El nigromante se acercaba renqueante, con su bastón por delante. Estaba listo para atacar, pero Eira fue mucho más rápida... En cuanto el hechicero levantó el bastón para atacar, la paladín describió un poderosísimo tajo horizontal a la altura del cuello, rebanando tanto la cabeza como ambos brazos...
El cuerpo cayó de rodillas hacia delante, y luego acabó en el suelo. La sangre brotaba sin control, formando un charco a su alrededor. La cabeza voló algunos metros hacia atrás, emitiendo un ruido sordo al chocar contra la pared. Los brazos salieron cada uno por un lado.
Con la muerte del nigromante, el círculo dejó de brillar. La sala volvía a estar sumida en la penumbra, apenas iluminada por unas antorchas que luchaban por no apagarse. El aura mágica que llenaba el ambiente se desvaneció por completo al instante. Los únicos sonidos que se oían eran el crepitar de las llamas, la corriente del aire, y la respiración de ambos combatientes.
Paralizado, no podía hacer más que apoyar a Eira. Confiar en las capacidades de su recién conocida compañera. Se moría de ganas de lanzarse a por el nigromante y arrancarle la cabeza con sus propias manos. Sin embargo le tocaba aguantar.
Con su muerte, el hechizo se rompió. El bárbaro volvía a ser libre...
Lo primero que hizo fue ir hasta la paladín y estrujarla con sus brazos y levantándola del suelo como un par de palmos
-Enhorabuena- Volvió a dejarla. -Estaba preocupado, pero la leche. ¡Menudo golpe le has dado! Nada mal para una princesita-
¡Subes de nivel!
¿Y ahora qué?
Tiras dos 2d10. Te quedas con el más alto y es lo que consigues de PG (puntos de vida)
El ataque base aumenta en 1 punto
Y ya está
Estaba decidida. Quería salvar a todo el mundo. A su gente. No estaba dispuesta a fracasar.
Con esta convicción, Eira atacó, tal vez con demasiado ímpetu. De un solo tajo, separó la cabeza del cuerpo del nigromante, así como sus brazos. Apenas podía creerse que la lucha ya hubiese terminado. Se quedó mirando el cadáver, todavía en guardia por si acaso. Fue relajando la posición progresivamente, mientras asumía que había sido ella quien había finalizado con éxito la misión.
Se disponía a girarse para ver cómo se encontraba Ubbe, pero algo le detuvo. Los fornidos brazos del bárbaro se cerraban a su alrededor, estrujándola en un abrazo de oso a la vez que la levantaba del suelo. El alivio después de la tensión vivida se escapó en forma de carcajada. -Eh- le miró con los ojos entrecerrados para después empujarle amistosamente con el puño y esbozar una media sonrisa. -No subestimes a las princesitas.
Inspiró una buena bocanada de aire. -Podríamos llevarnos la cabeza- señaló. -Y mandar a alguien para borrar este círculo también. Muchas cosas acerca de la magia se escapan a mi comprensión, pero será mejor prevenir. Quién sabe, igual un mago cualquiera podría hacer uso de este círculo de nuevo...- caviló, llevándose la mano a la barbilla mientras paseaba por la sala, observando el dibujo del suelo.
Motivo: PG
Tirada: 2d10
Resultado: 10, 3 (Suma: 13)
Subo 10 puntos de vida (ya modificados en la ficha)
El intento de Eira de empujar a Ubbe con el puño se quedó en eso. En intento. Uno que al qamur le hizo gracia.
-A esta por lo menos no- Respondió. -Pero por como has dejado a ese tío, creo que tienes de princesita lo mismo que yo... Una larga, tupida y lacia melena-
Dejando atrás las bromas, el bárbaro hizo caso de las palabras de la paladín y cogió la cabeza, envolviéndola en un trozo de tela que la túnica del hechicero. No era plan llevar una cabeza colgando como si nada.
-Eso mejor se lo dejamos al Rector, o al Gran Maestre. Sabrán quien es el más apto para hacerse cargo- Respondió referente a lo del circulo
Puso los ojos en blanco. Ese chico no tenía remedio. "Te sorprendería lo princesita que podría llegar a ser en ocasiones", pensó con cierto humor, recordando algunas de sus exquisiteces cuando podía permitírselo.
