Los camellos estaban tendidos en la arena dormitando como hacían todos los camellos. Observaron persiomoniosamente al enano mientras éste los preparaba para el viaje de vuelta, con ojos casi adormilados de aburrimiento. Jabbar escarbó con el morro en la mochila de Jotnar cuando éste la depositó en el suelo para colocar los arreos de su otro amigo, buscando su golosina favorita, que por poco devora a los aguacates sino hubiese sido por la rápida intervención del jardinero.
Todos salieron al exterior pocos minutos después. Amessis arrastraba un saco demasiado grande para su poca fuerza, mientras Lurzca portaba uno más grande y lo cargaba sin problemas. Al ponerlo sobre el camello, el pobre animal se hundió ligeramente en la arena por el peso. Nepthis emergió del templo brillando, sus alas resplandecientes y los escarabajos dorados flotando a su alrededor como linternas mágicas provocaron que los camellos la mirasen con las cejas alzadas.
Bac'cai decidió quedarse en el Templo de la Ascensión hasta que regresaran. Cuando el grupo llegó al campamento de peregrinos instalado al inicio del desfiladero, los lugareños contemplaron a la sacerdotisa alada con reverencioso silencio y no los molestaron mientras buscaban una tienda en la que descansar. La Guardia Áurea había desaparecido del lugar y solo quedaban los propios soldados que protegían el campamento y un grupo de mercenarios, que de repente parecieron muy interesados en la Compañía. La noticia de que algo había pasado en el templo no tardó en expandirse y muchos se dirigieron hacia el lugar para ver por sus propios ojos lo que había pasado.
Los dias siguientes fueron un poco caóticos. La Compañía descansó en el campamento de peregrinos y, al día siguiente, Nepthis volvía a ser la de siempre. Sus alas ya no estaban, su brillo tampoco y el único vestigio de su forma ascendida eran los escarabajos dorados que permanecían enganchados a su túnica. Sin embargo el poder no había desaparecido, Nepthis sentía a Hathor con la misma intensidad que en el momento de su ascensión. Tendría que aprender y conocer el poder que le había sido concedido.
Abastecidos y habiendo vendido la mitad de los tesoros encontrados en el templo a los mercenarios y mercaderes del campamento, pusieron rumbo a Neldorild, porque Nepthis tenía asuntos que resolver en la Iglesia de Hathor y Salihah tenía que ver con sus propios ojos que su futuro prometido y el próximo líder de la Iglesia de Hathor había sido en realidad un siervo de Set. Se encontraron con un caos importante, Ahmoud había desaparecido "misteriosamente", Salihah también había estado desaparecida y durante unos días los clérigos habían estado rezando a Hathor para que los iluminara acerca de qué podían hacer.
Se celebró un cónclave, finalmente. El regreso a Geldaneth se retrasó unos días porque Nepthis tenía que cerrar unos asuntos importantes, de modo que la Compañía se alojó en el templo y deambuló por las calles de Neldorild. Aún tenían cosas que vender y cosas que comprar.
La sala del cónclave estaba casi al completo. Nepthis esperó sentada en un banco mientras los ancianos y demás sacerdotes de la Iglesia de Hathor se colocaban en sus posiciones y realizaban sus ceremonias antes de comenzar con la reunión. No solo había clérigos de Hathor, la sacerdotisa se fijó en que había representantes de otras iglesias en los bancos destinados a los invitados. A su lado estaba Salihah y también Nebakay como testigos para relatar lo sucedido en el templo.
Cuando el cónclave dio comienzo, Salihah expuso los acontecimientos. Desde lo ocurrido con la llegada de Ahmoud, los problemas surgidos de su investigación, las acusaciones contra la Iglesia de corrupción, y más tarde, su peregrinación al templo y posterior secuestro por los siervos de Set y Sebek. Nebakay expuso su punto de vista, por qué estaba en el templo, qué fue lo que le había ocurrido y la batalla que habían mantenido en el Altar de Ascensión.
Tras un par de horas de explicaciones, preguntas que empezaban a repetirse y preocupaciones sobre lo que iba a suceder a partir de ahora, el líder del Cónclave se dirigió a Nepthis.
-Hermana Nepthis. ¿Qué hay de veracidad en lo que han afirmado la mayoría de los testigos? ¿Puedes explicar qué es esa Ascensión de la que todo el mundo habla? Los rumores que han llegado hasta nosotros son, cuanto menos, preocupantes. El único Ascendido conocido es nuestro Rey-Dios. ¿Cómo podemos saber que no eres una farsante?
Nepthis dobló el cuello de cisne para mirar durante unos instantes, con afecto, a quien había sido su maestro hacía años. Se levantó de su asiento y se dirigió al Cónclave.
—Muchos de vosotros me conocéis. Me he autoexiliado de la iglesia durante años, para hacer las cosas a mi manera. Porque creía que las Madres y los Padres Reverendos debían ayudar a la gente. Que los templos de la Madre Cariñosa debían ser casas de sanación, lugares donde el cuerpo y el alma fueran curados y no edificios para hacer política y mercadeo. Quería cambiar las cosas. Y lo que ocurre cuando tratas de cambiar las cosas es que las cosas cambian, aunque no siempre puedes controlar cómo.
Caminó hacia el centro del estrado.
—No puedo deciros qué es exactamente el ritual de Ascensión, no mejor de lo que ya han hecho los testigos que he traído. Solo puedo tratar de expresar qué es lo que yo sentí. Una presencia antigua en mi interior, una llama que no quemaba, una compasión tan grande e insondable como el océano, que podía diluir cualquier maldad, cualquier dolor, cualquier pena. Aún ahora, mientras me dirijo a este honorable Cónclave, puedo sentir su presencia en mi interior, junto a mi corazón.
