Noticias Preocupantes
(6 años y 6 meses)
Justo luego de establecer los colonos, construir las carreteras y concretar, en definitiva, la expansión al oeste, regresamos a la Fortaleza Roja debido a una inquietante noticia.
Una hueste de soldados, bárbaros y trolls habían sido avistados en la frontera occidental hacía unas pocas horas, y se encaminaban en dirección a Tazlford. Mi primera orden fue que las patrullas de vigilancia mantuvieran su distancia, no quería que se sucediera una escaramuza sin sentido que pudiera terminar con las vidas de mis hombres.
Aún así, los informes declaraban la presencia de entre treinta y cincuenta individuos, por lo que tendríamos que viajar a Tazlford de inmediato para alertar al Lord Alcalde y sus pobladores. El pueblo, y su fortaleza, podrían plantar cara con facilidad a los invasores. Pero las casas y personas que quedaran fuera de la protección de sus muros correrían grave peligro. Además, me interesaba saber cuál era la naturaleza del ataque. ¿Se trataba del saqueo de una banda de inadaptados que vagaba por las tierras sin rey del oeste o se trataba de algo más? La envidia de nuestros vecinos occidentales había quedado patente con el envío de algunos agentes desde Fuerte Drelev, otra de las reparticiones realizadas por Restov.
El Barón Drelev (si, aún era un señorsito) no había logrado en seis años lo que yo había construido en uno. Su incapacidad y la incapacidad de sus servidores era patente, y como siempre, los mediocres intentan arrebatar lo que no pueden lograr por si mismos.
¿Sería esto cierto? De serlo así me movilizaría rápido y con decisión, dando un mensaje claro a Drelev y todos los que pretendan aprovecharse de mi buen reino. Claro, para desarrollar tal acción con legitimidad el ataque a Tazlford debería concretarse, pero no estaba dispuesto a dejar que mis súbditos pagaran (y por tanto que se esparcieran rumores sobre mi incapacidad para protegerlos) a costa de una mejor posición a la hora de contraatacar. En mi favor, contaba con el apoyo de la hermana del Rey, Natala Surtova, la Señora de la Espada Jamandi Aldori en Restov, y la tribu Nomen en el este. Las primeras dos me permitirían realizar las maniobras políticas necesarias para contraatacar llegado el caso, mientras que los Nomen me daban seguridad en mis fronteras orientales.
Sentado en la Sala del Trono, recibí los informes de los altos oficiales. Mi Mariscal estaba al tanto de todo e incluso presentó al mensajero que trajo las nuevas ante mi, para que explicara lo que las patrullas habían visto.
-Creo que está claro, en base a la información limitada que tenemos, que el rumbo de acción debe ser inmediato y decidido -dije, ante los presentes-. Partiré inmediatamente a Tazlford para alertar a sus habitantes, ponerlos a resguardo y organizar la defensa. Estoy seguro de que podremos eliminar la amenaza incluso antes de que puedan realizar algún daño irreparable.
Habiendo dicho esto nos teleportamos a las afueras del pueblo, acompañado por Liliz y Darvan.
Llegando a Tazlford
Aparecimos en las afueras del pueblo, desde allí se podía contemplar los edificios más alejados y de fondo el fuerte que oficiaba de centro neurálgico. Ingresamos en el asentamiento y la gente me reconoció de inmediato, reuniéndose para darme la bienvenida y haciendo que la noticia se expandiera como el fuego.
Al cabo de unos minutos arribó a nuestro encuentro un hombre armado acompañado por dos guardias.
-¡Mi Señor! -exclamó con una sonrisa- Le doy la bienvenida a Tazlford. Soy Coren Lawry, Capitán de la Guardia. Permítanos escoltarle hasta el castillo. Esto es una sorpresa que jamás pensé que me deparara el destino, mis señores. Duque Dracaris -me reverenció-, General Liliz y Sir Darvan. Síganme, por favor.
-Capitán -exclamé-, siento gran placer por visitar a mis estimados súbditos en Tazlford. Sin embargo, debo rogarle por celeridad. Un asunto urgente es el que nos convoca en este día. Quisiera una entrevista con el Lord Alcalde Rezbin de inmediato.
Coren asintió con severidad e indicó a sus guardias que apartaran a la multitud para poder abrirnos paso con mayor facilidad. Alcanzamos así en pocos minutos la fortaleza y prontamente nos encontramos en el Gran Salón, donde me aguardaba Loy, quién había engordado algunos kilos.
-Veo que la vida como gobernante te sienta bien -exclamé con una sonrisa-.
-Mi Señor, mis actividades en este pueblo no son ni de lejos tan ajetreadas como en la capital -respondió Loy, que también estaba acompañado por su esposa Latricia-. A veces extraño mis tiempos como Embajador... pero no puedo quejarme -concluyó palmeándose la barriga con alegría.
-Me temo que la emoción volverá a ti -dije-. Lamentablemente, no son las buenas nuevas lo que me trae aquí. Me han reportado que en menos de un día Tazlford será atacado por una hueste invasora. -la corte presente se agitó, murmurando- Vienen del noroeste, siguiendo el curso del Río Estrecho. La partida incluye guerreros y trolls o gigantes... En total, entre treinta y cincuenta atacantes. He venido a ponerlos en alerta para salvaguardar la vida de mis súbditos, asistir en la defensa y averiguar quién envió a estos sujetos o si actúan por motus propio.
-Mi señor -dijo Loy-, le doy las gracias en nombre de todos sus humildes y leales súbditos en Tazlford. No es necesario que aclare que la Guardia se encuentra bajo su total disposición, al igual que todos los esfuerzos que podamos hacer sus oficiales de gobierno.
-Muy bien, preparémonos -ordené.
Tras pasar algunas horas un nutrido grupo de guardias, comandados por el Capitán, escoltaron a una joven llevándola ante mi. La muchacha vestía ropa de soldado, estaba sucia por viajar y sus ojos abiertos denotaban miedo y nerviosismo.
-Mi señor -me dijo el Capitán-, esta mujer se ha presentado advirtiéndonos del inminente ataque. Creí que lo mejor era que hablara directamente con usted, puede que sepa algo importante que nosotros no.
-Excelente trabajo, Capitán -dije-. ¿Quién eres?
-Mi nombre es Kisandra Numesti -respondió la muchacha-. Vengo de Fuerte Drelev, al oeste en el punto más alejado del Pantano Lengancho, fue establecido por el Barón Hannis Drelev de Brevoy. Mi padre es Lord Terrion Numesti, un caballero que una vez sirvió al barón, pero luego fue en su contra y fue arrojado a un calabozo como castigo.
-Parece un justo destino... -dije- ¿Qué sabes de los atacantes? Porque por tu presentación estás bastante al corriente.
