Era posible, aunque Alexander debía reconocer que poco probable, que existiera una mejor forma de probar las varitas sin tener que pasar por el mal trago de tocar lo mismo que había estado manoseando los demás durante los últimos años. Porque si estaban allí, es porque no las habían comprando aun. Y si no las habían comprado, por alguna razón sería, a pesar de desconocerla.
- Uh. - Fue toda su respuesta, cruzándose de brazos, mirando las diferentes varitas que había sobre el mostrador, esperándolo. Si se fijaba bien, casi podía ver como los bichitos, diminutos pero a miles bailaban y danzaban varita arriba y varita abajo, lo que hizo que el chaval palideciera ligeramente.
Mantuvo los brazos cruzados, sin moverse, mirando las varitas fijamente. Si no sabía de que eran, ¿Cómo escogería la mejor para él? ¡Era una locura! Repartir varitas de forma arbitraria hasta que el azar diera con la idónea para el chaval que las probaba. Después de haber tocado todas las anteriores.
¡Y sin lavarse las manos!
- Uhm.................. - Pareció meditárselo durante largos segundos, sin apartar la vista de las varitas. Escuchó la explicación sobre el producto de limpieza. En sus partes divisibles, aquella solución era una absoluta asquerosidad que jamás, en su sano juicio, tocaría. Sobretodo viniendo de animales tan asquerosos como los dragones, tan feos como las mandrágoras o, bueno, la palabra "pus" viniendo de una planta nunca podía ser algo bueno. Pero en su conjunto y mezcla parecía que conformaban una eficiente pasta de limpieza.
A él las cosas nuevas no le gustaban. Pero solo un idiota -y él no lo era- se negaría a probar una solución para limpiar varitas. Ya la aplicaría mientras llevara guantes.
La idea de tener que hacer magia sin guantes no le supuso un problema. El problema era tocar esas varitas sin guantes. Un sacrificio que debería hacer por el bien de las generaciones futuras, donde sus logros ayudarían al conjunto del mundo mágico. Este sería recordado como el primer gran sacrificio de Alexander por el mundo.
Levantó la mirada de las varitas cuando este le ofreció la primera. - ¿En que se basa para pensar que esa es la mejor y más optima varita para mí? - Preguntó, sin malicia, ironía o sarcasmo. Parecía realmente curioso de saber como lo había hecho, como la había escogido, en que se había basado.
Pero la idea de coger la varita de mano de otra persona tampoco le hacía especial gracia. Aunque claro, todas aquellas varitas, si aquel hombre las había fabricado, las había tocado igualmente. Por lo que estaba en un callejón sin salida donde la única solución era rendirse.
Esta vez.
- Bueno, probemos esta en primer lugar. - Acabó por decir, no muy convencido, estirando la mano con cierta reticencia y duda hasta que cogió la varita. - ¿Y ahora qué? - No, no le gustaba aquella varita. Quizás era por la idea de cogerla de manos de otro, por el color, por la forma, los dibujos que había en ella -¿A quién se le ocurría dibujar en una varita?- o quizás por el peso, o simplemente, porque había algo en ella que no le acababa de convencer.
- Esta no me gusta. - Afirmó, devolviéndosela.
- Hay varios factores a tener en cuenta, señor Weir - explicó pacientemente mientras devolvía la varita con cuidado a su caja. El hombre esbozó una sonrisa en respuesta a alguna expresión facial compuesta por su hermana pero Alexander, de espaldas a ella, no la vio -. Lo más fiable es conocer a la persona pero eso llevaría demasiado tiempo así que habitualmente empiezo comprobando con qué tipo de núcleos existe más afinidad con la persona. Hay gente con la que salta a la vista pero otros necesitan una mayor prospección. Para el largo de la varita suele tenerse en cuenta la rigidez de carácter de la persona, algo que me permite descartas muchas opciones en cuanto a usted, no se ofenda señor Weir. En cuanto a la flexibilidad depende en gran medida de la personalidad de alguien, cuán marcada esté, cuán superficial sea. La madera de la que está realizada la varita dice mucho de su portador, pero al igual que el núcleo se requiere de un conocimiento más exhaustivo de la persona para acertar a la primera. Aunque tiene usted un carácter suficiente marcado como para que podamos descartar muchas. A ver, pruebe con esta.
