Cualquier jugador puede escribir la historia o relatos diversos sobre su personaje y enviarlos en word a: darkmaste@hotmail.com
Los relatos se valorarán y darán experiencia adicional.
Grumcha Kumcha: Honor de Gladiador: Relato Inicial.
Caía la tarde y volvía de nuevo al Templo por el prado de trigo. Había sido un día muy fructífero y me sentía contenta con como se había desarrollado.
Tarsón y su mujer respiraban tranquilos después de curar a su niño pequeño que en un descuido había pisado los carbones aún humeantes de la chimenea. - Ese niño va a ser un diablillo cuando crezca, les va a dar mas de un dolor de cabeza… pero con cariño conseguirán que se convierta en un hombre hecho y derecho, y se que lo conseguirán. –
Estando allí, Marshi su vecina me pidió que le hiciera una visita. Es una mujer mayor y de vez en cuando necesita hablar con alguien que entienda sus miedos. Me invitó a una infusión de mejorana y menta que hace como nadie en la zona. Me habló de cosas inconexas, de sus inquietudes… y mientras que hablábamos cardábamos a sus dos ovejas al calor de la media mañana debajo de su higuera, como cada semana cuando la visito.
Lo siguiente del día era ir a una pequeña aldeíta cercana, es un largo camino a pie. Allí viven Amia y Talina dos hermanas enanas como yo que parece que han sido llamadas por Moradin como lo fui yo en su momento. Les enseño cosas y hablo con ellas para comprobar si están seguras de dar el paso de venirse al Templo. Es una decisión muy importante, pero cada día están más seguras de que es lo que quieren hacer.
Me dan un pan y un par de lonchitas de queso para mi almuerzo que hago en mitad del campo de regreso al templo.
Durante el camino de vuelta caigo en la cuenta de que hoy hace siete meses que llegué al Templo de Moradin en Shimeh. Me costó el cambio, este templo es mucho más grande que el que me vio nacer como sacerdotisa y en el que viví tantos años, pero me he ido adaptando poco a poco y durante todos estos meses ha llegado a convertirse en mi hogar. Hay gente especial en el templo y los habitantes que nos visitan y con los que he tratado son todos buena gente, respetuosos de Moradin. Al principio la gente se mostró reticente conmigo, pero poco a poco me han ido aceptando como parte del templo y hoy me siento feliz por haber aceptado venir a Shimeh.
Al llegar al Templo es media tarde ya. Veo que hay dos carromatos, uno para trasporte de personas y otro para cargar mercancías, parados en uno de los lados del templo. No es raro recibir visitas de gente que viene de lejos para pedir consejos o ayuda. Espero que sean buenas noticias para el templo o si han venido a pedir consejo a Moradin que éste les ayude. Miro al cielo y calculo las horas de Sol que quedan para la noche Es tarde y se les hará de noche en el camino de vuelta a su hogar.
Entro caminando lentamente, cansada de la caminata. Directamente enfilo mis pasos a la zona de curas. Es una pequeña salita que tenemos con gente que ha venido a curarse al templo, creyentes en Moradín que han decidido ponerse en sus manos para remediar sus males y se quedan con nosotros varios días. Hoy tenemos poca gente con nosotros, buena señal. Encamino mis pasos hacia el final de la habitación, la parte más soleada y alegre donde un llanto desconsolado me recibe.
- ¿Como esta mi pequeñajo? - Digo sonriendo al acercarme a una de las camas en las que una joven enana intenta calmar al recién nacido que decidió venir al mundo ayer por la tarde, cuando su madre pasaba cerca del templo caminando de vuelta a su aldea después de pasar el día en el mercado semanal de la ciudad.
- Esta bien Grumcha, pero no consigo que se calle… no sé por qué llora tanto… ha comido bien hace un rato.
Cojo al bebe de los brazos de su madre y lo tumbo sobre ella boca arriba. - Algunas veces, después de comer les duele el estomago, un pequeño masaje los ayuda a expulsarlos y a que se duerman tranquilos. Mira como se hace… - mis manos se deslizan suavemente por la barriguita del bebé en pequeños círculos siguiendo un ritmo y una dirección concreta. Sólo pasan unos pocos minutos hasta que el bebe suelta lo que le estaba molestando en el estomago y deja de llorar. - Es cuestión de práctica - digo poniendo de nuevo el bebé en brazos de su madre. - ¡Lo aprenderás rápido! No te preocupes.
- Si necesitas algo llámame. De todas formas vendré antes de la noche por si necesitas algo, ¿de acuerdo?
Atravieso la sala, parándome en cada una de las camitas que tenemos con gente, interesándome por como se encuentra cada uno e intercambiando palabras de ánimo para todos, y me dirijo lentamente a la pequeña capillita que tenemos en el templo antes de buscar a Vester Dormicus, mi superior, para contarle mis actividades diarias y pedirle consejo sobre un par de casos que tenemos en la sala de curas y que se están resistiendo a los remedios naturales de Combia Landaris, nuestra curandera, y en los que posiblemente tengamos que usar la fuerza de Moradín directamente para terminar con ellos. Atravieso la sala de lectura y llego al patio donde no puedo remediar pararme junto a un árbol al que le tengo especial cariño.
Es un patio grande de forma rectangular abierto al cielo raso. En su centro hay un jardín precioso, nunca me canso de pasear por el. Hay naranjos y limoneros plantados siguiendo formas geométricas, madreselvas, jazmines y otras enredaderas en varios parterres, un par de fuentes que nunca dejan que el agua pare de sonar y el suelo perfectamente plantado con plantas que florecen casi todo el año, siempre hay alguna nota de color. Es un pequeño paraíso verde que reina sobre todo el templo de piedra gris. Está rodeado por un pasillo de columnatas que sí están cubiertas por el viejo techo del templo. Las columnas son grandes y entre cada una de ellas hay pequeños bancos de piedra para que quien nos visite se puede sentar a descansar simplemente o bien para tener un momento de recogimiento cerca de Moradín.
Reviso las hojas del que considero internamente mi árbol. Tiene su historia, fue un regalo de alguien que conocí hace tiempo y aunque está en el patio del templo no hay día que al pasar no lo mire de forma especial. Le corto una hoja que está seca, ya tiene brotes nuevos. Las flores no tardarán en salir y distribuir su aroma por todo el jardín.
Unas risas llegan a mis oídos y miro curiosa por entre las hojas del árbol. Es Vester y otro hombre. No los había visto, pero están en el centro del jardín junto a los gladiolos blancos y la fuente de los patos. Sus risas son más altas de lo permitido en el jardín. Miro preocupada alrededor por si hubiera alguna persona a quien pudieran molestarle las risas, pero no distingo a nadie desde donde estoy. Sigo revisando el árbol, no es cuestión mía si está con Vester, él sabe mejor que nadie las normas del templo.
- "Sí Vester, necesito que Moradin me depare designios favorables sobre mi unión con Veria, solo así conseguiré que sus padres consientan en que se case conmigo." –
Vester y su acompañante se han acercado mucho mas al árbol y la conversación me llega clara a través de las hojas. Dudo en retirarme pero esa frase hace que me pare en seco. A ver cómo le explica Vester a ese hombre que Moradin decide cuando da o no algo y nadie lo obliga… menos un mero mortal… Espero expectante a la replica de mi superior que no tarda en llegar a mis oidos. - "Un designio de ese tipo necesitará de un buen donativo a Moradin para que bendiga la unión…" -
Un respingo que sacude de arriba abajo. ¿Eso lo ha dicho Vester? No es posible… Miro entre las ramas y suspiro aliviada al ver que es su acompañante quien lo ha dicho. En ese momento un ruido a mi derecha me hace volverme y veo que no estamos solos en el patio. Tres hombres más se acercan charlando en voz baja, parece que están esperando para hablar con Vester. Tal vez sean los comerciantes de las carretas que he visto en el patio al llegar.
Bajo un poquito una de las ramas y vuelvo a mirar a la pareja que me interesa en el momento de ver como el hombre que ha hablado saca una bolsa y la abre, metiendo su mano y sacándola llena de monedas de oro. Con una sonrisa mira a Vester mientras se la entrega: - "Estoy seguro de que Moradín no se podrá resistir a darme ese designio favorable ahora, nadie se puede resistir a doscientas monedas de oro, ni siquiera vuestro dios." - La risa sacude sus hombros mientras pone una mano sobre el brazo de Vester al tiempo que este sostiene la bolsa en sus manos y también sonríe.
La rabia se apodera de mí. ¿Está intentando comprar a Moradin? ¿Pretende engañar a una familia creyente de Moradin y que van a confiar en sus designios para casarse con la hija? Un designio no se compra… ¡Moradín lo da libremente si así lo considera! ¡Quiere comprar algo que no se puede comprar!
Sin darme cuenta la rama a la que me agarro se parte bajo la fuerza de mi mano al contener la rabia que está creciendo en mí ante las palabras de ese hombre.
"Es increíble que la familia de esa chiquilla necesite el visto bueno de vuestro dios para nuestra unión, pensaba que me pedirían algo mas complicado de conseguir, pero doscientas monedas de oro considero que es un buen precio por lo que me llevaré a casa" - Una sonora risa rompe la paz del patio y hace levantar el vuelo a un par de palomas que estaban en la fuente.
El hombre vuelve a introducir su mano en uno de los bolsillos sacando otra bolsita más pequeña: - "Aquí van otros cien de oro, ¿serán suficientes para que ese designio favorable incluya también que la chica será mas feliz si en su dote viene incluido el campo de maíz que tiene la familia junto al río? Moradín no querrá que la niña no tenga de donde comer…" -
¡Está intentando casarse con esa niña para quedarse con el campo de maíz! ¡Quiere engañar a esa familia usando a Moradín! ¡¡Está ensuciando su nombre y todo lo que el implica para todos nosotros!!
Sin pensar en lo que hago salgo de detrás del árbol y con una corta carrera llego hasta él.
- “¡No vas a usar el nombre de Moradín para tus intereses! - Le grito. ¡Él no te va a conceder ese designio porque no vas con buenas intenciones con esa chiquilla!” - Con el impulso de la carrera me tiro encima de el dándole un bofetón en la cara y empujándole hacia atrás.
El hombre, sorprendido por mi aparición y mi bofetón, dio unos pasos vacilantes hacia atrás, intentando alejarse de mí. Trastabilló y cayó al suelo todo lo largo que era, quedando tendido entre las flores del jardín, húmedo después del riego de media tarde.
Los tres hombres que segundos antes estaban en los parterres hablando tranquilamente y que yo había identificado como comerciantes, se dirigieron hacia mí a la carrera. Dos de ellos portaban dos pequeñas espadas y el otro un cuchillo de grandes dimensiones. Sin darme tiempo a reaccionar las dos espadas hincaban su pico en mi pecho a la altura del corazón y el tercer hombre, rodeándome por detrás y agarrándome del pelo, inclinó mi cabeza hacia atrás y apoyó el filo del cuchillo en mi garganta.
Ni siquiera me moví, no entendía que era aquello, me quedé inmóvil como una estatua. El hombre al que había pegado se levantaba en esos momentos del suelo empapado de agua y tierra y una mirada feroz en sus ojos. Unas delgadas líneas rojas indicaban en sus mejillas donde mi mano habían hincado sin querer las uñas y la había arañado. Se llevó su mano a la cabeza, allí donde había golpeado contra el suelo, y al retirarla apareció manchada de sangre.
Con mirada de odio propia de quien nunca ha sufrido y sólo ha estado rodeado de algodones y en un momento dado se siente humillado, se acercó a mí: - ¿Quién es esta fulana? - Dijo dirigiéndose a Vester Dormicus. Sentí mis mejillas arder al escucharlo.
- “Es Grumcha Kumcha, segunda sacerdotisa de este templo” – contestó Vester.
- “Te equivocas Vester… No es nadie. - Sus palabras iban saliendo de su boca con un odio implacable. - Nadie tiene el privilegio de agredirme y vivir para contarlo. ¡Nadie toca al Gobernador!” - Gritó elevando la voz al cielo, sus ojos inyectados en sangre.
Vester se acercó a él y poniéndole una mano en el pecho consiguió tranquilizarlo un poco. - Estamos en un templo sagrado y es una ofensa grave para Moradín que se derrame sangre entre estas paredes, y no hay que ponerse nerviosos, acompañadme, podemos solucionar esto de forma menos… dramática. Vester se alejó unos metros de mí y de lo que yo sabía ahora que eran guardaespaldas de ese gobernador.
Casi no podía tragar sin hincarme el filo del cuchillo, mis mejillas seguían ardiendo y descubrí que mis puños estaban completamente apretados, con una fuerza que no creía propia en mí. Sabía que Vester tranquilizaría a ese hombre y todo terminaría más o menos bien, pero después tendría que hablar con Vester. ¿Por qué aceptar dinero? ¿Por qué Moradín lo había permitido, aquí, en su propio templo? No tenia sentido… Mil ideas daban vueltas por mi cabeza a velocidad vertiginosa, desde hace mucho tiempo no me encontraba tan perdida.
Sentía a los dos hombres cuchichear a mis espaldas. Sentía sus miradas sobre mis hombros.
Pocos minutos más tarde el soldado que apoyaba su arma en mi cuello relajó la presión y retiró el cuchillo. A mi lado estaban Vester y el Gobernador.
- Grumcha debes agradecer al Gobernador que te haya perdonado la vida. Va a ser indulgente y no va a aplicar contigo la misma política que sigue con ladrones y justicieros y con todo aquel que atenta contra su vida. Estar en suelo sagrado te ha salvado la vida. -
Sorprendida los miro Yo no he atentado contra la vida de nadie… qué están diciendo… Abro la boca para contestar, pero sus palabras me silencian.