-Así es -respondió-, son tropas de Barón Drelev, junto con un grupo de bárbaros de Lord Tigre y algunos enormes trolls. Me infiltré entre ellos hasta que se acercaron y luego me separé para advertirles, aunque creo que ya estaban al tanto.
-Sabía sobre el ataque pero me has proporcionado valiosa información que esperaba confirmar luego de la batalla -dije-. ¿Lord Tigre?
-Su nombre es Armag y lidera a los bárbaros de estas tierras salvajes -respondió-. Está aliado con el Señor de Pitax y ambos atacaron Fuerte Drelev. Para no perder sus dominios, Lord Drelev decidió someterse ante la fuerza conjunta. Les ha enviado este ataque para sobrevivir, demostrar su obediencia y fortaleza y de paso expandir sus pobres dominios.
-¿Y porqué me estás diciendo todo esto? -pregunté finalmente.
-Cualquier lealtad que haya tenido para con Lord Drelev murió en el instante que secuestró a mi hermana mayor y encerró a mi padre cuando éste se negó a cumplir sus ordenes -respondió-. Y para ser sincera, esperé que al advertirles pudiese ganar su favor para asistirme en liberarlos. Pero incluso si decidieses no hacerlo, no podía quedarme quieta y no hacer nada ante el ataque infame de este loco.
-Así que un cobarde que no puede protegerse decide atacarme a mí para demostrar su valía ante sus nuevos dueños -murmuré-. Gracias, Kisandra. Haré lo posible por recuperar a tu familia, pero no puedo prometerte nada, especialmente cuando se presentan todavía prioridades mucho mayores. Deberás quedarte en la retaguardia, dentro del fuerte, con el resto de la gente de Tazlford estarás más que segura. Pero si mal no recuerdo mencionaste que viniste entre ellos. ¿Qué puedes decirme de la hueste?
-Soy veinticinco hombres de Drelev armados con espadas y arcos largos -dijo-. Otros diez bárbaros utilizan hachas y por último hay seis trolls. El grupo es bastante desorganizado y torpe, probablemente no se hayan percatado de mi ausencia. Además, el líder es uno de los hombres de Lord Drelev. Su nombre es Ameon Trask, es un idiota y un tipo despreciable. No es más que un matón y no razonará ningún tipo de estrategia. Considera este pueblo como una aldea indefensa y no dudará en atacar de frente, cargando contra todo lo que se mueva.
Le agradecí nuevamente a Kisandra su información y lealtad. Era oriunda de Fuerte Drelev y parecía conocer muy bien el lugar, su gente y la situación política, lo que la convertía en un activo de valor.
Preparamos las defensas y aguardamos. La banda de invasores estaría a punto de atacar.
La Batalla de Tazlford
Hicimos los preparativos. Coloqué arqueros en el punte que cruzaba el Río Estrecho, trampas en el bosque, y tiradores en los techos de las casas y en las murallas del castillo. Barricadas fueros levantadas entre las casas para guiar a los atacantes hacia nuestros puntos fuertes, mientras que trincheras ayudaron a hacer lo mismo.
Darvan estaría en el campo de batalla, guiando y alentando a los guardias. Mientras, Liliz y yo nos encontraríamos en el aire. Aunque yo tenía planeado tomar forma de dragón y atacar inmediatamente.
Súbitamente, la tropa de Ameon apareció sobre la margen del río. Se escuchó un grito y cargaron contra Tazlford a toda velocidad. Las flechas les llovieron, al igual que un inmenso dragón que se lanzó sobre un grupo de guerreros, destrozándolos con todas las extremidades que tenía. Aún así, el resto pudo seguir hasta las afueras del pueblo.
Vociferando con brutalidad, los invasores se lanzaron contra el pueblo. Nadie les aguardaba tan alejados, y los ciudadanos se encontraban dentro del castillo. Así que tuvieron que luchar contra las flechas que venían de los inalcanzables arqueros. Sus tropas continuaron cayendo a cada paso que daban.
Finalmente se inmiscuyeron entre las calles de Tazlford, donde las flechas les continuaron cayendo y los guardias bloquearon el paso. Allí la lucha se mantuvo durante pocos segundos, porque una pasada del gran dragón rojo fue suficiente para carbonizar a la mitad de los bandidos remanentes.
Di un giro en el aire y avisté a la última amenaza: los trolls. Seis criaturas de tres metros de altura habían llegado, trepando sobre la sección de muralla que protegía el punto más débil del pueblo. Alcanzaron a un aldeano que por algún motivo no estaba protegido tras los muros del castillo y fue desmembrado en vida por uno de ellos.
La General de inmediato dio la orden y todos los tiradores al alcance (incluso ella con sus flechas de fuego) dispararon sobre ellos. Eran blancos fáciles para los arqueros. Pero lo que terminó con sus vidas incluso antes de que lograran causar mayores daños fue la lluvia de fuego y muerte que hice llover sobre sus patéticas cabezas.
Tres permanecieron con vida, salvándose de las ascuas, pero no así de las flechas. Uno de ellos pereció por estas antes de que se cruzaran con los guardias del pueblo. Se tranzaron en batalla, así que no pude acabar con ellos a base de fuego. Así que me lancé sobre ellos. Arranqué la cabeza de uno de un mordisco y mis garras atravesaron el vientre del segundo.
Así fue como la batalla terminó. Los invasores fueron diezmados sistemáticamente, los defensores no sufrieron bajas y no hubo daños a los edificios. Ameon Trask, el jefe de los atacantes, decidió que no tenía más opciones que la derrota y quiso huir. Cosa que le salió mal y terminó rodeado por una decena de guardias que lo escoltaron a un calabozo.
Según Liliz, podríamos intentar convencerlo para que nos brindara asistencia o simplemente dominarlo para que lo hiciera. Sus conocimientos militares sobre el enemigo seguramente fueran muy superiores a los de nuestra actual informante, por lo que su captura pareció un golpe de suerte.
Tras ordenar a la guardia que limpiara el campo de batalla de cuerpos y luego de que los habitantes del pueblo me vitorearan a grandes coros, me dirigí a donde había sido llevado. Sostuve una corta conversación con el sujeto y sabía que era capaz de convencerlo, de hacer que hablara y de que terminara sirviéndome. Pero no quería un tipo así de mi lado, y menos libre, sirviéndome o aparentándolo. Era una criatura despreciable que encontraría la muerte por mi justicia, eso lo tenía claro. Sin embargo, Liliz tenía razón, seguramente tuviera información clave que necesitaría en algún momento. Para eso quedaría allí, tras esos barrotes, pudriéndose hasta que necesitara lo que sabía. Y en vez de negociarlo, se lo arrancaría doblegando su patética voluntad. Y cuando cada gota de utilidad fuese sacada de su boca, le haría decapitar sobre un podio en Altalanza. De esto también estaba seguro.
