El Puesto de Comercio de Oleg
El viaje desde Restov fue lento y placentero. La podredumbre de la ciudad me tenía asqueado y deseaba con ansiedad internarme en la soledad de la naturaleza.
Los Señores de la Espada de Rostov me habían entregado un documento invistiéndome con la misión de explorar y ordenar las Tierras Robadas del Cinturón Verde y con todos los poderes necesarios para ello. Su plan era expandir los dominios de la ciudad sobre estos territorios sin dueños, pero los mios eran bien diferentes. Eso si, la colaboración de la ciudad me permitiría cumplir con mis objetivos.
El Puesto de Comercio de Oleg era el último bastión de civilización. Una limitada cantidad de edificios de madera dentro de una empalizada robusta y alta con torres en cada esquina. Oleg y su mujer, Svetlana, eran sus únicos habitantes. El puesto no era especialmente una demostración de prosperidad. Era evidente que pocos clientes pasaban por allí y por la impresión que me dió al traspasar el umbral del muro, las monedas entraban lentamente.
Oleg, un hombre de mediana edad y ruda apariencia, se encontraba arreglando el techo de lo que parecía ser su casa. Dentro del puesto existía un espacio abierto, rodeado de un establo, un almacén y otra construcción.
El hombre descendió del techo, limpiándose la transpiración de la nuca con un trapo.
-¿Quién eres tú? -preguntó con suspicacia. No respondí, le observé detenidamente durante unos instantes y luego le extendí la carta de los Señores de Rostov- ¿Tengo que repetirlo? ¿Cuál es tu puto nombre?
-¡Oleg! -soltó su esposa, mientras se aproximaba apresuradamente desde la casa- ¿Cómo le puedes hablar así a nuestro invitado? ¿Vienes de Restov, no?
-Así es.
-Vienes a ayudarnos, ¿cierto? -preguntó.
-¿Con qué? -inquirí. Oleg soltó un grito de incredulidad y aplaudió al aire, volteándose y caminando de un sitio a otro.
-¡Lo sabía! -gritaba- Esos tipos no se preocupan por nosotros. Pedimos ayuda y la retrasan y encima nos mandan esto... Es simplemente increible.
-Mira -dijo Svetlana-, hace tres meses somos atacados por bandidos. Vienen el primer día de cada mes, al alba, y se llevan todo lo que tengamos en el almacén. Nos superan en número y ahora lo toman como algo rutinario. Estamos cansados de pedirle a los Señores de la Espada que envíen ayuda, nos dijeron que enviarían soldados, pero el único que has venido eres tú. Debes ayudarnos. Mañana vendrán los vandidos y no sabemos que heremos. No podemos seguir sosteniendo estos saqueos.
Hice silencio. La situación se había complicado, pero lo cierto era que no estaba muy seguro de dónde comenzaría mi tarea de pacificar las Tierras Robadas y esa era una buena oportunidad que se me presentaba para terminar con un grupo de maleantes.
-Les ayudaré -respondí-. Por cierto, mi nombre es Saeral.
El Ataque de los Bandidos
Tal y como Svetlana lo había predicho, la mañana siguiente se vio inundada por el sonido de los cascos de media docena de caballos. El modus operandi de la banda de palurdos era muy sencillo.
La primera vez, habían llegado en cantidad, una descena. Luego, con cada incursión, fueron bajando la guarida, acostumbrándose a la impotencia de los dueños de casa. La vez anterior habían venido cuatro. Esta vez, se mantuvieron en el mismo número.
Les esperé afuera, en silencio, mientras comía una manzana con calma. Cada uno montaba un caballo y otros dos llevaban las riendas de otros dos. Entraron en el patio del puesto con arrogancia y agilidad, pero al verme, el líder, se detuvo.
Su distintivo era su barba en candado y su capucha negra y se apeó de inmediato, dirigiéndose a Oleg.
-Buenos días -dijo-, buscamos comida y un sitio donde pasar el rato.
