Partida Rol por web

Llevas unos días mosqueado. Has visto a un par de hombres que te han seguido varias veces. ¿Te han seguido? ¿No serán paranoias propias? ¡Máldita sea! Ahora que te empezabas a establecer... Llegas a tu empresa y tu jefa te entrega un paquete de mediano tamaño (más o menos el tamaño de un portatil medio). Tienes que llevarlo a un piso cerca de Central Park. No pesa demasiado, pero te llama la atención el nombre de la remitente: LA CASA ALEGRE.

Cuando sales a la calle el tiempo ha cambiado. Te subes a la moto y te dirijes a Manhattan. Es un camino largo, pero por lo menos tendrás que hacer menos entregas y ganarás puntos con tu jefa, Marian. Llegas empapado. Es un pequeño edificio al lado del parque. Antigüo y bien cuidado que inspira paz entre tanto bullicio. Llamas a la puerta y esta se abre lentamente. Parece que alguien ha estado allí antes. Gritas. Nadie contesta...

Durante un breve segundo me quedo paralizado cuando la puerta se abre lentamente -¿Quién deja la puerta de su casa abierta hoy en día?- por mi cabeza pasan como una exhalación las palabras del misterioso mensaje que habían dejado en mi puerta, "vigila tu espalda".

Suspiro pensativo, pego un nuevo grito -¿HOLA!, traigo un paquete para... ¿Hay alguien?- El silencio tan absoluto me escama, pero trato de borrar de mi cabeza esos pensamietos; la nota, los tios que me siguen -Joder Tomy, tienes que relajarte- Pienso antes de tragar saliba tranquilizándome y abrir la puerta de par en par para entrar en el edificio.

De nuevo silencio. Nadie contesta. La casa parece un oasís de tranquilidad en la ajetreada Manhattan. Das un par de pasos más y de repente oyes un crujido. Has pisado una especie de jeringilla. No, es un dardo. Con el claro oscuro no te habías dado cuenta. Unos pasos más allá, apenas un par, hay una especie de vómito mezclado levemente con un liquidillo azul.

-Pero que coño...- musito agachándome para recoger el dardo, lo observo detenidamente mientras meneo la cabeza de lado a lado y entonces veo el charco. Tengo que sobreponerme a las ganas de salir pitando. Observo inquieto la estancia, la penumbra no ayudaba a tranquilizarme, avanzo hacia el charco de lo que parecen vómitos -¿quién vomita algo azul?.

Guardo, sin saber muy bien por qué, el dardo en un bolsillo de la chaqueta, cambio el paquete de mano, empezaban a sudarme y estaba cada vez mas nervioso.

Pensaba en largarme sin mas, pero de alguna manera sabía que esto tenía que estar relacionado con lo que estaba pasando estos días. Camino despacio, sigiloso, registrando con la mirada cada rincón, esperando no ser asaltado en cualquier momento. Si había alguien en el edificio lo encontraría.

Delante de tus ojos se abré un hall enorme. Es una casa colonial sorprendentemente amplia. Unas escaleras suben al piso superior. La barandilla está ostentosamente decorada con volutas y demás simbologías clásica. Hay varias puertas en el pasillo que ves. Todas están cerradas y la penumbra se convierte en oscuridad a los pocos metros de distancia. No puedes ver demasiado, la casa está decorada hasta la excenuación con figuras, cuadros, y cachibaches de todo tipo. Aun así... hay algo armonioso en todo ello.

-Vaya vaya, asi que por esto lo llamarán la casa alegre...- Pensaba al ver la atípica decoración. Suponía que realmente el destinatario no era una persona, aunque por supuesto podía estar equivocado.