Visitando Fuerte Drelev
(Día 2)
Tras el ataque supe que no podía quedarme quieto, y que si bien la situación de Lord Drelev era precaria, y que probablemente no tuviera los medios para realizar un segundo ataque, quería enviar un mensaje claro. Una voz de fuerza y determinación que acallara cualquier susurro en contra de Agnis, demostrando así a mis vecinos que el ducado-reino era no solamente capaz de defenderse sino que era capaz de tomar represalias inmediatamente.
Así que la venganza debería cumplirse y recaería sobre Lord Drelev y sus aliados como un rayo, de repente y sin contemplaciones. No me entretendría más explorando el pantano, para eso estaban mis exploradores. ¿Y los lugares complicados? Serían motivo de visita en el futuro. La prioridad actual era Fuerte Drelev. Conocer el sitio, aprender sobre él, conocer sus debilidades y fortalezas, acercarse a su gente y golpearlo con todas mis fuerzas, aniquilando a cada sucia cucaracha que llamara a Drelev un amigo, me importaba poco que fuera un Barón de Brevoy, ahora sus lealtades estaban con Pitax y los bárbaros y sin dudas aprovecharía esto en la corte del Rey.
Emprendimos viaje surcando el cielo hacia el oeste, sobrevolamos el Lago Lengancho y arribamos a su costa más lejana, donde en la desembocadura de un ancho río se alzaba la ciudad de Fuerte Drelev. Según lo que sabíamos, el Barón Drelev recibió mercenarios de Pitax para que funcionaran como guaridas, aunque ahora eran más carceleros de la desdichada población que vigías del exterior. El Señor de la ciudad, su esposa y aliados, estaban resguardados de la horrible y violenta realidad del pueblo llano en el bastión. Las gentes sobrevivían como podían, intentando mantener en pie el poco comercio que quedaba, guardando silencio en las calles para no llamar la atención de los abusadores mercenarios o aguardando una ocasión propicia para escapar (aunque la mayoría moría a mano de los guardias o le esperaba un destino aún peor en el pantano). Estaban sometidos a un toque de queda nocturno, que impedía la circulación por la ciudad desde una hora antes del atardecer hasta una hora luego del amanecer. Durante las horas nocturnas, trolls de las colinas patrullaban las calles y el perímetro de la ciudad.
Las opciones para liberar Fuerte Drelev de sus opresores eran variadas. Un ataque frontal era sencillo, los mercenarios eran limitados, vagos, poco entrenados y cobardes. No tenían chance de sobrevivir. No obstante, debía considerar el caos de una batalla campal, las bajas civiles y colaterales y el daño a estructuras, que podía costarme caro en cuanto a popularidad entre la población del pueblo. Según Kisandra, los habitantes podrían verme como un liberador e incluso unirse a mi reino si acababa con los principales gobernantes de la ciudad. Eso suponía que atacar el bastión primero revestía la mejor opción.
Una vez liberado el padre de Kisandra y otros opositores del régimen y terminando con la vida del barón y los suyos, la toma y anexión de Fuerte Drelev parecía un paso lógico y sencillo.
Mas quedaba una última condición a ser tomada severamente en cuenta: Armag, el Renacido, Señor Tigre de los bárbaros, mantenía bajo su poder a varias hijas de autoridades secuestradas, como garantía de la lealtad de Lord Drelev y los suyos. Si yo era el causante de la muerte de las jóvenes, tendría su sangre en mis manos.
Sería algo que debería pensar antes de mover ficha.
Stinder Morne
(Día 3)
Liliz y Darvan aguardaron en el bosque, escondidos. Mientras tanto utilicé conjuros de cambio de apariencia e invisibilidad para colarme en la ciudad en pleno día. Así fue como llegué hasta "El Rincón de Terciopelo", el burdel de la ciudad. Lugar donde encontraría a Stinder Morne, su dueña y amiga de Kisandra. Antes de partir me dio este contacto, me indicó que podía confiar en ella y me dio su propio anillo.
El burdel era un sitio ruidoso, donde corría el alcohol y el sexo en partes iguales. Su dueña era una mujer singular y fácilmente reconocible. Solicité una entrevista que se me concedió casi inmediatamente. Le entregué el anillo y una flor, como me había indicado Kisandra y la nombré. La actitud de Stinder cambió abrúptamente y me llevó a una habitación secreta. Allí me ofreció su ayuda y asistencia en lo que necesitara, los cuartos ocultos de su local para el descanso y medicinas, sus conocimientos de la población, los mercenarios (que eran su principal fuente de ingresos) y un secreto túnel que conducía a las catacumbas del Fuerte Drelev fueron altamente fructíferos.
Ingresar en el bastión en silencio y por debajo, eliminando todos los posibles enemigos de forma silenciosa era una buena idea. Me permitiría tener acceso directo al centro donde se hallan los principales opresores de la ciudad, y una vez el Barón se encuentre bajo mi control, el resto caerá por su propio peso. Incluso una batalla directa me permitiría eliminar a todos los mercenarios sin poner en peligro a los civiles.
El Túnel Subterráneo
Encomendé a mis acompañantes que me aguardaran en el bosque, en el lado norte, cerca del Bastión Drelev. De esa manera, si requería asistencia dentro de la torre o en los patios, tan solo enviaría un mensaje telepático y vendrían en mi ayuda.
Abandoné bajo un encantamiento de invisibilidad la ciudad y me encaminé al norte, donde busqué y encontré la entrada secreta del túnel. Su existencia era previa al establecimiento de Fuerte Drelev y las cuevas naturales que corrían a su largo habían sido aprovechadas por el barón como vía de escape.
Retiré los arbustos secos que camuflaban la entrada y saqué las tablas. Al ingresar el túnel se introducía por la piedra hasta dar lugar a una enorme y oscura caverna. Dos enormes limos gigantescos habitaban el sitio, así que tuve que lidiar con ellos antes de dar con la puerta de hierro que impedía continuar.
La desintegré con una potente maldición y continué caminando. Dos cavernas más subsiguieron a la primera, hasta que el túnel se estrechó hasta llegar a un callejón sin salida. Se trataba de una puerta secreta. También la volé en pedazos.
Ya estaba dentro del bastión y dentro de la torre principal.
El Sótano de la Torre
Ingresé en una cámara que parecía ser una bóveda, sobre una mesa se encontraban multitud de piedras preciosas, gemas y perlas. Joyas de oro e incrustaciones y dos cofres, uno con un peto de acero, espada y pociones y otro con varios objetos labrados en oro y plata.
Seguramente se trataba del lugar más seguro y escondido de la torre, y se notaba. Las tres salidas estaban inusitadamente escondidas, camufladas como parte de las paredes. Sus complicados cerrojos no tenían forma de soportar mis conjuros de apertura, así que cedieron fácilmente.
