Habían regresado a Geldaneth, pero nada era como antes. Habían tenido mucho tiempo durante el trayecto de regreso a casa para hablar de lo sucedido, pero no lo habían hecho. ¿Por qué? Posiblemente porque la herida era todavía demasiado reciente, o puede que fuera porque no habían tenido la intimidad que precisaba la conversación, pero ahora que Amessis dormía y Lurzca jugaba con los vegetales animados de Jotnar, enano y ascendida, decidieron ir a revisar el estado del jardín trasero de la sede de la compañía.
Como era de esperar, ese no era más que un pretexto para obtener un poco de aquella ansiada intimidad. Aunque también era cierto que al ver el estado de las preciosas plantas que con tanto cariño había estado cultivando el enano, casi le entraron ganas de llorar. Tenía mucho trabajo por delante, principalmente el de encontrar al mozo al que pagó unas buenas moneda para que se encargara de regar a diario, pues en aquella época del año hacía mucho calor en Mulhorand, aunque... ¿Cuándo no lo hacía? Fuera como fuera, tenía arreglo, pero muchas horas serían las que tendría que invertir en ello. No obstante, lo primero era lo primero y allí tenía frente a él a Nepthis y tenían que aclarar las cosas.
Los vegetales de Jotnar se mantenían lo más alejados que podían de Lurzca, no por ninguna mala sangre (o savia) sino porque la semiorca no destacaba precisamente por su delicadeza y los aguacatos eran delicados. Además, Cebollito, como buen caballero, se había auto-impuesto la misión de protegerlos manteniéndolos alejados así que en consecuencia él también lo hacía. Cocotilio era más duro, pero Cocotilio no jugaba con chicas; eso no era propio de un fiero coquito berserker.
Jotnar tampoco tampoco se había mantenido enfadado y sin respirar todo el camino porque no tenía cinco años, contaba con una barba para demostrarlo. Y bien orgulloso que estaba de ella. Es más, tampoco esperó el momento preciso para llevarse a Nepthis como si estuviera secuestrando a alguien, concretamente porque aquello de "llevarla al jardín" era demasiado parecido a llevarla al huerto. Y el enano respetaba el espacio vital de la gente. Así que salvo cierto aire apagado que provocaba la ausencia de las habituales bromas y chorradas cada cinco minutos, había actuado como una persona normal durante todo el camino de vuelta.
De lo cual, sólo se podía deducir que el narrador estaba más perdido que un pulpo en el desierto. Fuera quien fuese ese tal narrador.
A lo primero que se había dedicado Jotnar nada más hubieron regresado todos a Geldaneth (aparte de a vender la cantidad ingente de cosas que habían saqueado del templo y comprar algunas chucherías para todos con el dinero obtenido) había sido a adecentar el estanque del jardín para que Bostecitos tuviese un lugar apropiado en el que estar. Era un estanque mediano con la superficie salpicada de algún que otro nenúfar y demás plantas acuáticas. Y si bien el pequeño hipopótamo tenía sitio de sobra, el enano se había encargado de calcular el espacio que tendría cuando creciese... por suerte, como era sólo uno, concluyó que continuaría siendo razonablemente amplio como para que pudiera moverse en paz. Es más, lo primero que haría sería enseñarle a que sólo debía comerse la sandía que le pondría todos los días para las horas de comer; si había enseñado a regar a un coco y a traer agua del pozo a un camello, aquello era pan comido.
Aunque tendría que buscar un artesano que le hiciese una señal personalizada de "cuidado con el hipopótamo". Las de perros que solían vender no le valían.
Se encontraba en aquel momento trasteando sobre la mesa de piedra del jardín con algo que parecía el híbrido entre un alambique y una jarra de cerámica pero que no era otra cosa que el artilugio que se había traído de Kessenta en su día y empleaba para hacer el té. Quién demonios había creado semejante cachivache era todo un misterio, pero los tés siempre eran deliciosos.
Vio entrar a Nepthis, la sacerdotisa solía pasarse por la sombra del jardín en los días en los que el sol era demasiado insoportable pues era la parte más fresca de toda la compañía. El enano la vio y la saludó con la mano.
