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Kingmaker

Parte Cinco: La Guerra de los Reyes de los Ríos

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15/03/2016, 22:11
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Irrumpiendo en el Palacio del Maldito Irovetti

Faltaba todavía un mes para que las tropas de el Rey de Pitax se rindieran, luego de que las Casas de Comercio tomaran posesión del gobierno (nuevamente) y anunciaran la rendición incondicional de la ciudad al monarca del norte. Si bien la urbe estaba sufriendo uno de los peores momentos en sus trecientos años de historia, a su señor no pareció molestarse, y se halló recluido en su mansión durante todo el asedio, lejos de cualquier sufrimiento, ni siquiera psicológico o moral.

El asedio de Pitax fue el tema central en todas las mesas de los Reinos del Río e incluso en Brevoy. Lo cierto era que cinco meses consecutivos manteniendo a mi ejército, por pequeño que fuera, me estaba saliendo caro, y si bien el tesoro del reino podía mantener la situación indefinidamente, no estaba dispuesto a perder oro existiendo la posibilidad de acelerar la conclusión del proceso.

Así fue como en plena noche crucé me introduje con facilidad en Pitax, usando la forma de un pequeño cuervo negro de plumas rojizas (invisible completamente en mitad de la noche). Me adelanté hasta el Palacio de mi enemigo, un edificio amplio pero de un solo piso, sus techos eran variados pero era realmente más cercano a una mansión antigua que a un castillo o una fortaleza. Lo cierto es que lo era, la casa había sido de un viejo y excéntrico mago muerto hacía mucho tiempo.

La sutileza se fue al demonio cuando caí en picada desde el oscuro cielo nocturno, tomando la forma de un gran dragón rojo. La columna de fuego que salió de mi boca e impactó contra la puerta del Palacio iluminó medio barrio austral de la ciudad. Los vítores de las tropas fuera se escucharon como un mar de salvajes.

Las anchas puertas recubiertas con plomo no aguantaron demasiado, al cabo de unos segundos habían sido reducidas a cenizas. Entré con violencia, aferrando mis patas al umbral, arrancando piedras y rasguñando el mármol. Las puertas daban paso a un vestíbulo hexagonal en cuyo centro se levantaba una fuente con la estatua de una ninfa en medio. Allí dos trolles ataviados con pesadas armaduras siniestras y un hacha de batalla (que un hombre cargaría con ambas manos) en cada garra. 

Solté una bocanada de fuego que sumió toda la habitación en llamas, el agua de la fuente hirvió al instante y todo quedó negro, las paredes, el techo y el suelo. Cuando las fauces se cerraron ambos orcos continuaban increíblemente vivos. Las placas de acero estaban al rojo y no había centímetro de su piel verde que no estuviera ampollada, carbonizada o convertida en una costra supurante de color pardo oscuro.

Me lancé sobre uno que replicó con sus enormes hachas, logré empujarlo con la cola y mantener a raya al otro con un empujón telequinético. Arranqué la armadura del más cercano y terminé por matarlo, para poder encargarme del otro. Sus hachas golpeaban contra mi dura piel que logró aguantar cada impacto hasta que finalmente el segundo guardián se rindió a mis colmillos.

 

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16/03/2016, 16:45
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La Sala del Trono

Hice trizas la puerta que conducía a un amplia sala. Dos balcones se levantaban a cada lado, en cada uno había tres heraldos que dispararon flechas contra mí. Me defendí con fuego y furia, mientras media docena de soldados armados hasta los dientes se lanzaban cuerpo a cuerpo.

Alcé el vuelo, destrozando uno de los balcones con mi cola y soltando una columna ardiente sobre los guardianes. Giré en redondo, recibiendo flechas a cada segundo y caí deliberadamente sobre los otros tres heraldos del balcón restante. Allí acabé con ellos arrancando sus carnes con mis fauces y garras. 

Los soldados intentaban alcanzarme pero volví a dedicarles una mortal llamarada. En ese instante, otra patrulla de seis soldados apareció por la puerta del vestíbulo. Murieron bajo una llamarada mortal. Fijé mi vista sobre dos trolls armados, idénticos a los que vigilaban la habitación de la fuente. 

