- Escena final de esta primera parte de Honor de Gladiador (que espero que no sea la última).
- Se espera que todos los personajes supervivientes posteen aquí sus últimos posts, indicando que van a hacer con sus vidas y con su recién ganada libertad.
PRIMER MENSAJERO DE AVANDRA 4480:
POR LA TARDE.
- El combate final entre Petaculos y Legionario fue especialmente largo y emocionante. Petaculos hizo alarde de su ya conocida astucia, pero Legionario combina una tremenda fuerza con un asombroso aguante y una capacidad de recuperación inhumana. Finalmente fue Legionario quien se llevó la victoria.
- Legionario obtiene el título de Campeón de Detritus y Malatea, el Yelmo del Campeón, 20.000 monedas de oro, el rango social de Patricio y una finca rural fuera de la ciudad de Malatea. Además de la ciudadanía de Malatea.
- Angel, Bella Mugiente, Bilis, Demoses, Humos, Lagartija, Lavativa, Muñón, Petaculos, Hastegaar y Tapón también han sobrevivido a esta etapa como gladiadores, y ahora se les presenta una nueva vida por delante.
- El destino de las Escuelas de Gladiadores es incierto. La Escuela Azul y la Escuela Pelícano ya no existen. Los Capas Rojas van a ser oficialmente disueltos por la Organización de la Arena de Detritus. Los Tigres de Malatea van a cerrar. La Escuela del Halcón Negro y la Escuela Amarilla se están planteando en convertirse en escuelas de lucha, para entrenar en sus técnicas de combate a cualquiera que pueda pagar por sus enseñanzas.
- La Escuela Amarilla pasa por un momento agridulce. Por un lado, esa Escuela siempre fue pobre y ahora gracias a sus luchadores de última hornada, a atravesado una época de bonanza económica, culminada por la gloria de ser la Escuela que entrenó al Campeón Final, Legionario, lo cual debería de atraer a futuros alumnos. Por otro lado, los Maestros Amarillos sienten que sin los Juegos, ya nada será lo mismo.
Me arrodillo ante la chimenea y arrojo un nuevo tronco al fuego. El ambiente de la casa es cálido y las llamas arrojan una acogedora luz rojiza que me recuerda a las entrañas de mi amada Montaña de Fuego. Tras alzarme regreso a la mesa. Grumcha y yo hemos hecho nuestra primera cena tras la clausura de los combates en la Arena. No habrá nuevas peleas, ni la amenaza de la muerte penderá sobre nosotros. Es hora de planificar nuestro futuro.
- Sí, Grumcha, tengo planes de futuro. No deseo regresar por el momento a mi tierra. Habrá un momento para ello, pero no es este. Gracias a los juegos he conseguido pagar la hipoteca de esta casa. Por otra parte, aún dispongo de cierto dinero que quisiera invertir. Un proyecto a largo plazo. No dudo que los combates volverán a legalizarse, cuando el descontento social vuelva a incrementarse y la delincuencia aumente. Esto resultará inevitable, pues ambos conocemos la naturaleza de los humanos. Son destructivos y si su sed de sangre no se calma en la arena con los juegos, buscarán otras formas de satisfacerla. Por ello he pensado en comprar el solar de la Escuela Azul, reconstruir sus edificios, y montar en él un dojo, una escuela donde cuerpo y espíritu se forjen por igual. Un cuerpo fuerte que encierre un espíritu débil jamás forjará a un gran guerrero. Además, entiendo que la Escuela Amarilla pervivirá, de un modo u otro y a ella acudirán aquellos que llevados por su fama puedan pagar su matrícula. Una escuela regentada por humanos. Sin embargo, en la nueva escuela se podría dar cabida a los menos favorecidos y a aquellas razas que se sentirían más cómodas en un lugar regentado por quienes no fueran humanos. Y en este sentido, me sentiría muy honrado si me acompañaras como socia en esta nueva aventura. Ambos hemos aprendido mucho en estos tiempos. Hemos sufrido por igual, hemos compartido buenos y malos momentos y tanto nuestros cuerpos como nuestras almas se han fortalecido en el proceso. Y es este saber el que podríamos transmitir a nuestros estudiantes. Grumcha - digo mirándola directamente a los ojos -, es una buena oportunidad. Creo que podré conseguir ese solar a un buen precio. No será fácil. De hecho, intuyo que será difícil - digo con una amplia sonrisa de mis fauces -, pero no me asusta. Es más, hace que mi sangre circule con fuerza. Incluso he pensado en un nombre. Escuela Varian. ¿Qué me dices? ¿Aceptas?
