Una daga se clavó en el centro de la diana de madera. Al otro lado de la habitación, una mujer cogió otra daga y la lanzó, clavándola junto a la primera. Maisi lanzó una tercera daga justo cuando un alto joven se sentó en una silla delante de la diana.
-"¡Ve con más cuidado, Maisi!" Chilló el hombre, levantándose. "Esta vez casi me das a mí."
-"Lo siento Damah." Respondió la mujer con una voz suave y acariciante. "Está muy oscuro, no te había visto."
Una cuarta daga dejó clara la falsedad de la excusa al clavarse junto a las otras tres, pero Damah la creyó. La mayoría de los hombres creían lo que Maisi decía. Aunque técnicamente no era hermosa, Maisi era muy bonita. Su esbelta figura y sus ojos de antílope hacían que pareciese frágil, desvalida y delicada. Pero en realidad, Maisi era fuerte, sin escrúpulos y una experta asesina.
El marido de Maisi, que estaba sentado observándola, no creyó su mentira. Como era un hombre inteligente, Acair entendía a su esposa perfectamente. Acair era tan desalmado y competente como su esposa, pero más ambicioso. No tenía ninguna intención de pasarse el resto de su vida siendo el segundo al mando de aquella sucia y pequeña banda de ladrones. Maisi carecía de la ambición de Acair, pero comprendía sus deseos; y como lo amaba, tanto como le era posible amar, le ayudaba a cumplir sus objetivos. Era una muy buena ayudante.
-"Damah." Ronroneó Maisi. "He lanzado todas mis dagas. Sé bueno y traémelas."
El feo rostro de Acair era, como siempre, inescrutable, pero frente a él, Broc sonrió. Damah recogió obedientemente las dagas y se las entregó a Maisi. En su camino tropezó con la pata de una mesa y se tambaleó, pero se las apañó para no caerse. Si se hubiese caído llevando las dagas, era muy probable que su corta vida hubiese llegado a su fin.
Su muerte no hubiese sido muy lamentada. Nadie, a excepción de Imledair, sabía por qué Damah había sido aceptado en su pequeña banda. Si Acair estuviese al mando habría matado a Damah inmediatamente, no le gustaba aquel tonto patoso. Realmente, pensaba Acair, Damah era un bandido inepto. Aunque era grande y fuerte, era demasiado patoso para ser un buen luchador. Además era un estúpido. Era del conocimiento de todos que se confundía en las direcciones y que había hecho lo más incorrecto en una emboscada. La semana pasada disparó con su ballesta a una caravana antes de que ésta llegase al peñasco, cuando le habían dicho que no disparase hasta que lo hubiese pasado. Los tres carros se dieron la vuelta y escaparon. Damah de nuestra parte, pensó Acair, es peor que un gran guerrero luchando contra nosotros.
Acair levantó la vista para encontrarse con la mirada irónica de Broc. Sabía que a Broc tampoco le gustaba Damah, pero era consciente de que la mayor parte de la mofa en la mirada del hombre iba dirigida hacia Maisi. A Broc no le gustaban las mujeres, en particular las inteligentes. Pero era un gran espadachín y un buen estratega, lo que hacía que Acair aguantase sus perjuicios. Con todo, la actitud familiar de Broc lo molestaba, y miró hacia otro lado.
La sala llena de humo estaba ocupada por otros dos hombres. Gisulf se sentaba junto a Broc, al otro extremo de la mesa con respecto a Acair. La nariz de Gisulf se movía ligeramente, haciendo que se pareciese más a una rata de lo que ya era habitual en él. Aunque no era muy inteligente, Acair aceptaba a Gisulf. Carecía de sutileza, pero era un temible luchador. En ese instante concentraba su mal carácter crónico sobre Athaulf.
-"Fue una suerte que ese pedazo de piel no fuera a ninguna parte, Athaulf." Dijo Gisulf. "Con un ataque como éste, seguro que no hubieses acertado un objetivo en movimiento."
La única indicación de que Athaulf había oído las chanzas de Gisulf fue el movimiento de su mano cerrándose sobre la empuñadura de su espada. Broc rió. Esto podía llevar al tipo de situación que tanto le gustaba. Gisulf era demasiado tonto para darse cuenta de que el rubio Athaulf, de ojos soñadores, era mucho más cruel que él mismo. Además, Athaulf era listo; seguro que encontraría maneras más interesantes para vengarse de Gisulf.
Acair abrió la boca para abortar toda posibilidad de lucha entre dos de sus mejores hombres, mientras que Maisi, sin preocuparse, lanzaba otra daga. Pero no fue la voz de Acair la que acabó con la disputa.
-"Mi querida Maisi, estás practicando de nuevo. Es admirable." La voz de Imledair fue casi un ronroneo cuando entró en la habitación. "Y también Athaulf. Ambos sois aplicados en vuestro trabajo." Imledair, el rey de los bandidos, sonrió a todos los presentes y se sentó en una silla vacía que había junto a Acair.
Un silencio cayó sobre la habitación; incluso Maisi dejó de lanzar sus dagas y se acercó a su marido. Damah se sintió ligeramente enfermo. ¿Qué habría estado haciendo Imledair que lo había puesto de tan buen humor? Un pensamiento oscuro cayó sobre todos, a excepción de Athaulf. En sus dulces ojos azules había un brillo ávido; Athaulf compartía con Imledair una predilección por la crueldad.
Imledair era cruel. No simplemente despiadado, como Maisi, si no que disfrutaba dañando a cualquier criatura viviente. Aunque estaba completamente loco, era astuto. Exceptuando a Athaulf, que era casi tan maníaco como él, los bandidos tenían miedo de Imledair. Sin embargo, Acair sabía que algún día los instintos asesinos de Imledair lo llevarían demasiado lejos. Acair esperaba con impaciencia ese día, ya que creía que cuando esto ocurriera, sería el nuevo rey de los bandidos.