- A cambio de perdonarte la vida pide un severo castigo. Yo he visto los hechos y no hay duda alguna sobre tu ataque y tus intenciones así que siento decirte que el castigo por esas actuaciones está claro. Y tú conoces muy bien cual es el castigo para cualquier sacerdotisa que agrede a alguien en suelo sagrado. - Se a cerca a mí y con voz grave continúa hablando, comunicando la sentencia que debe ser aplicada.
- Como sacerdote principal de Moradín en este templo y como su máximo representante, no tengo otro remedio que aplicar la máxima sanción ante tu actuación. Serás degradada y dejarás de prestar servicios a Moradin, ya que no eres digna de ejercer el cargo de sacerdotisa si tienes tanto afán en agredir a los fieles que vienen a pedir consejo. Ya no eres depositaria de los poderes de Moradín ni tienes derecho a actuar en su nombre ni a interceder ante Él por quien así te lo pida. -
Miro incrédula a Vester ante sus palabras. ¿De que está hablando? ¿A qué se refiere con dejar de prestar servicios a Moradín? Todo gira entorno a mí demasiado rápido, demasiado abrumador. ¿Qué esta ocurriendo aquí?
- Vester, yo… no entiendo. ¿Qué intenciones, Vester? Sólo...
- Por lo tanto, Grumcha - continúa Vester - procederemos enseguida a la consumación del castigo con el fin de que el señor Gobernador pueda partir ahora mismo, tal y como lo tenia planeado, a su hogar, y pueda marchar con la creencia de que en este templo hacemos el bien, pero castigamos duramente lo que debe ser castigado. - Da dos palmadas fuertes y un criado aparece por la puerta con un pequeño baúl. Se sitúa junto a mí y lo abre, está vacío.
Vester se acerca a mí, lentamente, diría que casi disfrutando del momento, y me quita el amuleto de Moradín que llevo al cuello. Intento agarrar el colgante con mis manos, pero las dos espadas se clavan en mi pecho con insistencia haciendo que abandone la idea. El amuleto es depositado en el baúl, que es cerrado con un candado y la llave entregada a Vester, quien la guarda entre sus ropas.
- Vester, no entiendo. Yo no he querido matar a nadie. ¡Ha querido un presagio favorable de Moradín por dinero! Fue un ataque de furia contra él por no respetar los designios de Moradín y obligarte a interceder ante Él para darle ese presagio! ¡Él es el culpable! ¡No yo! ¡Yo sólo he intentado defender el honor de Moradín!
Vester me mira y lentamente una sonrisa de placer se dibuja en su cara. - A partir de este momento dejas de ser sacerdotisa de Moradín - dice, ignorando mis palabras. Le hace una señal al chico que desaparece corriendo por la columnata llevándose lejos el baúl.
- Deberás abandonar el templo de inmediato. Nunca más Moradín se acercará a ti. ¡Nunca más! ¿Entiendes?
- ¡No puedes hacer eso Vester! - Una idea toma forma en mi mente. - Dime que no es lo que creo Vester… dime que no estás aprovechando esta situación para quitarme de en medio… No… no puede ser… - Las palabras se secan en mi boca al leer en sus ojos que lo que digo es cierto.
- Grumcha… - se acerca a mi oído y me susurra palabras odiosas y que nunca deberían salir de la boca de un hombre respetuoso de Moradín. - Ya has molestado bastante en este templo, ya estoy harto de la que gente te prefiriera a ti, de que siempre pidan a Grumcha para lo que necesiten. Harto de que todo lo que hagas lo hagas bien y Moradín siempre este a tu lado y nunca te falle. Todo iba bien hasta que llegaste y trajiste contigo dulces y bellas palabras que acercaron a la gente al templo pidiendo poder acercarse a nuestro dios. Se terminaron los días en los que la gente respetaba mi autoridad y me miraban con veneración… No… ya no… la gente sólo mira a Grumcha, sólo quieren que seas tu quien les ayude, confían en ti mas que en mi… y eso… querida… se ha terminado. ¡Justo ahora! - Esas dos palabras las grita lo más alto que puede en mi oído y un dolor sordo lo recorre y me hace lazar un pequeño grito.
- Has cometido un error y me has puesto en bandeja que me deshaga de ti de una vez por todas, todo volverá a ser como antes y sólo yo seré requerido y respetado en este templo. - Hace una pausa mientras se aleja dos pasos de mí. - ¡Acabas de interferir en las decisiones de Moradín y su castigo es alejarse de ti! - Añade ya en voz alta para que todas las demás sacerdotisas que se han acercado al revuelo de voces puedan escucharle.
- ¡Has puesto en duda la palabra de Moradin! ¡Sus designios! Tú que te dices buena sacerdotisa… ¡Eres una vulgar mentirosa y has atentado contra la vida del Gobernador! Tu castigo está dictado según las normas de nuestro templo y no hay revocación posible de la sentencia.
- A partir de estos momentos, entrego tu vida al Gobernador de Redania para que el considere a bien lo que hacer contigo. Tu vida ya no pertenece a Moradín, le pertenece a él y podrá tomar la decisión que quiera sobre ella. Sólo ha prometido conservártela, por el resto… puede hacer lo que quiera con ella. He dicho, que se cumpla la voluntad de Moradín. -
Dándome la espalda se vuelve hacia el Gobernador zanjando la conversación conmigo: - Gobernador, nos veremos en su residencia en la ciudad, acudiré el día del Sol de la semana próxima. Llegaré a primera hora y hablaremos de… negocios. - Dice a la vez que vuelve su rostro hacia mí, sonriente.
Uno de los guardaespaldas saca unas cadenas y las pasa por mis muñecas, apretándolas fuertemente y de un empujón me hace andar detrás de él, en dirección a la salida del templo.
Como en una pesadilla miro a mi alrededor. Muchas de las demás sacerdotisas del templo han presenciado la escena. Al mirarlas todas vuelven su vista hacia el suelo. La única persona que tenia potestad para discutir una decisión de Vester era yo, ellas aún no tienen el estatus suficiente en el templo, para ellas la palabra de Vester es directamente la palabra de Moradín y ahora sólo pueden aceptar la situación. Si alguna me defendiera estaría actuando contra la voluntad de Moradín… Aunque hoy eso es mentira. Es la propia voluntad de Vester la que me ha condenado.
Una tela de miedo me cubre por completo al ser arrastrada fuera del templo. ¿Por qué Moradin no aparece y les hace ver a todos que lo que dice Vester es mentira? Moradín, porque no se lo demuestras a todos… ¡Por qué!
- ¡Nooooo, no podéis hacer eso! ¡Vester! ¡Moradín no lo permitirá! ¡No lo permitirá! ¡No te saldrás con la tuya! Noooo. Tengo que coger mis cosas… no me puedo ir así… Me tengo que despedir de todos... ¡Moradín! ¡Moradín! ¿Dónde estás? ¡Ayúdame!
El resto de las sacerdotisas, sorprendidas, sólo me miran y nadie hace nada. ¿Qué van a hacer a favor de alguien que ha actuado contra los designios de Moradín rompiendo las reglas del templo? Las palabras de Vester son sagradas para ellas, ellas no han visto lo que yo, ellas no saben que Vester no dice la verdad, nadie ha escuchado las palabras que ha susurrado en mi oído.
Salimos por la puerta de atrás del templo y me suben al carromato de carga que vi al llegar, sólo una tabla dura y varias cajas y sacos encima. Los dos soldados se sientan a mi lado, amenazándome con sus dos espadas para que no intente saltar ni hacer nada que no debiese. El Gobernador entra en el otro carromato cubierto y el séquito abandona el templo al trote rápido de sus caballos azabache. El viaje dura varias semanas. En ese tiempo apenas me dan de comer, sólo un poco de agua, y pan de vez en cuando.
Intento encontrar a Moradín en mis pensamientos, sólo una señal suya para saber que todo está bien y que hice lo correcto es lo que me bastaría. Conforme pasan las horas y no consigo ninguna respuesta suya la angustia va creciendo en mi interior. No reparo en el dolor de cuerpo al mantener la misma postura tantas horas, ni en el hambre que acucia mi estómago. Tampoco en la distancia que estamos recorriendo ni la dirección en la que viajamos. Sólo intento encontrar una señal, y ni siquiera sé si Moradín viaja cerca de mí… o si se quedó en el tempo junto a Vester. Mis sueños se convierten en pesadillas en las que sólo veo espadas y odio hacia mí y después nada, una negrura inmensa que me envuelve. Durante el viaje tengo el mismo sueño una y otra vez y siempre me despierto asustada, cada vez más.
Una noche llegamos a un poblado, no sabría decir cuál es. Escucho que preguntan por los tratantes de esclavos. Andamos un poco más por el camino y llegamos a unas grandes tiendas de tela y un enorme hombre sale a recibirnos. Uno de los hombres del gobernador habla con él y no dejan de mirarme mientras hablan. El enorme tipo asiente y saca una bolsita, que tintinea con las monedas que lleva en su interior, que entrega al secuaz del gobernador. Me levantan de los brazos entre mis dos guardianes y me bajan del carromato. En la oscuridad de la noche el Gobernador aparece delante de mí.
- Me vas a reportar un beneficio extra, veinticinco monedas de oro no se ganan así como así sin hacer nada… jajajaja. No te quiero para nada en mi residencia, ¿para que iba a querer a una pequeñaja, rubia y desvalida que no sabe hacer nada más que hablar con el aire? Jajajaja que disfrutes tu nuevo futuro, pequeña sabandija. Así aprenderás a no meterte en los negocios de tus superiores… ni en los de nadie. Escupe en el suelo delante de mí y se pierde de mi vista.
- Moradín te dará tu merecido… Él es bueno… pero castiga a quien se lo merece… Un bofetón me tira al suelo y me nubla la vista.
- ¡Moradín ya no está contigo mala mujer! Entiéndelo de una vez, Moradín no esta junto a aquellas personas que no respetan sus decisiones. Tú no has respetado que Él me diera ese designio favorable y le has fallado. Has cometido una falta muy grave con tu dios. ¡NO LO HAS RESPETADO Y EL TE HA CASTIGADO A TI! ¡A TI! - Una sonrisa desdeñosa aparece en su cara al mirarme. - Si lo dice Vester, lo dice cambien Moradín, así que vete creyendo que tu lindo y perfecto dios está más de parte del que era tu superior que de la tuya. ¡Lleváosla de una vez y perderla de mi vista!
Los dos guardaespaldas me levantan del suelo y me llevan en brazos hacia el hombre de la tienda de tela, mis piernas, sin moverse durante días no me responden y cuando me dejan en el suelo sin apoyo me caigo redonda a sus pies. Sin fuerzas veo como le entregan la cadena que aprisiona mis manos y montándose en el carromato desaparecen en la noche.
Levanto la vista y lo miro a los ojos… ojos crueles e insensibles como nunca había visto antes. - ¿Quién eres? - Sin abrir la boca me coge con una de sus manos de las ropas y me mete en la tienda. Me lanza al suelo sobre el que caigo arañándome mis manos con la tierra y ensuciándome la túnica. Antes de que me de cuenta, vuelve a estar a mi lado. De un tirón me quita mis ropas de sacerdotisa sin contemplaciones, me quita los brazaletes, la diadema del pelo y las chanclitas. Allí, sentada en medio de la tienda sólo con mi ropita interior, veo como lo revisa todo, mientras avergonzada no sé qué hacer.
Me agarro las rodillas con los brazos, el frío de la noche hace que tiemble, el miedo… también. Una vez que revisa mis ropas me mira con asco. - No llevas nada de valor encima, esperaba encontrar algo interesante - mira de cerca los brazaletes - sólo podré sacar algo por estos abalorios. - Lanza los dos brazaletes encima de la mesa junto con el resto de mis cosas y cogiendo mi túnica me la tira a la cara.
- Vístete con eso, no tengo ropas de tu tamaño. Ya no eres una sacerdotisa. Eres una esclava. -
Me vuelve a coger y me lleva a rastras a través de la tienda hasta el final de esta en donde atravesamos unas pesadas cortinas. Delante de mí aparecen unos barrotes, abre una cerradura con una llave que porta en su cintura agarrada de una cuerda doble y negra y me lanza dentro de una jaula, fría y tosca. Cierra de nuevo la puerta y sin mirarme siquiera desaparece detrás de la cortina.
Temblando y sintiendo dolor allí donde mi cuerpo ha golpeado los barrotes de hierro miro a mi alrededor. Varias jaulas están situadas junto a la que estoy yo, llenas de otros seres que duermen a estas horas de la noche. Nadie se ha dado cuenta de que tienen una nueva compañera. Temblando y congelada de frío, pero sintiendo arder mis mejillas de vergüenza, me pongo mi túnica, está rota por un par de sitios.
Miro al cielo y veo las estrellas. Me llevo la mano a mi cuello, pero el amuleto de Moradín no esta allí. Busco a Moradín, lo llamo… No me contesta No pueden tener razón Vester y el Gobernador… no pueden tenerla… Intento ver a Moradín, intento que su presencia me reconforte, pero sólo consigo ver la negrura de la noche y el frío de los barrotes en mi espalda. Moradín no esta cerca, no ha respondido a mis llamadas desde que abandoné el templo, Moradín me ha abandonado… Dos gruesas lágrimas ruedan por mi cara y acurrucándome en una esquina doy libertad a toda la sensación de impotencia, injusticia y perdida que atenaza mi estómago por dentro. Estoy sola, como nunca lo he estado, bajo el relente de una noche oscura que cala irremediablemente mis ropas y envuelve de frío y miedo mi corazón.
