignificancia del hombre les hace percatarse de lo innecesarias que son muchas de las cosas que hacían en su vida diaria, quedando solo una cosa auténticamente real en su mundo: los Mitos. Otros, sencillamente, sufrirán un trauma que los llevará a vivir con miedo de aquello que les recuerde su experiencia: fobia a la oscuridad, al mar, a los cementerios…
Comprensión: Cualquiera que sea la primera reacción de la persona ante los Mitos, hay una cosa que se quedará grabada a fuego en su mente: los Mitos son una apertura a fuentes de poder inimaginables. De ahí a querer comprender más cosas de los Mitos para lograr una fuente de poder personal solo hay un pequeño paso. Ahora que conocen la magia y el poder de los primigenios, se sentirán tentados de adorarlos e incluso, muy neciamente, de tratar de controlarlos. Todo con tal de usar los poderes de los Mitos en su beneficio. Y no cabe duda de que esta es, con creces, la más peligrosa de las reacciones.
El siglo xx ha sido testigo de la culminación de las exploraciones que comenzaron en el Renacimiento. Desde los páramos helados de los polos a los áridos desiertos de Asia y Australia, desde las más altas montañas del Himalaya a las más profundas fosas abisales del Pacífico. Y más allá aún, pues el hombre se ha aventurado poco a poco en el vacío exterior, llegando hasta la Luna. Y adonde no ha podido llegar él mismo, ha enviado a sus máquinas, logrando así alcanzar incluso los confines del Sistema Solar.
Entretanto, la ciencia ha investigado sin descanso las más lejanas fronteras de la naturaleza en busca de sus secretos mejor guardados. A finales del siglo xx, la física estaba rozando lo que se consideran los límites de la estructura de la materia, el espacio, el tiempo y la mismísima realidad. La química ha avanzado rápidamente, consiguiendo fabricar materiales cada vez más sofisticados y de propiedades inimaginables décadas atrás. La biología ha desentrañado cómo modificar a voluntad la propia naturaleza de cualquier ser vivo, al tiempo que experimenta incansablemente, como hicieran los antiguos alquimistas, en busca de quimeras, como la inmortalidad o la creación de vida artificial. Al mismo tiempo, la medicina juega con el cerebro y se pregunta por la mente, averiguando cómo alterar o preservar la misma esencia del yo.
Alimentada por la ciencia, la tecnología se desarrolla y evoluciona cada vez más rápido, superando la imaginación de las generaciones pasadas y presentes. Ahora se puede ir de un extremo del mundo a otro en cuestión de horas, cientos de satélites vigilan desde el cielo toda la superficie terrestre y la mayor parte del conocimiento humano circula libremente en Internet. Incluso se han creado armas capaces de matar a miles de millones con solo pulsar un botón.
El hombre se adentra en el siglo xxi henchido de orgullo por sus logros, hambriento de nuevos conocimientos y nuevas fronteras, sintiendo que es amo y señor de todo lo que puede alcanzar. Mira al firmamento y sueña con llegar a los otros planetas y las estrellas, sintiendo que su hogar ancestral, la Tierra, ya no guarda secretos.
Sin embargo, en su soberbia, no logra ver que se está tambaleando al borde de un abismo, y que cada descubrimiento y avance es un nuevo paso en esa dirección. Cuanto más se conoce sobre el pasado de la Tierra y sobre el funcionamiento del universo más se plantean preguntas que no deberían hacerse, y menos aún deberían buscarse sus respuestas. Lentamente, pero cada vez con mayor frecuencia, conocimientos para los que los humanos no están preparados van filtrándose en su sociedad. Algunos pueden detenerse a tiempo, pero muchos otros terminan circulando gracias a los medios de comunicación modernos. Afortunadamente, en muchos casos este conocimiento se ha mezclado con supersticiones y creencias de corte religioso que nada tienen que ver con la Verdad y que son generalmente inocuas. Ahora bien, esto es un arma de doble filo, ya que quienes exploran tales temas inocentemente pueden verse expuestos a retazos de información que los termine conduciendo a la locura o a cosas peores. Sin duda, el fin de la humanidad está cerca.
En la antigüedad, los cartógrafos escribían «terra incognita» en los vacíos de sus mapas que no sabían completar, y rellenaban el espacio en blanco dibujando los monstruos que creían, o tal vez intuían, que existían allí, como advertencia para exploradores y viajeros. Con el tiempo, los mapas fueron llenándose de nombres y lugares, y puede parecer que hoy en día no queda ya lugar para los monstruos en nuestros mapas. Sin embargo, la mayor parte de la Tierra sigue siendo desconocida.