-¡Ja! -solté, sorpendiéndolo- ¿A quién pretendes engañar?
Los otros tres criminales dejaron los corceles y se aproximaron, apoyando sus manos en las empuñaduras de sus espadas cortas.
-Disculpen, me sorpendió que no se hayan puesto a saquear ese almacén en cuanto llegaron, nada más -dije he hice una pausa-. ¿Sáben como me llaman en el lugar donde vengo?
Di un paso adelante, dejando caer la manzana.
-Eres muy gracioso, para ser un idiota vestido de rojo -respondió el de la capucha-. ¿Seguro que no te llamaban payaso?
Abrí la boca y una llamarada ígnea salió expulsada, cayendo sin piedad sobre los cuatro bandidos. El fuego devoró sus ropas, sus armas y sus carnes de inmediato en un tétrico espectáculo que los dueños contemplaron con horror. Los gritos y chillidos de desesperación se elevaron como el humo y el repulsivo olor. Una enorme mancha negra regada con bultos carbonizados que otrora habían sido seres humanos se encontraba ante mi.
Uno de esos bultos se movió ligeramente. Se trataba del encapuchado, o lo que quedaba de él. Su piel estaba corroída, negra y agrietada, sus piernas y brazos no existían más. Su rostro era semejante a una papa hecha carbón. Apenas contaba con unos segundos de vida.
Apreté el puño mientras su efímera mente entregaba su voluntad junto antes de desaparecer.
-¿Dónde está tu campamento? -murmuré en pensamientos. A continuación, recibí una catarata de visiones y sensaciones que detallaban su lugar exacto. Avanzando por la pradera hacia el sur, hasta encontrar las aguas de un río, y luego hacia el oeste, dejando a la espalda el sol y luego internándose en el bosque. Allí, reunidos en torno a árboles, se encontraban tiendas y plataformas aéreas, y una carreta sin caballos, además de otros sujetos, vigías, bandidos y una mujer: su líder. Entonces, la nada. El encapuchado había muerto.
-¡Pero que has hecho! -exclamó la mujer.
-¿No querías que les ayudara? -respondí.
-¡Pero no de esta manera! -gritó.
-Ven, amor mío -dijo Oleg, calmando la situación-, vamos adentro. Gracias, Saeral, gracias.
El Campamento del Río Espino
Svetlana permaneció en estado de shock durante el resto del día, aunque yo me ausenté del Puesto de Comercio a las pocas horas, justo luego del desayuno.
A pesar de los ojos turbados con los que me miraba la mujer, su marido Oleg, lo hacía con agradecimiento. Cuando partí al sur, en búsca del campamento de los bandidos, me acompañó hasta el umbral de la empalizada. Volvió a agradecerme y me ofreció el alojamiento y la ayuda que necesitara.
-Volveremos a vernos, Oleg -dije mientras asentía. Tomé la forma de un águila de plumas rojizas y me perdí en las alturas.
Bajo mi vista se extendían las llanuras fértiles del Cinturón Verde, la porción de las Tierras Robadas que los Señores de Rostov me habían otorgado... No sin utilizar un pequeño empujón de convencimiento.
A mi derecha se encontraba un inmenso bosque, y pocos minutos después avisté el río que cruzaba de este a oeste el paisaje. Aquellas tierras eran hermosas, ricas, fértiles y eran mías. No de momento, y no oficialmente. Pero tenía la misión de crear un asentamiento y establecer una organización territorial... mi propio señorío. Eso si, sin los obstáculos de hacerlo junto a un grupo de colaboradores, como sucede con las otras dos encomiendas en las Tierras Salvajes.
Remonté el curso del rio hacia el oeste, introduciéndome en el bosque. Al cabo de un rato avisté un claro con cierto movimiento, se trataba del rudimentario campamento de los bandidos. Me posé sobre una rama, observando el campamento con suma calma, en aquel momento había cuatro individuos.
Dos de ellos sobre las plataformas de vigilancia y la pareja restante se encontraban sentados delante del fuego, a algunos metros. Uno de estos últimos era una mujer, de facciones rudas y modales aguerridos.