FIN DEL RELATO INICIAL DE GRUMCHA KUMCHA, SACERDOTISA DE MORADIN.
BELLA MUGIENTE EN LA ARENA DE DETRITUS.
Angel: Honor de Gladiador: Relato Inicial.
Angel se puso alerta cuando vio aquellos extraños seres a través el follaje de los árboles. Entrar en trance en las más altas ramas de los majestuosos árboles de aquel bosque le alejaba de los múltiples peligros que acechaban la tierra, aunque lo dejaban al alcance de otros como aquel enorme pájaro de plumas plateadas y dos cabezas que se lanzaba en picado hacia él.
Saltó de la rama en la que se encontraba a la inferior al mismo tiempo que aquellas descomunales garras la arrancaban del árbol.
Cuando el pájaro se dio cuenta de que su presa había escapado sobrevoló el árbol trazando un pronunciado arco y luego lanzó aquella rama (del tamaño de un roble adulto) contra el gigantesco árbol.
El enorme árbol se combó por el brutal golpe y varias de las ramas más pequeñas atravesaron el follaje como lanzas, varias de ellas golpearon a Angel que perdió pié y empezó a caer, golpeándose en varias ramas, hasta que se quedó colgado de una de ellas.
Apenas llevaba un mes en ese bosque y sabía que no sobreviviría mucho más. Se dejó caer de pié en la siguiente rama... pero no llegó a tocarla. Esta vez las garras le acertaron de lleno y lo atraparon al vuelo, cortándole la carne en aquellos lugares en que hacían presión.
Angel levantó el brazo, intentó olvidar el dolor y concentrarse en el rostro de aquel enorme pájaro. Al momento uno de los ojos del animal estallaron y el dolor hizo que soltara su presa.
El Eldarin empezó a caer desde una altura equivalente al más alto de los edificios de su ciudad natal, Catedral. Sabía que hasta ahí había llegado su viaje. Pero no fue así.
Se hundió como una flecha en las profundas aguas de un lago que los dioses de la naturaleza habían creado allí tanto tiempo atrás. Subió nadando a la superficie dejando un rastro de sangre y de burbujas de un aire que abandonaba sus pulmones demasiado rápido. El último tramo lo hizo sin aire, desesperado, casi con lágrimas en los ojos pues morir ahogado tan cerca de la superficie sería tan patético.
Cuando su cabeza con toda su melena cubriéndole el rostro como un alga amarilla, emergió de las frías aguas abrió la boca como si quisiera tragarse todo el aire del bosque. Respiró entrecortadamente a la vez que veía como el agua se iba tiñendo del rojo de su sangre.
Observó también como cientos de sombras, procedentes de lo más profundo de aquel lago, se acercaban rápidamente a su posición.
Angel, sabiendo que los seres que se sienten atraídos por la sangre, no suelen ser demasiado amistosos, miró rápidamente en todas las direcciones. La orilla estaba demasiado lejos, pero en el centro del lago había una extraña formación de piedras. Nadó rápidamente hacia ella y a medida que se iba acercando - y más seres de las profundidades empezaban a seguir su rastro de sangre - vio que era un templo. De sus pilares sobresalía musgo e incluso plancton, que le daba un aspecto rocoso y natural.
Varias cabezas, tentáculos y garras emergieron alrededor de Angel, casi rodeándolo, en el momento que sus pies tocaban una superficie sólida y angulosa. ¡Escaleras!
Empezó a subir por ellas, fue el momento en que se dio cuenta de que el templo era circular, las escaleras lo envolvían en toda su superficie, creando una especie de playa artificial. Angel miró atrás y vio como todos aquellos seres se volvían atrás, casi temerosos de aquel lugar.
El templo no tenía paredes, solo un centenar de pilares, anchos como árboles, y altos como un dragón, que sujetaban el techo circular bajo el que se encontraba una única figura. Todo el templo había sucumbido a la inclemencia del tiempo - de hecho a Angel le era imposible adivinar de cuantos milenios de antigüedad debía de tener dicha construcción - salvo aquella estatua.
Reconoció de inmediato a aquella deidad: El Rey de la Caza Salvaje. La estatua brillaba con multitud de detalles, plagada como estaba de gemas que rezumaba poder. La figura se mostraba con un arco tensado, y la punta de la flecha era una gema verde... Todo el templo - incluso la estatua - parecía ondular bajo el poder de la gema. Angel ni siquiera lo pensó, su avaricia y sed de poder actuaron por él.
Tras el cuarto golpe de daga entre la junta de la gema y la piedra esta cayó al suelo. La recogió del suelo y nada más hacerlo el templo empezó a temblar. Aquello iba a acabar mal.
Ansioso por salir de allí, Angel no sabía donde esconder la gema. Se la apretó contra el pecho, como una madre a la que le van a robar su hijo, y cuando había decidido que intentaría atravesar a nado el lago llevando la gema en la boca notó un pinchazo en el pecho.
Separó las manos para observar como la gema, flotando en el aire, le cortaba y horadaba la carne para luego escabullirse bajo ella, como un insecto, como un parásito. El Eldrain hurgó en la herida sangrante intentando sacársela de su interior, pero un enorme pilar calló a solo unos metros de él y el impacto lo lanzó despedido a la "playa" de escalones que rodeaba el templo.
Un desgarrador grito salió del templo a la vez que el agua empezaba a iluminarse. Se lanzó al agua y simplemente nadó y nadó. No pensó en las sombras acechantes, ni el grito que ahora llenaba todo el bosque, ni en la luz en la que estaba nadando. Angel tardó mucho tiempo en comprender que lo único que lo salvó de morir abrasado por esa luz fue la gema de su pecho. En aquellos momentos pera él la gema era un peligro más que intentaba matarle... no podría haber estado más equivocado.
Cuando empezó a correr desesperado por el bosque, lanzó la mirada atrás, y vio como una dantesca cabeza emergía del lago luminoso. Le flaquearon las piernas al observar que aquella cabeza era tan grande como el mismo lago del que salía. El rostro de El Rey de La Cacería Salvaje lo observaba con ira, abrió su boca y de ella emergió todo un ejército de sus criaturas, que se dirigió volando hacia él.
Corrió sin apenas poder pararse a respirar, sin darse cuenta de que la piedra de su pecho lo guiaba hacia su única salvación. La gema verde tenía un poder incontrolable, y durante demasiado tiempo había visto como su propio poder se desperdiciaba en aquel templo perdido en la nada. Sabía que había condenado a aquel Eldarin al entrar en contacto con él, al darle su poder, pero a la gema le daba igual.
Ajeno a todo esto Angel, cuando ya vio aparecer tras de sí, volando a todos aquellos seres y espíritus de la Caza, intentó detenerles con conjuros que ni siquiera sabía que poseía. Varios metros después vio delante suyo un círculo oscuro, para cuando supo qué era, ya lo había cruzado.
Petaculos: Honor de Gladiador: Relato inicial.
El sol brillaba en lo alto, ¡con qué fuerza! Los pájaros cantaban. Ella, Ireth, estaba a mi lado. Entonces era todo perfecto. Nos miramos, nos reímos, nos besamos. Ireth.
Sólo era un poco mayor que yo. La conocía casi desde que aprendí a andar. Pero tardamos en enamorarnos.
- Elessar, estaremos siempre juntos, ¿verdad?
- Claro que sí, nada nos separará.
En aquel momento, cuando era todavía tan joven, la ciudad del bosque de Aranthor era todo lo que existía para mí. Mi vida consistía en formarme con el Capitán Eöl Ciryatan del cuerpo de exploradores de la milicia, hacer patrullas y por supuesto estar con Ireth.
Las patrullas eran mi principal responsabilidad. Cuando salíamos podíamos tardar varios días en volver, todo dependía de si encontrábamos rastros o no. Los pieles verdes nunca dejaban de adentrarse al bosque, unos años había más y otros menos. La tarea del cuerpo de exploradores era hacer patrullas por el bosque para encontrar sus rastros, y cuando los encontrábamos seguirlos hasta dar con ellos o hasta asegurarse de que habían abandonado nuestro bosque.
- Elessar, mira estas ramas partidas. ¿Qué opinas?
- Voy, Capitán. – Miré las ramas que me señalaba y busqué huellas en el sendero, pero había llovido hace poco y solamente destacaban las de los animales. Seguí el sendero unos pasos, hasta una rama gruesa que estaba a la altura de la cabeza. – Algo ha raspado la corteza y los líquenes aquí... alguien se apoyó aquí, la mano era bastante grande... por las huellas deben ser entre seis y diez.
- Como mucho ocho, pero bien, Elessar. Ya no eres el atolondrado que llegó el primer día de instrucción tarde y apestando a perfume.
Aquel incidente me lo recordaban continuamente en el cuartel de instrucción. Justo antes había estado con Ireth en el templo, había ido a contarle que por fin iba a entrar en el Cuerpo de Exploradores, y ella quiso enseñarme el templo donde ya había empezado a formarse. Aunque ella hacía labores allí no teníamos permiso para estar en aquel momento. Evitando a los sacerdotes y sus sirvientes tuvimos que escondernos un buen rato en una de los almacenes donde guardaban las hierbas aromáticas de los oficios y con las que destilaban otras esencias medicinales y perfumes.
Entre la oscuridad, la tensión y los olores tan fuertes que se nos subían a la cabeza, notaba que mi corazón latía con una fuerza que no había sentido antes, y a ella le pasaba lo mismo... Pronto nos olvidamos del templo, de los sacerdotes y de todo el mundo exterior, cuando nuestros labios se rozaron por primera vez, y cuando se tocaron por primera vez, y cuando se abrieron para seguir jugando... Cuando más tarde salí de allí y llegué al cuartel yo era el único que no era capaz de oler la mezcla de aromas que había en mi ropa.
Nunca conté nada de esta historia a nadie, era un secreto entre Ireth y yo. Un secreto que nos unía tanto como nos desunía, pues los dos teníamos un sentimiento de culpa. Y no volvimos a hablar de ello hasta años después, la segunda vez que estuvimos juntos.
- Gracias, Capitán. – Respondí sólo con una sonrisa. – ¿Vamos a ir tras ellos? –
- ¿Cae la nieve en invierno?
Dos días después les alcanzamos. Eran ocho pieles verdes, como había dicho el capitán. Iban vestidos de forma extraña, debían haber atacado a los humanos y se habían puesto algunas de sus ropas. Nosotros solamente éramos cuatro, y dos de nosotros todavía reclutas, pero teníamos el factor sorpresa a nuestro favor y habíamos estado siguiéndolos a buena distancia hasta que pararon en un lugar estratégicamente bueno para nosotros. Esto también como parte de la instrucción sobre tácticas, hubiéramos podido con ellos de todas formas.
Pero todo se torció. En algún momento se dieron cuenta de que íbamos tras ellos. Su líder era un chamán, y no el enorme guerrero que iba con ellos, como habíamos pensado, y estuvo jugando con nosotros. Mis dos primeras bajas fueron unos sacos de ropa, y cuando nos quisimos dar cuenta estábamos rodeados. De no haber estado ese día el Capitán Ciryatan, habríamos muerto todos.
Decían que Ciryatan ya era un gran guerrero en las guerras antiguas, y que se fue al bosque a buscar una vida más tranquila cuando se cansó de matar, pero que al final se cansó de no matar y volvió a la vida militar. Pero todo eso eran sólo rumores, probablemente sólo era un guerrero muy fuerte y ágil. En todo caso, cuando empezó a luchar con los pieles verdes, apareció un brillo diferente en sus ojos, cargado de furia, y cuando soltó el arco, sus espadas silbaban y se hendían en las armaduras enemigas de forma que sólo lo hacen las espadas más poderosas.
Cayó el último de ellos cuando huían. Mi brazo ensangrentado disparó la última flecha del día. Ni siquiera fue un buen tiro, pero fue suficiente, y considerando el precio que habíamos pagado no podía quejarme. En aquél momento, sólo el Capitán seguía en pie, y todavía tenía en sus ojos la expresión de furia.
- ¡Te dije que ése me lo dejaras! – No le había oído, la adrenalina sólo me dejaba escuchar mis propios latidos. – ¡Maldita sea! ¡Quería interrogarlo!
Qué más da ahora...
Mi mirada estaba fija todavía en el cuerpo inerte de Celahir, el otro explorador veterano.
- El... Elessar... ayuda...
La voz de Lolindir, el otro recluta, me sacó del ensimismamiento. Le estabilicé como pude, pero las heridas que tenía eran muy profundas, si estuviéramos en la ciudad no habría problema, pero en el bosque no aguantaría mucho. Por un momento sentí la pesada mirada del Capitán posada en mí, pero rápidamente se fue a inspeccionar los cuerpos de los enemigos caídos, buscando algún indicio que le permitiera saber el porqué de nuestra derrota. Cuando dejé hecho todo lo que pude por Lolindir, incluyendo una camilla improvisada con dos troncos, me curé mis propias heridas y me reuní con el Capitán. Ya había rematado a todos los enemigos, que resultaron ser diez y no de ocho. Sin duda, habían jugado con las ilusiones y con las ropas para engañarnos en eso también, aunque seguíamos sin saber cómo nos engañaron con los rastros.