Mi cuerpo se rodeó de filamentos eléctricos que luego fueron dirigidos a los que todavía quedaban en pie, aunque no por mucho tiempo... El impacto les produjo heridas de gravedad, pero ambos continuaron en pie, cargando contra mí. Evité los ataques y conjuré una bola de fuego que explotó inundando toda la sala del trono con fuego y muerte. 

En el silencio que precedió otra patrulla arribó a la puerta, echando tímidamente miradas al interior, intentando determinar la amenaza. Una niebla verdosa brotó del suelo a sus pies y contrajo sus pulmones, tosieron sangre y se doblaron por el vientre, cayendo de rodillas o tumbándose en el suelo. En eso, otra de las puertas se abrió de par en par, con un estruendo. Bajo el umbral se presentaba Jarrg, el general de Irovetti que había invadido Agnis.

-¡Pagarás por tus crímenes! ¡Ríndete y tendré misericordia! -vociferé en ogro.

El enorme líder no respondió, levantó sobre su cabeza la gigantesca espada que le acompañaba y cargó soltando un enorme grito. Escupí sobre él un río de fuego rojo que encendió su piel y su armadura pero que no aminoró su marcha y entonces nos trenzamos en una épica batalla a garra, colmillos y espada.

Salté sobre una pared impulsándome para llegar al otro lado de la sala y pudiéndolo rodear, al tiempo que evitaba sus ataques y me mantenía alejado. La patrulla que aguardaba en la puerta se reunió con una segunda y juntas ingresaron al unísono en la sala. Aproveché el momento y no permití que me superaran en número. Una bola de fuego justo en el umbral fue suficiente para acabar con la mayoría de los atacantes, que perecieron entre las llamas.

Jarrg era poderoso, un guerrero extraordinario, de gran fuerzas e implacable, pero resistía tanto a las llamas como cualquier otra bestia de su tamaño. Finalmente, le dediqué una prolongada llamarada mientras descendía sobre él con las alas abiertas. Estaba agotado y adolorido y apenas podía moverse, sosteniéndose solamente gracias a la espada que le proveía de apoyo.

-¿Quieres decir algo? -pregunté en su lengua.

-No -respondió arrastrando la palabra.

Con la violencia de mil guerras lo arrojé lejos con un golpe rotundo de mi cola y salté sobre él, arrancando cada pieza de armadura con mis garras, y luego arrancando su carne y víceras, hasta finalmente devorar su rostro.

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16/03/2016, 20:38
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La Caída del Rey Irovetti

Tras la masacre de la Sala del Trono continué investigando el palacio. Los pasillos con cientos de puertas no llevaban más que a una interminable sucesión de pequeños cuartos vacíos y sucios. Esporádicamente se cruzaban en mi camino, o deliberadamente me cerraban el paso al escuchar mis pasos y bufidos, los soldados de la guardia.

Me abrí paso entre cadáveres y ceniza hasta hallar una escalinata que conducía a un sótano, un sitio oscuro con varios instrumentos de tortura y celdas. En ella se encontraba una gárgola que identifiqué de inmediato como viva y ataqué. No puso mayor defensa que un soldado ordinario.

Encontré una puerta secreta en aquel oscuro lugar, que daba a una habitación con escaleras de caracol que descendían incluso más hasta una cueva. En dicha cueva existía un estanque de agua silenciosa y una habitación, armada de tal forma que dos de sus paredes no existían y daban lugar a la cueva, y el resto representaba una muy cómoda habitación. Irovetti aguardaba allí aferrando su mágica alabarda con ambas manos y preparándose para la batalla.

Lord Irovetti era un luchador diestro y entrenado, sin duda había pasado su vida preparándose para un combate como aquel. Primero le lancé cinco elementales de fuego grandes que le mantuvieron entretenido. Luego regresé a mi forma dracónica y la batalla ya no tuvo retorno para él.

Fue ágil como para esquivar muchos de mis ataques y llamaradas, incluso algún que otro conjuro, pero eso solo prolongó lo inevitable de su derrota. En un momento, él agotado y herido, intentó abrir una Puerta Dimensional que lo sacara de allí pero rápidamente contraconjuré su encantamiento y lancé un campo antimagia.

Viendo que su vía rápida estaba comprometida corrió en dirección a una puerta oculta en la cueva que fue bloqueada con un muro de fuerza. A este punto soltó su alabarda y se rindió a mis pies.