Ingresé entonces en lo que parecía ser el calabozo. ¡Pero era el lado equivocado de una celda! ¿Porqué demonios alguien pondría una puerta secreta en una celda de prisioneros? Quizá el barón temía ser apresado en algún punto de su ilustre carrera. Al otro lado del pasillo, en una celda más grande, había un sujeto tirado en el suelo, apenas una silueta sin movimiento ni sonido. El resto parecían estar vacías, aunque desde esa perspectiva poco podía confirmar.
La cerradura de la celda se abrió, y el prisionero (el único) dejó su letargo de dolor y soledad para voltear su rostro hacia mi.
-¿Quién eres? -preguntó extrañado- No eres un guardia ni nadie que conozca, ¿eres extranjero?
-Si, lo soy -respondí-. Pero nadie que puedas imaginarte. ¿Cómo es tu nombre?
-Mi nombre es Lord Terrion Numesti -respondió-. ¿Por dónde has llegado? ¿acaso saliste de esa celda?
-¿Eres el padre de Kisandra? -pregunté interesado, si este sujeto era un noble, y además uno leal, según su hija, podría ayudarme a gobernar el Fuerte una vez que lo tomara- Tu hija me ha hablado de ti. Soy Saeral Dracaris, soberano de Agnis y Señor de Altalanza. He venido a liberar a la gente de Fuerte Drelev del yugo de su señor e invasores.
-¿Kisandra? -dijo, con una sonrisa, sus ojos se llenaron de lágrimas- ¿Mi pequeña está a salvo? ¡Gracias a los dioses! Saeral, la gente de esta ciudad lo agradecerá enormemente, ¿que sucede fuera?
-Nada -dije-, lo mismo de siempre. No quise llamar la atención y por eso, y gracias a la información de una aliada, di con un túnel secreto que me dio acceso a este calabozo. Estoy preparado para limpiar la torre principal y continuar por todo el bastión, para luego caer sobre la ciudad. Una vez el Barón y los suyos estén bajo control, los mercenarios se rendirán, no son criaturas de excesivo valor.
-Así es -respondió Terrion, mientras el cerrojo de su celda daba vueltas por voluntad propia y se abría con un sonido a herrumbre-, no sé dónde se encuentran mis armas, y estoy realmente herido, pero dame una espada y te seguiré hasta las últimas consecuencias. Quisiera acabar con esto.
-Lord Numesti, tengo planes para ti en el futuro -dije-. Tu hija me pidió que te sacara de aquí con vida y es lo que haré, con algo de suerte haré lo mismo con tu hija mayor, cuando enfoque mis esfuerzos en dar caza al Señor Tigre... No obstante, necesito que salgas de este lugar. Después de esa celda encontrarás una bóveda, en uno de los cofres encontrarás una armadura, armas y pociones, puede ser incluso de tu propiedad. Quiero que continúes por las cavernas hasta el final del túnel. Allí uno de los míos, Darvan, te aguardará para mantenerte a salvo. No estás en condiciones de luchar.
El hombre asintió, me agradeció y se puso a mi servicio, luego abandonó el lugar con algo de dificultad, encorvado y arrastrando los pies.
El calabozo tenía dos puertas, además de la entrada secreta. Una daba a un cuarto de baño, con agua y una silla. La otra daba lugar a un frío almacén, con comida y bebida, y donde se hallaban las escaleras principales al siguiente piso. Este lugar estaba conectado a la bodega, un sitio que me llevó quince minutos recorrer a fondo porque me detuve, contemplando prácticamente cada botella. La colección de más de un centenar de botellas de diferentes sitios hizo que mis ojos se humedecieran. Tal colección sería trasladada íntegramente a la Fortaleza Roja a la primera oportunidad.
Finalmente, una puerta de hierro con una intrincada cerradura daba espacio a otra bóveda, una que no era secreta, y donde se guardaba el tesoro en forma de monedas y lingotes de plata. Seguramente esta tesorería habría estado mucho más llena en otras épocas, pero con los tributos a Pitax y Armag había menguado considerablemente.
Regresé a la bodega donde me quedaba investigar una puerta secreta que había visto, era la tercera puerta sin abrir de la bóveda secreta. Pero regresar a esa habitación (ahora con un cofre vacío) me permitió ver algo que no había visto antes. Una trampilla en el techo. Estaba cerrada, pero pude abrirla con magia. Eché un vistazo y daba a un pequeño cuarto sin aberturas que solo contaba con una puerta de madera. Terminé por trepar y descubrí que había otra trampilla en el techo de este lugar que permitía subir al segundo piso.
Ameon me había hablado de esto (bajo los efectos de un encantamiento), se trataba de una serie de trampillas que conectaban todos los pisos de la fortaleza, lo que me permitiría moverme con libertad sin ser descubierto hasta cuando decidiera atacar.
También me indicó los dormitorios de cada una de las figuras importantes en el bastión: el barón, la baronesa, el hermano de esta y la amante de aquél. Me advirtió sobre el hermano de la baronesa, aparentemente un hechicero venido de Pitax con el solo propósito de ayudar a su hermana y su cuñado. También lo hizo sobre la amante del barón, recientemente introducida en la nómina de gente importante, utilizaba su seducción para conseguir lo que quería, que en este caso era un sitio donde vivir cómodamente.
El barón por otro lado, había crecido en paranoia y miedo, ocho guardias le acompañaban en todo momento, lo que demostraba lo asustado que estaba luego de su frágil alianza con Irovetti, Señor de Pitax, y Armag el Renacido, Lord Tigre de los bárbaros. ¿Ocho guardias en la misma habitación estando metido en tu propia fortaleza inexpugnable? Parecía demasiado para un tipo cuyos únicos enemigos eran sus propios súbditos, pero nunca supuse que esperara a alguien como yo, de lo contrario hubiese previsto incluso más guardias... Eso ahora no tenía importancia, ninguno le serviría de escudo.
El sótano estaba completamente libre, Lord Numesti estaba a salvo y ahora solo restaba subir.
La Sala del Trono
Según Ameon, el vestíbulo de la fortaleza (planta baja) estaba siempre vigilado. En este piso no solía haber nada interesante y era el dominio de los sirvientes, allí tenían una pequeña alacena, las cocinas y una lavandería. El primer piso era importante, lugar donde se encontraba la Librería y la Sala del Trono (que también funcionaba como Gran Salón y Comedor). En él solía almorzar el barón y su amante, la baronesa almorzaba en sus aposentos o en el balcón del segundo piso.
Si en este lugar había gente, probablemente se trataran de sirvientes o directamente del barón, su escolta de ocho hombres, y su amante (de estar almorzando) o cualquier otra persona que haya solicitado entrevista. Permanecí unos instantes aguardando detrás de la puerta secreta que comunicaba el cuarto de las trampillas con la Sala del Trono, al otro lado se escuchaba la voz de un hombre.
