Iniciaron la marcha en cuanto recuperaron a sus caballos y lo hicieron con premura, para evitar que algún posible perseguidor les diera alcance. Decidieron tomar la ruta que bordeaba el sobremundo pues preferían evitar los peligros que este camino les ofrecía. Al cuarto día de viaje, se encontraban cerca de la costa oeste de Karst cuando, al anochecer encendieron un fuego junto al que se sentaron a cenar. Charlaban animadamente cuando el fuego se apagó sin motivo aparente. La relajación se esfumó en un instante y todos se pusieron en guardia, pero no ocurrió nada más. Encendieron de nuevo el fuego, pero a los pocos minutos se volvió a apagar. El suceso se repitió varias veces de modo que decidieron abandonar aquel lugar y continuar viajando de noche, aunque sus cuerpos les pidieran descanso.
A partir de entonces, una extraña sensación de inseguridad los acompañó en cada uno de sus pasos, una sensación acompañada de extraños sucesos similares al del fuego. Objetos inertes que parecían moverse por voluntad propia, susurros emitidos por el viento que parecían diluírse justo antes de alcanzar sus oídos, contínuas noches sin estrellas ni luna...
Gracias a estos sucesos, lo que ocurrió al noveno día no les cogió por sorpresa. Ya había caído la noche, y el grupo descansaba en silencio alrededor de una hoguera con la esperanza de que esta no se apagara de nuevo cuando detectaron una presencia acercarse entre el ramaje. Todos extrajeron sus armas, apagaron el fuego y se dispusieron para entrar en combate. La presencia se acercaba despacio, apartando pesadamente arbustos y ramas, hasta que alcanzó el claro en el que estaban. Se relajaron al comprobar que no suponía una amenaza. Parecía tratarse de una mujer, y no se percataron de quien se trataba hasta pasados unos segundos...
- No sabéis lo que habéis hecho... -susurró Wuenipa, la hechicera contra la que habían luchado en Willem.
Su aspecto era lastimoso. No parecía la hermosa y altiva hechicera que les había hecho frente en el Templo del Sol. Su cuerpo estaba cubierto por heridas y moratones provocados por el derrumbamiento que la había sepultado en la batalla. Su rostro estaba enfermizamente pálido. Su pelo, anteriormente sedoso y cuidado lucía ahora enrededado y sucio evidenciando su triste peregrinaje siguiendo al grupo.
- No sabéis... -añadió con dificultad -lo que habéis provocado... -parecía que en cualquier momento se derrumbaría inconsciente.
Aran mantenía sus espadas en alto, mientras todos los demás las habían enfundado. Sigmund lo había hecho también, pero parecía conforme con la actitud de su compañero. Gaal por su parte alzó las manos y miró a Sigmund pidiendo permiso para ayudar a Wuenipa. Éste le dio su consentimiento en vista de que no parecía una amenaza.
- No vamos a luchar -le dijo Gaal con un tono suave.
Se acercó a ella, elevó las manos hasta sus sienes y un brillo surgió de sus dedos. La mirada de la hechicera cobró intensidad aunque seguía encorbada. Se mostró sorprendida de pronto y su tono de voz fue mucho más fuerte que antes.
- ¿Quienes sois? ¿Qué queréis de la gema? ¿Oro? Nadie más que los gobernadores de Willem pagarán por ella ¿Cuánto queréis? ¿Para quién trabajáis?
Sigmund tomó la iniciativa e hizo un gesto para apaciguar las preguntas de la mujer.
- Con calma, hechicera. No queremos oro, y no nos interesa poseer la gema. Al parecer no eres consciente del crimen que se ha cometido y del papel de la gema en éste.
- ¿Crimen? -Wuenipa parecía extrañada.
- Sí. Crimen. Alguien ha asesinado al duque de Fianosther y ha empleado la magia oscura para encerrar a su mujer y su hija en esa gema. Únicamente queremos liberarlas.
- ¿Encerrarlas en la gema? ¡Eso es ridículo! -exclamó horrorizada -Nadie ha accedido a la ge...
Algo se movió alrededor de ellos y un escalofrío recorrió el cuerpo de todos. En cuanto pasó, Wuenipa retomó la palabra.
- Nadie ha accedido a la cámara de la gema en los últimos quinientos años. Nadie excepto vosotros. Y no es posible encerrar a nadie dentro de la gema. Me temo que os han engañado.
Wuenipa cayó de rodillas, desolada. Parecía que se echaría a llorar en cualquier momento.
- Willem... -explicó con voz trémula -alberga una antigua y secreta hermandad existente desde hace miles de años cuya única finalidad es proteger la gema. Durante miles de años, la gema ha estado segura, y su existencia ha caído en el olvido, o al menos eso pensábamos. El caso es que el juramento que nos une dice: "Protegeré la gema de todo invasor, de toda amenaza ajena a la hermandad. Daré mi sangre por mantenerla en su sagrado lugar, para que el mal no se extienda y reine en esta tierra". Me temo que el mal ya se ha empezado a extender...