Bajo la Tierra se extienden cuevas y redes de túneles que apenas conocemos, habiendo explorado solo las más accesibles y menos profundas. Los océanos cubren la mayor parte de la superficie del planeta, pero sus llanuras oceánicas apenas se han explorado o cartografiado. El hielo cubre los polos y sus secretos: un océano jamás explorado en el norte y un continente entero en el sur. Incluso en las regiones que figuran en los mapas abundan los lugares olvidados. Valles recónditos y bosques siniestros que todos evitan sin saber exactamente por qué. Pueblos y comarcas remotas, decadentes, estancadas en las costumbres de hace décadas o siglos. Alcantarillas, túneles y catacumbas plagan el subsuelo de nuestras grandes ciudades, además de sus numerosos suburbios, edificios abandonados y callejones oscuros, todo ello producto del crecimiento urbano desmesurado de los últimos doscientos años.
Y mirando al firmamento, ahí están los planetas. Todos ellos apenas conocidos, llenos de misterios. Desde Venus, cuya atmósfera de humos, ácido y azufre cien veces más pesada que la nuestra esconde una superficie de pesadilla, digna imagen del averno, hasta los océanos internos de Europa o Titán, mil veces más profundos que los de la Tierra, jamás mancillados por la luz solar. Desde los ignotos acantilados y cañones de Marte hasta el lejano Plutón, del que la mejor imagen que tenemos es solo una pequeña mancha borrosa.
Por último queda mencionar la frontera menos explorada, la de nuestra propia realidad. Otras dimensiones y universos existen igual que el nuestro, más allá de nuestro tiempo y espacio, con sus propias leyes y sus propios habitantes. La más «conocida» de estas otras dimensiones son las Tierras del Sueño, pues cada vez que un humano duerme, parte de su yo se traslada a este lugar, aunque sea muy tenuemente. Estas dimensiones están más lejos de lo que ninguna nave podría recorrer, y al mismo tiempo pueden estar tan cerca que solo nos separa de ellas un sueño o el espesor de una sombra. Aún hay muchos lugares en los que podría haber monstruos. De hecho, los hay.
Incluso ahora, en los albores de una sociedad en la que la información se difunde a la velocidad de la luz por todo el globo, a veces literalmente, son pocos los estudiosos de los Mitos que han llegado a comprender que los horrores que nos acechan al otro lado, más allá de una amenaza física, son una amenaza informacional.
Los que creen haberlo comprendido, y quién sabe si tienen razón, dicen que si el conocimiento de los Mitos, la simple visión de esos seres, es capaz de transformar el cuerpo y la mente de los hombres es debido a que nuestros cerebros no están preparados para procesar esa información. La metáfora informática (o la paradoja del programa inefable, como lo llaman algunos) viene a comparar a los seres humanos con conjuntos de variables definidos para tipos concretos de datos, en el sentido informático. Expuestos al conocimiento de los Mitos, esos conjuntos de variables empiezan a llenarse con tipos de datos que el sistema ni siquiera sabía que existían, información que no se puede procesar ni almacenar correctamente y que provoca un funcionamiento anómalo al tratar de recuperarse: alteraciones en la realidad, cambios físicos y mentales… El crepúsculo hacia otra forma de existencia conforme la información transforma el sistema desde dentro para amoldarlo a sí misma.
Pero al margen de lo correcto o simplista de esta metáfora, es indudable que el auge de la sociedad de la información es uno de los pilares sobre los que se apoya la explosión de cultos de los Mitos y estudiosos de lo oculto del último siglo. Conforme proliferan los blogs, el acceso a libros escaneados, los foros, el microblogging, las redes sociales y el resto de herramientas de difusión, la verdad sobre los Mitos, antaño guardada celosamente en los sótanos de viejas bibliotecas, surca la red a disposición de quien sepa buscarla.
De este modo, la verdad de los Mitos ya no se encuentra únicamente en polvorientos volúmenes ocultos, sino que puede aparecer en la pantalla de tu ordenador si tecleas la URL adecuada. Pero por cada pieza de información útil y verdadera hay diez mil o cien mil páginas que solo contienen superchería, supersticiones y rumores infundados. Incluso en los sitios web donde se acaricia la Verdad, esta puede estar mezclada con tal cantidad de datos inexactos que la labor de investigación continúa siendo ingente. Así que si te dispones a buscar una versión escaneada del Necronomicón para descargarla en tu equipo, ármate de paciencia, porque puede que resulte más fácil encontrar una edición impresa después de todo.