La Nepthis que acudió al jardín trasero de la sede de la compañía no tenía alas, ni un halo celestial, ni una docena de escarabajos dorados describían círculos a su alrededor. A decir verdad se parecía bastante a la Nepthis que había conocido Jotnar, pero algo sí había cambiado en ella, no por menos sutil más evidente para el enano. La sacerdotisa se movía con mayor energía y fluidez, en una juventud reencontrada. No eran sus movimientos interrumpidos aquí y allá por precaución o gestos de dolor.
Dibujó una sonrisa de esfinge en sus labios, y correspondió al saludo de Jotnar con una aristocrática inclinación de cabeza. Nepthis cruzó el jardín, casi deslizándose, y se fue a sentar en un banco de piedra. Se colocó la trenza, dejándola caer sobre el pecho. Indicó al enano que se sentase junto a ella palmeando el asiento a su lado y después colocó con suavidad las manos en el regazo.
En los últimos días, había hablado demasiado para ser una mujer que había estado dejando durante toda su vida que sus actos hablaran por si solos. También había escuchado lo que otros tenían que decir, instándole a aleccionarle acerca de lo que debía hacer, pensar o sentir. Habiendo visto cómo reaccionaba a su Ascensión, sospechaba que Jotnar también una opinión muy concreta acerca de aquellas cuestiones, también.
—He estado hablando con mucha gente, últimamente —expresó Nepthis, traicionando sus pensamientos—. Con mi hermana, con mi maestro Hahefi Kene-te, con Reseph-Ka-Mat-ef y con Amessis, entre muchas otras personas que no conoces.
Sonrió.
—Recuerdo la última conversación seria que tuve con Amessis. Fue a raíz de mis primeras visiones, cuando fui convocada por el Cónclave en Neldorild. Le revelé en nuestra pequeña charla mi intención de abandonar la Compañía. Le confesé que a partir de entonces iba a tener otras obligaciones, y que mi aprendiza, Senet, podría cubrir mi puesto como sanadora —rio y negó con la cabeza—. Se puso como una fiera. Me dijo, a grandes rasgos, que éramos una familia y que las familias permanecen unidas. No suelo pensar demasiado en las cosas que dice Amessis por razones obvias, pero aquello me dio para reflexionar.
»También estuve hablando largamente con tu amigo Reseph. Su experiencia como profeta de Isis me resultó muy reveladora. Él me dijo que lo que me sucedía, mis visiones, no me había sido impuesto, sino que era algo que yo había elegido, incluso inadvertidamente, en todas mis decisiones a lo largo de estos años —Nepthis se detuvo—. Y eso fue antes de la Ascensión, que sí elegí voluntariamente.
Hizo una pausa.
—También elegí unirme voluntariamente a tu compañía como sanadora, porque aquí podía marcar la diferencia. Ahora puedo marcar esa diferencia en otros lugares —señaló—, pero aún no veo por qué mi labor debería ser incompatible con la que desarrollo aquí. He meditado profundamente acerca de: ¿por qué Hathor me eligió a mí? Quizá fuera precisamente porque no tengo miedo a arremangarme y trabajar ahí donde soy realmente necesaria. Tal vez sea aquí donde debo estar.
Jotnar cerró la tapa del artilugio y lo colocó sobre una piedra caliente plana de dos palmos que había sobre la mesa. Luego se acercó al banco para auparse y poder sentarse en él... a diferencia de Nepthis que podía saltarse el primer paso.
La sacerdotisa se puso hablar y no pudo menos que recordar él también la parte que concernía a Amessis; el propio enano había estado de acuerdo en no dejarla sola e ir con ella pero si hubiera sabido en qué iba a terminar todo...
«No habrías hecho nada porque no había nada que hacer»
Se enfurruñó consigo mismo para sus adentros. Estúpido subconsciente; siempre con su estúpida manía de llevar la estúpida razón. Salvo cuando no la llevaba. Pero aquel no era el caso.
—¿A mi me lo dices? ¡No he pensado en otra cosa desde que tocaste ese disco!—suspiró cuando mencionó todo lo último tras la pausa—. Lo único que me permitió respirar fue que quisieras seguir con nosotros.