Tras el momento eufórico, y teniendo a Ubbe yendo a por la cabeza, se quedó observando el lugar con sus brazos en jarra. Asintió con la cabeza, consciente de que eran tanto ese Rector como su superior quienes debían determinar acerca del destino de aquel lugar.
-Queda una cosa por decidir- miró al chico con las cejas arqueadas. -¿Quieres volver a a caballo o a pie?- alzó una mano para indicar que no había terminado de hablar. Sabía que el bárbaro no era hombre de corceles, y Eira era de las personas que evalúan una situación y piensan en las soluciones más prácticas para llevar a cabo. -Podemos avisar a uno de los caballeros por el camino para que informen acerca del éxito de la misión.
Frunció el ceño al recordar el medio de transporte usado. "Maldita mula". Sin embargo, solo le quedaba resignarse a su equino destino...
Eira y Ubbe abandonaron las ruinas. Al estar despejadas de enemigos y conocer el camino, no les costó mucho.
Tan pronto salieron, la luz del sol les cegó. Estaba en su cenit, indicando que era medio día. Los rayos de sol acariciaban sus pieles con suavidad, produciendo ese cosquilleo característico. El ambiente era agradable- Húmedo, pues no dejaban de estar en el bosque, pero a diferencia de las ruinas, este resultaba refrescante. La suave brisa que mecía las hojas en los árboles arrastraban un sutil aroma vegetal y floral.
Daba gusto volver a estar fuera.
Y no eran los únicos allí. Algunos soldados del reino se hallaban en el claro, cargando los cuerpos en carretas para su cremación. Uno de ellos se acercó, informando a ambos de que la operación había sido un éxito total. No habían sufrido bajas y ninguno de esos muertos vivientes tuvo oportunidad de llegar al río.
El mismo soldado, en seguida se adelantó para llevar las nuevas al Gran Maestre Sigmund y al resto de autoridades.
Al final, decidieron volver caballo. Buscaron al que habían dejado atado en la linde del bosque. Con mala cara, el bárbaro acepto la ayuda de la paladín para volver a subir. Y lo logró con algo menos de torpeza.
Tal vez, la llegada a la ciudad no era lo que esperaban. En lugar de con vítores, los ciudadanos los recibieron con indiferencia, siguiendo con su día a día. Ingenuos...
Sin embargo, en el Castillo de Plata, las cosas fueron muy distintas. En cuanto atravesaron las puertas las trompetas empezaron a sonar, acompañadas por los aplausos y elogios del resto de paladines.
Al otro lado del hall, en un altillo, esperaban orgullosos Sigmund y El Rector
Antes de marcharse de las ruinas, en el camino de vuelta, Eira se pasó por lo que Ubbe había catalogado como despensa y cogió unas alrededor de cinco manzanas y tres zanahorias que guardó en una bolsa de tela
Nada más salir al exterior inspiró una generosa bocanada de aire fresco y puro mientras cerraba los ojos para disfrutarlo. Sentir los rayos del sol acariciar su cara era un placer que durante esas últimas horas había echado en falta.
Emprendió la marcha junto a Ubbe, atravesando el bosque hasta llegar al lugar donde habían dejado amarrado el caballo. Sacó las manzanas y zanahorias para dárselas de comer mientras acariciaba su hocico. -Tenías hambre, ¿eh, pequeño?-. Había pensado en el pobre animal y las horas que habría pasado sin comer debidamente. Además, también debía tener en cuenta que debía viajar de vuelta con dos pasajeros.
Informaron por el camino a uno de los soldados, que iría más ligero en su montura y llegaría antes. Para la joven paladín, el saber acerca del éxito rotundo de la misión le henchía de orgullo y no podía disimular la pequeña sonrisa que se dibujaba en su rostro, pese a que se guardaba mucho de mostrar sus sentimientos al completo.
La llegada a la ciudad no fue tan diferente a lo que vivía eventualmente. Los ciudadanos no solían ser conscientes del peligro que corrían sus vidas hasta la interrupción de los paladines, y debía continuar siendo así.
Cuando cruzaron los portones del Castillo de Plata todo fue diferente. Los novicios los miraban con admiración y sus compañeros con cierta envidia y reconocimiento. A Eira le gustaba sentir las miradas clavadas en ella. Caminó con paso elegante y firme, avanzando hasta llegar al otro lado del hall. Solo entonces mostró humildad, inclinándose hacia las dos figuras que se elevaban en el altillo.