Los conjuros, la descripción de criaturas y lugares imposibles, fotografías y vídeos de seres de otro mundo y planos y esquemas para fabricar artilugios alienígenas están ahí fuera, en alguna parte. En realidad, muchas de estas cosas siempre han estado ahí, en los diarios de investigadores que perdieron el juicio y en ajados tomos escritos en lenguas desaparecidas, conservados en el interior de templos perdidos… Con el devenir de los tiempos, parte de esa información maligna incluso pasó a estar en discos de cera, vinilos y cintas magnéticas, pero estas fuentes seguían ocultas en lugares concretos, lejos de las manos del curioso que no conociera su localización exacta. Ahora todo ese conocimiento está en la red, y su esencia malsana, la perversión que su simple existencia supone, puede extenderse no solo de mente en mente y de libro en libro, sino también de ordenador en ordenador, de tablet en tablet y de smartphone en smartphone. Así es, porque sea o no correcta la metáfora informática antes expuesta, lo que sí parece cierto es que la información sobre los Mitos pervierte y corrompe los soportes que la almacenan: si antes un viejo libro se convertía en un artefacto malvado, ahora es un ordenador el que puede llegar a tener una especie de propósito propio y latente, inhumano sin duda, adquirido como un virus por haber almacenado información que no debería existir en nuestra dimensión.
A este respecto, añade a los tradicionales volúmenes centenarios el soporte digital como refugio de blasfemias alienígenas y corrupción inimaginable. Sea un disco duro extraíble, un pendrive, un CD-ROM o un netbook, la verdad sobre los Mitos altera la estructura de las cosas, su estructura conceptual y a veces incluso la física: una cámara digital queda dotada de la capacidad de revelar el verdadero aspecto de las cosas, pero su batería debe sumergirse en sangre humana para recargarse, o un smartphone permite comunicarse con un dios durmiente, pero drena la vida de su portador lentamente. Es la nueva generación de artefactos mágicos malignos, objetos corrientes contaminados por la influencia de los Mitos. Influencia que en pleno siglo xxi ya no se encuentra solo en antiquísimas estatuillas, vetustos libros y camafeos renacentistas, sino también en tu teléfono móvil y en tu ordenador portátil.
En los primeros años del siglo xx, la creciente influencia de los Mitos en la sociedad humana no transcendía de forma notoria, seguramente debido a su carácter más apartado, marginal y, sobre todo, puntual. Los acontecimientos relacionados con los Mitos se convertían en leyenda local o se perdían para siempre en el olvido y la locura de sus testigos. Eran tiempos en los que los seres de los Mitos estaban ocultos pero podían actuar a plena luz del día. Conforme pasaron los años y algunos acontecimientos pasaban a ser portada de los periódicos, las cosas cambiaron. Parece que muchos seres, se desconoce por qué, intentaron pasar desapercibidos. Es difícil entender qué fuerzas hay en juego, pero sin duda no es por temor a los humanos que tales seres decidan ocultarse. Por ejemplo, tras los incidentes en Innsmouth, los profundos dejaron de exponerse de forma tan evidente en asentamientos costeros y pasaron a actuar de forma más sutil. Al mismo tiempo, las sociedades modernas abandonaron sus viejos mitos y leyendas, demasiado ocupados en el acelerado desarrollo social y tecnológico. Nuevas leyendas oscuras surgieron, pero quedaron empequeñecidas ante la luz cada vez más brillante de la ciencia y la tecnología modernas.
Sin embargo, con la llegada del siglo xxi, la forma de difundir la información ha cambiado radicalmente. Nuevos canales e incipientes herramientas se han extendido por todos los rincones del mundo. Los medios de comunicación y, sobretodo, Internet han convertido a la humanidad es una enorme telaraña en la que cualquier temblor en uno de sus extremos se transmite rápidamente a todo el resto de la red. Cualquier noticia, por pequeña que sea o por local que parezca, puede tener una enorme repercusión, incluso a escala global, en pocos minutos. En estas condiciones, sería absurdo pensar que elementos de los Mitos no serían expuestos de alguna forma, tarde o temprano, a todo el mundo. Después de todo, los acontecimientos relacionados con los Mitos no han dejado de suceder, pero ahora hay cámaras y móviles que pueden captar a la perfección lo que ocurre y transmitirlo al resto del planeta.