Había tenido miedo que toda aquella altisonancia de Fe se hubiera impuesto porque todo el maldito mundo no había parado de repetir lo diferente que ahora era Nepthis. Lo diferente que iba a ser todo ahora. ¡Incluso la absurda idea que se quedase encerrada en aquel estúpido templo por el resto de su vida! Se había sentido totalmente solo, como el único defensor de la unión de aquella familia, como el único que tenía miedo de que se pudiera desintegrar, hasta que la propia Nepthis había hablado para defenderla también. Se había sentido tan agradecido que le había costado no llorar. Pero a la vez había estado tan enfadado y tan triste con la aparente indiferencia del resto en aquel momento que no había podido evitar explotar.
—Me conformo con que no te hayas convertido en una mujer gigante con cabeza de vaca... —añadió con una especie de humor absurdo que en el fondo no sentía pero intentaba quitarle hierro al asunto—. O habríamos estado jodidos de verdad para mantener el perfil bajo.
El hecho de que el aspecto de la sacerdotisa hubiera revertido al suyo normal lo había aliviado hasta límites inenarrables. La sola idea de que Nepthis hubiera llevado perennemente aquella estrafalaria diana de escarabajos y plumas lo había aterrado en un principio. ¿Cómo iban a ser las cosas iguales por más que quisieran con algo así? Habría habido montones de curiosos insoportables, clérigos besaculos y clérigos besaculebras por igual en la puerta de la Compañía o intentando colarse en la Compañía todos los días cada uno dando el coñazo con una cosa distinta. Intelectualmente hablando se alegraba porque su amiga hiciera lo que le gustaba, es más, la parte de que pareciera tener más vigor que antes lo consideraba algo bueno para ella, y sabía que era una persona adulta que podía tomar sus propias decisiones. Pero que supiera todo aquello no evitaba que emocionalmente hablando se sintiera algo deprimido porque un terremoto hubiera sacudido uno de los pilares de su vida y hubiera estado a punto de tirarlo.
En ese momento se dio cuenta de que se había quedado callado demasiado tiempo, aunque un soplido de vapor lo rompió; la tapa de la tetera se había levantado como si esta se estuviera sacando el sombrero y emitía humo así que se levantó un momento y correteó hasta la mesa para sacarla de la piedra. Agarró uno de los vasos que tenía allí encima, lo llenó, y se trajo ambas cosas de vuelta.
—Te lo debía desde la pirámide de Akhenseti—murmuró dándole el vaso a Nepthis y dejándole la jarra cerca sobre el banco—. Bueno, a ti y a Hathor. Pero supongo que cuenta por ambas ahora. Ya me entiendes.
Esperó a que lo cogiera para volver a sentarse en el banco. No, para volver a auparse y sentarse en el banco. Estúpido primer paso.
—He plantado las semillas de chocolate que tanto os gustó, en unos meses debería poder hacéroslo—añadió frotándose las manos—. Y ese té es de las hojas moradas que compramos en Muldoon. Creo que te gustaba. Si te gusta plantaré también las semillas que también tengo...
No. Estaba hablando por el mero hecho de llenar el silencio. No era sólo eso lo que realmente quería decir. Dejó ir un largo suspiro y hundió la cabeza entre los hombros haciendo de tripas corazón.
—Sois todo lo que tengo, Nepthis—dijo sin más—. Hasta ahora siempre hemos salido airosos de lo que se nos ha lanzado encima, y siempre que he intentado protegeros a alguna he podido. Pero ahora seguro que hay dos docenas de cosas nuevas que se han sumado a la lista de las que te pueden tener como objetivo, y no sé qué voy a hacer si por culpa de ellas la próxima vez que lo intente me encuentro con que no puedo. Estoy feliz de que quieras estar con nosotros, y de que estés haciendo lo que te gusta, en serio. Pero no puedo aparentar sólo estar feliz, porque también estoy preocupado.
Resopló dándose una palmada en la cara que, aunque involuntariamente, quedó bastante cómica.
—¿Tiene sentido eso? Dime que tiene sentido. No sé explicarlo mejor. Lo mío son las plantas, no las palabras.
