Una Mirada a Razmiran
(13 años y 6 meses)
Pasaron meses desde la consolidación de los territorios agnios y yo lo seguía viendo como insuficiente. Mi imperio se había hecho famoso y miles de inmigrantes venían a buscar oportunidades y hacer fortuna en las Grandes Ciudades Rojas, como se le conocían a mis urbes.
Las granjas cosechaban y las industrias rebosaban de productos, vendiéndolos al extranjero o consumiéndolos dentro de fronteras. Y todo esto a pesar de los altos impuestos que permitían mantener a flote la enorme maquinaria que mantenía el oro fluyendo.
Los gastos del imperio eran relativamente pocos. Los gastos administrativos, eficientemente detallados y suplidos, contribuían a la mayor parte del gasto. El ejército, por otro lado, también era parte importante de la expensas, pero mis fuerzas no eran tan considerables como para llevarse el oro con tanta facilidad como llegaba a las arcas.
Esta mezcla entre administración eficaz, estabilidad económica, recursos abundantes y cuantiosa población daban como resultado un país rico y creciente. Esta fama daba lugar a nuevas relaciones políticas, contactos comerciales y la expansión de mi área de actividad y mi influencia más allá de lo que jamás hubiera creído posible. Incluso se comenzaba a llamar a Altalanza, como la "Absalom" del norte.
La enigmática Numeria, la escandalosa Galt, el arruinado Brevoy, el maldito Ustalav y el hermoso Kyonin eran los países vecinos de un Imperio que no había tenido suficiente sangre en sus dos años de consolidación territorial y que seguía reclamando mayor poder para ingresar a los anales de la historia como la nación más poderosa.
Mientras tanto, y paralelamente a mis ambiciones, una sombra crecía en mi interior: ¿qué sucedería después? Después de mi muerte, claro. El poder del Emperador Dragón era lo que había convertido este país en lo que era y sin él Agnia sería presa del caos, la fragmentación y sus múltiples enemigos, tanto internos como externos.
El Dios Vivo de Razmiran me entregó, sin desearlo, la respuesta a mis preocupaciones. Era algo que pocos sabían, a pesar de que nadie, fuera de sus incautos fieles, se sorprendería de conocer. El secreto de la inmortalidad de este falso dios era una bebida mítica y exótica, de vasto poder, y que era traída desde las tierras del sur, al otro lado del Mar Interior. El "Elixir de Orquídea del Sol" era tan raro y complicado de hacer que su venta sustentaba a toda una nación: Thuvia. Solo una vez al año, siete viales eran producidos. Uno se guardaba para el gobernante de tal reino y los otros seis viajaban a una de las ciudades del país donde un remate tenía lugar. Emisarios de todas las personas con suficiente dinero como para permitirse semejante líquido llegaban, invitados para tal ocasión.
Los seis mayores postores reciben un vial, aunque todo el resto debe igualmente pagar la suma mencionada durante la subasta. Los efectos de este elixir son maravillosos. El mágico líquido tiene la potestad de devolver a quién lo beba la edad de sus años jóvenes. Claro, el Dios Vivo convence a sus seguidores que son sus poderes divinos y no una flor lo que le otorga su longevidad, pero como cualquier otro mortal, también sangra.
Razmiran, la nación del Dios Vivo, no mantiene buenas relaciones con ninguno de sus vecinos. Apoyándose en los problemas que mantienen ocupados a otros países se despreocupa de cualquier hostilidad. Incluso su afán expansionista pretendía ser satisfecho con el pequeño reino de Lambreth, ahora parte de Agnia.
Afortunadamente, el poco sabio Dios Vivo mantuvo sus políticas violentas contra esa parte del mapa que ahora era parte de Agnia. Una sucesión de escaramuzas ordenadas por él pusieron a Razmiran en el centro de mis planes de conquista. Además, tenía la perfecta excusa: Razmiran antiguamente era el Archiducado de Melcat, un Reino del Río, hasta que su Dios Vivo Razmir, llegó para quedarse.