Entonces ¿por qué no está Internet plagado de vídeos, documentos e información de los seres de los Mitos? El hecho es que sí lo está, pero muy camuflado en la ingente cantidad de información irrelevante generada por nuestra sociedad, o envuelta en fuentes, ideas o documentos erróneos, inventados o falsos. Es una cuestión de volumen de información. Al crecer la capacidad para registrar y transmitir información, también ha crecido de forma exponencial la cantidad de información disponible. Es más fácil registrar acontecimientos relacionados con los Mitos pero, al final, quedan diluidos en la enorme cantidad de ruido informativo. Es como buscar una aguja en un pajar.
Internet, por ejemplo, está plagado de vídeos, documentos e historias relacionadas con los Mitos. Es probable que muchas personas del mundo se hayan topado alguna vez con una noticia relacionada con los Mitos y sus seres, pero sin percatarse de ello porque la información se encuentra descontextualizada, muchas veces disimulada entre una gran cantidad de basura informativa. Mucha gente habla de avistamientos en el cielo de luces o cosas extrañas, y en algunos casos puede que se trate de byakhees o ángeles descarnados de la noche, pero en la mayoría de los casos son efectos naturales, bromas o mentiras elaboradas. El tema de abducciones no es para nada desconocido, pero quién sabe si un caso entre un millón es cierto y se debe a experimentos de los mi-go. El verdadero caso quedará mezclado con gran cantidad de montajes, farsas o alucinaciones.
Tampoco es raro que los medios hablen de secuestros sin motivo aparente, o de desapariciones nunca explicadas. Algunos serán acontecimientos completamente mundanos pero, sin duda, una pequeña fracción de los desaparecidos serán personas secuestradas y asesinadas de forma ritual por algún culto. Internet está plagado de vídeos que hablan de reptilianos, alienígenas que se esconden entre nosotros que parecen sacados de una mala película de ciencia ficción, así que, de forma sistemática, el tema se toma a broma o como paranoia de unos cuantos locos amantes de las conspiraciones. Entre todas las «pruebas» que se exponen a favor de esa teoría de la conspiración puede que haya un puñado de ellas que en realidad estén mostrando a hombres serpiente.
La lista de ejemplos de cómo los Mitos, más que nunca, han quedado expuestos a la opinión pública es enorme. Sin embargo, la humanidad sigue negándose a creer que exista un nexo entre todos estos acontecimientos, ya que los casos auténticos están mezclados con historias falsas, bulos, mentiras y montajes. Que haya una verdad entre mil mentiras es lo que provoca que la gente no sea capaz de percatarse de lo que ocurre en realidad.
Esto se ha convertido en todo un alivio para los miembros de los cultos, que pueden seguir su camino más o menos sin preocuparse de que quede constancia de sus actos más atroces. Aun si alguno de sus actos llegase a trascender, la gente se negaría a creerlo. Sería más fácil pensar que todo es mentira o que se debe a motivaciones más mundanas.
Aun así, los cultos no gustan de actuar abiertamente. No solo temen desvelar a la opinión pública que los Mitos existen, en muchos casos su miedo se debe a razones mucho más prácticas: desvelarse ellos mismos como conocedores de los Mitos ante los ojos de aquellos que saben separar el grano de la paja. Podrían, entonces, quedar expuestos ante criaturas muy peligrosas. El anonimato y la clandestinidad son la primera defensa de cualquier culto.
Aunque los diferentes cultos son, por lo general, grupos muy celosos de su privacidad y poco dispuestos a compartir información con otros grupos similares, es inevitable que tales contactos se produzcan tarde o temprano.
A veces dos cultos comparten un interés común y se verán obligados a competir o cooperar temporalmente para conseguirlo. Otras veces un culto necesita habilidades o artefactos que no posee y está dispuesto a hacer un trato para conseguirlos: lo que es útil para ti puede no serlo para otros, y viceversa. En el peor de los casos, los intereses de dos cultos pueden ser radicalmente opuestos y el enfrentamiento entre ellos, un paso inevitable del camino.
Con los cultos proliferando desde el albor del siglo xxi y la facilidad para comunicarse asociada a las nuevas tecnologías, los contactos entre grupos diferentes se han vuelto necesariamente más comunes. Comunes no significa, claro está, amistosos, y solos los ingenuos ignoran que incluso dos cultos que comparten una alianza están dispuestos a destruirse si prevén un beneficio mayor del que pueda proporcionarles la alianza. Pero esto tampoco significa que la reacción de dos cultos al encontrarse sea necesariamente agresiva. La mayor parte de las veces, un culto mostrará interés y curiosidad por sus posibles rivales y evitará, si puede, el conflicto con una fuerza cuya magnitud no conoce, aunque tampoco se quedará de brazos cruzados si percibe que sus objetivos pueden ser amenazados.