Tardé poco en recuperarme de las heridas del último combate. La enana Grumcha, Bella Mugiente en la Arena, vino a verme mientras convalecía para ayudarme a recuperarme con su magia. Se disculpó por lo del arco, decía que no fue algo calculado y buscaba congraciarse conmigo. Era sincera, sabía lo que me había costado no tener ese arco. Yo mismo le arrebaté un arma en otro combate. Con algo de esfuerzo me levanté, cogí su daga de entre mis pertenencias y se la ofrecí, pero ya no la quería. La perdonaba, pero ni ella ni ningún enano que había conocido merecía aún mi confianza.
Más tarde volví a Detritus, a la Arena, a la Escuela de los Capas Rojas, a despedirme de Pularr y de los demás. Me habría gustado conocer más al Eladrin, aún despertaba mi curiosidad por todo lo que podría aprender de los días antiguos a través de él, pero seguía tan cerrado como siempre. También me despedí cortésmente de los pocos miembros de la Escuela Amarilla que aún permanecían en Detritus. Aparte de Grumcha, sólo había tratado con Lagartija, y siempre de forma bastante fría. Bilis parecía que ya había partido, aunque lo último que recordaba de ella fue su desafío en la Arena. Tieflings... otra especie de la que uno no se podía fiar. Bizcochito, Marronoso... los echaba de menos, pese a que habíamos tenido nuestros mases y nuestros menos.
Estaba algo confuso, no sabía muy bien qué hacer a continuación. La ciudad no era lugar para un explorador. Fui al Banco Imperial por el que me había comprometido a luchar un número de combates que no llegaron a producirse. Era un compromiso que debía cumplir. Pero tras el buen puesto en el Campeonato, con unas pocas actividades de representación no violentas quedaron satisfechos y ambas partes dimos el contrato por cerrado. Además, seguirían gestionando mis finanzas, no era un mal cliente después de todo, y mi interés por ese dinero era prácticamente nulo, apenas lo tocaría.
Finalmente, aproveché las ganancias que había obtenido para comprar una vivienda que seguramente no fuera a usar nunca y regularizar mi situación legal dentro del Imperio. Las circunstancias habían hecho que los humanos me parecieran otra especie odiosa, pero aún quería darles una oportunidad. Viajaría, conocería otras ciudades y a otros humanos. Con suerte, encontrara algo que mereciera la pena en ellos. Quizá la capital del Imperio fuera menos repulsiva, encontrara en ella algo positivo sobre esa raza inferior que acabaría dominando el mundo. Quizá volviera a Aranthor, pero más tarde...
Ni se me pasó por la cabeza usar los portales para viajar. Cruzaría una vez más bosques, montañas, llanuras, zonas fronterizas y granjas. Adquirí el mejor equipo que se podía encontrar en cualquiera de las dos ciudades, en particular un arco que mandé hacer de forma especial de encargo y consagré a Corellion, y salí a la aventura una vez más.
Sentada en la mesa, observo como el fuego crepita al echar un nuevo tronco Heresunge. Una chimenea...¿cuando tiempo he estado sin tener una buena chimenea a la que acercarme? ¿cuantas horas gélidas en la celda de la Escuela?...Aun no me llego a creer del todo que a esta noche le seguirán más. Noches tranquilas, que precederán a dias sin temor, sin odio, sin empuñar un arma.
La voz de Heresunge me saca de mis pensamientos...y lo escucho atenta. Al final de su combate ya me comentó algo de sus planes de futuro, pero sabia que ya me lo contaría todo cuando fuera el momento. Sabia que seguiriamos juntos y eso era ya suficiente para mi.