-Señor Mulik -decía-, el vestido que le ha traído a Lady Quintessa es realmente exquisito. Aquí tiene el pago por semejante trabajo. Espero que cuando regrese de Pitax lo haga con vestimentas tan preciosas.
Escuché el tintinear de monedas y pasos de un hombre de noventa quilos abandonando el sitio y tomando las escaleras. Podía oler a cinco personas al otro lado y ubicarlas perfectamente. Dos a ambos lados de la puerta (guardias seguramente), y otras dos a los lados de una tercera. Este último sería el Barón Drelev por el aura mágica que desprendía su cinturón y pociones, mientras que los otros guardias solo tenían pociones.
Decidí entrar, la puerta se abrió con un clic y dí un paso dentro del lugar. Allí estaban, como había previsto, el barón sentado en su trono, flanqueado por dos guardias. Otros dos junto a la puerta, dos más flanqueando una ventana al otro lado y el restante par de pie al fondo de la mesa. El lugar era lo suficientemente pequeño como para poder terminar con el problema de un modo sencillo.
Ante las miradas incrédulas de los presentes del instante después de mi aparición, chispas rebotaron entre mis dedos hasta formarse sendos arcos eléctricos que impactaron con ferocidad en uno de los guardias junto a la puerta para después golpear a cada uno de los presentes en una danza terrible, una red relampagueante que cocinó las entrañas de cada uno de los centinelas en pocos segundos. Incluso el mismo Barón Drelev sintió mi poder en carne propia, recibiendo una descarga, pero como era de esperarse no fue muerto por ella.
El Barón se puso de pie tan rápidamente como pudo con su humeante cuerpo, tomó una botella que le colgaba del cinto y bebió su contenido. La piel curtida por la electricidad y las quemaduras se restauraron ligeramente. Luego avanzó sobre mí desenvainando su espada.
-Una pocionsita no será suficiente, barón -dije.
-¿Quién eres? -vociferó furioso. Pero antes de responderle conjuré un poderoso encantamiento y doblegué su voluntad con facilidad.
-¿La alarma se ha disparado de alguna manera? -pregunté.
-No -dijo, pero puede que se hayan escuchado otros guardias. Especialmente los que se encuentran en el vestíbulo.
Entonces escuché los pasos de dos sujetos subiendo las escaleras. Las puertas de la Sala estaban cerradas.
-Diles que necesitas ayuda con algo -dije-, condúcelos dentro.
-¡Guardias! -llamó abriendo la puerta. Estos apresuraron el paso- Vengan, necesito que me ayuden con algo. Ingresaron y lancé un encantamiento que los durmió al instante.
-Mátalos y ayúdame a esconder los cuerpos en la habitación secreta -ordené. Nos llevó unos cinco minutos completos, durante los cuales pedí detalles sobre la gente de la fortaleza, mi prioridad era asegurar a su cuñado, el hechicero, cuya aura mágica se veía desde donde me encontraba-. Ahora me ayudarás a tomar tu fortaleza y liberar a los tuyos, ¿entendido?
El Barón Drelev asintió.
Imeckus Stroon y la Baronesa Paveta
Subí al segundo piso, allí buscaría al hermano de la baronesa primero y luego iría en busca de esta última, que según su marido se encontraba decorando el Salón de Baile.
Abrí la puerta secreta que daba a su cuarto e intenté colarme sin que me escuchara, él se encontraba escribiendo algo en su escritorio. La silla donde estaba sentado saltó a un lado y se giró, tomando rápidamente su bastón de fuego y clavando su mirada en mí.
-¡Quieto! -solté, levantando la mano. Sus ojos se abrieron hasta quedar redondos, a medida que lentamente su cuerpo se iba petrificando y adquiriendo la textura de la piedra. Junto a él, su vestimenta y pertenencias, todas convertidas en piedra, como si la mirada de una medusa se hubiese posado en él. Y así quedó, hecho estatua. Abandoné el cuarto por la puerta principal hacia la galería de arte. Me aguardaba allí el Barón Drelev.
-Mi esposa se encuentra en el próximo salón -dijo.
-Muy bien, quédate aquí, procura que nadie suba por las escaleras -ordené-. ¿Está claro?
Ingresé por las puertas y la baronesa se encontraba al otro lado, midiendo una pared probablemente para mandar colocar una cortina. Era una mujer de edad, quizá unos cuarenta y largos años, de poca gracia o sensualidad y gesto arrogante. Un perro del tamaño de una rata grande corrió hasta mis pies, intentando morderme y sin parar de ladrar haciendo un sonido estridente y molesto.
-¿Quién eres? -preguntó con cierta preocupación y la arrogancia de creer que era la que tenía el poder en la habitación.
-Soy Saeral Dracaris -dije y sus ojos se abrieron de par en par-, soberano de Agnis. ¿Has escuchado de mi?
-Ciertamente -respondió con desprecio-, hoy en día cualquier idiota funda una colonia y obtiene un título. Que alguien te llame "lord" no te hace uno de los míos. No eres un noble o nada parecido, eres un común vanagloriado. Una pulga con dinero y fama. No tienes elegancia, nombre, familia o historia. ¡Exijo que me digas a qué has venido!
-Para ser una cortesana de toda la vida tu lengua es muy afilada y poco diplomática -dije.
-La diplomacia y las palabras aterciopeladas son para mis iguales -dijo-, "lord" Dracaris. Habla ya y solo le diré a mi marido que te encierre en el calabozo.
-¿Acaso crees que puedes intimidarme? -pregunté, riendo- El único motivo por el cual sigues viva es porque me entretiene tu carácter y tus apuradas palabras. Además, tengo que decirte que nadie me dice ya "Lord", mis súbditos me llaman "Señor" y algunos incluso han comenzado a llamarme "Rey". Verás, lo que tu y tu marido han alcanzado hasta este momento, yo lo logré en menos de un año. Mis dominios son ricos y prósperos y mi gente fiel a mi y a mis leyes. Por eso, cuando anexione este fuerte y tus súbditos, sentiré el placer de la venganza. Cuando tu cobarde esposo decidió atacarme para dar una buena imagen a sus señores nunca pensó que terminaría de rodillas ante mí, de eso estoy seguro.
-Mi esposo jamás se inclinará ante ti -dijo-, ¡guardias!
-¡Silencio! -solté, su arrogancia me había aburrido. Constreñí su voluntad hasta doblegarla a la mía. Otra más a mi pequeño ejército de nobles que iba a ejecutar públicamente. Le ordené que permaneciera allí hasta que volviera.
