Partida Rol por web

Aeryn siguió concentrándose, le encantaría que por la puerta trasera hubiera un túnel a prueba de gatos juguetones que les llevase directo hacía el coche de Mike...

-¡Somos ratones, maldita sea! El gato es más rápido que nosotros con total seguridad, ni siquiera estamos seguros de poder manejar el coche. En el sótano podríamos tener la oportunidad de que se aburra y se largue-explicó Jimmy, que seguía convencido de su parecer. 

Don tiró el agua de la palangana, con un movimiento de vaivén, por debajo de la puerta. Esperaba que el charco que se formara al otro lado convenciera al gato de alejarse de allí.

Ignorando los improperios de Everett se dirigió hacia Jimmy.

—Desde el sótano podemos llegar al coche. Debería tener ventanal o portezuela...

En efecto, el sótano tenía una trampilla que daba a la calle trasera, cerca de la puerta de la cocina, por donde echaban el carbón. La caldera estaba encendida y hacía calor. Se trababa de un espacio muy amplio, que abarcaba toda la planta de la vivienda. Interrumpían el espacio los pilares de vigas de roble que aguantaban la estructura. Todo estaba dividido en cinco espacios por medio de armarios que solamente llegaban a la altura de la cadera y débiles tabiques de madera de balsa -casi simples biombos que partían de los pilares hasta las paredes, sin que hubiera puertas para acceder a cada sección, sino simples vanos- con la excepción de dos de ellos que tenían su puerta y todo: el de la caldera y el de la carbonera.

Uno de ellos era un pequeño taller con herramientas de carpintería polvorientas, sin uso desde hacía años, que se podía cerrar del todo mediante unas pesadas cortinas de cuero, para evitar el serrín cuando se trabajaba.

Otro era una despensa donde quizá habría mermelada del siglo pasado, jamones, salmones y arenques ahumados, harina, melaza, latas de comida, varias cajas de cerveza embotellada del año catapúm, keroseno para un pequeño quemador, kinkés en desuso desde que se había instalado electricidad y el petróleo para alimentarlos, velas, libros de recetas viejos y un montón de basura más.

En los espacios cerrados con tabiques de obra y una puerta, estaban la caldera y la carbonera.

El espacio de al lado era la carbonera, donde había carbón suficiente para alimentar a una pequeña locomotora, un hacha grande y otra pequeña, una maza de una libra de peso con un mango para que se pudiera usar a dos manos, varias cuñas de hierro, un buen montón de madera y una sierra de arco, piedras de afilar, la pala del carbón, un par de cubos de zinc y cosas por el estilo.

El quinto espacio servía de acceso a todos los demás, y era aquel por el que se accedía desde arriba. Bajo la escalera de acceso debía haber trastos para parar un tren: cajas con facturas, un colchón viejo de niño, una rueda de bicicleta, y así hasta casi la desesperación de cualquier ama de casa ordenada y limpia.

La estructura de la casa trepidaba bajo las acometidas del lindo gatito. Caía polvo del techo engorrinando todo y haciendo llorar vuestros ojos. Bailoteaban las tres bombillas que iluminaban todo con una luz gastada, ambarina, y bailoteaban vuestras sombras de pequeño roedor a la par, en loca evolución por las paredes y los suelos a la vista.