—Buenas noches, ¿puedo preguntarte una cosa, Iyenkhosef?—saludó Jotnar sentándose cerca del mago. Cocotilio se limitó a levantar una manita y el enano esperó a obtener la aquiescencia del mago para continuar—. ¿De dónde sacaste a Cebollito? Me consta que no es fácil encontrar cualquier tipo de vida vegetal en el desierto.
Cuanto menos un tipo de vida sentiente. El propio Cocotilio era un misterio pues tampoco sabía de dónde había salido, Reseph tan solo le había dicho que simplemente había aparecido en el oasis. Aunque definitivamente un coco tenía más sentido que una cebolla en el desierto.
Si existían más criaturas de aquel tipo, Jotnar quería saber de ellas, dar con alguna incluso, siempre y cuando estuviera en su mano.
- Una pena no haber podido despedirme... - Pensó la mestiza. - Y lo otro también. - Resopló.
Lurzca era tímida. Aswand se le había insinuado claramente y había dejado para más tarde una charla con él. Luego los acontecimientos se precipitaron y ya no tuvo oportunidad de volver a verle. Había perdido una oportunidad y cuando una dejaba escapar ese tipo de oportunidades, solía arrepentirse, pues o solían volver nunca.
- Voy contigo, Jotnar. - Dijo la mestiza poniéndose en pie y acompañando al enano. Necesitaba quitarse aquellos pensamientos de la cabeza y aunque era mujer, no era de esas que sabían hacer dos cosas al mismo tiempo. Si pensaba, pensaba y si seguía a Jotnar, seguía a Jotnar.
-Buenas noches, Jotnar -correspondió el mago al ver al enano aproximarse a él.
Habían estado trabajando juntos todo el día y Jotnar se había percatado de que Iyenkhosef era un gran amante de la jardinería como él o como Reseph. Pero además, sus encantamientos estaban preparados para proteger en buena medida a sus plantas, no hacerlas brotar como podía hacerlo la Rosa del Profeta.
-Ah, Cebollito, este pequeño de aquí fue un... bueno, no me gusta llamarlo error, pero fue un accidente en mi laboratorio.
Le mostró a Jotnar la maceta en la que estaba el pequeño bulbo. El mago le acarició una de las hojas de su flequillo y Cebollito sacó la cabecita de la tierra con ojos somnolientos (si es que dos bolitas negras podían ser ojos). Miró al enano y luego a Cocotilio, al que sonrió y agitó una de sus manitas en dirección al coco. El coquito también sonrió y le cogió la manita para estrechársela.
-En mi laboratorio estudio botánica, realizo constantes experimentos para mejorar las cosechas, conseguir que las plantas crezcan más fuertes y que la escasez de agua no sea un problema. En este caso estaba experimentando con cebollas, estaba plantado en una de mis macetas, y un buen día, en fin, toda la cosecha se fue al garete, no entiendo muy bien cómo. Y ahí estaba Cebollito, con sus ojillos y su delicadeza -comentó acariciando una de sus hojas-. Parece que han hecho buenas migas-. Señaló a Cocotilio y Cebollito hablando en un idioma que nadie entendía, una mezcla de sonidos ininteligibles-. ¿De dónde sale tu amigo?
¿De dónde sale? La respuesta era bastante evidente. Lurzca miró extrañada a aquel hombre. Parecía listo, por lo que tenía que saber que Cocotilio salía de un... Coco. A Lurzca, siempre tan literal, comprendió de forma súbita el sentido de aquella pregunta.
- ¡Oh! - Exclamó. - Nos lo dios Reseph en agradecimiento por un trabajo que hicimos para él.
No le importaban demasiado los pormenores de si alquimia vegetal. Cómo hacía lo que hacía con las platas, le traía sin cuidado, aunque seguramente que a Jotnar si le iba a interesar. Los jardineros, en parte, eran como los ilusionistas de tres al cuarto que hacían trucos de magia con cartas, chisteras y ramos de flores que salían de la manga, no les gustaba revelar sus secretos. Si ese hombre estaba dispuesto a hacerlo, sin duda que su jefe enano escucharía encantado.