¿Acaso la arrogancia del Dios sería tan grande como para enfrentarse a mi?
La Iglesia de Razmir
Como los intentos hostiles parecían no tener utilidad para expandir su nación, el Dios Vivo indicó en expandir su fe, aprovechando el exagerado crecimiento poblacional de Lamberth. Fue así como sus sacerdotes y acólitos se introdujeron en esta ciudad, predicando y convirtiendo personas humildes a su patética religión.
Otros lo intentaron en Tymon, llevando las palabras del Dios Vivo a cada plaza pública y mercado. Si bien la amenaza de su fe era mínima, decidí dejar claro, al igual que otras muchas naciones, que el culto a Razmir no era bienvenido. Kyonin era uno de esos países.
Decreto Imperial
Yo, el Emperador Saeral Dracaris, primero de mi nombre, Señor de Altalanza y las Ciudades Rojas, Unificador de los Reinos del Río y Protector de los Sellenitas, por este acto declaro lo siguiente:
Que Razmir, el autodenominado "Dios Vivo", líder de Razmiran y cabeza de su culto, no es más que un mortal de gran poder y cuya naturaleza es tan material como cualquier ser ordinario, no posee nada de divino, ni siquiera un solo filamento que lo vincule a la divinidad.
Que en consecuencia, su Iglesia, no adora a una entidad divinal benefactora, sino que es una organización que trabaja activamente en beneficio propio y material de un individuo.
Que la Iglesia de Razmir, por tanto, carece de toda protección que yo, el Emperador de Agnia, pueda otorgar a toda institución religiosa en aras de la libertad de religión y adoración. Entendiendo, que esta institución es un foco sectario de conversión de agentes para una nación vecina de hostiles y perturbadoras intenciones.
Que el Culto a Razmir queda, en virtud de lo anteriormente expuesto, prohibido en el Imperio Agnio. Su predicación pública o privada, el establecimiento de altares y cualquier actividad destinada a su celebración, propagación o promoción, tanto pública como privada, queda igualmente proscrita.
Que todas las propiedades y bienes que actualmente ostente la Iglesia de Razmir serán expropiadas por la Corona.
Que el crimen de predicación del Culto será castigado con la muerte, el crimen de práctica del Culto será castigado con la expropiación de todos los bienes culpable por la Corona y que el delito de colaboración con el Culto será castigado con dos años de encarcelamiento.
La Voluntad del Emperador es la Ley
¡Salve Agnia!
Así fue como la primera declaración indirecta de guerra con Razmiran se impuso en todo el imperio y afectó los funestos planes de mi enemigo, ahora declarado.
Ninguna otra nación, habiendo prohibido anteriormente el culto al Dios Vivo, lo había hecho con tanta diligencia y firmeza, pero mi objetivo era que Razmir comprendiera el mensaje de que no le convenía molestarme.
La Guardia Imperial
Con el crecimiento del imperio, la consolidación de los territorios, la masiva migración de personas y los nuevos y más poderosos enemigos fue necesario expandir el poder y alcance del ejército. La vieja Guardia Real ya no encajaba siquiera con el nombre del estado y del monarca al cual defendía.
Así fue como mandé realizar otra de las gigantescas inversiones que tanto caracterizaba mi gobierno. La multiplicación de los efectivos que la nueva Guardia Imperial requería demandó un número igual de armas y armaduras de altísima calidad, corceles de guerra y de carga y diferentes suministros de guerra.
De los doce mil hombres de la vieja guardia se aumentó hasta la suma de treinta y cuatro mil hombres. Esto entre soldados de infantería pesada, caballeros y jinetes de grifo. Estos últimos comenzaron a cumplir funciones más amplias, no tanto como parte del ejército de combate, sino funciones de patrullaje y escolta del emperador.
Si Razmiran desconfiaba de la vieja Guardia reunida en un solo lugar, ahora temblaría ante la poderosa Guardia Imperial.