Regresé a mi forma humana detrás de un árbol. La mujer, presuntamente la líder, que mantenía una relación amorosa con el encapuchado según sus pensamientos, hablaba sobre algo.
-El cargamento debe llegar mañana -decía.
-Y lo hará -respondió el bandido-, debemos esperar a Yule para poder llevarlo. Lord Ciervo lo recibirá en tiempo y forma.
Abandoné mi cobertura, apareciendo de entre las matas de brezales. Sonreí y alcé la mano hacia la mujer, Kressle. Cayó bajo mi encantamiento inmediatamente y su voluntad fue mía. El otro bandido no llegó a reaccionar cuando su líder dio un salto adelante y clavó su hacha en su cogote.
Di otro paso hacia delante, levanté la mano y los dedos chispearon. Un rayo eléctrico atravezó el aire con un estallido. Golpeó al vigía del puesto más cercano y luego cruzó el silencioso arroyo, impactando en el segundo.
El campamento ahora estaba vacío, todas las amenazas habían sido destruídas. Tomé asiento con tranquilidad en uno de los troncos frente a la fogata e insté a mi nueva asistente a hacer lo mismo.
-Kressle -dije-, ahora me dirás todo lo que sabes de Lord Ciervo.
La mujer asintió.
Un Merecido Descanso
Kressler fue de gran utilidad. Nuestra conversación se extendió durante horas, mientras asimilaba cada detalle oculto en el Cinturón Verde.
La guerrera había llegado desde los Reinos de los Ríos hacía meses, había tenido una cruenta presentación con Lord Ciervo quién finalmente, impresionado por sus habilidades, terminó reclutándola y convirtiéndola en uno de sus oficiales de mayor confianza.
Kressler me develó cada detalle concerniente a la operación de los bandidos. Conocía no solo toda la organización de criminales del lugar, sino también los misterios encerrados en aquellas tierras.
Fue así como logré comprender al no muy complicado Lord Ciervo, sus motivaciones, fortalezas y debilidades. Sus números, jerarquías y procedimientos. Acabar con él y con la única banda de maliantes de todo el Cinturón sería pan comido.
Vivía en un fuerte, al sureste del campamento de Río Espino. Tenía tres tenientes que comandaban a sus hombres y otros siete bandidos de poca monta que hacían las labores menores, el patrullaje y la vigilancia. La fortaleza estaba emplazada en el sitio de un antiguo templo de una divinidad furiosa. El portón era el único punto efectivo de acceso, ya que era el único camino que no se encontraba custodiado por criaturas no-muertas, embrujadas por la diosa. Era posible también que comandara esos cadáveres móviles para mi propio beneficio, acabando con Lord Ciervo con sus mismos guardianes.
Llegó el momento en que Kressler no tenía mayor información, había sido de gran utilidad pero ya no la necesitaba... Mis manos se tornaron garras letales y acaricié su garganta con ellas. Matarla sería una pérdida totalmente inútil. Su voluntad sería mia durante al menos otros diez días, por lo que podría hacer buen uso de su asistencia material y no únicamente por su información.
Decidí entonces que me valía más viva que muerta. Le encomendé que retornara al Fuerte de Lord Ciervo con alguna excusa, y que allí aguardara instrucciones. Probablemente su único trabajo consistiría en mantenerme informado o incluso de abrir el portón durante la noche. Sería mi caballo de Troya.
A continuación, me teletransporté hasta el Puesto de Comercio de Oleg, justo en el umbral de la empalizada. En la torre sureste estaba apostado un vigía, ataviado con un peto de cuero y una espada corta. En el patio se encontraban otros dos, sentados junto a un tercero en una de las mesas. Al ingresar al recinto, Oleg apareció desde su casa y rápidamente vino a saludarme.
-¡Has regresado rápido! -dijo.
-Acabé con el campamento de los bandidos -respondí y el hombre sonrió complacido-, su puesto meridional no funcionará más, así que tu hogar no corre mayores peligros.