Lord Irovetti fue ejecutado en la plaza pública de Pitax y su cuerpo y cabeza formaron la principal atracción del desfile de la victoria en Altalanza, cuando regresamos.

Decidí tomarme dos días antes de volver a las labores de gobierno... La guerra al fin había terminado.

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17/03/2016, 14:15
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La Anexión del Reino de Pitax

(8 años)

Los meses venideros a la caída de Lord Irovetti también se centraron en Pitax, lugar donde pasé mayor parte de mi tiempo organizando la reconstrucción, la pacificación, el gobierno y el sometimiento total de los territorios del reino. A pesar del gobierno despótico que Irovetti había impuesto sobre la ciudad, Pitax nunca había dejado de ser una ciudad de ladrones y bandidos e imponer mi ley no fue un trabajo sencillo, especialmente si no quería ponerme enemigos en contra que pudieran perjudicar grandemente mis intenciones de transformar la ciudad en una importante metrópoli.

Para poder delegar el liderazgo de la ciudad (y con ello sus problemas) decidí que la mejor manera era devolverle el poder a sus antiguos poseedores y mayores afectados por el puño de Irovetti: las Casas de Comercio. Durante el reinado de Castruccio habían sido relegadas a las sombras de sus propios negocios y tras ello el Gremio de Ladrones tomó el vacío dejado, aliándose con Irovetti.

Tenía claro que se sucedería una cruenta guerra entre las Casas y el Gremio si solamente ponía a las primeras en poder, e indudablemente la mera existencia de un gremio de ladrones ponía en peligro la sola idea de un gobierno basado en el Derecho y en la Ley del Soberano.

Opté por decretar la extinción del Gremio de Ladrones y pasé algunas semanas limpiando el terreno de opositores y líderes de la organización que no se plegaran a mi voluntad (cosa que la mayoría hizo). A continuación creé un Consejo de la Ciudad donde se encontraban representadas las cuatro Casas de Comercio y el Representante gremial (surgido de la votación de todos los gremios honestos de Pitax). De esta forma la ciudad pasaría a estar dominada por un órgano colegiado local.

Por debajo de esta institución se encontraría mi representante, el Lord Capitán de la Guardia de Pitax, quién obedecería las órdenes del Consejo pero que se encontraría bajo mi jurisdicción directa (y por tanto el Consejo no podía despedirlo). El Capitán tendría el control de las tropas en la ciudad, lo que me aseguraba que nadie pudiera organizar una rebelión armada en mi contra.

Tras varios años bajo un gobernante que poco espacio otorgaba a sus súbditos, especialmente a las Grandes Familias, este sistema fue recibido con vítores y aplausos. Fue el momento de reclamar el resto de las tierras, cosa que debía hacer rápido antes de que los reinos limítrofes tomaran de hecho las tierras que habían reclamado o disputado con Pitax durante siglos.

Así fue como mi primera parada fue en Sarain, un pueblo fronterizo, vecino de Mivon. Cuando llegué, una compañía de cien hombres acampaban al otro lado del río. Mi reclamo fue contundente y así se lo comuniqué al comandante de la tropa, quienes continuaron acampando pero no desataron acciones mayores. Hice lo mismo con el Alcalde Selline quién recibió una nota de mi Embajadora indicándole el reclamo formal de las tierras al oeste del río.

Finalmente hice lo mismo visitando la aldea de Mormouth, acallando su ya fuerte intención de correr las fronteras y pertenecer a Numeria. Convencí a su alcalde de que apoyarme le daría más beneficios que cualquier otra opción y lo mismo hice con alguno de los principales cabecillas de esa idea poco conveniente. Tuve que aflojar algunas monedas y hacer algunas promesas pero nada que no fuera a cumplir. La inversión en las ciudades era una realidad que ellos mismos habían escuchado de la propia Pitax, quién se veía empujada por un crecimiento que no había visto en siglos, a base de oro y políticas eficaces.

A pesar de mis esfuerzos, la sombra de los nuevos enemigos acechaba desde lo desconocido, aguardando el momento perfecto para atacar. No podía dar por sentadas mis fronteras, especialmente las más recientes y de frágil estabilidad. Además, los enemigos se multiplicaban de a momentos y cada decisión tomada causaba aliados y enemigos instantáneos. 

¿Qué amenazas me deparaban?