La Reclamación a Razmir
El Emperador de Agnia no reconoce la independencia de Razmiran, siendo así un Reino del Río heredero de la situación jurídica del Archiducado de Melcat. De esta forma, y como Unificador de los Reinos del Río, los títulos de Razmir son inválidos y su soberanía inexistente.
El Emperador reclama para sí todos los títulos y dignidades del ahora denominado Razmiran. Sobre este se aplicará la voluntad del soberano.
Razmir no responde a la afrenta pero si comienza preparativos de guerra.
Declarando la Guerra
(13 años y 7 meses)
Mis tropas ya estaban en las fronteras, solo requerían de mi comando para avanzar, penetrando en territorio sectario y aplastando cualquier resistencia. El ejército entero de Razmiran no podría siquiera plantarle cara a una sola de las tres legiones que estaban listas para ocupar sus tierras.
A pesar de la clara superioridad militar y la indudable victoria que llegaría con los días, había algo que me preocupaba tremendamente. El Culto había calado profundo en las mentes y deseos de la gente, la resistencia de la población sería un dolor de cabeza y mantener el territorio igualmente complicado. Sería necesaria la fuerza, mucha de ella.
A Razmir, ilegítimo líder de Razmiran.
Yo, Saeral Dracaris, Emperador de Agnia y Unificador de los Reinos del Río, como verdadero soberano del antiguo Archiducado de Melcat, hoy denominado Razmiran, habiendo recibido silencio como única respuesta a mis reclamos sobre mis legítimos territorios y súbditos, tomaré lo que es mío por mis propios medios.
Es por tanto que el Imperio Agnio se declara en Estado de Guerra con Razmiran hasta que todas sus fuerzas sean diezmadas, sus bastiones caigan y sus ciudades se rindan. Cuando el emblema de la Casa Dracaris ondee sobre las murallas de Grada del Trono este conflicto encontrará su merecido fin.
Que el destino os sea piadoso.
¡Salve Agnia!
Emperador Saeral Dracaris
La Invasión
(13 años y 8 meses)
Los tres ejércitos de la Guardia Imperial tuvieron diferentes misiones. Grada del Trono, la capital de Razmiran y su principal centro de poder, sería asediada inmediatamente por el primero de los tres. Diez mil hombres rodeando la ciudad, con armas de asedio preparadas para bombardear las murallas o su interior.
La segunda división avanzó tomando algunas poblaciones menores del interior y luego encaminándose hacia Xer, la segunda ciudad del país. Las tropas de Razmir estaban repartidas como guarnición para ambas ciudades, entendía perfectamente que sus hombres no eran rivales para los míos.
Pero un grave problema suponía una fisura importante en los asedios y su duración estimada. Agnia carecía de la flota de guerra requerida para bloquear los puertos. Si, la artillería destrozaría el interior y hostigaría a cualquier nave al alcance, pero aún así las aguas eran una vía de escape y de contrabando abierta para ingresar víveres a las urbes, lo que prolongaría de manera inconveniente ambos asedios.
El tercer ejército era un apoyo, un respaldo y un vigilante por si se sucedía algún evento inesperado. Aguardaba en las afueras de Tymon.
¿Debería esperar meses o asaltar en algún tiempo?
Grada del Trono (120): 6.000 soldados (46 meses, doble por puerto abierto)
Xer (60): 2.000 soldados (22 meses, doble por puerto abierto)
Bombardeando Ciudades
(13 años y 10 meses)
La posibilidad de un asalto frontal contra las ciudades era muy real y cada vez mayor. Las salidas al río y al mar permitían el prolongamiento del conflicto durante más tiempo del que ansiaba. Fue así como se montaron las piezas de artillería, multitud de lanzapiedras, balistas, catapultas y demás ingenios similares, que comenzaron a hacer fuego, incansablemente, sobre las murallas, fortificaciones y las mismísimas calles de las urbes.