Por desgracia para Alexander el proceso de prueba y descarte se alargó hasta siete veces. Tal vez si fuera más intuitivo a la hora de analizar las emociones humanas hubiera percibido que Ollivander parecía estar disfrutando con aquello y quizás una mente mal pensada creería que tanto ensayo y error de alguien que era considerado uno de los mejores talladores de varitas de todos los tiempos no era sin querer.
Sin embargo, tras unos cuantos contactos desagradables y la caída de una nube de polvo sobre la cabeza de Alexander que hizo que Iraida se colocara entre la puerta y él para impedir que se marchara, dieron con la idónea. Su mano se adaptaba perfectamente a la negra y lustrosa madera de la varita y casi estaba seguro de que había sentido que reaccionaba con alguna clase de serio reconocimiento al entrar en contacto con el guante. La prueba definitiva había sido cuando, reaccionando a sus deseos, una especie de columna de aire se había formado a su alrededor al sacudir la varita, generando una zona libre de polvo y suciedad.
- A la séptima va la vencida - dijo de buen humor el hombre -. Pelo de cola de Thestral, tan inusual como usted señor Weir, ébano, inusualmente corta con sus veintidós centímetros de largo y muy flexible. Será una buena varita para usted, señor Weir, ya lo creo que sí.
Varios. Más de dos.
Pensó rápidamente, mientras seguía con la mirada al hombre, mientras comenzaba su explicación, que, en su cabeza, estaba tomando una forma ordenada, metódica, exacta, precisa y para opinión de Alexander, perfecta. Y por supuesto, muy lejos de lo que debería pensar o esquematizar un niño de once años lo que escucha o ve.
Cuatro factores determinantes. Núcleo, madera, longitud y flexibilidad. El núcleo viene dado por la afinidad con la persona. ¿Pero cuáles son los parámetros de afinidad con cada núcleo? La longitud viene dada por la rigidez del carácter. ¿Es esta una medida exponencial o proporcional? Hizo una pausa, inclinando la cabeza cuando le dijo que no se ofendiera. No lo había comprendido. - ¿Ofenderme? ¿Ofenderme por qué? - Bien era posible, que no hubiera comprendido el motivo de la ofensa, o algo aun más probable, que no lo considerara como tal a causa de cierta incapacitación para comprender los sentimientos que se le presuponían. O quizás, simplemente, las palabras de una persona que hablaba de su "rigidez de carácter" no le importaran o causaran molestia. Fuera como fuera, no parecía afectado ni molesto.
Después habló de la flexibilidad. El anciano volvió, una vez más, a ser impreciso con sus explicaciones. Le quedó claro porque era fabricante de varitas, y no profesor. Habría muerto de hambre trabajando en el segundo campo. Aunque claro, como ya había deducido meses atrás, gente que no destacara mentalmente era necesaria para fabricar varitas, vender los libros, hablar con su hermana o realizar el trabajo que realizaba su madre en el ministerio.
Después habló de la madera. Y volvió a hacer mención del carácter. Aquello arrancó al niño una expresión contrariada, extrañada y dubitativa. ¿Cómo iba a ser eso posible? El carácter determinaba la rigidez de la varita. ¿También la madera? ¿entonces había una correlación entre el largo de la varita y la madera de la cual estaba hecha? - Espero que sea mejor vendiendo varitas que explicando su criterio selectivo. - Comentó sin acritud ninguna como respuesta a su explicación sobre como repartía las varitas.
Para los siguientes quince minutos solo se podría utilizar una palabra para definir lo que Alexander pensaba de Ollivanders. Negligente. Por supuesto, el chaval jamás habría sospechado que el vendedor pudiera estar disfrutando de aquello, o torturándolo gratuitamente como escarmiento por alguna frase desafortunada. Él, simplemente consideraba que el mejor tallador de varitas no era ni de lejos el mejor adjudicador de varitas. No todo el mundo podía ser bueno en todo.
Como él.