- La verdad es que parece que se llevan bien. - Dijo hacienda referencia a los dos seres vegetales que estaban parloteando. - Nunca había visto una amistad entre dos plantas, pero parece que hacen buenas migas.
—Oh... —Jotnar se desinfló ligeramente, cruzándose de brazos con gesto entre pensativo y desilusionado—. Entonces me temo que estoy en un punto muerto.
Lo cierto es que había pensado en la posibilidad de buscar una de esas criaturas-cebolla por si mismo, para que Cocotilio no estuviera solo y él pudiera contar con otro de aquellos encantadores seres vegetales que no sólo lo ayudaban en su jardín, sino que además le resultaban fascinantes... pero si todo había sido el producto de una mezcla fortuita de mejunjes de mago, estaba en un callejón sin salida.
—Lo cierto es que un día apareció sin más en el oasis, estaba malherido y Reseph lo cuidó y lo dejó vivir aquí—respondió a la pregunta—. Cuando llegamos nosotros a echarle una mano con un Pétalo Rojo Mazticano que se le había vuelto un poco majara y andaba comiéndose a los sirvientes se ve que le caí en gracia y quiso venir conmigo. ¿Verdad, Cocotilio?
Giró los ojos hacia arriba para observar al coquito sobre su cabeza. Como respuesta, éste agitó las pequeñas manos en el aire como quien vitorea algo, emitiendo una serie de sonidillos agudos que pese a que no se entendían en absoluto, sonaban alegres.
- Os espero fuera... - Dijo la mestiza. - Tendréis que tratar vuestros asuntos de... - Se rascó la cabeza. - ... Asuntos de plantitas.
Y salió a tomar viento fresco.
Nepthis paseaba por un prado de hierba fresca. Era como pasear entre las dunas de un desierto, solo que en vez de contemplar el color ocre de la arena, todo era de diferentes tonalidades de hierba. El sol calentaba el rostro. Estaba desnuda porque, bueno, no sabía muy bien por qué, pero lo estaba y se sentía joven y hermosa de nuevo. Vio una flor y la recogió para olerla, sabía que a Jotnar le daría un patatús si la veía arrancar una flor de su arbusto, pero le apetecía poder admirar la fragancia de esa flor y así lo hizo. Porque pocas veces hacía lo que realmente le apetecía hacer.
A lo lejos divisó a Amessis. Portaba su guadaña, vestía con una túnica blanca que más parecía un disfraz de tentadora súcubo y acariciaba el lomo de una preciosa vaca de pelaje marrón que pastaba con tranquilidad. La sacerdotisa se acercó hasta allí para hacer lo mismo, acariciar a esa vaca tan calmada.
Pero, por muy idílica que fuese la escena, algo no iba bien. No era Amessis quién estaba allí, no era su rostro a pesar de que a Nepthis se lo parecía. No era la nigromante cuando se giró hacia la sacerdotisa y comenzó a tocarla, a besarla, a tentarla con suaves y eróticas caricias que resultaba tremendamente agradables. Porque en el fondo sabía que Amessis tocaba, besaba y acariciaba así, con voluptuosa languidez. Desnudas, las dos mujeres retozaron sobre la hierba bajo la mirada indiferente de la vaca, que iba de acá para allá comiendo hierba. Tras la satisfacción del orgasmo, la que era pero no era Amessis se puso en pie y caminó hasta el animal.
Nepthis contempló con cierto horror cómo, de entre sus torneados y húmedos muslos, surgía una serpiente que se enroscaba en las piernas de la nigromante, en su cintura, en su torso y luego caía sobre la hierba mientras Amessis se deshacía como una estatua de arena. Volvía a estar en el desierto, bajo su cuerpo, Nepthis sintió la arena árida de las dunas. Su preocupación fue otra, de repente, aquella vaca corría peligro, pues la serpiente trepaba por sus cuartos traseros y crecía, crecía hasta convertirse en una serpiente gigante del mismo tamaño que aquella pobre vaca que fue devorada...
Entonces, se despertó.