Durante todo el tiempo en el que estuvo hablando, mantuve mi mirada fija en el. Mis ojos brillaban cuando terminó. Sin decir nada me bajé de la silla y me fuí directa al dormitorio. Despues de unos breves instantes volví al salón y lentamente, con una sonrisa, me acerque a Heresuge. Con una de mis manitas agarré su enorme garra y la puse con la palma hacia arriba. Mi otra mano, subió lentamente hacia la garra y depositó en ella una bolsa de cuero. Conforme solté la bolsa, agarré con mis dos manitas su garra, haciendo que la cerrara entorno a ella.
Levante mi mirada y sonreí como hacia tiempo que no lo hacia.
-Mil ochocientas cincuenta piezas oro.
De un salto me lancé a su cuello y lo abracé fuertemente - !Acepto! !Claro que sí!
-Es una idea perfecta. Seguro que te lo ponen dificil para realizar esa compra, pero nada ha sido fácil desde que estamos aquí. Pero sé que lo conseguirás, como todo lo que te has propuesto. Y ...!será toda una aventura! !Un dojo! -Miro con admiración al dracónido - !Y me encanta el nombre!
La reacción de Grumcha poniendo la bolsa en mi mano me llena de satisfacción y cuando se me tira al cuello no puedo dejar de reír a carcajadas. La separo un tanto y la hago girar en el aire, mientras sigo riendo sonoramente. Finalmente, la dejo en el suelo con cuidado.
- Fabuloso. Probablemente entre tu dinero y el mío podamos hacer frente a parte del pago. Necesitaremos sin embargo solicitar un crédito, lo cual nos augura unos comienzos duros. Deberemos limpiar el solar de restos y comenzar la construcción de nuevas edificaciones que sustituyan a las ya destruídas por el fuego. No necesitamos montarlo todo a la vez. Puede ser algo progresivo e ir creciendo conforme vaya aumentando el número de alumnos. En definitiva, me da que el banco va a ser nuestro dueño durante mucho tiempo, salvo que consigamos un tercer socio lo cual nos permitiría tener una mayor solvencia. Cosa que no es mala idea - digo mirando a Grumcha -. ¿Cómo lo ves? Tal vez el enano de las runas sería una buena elección. Pero ya lo pensaremos - digo al tiempo que doy un manotazo al aire quitando importancia al asunto -. Ahora, lo primero es averiguar cuánto nos costaría ese solar. Y para eso, deberemos dirigirnos al Gobernador. Pero, ¿qué te parece si antes se lo contamos todo a nuestro Varian?
Legionario se encontraba en su nueva residencia en Maletea, se había decidido trasladarse allí, puesto que la residencia se la habían ofrecido en esa ciudad después de todo lo sucedido, además le agradaba estar en un lugar donde le tenían un muy estimado respeto después de haberse proclamado campeón...
Habían pasado unos días ya desde su último combate, habían transcurrido fiestas de celebración y muchas reuniones con gente que quería conocer al temible Legionario, ahora se encontraba sentado en la mesa saboreando un buen cocido, estaba dándole vueltas a todo lo ocurrido hasta el momento...
Como había entrado a tomar parte de los luchadores de la escuela amarilla, en la mente le venían una y otra vez las imágenes un poco borrosas de lo que ocurrió en la taberna al probar una droga nueva y después la destrucción.... Sacudió por un momento la cabeza, no quería recordar aquel incidente, le martirizaba, pues aquellos que mató eran compañeros suyos... Dejó a un lado ese pensamiento que después retomaría para hacer un rápido repaso por lo que había sido un cambio radical a su vida, y no pudo más que sonreír ante la ironía de verse campeón, quien se lo iba a imaginar...