Al final, no encontramos lo que el Capitán buscaba. Tan sólo rescatamos el equipo mágico del chamán con algún objeto de poco poder, ingredientes alquímicos, algunas escrituras extrañas en el idioma de los pieles verdes, y los restos de una caravana que habría pertenecido a los humanos, de la que sólo destacaba un pequeño libro manuscrito en lengua común. Todo eso lo llevaríamos de vuelta a la ciudad, quizá allí pudieran descubrir algo más. Ese libro fue la clave de todo lo que vino a continuación.
Enterramos a Celahir, dejamos los pieles verdes para las alimañas, y comenzamos la vuelta con la camilla de Lolindir tan rápido como pudimos, parando sólo para comer. En esos momentos aprovechaba el poco tiempo para hojear el libro humano.
El libro estaba lleno de dibujos de plantas y animales, de mapas, algunos tan detallados como los de los elfos, y la mayor parte de los textos y dibujos hablaban de cosas que no conocía ni había oído hablar nunca. Aunque el Capitán a veces me miraba como si estuviera perdiendo del tiempo y faltando al deber, eso me ayudó a no quedarme dormido con la comida en la boca.
En la ciudad pudieron salvar a Lolindir, aunque quedó con secuelas y dejó de ser explorador. El incidente con los pieles verdes, tras analizar los indicios que habíamos encontrado, fue clasificado como fortuito. A lo largo de los años a veces ocurría que una patrulla no volvía y después sus restos eran encontrados por otra patrulla.
Presionando un poco conseguí recuperar el libro humano. Los montones de dibujos e historias que contaba, pues era una especie de diario de viaje, ejercían sobre mí una fascinación que no llegaba a comprender. E Ireth tampoco. Su primera reacción tras mi vuelta, aparte de la preocupación, fue buscarme un empleo en el templo que por supuesto rechacé. Aunque lo hacía sólo por protegerme, no estaba dispuesto a alejarme de ese mundo lejano, rico, inabarcable, que había percibido a través de ese libro, y del que las patrullas eran los primeros pasos hasta el umbral.
Y la vida en Aranthor empezó a parecerme cada vez más pequeña y opresiva. Empezaba a contar los días de mi vida como los humanos. Todo parecía parado, suspendido en el tiempo, gastado y apagado. Desde el Capitán Ciryatan, que sólo era una sombra de su propia leyenda, hasta Ireth, que parecía contagiada del espíritu inmovilista de su templo.
- Elessar, ¿por qué tus patrullas son las más largas de todas? ¿A dónde vais?
Era una pregunta que me hacía mucho. La respuesta era que yo escogía las patrullas que más se alejaban de la ciudad, aunque no se le decía.
- Estás distraído. ¿En qué piensas, Elessar?
En realidad nos iba aún bastante bien. La quería. Nos queríamos. Pero yo sabía que necesitaba esa fantasía del mundo exterior como el aire, y ella me ataba a Aranthor. Y un día le dije que me iba. Fue un día largo, agotador, triste, gris. Debía ser un día luminoso, lleno de ilusión, o así lo había imaginado, pero se fue complicando.
Ireth dejó de hablarme. Mi familia, que se había esforzado mucho por conseguir que la de Ireth aprobara nuestra relación, se enfadó conmigo. La familia de Ireth, más poderosa, primero nos amenazó y después nos insultó. La ciudad me señaló como la siguiente “flecha perdida” de Aranthor e intentó detenerme. Ireth volvió y me pidió acompañarme lo cual era una locura. Y volvió a irse sin decir una palabra.
El día que dejé la ciudad, mi familia se despidió de mí con un simple “adiós”. Fui al templo, dejé una ofrenda para Corellion. Me extrañó no ver a Ireth, pero no la busqué. Me fui directo hacia el bosque, en dirección al sur. Pero había dado pocos pasos cuando escuché una voz familiar detrás de mí.
- ¡Ireth! – Tenía miedo de decir nada más. Me dolía verla sufriendo.
- Elessar, mi amor... No... – Cerré los ojos.
- Por favor, no me digas que no me vaya...
- ... No te hagas daño. – Continuó. La miré. Eso era lo me decía siempre antes de irme a una patrulla. Después nos dábamos un beso. Esta vez también lo hicimos, aunque ambos sabíamos que la situación era totalmente distinta. – Esperaré a que vuelvas. – Aún estábamos abrazados y ella me cogía con fuerza.
- ¡No! No me esperes. Te mereces algo mejor. Y no sé si volveré algún día.
Ya ninguno dijimos nada. Seguimos abrazados, con los ojos llenos de lágrimas, y en ese momento, el último que estuvimos juntos, compartimos todos nuestros sentimientos sin decir una palabra más, simplemente estando juntos.
Tras varios meses de viaje vagando por los bosques y tierras del norte del Imperio de los humanos llegué a los primeros vestigios de civilización. Era poco más que una granja, con algunos cultivos y animales.
En ella vivían tres personas, una pareja mayor y su hija. Dudé en acercarme, sobre todo por la clase de historias que cuentan los humanos sobre los elfos, y que había visto también en el libro que encontré. Pero también contaba historias acerca de las mujeres humanas que era imposible ignorar.
A veces, cuando la joven estaba a solas, me acercaba sin que se diera cuenta y la observaba. Sabía que si aparecía de repente la asustaría, así que pensé una estratagema para acercarme. Y un día soleado que sabía que estaba sola, me metí en su huerto para coger unas verduras, de forma que pudiera pillarme. Funcionó tan bien que estuvo persiguiéndome con un azadón tan grande como un hacha de batalla. Me sorprendió tanto que me alcanzó el primer golpe.
No paró hasta que se convenció de que era inofensivo y sólo quería algo de comida. Después de eso, empezamos a vernos en ocasiones, siempre cuando se quedaba sola, y de vez en cuando me ofrecía comida y bebida, no sólo de su huerto sino también de la que traían sus padres del mercado. A mí me encantaba escuchar cualquier cosa que me contaba sobre ella o los humanos, o sobre lo que hacía, y a ella le divertía mi ingenuidad y desconocimiento, a veces exagerados o fingidos, sobre los humanos.
Un día, en su casa, me preguntó si pensaba que era guapa. Lo cierto es que era joven y quizá guapa, muy lejos de lo que era la belleza élfica de Ireth, pero agradable. Aunque importaba poco si era cierto. Al recordar a Ireth, me di cuenta de que hacía tiempo que nuestras conversaciones y las situaciones en que se daban habían dejado de ser inocentes, y supe lo que iba a pasar a continuación. Seguía queriendo a Ireth, pues no había dejado de pensar en ella cada día desde que me fui de Aranthor, pero la curiosidad y la excitación eran una fuerza tan poderosa que dejé que pasara.
Pero al poco tiempo de eso y después de más encuentros empezó también a recordarme los motivos por los que había salido de Aranthor en primer lugar. Y decidí irme y continuar mi camino.
No me despedí de ella. Al menos esa deferencia se la debía guardar a Ireth. Después de aquello pasaron bastantes años mientras recorría las tierras de los bárbaros, sin acercarme mucho a los humanos. Incluso la granjera me lo había advertido en ocasiones. “Si mi padre te descubre te matará”.
Finalmente, me decidí a cruzar la frontera del Imperio. Avancé durante dos semanas hasta llegar a una calzada. No se veía mucho movimiento. Decidí seguirla a cierta distancia, por si acaso. Pero el cuidado con el que iba me sirvió de poco.
Tras una colina vi asomar un grupo de jinetes fuertemente armado. Instintivamente me escondí tras unos arbustos, pero ya me habían visto y empezaron a perseguirme. Eché a correr hacia una arboleda cercana pensando que podría perderlos, pero eran buenos jinetes.
- ¡Alto a la Legión!
No me dieron tiempo a pensarlo, ya me habían lanzado una red, y estaba buscando mi daga para romperla cuando el jinete se bajó del caballo y se puso a mi lado.
- ¿Qué hace aquí un puto elfo?
Inmediatamente empezó a apalearme, y lo mismo hicieron sus compañeros cuando llegaron. Y cuando empecé a preguntarme si sobreviviría llegó su capitán.
- Atadlo. Que es para la Arena.
Cargaron conmigo y me desmayé. Cuando desperté estaba encadenado junto a otro montón de presos de todas las razas.
Había perdido todas mis cosas, y mi libertad y la capacidad para dirigir mi destino, y tampoco tenía ni idea de lo que me iba a ocurrir ahora. Nunca hubiera imaginado o planeado esto. Ojalá el tipo que escribía mapas y dibujaba plantas y pájaros hubiera escrito también de lo que me esperaba en la Arena.
FIN DEL RELATO INICIAL DE PETACULOS.
OITOHCA.
Champiñón: Honor de Gladiador: Relato Inicial.
- ¡Yo… soy… Babelin! - Grito al maldito borracho de la taberna, el cual me amenazaba con su espada en ristre, aspecto amenazante, y una cogorza que se le notaba a media legua. - Maldito apestoso, sal ¡y demuestra lo que un gordo como tú es capaz de hacer! - Sigo gritando, toda la taberna suelta un grito de exclamación y sorpresa, seguidos de de frases como “¡ahí va!”, “¡con un par de agallas!”, que hacían enfurecer al ya bravucón borracho.
- Maldito medio metro del diablo - me insultaba el borracho, mientras me salpicaba su baba, y meneaba su gladius de forma un tanto irrisoria. - ¡Tu espadita de juguete se parece a la que utiliza mi hijo! - De nuevo, la gente de la taberna, y todos al unísono, sueltan unas carcajadas.
-Maldito bastardo - pienso para mí.
Salimos de la taberna, ambos con las espadas fuera del cinto, preparados para la lucha, mi espada ropera brillaba por acción de los rayos oblicuos que se perdían en el atardecer. El cuerpo de aquel enorme mono no se movía un ápice, su espada, sujetada por su enorme brazo, que bien se podría comparar con tronco, también brillaba, con efecto amenazante para mí.
Multitud de personas se agolpaban formando un círculo, en el que los combatientes se encontraban dentro. Mi movimiento, precoz como siempre, me permitió colocarme al costado del hombre, a escasos metros de su grasienta piel, el barbudo grotesco, giró sobre sí mismo, para que yo pudiese mirarlo a la cara, al mismo tiempo su brazo derecho extendido, manejaba el movimiento de un gladius que tenía como fin mi abdomen. Él sonríe, yo sonrío.
Fugazmente, mi espada choca con su gladius, el arma varía su trayectoria, y deja a mi merced su vida, mi espada se dirige a su rodilla, la punta del estoque se para en seco, y observo concentrado, la sangre que emana de la maldita rodilla del borracho, su cuerpo tiembla, y noto su desequilibrio, mi cuerpo se mueve con la pierna por delante, a esa rodilla, el golpe es satisfactorio, el gordo cae desplomado al suelo.
El público gritaba con satisfacción, sin asombro ninguno, las peleas en la taberna del plateado eran frecuentes, y mi nombre siempre estaba presente sin ninguna derrota. Observo a mi alrededor como el hombre se retuerce en el suelo, y por encima de todas las cabezas, observo el pico de un casco: La guardia ya está aquí.
- Aprende la lección, marrano.- Desprecio, mirando desde arriba, el lanza una patada contra mí, pero la esquivo con suma facilidad. - Otra vez será - digo sonriendo y divertido, al mismo tiempo que corro entre la multitud para perderme entre ella, para ocultarme de los guardias, para mantener mi libertad.
Las calles de Detritus no tienen misterios para mí, rápidamente, los barrios de la parte nueva de la ciudad se quedan atrás, y me muestran la parte más antigua, abandonada de la mano del hombre, sin vida en las calles. Me muevo a través de ellas con elegancia felina, pisando los adoquines que forman la calzada de la que antaño, fue la plaza de comercio del pueblo. Ahora servía como refugio para mí, y para unos cuantos indigentes más.
La plaza es rectangular, Pequeñas murallas la delimitan, para subir a la parte alta de estas se necesita subir por unas escaleras, ahí. Tengo colocados trozos de madera, a modo de barricada, para evitar a enemigos molestos. Tras pasar, cubro la parte de arriba con más madera, para tapar completamente la entrada, al subir las escaleras, el techo se acaba, y el cielo se muestra como es. Utilizando algunas pieles robadas y paja, una cutre cabaña me espera mullida y fría.
Gracias al mito de la plaza que yo creé, poca gente se acerca a ella hoy en día, poco a poco, fui robando en las casas cercanas constantemente, hasta que los habitantes se marcharon, y dejaron a la plaza sin vecinos con los que discutir. Ahora, me paseo tranquilamente entre los antiguos edificios de dos plantas, y también por sus tejados, una red de plataformas sobre los que ir fácilmente y sin sobresaltos por el barrio antiguo.
Esa noche esperé a la llegada de la noche, sentado sobre la muralla de la plaza, mientras fumaba con pipa el último puñado de tabaco que me quedaba.
Vestido con mis ropas gastadas: un pantalón de algodón, una camisa de una tela negra y mis botas de cuero. Salí hacia el barrio rico, con un objetivo: continuar con mi vida. Por la noche, robaba, normalmente era en los barrios ricos, por la cosa de que tienen más dinero, pero no me importa entrar a la fuerza a una casa pobre, y robar todo lo que tiene, cosa que nunca resultaba fructífera.
Ese día le tocaba turno a un señor cervecero, por la mañana en la taberna oí que él había vendido un buen cargamento de cerveza, y se había ido a celebrarlo con su esposa, dejando la casa sola.
Probable, tendrán un guardián - pensé.