Los barrios cercanos a las murallas prendieron fuego y ardieron, elevándose por los cielos densas columnas negras de humo que se veían a leguas de distancia. Los decrépitos seguidores fanáticos de Razmir, que vivían de su descarado robo a los desfavorecidos, jamás pensaron la lluvia de fuego y muerte que caería sobre sus cabezas. Pronto, lo que parecía ser un patético intento de invasión, únicamente por tierra, se tornó en la mayor catástrofe de su historia.
Xer pronto amaneció sin mayores defensas que pilas desfiguradas de adoquines, montañas amorfas de piedra y argamasa y un bastión en ruinas. Grada del Trono, considerablemente más grande y de diferente configuración estructural recibió daños en sus murallas exteriores, reduciéndolas a poco más que un recuerdo, pero aún el palacio del Bendito Dios Vivo seguía en pie, aunque no por mucho tiempo.
Grada del Trono (17): 6.000 soldados (44 meses, doble por puerto abierto)
Xer (0): 2.000 soldados (19 meses, doble por puerto abierto)
La Rendición de Xer
(14 años y 3 meses)
Varios meses pasaron y no sentí la necesidad de atacar las ciudades, especialmente porque prefería ver morir a la mayor cantidad de fanáticos posibles, quería quebrantar su voluntad y fe en su dios vivo para que luego fueran fácilmente gobernables. Una conquista rápida y eficiente no me daría sus voluntades, solo sus tierras.
Cinco meses pasaron, con un bombardeo de artillería casi constante, habiendo reducido la ciudad de Xer a cenizas y escombros. La bandera blanca fue izada en las ruinas del bastión y de una de las barbacanas. La ciudad y sus habitantes se rindieron ante Agnia e ingresé a ella como su Emperador, rodeado en llamas. Inmediatamente, la ciudad fue saqueada.
Los altares y templos fueron los primeros en caer, aquellos que habían sobrevivido al asedio. Luego, tras obtener todo lo de valor, la Ley del Emperador fue impuesta y el Culto a Razmir prohibido. A partir de medianoche de ese mismo día, cualquier forma de adoración al falso dios sería castigada con la muerte.
Grada del Trono (0): 6.000 soldados (25 meses)
El Asalto a Grada del Trono
(14 años y 4 meses)
El ejército de Xer se movilizó para reunirse con el que se encontraba en la capital y juntos asaltaron la ciudad parcialmente destruida. Los seis mil soldados que la defendían apenas pudieron plantarnos cara entre los escombros de lo que alguna vez llamaron su ciudad sagrada.
Incluso el propio bastión de Razmir, una enorme fortaleza, alguna vez magnánima y bella, ahora estaba convertida en piedras quemadas y ruinas parcialmente caídas. El Dios Vivo y sus secuaces más cercanos se encontraban en su interior, protegiéndose e intentando respirar por la mayor cantidad de tiempo posible, aunque ello significara sacrificar la vida de miles de sus leales servidores.
El propio Razmir sería mío, derrotarlo y eliminarlo, humillarlo completamente y desintegrar públicamente hasta la más mínima duda de su mortalidad era un objetivo fundamental, si no quería pasar los próximos años erradicando su puto Culto de las calles de mis nuevas urbes.
Mientras tanto, al tiempo que un gigantesco dragón rojo se dirigía al centro de la ciudad, las tropas que entraban por miles marchando a pasos marcados y con sus impresionantes armaduras y formaciones, arrasaban a cualquier oposición. Las patéticas escaramuzas de los defensores duraban pocos minutos, cuando los tiradores agnios les alcanzaban con sus potentes ballestas de acero y cedro. Otros intentaban mantener posiciones estratégicas, encerrándose en callejuelas e interponiendo sus lanzas y escudos.
Ninguno quedó vivo, y las órdenes que impartí al respecto fueron claras: "Ejecutad a los oficiales, colgadlos de los edificios más altos que queden en pie y si no queda ninguno, colgadlos de los árboles, y si todos los árboles fueron quemados hasta las raíces, clavad sus cabezas en picas y decorad las plazas con ellas".
No pretendía ser un tirano porque simplemente no era útil, pero demostrar firmeza era necesario para apagar las encendidas mentes de fanáticos.