Y el proceso fue no solo largo y tortuoso. Porque cada vez que el chaval empuñaba una varita, preguntaba de que era. Sus especificaciones. Los motivos. Se quejaba de tener que tocar más varitas, con resoplidos, gestos de dudas e incluso miedo al tocar las varitas, llenando los intervalos de silencios con preguntas sobre si podía limpiar las varitas una vez más, o comprobando de cerca, muy de cerca si tenían algún resto de cualquier cosa en ellas, lo que le revelaría que antes habían estado en manos ajenas y por lo tanto, era una varita descartable automáticamente.
La parte positiva llegado a aquel punto, era que estando solos en la tienda, conocía a todos los presentes. Lo que lo acercaba a su zona de confort, aunque aun distaba mucho de llegar a él, pues seguía estando en un sitio cerrado, del cual no conocía todas las salidas, ni la disposición de la tienda, ni quien más podía haber allí. En general, las tiendas no le gustaban, pues en cualquier momento podía entrar un desconocido al cual no podía echar de allí.
Y aquello no le gustaba.
Pero la cosa solo hizo que empeorar. Su zona de confort pasó a estar a muchas millas cuando aquella nube de polvo cayó sobre él. Lo dejó pálido. No llegó ni a temblar, por lo que el polvo tampoco cayó. Al menos durante los primeros 25 segundos, donde el chaval quedó totalmente paralizado para acto seguido, correr hacia la salida, viendo su huida impedida por su hermana. - ¡Déjame salir! - Dijo con cierta desesperación, mezcla de temor a sí mismo (o al polvo que llevaba encima), deseo de huir hacia ninguna parte, cambiarse de ropa nuevamente, y paranoia por la suciedad que ahora le cubría.
Y hasta que no estuvo totalmente seguro que ya no quedaba ni mota de polvo sobre su cuerpo -cosa que le llevó algo más de 45 minutos- no volvió a la ardua tarea de seleccionar su varita. Estaba derrotado. No solo había tenido que tocar seis varitas previamente. Además le había caído polvo, y juraría que algún perdigón escapó de la boca de Ollivanders en al menos dos ocasiones. Por suerte, el había tomado la distancia de seguridad mínima con cualquier otro ser vivo (un par de metros) y no llegó a alcanzarle.
Pero la última fue la definitiva. Y supo que tenía su varita cuando esta le ayudó a que su zona de confort se viera algo más próxima, repeliendo la suciedad y el polvo. Aunque el hecho de que hubiera hecho algo que él no esperaba y sin su control inmediato... no le gustó.
Y después de la "lluvia de polvo" y el "repentino" hallazgo de la varita le sirvieron para deducir que Ollivanders había alargado aquello de forma deliberada. Le recriminó lo sucedido con una "dura expresión facial" que se componía de un ceño fruncido de forma exagerada, unos labios torcidos hacia la zona inferior de forma exagerada e inclinar la cabeza hacia adelante, como si fuera así más amenazante.
Cualquier parecido de la realidad con lo que él creía que estaba pasando era pura coincidencia.
- Lo ha hecho a aposta. - Le acusó, sin borrar aquella extraña mueca. Pero entonces le dijo que era inusual. - Claro que soy inusual. Soy listo. - repitió, abandonado aquella expresión "dura e intimidante" para levantar el mentón, orgulloso.
Pagó. O más bien le dio a su hermana la orden de pagar. El odiaba el dinero, pero no por ningún principio comunista. El dinero pasaba por manos de mucha gente. Y nadie lavaba las monedas. No comprendía cómo la gente podía ser tan sucia. Le molestaba.
Guardó la varita, se llevó productos de limpieza para varitas suficiente como para pasar hasta séptimo curso -que a él solo le duraría hasta Navidad- y se acercó a la puerta. Miró hacia Ollivanders. - Debería limpiar su tienda. Parece una Leonera. - Acabó por decirle, marchándose ipso facto antes de recibir lo que bien se merecía de una vez por todas.
Pero un viejo problema se repitió una vez más.
Ahora estaba en la calle, rodeado de gente desconocida y sucia que iba y venía sin parar, gente que no conocía ni quería conocer, pero que no por ello dejaban de estar de cuerpo presente. Quería irse a casa, por que como todo el mundo sabía, allí había gente, gente con niños, gente ruidosa, gente ruidosa con niños ruidosos que lo tocaban todo. Y lo peor de todo: ¡Pájaros! Y como era de suponer....
A Alexander todo aquello... no le gustaba.