Si te ayuda, piensa en los cultos como grandes depredadores solitarios. Normalmente cazarán solos y se mantendrán en su territorio. Cuando se encuentren con otros depredadores, evaluarán al rival, y si pueden, evitarán el conflicto recurriendo a amenazas o compartiendo las sobras de una presa. Serán más cautos en territorio ajeno y más agresivos en el propio, pero llegado el momento estarán dispuestos a combatir a muerte.
De estas complejas relaciones entre los cultos emerge lo que algunos llaman «los círculos ocultistas de los Mitos»: una red de grupos expuestos a la Verdad que conocen la existencia de otros grupos similares y, en cierta medida, de sus actividades. Una red en la que cada nodo, cada culto, solo conoce unos pocos elementos que le son próximos por la razón que sea, pero de la que forman parte prácticamente todos los estudiosos de lo oculto con mínima relevancia. Una red en continuo cambio conforme surgen nuevos cultos y se destruyen otros anteriores.
Imagina una pirámide de varios escalones. En cada escalón habitan cada uno de los tipos de seres que pueblan el universo, según su nivel de consciencia. Los habitantes de cada piso solo son conscientes de los escalones que tienen por debajo del suyo. En la base de esta pirámide se encuentran los minerales, lo inorgánico. Por encima, el mundo vegetal. Otro escalón más arriba, los animales; y encima de estos, los humanos.
Hay dos normas que parecen cumplirse en dicha pirámide, que son:
Ahora pensemos: ¿cuántos escalones tiene la pirámide que has imaginado? ¿Solo cuatro? La inmensa mayoría de los humanos solo puede mirar hacia abajo en la pirámide, porque sigue el sistema, cumple la regla de la pirámide escalonada de las especies. Por tanto, en general no podemos saber si hay escalones por encima ni cuántos. De hecho, nos confortamos considerándonos la cúspide de esa pirámide.
Planteemos por un momento que no somos la cúspide. No es sencillo, ya que solo unos pocos humanos hemos conseguido mirar hacia arriba en la pirámide. Para ello pueden emplearse otros estados de consciencia, e incluso una ciencia tan avanzada que podría considerarse magia hoy en día (al igual que hace muchos años el fuego o la electricidad se consideraron magia) y que no es de origen humano.
Sin embargo, otear lo que está más allá de nuestra naturaleza ha vuelto loco a más de uno. El esfuerzo de intentar encajar el siguiente nivel de consciencia en términos que podamos emplear es traumático. Pero al entender siquiera una mínima fracción, repentinamente la civilización y la propia vida humana se devalúan enormemente. En el fondo, se perfila con claridad que humanos y hormigas tenemos más en común, en todos los sentidos, que los humanos y aquellos seres que habitan los escalones superiores.
Dadas mis propias experiencias en la materia, afirmo con rotundidad que la pirámide escalonada tiene muchos más niveles que los cuatro clásicos. De hecho, mis estudios me han llevado a plantear dos escalones superiores al nuestro. En el inmediatamente superior habitan criaturas cuya ciencia o naturaleza es mucho más avanzada que la nuestra, y, aunque poseen unas capacidades inimaginables para nosotros, en esencia son esclavas de gran cantidad de leyes naturales, como nosotros. De hecho, son sirvientes o esclavas del nivel superior al suyo, habitado por seres primigenios, de una naturaleza inconcebible, que se rigen por unas leyes cósmicas absolutamente incomprensibles para nosotros y para ellas. ¿Existe otro nivel superior? No podría afirmarlo con seguridad, pero la simple posibilidad es estremecedora.
Pese a todo, en el trabajo que he realizado en la materia, y que expondré a lo largo de esta tesis, afirmo que la humanidad aún está lejos de entender los escalones superiores, si es que acaso algún día seremos capaces de hacerlo. Sin embargo, si hay una conclusión irrefutable es que no estamos solos en el universo, ni siquiera estamos cerca de la cúspide de la pirámide. Y esto tiene implicaciones de la más honda gravedad ya que, si se cumplen las normas de la pirámide, significa que en cierta forma somos solo una forma de subsistir para estos seres superiores. Cómo es esto posible lo expondré detalladamente en el resto de mi obra.