Las imágenes de la matanza ocurrida en la taberna, volvieron a aparecer en la última fiesta de celebración por el triunfo, un tipo extraño se le acercó y le ofreció una droga nueva, por poco Legionario no le salta encima y le arranca el pescuezo, pero gracias a su paso por la escuela y a las instrucciones que allí tomó, pudo controlarse y dejar la fiesta sin, más, para él se acabó toda celebración, sabía que había matado a unos hombres sin necesidad y sin ninguna compasión, y aunque no era dueño de sus actos en ese momento debía tener sus consecuencias, se suponía que el paso por la arena haría su castigo, pero por el contrario le benefició para bien, y ahora en su interior Legionario se sentía en deuda con las familias de aquellos hombres... Ya había tomado una decisión, no lo pensó mucho, pues ya lo conocemos todos, así que vendió la residencia como mejor pudo, recolectó el dinero y se las arregló para reunirlo todo y una vez echo lo repartió para las tres familias de los fallecidos con una carta donde ponía simplemente " lo siento, aceptad esto por mis actos... Legionario”
Después de haberse informado de que recibían el dinero y lo aceptaban decidió su siguiente paso, se marcharía en busca de su posible muerte, como soldado de la legión había oído muchas historias y aventuras de seres peligrosos y tremendos monstruos, sabía que era una sentencia a buscar la muerte pero las imágenes de esas tres personas le martirizaban desde que ocurrió, los únicos momentos que pudo estar en calma por así decirlo era cuando disputaba algún combate o entrenaba, así que el paso por la escuela fue un gran descanso para él. Así que buscaría como ejercer ese mismo estado para poder soportarlo.
Antes de partir decidió hacer una pequeña visita a uno de sus maestros, que le enseñó algo mas que algo de técnica, fue a ver a Lagartija, conocía su nombre pero le gustaba más dirigirse con el sobrenombre impuesto. No se sorprendió al enterarse que intentaría formar una escuela junto a su amiga Bella, de hecho le daba algo de envidia al oír esas noticias, se alegró por él puesto que haría lo que le gustaba. Le informó de sus intenciones y vio como los ojos de Lagartija se le iluminaban un poco al imaginar las hazañas posibles, pero había tomado una decisión con una persona y no cambiaría, de echo a Legionario tampoco le hubiese gustado tener compañía al menos por el momento, se despidió de él y de Bella, sabía que algún día los volvería a encontrar, si la muerte no se imponía a su destreza como luchador...
Era una mañana muy apacible cuando salía de la ciudad Legionario con su equipo reunido en las dos ciudades de combates, el sol empezaba a ascender y un color rojizo iluminaba a los árboles a lo lejos, el camino se adentraba en los densos bosques y para allí se dirija sin mas, en su ruta debía pasar muchos bosques y llanuras no le importaba tenía un objetivo, y mientras lo tuviera las imágenes le dejarían descansar, o al menos eso creía... Con paso firme y gracia seguía el camino mientras levantaba la vista para comprobar que una silueta que al parecer le parecía familiar comenzaba a adentrarse en el bosque, juraría que conocía a aquella figura delgada y escueta, portaba un arco pues sobresalía del cuerpo y se movía con movimientos muy ligeros, por un momento creyó reconocer a su último contrincante, pero enseguida lo desechó no lo creía pausible, su imaginación le había jugado una mala pasada, tenía ganas de combatir y no veía el momento de poder hacerlo, mientras continuaba en su imagen se implanto las gradas vitoreando su nombre mientras el levantaba con entusiasmo su espada....
Finalmente, los juegos se habían prohibido. Humos nunca soñó con ganar el torneo final, puesto que en él participaban grandes luchadores con más experiencia que él. Sin embargo, en su corta carrera como gladiador, tan sólo había sido derrotado una vez, y había sido el campeón quien le había vencido. Había terminado en un honroso séptimo lugar, e incluso había alcanzado la categoría de gorgojo, que no era moco de pavo.
Había conseguido reunir también una cierta cantidad de dinero, aunque había perdido su bastón. Tendría que conseguir otro. Tal vez podría regresar a Detritus y cambiar el arco que había ganado por un bastón nuevo. Después de todo, una vez clausurados los juegos en la arena, las reglas sobre las armas dejaban de aplicarse.
Seguía en pie la cuestión de su supervivencia económica. Por eso, cuando se enteró de que la escuela del Halcón Negro no iba a cerrar, sino que iba a reconvertirse en una escuela de lucha, decidió acercarse hasta allí para ofrecer sus servicios como maestro. Tendría que continuar estudiando el viejo libro heredado de su padre, que era su única riqueza, la única ventaja que poseía, y así podría transmitir los nuevos conocimientos que fuese adquiriendo a los alumnos que se acercasen a la escuela.