Estas últimas palabras fueron acompañadas por una nueva sensación de escalofrío y de como si una presencia incorpórea merodeara los alrededores.
- ¿Y por qué hemos de creerte, hechicera? -exclamó Thorin desconfiado.
- "Un gran poder se desatará" -recitó Gaal de pronto -"se desatará ese gran poder que hará temblar los propios cimientos de la tierra".
Se hizo el silencio en el grupo. Gaal habló de nuevo.
- Esa fue la profecía que me hizo acudir a Fianosther. Esa fue la profecía que recibí a través de Liozard... -meditó durante un instante -La hechicera tiene razón ¿Cómo no lo hemos visto?
La verdad cayó como una losa sobre el grupo que guardó silencio unos instantes.
- Entonces... ¿el duque nos ha engañado todo este tiempo? -preguntó Nae desolada -¿Lía y Hannaia están... muertas?
- ¡Un momento! -intervino Oliver de pronto -El duque hizo un juramento bajo el elixir de la verdad ¿Lo recordáis? ¡No podía estar mintiendo o habría muerto ante nuestros ojos!
- ¿Y si ya estuviera muerto? ¿Y si estuviera influenciado por algún tipo de magia negra que manejase su cuerpo a su antojo? ¿No os fijasteis en las menchas de su cuello y su aspecto enfermizo? -preguntó Aran alarmado.
- No -respondió Liozard -Un elixir de la verdad no diferencia entre almas naturales o cuerpos malditos. Si hubiera mentido, su cuerpo se habría volatilizado de forma poco agradable ante nuestros ojos, y su alma habría sido destruída de inmediato.
- ¿Cual fue el juramento exacto? -pregunto Wuenipa al grupo.
- "juro por mi vida que la única intención de este viaje es la liberación de mi familia, que permanece cautiva bajo la magia de la gema de Willem" -citó Aeldar.
De nuevo, todos callaron.
- Hay quien dice que lo que la gema guardaba en Willem -indicó Wuenipa -era una especie de prisión para las almas malditas.
- Puede ser... puede que... ¡Claro! El duque juró que su intención era salvar a su familia, pero su familia no son Lía y Hannaia, si no las almas malditas que encerraba la gema. Y entonces el duque...
- El duque es en ralidad un alma maldita -concluyó Thorin.
Tras la aceptación de aquellos hechos, el grupo se puso en marcha con el claro objetivo de alcanzar a Lihem y Picco antes de que entregaran la gema en Fianosther. Llevaban dos días de intenso viaje cuando se detuvieron al anochecer cerca de Port Drofo.
- Es imposible. Nos llevan mucha ventaja -dijo Aran entre jadeos.
- Tenemos que... intentarlo -indicó Wuenipa.
- Ambos tenéis razón. Su caballo es mucho más veloz, pero no podemos desistir. Debemos intentarlo.
Las palabras de Sigmund fueron seguidas de un largo silencio en el que se dedicaron a comer algo y preparar un lecho en el que dormirían no más de dos o tres horas.
La noche era muy oscura. Thorin permanecía despierto, haciendo guardia mientras los demás dormían. Su mente divagaba mientras el enano luchaba contra el sueño. De pronto, un repentino destello lo cegó, y antes de que se desvaneciera, Thorin estaba en pie y con el hacha lista para el combate. Los demás se desperaton alarmados y buscaron la fuente de luz. Ésta se desvaneció tan rápido como había llegado para dar paso a una imagen sorprendente. El mono de Liozard tiritaba amedrentado mientras permanecía abrazado a algo. Se relajaron al comprobar que se trataba de eso.
- ¿Que llevas ahí, pequeño?
La exclamación de sorpresa asustó a una bandada de pájaros cercana. El mono agarraba la gema entre sus pequeños brazos.
Algo le había ocurrido a Lihem y Picco. Algo había ocurrido y había sido lo suficientemente por sorpresa como para que no pudieran escribir una nota para que el mono se la llevase. El alivio por tener la gema en su poder se vio rápidamente suplantado por la preocupación hacia el estado de Lihem y Picco. Sigmund se dirigió a la hechicera.
- Wuenipa, entendemos la urgencia de llevar la gema Willem, pero nuestros amigos necesitan ayuda. Ve y reestablece el orden devolviendo la gema a su lugar. Nosotros acudiremos a Fianosther, buscaremos a nuestros amigos y haremos frente al espíritu que ha suplantado al duque.
La hechicera asintió y sin esperar un segundo recogió sus cosas y espoleó a su caballo en dirección sur. El resto del grupo hizo lo propio y partió hacia el norte. Era noche cerrada, pero una vez más la aventura los espoleaba hacia un destino inescrutable, donde la urgencia de salvar a un amigo brillaba, desafiando a la oscuridad e iluminando el camino que el sol aún no había alcanzado a bañar.
Fin de "La Gema de Willem"