Partida Rol por web

Mike vio como Don se alejaba, el quería seguir corriendo, seguirlo hacia el agua, pero su cuerpo no respondía... ¿qué estaba pasando? Entonces reconoció su cuerpo, su cuerpo lleno de gusanos que desde este punto de vista se le antojaba enorme. Hammer intentó gritar, pero nada salió de su boca. Muy sorprendido, sin saber que hacer, intento enroscarse en su brazo y tirar de él para seguir a Don.

¿Qué sucedía? ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué ya no se sentía argéntea y brillante? De pronto lo comprendió: ¡ya no era la cadenita! Aquel continuo cambio de cuerpos iba a volverla loca, al final... Ahora era la entidad llamada Hammer. Esta vez era diferente de Don. Cuando había sido Don, había sentido un gusto agridulce, como de melaza mezclada con limón. Era un gusto pasteloso, como de pastelito de limón, mezclado con tostadas calentitas y mermelada de arándanos aderezada con el color del verano y los matices del sol cálido. Ahora era diferente. El sabor era amargo, como si apretara un pomelo entre los dientes, al mismo tiempo que caminara por un dique seco hacia finales del otoño, con el olor de una fábrica de lápices taponando sus fosas nasales. 

Sin embargo, de poco le servía saber quién era en ese momento, porque ya no recordaba qué tenía que hacer. Por mucho que lo intentaba, que se esforzaba, los recuerdos eran confusos... Viendo cómo Don gritaba y gesticulaba hacia ellos y cómo la Serpiente de Plata se enroscaba en su brazo, la entidad que ahora era Mike Hammer entendió que no podía quedarse parado. 

Los gusanos le hacían cosquillas mientras trataban burdamente de imitar las funciones de sus órganos desaparecidos y la cadenita había hecho que soltara una carcajada al salir de su estómago y reptar hacia su muñeca. Ahora todo le parecía más divertido. Con un esfuerzo sobrehumano, movió los pies de la entidad que ya no era Hammer y avanzó, lo más rápido que pudo, hacia donde Don les esperaba. 

Ya era tarde. Mike había sido reemplazado por cebo. Jimmy estaba tentado de arrear al montón de gusanos con el remo de nuevo, pero la urgencia de Don hicieron que se contuviera por el momento, no así el reproche, que no acabó de entender. No estaba pegando a la gente, si no a un montón de gusanos. Y el resto deberían hacer lo mismo, si no querían convertirse en cebo. 

Siguió a Don, por tanto, aunque manteniendo las distancias con los montones de cebo, a los que miraba con desconfianza mientras sujetaba el remo entre sus manos con fuerza. 

Poco a poco, aquellos a los que los gusanos habían invadido, fueron conscientes de que su pensamiento adquiría una cualidad... Granular. Cada pequeño impulso de la psique tenía una cualidad individual que no podía ser dejada de lado.

Everett llevaba experimentandolo sin saberlo durante mucho tiempo ya. Don y Hammer mucho menos. Pero fueron conscientes del fenómeno cuando supieron que, además de gránulos cuasi independientes de sus propios pensamientos, unidos entre sí más por consenso grupal que por alguna suerte de mística transubstanciación (tal y como, en realidad operaba la mente habitual), había en sus cercanías otras "colonias".

Así, Everett, o aquello que antes había sido Everett, reconoció, a pesar de los límites difusos de la personalidad, a un naciente Don, demasiado democrático como para ser una mente humana, y a un Hammer que era muy extraño, casi femenino, se diría.

Había otros. Algunos miles de millones de Hermanos Sin Mente, ansiosos por entrar en la Participación, os habían seguido de cerca, aunque ahora se demoraban, por prudencia.

Otros cúmulos de Hermanos coincidían con aquellas figuras encapuchadas que ahora os miraban correr en busca del agua, para tomar el camino del mar. Eran casi una sola gran mente colmena, donde solamente de manera muy difusa se podían distinguir algunas personalidades que, quizá, algún día fueron completamente humanas.

- Déjalo, ¡ya es tarde! - Le digo a Jimmy con respecto a Mike. - ¡Tenemos que salir de aquí mientras podamos!

Echo a correr tras Don.

Todos corrieron. Algo ocurría tras ellos.

Los seres encapuchados observaron su marcha con indiferencia. Dedicaban su atención, más bien, a algo que venía de la bruma viscosa, a lo que había anunciado, como si fueran las trompetas del Apocalipsis, aquella asquerosa luminescencia del color de los excrementos frescos.

Pronto todos se movieron en la oscuridad, guiados solamente por la dirección de la corriente, cada vez más fuerte. Al fin, palpando piedras húmedas y cortantes, se encontraron con una grieta perdida entre muchas otras, en la desembocadura de río y, tras tropezar en las brumas marinas nimbadas de extrañas fosforescencias por el mar y de un enfermizo halo por la luna en el cielo, acabaron chapoteando en la playa.

Sopló una brisa fresca y, durante un momento, la luna consiguió iluminar aquella escena.

Vestidos cada uno con sus ropas, de otra manera irreconocibles, Don, Everett y Hammer no parecían más que masas de gusanos cubriendo sus huesos desnudos.