-Gracias, Saeral -me dijo con formalidad-. Al fin podremos dormir tranquilos. Ven, te presentaré a los guardias que finalmente han enviado los Señores de Rostov.
Avanzamos hasta los hombres en la mesa. Uno de ellos, calvo y vigoroso, se puso de pie y me tendió la mano.
-Kesten Garess -dijo-, a su servicio. ¿Puede ser que haya escuchado mal, pero acaso acaba de batallar contra los bandidos?
-Si lo que quieres saber es si he cumplido yo solo con el trabajo de ustedes, si, lo he hecho -respondí.
-No me malinterprete por favor -respondió-. No es mi intención ofenderlo, además, no puedo dejar de admirarlo por haberlo logrado, si es cierto, claro. En todo caso, la misión que se nos ha encomendado es proteger este lugar, no pacificar estas tierras. Eso, según tengo entendido, es SU trabajo.
-¿Ves eso? -dije señalando la negra mancha de suelo carbonizado a unos pocos metros- Eso fue hoy en la mañana, cuando chamusqué hasta la muerte a cuatro criminales que venían asolando este puesto desde hacía meses. Hace unas tres horas, acabé con el mismo número en un campamento a ocho leguas de aquí. Mi trabajo se cumple a la perfección.
Ignoré entonces al capitán de los guardias y me dirigí a Oleg.
-Quisiera descansar, ¿tienes lugar para mí?
La Muerte de Lord Ciervo
Cinco días pasaron antes de que tomara la decisión de avanzar sobre la Fortaleza de Lord Ciervo.
Kressle había llegado hacía tres días y había contado con éxito, el ataque de dos trolls del bosque que habían acabado con el campamento bandido en un pestañar. El resto de los supervivientes se habían desbandado cobardemente y ella había retornado a su señor para conseguir nuevos reclutas y así continuar asolando el norte.
Cada vez que lo deseaba, consultaba telepáticamente las condiciones de la fortaleza y la ubicación precisa de cada uno de sus ocupantes. Estaban sentados en una trampa mortal y no tenían idea.
Mi cuerpo se materializó a escasos metros de la entrada al fuerte e inicié una lenta y dramática caminata hacia el portón. El vigía más cercano soltó un grito y hubo un tumulto dentro. Además de Lord Ciervo y sus tres tenientes, se encontraban siete bandidos. Uno en cada una de las tres torres y los últimos cuatro jugando a las cartas en el salón principal de la torre central.
Dada la voz de alarma, los cuatro jugadores se pusieron de pie y se abalanzaron sobre las puertas. No era una situación común que un completo extraño se aproximara directamente.
-¿Qué quieres? -vociferó el vigía. Los hombres ya se encontraban en posición. Si no abrían la puerta, Kressle se los ordenaría.
-Hablar -dije-, ¿podrían abrir el portón? No soy mayor amenaza.
El vigía rió.
-¡Abran la puerta a este imbécil! -gritó- ¡Seguro que tiene algo digno de ser robado!
El portón comenzó a moverse, luego de que la traba fuera quitada por unos emocionados ladrones. Pero sus sonrisas se tornaron en muecas de horror y tragedia, cuando una masa de humo verde oscuro y amarillento ingresó lentamente abriéndose paso sobre el suelo.
Los bandidos comenzaron a vomitar, incluso sangre, convulsionaron y sus ojos se volvieron blancos justo antes de caer al suelo.
Ambos vigías, el de la torre noreste y noroeste, comenzaron a gritar, alertando toda la fortaleza, que ya estaba en alerta, teóricamente.
El primer paso dentro de la fortaleza fue dado rodeado de humo ponzoñoso y letal. El vigía que ahora se encontraba sobre mi cabeza cayó muerto, atravezado por cinco proyectiles mágicos. Otros cuatro hicieron los mismo con el bandido en la torre noroeste.