Lady Quintessa Maray
-Me han dicho que Lady Quintessa es tu amante -le pregunté al barón.
-Así es -respondió-, una mujer formidable.
-¿Qué sabes de ella?
-Que me ha enamorado completamente y que es una noble dama del sur -respondió-, del Reino del Río Daggermark.
-Bien, entonces no será necesario que pague por crímenes que no cometió -dije-. No obstante no puedo arriesgarme a que hable y alerte a los guardias sobre mi intrusión. Acompáñame a sus aposentos, quisiera hechizarla.
Subimos hasta su habitación y el barón tocó la puerta. La mujer le dio permiso, sorprendiéndose por mi aparición. Levanté la mano y cerró los ojos, dejando caer sus brazos.
-¿Qué haces aquí, mi lady? -pregunté- Hay algo en tus acciones que no logro explicar.
-Soy una espía de Daggermark -dijo-, estoy aquí para conocer qué sucede en el norte, especialmente con aquellos temas que involucran a Pitax, pero poca información útil he obtenido para mis señores.
-Ahora tu presencia cobra sentido -dije-. Es evidente que ahora me sirves.
Me dirigí, acompañado por mis tres esclavos hasta el vestíbulo de la torre. Allí nos encontramos con un par de sirvientes que parecían invisibles. Una vez tomara el bastión por completo, no necesitaría mayores credenciales, la propia población de la ciudad retomaría sus calles y los mercenarios se verían obligados a huir.
La Batalla del Bastión Drelev
El barón me indicó en detalle las tropas remanentes en el fuerte. Quedaban doce hombres en las barracas, seis descansaban en el piso inferior y seis se divertían en el piso superior, otros ocho se encontraban repartidos en pares en cada una de las torres de vigilancia del lado este, y seis trolls se encontraban en el patio de esta zona.
Les comuniqué esto a Liliz y Darvan para que se prepararan para la batalla. Dejé a Lady Quintessa y la Baronesa Paveta en el torreón mientras ordené al barón reunir los ocho hombres que vigilaban desde cada torre en el patio junto a los trolls y que se retirara ligeramente, para que cuando estallara la batalla, corriera al torreón a través del establo.
Cumplió las órdenes y la batalla comenzó. Primero fue una bola de fuego que disparé desde encima del portón interno, que separaba los dos patios. En tanto Darvan y Liliz llegaron para ayudarme. Los guardias que se encontraban en las barracas se lanzaron contra mí y perecieron por rayos eléctricos. Mientras que otra media docena aparecieron por debajo.
La batalla se limitó a una escaramuza de unos dos o tres minutos completos, hasta que no quedó nadie en el bastión con vida, salvo los míos. Tomé a los seis sirvientes del castillo y les dije que informaran a todos cuanto pudieran en la ciudad sobre lo que había pasado, que el bastión estaba libre de mercenarios y que los trolls estaban muertos. El barón y su mujer se encontraban encarcelados, y que el mago Imeckus Stroon estaba muerto (desintegré su estatua).
También envié una amenaza al resto de mercenarios, cualquiera de ellos que permaneciera en la ciudad para la caída del sol sería ejecutado. Y la noble pareja sería enjuiciada al amanecer siguiente en el patio del bastión.
A la mañana siguiente una multitud se reunió frente a las puertas de hierro del bastión. Los mercenarios de Pitax habían huído casi inmediatamente, y si bien hubo algunos combates menores con los ciudadanos, para la medianoche ya estaban a una buena distancia de las murallas.
-¡Buenas gentes de Fuerte Drelev! -saludó Liliz a viva voz para que todos le escucharan, una vez las puertas se abrieron y todos se habían reunido- Quiero presentarles a su liberador, victorioso luchador contra la opresión y la crueldad, soberano del Reino de Agnis -primera vez que alguien lo decía en voz alta- y Señor de Altalanza, el Rey Saeral Dracaris.
"¡Que viva el rey! ¡Que viva el rey!" gritaba la gente, aunque no tenían idea si esto era cierto o dónde realmente estaba Altalanza.
-Pueblo de Fuerte Drelev -dije a la multitud-, han sido convocados esta mañana para presenciar el juicio del Barón Hannis Drelev y la Baronesa Paveta Stroon-Drelev. Antiguos señores de este bastión y de esta ciudad. Han sido relevados de su mando y de sus derechos por practicar crueles vejaciones y abusos sobre sus leales súbditos. Se les acusa de crímenes contra su pueblo, negligencia e incumplimiento de la protección debida a sus súbditos, alta traición contra la Corona de Brevoy, por establecer siniestras alianzas con los bárbaros y jurar fidelidad al Rey Irovetti de Pitax y ordenar un infame ataque contra mi reino y mis súbditos, al cruzar ilegalmente mis fronteras e invadir la ciudad de Tazlford, y por ende, declarar el estado de guerra entre nuestras naciones. Por todo esto, yo, el Rey Saeral Dracaris de Agnia, los sentencio a la muerte.
La multitud explotó en gritos, festejos salvajes y un ensordecedor clamor de venganza. Como había sido instruido anteriormente, ambos, el barón y la baronesa, treparon con una soga atada al cuello sobre las almenas de la muralla detrás de mí. Con un último gesto de mi mano, Darvan les dio el empujón final y la justicia llegó para la gente de la ciudad.
-Que Lord Terrion Numesti de un paso adelante -vociferé, imponiendo la voz sobre la gente, el noble, que había sido traído a propósito y ataviado con sus ropas de combate, sobresalió-. Por demostrar tu lealtad al pueblo de Fuerte Drelev al oponerte a tu antiguo señor y sus oprobiosos planes, te nombro Lord Alcalde de la ciudad. En tus manos queda el gobierno, el mantenimiento del orden, la ejecución de mi ley y la reconstrucción de la hermosa ciudad de Fuerte Drelev. Estableceré una ruta segura para que los recursos necesarios para la reconstrucción y la vida vuelvan a este lugar, para que la ciudad vuelva a ser nuevamente un ejemplo de progreso y riqueza y para que sus ciudadanos, mis súbditos, vivan en paz, armonía y felicidad, y para que los tiempos oscuros queden en el pasado.
El Reino de Agnis
Mis dominios eran demasiado grandes y poderosos como para continuar bajo el ala del reino de Brevoy. A pesar de ser una nación pequeña en comparación con nuestros padres, Agnis ya contaba con personalidad, economía, cultura, sociedad y poder propio. Además, era mi voluntad.
Tras la toma de Fuerte Drelev comprendí que se hacía urgente llegar a una independencia, un acuerdo con la Corona de Brevoy de mi estatus de rey y un reconocimiento. ¿Pero cómo lograrlo sin arruinar las relaciones? Con una poderosa capacidad de persuasión y los argumentos correctos.