Al menos la recompensa ganada le iba a sacar del apuro de forma inmediata, y eso le hacía sentir tranquilo. El haber llegado a alcanzar un buen lugar dentro del ranking de gladiadores, le provocaba orgullo. Al fin y al cabo, quizá no fuese tan imbécil como inicialmente había pensado.
Cierro los ojos mientras grito contenta al sentirme levantada en el aire. Me encanta. Es como si volara, y se que Heresunge no me soltará. Con una sonrisa ilusionada, asiento a su propuesta cuando mis pies tocan el suelo.
-El debe ser el primero en saberlo. Le va a dar su nombre a un dojo. Le gustará, estoy segura. !Vamos! -digo mientras con una carrera cojo una capa y me la echo sobre los hombros -Le gustará conocer tus planes y saber que ahora estamos bien.
Vuelvo sobre mis pasos, lista, y le cojo de sus dos garras -Gracias por contar conmigo... -le digo mientras tiro de el hacia abajo, hasta colocar su cara a mi altura -Te ayudare en todo lo que pueda...y será fantástico -le digo dándole un beso entre sus enormes ojos.
Angel estaba sentado en su celda, aunque ahora solo era una habitación sin más para él ese pequeño cuartucho había sido lo más cercano a su hogar.
Estaba en un mundo decadente en el que la magia agonizaba y cuando todo un mundo es tu carcel poco importa que te dejen desplazarte dentro de la misma con libertad o sin ella.
Tras el tiempo discurrido allí se había dado cuenta de cuan debil se había vuelto su magia en aquel mundo y de que si no hacía algo al respecto desaparecería completamente.
Su cuerpo le ardía de dolor y cansancio pues apenas hacía unos días que había despertado de su estado. Solo recordaba una sola imagen del sueño que lo había acompañado durante su inconciencia, una gema verde flotando sobre un lago tranquilo. Sí, la sentía en su pecho, clavada como una pequeña daga vibrando de poder.
Aquella piedra de poder estaba realmente furiosa, pues su anfitrión no había sabido extraer ni un ápice del inmenso poder que le ofrecía... y el Eladrín sabía que esa era la clave para su supervivencia en aquel mundo. Debía de buscar a alguien que le desentrañase los misterios de aquella gema y de su poder.
Así que sin decir nada a nadie cogió un petate con las pocas pertenencias que había acumulado y desapareció a través del portal. El primero de muchos que tomaría durante sus siguientes años...
Mientras que Heresunge se prepara para ir a ver a Varian, no puedo evitar recordar...
Seis meses. Seis meses hace que pensé que Moradín me habia abandonado. En aquella jaula para esclavos, en el que la persona que me compró, me encerró antes de venderme a la Escuela. Aquellos dias en los que no encontraba sentido a lo que estaba pasando, ya se han difuminado en la niebla del recuerdo, y aunque no se olvidan del todo y el dolor y los sentimientos pervivirán para siempre, ahora sé que Moradín me tenia reservado algo que yo nunca hubiera imaginado.
He vivido seis meses en un lugar donde la violencia y la muerte eran moneda de cambio diaria para mantenerse con vida. Cuando vi donde estaba y lo que se esperaba de mi, me di por muerta en el primer combate...una sacerdotisa cuya labor consiste en mantener la vida en un sitio en el que dar muerte era lo que se esperaba, tenia los dias contados.
Pero Moradín siempre me escuchó, siempre estuvo conmigo. Pero yo escuché a quien no debía y me vine abajo al principio.
Sin embargo, pronto se hizo patente que El permanecía a mi lado. Recobré mi poder de sanación, me envío al Guardian, hizo que en cada uno de los combates que gané nunca tuviera que arrebatar la vida de mi contrincante. Y me dió lo más importante. Lo que yo nunca pensé que encontraría.
A Varian y a Heresunge.