Andaba tranquilamente por las calles de Detritus, poniendo rumbo a una casa de dos plantas, rodeada por un jardín verde, con un naranjo en el lateral izquierdo. En poco tiempo por el barrio rico, hallé la casa en cuestión, como aún había luz en el interior, busqué una posada, y bebí un poco de vino peleón.
Después, volví a la casa, aún había luz, me extrañé, pues era tarde para no haber ya ido a la fiesta, creí que era un engaño, y me acerqué un poco más a la casa. En efecto, dentro de la casa no había ni un ruido. Me cambié de ropa, me puse ropas de obrero minero, y me tapé la cara con un gorro calado hasta los ojos.
Llamé a la puerta con los nudillos, esperé unos instantes y la puerta no se abrió, de repente, una voz desde el otro lado de la puerta:
- ¿Quién es? ¿Y qué quiere a estas horas de la noche? - Preguntó una voz ronca, pero llena de fortaleza y seguridad.
- Trabajo como recadero del Jefe de la guardia de la ciudad, quiero entregarle un mensaje de él - miento, parece que la mentira es creíble, aunque nunca se me dio bien mentir.
- Pase el mensaje o la carta por debajo de la puerta - responde. Tranquilamente, saco de mis alforjas un sobre cuidadosamente sellado, sin nada en su interior, ya que el pobre no se atreverá a abrir mensajes de su señor.
- Puede irse, no tiene nada más que hacer aquí.
- Eso haré, Señor, me tomaré algo a su salud. - Me despido, cuando termino la frase rápidamente me escondo y me cambio de nuevo, Ahora que sé que no están los señores podré entrar en la casa, y tomar lo que no es mío, pero necesito.
Paso la verja abierta del jardín, me coloco al pie del árbol, en esa posición estaba oculto de las miradas indiscretas de paseantes y vecinos.
De un salto, me enganché a la rama más baja, y no con poco esfuerzo de mis brazos, pude llegar a sentarme sobre ésta. Desde esa rama, fui pasando de rama en rama, cuando lo permitía la estrechez que tenía el árbol entre cada rama, conseguí al fin, llegar a la rama más cercana de la ventana de la segunda planta, que pegaba a la parte lateral del jardín. Yo estaba a un escaso metro de la ventana, pero antes de saltar, debía abrir la ventana, para eso, necesitaba estar cerca y utilizar las herramientas que abrían el postigo. Observé todo a mi alrededor, y me percaté de que había una rama bastante fuerte, que sobresalía más que en la que yo estaba, aunque esta estaba a mayor altura; se me ocurrió una idea.
Saqué de mi fardo una cuerda, la até a esa rama y yo me até los pies, así, despacio, me moví hasta ponerme en una posición en la que mi cuerpo estaba boca abajo, pero estaba más cerca de la ventana. De esa forma, pude abrir el postigo, que la cerraba desde dentro. Realicé la acción contraria, y utilizando la fuerza de mi tronco, pude llegar a engancharme de la rama, corté la cuerda de mis pies, y entré por la ventana.
No existía sonido alguno en la planta de arriba, observé donde me encontraba, era una habitación grande, con una cama de telas lujosas, un par de mesas a sus lados, un escritorio, un baúl, y un armario.
Me dirijo al baúl, lo intento abrir, cerrado. Fácilmente lo consigo abrir y observo el interior: Libros cuidadosamente ordenados, así como cartas y muchos documentos, yo no podía perder el tiempo y cerré el baúl.
Abrí el armario, estaba lleno de ropajes de gala, no había nada interesante a primera vista, palpé el fondo del armario, y sorpresa, tenía un pequeño bulto, era típico en esta ciudad guardar los ahorros en los armarios, pegando un trozo de tela al fondo, como si fuese un pequeño bolsillo. Desgarré el bolsillo, y 38 monedas de oro cayeron en mis manos, que fueron directamente conducidas a mi bolsa.
Caminé hasta el escritorio, y miré los cajones, no pude abrir ninguno, saqué las ganzúas, intenté abrir el primero, pero era demasiado complejo, seguí intentándolo, pero unos pasos apresurados subían por las escaleras, rápidamente me levanté y corrí hacia la ventana, salté al árbol, y de ahí, me dejé caer al césped del jardín, en ese momento, la puerta de la habitación se abría, yo salí corriendo, y oí como un hombre me maldecía desde la ventana.
Tenía que salir del barrio rico lo más rápidamente posible, para eso, tenía que tomar otro camino diferente al de ida, que me llevaría mucho más tiempo recorrerlo. Sin embargo, el camino de vuelta no fue contrariado por ningún sobresalto, llegué a mi plaza con una cierta calma. Enterré las monedas y dormí.
El día siguiente sería grande, y comenzó de manera vertiginosa. En un momento, cinco guardas habían tirado la débil puerta, y se plantan donde yo debería estar durmiendo, aunque ya me encontraba sobre un tejado de la casas adyacentes a la plaza. Corrí y salté de tejado en tejado, hasta que salí del barrio más pobre de la ciudad de Detritus, para entrar en la zona media, donde se encontraban las tabernas y posadas.
Los guardias me habían perdido, y yo llevaba mis monedas. Era casi mediodía cuando entré en una taberna, la que se encontraba cerca de la trifulca del día pasado, pido una jarra de vino al posadero y comienzo a beber:
Ya era mucho tiempo así, necesitaba un cambio: desde chico, siempre quise salir de la ciudad, cabalgar por lomas arboladas, con destino hacía cumbres inexploradas, o hacia ciénagas inundadas. Claro, que era eso lo que soñaba siempre que comenzaba a beber, y ese día ya llevaba más de tres jarras. La taberna estaba tranquila, y parecía que no habría ningún problema. Seguí bebiendo. Por esos días nos encontrábamos en el mes de La Reina Cuervo, para mí, nada significaban los meses, ni los sobrenombres que les atribuían.
Por el alba, ya llevaba más de la mitad del oro ganado ayer, y por la noche, sólo me quedaba una moneda. Mi visión borrosa, desorientada… mi paso torpe… mi mente desquiciada… En ese momento, la puerta de la taberna se abre de un golpe, dejando ver a una pareja de guardias. Observan uno a uno a los clientes del antro. Sabía a lo que venían, silenciosamente, me escabullo por la puerta de atrás, por desgracia, uno de ellos se percata y ambos salen corriendo detrás de mí.
La calle estaba abarrotada, golpe tras golpe, caída tras caída, me veo acorralado por los guardias:
- ¡Hip! ¡Anda mira un zorro de color mierda! ¡hip! - insulto a uno de los guardias, yo veía como los dos guardias iban hacia él, pero antes de nada, saco mi estoque, con la mano izquierda, ya que con la derecha tenía la botella de vodka. - ¡Podréis deten'eme pero la vida seguirá siendo una mierda!, ¡aah! ¡con cuidado! - gritaba a viva voz mientras estoque en mano, me enfrentaba a los guardias. - ¡De eso nada! ¡Hip! ¡Gluglguglguguuuu! - peleaba y bebía, peleaba y bebía.
Nada podía acabar esa noche conmigo... cuando acabé con la botella se la tiré a uno de los guaridas... esta impactó en la cabeza y cayó al suelo. - ¡Maldito cabrón! ¡Eso para ti! - mientras peleábamos la gente se apartaba, y nos hacían un circulo... los otros borrachos me animaban y los ciudadanos currantes me miraban con malos ojos. - ¡Ajá! ¡En guardia! ¡Toma! - verdaderamente, estaba muy fino con mi estoque preferido... la gente seguía reprimiéndome, y no aguanté más... - ¡Callaos! ¡Maldita panda de cobardes! - grité mientras levantaba las dos manos, en señal de desaprobación, dándole el costado al guardia, cuando se da la vuelta el guardia ya se abalanzaba sobre mí, éste me atrapó y me ató con una cuerda, tras eso, me propinó un golpe en la cabeza, y quedé inconsciente. Desperté para oír: …condenado a la Arena…
HERESUNGE KRUGAUNN
Hielo y fuego, roca y lava. Así es nuestra Montaña de Fuego, así es el espíritu de mi raza, así es la esencia de mi tierra, así soy yo, Heresunge de la familia Krugaunn, uno de los setenta y dos clanes que conforman al pueblo dracónido. Heresunge que nació en la más fría noche de las calendas de Bane, durante las Eufrátidas, la lluvia de serpientes de fuego que ilumina nuestro cielo una vez cada cien años. Ese soy yo.
Para mis progenitores fue una señal. Que naciera, que fuera macho, que lo hiciera en aquellas fechas, que cayera fuego del cielo, que la Montaña rugiera con furia y arrojara de sus entrañas ceniza y basalto fundido. Que viviera.
Uno ve señales si quiere verlas. Puede interpretarlas. Y puede aventurar un destino. El mío fue decidido aquel mismo día. Si acertaron o no, aún está por ver, pero mi educación y mis primeros años de vida estuvieron marcados por los designios de mis mayores, los mayores del clan, de las vísceras de las aves sacrificadas para escudriñar el futuro de mano de los chamanes y sacerdotes y de los deseos de mi familia.
Demasiado pronto abandoné el hogar familiar y mi ciudad para iniciarme en el camino que debería recorrer para restituir a mi pueblo su gloria pasada, sueño fútil de una raza que vive sus últimos días. Porque nos morimos, desaparecemos, nos extinguimos.
Nosotros que dominamos el continente, que guerreamos contra poderosas razas de demonios, que somos hijos de dragones, debemos padecer la agonía de ser testigos de nuestra muerte como pueblo, mientras los mamíferos humanos prosperan y ocupan aquellos espacios que nosotros abandonamos.
Nuestra gloria es una niebla en el pasado, nuestro esplendor desapareció junto a los gritos de guerra, nuestras ciudades se sumen en el olvido del polvo y la arena del desierto y nuestros huevos son escasos y muchos no llegan a eclosionar. Y con la decadencia, llegó el estoicismo. Orgullosos miramos de frente nuestro fin y nos refugiamos en el pasado y en el honor, pobres velas para quienes carecen de futuro.
Como digo, dejé atrás todo a una edad temprana y fui acogido como pupilo en el Monasterio Gar-ta-Sua. Aún recuerdo mi primera impresión cuando tras ascender la empinada colina de la Montaña Tungurahua, mis ojos reposaron en la estructura del monasterio. Muros de piedra volcánica blanca me cegaron a la luz del mediodía. El aire reverberaba por el calor y proporcionado una silueta fluctuante a cuanto alcanzaba a ver, volviéndolo irreal, sinuoso, fugaz. Y cuando entré, la oscuridad sucedió a la luz y vi cómo los muros descansaban sobre una vieja estructura construida a partir de inmensos huesos de dragón que desprendían una azulada luz, recorridos por la poderosa magia de sus ya hace siglos muertos señores.
Un monje de rojo hábito me condujo al interior, hasta el altar mayor formado por el inmenso cráneo de un dragón negro y sobre el cual se dibujaba el símbolo de Kord, mi dios. Me sentí sobrecogido, asustado, solo. Tan sólo tenía doce años. Pero aquel día volví a nacer, rompí mi segundo cascarón y ya no hubo vuelta atrás.
Los años pasaron rápidos en la soledad del monasterio. Años dedicados al estudio de nuestra historia, de nuestro pasado, de nuestros códigos de leyes y de comportamiento, de nuestra religión, de nuestra fe. Mi espíritu fue forjado al calor del fuego de nuestras creencias, de nuestras convicciones, de nuestra presunta superioridad y mi cuerpo fue formado para someter las pasiones, para canalizar las pulsiones, para soportar los males y para extraer mi potencial.
Llegó el momento de ponerme a prueba. En mi último año, mi formación, mi escuela, mi estoicismo, debían de servirme para sobrevivir durante un ciclo solar completo. En lo más profundo del más árido y cálido desierto de nuestro territorio hube de demostrar que mis enseñanzas habían fructificado. Viví como un eremita en lo que no fue sino un infierno de sed, hambre y debilidad. Mas mi espíritu se fortaleció, amé la vida como nunca antes lo había hecho y supe dar valor a lo que antes despreciaba. Fue mi tercer nacimiento. El último. Cuando vinieron a recogerme, sólo era un saco de huesos y pellejo, cuarteado por el sol, pero la luz de la Montaña de Fuego brillaba en mis ojos.
Meses después, inicié de nuevo mi camino en solitario, alejado de los míos, ahora en tierras humanas. Sabía que sólo disponía de una oportunidad para demostrar que la señal de mi nacimiento no era un sueño, una ilusión. El fin era claro. El medio también. Y entonces los oí. Llevaba tiempo tras sus pasos y sabía que no renunciarían a una presa aparentemente fácil. Las voces de los esclavistas se aproximaban. Me senté en el suelo, apoyado contra un tronco y cerré los ojos.
Varian Brightshield (Babosa): Honor de Gladiador: Relato inicial.
Me llamo Varian Brightshield, pero los que me conocen y saben de que soy capaz me llaman Babosa. Esta es mi historia, afina tus oídos chaval porque no te la voy a volver a contar, puede que mañana ya no esté aquí.
Nací en la Ciudad Imperial de Kyraneas, un oscuro y tormentoso día del año 4440 en mi propia casa, sin hospitales, asistido por una comadrona que era la casera del edificio asqueroso donde vivía mi madre. Poco sé de mis padres, sólo que mi viejo era un puto marinero borracho y mi madre una prostituta violada por un puto marinero borracho, sin dinero para comprarse unas hierbas que la hiciesen abortar y demasiado drogada para pensar en hacerlo.