-La misión ha sido completada con éxito- informó. -Traemos la cabeza del antiguo miembro del Círculo como prueba- sabía que no eran meros mercenarios y que no había razón para dudar de su palabra. Pero también sabía que, pese a formar parte de la Academia Krypteia, Ubbe no dejaba de ser un bárbaro y eso podía causar cierta incertidumbre. Miró con cierta intensidad a Sigmund, su camino con los paladines parecía terminar por el momento. -Hay temas que también me gustaría tratar en privado.
Sigmund miraba a Eira, sonriendo satisfecho por cumplir la misión con éxito.
-Sabíamos que había muerto en el momento en el qué los no-muertos regresaron a su descanso. Felicidades- Miró a Eira, luego a Ubbe -A los dos- Estrechó la mano al Rector. -Y por supuesto a ti, amigo. Sin la información que trajiste nos habría pillado con la guardia totalmente baja. Gracias de Nuevo-
Tras oír ese "en privado" Sigmund asintió.
-Muy bien, seguidme- Indicó tanto a la paladín cómo a sus dos invitados.
Subieron toda la escalinata de la torre hasta el despacho del Gran Maestre. Allí, podrían hablar con total libertad.
-¿Y bien? ¿De que quieres hablar, Eira?-
Sacó el medallón que continuaba guardando y extendió la mano para que su interlocutor lo tomase. -Lo llevaban varios de los miembros del culto. Este se lo quité a uno de ellos- guardó silencio unos segundos, tras los cuales prosiguió con las explicaciones acerca de sus vivencias y lo descubierto en aquel lugar: desde el símbolo que llevaban y se repetía en los estandartes hasta los dibujos del suelo, pasando por los cuerpos abiertos en canal sobre los bancos de piedra. -Esos dibujos del suelo estaban pintados de sangre- desvió la mirada, incómoda -, al menos uno de ellos. El que se encontraba en la sala en la que nos enfrentamos al nigromante no sé con qué estaría pintado, pero aguantó la batalla sin problemas.
Tragó saliva. No era más que una pupila, pero debía hacer la petición. -Borré parte del dibujo pequeño, pero me gustaría pediros que mandaseis a alguien capaz de borrar ambos. Soy consciente de que las capacidades de los magos se escapan a mi comprensión, pero sé que si esos dibujos continúan allí podría ser peligroso.
Tomó el colgante que le mostró su subordinada.
Lo examinó de cerca, arqueando una ceja en señal de que ese símbolo le parecía de lo más extraño. Se lo mostró al Rector, que negó con la cabeza, confirmando que tampoco tenía ni idea sobre el.
-Esto es... Intrigante- Se pronunció al fin. -Puede que no signifique nada, que sea un emblema que esos fanáticos usaron para identificarse. O podría ser parte de algo mucho más gordo.
Lo puso sobre un pañuelo de seda que sacó de un cajón y lo envolvió cuidadosamente. Luego se lo ofreció al Rector.
-Tu nos has traído este caso. Considero justo que seas tu el que se lo quede y averigüe más sobre su significado-
Una vez el anciano guardó el medallón, Sigmund se puso en pie.
-Imagino que tendréis cosas que discutir. Sentíos libres de usar mi despacho-
El Gran Maestre abandonó la estancia, dejando a solas a Eira, Ubbe y al Rector.
Guardó el medallón que Sigmund le había entregado en su bolsa. A continuación le dio la mano en señal de gratitud y compromiso hacia el gesto.
-Está en buenas manos. Lo sabes-
Una vez a solas, El Rector volcó su atención en la joven Eira.
-Cuéntame. ¿Que te ha parecido la misión? ¿Crees que serías capaz de vivir día a día con este tipo de fuerzas oscuras que buscan la más mínima oportunidad para traer el desastre?-
Esperaba que el Rector le diese la bienvenida a la Academia por su espléndido trabajo, pero no que le formulase aquella cuestión.
-¿Que si sería capaz de lidiar día a día con aquello por lo que vivo y me he entrenado?- respondió a la pregunta del rector con otra pregunta, alzando una ceja.
Volvió a su semblante sereno, asintiendo con la cabeza. -Sí, lo sería. Y si alguna vez me viese superada por la situación- una comisura se subió un poquito, apenas un tik que ocultaba la media sonrisa que había estado apunto de esbozar -, doy fe de que cuenta con unos estudiantes talentosos que nos ayudarán a sobrellevarlo.
Sonrió con la respuesta de Eira.