»No quiero que me comparéis con el Rey-Dios —siguió Nepthis—. No quiero gobernar ni regir los designios de nadie, ni de esta iglesia ni de Mulhorand. No es lo mío. A mí lo que me gustaría ayudar a todo el mundo, si fuera posible. A los esclavos, a los repudiados, a los no humanos. Buscad en vuestros corazones. Queremos ayudarnos los unos a los otros. Somos así. Queremos vivir para la felicidad, no para la miseria ajena. No queremos odiar y despreciar a los demás. Mulhorand es un paraíso en Faerûn, hay sitio para todos.
»La vida puede ser libre y hermosa, pero nos hemos desviado del camino. La avaricia ha envenenado nuestras almas, ha levantado entre nosotros murallas de odio y arrogancia, ha llevado a la miseria de muchos y al derramamiento de sangre. Los dones que nos ha concedido la Bailarina de la Fortuna, un regalo que nos da libertad para cambiar el mundo, nos ha traído esclavitud. Nuestras leyes nos han aislado de nuestros vecinos y nos han hecho cínicos. Nuestras victorias nos han hecho duros y faltos de sentimientos. Lo que necesitamos ahora es amabilidad, compasión y cariño.
»En el capítulo dieciséis del libro del profeta Si-user-nenen-heb está escrito que el reino de Hathor se halla dentro de todos. No de un Ascendido, o de los sacerdotes, o de los humanos, sino de TODOS. En vosotros. ¡Vosotros, tenéis el poder! El poder de cambiar las cosas. El poder de hacer felices a la gente. Vosotros tenéis el poder de hacer que esta vida sea libre y bella, de hacer de esta vida una maravillosa aventura. Por tanto, en nombre de Hathor yo os pido que usemos ese poder, unámonos. ¡Luchemos por un mundo nuevo, por un mundo digno, que dará a todos la posibilidad de trabajar, que dará a nuestros hijos un futuro y a los ancianos seguridad!
»¡Padres y Madres! En el nombre Hathor, ¡unámonos!
La mestiza decidió invertir su dinero. No le había quedado claro si Nepthis había aceptado que ella se convirtiera en su guardaespaldas o no, pero aceptara o no, no pensaba separarse de ella. De ella ni de Amessis, pues ella era su mejor amiga desde hacía mucho tiempo y Nepthis su guía. ¿Y Jotnar? Últimamente aquel enano se comportaba de un modo muy extraño y no solía compartir charlas con ella. No se había dado cuenta hasta ahora, pero estaba claro que el líder de la compañía se había mostrado con ella bastante distante desde siempre. Si quería seguir a su lado, no lo impediría, pero tampoco se opondría a que se marchase por otro lado.
Entre aquellos pensamientos, Lurzca llegó a la zona comercial de Neldorild, donde se dispuso a hacer sus compras. Aunque le daba algo de pena deshacerse de su amuleto de sabandijas, tuvo que hacerlo, pues compró unos guantes que aumentaban su fuerza y un amuleto de Omen-Ra, que además de mantener más tiempo su estado de furia, intimidaba a los yuan-ti y facilitaba algunos golpes de hacha más precisos. Eso le iba a ir bien sin duda alguna.
Mientras Nepthis se hallaba en el cónclave, junto a los demás, ella tenía algún tiempo libre y decidió encaminarse al templo de Hathor. La nueva fe que pretendía abrazar empezaba allí, donde se encontraban sus seguidores y recitaban sus plegarias al dios con cabeza de vaca. Era allí donde sin duda podría descubrir como consagrar su vida a su causa, aunque quizás eso fuera demasiado, pues ya había prometido consagrar a proteger a su amiga y guía en la vida, Nethpis. No obstante, siendo ella una criatura semicelestial por gracia de Hathor, quizás convirtiéndose en su guardaespaldas, ya estaba siguiendo los designios que su nueva deidad patrona, tenía reservados para ella.
Todos los sacerdotes escucharon atentamente a Nepthis. Nadie podía hacer callar a una elegida de Hathor, hablaba en nombre de la diosa y transmitía Su Mensaje. Sus palabras gustaron a muchos, pero a otros, como era costumbre, no agradaron en absoluto, porque a nadie le gustaba ser aleccionado, ni siquiera por su propia Madre, aunque esta fuese una diosa.
El anciano clérigo sonrió a Nepthis, a la que apreciaba como a una hija, y cuando el silencio se hizo demasiado denso tras las palabras de la sacerdotisa, se puso en pie y reflexionó un momento en silencio antes de tomar la palabra.
-Padres y Madres Reverendos, hemos perdido el rumbo. Esta iglesia se fundó para ser un bastión de misericordia en un mundo canibalizado por el poder y el orgullo. Pero lo hemos olvidado. Hemos relajado nuestro compromiso en favor de la conveniencia y la política, hemos relajado nuestra moral para intercambiar el honor por prestigio. Una vez fuimos una tribu. Ahora somos facciones divididas. Si dejamos la arrogancia y la avaricia, podemos volver a ser uno de nuevo. Somos responsables de nuestro mensaje y debemos hacernos responsables los unos a los otros.
-Espero, querida Nepthis, que ayudes a llevar este mensaje. Sé que tu corazón así lo desea. Necesitaremos de tu sabiduria más que nunca en este momento.