Tenía ganas de encender la luz, pero estaba seguro que sería una mala idea. Comenzaba a pensar que ya no hubiera nadie, quizás el dardo lo hubiesen usado para neutralizar a alguien y llevárselo. Había oido historias cuando vivía en el centro de acogida, los que no se iban por las buenas, pues se los llevaban por las malas y al parecer este tipo de métodos eran mas que habituales. Era una conclusión, igual, un poco disparatada, pero de momento, los hechos apuntaban a algo así.

Continué por el centro del hall, no escuchaba nada, asi que decidí no abrir ninguna puerta, al menos de momento, seguro que harían ruido, estas casas viejas... Me acerqué a las escaleras y traté de ver la parte superior a donde conducían, la oscuridad no me dejaba ver nada; tras ello empecé a subir despacio peldaño a peldaño agarrándome a la barandilla.

Cuando empiezas a subir las escaleras crujen. Tú te asustas al oír el primer crujido y más cuando a este le sigue un llanto callado, que se apaga de manera obligada. No estás sólo. Jurarías que el sollozo es de un niño y que provenía del piso superior. La luz se diluye paso a paso y cada vez entra más en juego tu intuición que tu vista.

El sonido del llanto me sobrecogió. -¿Un niño?- me pregunté sorprendido. El hecho de que el lloro fuera forzado a terminar me decía que alguien le tapaba la boca -pero, por qué alguien que pretende un secuestro o un robo se oculta como si tuviera miedo del repartidor- Pensaba en las distintas posibilidades mientras continuaba con mi particular ascenso de escaleras esperando no partirme los dientes por la falta de luz.

Cuando noté con los pies que los escalones se habían terminado tragué saliba tratando de controlar los nervios que amenazaban con tomar el control y hacerme salir como alma que lleva el diablo de... "la casa alegre", -la casa alegre, ¡ja!- pensaba con ironía mientras parado, esperando que los ojos se acostumbrasen a la cada vez mas densa oscuridad tomaba una decisión.

Finalmente decidí correr el riesgo sobreponiéndome a mis emociones, llevaba haciéndolo toda la vida y esta vez no sería una excepción. Estaba practicamente convencido de que la persona que se ocultaba con el pequeño debía de ser alguien también asustado, si quisieran hacerme algo ya lo hubieran hecho.... o al menos trataba de convencerme de ello.

Armándome de valor cogí aire -Eh... hola... yo... soy el repartidor... les he oido, sé que están ahí... entré porque la puerta estaba abierta y ví el charco de... lo que quiera que fuera... y el dardo... solo pretendía asegurarme de que todo estaba bien...-

VOlví a tragar saliba, notaba como el corazón se me había acelerado fruto de la adrenalina que estaba descargando; si había hecho bien o no lo sabría pronto.

Una bola de fuego pasa por encima de tu cabeza. Sientes el calor embargando toda las estancia. Impacta en una máscara africana que se incinera en cuestión de pocos segundos en un fuego azul... De repente el pequeño hall superior se ha iluminado con la llamarada. Ves a un niño de unos seis años con una bola de fuego en la mano, está sudando, nervioso, las lágrimas caen incesantes sobre sus mejillas. Abrazándole por detrás una niña con un aspecto etéreo, angelical. Rubia, ojos azules que destacan sobre cualquier cosa que puedas ver y un cuerpo espigado. Debe tener unos 12 años. Ella cae desmayada. Parece agotada. El niñó te mira entre sollozos con una posición defensiva sin pronunciar ni una palabra.

-Joooooder!- exclamo agachándome como impulsado por un resorte. Durante unos segundos siento que me sobra toda la ropa, el calor se vuelve intenso. De nuevo me incorporo mirándo fijamente a los dos niños, alucinado por la escena -¿¡¡UNa bola de fuego?!!- pensé evitando los recuerdos que acudían a mi mente.