Mi infancia consistió en palizas, delincuencia juvenil, drogas, robos y más palizas. Todo lo que un niño podría desear. En una disputa callejera donde dos bandas nos peleábamos por un territorio colindante, le rajé la garganta a un chico del otro bando, no fue mi intención, pero todos me felicitaron y en ese momento me sentí eufórico. Aún tengo pesadillas.
La guardia no tardó en presentarse en mi casa por culpa de algún chivato de mierda y yo entupido de mi no me deshice de la navaja. El juicio fue la hostia de rápido, juez estricto, queriendo dar ejemplo para el resto de la juventud de los barrios marginales, sin defensa posible… resultado, mi vida hundida. Un enano adolescente sin apenas barba directo a la prisión de la Ciudad Imperial.
Para cuando cumplí los 32, poco de aquel enano adolescente quedaba en mí. Aquella prisión sacaba lo peor de cada uno. Yo ya había matado a cuatro presos, con mis manos, con un pincho, con un trozo de sábana y al cuarto lanzándolo por la barandilla del cuarto piso. No había otra forma si querías sobrevivir, puesto que no iba a salir nunca de allí.
Horas de entrenamiento y trabajos forzados, tatuajes presidiarios y cicatrices es lo que me llevé de aquella prisión. En el año 4440 aislados de las noticias exteriores excepto por algunas cosas que nos contaban los guardias, supimos de los juegos de gladiadores y de que íbamos a ser examinados en breve por una división especial imperial. Ya no recuerdo cual fue el motivo, tuve tantas peleas en la prisión que no era extraño que alguien quisiese matarte cada cinco minutos, aquella fue una de esas ocasiones. No faltaba ni una hora para que llegase la división especial cuando un cerdo me pinchó en el costado. Tuvo que haberlo hecho cuatro costillas por encima, cometió el error de no matarme en el acto. Lo maté rompiéndole el cuello, pero eso no me salvó la vida porque los cerdos que me odiaban se me tiraron encima.
No lo recuerdo bien, pero se que me invadió una furia asesina y desesperada, gritos, dolor, sangre y un enorme monstruo de cuarzo que tras matar a una docena de presos y cuatro guardias hizo un enorme boquete en los muros de la prisión y se perdió desapareciendo en el mar.
Nadie sabe de donde salió aquella criatura, pero supongo que aquel boquete y todo el caos hizo que algunos presos intentasen escapar y no tuviesen tiempo de rematarme, por suerte para mi… o para ellos. Me arrastré aprovechando la confusión.
Cuando desperté me encontraba en medio del mar, en un barco pesquero… al principio pensé que eran piratas, pero más tarde supe que eran simples pescadores. Habían sanado mis heridas y me salvaron la vida. Me hicieron trabajar con ellos durante casi un año, pues no iban a volver a puerto hasta no estar completamente cargados.
Así fue como llegué a la ciudad de Detritus, chapurreando algo del dialecto local de los pescadores y largándome del barco antes de que a los pescadores se les ocurriese informar sobre mí a la guardia de la ciudad. Pero cual fue mi suerte… que no tardaron en avisar.
Ahora llevo casi siete años en Detritus, sobreviviendo como puedo y huyendo de un lado a otro cada vez que una de esas malditas patrullas se acerca o alguien alerta de mi presencia.
Escúchame chaval, no quieras ser nunca un prófugo por muy chulo que te parezca… es una grandísima putada. ¿Escuchas esas botas y las armas golpeando contra las armaduras?... Conozco muy bien ese sonido, es la guardia y ya vienen a por mí. Ya te lo dije, nunca permanezco mucho rato en el mismo sitio. Que te vaya bien y… gracias por ese trozo de pan.
En otro lugar y en otro momento muy distinto:
El calvo y tatuado enano se reclina contra la pared y te mira directamente a los ojos…
Mi nombre es Varian Brightshied, algunos me llaman Babosa. Eso es lo único cierto de esa historia… si quieres conocer mi verdadera historia, ven, acércate a mi celda y pregúntame. Si me caes bien, tal vez te la cuente...
FIN DE LA HISTORIA FALSA DE BABOSA.
En la Escuela, después de salir de paseo al frio de la mañana antes del entrenamiento, mientras todos hablan con Limonero y con los dos Instructores…..
“Cada uno de mis pasos me llevan a través del terreno de la Escuela, no tengo rumbo fijo pero no me importa. Ya casi me he acostumbrado a que mi horizonte sean los muros de la Escuela. No pienso en nada en concreto, solo siento el frio que cada vez penetra mas entre mis ropas amarillas calándome los huesos hasta el tuétano. Camino cerca del muro, acariciándolo con mi mano al pasar. No hago caso del frio y sigo caminando. ¿Grumcha? Escucho mi nombre enano junto a mí y me paro sorprendida al creer que estaba sola. Me giro a ver quién me llama, solo para ver que sigo tan sola como antes. En un momento todo se difumina a mí alrededor. Todo pierde consistencia. Intento agarrarme al muro pero mi mano no consigue alcanzarlo. Una sensación de caída, de vacío, se apodera de mi y todo se vuelve oscuro y frio a mi alrededor...”
Parpadeo y la luz inunda mis ojos, vuelvo a poder enfocar las cosas que me rodean. Poco a poco empiezo a distinguir cosas. Ya no estoy en los exteriores de la Escuela. Una gran habitación de piedra blanca me rodea. Columnas inmensas de piedra llegan hasta el techo muchos metros por encima de mi cabeza. Candelas en las paredes iluminan tenuemente la habitación. No hay nadie y todo está tranquilo....a diferencia de otras veces que he estado allí. Generalmente los peregrinos y los devotos de Moradin pueblan aquella habitación cuando necesitan ayuda o simplemente quieren dedicar unos minutos a estar un poco más cerca de El. Estoy en el templo de Moradin del que provengo, el último en el que desempeñe mi labor de sacerdotisa.
Con pasos temblorosos avanzo hacia la parte principal del templo. Cada paso provoca un ruido sordo que se extiende por todo el espacio silencioso con ecos que se pierden por las paredes. Un pequeño roce detrás de mi me hace volverme para descubrir que mi Guardián está a dos pasos de mí. Con su rostro serio se adelanta a mí en la misma dirección que yo involuntariamente había tomado. Lo sigo con la mirada. Al llegar cerca del altar la intensidad de la luz aumenta de un modo imperceptible, pero suficiente para descubrir que ahora hay una sombra en un lado del altar. Lentamente la sombra avanza hasta que es iluminado por la luz. El Guardián llega a unos metros de él y hace una reverencia. Mi respiración se acelera y mi corazón quiere saltar de mi pecho ante la emoción. Hinco mis rodillas en el suelo y agacho mi cabeza en un signo de reverencia y devoción. Después de unos momentos que parecen eternos escucho mi nombre pronunciado por quienes están en el altar en estos momentos. Levanto la mirada, aunque creo que no me correspondería hacerlo.
Veo como el Guardián esta junto a Él, no podría jurarlo pero creo que están hablando aunque sus bocas no se mueven. Y presiento que es de mí, sino, ¿Por qué estaría yo aquí? Mis ojos se posan en la figura imponente que esta junto al Guardián y una alegría inmensa inunda mi corazón. Moradin… Me agarro el pecho con mis manitas para evitar que el corazón salte y estalle, intentando calmar sus latidos que resuenan en mis oídos. Terminan su conversación silenciosa y ambos se vuelven hacia mí. Debería agachar mi mirada, pero mi cuerpo no me responde y no puedo retirar mi vista de ellos. Moradin me mira fijamente y lentamente me asiente con su cabeza.
El Guardián se aproxima a mí y se sitúa a mi lado, haciendo una reverencia a nuestro dios. Una de sus manos se aproxima a mi cara y suavemente se posa en ella, cerrándome los ojos. Miles de imágenes de toda mi vida aparecen frente a mí. Pero siguiendo un patrón común que no tardo en descubrir. Las primeras eran las del último combate en la arena en el que no participe, les siguen el resto de días en la Escuela hasta el primero de ellos, mis días de viaje a través de tierras desconocidas, mi enfrentamiento con el gobernador, mis días en el templo mayor, mis días en el templo que me vio nacer como sacerdotisa... Mis manos se cierran crispadas y ahogo un grito. La velocidad a la que las imágenes pasaban ante mi descendió rápidamente y se convirtieron en una bruma oscura en la que no había imágenes, solo sonidos. Sonidos que yo solo recordaba en contadas ocasiones, generalmente en noches de tormenta en las que me despertaba de repente cubierta de sudor, sin recordar el sueño. Los sonidos son cada vez más lentos, y poco a poco la claridad fue aumentando de nuevo a mi alrededor...
Estoy cerca de un rio pequeño, un arroyuelo casi. A unos metros de mi, una mujer enana recoge agua en un cubo, mientras una niña pequeña corretea por la orilla buscando piedras que intenta tirar al otro lado y que invariablemente caen al agua. Llevan con ellas un poni blanco que descansa unos pasos a sus espaldas mientras pasta despreocupadamente. Yo no conozo ese sitio ni a esas dos enanas ¿Qué hacía allí?
-Grumcha... déjalo ya.
Me vuelvo rápidamente hacia la enana que ha pronunciado mi nombre, sorprendida porque lo conozca.
-Pero mama, sé que puedo llegar a la otra orilla, solo tengo que encontrar la piedra adecuada para que vuele hasta allí -dijo la pequeña niña enana a la vez que se vuelve hacia donde yo estoy en busca de otra piedra, quitándose la capa que lleva. Me llevo la mano a la boca para no gritar. Esa pequeña niña enana rubia... es clavada a mí...
-Trae el poni, ya tengo esto lleno de agua...Vamos Grumcha, trae aquí ese a ese bicho testarudo.
Veo como la niña con un suspiro deja de coger piedras y se vuelve hacia el poni, agarrándolo de las bridas. El animal da dos pasos pero se para en seco y levanta las dos orejas, atento hacia el otro lado del rio mientras que sus hoyares vibran oliendo el aire que los rozan.
-Mama, no quiere ir - dice la niña tirando del animal - no se mueve...
El ruido de algo al caer me hace volver la mirada hacia la madre. Uno de los cubos rueda por el suelo, derramando toda el agua recogida y ella mira con terror al otro lado de la pequeña corriente. Una hiena enorme está en la otra orilla, mirando atenta a las dos enanas. De entre los matorrales aparece otra hiena acompañada por otras dos. La manada al completo.
-Grumcha, móntate en el poni, !rápido! Habla en voz baja pero autoritaria. La niña sostiene por las bridas al poni que intenta andar hacia atrás, sus pies se arrastran por el suelo dejando un surco en la tierra húmeda.
Dos de las hienas, con apenas dos pasos para tomar impulso cruzan de un salto el rio. Son enormes. Soy capaz de ver sus dientes reluciendo a la luz del sol.
-Grumcha!
Ante el grito de la madre, la niña se sube de un brinco al poni que al sentirse libre comienza un galope desenfrenado campo a través. Al volver mi mirada hacia la madre veo como las otras dos hienas ya han cruzado el rio y como la rodean… En ese momento una mano traslucida corre un velo delante de mis ojos aterrados y al quitarlo me encuentro en el bosque.
La maleza es salvaje y hay ramas por todos sitios, el poni resopla agotado, es de noche. El sexto sentido del animal lo ha llevado a un pequeño nacimiento de agua y se agacha a beber, lleva todo el día corriendo y solo su voluntad ha hecho posible que no se caiga redondo y muera. La luz de la luna llena lo inunda todo. Al agachar el morro, las dos manitas que se agarran a su crin pierden fuerza, dejando caer a la pequeña enana al suelo. Pero antes de que su cuerpo lo roce siquiera, unos brazos poderosos la sostienen y yo ahogo un grito. Moradin...
Después de un rato dejando que el animal se recupere, El coge las bridas y comienza a andar con la enana inconsciente aun en sus brazos...
De repente es de día y ya no hay bosque. Estamos en un campo verde lleno de flores y al final una construcción se vislumbra sobre una montaña rocosa. El sitúa a la enana, aun sin sentido, sobre el poni y ata las crines a sus muñecas de forma que sea imposible que caiga y continúan la marcha hacia la montaña. Esta se va haciendo más grande y ahora si reconozco este paisaje. Esa construcción en la montaña es mi primer templo, el templo que me vio nacer como sacerdotisa…el lugar del que tengo el primer recuerdo consciente de mi niñez.
El Guardián aparece a mi lado y no permite que ande mas tras el poni y sus dos acompañantes, agarrando firmemente mi brazo con su mano. A lo lejos veo como del templo salen un par de sacerdotisas. Las dos corren hacia el poni, le desatan las manos a la niña y la meten dentro mientras que el poni descansa en la puerta. Ninguna de ellas ha reparado en el que guiaba al animal. No lo han visto...y yo no sé en qué momento ha desaparecido porque ya no está.
La mano del Guardián se posa sobre mis ojos de nuevo y una tranquilidad que hace mucho tiempo que no sentía se apodera de mí. La oscuridad me envuelve, pero no es peligrosa, es cómoda y me susurra canciones enanas al oído. El aire me roza el pelo y es como caricias de las mejores sedas. Ese aire me hace llegar unas palabras Ahora...descansa...Moradin así lo quiere...
Skara Drae: Honor de Gladiador: Relato Inicial.