Nepthis sonrió como una esfinge.
—Esperaba que utilizaras expresiones como "ha sembrado la preocupación en mí" o "esto te habrá cosechado muchos enemigos". Pero aparte de eso, bien —dijo posando con suavidad una mano en el hombro de Jotnar. Una mano mucho más suave, advirtió el jardinero, que las que solía tener su amiga—. Sé que todos estáis inquietos por mí, y agradezco vuestra preocupación. Lurzca me sigue como una sombra a todas partes, y solo ha consentido dejarme un rato porque sabía que ibas a estar tu. Está decidida a consagrar su vida a Hathor.
Retiró la mano.
—En lo que a mí respecta no tengo miedo. Y tranquilo, no es únicamente porque piense que será lo que Hathor quiera. Lo digo porque mi seguridad no puede estar en mejores manos. Si quiero a alguien entre las fuerzas oscuras de este mundo y yo, esos sois vosotros. Mi familia —dijo y amplió su sonrisa—. ¿Debería firmar con vosotros un contrato por mi protección? ¿Me harás precio de amiga?
»Oh, y no hace falta que me protejas de los curiosos. Puedo no tener cabeza de vaca, pero no voy a esconder qué soy y qué represento, y aquí entre nosotros —dijo y añadió en tono confidencial:—. No me molestan las atenciones de jovencitos fervorosos.
Rio entre dientes.
Jotnar se limitó a poner los ojos en blanco mentalmente; tenía una idea bastante clara de lo que opinaba sobre el repentino y surgido del éter interés de Lurzca sobre algo que nunca le había despertado el más mínimo interés, pero decidió guardársela para si mismo.
—Sé que no tienes miedo y que no vas a ocultarte. Es más, sé que cualquiera terminaría antes tratando de construir un palacio de hielo funcional en medio de Gheldaneth que tratando de que cambiase una de esas dos cosas—suspiró—. Es solo que... simplemente no me quedaré tranquilo hasta que no sienta que las cosas van a ir bien. Hasta que empecemos de nuevo a hacer lo que siempre hacemos y vea que puedo seguir contribuyendo a que vayan bien. S-Sólo quiero que todo esté bien...
Torció el gesto con fastidio. Nepthis estaba intentando animarlo e incluso se había reído. Reído. Nepthis. Y él estaba allí gris y preocupado por cosas que no habían sucedido aún y podían hasta no suceder. Así que hizo un esfuerzo por echarlas a un lado y corresponder al de la sacerdotisa.
—Dejemos el contrato en uno sobreentendido; las cláusulas de los escritos son un coñazo—contestó—. Además, puedes pagarme en bendiciones de esas que evitan que me partan la cara siempre que nos metemos en algún follón.
En ese momento, los aguacatos salieron corriendo de ninguna parte persiguiéndose entre si y se pusieron a dar vueltas en círculo delante de ellos.
Tras tres anecdóticos segundos mirándolos, Jotnar los recogió, se puso de pie en el banco y los depositó dentro de una bolsa de cuero abierta que había colgado de las ramas del gran árbol de teneré que le daba sombra al susodicho. Al parecer a modo de "guarida" para ellos.
Dentro de la cual, por supuesto, siguieron jugando como si nada.
—Resulta que saben trepar—le comentó a Nepthis volviéndose a sentar y encogiéndose de hombros como si fuera la explicación normal y suficiente para que un trío de huesos de aguacate sintientes y con rasgos felinos se comportara como gatos de verdad. Luego se rascó la cabeza y señaló el vaso—. Um... ¿qué tal el té por cierto?
—Sé lo que quieres, Jotnar. Y te agradezco el pensamiento —dijo Nepthis, asintiendo con suavidad—. Y lo de las bendiciones me parece bien.
Nepthis probó un sorbo de té de Jotnar y lanzó un sonido apreciativo.
—Hmmm. Muy rico. Tiene las hojas esas moradas de la planta Mazticana que probamos en el oasis de Muldoon, ¿verdad? Detecto también limón y... ¿una pizca de azúcar? —dijo y paladeó—. Poca azúcar. Como a mí me gusta. Gracias, amigo. Y por el té también.