Envié a mi Embajadora, Zalika Iluve, a la capital del reino. El argumento era simple y sabía que Natala acordaría tarde o temprano: la guerra civil no era una ilusión óptica o un pensamiento disparatado, era real y se podía palpar en el aire. La tensión entre Rostland e Issia estaban llegando a cimas intolerables. La relación de Restov con sus partidas de colonización en el sur eran una de las principales razones por este enfrentamiento tan violento. Issia se sentía amenazada por este abrupto y ansiado crecimiento y expansión de los territorios restovitas. Lo cierto era que, con la declaración de unas "Tierras Robadas" independientes y aliadas de TODO Brevoy, Issia clamaría sus ánimos y la Corona ganaría un poderoso y fundamental aliado contra los Reinos de los Ríos.
Zalika contaba con instrucciones precisas, facilitarle estos argumentos a Natala Surtova. De notarse dificultades solicitar una entrevista directa entre Natala y mi persona, yo podría convencerla de inmediato. Eso era seguro.
La Anexión de Fuerte Drelev
(6 años y 7 meses)
En lo que restó del mes envié las cuadrillas de obreros a levantar la carretera que comunicaría la nueva ciudad con el resto del reino. Inmediatamente comencé a enviar carromatos con materiales de construcción, arquitectos, albañiles, peones, soldados y oro.
Fuerte Drelev sería la punta de lanza sobre el oeste y quería fortalecer la ciudad lo antes posible. Especialmente si mi objetivo era evitar toda expansión por el pantano, me resultaba molesta, complicada y absolutamente ineficiente.
Encontrando a Armag y Rescatando a las Muchachas
Armag el Renacido era el mítico líder del último clan bárbaro de la región, que controlaban las colinas del oeste y que habían demostrado su poder al aliarse con Pitax para someter Fuerte Drelev. El próximo paso lógico era debilitar al Rey Irovetti para así enfrentarnos en el futuro a este flagelo del sur, y si su coalición con los bárbaros le había permitido tomar la ciudad que recién había liberado sería necesario que dicha coalición cayera.
Luego del juicio (y de trasladar la bodega del bastión a la Fortaleza Roja) comencé una labor de investigación, hablando con los locales para encontrar pistas de la ubicación del bárbaro. Finalmente, dí con un rumor que decía encontrarse acampando en la Tumba de Armag, un sitio antiguo, que data de varios siglos atrás, donde el primer Armag, campeón bárbaro del su dios de la guerra, fue enterrado.
Inicié el viaje, pero dejé a Liliz y Darvan atrás, organizando la ciudad y protegiéndola. Si necesitaba ayuda regresaría en un instante. Así fue como sobrevolé en forma de águila, el campamento enemigo.
Se encontraba en el linde del bosque y al borde del pie de un desfiladero. Una puerta metida en la roca era la entrada a la antigua tumba. El campamento constaba de varias tiendas, un corral para caballos y una carpa cuadrada en el centro. Conté doce bárbaros, cuatro dormían en tiendas, cuatro descansaban fuera y otros cuatro vigilaban.
Conjuré "invisibilidad mayor" para ocultarme mientras regresaba a mi forma habitual. Caminé entonces por el campamento. Efectué un toque de muerte sobre cada vigía y luego invoqué una Nube Aniquiladora que terminó con el resto de los bárbaros. Nunca tuvieron una oportunidad.
Dentro de la carpa cuadrada encontré a cinco damas, presuntamente aquellas que habían sido secuestradas por los bárbaros para asegurar la lealtad de Fuerte Drelev. Estaban realmente asustadas luego de ver como una nube amarillenta asfixiaba hasta la muerte a sus captores.
-¿Cómo se llaman? -les dije- No deben temerme.
Anjana, Galine, Marinda, Sophelia y Tamary (la hermana de Kisandra) eran sus nombres.
-Muy bien -dije-. Yo soy el Rey Saeral de Agnis, he liberado Fuerte Drelev del barón y los mercenarios de Pitax. Tu padre está al mando en la ciudad, actuando bajo mi nombre. Tómense de las manos y las llevaré de nuevo a sus familias.
Las chicas obedecieron y nos teletransportamos de vuelta a la ciudad, fueron recibidas con abrazos y llantos de alegría. Regresé inmediatamente, sin esperar a escuchar las gratitudes de los habitantes.
Las Hermanas Negras
Ingresar en la tumba fue violento. Continué por un túnel de piedra irregular hasta una cámara perfectamente labrada en la roca. Dentro aguardaban dos mujeres vestidas de cuero negro y cuyos rostros estaban tapados.
-Saeral -dijo una-, por fin nos encontramos, ¿cómo te atreves a venir aquí? Cuándo el campeón de Gorum, señor de la guerra, se alce con lo que es suyo, nadie en Brevoy estará a salvo, y nuestra venganza será completada.
Ambas tocaron el suelo con las manos y dos escuálidos demonios Babau aparecieron súbitamente. Sonreí, levanté un dedo y hubo una gigantesca explosión de fuego que acaparó la mitad de la cámara y me quemó parcialmente las pestañas. Cuando las llamas retrocedieron los demonios recientemente venidos habían volado en pedazos y una de las hermanas estaba muerta, mientras que la otra se levantaba con dificultad del suelo. Sus ropas estaban quemadas, al igual que su piel y carnes, pero el tizne se ocultaba en la oscuridad de su cuero.
Hizo un gesto, y evité un potente golpe mágico sobre el sitio donde me había encontrado. El intento fue tan patético que solté una carcajada. Salté adelante y toqué su pecho con un dedo. Su carne se volvió gris y las venas resaltaron en color violeta oscuro a medida que la vida se escapaba. La mujer cayó al suelo inmediatamente con los ojos fijos mirando a la nada.
Las ponzoñosas consejeras de Armag estaban muertas.
La Prueba de Fuerza
La Tumba de Armag estaba diseñada como una serie de pruebas que serían puestas al campeón para que demuestre su valía ante los ojos del dios de la guerra.
Esta primera sala era la prueba de fuerza y consistía en la colocación de cuatro bolas de piedra progresivamente de mayor tamaño en sus correspondientes sitios. Existía una trampa, sin embargo, tras la primera piedra colocada en su lugar se iniciaba un contador. Una vez pasados seis minutos cada bola colocada era expulsada de su sitio y rodaba cuesta abajo, aplastando a los presentes.
Tenía seis minutos y colocar cada bola llevaba aproximadamente un minuto. Lancé sobre mi un encantamiento fortalecedor y comencé la tarea. Coloqué tres bolas y la trampa se activó. Tuve que lanzarme a un costado para poder evitarlas y aún así salí con algún raspón.