Siempre se ha sentido a gusto en lugares sombríos. Reminiscencias de hogar. La quietud sombría y brumosa del Bosque Tiefling siempre le resultó acogedora, y no fue hasta que fue adulta que se dio cuenta de que la mayoría de la gente consideraba su hogar siniestro y lúgubre. Sin embargo, el silencio húmedo bajo las espesas ramas de los árboles milenarios, gruesos troncos que quizás ya existían cuando otros imperios dominaban el mundo, la luz tamizada que se filtra a través de sus hojas, los sonidos apagados por un manto de humus espeso y por bancos de niebla tibia y perezosa que se enganchan a tallos y ramas como jirones de lana, todo le resulta tranquilizador. Pero entiende que a muchos, incluso de su propia raza, les asusten las voces. Para ella sólo son ruidos de fondo, como el bullicio incesante de una gran ciudad, algo a lo que ya no se le presta demasiada atención. Es lo que tiene haber nacido y haberse criado cerca de las ruinas de Bael Turath. Aunque hubo un tiempo lejano en que le resultaban más que aterrorizadoras…
*
* *
- ¡ABUELA!¡ABUELA! - Gritos de una niña pequeña llenos de angustia en la noche. La tiefling de pelo gris y adusta figura, inmensa para una cría de cinco años, entra en la habitación y la abraza.
- Tssss, tssss, no es nada – le susurra la imponente tiefling, rostro austero y altivo que se suaviza ante los sollozos de la niña.
- Están en mi cabeza, abuela, otra vez…hablan y hablan… y me asustan - gime la pequeña.
- No deben asustarte, no pueden hacerte nada, salvo parlotear – dice tranquilizadora la voz de la abuela. – Son como el ruido del viento o el del agua que corre entre rocas, no les hagas caso.
- ¿Tú también las oyes?– murmura la pequeña aferrada a su abuela: -¿quiénes son? –
- Claro que las oigo; muchos de nuestra raza pueden oírlas, y hasta los extranjeros si tienen algo de poder. Son nuestra herencia; nuestro tesoro y nuestra maldición. Son las voces de los demonios, atados a las ruinas, hablan y gritan para llamar nuestra atención, para que nos acerquemos a ellos, para… - La abuela calla, la niña es aún demasiado pequeña para entender. - Pero no importa. Por ahora sólo tienes que ignorarlos, y nunca debes acercarte a las ruinas tú sola, ¿me entiendes? Nunca. - La pequeña asiente mientras se seca las lágrimas. – Y ahora a dormir, cierra los ojos e ignora las voces – dice la abuela ya con gesto serio y voz autoritaria, que contradice la caricia que dejan sus dedos en la mejilla de la cría – haz que sean como un arrullo. Me quedaré un rato mientras te duermes. -
La tiefling de cabello cano mira dormir a su nieta, último vástago de la estirpe de los Drae; descendiente de los últimos eruditos tiefling de Bael Turath. Su última esperanza para recuperar los antiguos caminos del poder, para reandar la senda de un glorioso pasado en que los tieflings eran amos de demonios y no sus esclavos como los actuales chamanes de las tribus dispersas. ¿Tendrá la fuerza y la voluntad para dominar a un demonio? se pregunta la tiefling mirando a la niña. ¿Merece la pena volver a intentarlo, ponerla en peligro a ella también? Se levanta, alisa los pliegues de su pesada túnica y sale de la habitación suspirando.
*
* *
Skara se acerca al bloque de piedra. Un brazo y una enorme cabeza de piedra yacen en la tierra blanda del claro, cubiertos de líquenes y musgo, restos de la gran estatua que en su día se erguía sobre el pedestal. La antiguamente blanca superficie es ahora rojiza, como cubierta de óxido y deja en sus dedos el rastro oscuro y reseco de algo que no es herrumbre. La voz del demonio sigue llamándola, indicándole el camino a seguir, más adentro, hacia Bael Turath, hacia las ruinas de la capital del antiguo imperio. Allí ya no estará sola. Skara rodea el pedestal y se detiene. Al otro lado hay un profundo agujero, un foso del que apenas distingue el fondo, salvo los destellos más claros de unas formas largas y blanquecinas.
- ¡SKARAAA! -
Mira hacia atrás, apenas se ha alejado unos cincuenta metros de la linde de piedras rúnicas, los mojones grabados que marcan la frontera del peligro. Y en el sendero más allá del claro ve a su abuela que corre hacia ella, el canoso cabello se ha escapado del severo moño y el rostro de la imponente tiefling parece desfigurado por el esfuerzo. Llega junto a su nieta y deshace el camino andado siempre corriendo, arrastrando a Skara que apenas logra seguirle el paso, hasta más allá de los mojones. Se detienen.
- Yo sólo… - intenta decir la niña. La bofetada que casi la tira al suelo interrumpe sus palabras.
- ¡Cuántas veces te he dicho que no te acercaras más allá de las piedras rúnicas, Skara, cuántas veces! ¿Pero en qué estabas pensando? ¿Cómo se te ha ocurrido? – dice la voz de su abuela mientras sus manos aprisionan los brazos de la niña como tenazas y la zarandean. Skara no responde; mira los ojos de su abuela bañados en lágrimas y ve miedo y terror en los orbes dorados. Y ese miedo la asusta más que todas las advertencias y amonestaciones recibidas sobre el peligro de las ruinas.
- ¿Qué te ha dicho? ¿Te ha hecho algo? – Pregunta la abuela con el pánico destilando en cada palabra – ¡Mírame Skara! –
Y Skara siente la mirada de su abuela taladrarla, como si pudiera llegar a lo más recóndito de su alma, como si buscara dentro de ella un rastro o una mancha. La presa de las manos de la abuela se relaja y su voz, aún dura, se suaviza.
- ¡Contesta! – le dice.
- Nada – responde Skara – no había nadie, sólo su voz. Decía… me dijo que allá en las ruinas no estaría ya sola… que allí están ellos, que allí está mi madre. –
- Miente – dice la abuela con la voz cansada – miente, los demonios siempre mienten. Tu madre no está allí. Tu madre no está… - Y la abuela abraza a la niña. – No lo vuelvas a hacer, Skara, no lo vuelvas a hacer. Pocos demonios pueden llegar físicamente hasta la linde, al menos si no son convocados y atraídos con rituales específicos. Pero hay demonios poderosos en Bael Turath que no necesitan de convocación alguna. - La niña asiente en silencio.
- Volvamos a casa – dice la abuela cogiendo a su nieta de la mano. Nueve años, sólo tiene nueve años – piensa la tiefling – por su propio bien, es hora de que empiece a prepararla.
*
* *
Ha llegado el buen tiempo, pero la enorme sala aún conserva entre sus gruesos muros de piedra el frío de la estación invernal apenas concluida. Un fuego arde en la gran chimenea a pesar de que las ventanas abiertas dejan entrar el aire tibio. Skara, sentada en la mesa de madera recorre con la mirada el libro que tiene ante ella y por enésima vez recita ya casi de memoria las genealogías de los antiguos nobles y señores de Bael Turath, y los nombres y características de sus demonios.
Skara se aburre; conoce ya la gloriosa historia de sus antepasados, cuando los tieflings dominaban un imperio, leída y releída en los cientos de volúmenes que cubren las paredes de la estancia. Bosteza mirando por la ventana, animada sólo al pensar que esta tarde proseguirá el entrenamiento con su abuela. Empieza a conocer algunos conjuros básicos, dando los primeros pasos para dominar el fuego mágico. Sonríe al recordar la sensación de poder y exaltación que siente cuando logra realizar con éxito uno de los pequeños conjuros.
- Demasiado buen tiempo para dedicarse el estudio, ¿verdad joven? -
Skara sale de su ensoñación al oír la voz de Barekas al otro lado de la ventana. Entre devoto sirviente y fiel escudero, el viejo Barekas hace pequeños trabajos para la abuela ayudándola a mantener el vetusto caserón de piedra que es su hogar. Un romántico, sin duda, cuya familia en tiempos ancestrales servía con devoción a los Drae de Bael Turath. El peso de la tradición aún superviviente.
- Si – responde Skara – no apetece estudiar ¿Qué novedades en la aldea? –
- Pocas o ninguna, como siempre – responde el viejo tiefling - Nemeia se ha dejado preñar por un desarrapado del pueblo de Taaland al norte de las ruinas. Y ahí anda, ufana la desgraciada, diciendo que lleva en las entrañas el retoño de un noble. Y luego está Theral que ha dejado el Bosque para ir a explorar el mundo, dijo. Apostaría mis cuernos a que vuelve en menos de una semana sin haberse atrevido a cruzar el lindero del bosque, pero contando historias increíbles sobre los pueblos que viven al sur. Pretencioso como siempre. Ah… y más interesante, hace unos días llegó un grupo desde el este. Mercaderes de nuestra raza que llevan generaciones viviendo entre los pueblos inferiores. Dicen que quieren volver a las verdaderas raíces, comulgar con nuestros ancestros y revivir nuestras más sagradas y antiguas tradiciones. El chamán Leucis les ha dado la bienvenida encantado y brillando de importancia, el muy imbécil. - La puerta se abre.
- Creo que voy a recoger algo de leña – dice Barekas alejándose de la ventana.
- ¿Perdiendo el tiempo otra vez? – Pregunta brusca la anciana tiefling desde la puerta – no es así como llegarás a dominar las Artes, ni mucho menos a un demonio. Nada de esto será de utilidad sin disciplina, trabajo y perseverancia.
Skara calla y asiente. Más estudio y más trabajo. La anciana tiefling observa a Skara con una mirada extraña. ¿Estará preparada? - piensa - Ya es hora, es hora de enfrentarla con la realidad y descubrir si tiene madera. Voluntad tiene, y carácter, pero, ¿será suficiente?
- Hoy es el primer plenilunio de la estación. Tú y yo nos acercaremos a las ruinas esta noche. - Skara da un respingo, la excitación brilla en sus ojos.
- ¿A las ruinas? ¿Por qué? –
- Ya tienes trece años y es hora de que lo veas con tus propios ojos. Quiero que veas en qué se ha convertido el ancestral pacto de los tieflings. Quiero que veas el peligro, quiero que veas en lo que no debes convertirte.
Pasada medianoche abuela y nieta marchan por el bosque. La mayor, daga en mano va grabando runas en los gruesos troncos según avanzan, runas de protección. Su destino es una vieja y media derruida torre. Desde arriba, Skara mira a sus pies el claro del bosque. Al otro lado ve un brazo y una enorme cabeza de piedra en el suelo, cerca de un bloque de piedra. Skara reconoce el lugar. Pero ahora el pedestal de la antigua estatua se ha convertido en altar; y Leucis el chamán y algunos acólitos se alinean en semicírculo en torno a la piedra. Detrás de ellos dos guardias custodian a un tiefling que parece atontado. Se oyen cánticos e invocaciones. Skara siente las manos de su abuela en sus hombros y escucha su voz a su espalda como una letanía.
- En esto se ha convertido el antiguo poder, y en eso sus practicantes, débiles marionetas que alimentan a sus demonios con sangre, una y otra vez, en un rito obsceno, hasta que se entregan ellos mismos y desaparecen en lo más profundo de las ruinas.
Los guardias tumban a su prisionero, que avanza como ausente, drogado sin duda, sobre el pedestal mientras los cánticos suben de tono y de ritmo.
- Perversión de ritos y poderes, esto es lo que queda del antiguo pacto. Nuestros antepasados dominaron a los demonios, los obligaron a obedecer, los sometieron. Se necesita voluntad, fuerza, determinación y disciplina. Sin ellas, te conviertes en eso, un títere del demonio, al que te entregarás en cuerpo y alma.
Al otro lado del claro, un rumor de hojas; en la claridad difusa de la luz de luna una figura titila, borrosa. Enormes cuernos, ojos rojos brillan en la oscuridad.
- Ahí tienes al patrón de Leucis que viene a recoger su sacrificio – murmura la abuela.
La aparición hace que los cánticos se intensifiquen hasta llegar a su paroxismo; el chaman parece fuera de sí con una sonrisa terrible en su rostro, y como poseído por el éxtasis, hunde un puñal en el cuerpo del prisionero y le abre el pecho.
- Es un demonio inferior – prosigue la voz de la abuela – ni siquiera convocado puede acercarse físicamente hasta su pupilo. Y las migajas de poder que le otorga se las cobra en sangre y degradación. Aunque Leucis tiene suerte de que su demonio sea débil o poco imaginativo. Podría pedirle cosas mucho peores que sangre y muerte.
El chamán hunde sus manos en el pecho de su víctima y eleva sus manos ensangrentadas hacia el cielo, el rostro desfigurado en un espasmo de exaltación. Skara no dice nada, pero su respiración se acelera. Asiste entre asqueada y fascinada a la escena. Pero más allá de la repulsión, nota su sangre responder a la presencia del demonio, atraída por el rastro del poder infernal, como buscándolo. Un rugido atroz rompe el silencio y el chamán se derrumba sobre el cuerpo de su víctima.
- Ya ha acabado – murmura la abuela – por hoy. Más pronto que tarde, como todos sus predecesores, Leucis perderá la batalla, si alguna vez la ha librado. Se internará en el bosque hacia las ruinas, desesperado, su voluntad corrompida a merced de la de su demonio, incapaz de dominar el ansia del poder. Esa es la batalla que tienes estar dispuesta a entablar si quieres dominar un demonio. -
El chaman se recupera lentamente y ayudado por sus acólitos se aleja del altar, mientras los guardias arrojan el cuerpo del prisionero al foso abierto ante él.
- Vámonos – concluye la abuela.
*
* *
Casi ha amanecido y Skara vuelve al retirado caserón que es su hogar. Sonríe ante el recuerdo de la noche pasada con Kairon. Él siempre la hace reír, o al menos la divierte. Su afán aventurero, su pícara sonrisa, sus descabelladas ocurrencias. Skara se siente a gusto con él, quizás por ser el único para quien ella no es la fría y distante nieta de la imponente Bryseis Drae.