Ellos me apoyaron, me enseñaron a vivir en la Escuela. Con Varian descubrí sentimientos que nunca pensé que existieran en mi. Fue capaz de robarme el corazón casi sin darme cuenta. Y aunque los planes que habíamos hecho y que ambos deseábamos nunca se cumplirán, eso ya no es lo importante. Fue la decisión de Moradin y hay que respetarla, porque siempre hay un por qué para las cosas.
Heresunge me ha aportado una pequeña llama de su tierra que se ha anclado en mi corazón y que nunca lo abandonará. Tiene un espíritu fuerte e indómito que ha hecho mella en mi y me ha enseñado muchísimas cosas y sé que me seguirá enseñando más cada dia que pase junto a el.
Ahora tenemos un nuevo proyecto entre manos y vamos a tener que trabajar duro, pero no me importa, porque es nuestra decisión, nadie nos obliga, somos libres. Nunca pensé en quedarme en Detritus, ni tampoco en irme. Simplemente pensé que un combate pondria fin a mi vida. Ahora, con los planes de Heresunge de construir el dojo se abre delante mia un nuevo horizonte. Un horizonte que me atrae y me gusta.
Sin ellos dos hoy no podría decir que soy libre y, aunque me duela que Varian no esté con nosotros y siempre lo echaré de menos, puedo decir que soy feliz. Si, lo soy.
Libertad. Una extraña palabra. Una virtud que sólo valoramos cuando la perdemos. Qué poco comprendemos la cantidad de cosas que dependen de ella, la miríada de acciones que se ven truncadas cuando te privan de tu libre albedrío. Y heme aquí, de nuevo, libre. ¿Qué hacer ahora?
Pocaas horas habían transcurrido desde el final del último de los torneos de gladiadores de Detritus. Ahora todos los luchadores eran libres, por completo. Harold incluido. ¿Pero libres para hacer qué? El enano apenas contaba con unas piezas de oro, y por lo que había escuchado, la mismísima organización de los Capas Rojas iba a ser desmantelada. De modo que sólo quedaba una opción: el gremio de cazarrecompensas.
Harold ya había sido introducido por heresunge en él, de modmo que podía limitarse a vivir como un cazafortunas, medrando y sobreviviendo. Pero el enano quería más.
Ahorraré todo el dinero que pueda, y abriré un negocio. Estoy seguro de que puedo utilizar mis runas de un modo más permanente, o al menos, hallar el modo de concentrar unas cuantas en un mismo contenedor... quizá unas tablillas de barro o arcilla...
De modo que Harold, una vez conocido como Muñón, decidió utilizar su arte para lograr fondos, y después abrir un negocio relacionado con armas y artículos mágicos. Estaba convencido de que podría establecer interesantes contactos desde dentro del gremio de cazarrecompensas, gente que en un futuro podría proveerle de artilugios mágicos encontrados en las tierras exteriores, o bien comprarle a él aquellos objetos que les hicieran falta en su labor.
Al mismo tiempo todos los beneficios podría destinarlos a mejorar sus artes rúnicas, adquiriendo mayor experiencia con ellas y creando asímismo mejores y más poderosos objetos.
Sí... Detritus será sólo el principio... Quizá incluso pueda hablar con Heresunge y Grumcha...creo que iban a quedarse por la ciudad un tiempo...
Una mañana Lagartija está a solas inspeccionando el solar de la Escuela Azul en ruinas cuando alguien se le acerca subrepticiamente.
- "¡Ah, Lagartija! Estás aquí. Esta es una ciudad pequeña y corren rumores de que vas a abrir una nueva Escuela de luchadores para hacerle la competencia a la Escuela Amarilla.
Quisiera proponerte un trato, habida cuenta de que me debes un par de favores y que me encantaría poder devolverte las escrituras de tu casa.
Y es que una vez abras la nueva Escuela me permitas venderles sustancias "estimulantes" a tus alumnos. Si con eso consigo varios clientes habituales y una nueva fuente de ingresos, daré por saldadas tus deudas y te devolveré tu documento.