-¿Pero qué demonios? -dijo uno de los tenientes, poniéndose de pie de un salto. Aquel era Devan, un espadachín de pensamientos oscuros y traicioneros. Su idea era liberar al Oso-Lechuza que se encontraba encerrado en la cueva, pero acabé tan rápido con sus hombres que no tuvo tiempo a evaluar siquiera la amenaza.
Echó una mirada hacia la puerta de la celda y luego hacia una sala contigua donde se almacenaba la carne.
-¿Acaso pretendes escapar? -pregunté. Y alcé la mano en su dirección.
Sus pupilas se dilataron al tiempo que una forma humanoide, vaga y oscura, se formaba frente a él. Su rostro se contrajo hasta una mueca de terror. Cayó al suelo de espaldas, arrastrándose intentando escapar.
La figura fantasmal se lanzó sobre él como una ola negra y con un grito agudo, el espadachín soltó su último suspiro.
Fue entonces que un hombre desproporcionadamente grande y torpe apareció por la sala de las carnes. Una mirada la fue suficiente para comprender el alboroto y sus ojos se detuvieron en su compañero caído. Me dedicó un rostro lleno de miedo, justo cuando un relámpago le impactó de lleno en el pecho, matándolo en el instante.
Akiros Ismort, el guardaespaldas de Lord Ciervo y un paladín con remordimientos apareció, acompañado por Krassle. Detrás, el Lord Ciervo, cargando su arco con una flecha.
Mi esclava me había comunicado que Akiros sería un buen aliado, que no era sinceramente real a Lord Ciervo y que prefería lavar sus penas con alguien más honrado. Quedó paralizado con un encantamiento inmovilizador.
Con un gesto apareció frente a mi un escudo invisible, justo cuando dos flechas impactaron contra él.
-¡Apártate! -vociferé, y Kressle se lanzó a un lado. A continuación, un rayo eléctrico impactó en Lord Ciervo desde la punta de mis dedos. El hombre soltó un grito y volvió a cargar el arco.
Las flechas me evitaron, el Lord Ciervo no tenía forma de hacerme daño, entre su estado de ebriedad y mis encantamientos protectores.
Otro relámpago impacto en su vientre, haciéndole escupir sangre. Esta vez intentó huír, volteándose para alcanzar la puerta que daba al lado sur de la empalizada. Arrancó la traba con dificultad, echando humo, y desapareció al otro lado.
Solté una carcajada y alcé las manos al aire, para luego bajarlas a la tierra mientras murmuraba en la lengua de los dragones. Tres sabuesos infernales se materializaron entre fuego y ascuas a mi alrededor.
-Mátenlo -ordené. Las bestias saltaron hacia adelante y fueron tras su cabeza, ladrando con voces endiabladas. Escuché un grito cerca del portón de la empalizada y me dirigí hacia allí, luego de ordenarle a Kressle que desarmara a Aikos y que atara sus manos petrificadas.
Allí estaba, el una vez señor de los bandidos, dueño de las tierras caóticas del Cinturón Verde, Lord Ciervo, se encontraba tendido en el suelo, siendo mordiesqueado por mis perros. Cazado como una presa, haciéndole honor a su nombre, muerto como un ciervo.
El Fin del Mandato
Tras la cruenta batalla regresé junto a Kressle y Aikos hacia el Puesto de Oleg y Svetlana. Fuimos recibidos con sorpresa y admiración por haber conseguido acabar con Lord Ciervo. La noticia llenó de júbilo a los dueños del lugar, los guardias y otros visitantes que por allí estaban.
Rápidamente, Aikos solicitó su liberación y comenzó a perfilarse como un buen aliado y amigo. Mientras tanto, Kressle, que tanto había servido de ayuda, se mostró hostil desde el primer instante de libertad. Le corté la garganta fuera del Puesto y dejé su cuerpo a los cuervos.
Al cabo de unos días, las buenas nuevas llegaron a Rostov. Los Señores de la Espada me concedieron ahora la misión que tanto anhelaba: el establecimiento de un feudo en el Cinturón Verde.