Abre la puerta y su sonrisa se apaga. La abuela está ahí, sentada en la mesa, esperándola. Otra discusión, otra pelea.
- ¿Has pasado la noche con él? ¿Otra vez? - la voz fría y hosca de la anciana.
- No voy a discutirlo de nuevo contigo, abuela, así que déjame en paz… -
- ¿Qué te deje en paz? ¡Niña estúpida! ¡Que te deje en paz, dices! Para que desperdicies años de estudio y perseverancia, para que malgastes tu vida con un desarrapado que… -
- ¡BASTA! Ya estoy harta abuela, harta de ti y de todo esto, harta de seguir tu camino como si fuera el único posible, harta de vivir aislada como si los demás tuvieran la peste, harta de vivir en esta soledad en la que nos has confinado, sin relaciones, sin amigos, harta… -
- ¿Le quieres? – interrumpe la abuela con voz queda. Skara calla sorprendida. Qué contestar…
- No… sí… yo… -
- Pues decídelo, ten claro tu camino porque no podrás tenerlo a él y subyugar a un demonio. –
- Ya está bien, abuela, ya está bien de chantajes infantiles y decisiones imposibles. No sé si le quiero, ni siquiera sé si es serio. Pero contigo siempre es blanco o negro, esto o aquello, todo o nada. Pues me niego, me niego a seguir tus reglas, seguiré las mías propias, no tengo por qué elegir entre… -
- ¿Quieres saber porque nunca realicé yo misma el rito de dominación? – Interrumpe la abuela. – Porque sería criminal ofrecer a aquellos que amamos como rehenes a un demonio. No, muchacha, no puedes tenerlo todo. Si eliges la senda del poder ancestral, tu vida será una guerra constante contra la voluntad de un demonio. Y habrá batallas que perderás, momentos en que cederás. Y cuando tu voluntad flaquee pondrás en peligro a aquellos que más quieres, porque es contra ellos que el demonio te obligará a actuar. O a través de ellos que te manipulará. –
- Eso no ocurrirá, no permitiré que eso me ocurra a mí. –
- Pues yo a pesar de todo mi orgullo nunca tuve la presunción de pensar que era inmune al fracaso. Y poneros en peligro a tu madre o a ti… - la abuela calla unos instantes. – Tu madre…quizás te parezcas a ella más que a mí. Ella lo intentó y fracasó – la voz de la vieja tiefling se quiebra.
- ¿Mi madre? –
- Damaia, la voluntariosa y fuerte Damaia – la voz de la abuela es ahora casi un susurro teñido de tristeza y dolor. - Ella también pensó que podría tenerlo todo. Y tonta de mí, yo cedí, pensando que entre las dos podríamos conseguirlo, que yo podría ayudarla, protegerla. Tenía veintiún años cuando conoció a tu padre, un mercader. No sé si hubo amor, pero sí pasión. Y cuando la pasión desapareció y el mercader se marchó, quedabas tú. – La abuela sonríe. – La última descendiente de los Drae. No tenías ni dos años cuando Damaia quiso intentar el ritual. Nunca había pasado tanto miedo. Hacía siglos que nadie había intentado atar a un demonio a su voluntad y consciencia siguiendo los antiguos ritos. Y sólo teníamos fragmentos de antiguos pergaminos que los describían. Y lo consiguió; volvió eufórica y contenta, y en el fondo de sus ojos brillaba una sombra. El demonio la acompañaba, compartía su mente. Y durante algún tiempo todo pareció ir bien, Damaia creció en poder, dominó conjuros cada vez más difíciles. Quise creer que había logrado dominar a su demonio, no ceder ante él, cuando la veía contigo, abrazándote, protegiéndote hasta la paranoia. Y tonta de mí, pensé que te protegía del demonio. Pero poco a poco su mirada hacia mí cambió, me alejaba de ti, a veces con miedo, a veces con furia. No sé qué le susurraba el demonio en su mente, pero pronto entendí que jugaba con sus miedos de madre. Que la estaba manipulando. No supe qué hacer, de hecho ni siquiera ahora sé si podría haber hecho algo. –
La abuela calla mientras lágrimas resbalan por sus mejillas. – La fortuna o el infortunio tomó la decisión por mí. Una noche, Damaia, mi querida hija se me echó encima hecha una furia mientras yo estaba en mi estudio, acusándome que querer llevarte lejos de ella, loca de dolor y desesperación, incapaz incluso de utilizar su magia. Quiso el azar yo tuviera un abrecartas en la mano. Un tropiezo, una caída, las dos rodamos por el suelo, y sentí su corazón dejar de latir clavado en el filo del abrecartas que yo sostenía. Yo… maté a mi propia hija. -
La abuela calla, las mejillas húmedas y la mirada perdida, como si reviviese una vez más los dolorosos recuerdos.
- Así que te digo Skara que si eliges ese camino, debes recorrerlo sola. Por eso te crié así, por eso apenas tenemos relaciones con la aldea, por eso elegí esta vida de distancia y aislamiento. Es la única forma que se me ocurrió para protegerte. Yo ya he hecho mi trabajo. Por tus venas corre el poder de los antiguos, tienes la disciplina y la voluntad, y casi todos los conocimientos que quedan, al menos todos los que he podido recopilar sobre las antiguas prácticas. Ya tienes diecisiete años. Ahora te toca a ti elegir qué rumbo tomarás. -
*
* *
Las llamas de la hoguera se apagan lentamente. Todo había acabado. Los restos de Bryseis Drae eran ahora sólo humo. Sus cenizas serían esparcidas por el viento.
- Fue siempre una gran dama, una gran señora como salida de los tiempos antiguos. - Skara sonríe a Barekas, de pie junto a ella. Únicos asistentes a los últimos ritos.
- Yo…bueno, tengo entendido que se va usted en unos días, ¿no? – Skara asiente – Es una pena, siempre ha habido Draes en este caserón – dice mirando la casa cercana. – De todas formas, si no le importa, yo continuaré cuidando de la casa de vez en cuando. Ya sabe, para cuando usted vuelva.
- Sí, gracias Barekas, seguro que volveré. Dentro de algún tiempo. -
El viejo tiefing saluda con una inclinación de cabeza y se marcha.
Skara mira con cariño las inmensas estanterías que cubren las paredes en las que ha pasado tantos años estudiando y preparándose. Sobre la mesa, los antiguos pergaminos carcomidos por el tiempo. Páginas arrancadas de algún antiguo volumen. Dos viejos documentos apenas legibles y las notas de su abuela. Esta noche efectuará el ritual de dominación, la antigua práctica para elegir un demonio y atarlo a su propia mente. Y si lo consigue, no se quedará en el Bosque. Según las investigaciones de su abuela, es posible que en la tumba de virrey Kairos haya documentos que le permitan aprender rituales para mantener el dominio sobre el demonio, para someterlo totalmente. Sigue con el dedo el mapa extendido en la mesa, allí están las ruinas de la tumba de Kairos, lejos, al Sudoeste.
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Las voces, como correr de agua entre las piedras o soplar de viento entre las hojas. Las voces de su Bosque a las que ya no prestaba atención. Era momento de escucharlas, porque entre ellas estaba la que buscaba. Voces que hace tiempo que no la atemorizan, voces que llevan tantos años en su cabeza que ya son viejas compañeras. Si todo salía bien, mañana sólo habría una voz en su mente, y la llevaría con ella lejos del Bosque. Al mundo de las razas inferiores, de los descendientes de esclavos. ¿Cómo se llamaba la ciudad humana cerca de la tumba de Kairos? Ah, si, Detritus.
Muñón: Honor de Gladiador: Relato Inicial.
Harold entreabrió los ojos. Se encontraba tirado en un camastro, en algún lugar desconocido. Recordaba haber luchado en una Arena completamente nueva. Malatea. Estaba en Malatea. El enano volvió a sumirse en la oscuridad.
Piedra fría. Eso era lo que recordaba con mayor claridad. Se encontraba en la cantera familiar, muy lejos de cualquier lugar conocido por nadie que fuera ajeno al clan. Durante muchos años la familia Godwin, del clan Mazopétreo había explotado la cantera oculta en la infraoscuridad de las montañas Caim. Su usufructo los había convertido en una de las familias más ricas y prominentes del Clan.
Harold era el primogénito de los nueve hijos que el patriarca Grimnir y la recia y poderosa matrona Bruntra, de la vecina familia Lineir, habían engendrado. Sus padres se sentían orgullosos por el natural talento de Harold hacia las rocas. En muy pocos años se había convertido en uno de sus mejores capataces, y no tardaría en poder hacerse cargo de la dirección de toda la compañía.
Los hermanos de Harold pronto comenzarían a trabajar también en la explotación, siguiendo el mismo camino que su hermano mayor. Todos excepto Cheov. Cheov tenía planes propios. Deseaba hacerse cargo directamente del negocio familiar, sin pasar por la extracción y elaboración de las valiosas piedras calizas que constituían el sustento de su familia. Harold desconocía las aviesas intenciones de su hermano, mas esa ignorancia sería crucial para su declive.
- Cheov - murmuró el enano sólo en su camastro. Un nombre en el que hacía muchos años que no pensaba.
Harold se encontrada trabajando sobre un sillar de proporciones perfectas, puliendo las últimas imperfecciones antes de que se enviara al centro de distribuciones, listo para entregárselo al cliente, el nuevo Templo de Moradin que se estaba construyendo en la capital enana. El joven capataz gustaba de encargarse personalmente de los últimos retoques, y procedió a grabar los símbolos de buena suerte en el bloque pétreo. En ese instante - quizá el más importante de su vida aunque no lo supiera - ocurrió algo. Tras grabar la runa que había de traer la buena suerte al sillar, Harold atisbó un breve destello de luz y sintió cómo las fuerzas abandonaban su cuerpo, casi como si fueran absorbidas por la piedra. Mareado, Harold se retiró a descansar.
Pocas horas después, el joven capataz se hallaba recuperado, pero espoleado por la curiosidad decidió repetir el proceso que le había llevado a aquella sensación. Su sorpresa fue mayúscula cuando descubrió que realmente era capaz de transferir sus energías a las marcas en la roca, a las runas que grababa en ellas.
Harold decidió investigar más a fondo su don. Acudió a los eruditos más ancianos entre su raza, y pronto aprendió que lo que era capaz de hacer no era visto con buenos ojos por la sociedad civil. Tan sólo los elegidos de entre la casta sacerdotal debían poder realizar tales portentos, siempre en honor al todopoderoso Moradin.
Sin embargo, Harold, aunque reverenciaba al dios enano, no era especialmente devoto. ¿Entonces por qué podía desarrollar ese poder? La respuesta la halló en lo que otras razas consideraban un don, pero que los enanos vilipendiaban: la magia arcana. Denostada por los sacerdotes de Moradin, la magia arcana era una aberración, algo que no debía ser usado por quienes no fueran los elegidos.
Harold ocultó su nuevo don incluso a su familia. En secreto logró hacerse con varios grimorios que le enseñaron los rudimentos del arte, tomos escritos muchas veces en lenguas que hubo de aprender a leer para poder continuar su formación. Poco a poco las rocas salidas del taller Godwin adquirieron fama y renombre por su majestuosidad, resistencia y dureza. Harold estaba complacido, y pronto se hizo con el control del negocio al cien por cien, para disgusto de su envidioso hermano Cheov.
El tiempo pasó, y Harold fue haciéndose más y más diestro, pero al mismo tiempo comenzó a necesitar mayores recursos para su investigación. El enano desvió parte de los recursos de la familia para construir un formidable laboratorio en el que incrementar sus conocimientos y poderes. Muchos de los sillares destinados a grandes construcciones terminaban en sus manos, y el propio Harold comenzó a ausentarse de sus labores como capataz, dejando al cargo a su bienamado hermano menor, Cheov.
Pasó el tiempo, y el Templo de Moradin llegó a ser construido. Sin embargo, el receloso Harold se arriesgó a insultar al clero, no asistiendo a la inauguración. Por supuesto Cheov estuvo encantado de acudir en representación de la familia. Sin que Harold lo supiera, el hermano menor había propagado ciertos rumores acerca de la errática conducta del primogénito, sus injustificadas ausencias y lo poco que le importaba ya la familia. Poco a poco, Harold comenzó a ser visto como un ermitaño, un loco que dedicaba su tiempo a artes extrañas y que prefería la soledad a llevar la gloria a su Clan.
Sin embargo, seguía siendo el que ostentaba el poder económico y ,cada vez más, recurría al tesoro familiar para comprar piedras exóticas, utensilios extraños y manuales extranjeros. La situación económica se volvió insostenible cuando Cheov decidió dar un golpe de estado en la familia y escindió, gracias a tecnicismos legales, y aconsejado por el Templo, parte de la compañía.
Harold, convencido de que la competencia sería inútil contra sus poderes, ignoró el peligro. Hasta que fue demasiado tarde. Su compañía quebró, y él fue abandonado por todos, amigos y familiares. Sólo entonces comprendió lo que en realidad ya sabía. Si se quedaba allí, jamás alcanzaría nuevas cotas de poder. Jamás descubriría nuevas propiedades ni sería capaz de realizar portentos que asombraran a todos. Pero algún día volvería para reclamar lo que le pertenecía por derecho.
Y así fue como Harold Godwin se marchó de su hogar, abandonó su familia con sus escasas propiedades y se estableció en una lejana ciudad del Imperio Humano, llamada Detritus.