¿Qué me dices?" -
Me paseo por la ruinas de la vieja Escuela Azul y una sensación de pena me recorre. Era un buen lugar. Quién pudo quemarla, lo desconozco, al igual que los motivos que condujeron a ello. Pero es una lástima. Aquellos edificios eran buenas construcciones. Los bloques de piedra talladas, los restos de mampostería, las vigas de madera carbonizadas... cuentan la historia de este lugar. Pero también es cierto que el fuego purificó las penas y el dolor encerrados entre estos muros, la pena y el dolor de los esclavos obligados a competir. Mes iento sobre los restos de una columna. Hay mucho trabajo que hacer, siempre y cuando consigamos la propiedad de este solar a un buen precio. La reconstrucción y la limpieza serán arduas y sin ingresos, al menos en un comienzo, puede ser una empresa abocada al fracaso. Pero pertenezco al Gremio de Cazarecompensas y, al menos, eso tal vez nos proporcione algunos ingresos. Asimismo, Grumcha, con su habilidades de sanadora, podría ganar algo de dinero. Aunque intuyo que comerciar con su don, tal vez no le haga demasiada gracia. Es una enana generosa, y aunque los sacerdotes del Templo de los Mil Dioses cobren por sus servicios, dudo que esto le sirva de consuelo. Pero la necesidad manda. Y los ricos siempre podrán correr con estos gastos. Tal vez, podríamos poner un pequeño hospital para los más pobres, para aquellos que no pueden pagar su asistencia y que, al final, son los más generosos.
En ese momento, la voz de Hafrane me llega a mis espaldas. Al escucharle, siento una profunda repulsión hacia su persona. Él encarna el paradigma de lo que más desprecio en los humanos. Ambición sin medida, desprecio hacia sus iguales, oportunismo vil y crueldad sin límite.
- Hafrane - digo saludándole fríamente al tiempo que me pongo en pie -. Debes saber que la casa ya está completamente pagada y la hipoteca satisfecha. Gozas por lo tanto de la posesión de las escrituras de una humilde propiedad sin carga alguna - señalo con notable sarcasmo -. Respecto a lo de montar una escuela, sí, el rumor es cierto. Pero no deja de ser eso, un rumor. El tiempo decidirá si mi deseo se cumple o no. En cuanto a tu propuesta, lamento defraudarte - digo al tiempo que escupo a un lado -. No me interesa. Es bien cierto que te debo un par de favores, pero lo que me pides, los excede en demasía. Te pagaré con aquello que solo me afecte personalmente, pero jamás haré nada que perjudique gratuitamente a terceros. Sin embargo, dudo que mi respuesta te sorprenda. A estas alturas me conoces. Me rijo por un código de honor, aunque no espero que lo comprendas ni lo compartas. No te lo tomes como un insulto, Hafrane. No lo es. Simplemente, describo una realidad. Es la razón por la que cuando te conocí, no intenté matarte, aun cuando hubiera obtenido una buena recompensa por ello. Y es la razón por la que, después, ni siquiera me he acercado a ti con idéntica intención, aun cuando tienes en tus manos algo que legítimamente me pertenece. Te lo dije en su día, haré cualquier cosa por ti, siempre y cuando eso no ponga en entredicho mi honor. Eres un hombre rico, un comerciante, un hombre de negocios. Sabes cómo son tus clientes, tus proveedores y aquellos con los que quieres entablar negocios. No me propongas, por lo tanto, algo que ya desde el principio es inadmisible - señalo con una furia fría -. No Hafrane, no acepto este tu negocio. Ni permitiré que te acerques a mis alumnos si algún día llego a tenerlos, Kord mediante. No lo consideres una amenaza, pues no lo es. Sino una advertencia. Sigo en deuda contigo o, si así lo prefieres, quédate con esas cuatro paredes que llamo hogar. Es tu decisión. No suplicaré, si es lo que esperas, ni me rebajaré a ofender a mi Dios, a mi honor y persona, ni a las de otros aceptando convertirme en un vulgar camello a cambio de unos muros que sustentan un tejado.