-No voy a seguirle la corriente a este puto lugar -solté molesto. Me puse de pie y me dirigí a la puerta de salida, para continuar. Estaba camuflada con un conjuro de imagen, pero mi vista arcana detectaba el aura mágica. Volé la puerta de hierro en pedazos con un encantamiento desintegrador y la sonrisa volvió a mi rostro.
La Prueba de Resistencia
En la siguiente sala había cuatro columnas en las aristas de una placa cuadrada de hierro y sobre esta un pedestal giratorio. Analizando el mecanismo durante un par de minutos fue suficiente para diagnosticar el proceso. El contacto con la placa activaría encantamientos de Muro de Hielo que seguramente atraparían a la víctima. El pedestal sería necesario para destrabar las puertas mientras se sufría el frío de la habitación...
Ignoré el mecanismo y destruí la puerta para poder continuar.
La Prueba de Valor
Al otro lado de la puerta continuaba un corto pasillo con pequeñas habitaciones decoradas con algunos objetos abandonados hacía siglos. Al final las puertas de hierro abiertas daban paso a una cámara abovedada sostenida por cuatro masivos pilares. Una estatua de hierro tallada a semejanza de Gorum (dios de la guerra) se alzaba en el centro. Se trataba de un poderoso golem que comenzó a moverse inmediatamente. Bajó del pilar donde se hallaba y se giró hacia mí. Estaba claro que esta prueba consistía en un simple enfrentamiento.
De la punta de mi dedo salió un rayo verde que impactó en el muslo del golem. La enorme criatura estalló en una nube de fino polvo brillante. Continué hasta el próximo recinto.
La Cueva de la Masacre
O así le llamaban los Señores Tigre a esta caverna. Se trataba del lugar donde Gorum había levantado un ejército de no muertos para que protegieran a su campeón. Frente a mi se encontraban ocho esqueletos de poderoso porte. Conjuré una bola de fuego y solo quedó humo y huesos.
El Templo de Gorum y la Prueba de Fe.
La gigantesca cámara que prosiguió era hermosa. Columnas enormes simulaban ser guerreros arrodillados ante la enorme estatua de Gorum en el extremo norte del templo. Dos majestuosas cascadas caían a cada lado del templo iluminado por fuego.
En el centro de la habitación aguardaba un guerrero respetable, ataviado con vestimentas antiguas de plumas azules y una lanza negra. Su barba y cabello blanco denotaban su edad.
-Soy Zorek -dijo-, guardián divino de Gorum. Te he visto desde el momento en que entraste a esta Tumba.
-Entonces conoces mi poder -dije-. Apártate y la muerte no debe llegarte hoy.
El antiguo guerrero asintió en silencio y me dejó pasar a la siguiente cámara.
La Muerte de Ameog
Tras las puertas llegué a la Armería de Ameog (el original). Allí se encontraba el tan buscado líder de los bárbaros, respirando fuerte con una enorme espada en la mano, ensangrentada y con una poderosa y oscura aura mágica a su alrededor. Los cuerpos de una docena de hombres se encontraban alrededor, parecían ser parte de la guardia de honor del Renacido.
Junto a él, otros ocho campeones esqueleto le custodiaban ahora.
-Te estaba esperando, Saeral Dracaris -dijo Ameog, tornando su mirada perdida y su sed de sangre hacia mi. Soltó un rugido y la espada le comandó un fiero ataque. Hubo una explosión, algunos esqueletos desaparecieron entre el fuego. Desplegué mis alas y evité el combate directo.
Sobrevolé la habitación y otra explosión devoró a los esqueletos restantes, quemando la capa de Ameog y su mejilla izquierda.
-¡Baja y pelea! -vociferó. Se había convertido en una bestia furiosa y sin mente, dominado por el odio que le infundía la poderosa espada, un artefacto que debía permanecer en aquella tumba para siempre, bajo la custodia eterna de su protector divino.
El combate se prolongó un tiempo, no quería aproximarme a una distancia peligrosa de él. Por lo que lo mantuve a raya con encantamientos debilitadores que poco efecto le hacían, mientras la espada le protegía de estos y le infundía salud y más poder. Finalmente encontré un hueco en su defensa que pude aprovechar.
Bajé en picada y lo tomé por la garganta, el conjuro de Dedo de Muerte hizo que sus enormes brazos se dejaran caer, soltando la espada. Sus ojos quedaron blancos y Ameog el Renacido quedó tendido y frío sobre el suelo de la cámara.
Así encontró la muerte el líder de los bandidos y su pueblo debería acostumbrarse al orden o perecer en el intento. La Tumba aún contaba con una última cámara que contenía el sepulcro del Ameog original, todavía vestido con sus armaduras, y una secreta cámara de tesoros que saqueé con ganas, enviandolo todo a la Fortaleza Roja.
La espada infernal quedó en los brazos de su propietario original y regresé caminando para dar con Zerek. Mi único comentario fue que continuara haciendo su trabajo y que ahora no dejara que nadie se llevara esa espada de nuevo.
La Retirada de los Señores Tigre y la Conquista del Oeste.
(7 años)
Para la culminación del séptimo año desde la fundación de la capital ya habíamos expandido los territorios por el Lago Lengancho y todas las praderas al norte y al oeste de Fuerte Drelev. La ciudad todavía no se había recuperado y los beneficios económicos se podían ver en la alegría de la gente, aunque todavía el reino no se podía permitir una inversión masiva como había acontecido en otras ciudades.
En mi cabeza, la prosperidad del reino podría enfocarse en una ciudad por año, permitiendo que crecieran abruptamente a fuerza de inversión. Pero la realidad a veces convulsionada marcaba otra cosa.
Por ejemplo, tuve que negociar con los Señores Tigres su marcha al noroeste. Eso me daría una frontera asegurada con ellos y evitaría cualquier enemigo fortuito y sorpresivo. Tuve que entregar la espada de Ameog para llegar a esto, pero era mejor que iniciar una guerra sin sentido. El nuevo líder de los bárbaros centró sus esfuerzos en el norte y nos dejó en paz para instalar granjas. Eso si, Fuerte Drelev sería siendo nuestra plaza fuerte en el oeste, por lo menos de momento.
También me había llegado la información de que en el sur del pantano, la zona no conquistada existía una tribu de boggards que dominaban el río que corría en esa dirección desde el lago. Esto cortaba la antigua línea de comercio que hacía años no funcionaba (desde la instalación de la tribu).
El comercio con el sur no era una prioridad, porque Pitax y los reinos de los ríos no me darían más beneficios que la reinversión crónica en mis tierras. Además, tendría que despejar a una tribu de renacuajos de un pantano que no me daría más beneficios que dolores de cabeza a la hora de intentar construir puntes.
Mi dinero fue a parar a algo que tenía en el debe desde meses atrás: culminar con la toma del este. Tomar las tierras fértiles en las faltas de las montañas orientales y dejar en claro la frontera con los Nomen.