-Así me gusta- Respondió. -Y tienes razón. Si la situación te sobrepasa apóyate en tus compañeros. Nunca estarás sola. Confío en que te ganarás el respeto de todos ellos fácilmente. Tan sólo hay que ver lo formal que está Ubbe... Normalmente pasaría de todo esto mientras se dedica a mirar por la ventana- Cómo cuando la paladín llego esa misma mañana. -Y no me cabe la menor duda de que serás una gran líder. Ten cuidado Sigmund- Se volvió al Gran Maestre. -Puede que sea esta joven la que te saque te este despacho-
El paladín soltó una gran y sincera carcajada, pero en ningún momento lo negó.
Cogió un par de sobres de la mesa y se los dio a Eira-
-Un billete de tren a Arcaia. Desde aquí puedes ir directamente a la estación del Valle. Allí podrás coger otro a la ciudad. Y este otro un salvoconducto. No queremos que hagas horas de cola para conseguir un permiso ¿No? Enséñaselo a los guardias en cuanto llegues. Te ayudarán-
Pues... Prólogo finalizado. Puedes narrar libremente cómo preparas el viaje y coges el tren. Ah, y subes a nivel 3
Miró de reojo al bárbaro. Por algún motivo no le extrañaba lo que decía el Rector. También se aplicaba al hecho de ser la sucesora del Gran Maestre. Un cosquilleo en su estómago le indicó que esa idea no le parecía nada mal, ni tampoco descabellada.
Tomó el sobre que le tendió el rector, con el billete de tren y lo que suponía que sería una especie de documentación. -Gracias- dijo con emoción contenida. Era un grandísimo honor el que se le estaba brindando, a pesar de tener que dejar su servicio temporalmente con los paladines. -Gran Maestre, espero que volvamos a vernos pronto. Gracias por sus enseñanzas- se llevó el puño derecho al pecho, sintiendo su espíritu más fuerte y vivo que nunca.
Tras las despedidas pertinentes, Eira marchó a su casa. Tras su llegada, informó de todo con gran ilusión a Wilson. Luego fue a ver a sus padres para hacer lo propio y comunicarles acerca de su próximo viaje. Sabía que no obtendría una negativa por respuesta, sobre todo teniendo en cuenta su destino.
Una vez en su cuarto lo primero que hizo fue coger papel y pluma, sentarse en su escritorio y escribir una carta a su hermano para notificarle acerca de su misión con los nigromantes con la que había conseguido la admisión en la academia Krypteia.
Hola, mendrugo.
Me alegra informarte de que he sido admitida en la academia Krypteia. ¿Quieres saber cómo? (¡Soy una gran paladín!)
El Rector de la academia vino con uno de sus alumnos, un guerrero de armas tomar. Fue mi compañero en la misión que tuvimos que emprender: vencer a un antiguo miembro del Círculo, ¿te imaginas?
Allí nos vimos con varios muertos vivientes y algunos acólitos. Luego vencimos a ese nigromante, con lo que me aceptaron en Krypteia.
Sé que es poco ilustrativo, pero tengo prisa por preparar el equipaje.
Espero que todo te esté yendo bien.
Tu hermanita,
Eira.
Tras finalizar la carta, una sonrisa se dibujó en su rostro. Dejó secar la tinta, dobló la hoja y la selló con una gota de cera y la estampa de su familia.
Se puso en pie para encaminarse a las maletas y sus armarios. ¿Qué debía llevarse? Tardó más de lo esperado en decidirse, al final llenó una maleta considerablemente grande y un gran macuto en el que llevaba la armadura. Todavía tenía la sensación de que se le olvidaban cosas, pero prefería descansar y considerarlo al día siguiente si así era.
Esa mañana se levantó de buen humor, tomó un buen desayuno, le dio la carta para su hermano a Wilson y subió a vestirse. Se puso unos pantalones cortos, de tela elástica y bastante cómodos. Una camiseta de tirantes que se ajustaba a su figura, de tono lila oscuro y, por encima, un vestido largo abierto, cerrado con un nudo (como una bata), de tela fina y de tono lavanda. Unos zapatos con un tacón bajo, cómodos para el viaje, finalizaban con el conjunto.
Tras las despedidas, puso rumbo a la estación.
Motivo: PG
Tirada: 2d10
Resultado: 10, 1 (Suma: 11)
Subo otros 10 puntos de vida (actualizado)