Bajas Enemigas: 4.000 hombres
Bajas Propias: 200 hombres
El Devorador de Dioses
Al tiempo que la Guardia asolaba la ciudad, abriéndose paso calle a calle entre defensores y destrucción, sobrevolé los edificios y me presenté ante el bastión en ruinas que solía ser el Palacio de Razmir. Vislumbré algunos de sus más fieles seguidores protegiendo el perímetro de la fortaleza y fueron incinerados hasta las cenizas. Finalmente, cuando me aseguré que ninguno interferiría en mi búsqueda de su señor, descendí de los cielos tomando mi forma humana.
-¡Razmir! -vociferé entre las piedras- ¡Preséntate ante mí, cobarde!
Una tercera parte del gran salón, tan amplio como una catedral e igualmente decorado, con altos vitrales y candelabros de oro macizo, estaba derrumbada. Algunos de sus siervos más simples se resguardaban tras los escombros intentando pasar desapercibidos. No lo hacían, pero tampoco me eran molestos, eran como pequeños ratones.
-Aquí me tienes, Lord Dracaris -dijo Razmir-. Por fin dejas de esconderte tras tus hombres.
-Podría decirte lo mismo -respondí-. Escondiéndote tras tus mentiras y seguidores, ¿por qué no revelas tu identidad mundana y nos haces un favor a todos?
-Por que simplemente no es tal -contestó Razmir-. Soy un Dios caminando entre mortales, y hoy lo comprenderás, finalmente.
-Hoy el mundo aprenderá dos cosas -dije-: que los dioses pueden sangrar y que yo puedo matarlos.
Comenzamos a recitar conjuros. Escudos, protecciones mágicas de todo tipo, mayores resistencias y habilidades. Y entonces nos lanzamos uno sobre el otro, como bestias feroces. Si, el era un hechicero de gran poder, pero su magia no le llegaba ni a los talones de la mía.
Esquivé un encantamiento de congelación, dí un largo salto y me transformé en dragón, arrojé sobre él tantas llamas como me salieron del interior. Pudo evitar suficientes para no calcinarse pero el golpe fue duro. Rayos y chispas saltaban de un sitio a otro. Levanté la mano y del cielo cayeron meteoritos, cuatro orbes en llamas que impactaron de lleno en el gran salón, destruyéndolo todo.
En cierto momento quiso escapar, al comprender que continuar la batalla solo le serviría para acabar muerto, pero no pudo hacerlo. Ni con sus invisibilidades ni intentando irse a otros mundos, yo simplemente era demasiado bueno contraconjurando sus patéticos esfuerzos mágicos de huir.
Caí sobre él y me dediqué a asolarlo con una lluvia de golpes incansables, gigantescas garras del tamaño de espadas, dientes afilados como lanzas, mi cola tan pesada como una avalancha y mis dos alas llevándole destrucción a diestra y siniestra. No existía magia que pudiera evitar su aniquilación.
Entonces, me detuve un momento, volviendo a mi forma humana. Murmuré el conjuro por lo bajo mientras una fuerza verde se congregaba a mi alrededor. El comprendió de que se trataba pero era un tipo de magia que simplemente era demasiado poderosa y avanzada para él. Quiso huir pero fue demasiado tarde, solté un alarido de mil demonios en el averno. Un grito tal que llevaba muerte a todo el que lo escuchara, un canto horrible, una tonalidad asesina. El canto de la Banshee era una voz de ultratumba destinada a arrancar las almas de los cuerpos de los hombres.
Todos los siervos de Razmir que en ese momento podían escucharme se tomaron las cabezas ardientes y murieron, convulsionando y escupiendo sus órganos.
El Dios Vivo apoyó una rodilla en el suelo, aturdido por el cántico mortal. Su vista se nubló y sus pensamientos se confundieron. Lo tomé por su cuello y apretando con satisfacción lo levanté del suelo. Ya no luchaba.