- "Sospechaba que dirías eso, por suerte he pensado en una propuesta alternativa. Cuando abras la Escuela te mandaré a mis dos guardaespaldas para que les entrenes de buena fe lo mejor que tú o tus maestros sean capaces. Si les enseñas a luchar bien a ambos para defenderme y proteger mi casa y mi negocio consideraré que nuestra deuda queda saldada y tendrás las escrituras.
No tengo intención alguna de enemistarme con un guerrero tan poderoso como tú. He estado observando atentamente tus combates. Incluso perdí algo de dinero apostando por ti en tu combate contra Legionario. Después de ver lo que hiciste con Follaniños, pensé que derrotarías facilmente a ese ex-soldado. De hecho sospecho que no ganaste por mala suerte o porque tenías un mal día." -
- Así lo haré - digo al tiempo que asiento con mi cabeza -. No dudes que pondré cuanto esté en mi mano para hacer de ellos dos valiosas fuerzas que te sirvan bien. Tan solo espero que no te ronde por la cabeza ninguna mala idea, Hafrane. No eres hombre al que le guste desperdiciar ocasiones. Ni yo soy dracónido al que le guste abusen de su confianza. Con dichas premisas bien claras, trato hecho.
Hay un nuevo amanecer en la vieja y decadente ciudad de Detritus, y los rayos del sol que atraviesan el polvo oscuro y en suspensión de las minas, extraen destellos rojizos de los tejados y una suavidad plateada de las piedras de sus paredes y muros. La propia Arena, ya cerrada hasta nueva orden, brilla ante un público ausente con la calidez del bronce bruñido. Por un instante, la fronteriza ciudad norteña muestra reticente una belleza a la que no está acostumbrada.
Y por sus calles casi desiertas, el viandante despistado podría descubrir dos sombras que avanzan entre murmullos y risas ahogadas y si, curioso, decidiera seguirlas las vería avanzar, grande una y pequeña la otra, con paso ligero, como si los males de este mundo no les afectaran, como si solo tuvieran ante sí la vida, una vida destinada a hacer aquello que desearan, sin dejarse arrastrar por el dolor, la enfermedad o la pena. Pero también vería que sus voces se acallaban, que sus rostros se volvían circunspectos y que sus pasos morían ante una sencilla tumba en la que se veían los verdes brotes de una promesa de color. Y los vería agacharse y retirar las hojas muertas arrastradas por el viento, limpiar la hermosa leyenda grabada en su piedra en un idioma lejano al humano y recolocar una extrañas figurillas. El vaho despedido de sus bocas y sus rostros mirando a la lápida, le demostrarían que aquel que allí descansaba seguía siendo alguien presente en sus corazones, un ser por siempre vivo mientras residiera en sus memorias, alguien a quien comentaban sus propósitos, su día a día, sus esperanzas con el deseo de compartirlas con quien moraba bajo el pequeño túmulo.
Y si osara avanzar para verlos de frente, advertiría que en sus miradas no hay pena ni dolor ni pérdida. Tan solo el refulgir de la alegría. Y sabría que para ellos la muerte solo era un paso más. Un tránsito similar al vivido cuando nacieron a este mundo y que, llegado el momento, habrían de repetir para nacer a una nueva existencia en la que todos se reencontrarían.
Tal vez esa reflexión lo despistara el tiempo suficiente para no advertir que las dos figuras se alejaban y debería correr para alcanzarlos. Y podría distinguir, en medio de la ciudad que despertaba, en el cada vez más elelvado bullicio de los puestos que se abrían, de los lejanos gritos de la legión que llegaban desde más allá de las altas murallas y de los gallos que cantaban, sus risas. Y no podría evitar sonreír tontamente al ver cómo el que se revelaba a sus ojos como el dracónido Lagartija, tomaba a la diminuta enana Bella entre sus poderosos brazos y la elevaba hasta sentarla sobre sus hombros.
Y en medio de la muchedumbre, cada vez más numerosa, los perdería en un camino que podría llevarles a cualquier lugar. Y se sentiría bien. Y sonreiría una vez más. E iriía a la posada más cercana, donde al calor de un fuego y de una jarra caliente de sidra especiada, sacaría una pluma de ganso, un tintero y un rollo de papel, y escribiría los primeros versos de una saga destinada a ellos.