Extiendo las manos al frente, en la izquierda el paquete, la diestra la muestro con los dedos también extendidos mostrando así que no escondo nada. -Tranquilo, como he dicho soy el repartidor... la niña- Le digo al pequeño señalando hacia su compañera desmayada -Puedo ayudar, ¿vale?. Me llamo Tom- No era momento para preguntas, lo primero sería ayudar a la cria. Echando arrestos a la situación comienzo a caminar despacio, extremadamente despacio, flanqueando al niño para no hacerle sentir amenazado -Déjame echarle un vistazo, luego os sacaré de aquí, de acuerdo?-

El chico te mira. No parece asustado, va mucho más allá, pero aún así da dos pasos laterales dejando el paso libre hacia la chica. No pronuncia ninguna palabra, pero su gesto se ha relajado, aunque mantiene la bola de fuego en la mano... parece algo tan natural en él...

Pasé al lado del chaval y le hice un gesto con la cabeza de asentimiento -haces lo correcto, ya lo verás- tras lo que esbocé una fugaz sonrisa y acontinuación me arrodillé junto a la niña, dejé el paqute a mi lado y comencé a buscarle pulso en el cuello.

-¿Me puedes decir su nombre?- le pregunté al menor de los dos mientras abofeteaba con fuerza controlada la cara de la muchacha a la vez que la invitaba a despertar -¡ey!, ¡ey!, vamos, despierta pequeña-

Me sentía desconcertado, como si estuviera fuera de lugar, mas que nada porque lo estaba -¿sabes si hay alguien mas en la casa?- Le pregunté con el tono de voz mas dulce del que era capaz dada la situación.

El chaval pare inmutable. ¿Sabrá sonreir? Tal vez, no te entienda. La chica está fría, gélida, aunque tiene pulso y respira con normalidad. Parece agotada. Ves que el chico mira con curiosidad el sobre y según va centrando su mirada la intensidad de la llama desciende...

Alternaba la mirada entre los infantes, finalmente la posé en la chica, mas tranquilo al comprobar que, en apariencia, solo está exhausta.

Percibo por el rabillo del ojo como la intensidad del fuego de la mano de él desciende, lo miro, y sigo la dirección de su mirada -El paquete... ya ni me acordaba- Lo recogí con nerviosismo y lo agité casi delante de su cara -¿Tú sabes algo de esto?, ¿sabes para quién era?- le pregunté poco esperanzado a que me respondiera -¿Puedes entenderme? ¿Hablas... hablas mi idioma?-

Todo era tan desconcertante... pero por algún motivo no conseguía sorprenderme, o al menos no como debería, de alguna manera, en mi interior, sabía que algo como esto era el claro desencadenante a lo acontecido en mi piso el otro día.

El chico sigue el paquete con la mirada. Parece nervioso al verlo agitarse delante de sus ojos. La intensidad de las llamas sube. El fuego se extiende también por sus brazos. El parece absorto en el movimiento del sobre.

-Ey, ey, tranquilo, tranquilo...- decía alejándome medio metro sin sacar el paquete de su vista, no fuera a ser.

No sabía muy bien como proceder -Vamos Tomy, joder, piensa- era inútil, ¿a dónde iba a ir con una niña incosciente y un niño flamígeno en una moto destartalada  lloviendo a jarros? Como para que me paren las autoridades. Juas. Me permití, casi por necesidad, este desvarío jocoso para volver inmediatamente a la extraña y cruda realidad que estaba viviendo.

-Muy bien... Sam, te llamaré Sam, ¿te gusta?- dije mientras le enseñaba el sobre tratando de no hacer movimientos bruscos -Vamos a ver que hay dentro, ¿te parece Sam?- Llamar por un nombre al pequeño niño antorcha me ayudaba en cierto modo a controlar la situación; no sabía muy bien que iba a pasar cuando lo abriera, no sabía si lo seguía con tanta atención porl el contenido o sin embargo, simplemente por que la envoltura le llamase la atención de alguna manera. Así que, como hombre precabido que había aprendido a ser, rasgué con sutileza el embalaje solo por uno de los laterales dejando le sobre practicamente entero. Cogí aire en abundancia preparándome para... realmente no tenía ni idea, pero respirar profundamente ayuda a culaquiera a tranquilizarse. Y finalmente giré el embalaje para que fuera lo que fuese que había dentro se deslizara al exterior.