-Los dioses pueden morir -dije y acerqué mi mano a su rostro. Razmir gritó como nunca antes había gritado, su voz se elevó entre las ruinas de su palacio más allá de las calles circundantes. Aún así, nadie pudo oír más que un escalofriante eco lejano, que había sucedido a un grito incluso peor, pero donde ésta voz era si reconocible para ellos.
Arranqué su alma oscura de su cuerpo, lenta y rigurosamente, mientras su áspera voz se afinaba al tiempo que la vida se escapaba de su interior. La entidad, el poder que llevaba dentro, no merecía ser desperdiciado. Destilando el poder que se encontraba dentro de su alma sería capaz de obtenerlo, de nutrirme exclusivamente de su magia y volverme incluso más poderoso.
La luminosidad blanca y opaca que abandonó su boca ingresó en mi cuerpo por la mía. Poder puro, poder líquido, poder inmortal.
Conquistas Progresivas
(15 años y 4 meses)
Decidí que la mejor forma, ahora que tenía tiempo y excesivo dinero, de conquistar, era tomándome el tiempo necesario para pacificar las tierras que se adherían al imperio. Un año tuve que esperar, pero la reconstrucción y repoblación de las ciudades y centros de gobierno y económicos del antiguo ducado de Melcat llegaron a su fin.
Esto no garantizaba que no existieran detractores o rebeldes, pero si las disminuían considerablemente la voluntad de la población en mi contra y les convencía de que se encontraban bajo un gobierno justo y preocupado.
Tras lo que les había dejado Razmir, esta nueva situación era realmente increíble, pero todavía el fanatismo estaba presente. Por fortuna, la Guardia Imperial imponía el respeto necesario como para mantener a los rebeldes y extremistas en línea. Eso y la ejecución de mi ley con estricta disciplina y celeridad daban un panorama de estabilidad política nunca antes alcanzada en los Reinos del Río (aunque Razmiran estaba acostumbrada a ser abusada por manos de hierro y ladrones).
Xer y Puerto Espina fueron reconstruidos y ampliados y los planes de repartición de tierras e incentivo de la economía se aplicaron como era usual gracias a la ya entrenadísima burocracia imperial. En pocos meses las ciudades rebosaban de personas, comercio y autosuficiencia, aunque se encontraban conectadas a la vasta red comercial interna del país, de donde provenía la mayor parte de la riqueza del país.
Contar con estos puertos directos en el Lago Encantado, y el control de una de las principales bocas del Sellen nos dio una ventaja muy importante para la exportación de nuestros productos a nuevos mercados. Agnia conquistaría el mundo de una u otra manera.
Más Poderoso que las Divinidades
Luego de la hazaña de devorar el alma de Razmir, muchos me consideraron a la altura de un verdadero Dios. Ciertos consejeros míos me impulsaron de inmediato a viajar hasta Absalom y someterme a las Pruebas de la Piedra Celestial, cuestión que denegué inmediatamente.
De momento y por mucho tiempo seguramente, no deseaba codearme con los señores divinos, esas criaturas de gran poder alrededor de las cuales se crean gigantescas iglesias y órdenes. Yo, deseaba acumular otra clase de poder, no el devenido de la fe o la adoración, sino el poder puro.
La magia necesaria para devorar almas era una ciertamente gris, inexplorada por los nigromantes y temida por los archimagos. ¿Y si me alimentaba de los mismos dioses? Ya había alcanzado mayor poder material que la mayoría de los mortales en toda la historia, ni siquiera los semidioses devenidos en tales por el poder de la Piedra Celestial habían sido emperadores de tan vastas tierras y personas, ni habían amasado tales riquezas.
Explorar en esta forma de magia sería mi área de estudio, a la cual dediqué y dedico horas, días y años. Cuando no conquisto extranjeros o castigo ingratos súbditos me encuentro en mi palacio, investigando este tipo de magia tan desconocida, experimentando y viajando entre las dimensiones del universo. Preguntando a lejanos señores de reinos más allá del tiempo y disfrutando de conversaciones con sabios milenarios.
¿En qué momento me había convertido en leyenda?