Del sobre cae unos expedientes con el sello de la MCA. También hay un mensaje pegado a la portada del primero de ellos.

Cita:

Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. -¿¡La MCA?!, no me jodas- murmuré mientras leía la nota pegada al expediente.

Miré al chico tras terminar de leer -Así que tú debes de ser Helios, ¿no?.- le dije, esta vez, a sabiendas de que no obtendría respuesta. Pensaba en lo que acaba de leer, y no acababa de entender muchas cosas pero algo estaba claro, al abrir el sobre me acababa de involucrar, al menos por el momento en algo que parecía peligroso, aun así, no iba a dejar a los dos pequeños a su suerte, seguramente la persona que debía abrir el sobre había sido... prefería no imaginarlo. Y si en la nota dice que la ayuda llegará "como una flecha" y añade "tú ya me entienddes", no era difícil encajar las piezas y suponer que alguien "especial" vendría muy rápido. Aunque si lo hacía desde Gales no estaría muy seguro de que fuera tan rápido.

-Muy bien Helios, necesito que cojas esto- le extendí el sobre con los expedientes dentro otra vez, casi poniéndoselo en la mano, para a continuación coger en brazos a la niña e incorporarme. Necesitaba un sitio donde dejarla descansar, seguro que alguna de las puertas era una habitación donde habría una cama. SI la pequeña descansaba y despertaba quizás pudiera darme alguna explicación a lo sucedido y despejar algunas incógnitas.

-Venga vamos- decía sin mirar al niño confiando en que me siguiero o incluso ayudara, aunque fuera solo un poco, sin duda él conocía la casa mejor que yo.

Miras todas las habitaciones. El piso de arriba está repleto de habitaciones, en total seis dormitorios dobles y una más adulta. Son pequeños habitaculos, muy sencillos compuestos por dos camas, dos escritorios y algunas estanterias. Las habitaciones están sin recoger, parece que en esta casa vivieran unos doce niños...

Te instalas en un dormitorio de la parte delantera y Helios te sigue sin decir ninguna palabra. Ha apagado las llamas y parece intrigado por la chica. La mira de cerca sin hacer gesto alguno...

Dejo a la niña tumbada en la cama, miro como Helios la observa  impasible -¿qué carajo se le estará pasando por la cabeza?, si pudiera saber lo que piensa- pero en realidad no tenía ni la mas remota idea de como comunicarme con un niño autista, suponiéndo que fuera posible hacerlo, claro. Cogí de su mano, con delicadeza, el sobre y lo dejé sobre uno  de los escritorios.

Me arrime a la ventana casi de un salto, preocupado, corrí la cortina con suavidad y observé el exterior, el ajetreo, la lluvia... me dejé llevar unos segundos reflexionando sobre en lo que me estaba metiendo; pero ya no había marcha atrás, había abierto el sobre, había visto las llamas, y por encima de todo había decidido ayudarles. Estaba claro, la reflexión había terminado. Y entonces vino a mi mente, ¡la puerta!, seguía abierta.

-No te muevas de aquí- dije al niño sin prestarle atención, sabía que no me contestaría, para a continuación salir pitando al piso de abajo y cerrar la puerta, la cerré con los posibles pestillos o cerrojos que poseyera.

De nuevo arriba, volví una vez mas a  centrar mi atención en la joven. Coloqué bajo sus pies la almohada doblada, levantándolos así por encima de su cabeza; pretendía ayudar a que la sangre le fluyera con mayor facilidad por la cabeza. Me acerqué a su cara y de nuevo golpeé con suavidad sus mejillas -¡Ey!, ¡ey! venga pequeña, ¡despierta!-